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Revista de la Asociación Española de Neuropsiquiatría

versión On-line ISSN 2340-2733versión impresa ISSN 0211-5735

Rev. Asoc. Esp. Neuropsiq. vol.33 no.120 Madrid oct./dic. 2013

 

PARA LEER

 

Libros

 

 

BEN GOLDACRE. Mala Farma. Paidós Ibérica. Barcelona, 2013. 284 pp.

Recientemente hemos podido leer en castellano Mala farma, la traducción del libro Bad Pharma, de Ben Goldacre. El autor es psiquiatra, periodista científico (autor de la columna semanal "Bad Science" en el periódico The Guardian) y ejerce la medicina para el NHS, el servicio nacional de sanidad británico.

El libro nos ha dejado profundamente impresionados y, desde luego, recomendamos encarecidamente su lectura. Nos atreveríamos a decir que es poco menos que imprescindible para cualquier profesional sanitario que quiera hacer su trabajo con conocimiento de causa del estado de cosas existente. No es un texto que defienda ninguna teoría de la conspiración, y basa todas sus -terribles-afirmaciones en abundante bibliografía y datos contrastados. Y tampoco es un texto que haga apología de supuestas medicinas alternativas sin base científica alguna pues, por el contrario, reivindica la necesidad de una base científica firme para conocer los fármacos que prescribimos.

El libro está plagado de ejemplos de actividades que son para echarse a temblar. Pero no porque sean más o menos terroríficos, sino porque se pone de manifiesto claramente todo un trasfondo donde esta corrupción científica revela un funcionamiento sistemático y bien establecido, no siendo, como les gustaría que creyéramos a los que se benefician de ello, ni casos puntuales de personas individuales sin escrúpulos, ni ejemplos de prácticas antiguas que ya no se llevan a cabo.

Goldacre insiste en la ocultación de datos por parte de las empresas farmacéuticas cuando los resultados de las investigaciones que llevan a cabo (la inmensa mayoría de las realizadas hoy en lo referente a fármacos) son desfavorables para sus productos y, por lo tanto, no serían útiles para la venta de los mismos, con lo cual la base científica para conocer los fármacos que usamos nos es sistemáticamente escamoteada. Describe la manipulación, más o menos grosera, de los estudios que sí se publican para que sean lo más beneficiosos posibles para las ventas del producto en cuestión con, a veces, curiosas diferencias entre lo que dicen las conclusiones del trabajo y el análisis correcto de los datos. Denuncia la falta de adecuada regulación y control por parte de las agencias públicas que deberían velar por el correcto funcionamiento de la industria. La FDA americana o la EMA europea aprueban los nuevos fármacos exclusivamente mediante ensayos comparativos con placebo, sin importar cómo sería la comparación con tratamientos ya existentes, normalmente más conocidos y baratos. O cómo estos organismos tampoco intervienen para obligar a las empresas a realizar adecuados estudios postcomercialización por los posibles problemas de seguridad de los fármacos nuevos. O cómo el personal de estos organismos públicos acaba trabajando sin pudor para las empresas a las que hasta hace dos días supuestamente controlaba...

Goldacre dedica, por supuesto, unas cuantas páginas a las intervenciones de marketing de la industria con los profesionales, en lo referente a visitadores comerciales y los obsequios, comidas, viajes, congresos en lujosos hoteles, etc. Nuestra propia posición es no aceptar ningún tipo de obsequio o pago proveniente de la industria. Más ético y también más eficaz, creemos nosotros. Goldacre defiende la misma actitud y plantea que sería necesario (y, añadiríamos nosotros, posiblemente muy gracioso) que en cada consulta hubiera un cartel informando de qué empresas han hecho qué pagos al profesional, importe exacto y desglosado de dichos pagos y los nombres de los medicamentos que dichas empresas venden. Para que los pacientes pudieran estar informados. Los profesionales que aceptan dichos pagos suelen afirmar que conservan su independencia, por lo que suponemos no tendrían problema en escribir dichos carteles y explicar a sus pacientes que, evidentemente, todo ello no influye en que se les vaya a prescribir un medicamento u otro.

Cada capítulo contiene posibles soluciones a los problemas descritos, desde el punto de vista de pacientes, asociaciones, médicos, administración y de la propia industria. No es sólo una descripción de la basura, sino una herramienta para empezar a limpiarla. Todo ello plagado de múltiples referencias a estudios y artículos que demuestran las afirmaciones que hace el autor, algunas de las cuales hemos querido resumir aquí. Pero de verdad creemos que merece la pena leer el libro completo y encontrar en él dichas referencias, con todas las reflexiones que las acompañan. No se arrepentirán (o tal vez sí).

Amaia Vispe Astola, Jose García-Valdecasas Campelo
(www.postpsiquiatria.blogspot.com)

 

UNICA ZÜRN. El hombre jazmín y otros relatos. Ed. Siruela. Madrid.

"Las iniciales H. L. M. de la oficina de los arrendamientos urbanos de París se convierte en un saludo personal, en una amplia sonrisa que le está dedicada. Aparece aquel grato estado de euforia, la exquisita sensación de ser el centro de todos los acontecimientos, la sensación de haber sido elegida". Este fragmento, perteneciente al libro autobiográfico El hombre jazmín, fue escrito por la artista surrealista alemana Unica Zürn. El sentimiento expresado por la autora, esa "sensación de ser el centro de todos los acontecimientos", se corresponde con la vivencia psicótica que el psiquiatra alemán Klaus Conrad describió, en su libro clásico La esquizofrenia incipiente, publicado en 1958, como una de las experiencias nucleares de la esquizofrenia, la anastrofé, es decir, la vivencia de autorreferencialidad extrema del paciente esquizofrénico, a través de la cual este tiene la sensación de que "todo gira en torno al propio yo". En palabras de Conrad, en la anastrofé "el enfermo ve que todos los que le rodean le miran, pero no solo las personas de su entorno, sino también los extraños de la calle. Adonde vaya, las cosas están dispuestas para él, a él se refieren, pero también experimenta lo mismo cuando oye la radio o lee el periódico. De esto se deduce necesariamente la convicción de que todo, el mundo entero, guarda una relación con él". El texto de Unica Zürn es pródigo en transcripciones poéticas de las vivencias y las alteraciones psicopatológicas de la esquizofrenia, y, de hecho, lo que hace de este libro un testimonio único es el extraordinario talento que la autora demuestra para transformar la vivencia del enfermar psicótico en un texto poético de extraña belleza.

Unica Zürn nació en Berlín, durante la Primera Guerra Mundial, en el barrio residencial de Grunewald, en el seno de una familia de clase media alta: el padre era oficial de caballería, profesión que abandonó para trabajar como editor y periodista. Su adolescencia, que transcurrió durante los agitados años de la República de Weimar, se vio marcada por la separación de los padres. A partir de 1931, y a lo largo de la era nazi, trabajó en la UFA, la principal productora cinematográfica alemana de la época, inicialmente como auxiliar administrativa y después como guionista de películas de publicidad.

En 1942, se casa con Erich Laupenmuhlen, con quien tuvo dos hijos (Katrin y Christian), y decide comenzar a trabajar como periodista y escritora, lo que la lleva a frecuentar los círculos artísticos de Berlín. Finalizada la Segunda Guerra Mundial, conoce en 1953 al artista surrealista Hans Bellmer (1902-1975), dibujante y escultor inclasificable, que se tornaría famoso como creador de objetos-fetiches surrealistas gracias a su famosa serie de muñecas (Poupées), cuerpos de anatomía imposible, muchas veces situados en escenarios siniestros. Para Bellmer, el cuerpo es una frase que, sometida al deseo del autor, puede ser rescrita de numerosas formas. Unica se apasiona por él y ese mismo año la pareja parte hacia París. En la capital francesa, Unica comienza por dedicarse a dibujar y a escribir anagramas, juegos de palabras que resultan de la combinación de las letras de una palabra o frase para producir nuevas palabras. El anagrama fue una de las técnicas usadas por los surrealistas -como la "escritura automática" o los "cadáveres exquisitos" - para intentar reducir al mínimo el efecto de las instancias de control y represión del subconsciente. Si las frases representan el mundo organizado y lógico -pensaban ellos - , entonces la búsqueda de otras frases dentro de una frase significaba la búsqueda de otros mundos alternativos escondidos detrás del mundo cotidiano. La escritura anagramática, así como la Cábala, se transformaron para Zürn en una auténtica obsesión, con las cuales pretendía alejarse cada vez más del mundo real. Ella misma describió esta experiencia: "Diversión inacabable para ella, la búsqueda de una frase en otra frase. La concentración y el silencio que exige esta ocupación le permiten sustraerse por completo de su entorno -incluso olvidar la realidad-, que es lo que ella desea".

Por mediación de Bellmer, Unica entra en contacto con los artistas más radicales y experimentales del círculo surrealista parisino: Man Ray, Marcel Duchamp, Max Ernst, Hans Arp, Henri Michaux y Georges Bataille, por los que descubre una singular afinidad. El primero nos dejó un famoso retrato fotográfico de ella en escorzo. Bataille, que había provocado una escisión dentro del grupo surrealista con sus teorías sobre la trasgresión erótica y la regresión, ya había colaborado con Bellmer en el libro La historia del ojo, que contaba con las ilustraciones de este. Por otro lado, el encuentro de Unica con Michaux, por quien se cuenta que estuvo apasionada, será decisivo para su obra posterior: él se tornará, a través de una relación imaginaria y bajo las iniciales H. M., en el protagonista del libro El hombre jazmín.

La relación de Unica y Hans Bellmer tuvo, sin duda, en estrecha relación con el mito surrealista del amour fou y con la visión transgresora del erotismo de Bataille, un componente sadomasoquista, que ella tuvo el coraje de reconocer explícitamente: "A ella le gusta experimentar dolor con el placer", confesó en unos de sus textos. En ese sentido, es inevitable recordar la impactante y provocadora serie de fotografías que Bellmer hizo en 1958, utilizando la performance propia de los rituales de bondage sadomasoquista, en las cuales el cuerpo de Unica aparece, en diferentes posiciones, atado con cuerdas, como si fuese un pedazo de carne para asar. Bellmer, a su vez, era un gran erotómano que sublimó, como otros artistas, sus pulsiones sádicas a través del arte, pero también supo ser su compañero, su principal apoyo artístico y emocional y el fiel defensor de sus derechos, cuando Unica, ya muy deteriorada, demostraba no tener capacidad para tratar con los marchantes. Ella tenía por él sentimientos que oscilaban entre la admiración y la sumisión. Tal vez consiguió vengarse de él al final, el diecinueve de octubre de 1970, cuando se lanzó por la ventana del apartamento que ambos compartían en París. Bellmer, paralizado desde unos años atrás, nada pudo hacer para evitar el desenlace fatal, y no tuvo otra elección que contemplar impotente el gesto de ella desde su silla de ruedas. Tras su muerte en 1974, fue enterrado al lado de Unica en el cementerio de Père-Lachaise, bajo una lápida con una inscripción donde parecen resonar los ecos de la romántica y transgresora historia de "amor más allá de la muerte" del libro Cumbres borrascosas, novela tan querida por los surrealistas: "Mi amor te seguirá hasta la Eternidad".

Los primeros síntomas de esquizofrenia surgieron en Unica en 1957. A partir de ese momento, la enfermedad la acompañó, en brotes psicóticos consecutivos, hasta la muerte, y motivó su ingreso en diversas instituciones psiquiátricas: Wittenau, en Berlín; y Saint-Anne, Maisson Blanche, La Chesnai y La Rochelle, en París. Durante los ingresos recibió visitas regulares de Henri Michaux, que se encargaba de llevarle papel para dibujar. Sus dibujos y pinturas, de carácter muchas veces automático, tienen vínculos evidentes con los dibujos de Bellmer y con algunos de los dibujos realizados por pacientes psiquiátricos, pertenecientes a las colecciones de Prinzhorn o Dubuffet, y representan, con un trazo denso, obsesivo y repetitivo, criaturas fantásticas: quimeras, híbridos de animal, planta y humano, o extravagantes seres reticulados que nos hacen pensar en constelaciones, animales abismales u organismos microscópicos.

Su obra plástica se expuso, con prefacio de Max Ernst, en la galería Le Point Cardinale de París en 1962 y 1964, pero se hizo más conocida tras la gran exposición retrospectiva organizada en Alemania en 1998. Su obra literaria, en gran parte publicada póstumamente, fue creada al margen de los círculos literarios y sin perspectivas de publicación. Además de cuentos y folletines publicados en periódicos berlineses, durante la vida de Zürn solo vieron la luz el pequeño libro de anagramas Textos de brujas (1954) y el cuento Primavera sombría (1969). En esta última obra, la autora describe el despertar psicosexual de una joven adolescente. El propio título del libro nos desvela ya la tonalidad escogida por Zürn para abordar el tema: la protagonista del relato, alter ego de la artista, narra sus alegrías y deseos, pero sobre todo expone con toda crudeza los lados más sombríos de su infancia: los miedos, la violencia sexual y la aparición de las primeras pulsiones masoquistas. "Ella desea con todas sus fuerzas a un hombre violento y brutal", confiesa. El texto ofrece imágenes perturbadoras y cargadas de violencia, como el episodio en el que la protagonista se inicia en la masturbación con una tijera; o el sueño en el que se ve rodeada por un grupo de hombres encapuchados y vestidos de negro, que la violan con un cuchillo que finalmente se transforma en la lengua de un perro. La narrativa, que tiene mucho de confesión o de diario íntimo, se inicia con las primeras percepciones conscientes de la joven: el descubrimiento del propio cuerpo y la fascinación por el sexo opuesto, simbolizado inicialmente por su padre. Sin embargo, violentada sexualmente por su hermano, no tiene la posibilidad de defenderse o procurar la protección de otras personas, pues no encuentra el afecto necesario en su madre, y no puede contar con el apoyo del padre, muchas veces ausente por viaje, lo que la obliga a digerir su dolor en soledad. La salida que encuentra al conflicto es la fuga a través de su imaginación: "Para poder soportar la vida, no tiene más remedio que refugiarse con todo su afán en la fantasía". Su consuelo es el amor pasivo y edípico por un hombre adulto, suerte de substituto paterno, a quien solo conoce de vista en la piscina. Cuando su amor secreto es descubierto por la familia, se le prohíbe volver. Tal prohibición le corta la última salida. La realidad se le hace insoportable sin aquel amor, incluso aunque sea totalmente pasivo. Se desespera: "No volver a verle significa la muerte para ella". Esa misma noche, presagiando el suicidio real que se ha de producir cuarenta y dos años más tarde, se lanza por la ventana del cuarto, poniendo así fin abruptamente a su vida.

Sus textos impresionan por la mezcla de exhibicionismo emocional y radical honestidad, por la sutileza con que se diluyen en ellos las fronteras entre lo real y lo surreal, el sueño y la realidad, y por la especial predilección por la paradoja y el absurdo. Sus cuentos, que reflejan una singular fidelidad al mundo de su infancia, se desarrollan en muchos casos en la Alemania de la República de Weimar; y están poblados de motivos extraídos de mitos y cuentos fantásticos, del mundo del circo, la bohemia y el territorio marginal de los vagabundos. Los protagonistas son muchas veces niños, a quienes, una vez decididos a abandonar la realidad cotidiana, les ocurren cosas maravillosas: "El ser humano está rodeado de peligros [...] Pero estos peligros tienen para ella un encanto perverso. Una especie de liberación de la rutina diaria, del tedio que induce al bostezo".

Su obra más conocida, El hombre jazmín, inédita durante años, fue publicada póstumamente, primero en una traducción francesa, en 1971, y después en su idioma original, el alemán, en 1977. En español, la editorial Siruela ha publicado, además de El hombre jazmín y Primavera sombría, el libro de relatos El trapecio del destino. En El hombre jazmín, crónica documental y poética de su locura, Zürn narra la aparición y evolución de sus delirios y alucinaciones, hablando de sí misma en tercera persona, como si se observase desde fuera. La protagonista encuentra en 1957, en París, a un hombre que representa la personificación de su visión infantil del idealizado "hombre jazmín". Este hecho se le impone con ese carácter de revelación, de verdad absoluta e indiscutible, que Klaus Conrad definió con el término apofanía (en griego "revelación"), y que es característico del delirio esquizofrénico. Unica mantiene una relación imaginaria con ese hombre, por quien se sabe hipnotizada a distancia, y sigue sus instrucciones. Surgen entonces las interpretaciones delirantes, las vivencias de influencia y las alteraciones de la conciencia del yo. A tenor de la descripción hecha en el libro, los actos, sentimientos y estados de la protagonista son vividos por ella no como propios, sino como dirigidos o influenciados por el hombre jazmín: "Un maravilloso magnetizador que posee un poder extraordinario la hipnotiza a todas horas. Él le impone su voluntad y ella nada puede hacer para resistirse. Por eso, porque él se lo ha mandado, ha hecho las cosas más disparatadas", podemos leer en el texto. En breve se separa de él. Deja París y viaja a Berlín, su ciudad natal, donde la esperan sus amigos. Durante el viaje, y una vez en Berlín, continúan los delirios, las alucinaciones y los fenómenos de automatismo mental. El texto de Unica nos hace reflexionar sobre las analogías existentes entre la experiencia de la locura y la experiencia poética. Klaus Conrad, en su libro La esquizofrenia incipiente, concluyó que en esta enfermedad se produce "una relajación de la coherencia de las percepciones, y hay una "liberación" de cualidades, [...] de aquella "nube de propiedades esenciales" que se oculta en todas las cosas". Así, por ejemplo, tomemos el caso del árbol, nos dice Conrad, cuyas propiedades esenciales son infinitas: lo verde, la verticalidad, lo vetusto, lo inflexible, lo movido por el viento, lo arraigado, lo sano y natural, pero que también evoca metonímicamente el bosque, un espacio amenazador y hostil, aunque a veces también protector y hospitalario, oscuro y umbrío, habitado por seres desconocidos, escondite para lo erótico y suministro de alimentos. Y concluye Conrad que solo mediante el reconocimiento de la "liberación de propiedades esenciales" nos encontramos en condiciones de interpretar las vivencias del paciente psicótico. Un fenómeno que inevitablemente nos lleva a pensar en la experiencia poética. Unica saborea, de hecho, el carácter maravilloso, poético e insólito del nuevo estado en que se encuentra: "Si alguien le hubiera dicho que había que volverse loca para tener estas alucinaciones, en especial la última, no habría tenido inconveniente en enloquecer. Sigue siendo lo más asombroso que ha visto nunca". La protagonista actúa convencida de que sus inusuales experiencias son reales. No se da cuenta de la diferencia entre las alucinaciones y el mundo real, y le parece absolutamente normal todo lo que piensa y lo que le ocurre. Con todo, su comportamiento extravagante (por ejemplo, cuando tira por la ventana las gafas que le quita a un hombre desconocido) determina que finalmente sea ingresada en una clínica psiquiátrica. Los amigos berlineses la apoyan y animan durante su permanencia en la clínica. Finalmente recibe el alta, vuelve a París y retoma la vida que llevaba. Pero, en breve, surgen nuevos delirios y alucinaciones; vuelve a dejar el ambiente donde vivía y se esfuerza por conseguir una nueva vida independiente. Sin embargo, esta tentativa acaba a la postre, nuevamente, con su ingreso en otra clínica psiquiátrica.

El libro tiene evidentes líneas de contacto con el interés del surrealismo por el poder poético de la locura y por las experiencias que permitían trascender, a través de alucinaciones inducidas, la realidad cotidiana, como la experimentación con drogas (pensemos, por ejemplo, en las experiencias de Cocteau, Michaux o Artaud). La presencia simultánea de la perspectiva interior y exterior (vivencia y comentario de la locura) crea una tensión extraordinaria que se mantiene hasta el final de la narración. Esta tensión se debe también a la excelente manipulación de la alternancia entre los planos de la realidad, la memoria, el sueño y la alucinación.

Su amigo, André Pierre de Mandiargues, que describió la belleza de Unica como "diabólica", se refirió a ella como "una alucinada sutil". Al final del libro El hombre jazmín, ella misma se cuestiona si su fascinación por lo extraordinario y por el mundo de la imaginación no será la causa de sus frecuentes recaídas en la psicosis, como si esta fuese la válvula de escape o el refugio frente a la insatisfacción provocada por la grisura del mundo real. En uno de sus cuentos, en una suerte de declaración de solipsismo radical, también se interroga: "¿No son nuestros pensamientos, los que son solo nuestros y no conoce nadie más, mucho más reales que cualquier realidad?". La suya fue, sin duda, una vida entregada al autoconocimiento y a la experimentación de los límites, que ponía a prueba continuamente su frágil estructura psicoemocional, la vida de una acróbata suspendida en la cuerda floja, en equilibrio inestable entre la trasgresión y la psicosis.

1. Bataille, G. El erotismo. Barcelona: Tusquets, 2010.

2. Conrad, K. La esquizofrenia incipiente. Madrid: Fundación Archivos de Neurobiología, 1997.

3. Combalia, V. Amazonas con pincel. Vida y obra de las grandes artistas del siglo XVI al siglo XXI. Barcelona: Destino-Imago Mundi, 2006.

4. Crego, C. La muñeca, el maniquí y el robot en el arte del siglo XX. Perversa y utópica. Madrid: Adaba, 2007.

5. Foster, H. Dioses prostéticos. Madrid: Akal, 2008.

6. Foster, H. Belleza compulsiva. Buenos Aires: Adriana Hidalgo Editora, 2008.

7. Zürn, U. El hombre jazmín. Madrid: Siruela, 2006.

8. Zürn, U. Primavera sombría. Madrid: Siruela, 2005.

9. Zürn, U. El trapecio del destino y otros cuentos. Madrid: Siruela, 2004.

10. Zürn, U. O Homem-Jasmim. Lisboa: Editora & Etc., 2000, pp. 15-19.

Adrián Gramary
(www.adriangramary.com)

 

ETHAN WAITERS. Crazy like us. The globalization of the Western mind. Robinson Publishing, 2011. 336 pp.

El escritor y periodista Ethan Watters presenta en este libro la tesis de que en los últimos 30 años, en línea con el éxito internacional que está teniendo la Psiquiatría DSM y el modelo médico - psicofarmacológico y con los intereses creados de industria y profesionales, los modelos y concepciones estadounidenses han invadido el resto del mundo, colonizando y sustituyendo las concepciones psicopatológicas e incluso culturales de múltiples entornos sociogeográficos. Los simplones modelos estadarizados de los manuales de la APA, acogidos con entusiasmo, están ejerciendo de bulldozers a pesar de que su validez (por supuesto, discutible) se centra exclusivamente en la tradición médica, psicológica, filosófica y asistencial norteamericana, por lo puede dudarse sobre su aplicabilidad a otros entornos. Según el autor, la APA y sus manuales son a la Psiquiatría y a la cultura psicológica y asistencial de otros países lo que McDonald's a su gastronomía, y para ello selecciona cuatro casos y situaciones muy sugestivos: la epidemia de trastornos de la conducta alimentaria en Hong Kong desde mediados de los 90; la intervención (o tal vez) imposición humanitaria del TEPT y su abordaje en Sri Lanka tras el tsunami de 2004; el enfoque que culturalmente recibe en Zanzibar la esquizofrenia en contraste con el propio de los EEUU (y, en paralelo, el curso evolutivo diferente de la enfermedad en países desarrollados o en vías de desarrollo) y la "introducción" del concepto de depresión en Japón desde el inicio del siglo XXI.

En 1994, una adolescente emaciada de 14 años cayó muerta a plena luz del día en una calle de Hong Kong. La prensa local, en su afán por cubrir un suceso tan impactante, encontró en Internet la descripción de un trastorno, la anorexia nerviosa, con la concepción occidental de la importancia de la obsesión por la delgadez. Encontraron un filón, y sus informaciones, tan alarmistas como bienintencionadas, dieron lugar a una explosión de la prevalencia de la anorexia en la ciudad y a campañas de concienciación sobre riesgos (que tal vez lo que consiguieron fue aumentar el número de casos). No es que no hubiera comportamientos de restricción dietética en la cultura china, sino que su contexto clínico y cultural era muy diferente al que conocemos en Occidente, además de que su número era muy inferior al que resultó después de la campaña periodística. Nadie mejor para atestiguarlo que un psiquiatra local, formado en el Reino Unido, el dr. Sing Lee, que acompaña y orienta a Watters en este capítulo y que le explica cómo a su regreso a Asia se encontró con esa forma local de restricción alimentaria, en absoluto vinculada a temor a la obesidad o a un culto a los cánones modernos de belleza femenina, pero que tras la muerte de la adolescente en la calle y la campaña mediática desatada asistió perplejo, años después, a la "occidentalización" de la anorexia en China, acompañada, además, de un espectacular incremento de de su prevalencia.

El segundo capítulo plantea la occidentalización del trauma y de su abordaje en Sri Lanka tras el tsunami de diciembre de 2004. La invasión de ONGs dispuestas a tratar las secuelas psicológicas de la catástrofe tiene un regusto de déjâ vu histórico, y remeda tiempos pasados caracterizados por un celo evangelizador de infieles e ignorantes (en este caso, ignorantes de la verdad psiquiátrica occidental). Los counsellors y psicólogos que desembarcaron en la isla proclamaban la verdad del daño psíquico para los supervivientes según la visión individualista occidental y ofrecían con celo misionero los rituales de curación espiritual, siguiendo el paradigma del trastorno por estrés agudo y el trastorno por estrés postraumático y trastocando concepciones locales que han sido útiles, según apunta Watters, para apuntalar social y psicológicamente a los pobladores de la isla, sometidos al trauma continuado de una prolongada guerra civil evitando un mayor derramamiento de sangre. El entusiasmo de los profesionales desplazados a la isla está en perfecta consonancia con el modelo actual de una especie de debriefing in situ que hace que no haya catástrofe o trauma en nuestro entorno sin que aparezca el correspondiente equipo de psicólogos prestando ayuda a víctimas y allegados. Algo que se ha convertido en automático y reflejo y que hace unos meses dio pie a que se desplazase un equipo de profesionales para reconfortar a 1200 esquiadores que se habían quedado aislados en una estación pirenaica, previendo una situación traumática que los propios afectados desecharon al reclamar que en lugar de psicólogos se les subiera tabaco (1).

Para su capítulo sobre la esquizofrenia en Zanzibar, Watters se apoya en la experiencia transcultural de Juli McGruder, una profesional norteamericana establecida en la isla, que le ayuda a comparar la vivencia local de la enfermedad, teñida de elementos culturales y religiosos que fusionan la creencia en los espíritus y los preceptos del Islam. El resultado es actitud más tolerante y permisiva para con los pacientes que sugiere a Watters la impresión de que la diferente actitud y el grado dispar de exigencia entre los dos entornos socioculturales podría explicar la paradoja de que la esquizofrenia tenga una mejor evolución en países en vías de desarrollo que en los que disfrutan de las economías más punteras.

Mención especial requiere el último capítulo, que recoge la promoción de la depresión en un país como Japón en el que el concepto no se había asentado y en el que las ventas de antidepresivos eran insignificantes en relación con las propias de los EEUU. Watters nos cuenta el metódico plan desarrollado en especial por GSK para promocionar la paroxetina que, partiendo del adagio de que el buen vendedor no vende Coca-Cola, sino que vende sed, comenzó por convencer a los psiquiatras y médicos locales de que la depresión es un fenómeno incontestable y frecuente. Asimismo se apoyó en una cuidada presentación del suicidio como algo psicopatológico y remediable para terminar por conseguir que la idea de la depresión penetrara en la cultura y que de alguna forma llegase a ser vista por la población como una especie de diagnóstico chic.

El autor ha tenido el buen juicio de buscar guías adecuados para su viaje por cada uno de los entornos y choques culturales y psiquiátricos que nos presenta; también es encomiable la bibliografía que ofrece para cada capítulo. Su propuesta es que de la misma manera que el American way of life va colonizando todo el mundo, la American Psychiatry está haciendo lo propio con las formas locales de psicopatología y las visiones que estas tienen de la curación o el manejo de los problemas. Se imponen así modelos y concepciones pasando por alto que el sufrimiento humano que es algo más que un mero fenómeno biológico y sintomático y que se nutre del (y se puede entender mejor en el) contexto cultural. Llevado de su celo reivindicativo de las culturas y modos de enfermar locales Watters llega a plantear el empuje globalizador del DSM puede hacer desaparecer algunas variantes etnopsiquiátricas de enfermedad mental, lo que representaría una pérdida para el ser humano comparable a la de la extinción de especies animales y vegetales para la biosfera. Sin duda la comparación tiene algo de epatante, pero hace pensar. Al fin y al cabo, el sufrimiento humano, de la índole que sea, es un fenómeno complejo, y la visión puramente médico-biológica escotomiza muchos de sus componentes y matices. Los humanos somos seres eminentemente sociales y nuestro ecosistema particular es la cultura. Su influencia tiene en el sufrimiento mental elementos patogenéticos y patoplásticos, por invocar conceptos médicos clásicos, a los que no podemos ser ciegos. La angustia del koro, pongamos por caso, no es un bien cultural a preservar, sino algo a remediar, pero que haya humanos que enferman a la manera del koro informa sobre la cultura local, sus valores y tendencias, sus preocupaciones, su ideología y su religión. La globalización patoplástica y el empuje colonizador de los modelos patogenéticos de la Psiquiatría norteamericana elimina el reconocimiento de estos elementos y, a lo peor, el valor curativo de matices culturales propios del individuo sufriente que no puede reconocer ni mucho menos utilizar la Psiquiatría Occidental.

Watters también nos recuerda que las epidemias de anorexia en Hong Kong o de depresión en Japón tuvieron lugar en momentos de gran turbación social, desencadenados, respectivamente, por la incertidumbre que provocaba la inminente devolución a China de la antigua colonia británica o la crisis económica que sacudió a los nipones desde finales de los 80. La reacción reaccionamos psicológica y psicopatológica, incluso de forma colectiva, que los seres humanos mostramos a los contextos y situaciones sociales es algo que no percibe adecuadamente el modelo psiquiátrico pujante.

Y, por último, a uno le queda una cierta impresión de que los europeos también tendríamos que mirarnos un poco el efecto que sobre nuestra cultura psiquiátrica han tenido el DSM y la hegemonía de las concepciones norteamericanas de la Psiquiatría. Aunque nos encanten las posturas críticas con la APA y los sucesivos DSMs, no es nada raro que nos calemos la boina hasta las orejas -a veces hasta la apófisis xifoides- y como verdaderos catetos emulemos las modas que vienen del otro lado del Atlántico. El resurgimiento del uso de la clozapina tiempo después de que fuera "descubierta" en los EEUU justamente el mismo año en que se retiró de nuestro mercado (2) es un ejemplo tan ilustrativo como lo es la entusiasta recepción a la noticia de la efectividad timorreguladora del valproico tras los ensayos clínicos norteamericanos, olvidando que su profármaco, la valproamida, llevaba un cuarto de siglo utilizándose en Europa en esa indicación (4). Si a esto unimos el éxito de los sucesivos DSMs o la biologización -farmacologización de nuestra Psiquiatría en el más puro estilo norteamericano, la conclusión es que si nos sorprendemos por las historias que cuenta Watters sobre el auge de la depresión en Japón o de la anorexia nerviosa en Hong Kong se debe exclusivamente a que nosotros ya estamos colonizados.

1. López L. "¡Dejaos de psicólogos y subid tabaco!". El Correo, 4/1/13 (Accesible en: http://www.elcorreo.com/vizcaya/v/20130104/pvasco-espana/dejaos-psicologos-subid-tabaco-20130104.html).

2. Kane J, Honigfeld G, Singer J, Meltzer H. Clozapine for the treatment-resistant schizophrenic. A double-blind comparison with chlorpromazine. Arch Gen Psychiatry 1988; 45: 789-96 (Abstract en: http://www.ncbi.nlm.nih.gov/pubmed/3046553)

3. F reeman TW, Clothier JL, Pazza-glia P, Lesem MD, Swann AC. A doubleblind comparison ofvalproate and lithium in the treatment of acute mania. Am J Psychiatry 1992; 149: 108-111 (Abstract en: http://www.ncbi.nlm.nih.gov/pubmed/1728157)

4. Lambert PA, Carraz G, BorselLi S, Carrel S. Action neuropsychotrope d'un nouvel antiépileptique:le Dépamide. Ann Méd Psychol (Paris) 1966; 1: 707-710

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