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Revista de la Asociación Española de Neuropsiquiatría

versión On-line ISSN 2340-2733versión impresa ISSN 0211-5735

Rev. Asoc. Esp. Neuropsiq. vol.40 no.138 Madrid jul./dic. 2020  Epub 15-Feb-2021

https://dx.doi.org/10.4321/s0211-573520200020005 

Artículos

¿Qué es el grupoanálisis?

What is group analysis?

José Miguel Sunyer Martína  , María del Mar Soler Sánchezb  , Luis Granell Ninotc  , Miguel Solano Parésd 

a)Doctor en Psicología, especialidad Clínica. Barcelona.

b)Psiquiatra, psicoterapeuta y grupoanalista (FEAP). Coordinadora del Hospital de Día de Adultos del Instituto Psiquiátrico José Germain, Leganés, Madrid.

c)Psicólogo clínico, psicoterapeuta y grupoanalista (FEAP). Centro de Salud Mental Salamanca, Hospital Universitario de la Princesa, Madrid.

d)Psiquiatra, psicoterapeuta grupal (FEAP) y grupoanalista (IGA). Adjunto al Hospital de día de Vallecas, Hospital Universitario Infanta Leonor.

Resumen:

En este trabajo exponemos las características de lo que para nosotros es el grupoanálisis, diferenciándolo de otras formas de psicoterapia de grupo. Es el resultado de nuestros años de experiencia y aprendizaje. Explicamos también los criterios formativos emanados de la European Group Analytic Training Institutions Network (EGATIN), que son los que se siguen en los cursos formativos de los que formamos parte.

Palabras clave: grupoanálisis; conceptos; psicoterapia de grupo; formación

Abstract:

In this paper we expose the characteristics of what group analysis is for us, differentiating it from other forms of group psychotherapy. This is derived from our clinical experience and training process. We also explain the training criteria decided by the European Group Analytic Training Institutions Network (EGATIN), which are the ones we follow in the training courses we lead.

Key Words: group analysis; concepts; group psychotherapy; training

Introducción

A uno de nosotros le dio por mirar qué trabajos se habían publicado en esta Revista desde sus inicios –pura curiosidad–, y le agradó contabilizar hasta una treintena que se centraban en el uso del grupo como instrumento terapéutico. El primero de los trabajos publicados es un interesantísimo texto de Crespo (1). Tras él aparecen muchos otros. En unos se trabaja desde la orientación cognitivo conductual; en otros, con un modelo más psicoanalítico. En el trabajo citado aparece una alusión a la orientación grupoanalítica; pero el concepto grupoanalítico como tal aparece por primera vez en un trabajo de un compañero, Óscar Martínez (2). No supo ver otro. Por esta razón consideramos que podría ser interesante publicar un texto sobre qué es el grupoanálisis desde nuestra perspectiva. Creemos que puede interesar a más de uno1.

Antecedentes

Toda evolución conceptual requiere tiempo. Es un proceso que con frecuencia se inicia por las circunstancias que nos rodean y se desarrolla lentamente con avances y retrocesos al ritmo de la vida de cada uno. Es un camino tortuoso, salpicado de momentos de incertidumbre y muy vinculado a los vaivenes de quienes tenemos a nuestro alrededor. Los grupos de pertenencia juegan un papel importante en estos desarrollos porque sus integrantes condicionan y modulan nuestra forma de pensar. Es la factura inevitable de ser homines aperti (3) y de estar vinculados, entrelazados y adheridos a los demás por profundos lazos de interdependencia.

Cuando se introduce una forma diferente o una técnica distinta de intervención psicológica, como puede ser la grupoanalítica, quienes la conocen, y más quienes la quieren desarrollar, deben hacer una intensa labor para separar el grano del polvo y la paja. En muchas ocasiones el cedazo que se utiliza viene muy condicionado por su uso anterior, lo que restringe el material seleccionado. No es fácil elegir un instrumento de criba que permita discriminar aquellos conceptos nuevos y con potencial diferenciador de los de antaño; como tampoco abandonar las viejas ideas, porque han formado parte del desarrollo personal. En este trabajo resumimos nuestro esfuerzo por delimitar lo que para nosotros es el grupoanálisis aceptando que se nos vea algo rotundos; pero creemos que en los momentos en los que el pensamiento social es fluido (4), y hasta gaseoso, es importante ese esfuerzo clarificador.

Tres formas de valorar lo grupal

De todas las psicoterapias, las de grupo forman un subconjunto muy socorrido. Sus orígenes no científicos se remontan a la época helénica (5). Y el uso de los grupos era conocido en las primeras instalaciones "psiquiátricas" desarrolladas en el mundo árabe y en España2.

Una cuestión clave es la consideración que se tiene de eso que llamamos "grupo". En muchos casos es un coadyuvante del tratamiento –esto es, un componente que contribuye o ayuda a que la psicoterapia se realice o tenga lugar (6)–; en otros es considerado como coagente terapéutico –esto es, que tiene capacidad terapéutica junto a la del profesional–; y en otros es el propio agente terapéutico.

Jacob Levy Moreno (7) llamó "psicoterapia de grupo" al trabajo que desarrollaba con niños y prostitutas (1910-1914), ayudándolos a liberar sus tensiones y problemas mediante charlas, juegos escénicos y situaciones que facilitaban la catarsis. Al llegar a América en 1925 dijo no encontrar ningún desarrollo grupal. No lo enlazó para nada con los desarrollos de S. Freud, cosa que sí hizo S. Slavson (8), quien la desarrolló también en América y con el mismo nombre. La paternidad de la técnica es doble; siendo divergentes sus objetivos y procedimientos. Y mientras el primero buscaba un tipo de liberación y catarsis mediante la acción, el segundo aplicaba la teoría psicoanalítica a los grupos de niños y adultos con los que trabajaba. Para estos dos autores, el grupo es un terapeuta auxiliar a la labor del profesional, ergo, un coagente del tratamiento.

En paralelo a estos desarrollos, había profesionales que aplicaban las conceptualizaciones psicoanalíticas agrupando a los pacientes para desarrollar algo muy similar a lo que podrían hacer de forma individual. Posiblemente el ejemplo más relevante sea el de Wolf y Schwartz (9), que las definieron claramente como psicoanálisis en grupo. Desde otra perspectiva, H. Ezriel (10) desarrolló su particular método de psicoanálisis del grupo centrándose en el papel que cada miembro ejercía sobre la dinámica del resto, de la misma forma que hizo W. Bion (11) y más tarde D. Anzieu (12) y R. Kaës (13). Como vemos, ya en la primera mitad del siglo XX se estaba desarrollando la psicoterapia de grupo en nuestra cultura occidental. Todos estos autores centraban la labor psicoterapéutica en sus aportaciones al grupo o a quienes lo constituían, por lo que los incluiríamos entre aquellos para los que el grupo es un coadyuvante del tratamiento.

La perspectiva del grupo como agente de tratamiento no aparece hasta la llegada del grupoanálisis. Este planteamiento es una forma de psicoterapia grupal cuya paternidad también es bicéfala. T. Burrow (14) –a la sazón el primer psicoanalista americano tras su entrenamiento de la mano de Jung– desarrolló lo que denominó "grupoanálisis" a partir del reto que le hizo un paciente, Clarence Shields. El desafío fue subrayarle que sus interpretaciones provenían y estaban condicionadas por la posición de poder que el analista ocupaba respecto a él. Se inició así un intercambio de posiciones que confirmaron tal hipótesis. Este método de análisis mutuo se fue ampliando a varias personas, y se bautizó como grupoanálisis en 1920 (15). Se trataba de un análisis recíproco que en este caso se adelantaba a los posicionamientos relacionales de forma muy radical. Posteriormente, dado que muchos profesionales utilizaban este término para referirse a la psicoterapia de grupo, introdujo el término "filoanálisis"3 como sinónimo para subrayar así el carácter hereditario de nuestros comportamientos al trasladarse buena parte de las pautas relacionales de generación en generación (16).

S.H. Foulkes (17), un psicoanalista alemán4 huido del terror nazi, conoció sus trabajos e interpretó el cambio de grupoanálisis a filoanálisis como abandono del primer término –lo que fue criticado por Burrow–. Así que en 1940 lo adoptó para desarrollar una forma de psicoterapia de grupo en la que sus miembros, entre los que se encuentra el conductor del grupo, desarrollan una conversación lo más similar posible a la técnica de la asociación libre del psicoanálisis. Un método de trabajo suficientemente diferente a las propuestas de Slavson –psicoterapia analítica en grupo–, de las de Wolf y Schwartz –psicoanálisis en grupo– o de la técnica de W. Bion –psicoanálisis del grupo–; e incluso de la del mismo Burrow. Desde esta perspectiva, ubicaría el grupoanálisis entre quienes lo ven como agente terapéutico.

¿QUÉ ES EL GRUPOANÁLISIS?

Foulkes (18) propuso una psicoterapia de grupo desarrollada por el propio grupo, incluido su conductor. En realidad, es una fórmula semejante a la de Burrow, en donde se plantea una situación de relativa horizontalidad, y paralela al psicoanálisis. En ella, se le pide al paciente que hable espontáneamente de lo que le venga a la mente, sin poner cortapisas a nada de lo que vaya diciendo. La hipótesis es que en el discurso verbal aparecen las pistas que hablan de los nudos problemáticos de nuestra vida psíquica.

Para Foulkes, el primer objetivo es que quienes constituyen el grupo hablen entre sí de lo que quieran, sin guion previo, sin tema. Sin una conducción específica de quien los convocó, evitando los tópicos establecidos, los programas y las discusiones sistemáticas (19). En ello vemos tres consideraciones clave:

  1. Todo lo que decimos viene empapado de elementos personales proyectados;

  2. Las respuestas en la conversación provienen de lo que nos provoca o activa aquello que escuchamos –identificaciones, proyecciones, negaciones, etc. –;

  3. Las avenencias o disparidades activan sentimientos –identificaciones proyectivas, introyectivas, negaciones, disociaciones, etc.– entre sus miembros, que se convierten también en material de trabajo y análisis.

Visto así, lo que ahí se hace es muy similar a lo que sucede en una sesión de análisis individual. Ahí el paciente habla de lo que le viene a la mente en aquel momento, y todo ese material que fluye es el que será utilizado por el profesional para su análisis.

Cierto que ahí nos topamos con un primer problema: ¿cuál es la posición desde la que el profesional habla y escucha? Tradicionalmente, el psicoanalista –y muchos conductores de grupo– se coloca en una posición distante fuera del alcance de la visión del paciente, habla cuando considera que debe hacerlo y no mantiene relación alguna con el paciente. Y aunque esta literalidad es imposible de trasladar al grupo, no lo es la distancia que ocupa respecto a los pacientes, de los que, en muchas ocasiones, no se preocupa ni de saber su nombre. Su silencio, impenetrabilidad y distancia le mantienen en un lugar con la muy entendible y deseable idea de mantenerse ecuánimes, objetivos, etc. Eso no deja de ser una posición de poder respecto al paciente.

Con Ferenzci (20) –y otros con él– apareció una alternativa. Dado que se está atrapado en un nudo de transferencias y contratransferencias, ¿por qué no incluir esta información en el propio proceso analítico? Así comienza a establecerse una cierta horizontalidad en la relación. Algo de esto fue lo que incorporó Balint (21) en sus grupos. En la situación grupal este tema es bastante más complejo, ya que, por mucho que el psicoterapeuta se ponga como mosca en la pared, no puede dejar de estar involucrado en una compleja red de transferencias y de las reacciones que provocan. Por esto preferimos hablar de situación transferencial (18).

Otra pregunta nos viene a la mente: si es una psicoterapia, ¿cómo la van a realizar los miembros del grupo sin ser profesionales? ¿Qué método aplican? Contestarla no es fácil porque puede cuestionar el rol del profesional.

La palabra "psicoterapia"5 –introducida por J.C. Reil en 1803 (23)– alude a la ayuda que una persona ejerce sobre los aspectos psíquicos de la otra. Y aunque tendemos a circunscribirla a cuando alguien presenta sintomatología psiquiátrica, no haría falta llegar a estos extremos. Así, consideraremos psicoterapia a cualquier método que ayude a que las personas que presentan dificultades psicológicas recuperen el mayor equilibrio posible basándonos en que existe un aparato psíquico. Entonces, la psicoterapia grupoanalítica es un procedimiento de trabajo grupal que busca contribuir a recuperar el equilibrio de quienes presentan una inestabilidad emocional. El método no lo aplican los convocados, sino el convocante, que es su conductor; siendo su deseo convertir al grupo en el verdadero agente terapéutico. ¿Cómo?

Su objetivo es trabajar sobre la comunicación que se establece entre quienes constituyen el grupo partiendo de la premisa de que los síntomas que presentan son modos de comunicación patogénica. Convertirla en normogénica se traducirá en la mejora de las relaciones con los demás sin precisar usarlos como formas de comunicación incomunicada. Para ello, los miembros del grupo buscan aclarar lo más posible esas comunicaciones que, al no ser claras y diáfanas o estar atrapadas por temores, recelos, mensajes ambivalentes, resultan dañinas. Así, son los miembros del grupo quienes tratan de aclararse lo más posible sobre lo que dicen, callan, amagan o distorsionan en sus relaciones entre sí. El conductor está para fomentar esa actitud, introduciendo puntos de vista que los ayude a ampliar el conocimiento de lo que les sucede. Así, el grupo se constituye en el espacio mental (24) en el que esas personas que sufren hablan libremente no solo de lo que les pasa, sino de lo que les sucede en la interacción centrada en el aquí y ahora entre los miembros de ese grupo. De esta suerte se elaboran las dificultades de cada uno.

Nuestra comprensión del grupoanálisis

Foulkes –y otros, entre los que nos encontramos– consideró que la mayoría de los trastornos psíquicos son la expresión y consecuencia de una serie de problemas más o menos graves de comunicación entre los miembros de su grupo familiar. Y en otros grupos. Estos fallos, que se traducen en cómo se han establecido o establecen los vínculos entre sus integrantes, emergen a través de sus síntomas, que son comunicaciones (25). Por lo que, si los integrantes de un grupo –conductor incluido– trabajan por establecer unas formas de hablar lo más honradas y fluidamente posibles de cualquier tema que les incumba en tanto miembros de este grupo, esos esfuerzos por comunicarse contribuirán al restablecimiento del equilibrio perdido. El esfuerzo se dirigirá no solo a lo que se dice (o calla), sino a cómo, cuándo, para qué y por qué se comunica lo que se expresa. Este ejercicio de aclarar lo que se pone en común, ver los paralelismos entre lo que sucede en el grupo y lo que se da en otros contextos, ya es por sí mismo buena parte del ejercicio psicoterapéutico.

Ahora bien, esta propuesta debió de despertar las resistencias del entorno al que pertenecía Foulkes: desarrollar una metodología de trabajo planteada por un inmigrante alemán que deseaba asimilarse al lugar debió de concitar temores y reacciones. Por un lado, entre quienes debatían, en el seno de la Escuela Británica de Psicoanálisis de Londres, su cercanía a A. Freud, M. Klein o a la tradición independiente. Por otro, su amistad con N. Elias –cofundador del Instituto de Grupoanálisis– desde que se conocieron en Fráncfort. Esa lucha interna de "lealtades invisibles" (26) explicaría la gran ambigüedad en los escritos de Foulkes, detectada y desenmarañada por Dalal (27): una metodología cercana a una psicoterapia de grupo de orientación psicoanalítica dirigida a sus integrantes que choca con ideas, frases, propuestas y conceptos que proceden directamente de la influencia eliasiana, con un contenido bastante rupturista con la línea anterior. De ahí proceden conceptos como el de matriz, punto nodal, comunicación e interdependencias.

Tal ambigüedad genera diversos tipos de reacciones y afiliaciones. A quienes disponen de una buena base psicoanalítica les resulta un planteamiento pobre (28). Seguramente, porque se busca una afiliación a los principios psicoanalíticos que no siempre se detectan. Cuando leemos a Anzieu o a Kaës, por ejemplo, la gran diferencia con Foulkes estriba en que se basan claramente en un psicoanálisis del grupo utilizando los conceptos psicoanalíticos adaptándolos a la situación grupal. Se dirigen claramente a las producciones del inconsciente colectivo y a las alianzas inconscientes que nutren o sostienen nuestras estructuras sociales. Kaës desarrolla el concepto de "aparato psíquico grupal", en tanto que Anzieu se fija en los significados inconscientes que se generan en las metáforas grupales.

Algo parejo sucede cuando estudiamos a Bion (29, 30) con cierta profundidad. En efecto, este psicoanalista inglés se fijó en las dinámicas que se dan entre el subgrupo de pacientes y él: lo que le piden, cómo reaccionan, quién protesta y quién no; y su conceptualización de los supuestos básicos, más allá de ser sencilla, clara y diáfana, aporta un instrumento que permite entender una parte de las dinámicas que se cuecen en el grupo.

Para aquellos otros que militan menos en el terreno psicoanalítico, no deja de ser una forma de psicoterapia de grupo en la que la libre asociación, la activación de elementos catárticos, el apoyo, la interpretación de los aspectos individuales que paralizan o detienen el desarrollo individual, un cierto análisis de los elementos transferenciales, etc. son buenos recursos técnicos para el alivio y mejora del paciente. De hecho, buena parte de esos recursos ya venían señalados por Slavson. Muchos incorporan ideas que provienen de C. Rogers (31, 32) o de Jung (33, 34). A otros muchos no les resulta extraño considerar los factores terapéuticos popularizados por Yalom (35, 36) como una guía útil para su trabajo como conductores.

¿Qué nos sucede a quienes nos acercamos desde una posición más radical teniendo una base psicoanalítica importante y habiendo bebido de otras fuentes complementarias?

La visión del individuo como homines aperti nos lleva a dibujar una visión del grupo como una sucesión de diversas configuraciones dinámicas de personas en base a sus posicionamientos en cada tema de discusión y diálogo. Los juegos de alianzas van dirigidos muchas veces a mantener un determinado statu quo, organizando unas defensas que paralizan su vida. En este sentido cobran fuerza tanto las alianzas inconscientes (37) como las lealtades invisibles. Por las primeras entendemos esos lazos que vienen determinados por las propias estructuras sociales –figuraciones, diría Elias– como son la idea de familia, matrimonio, pareja, amistad, sociedad, etc.; en tanto que las segundas apuntan a los vínculos que se establecen de forma tácita entre los miembros de una familia, de un grupo o corporación, por lo que hay una serie de normas no escritas a las que uno debe lealtad.

También incorporamos aspectos significativos de la teoría del apego (38, 39) como elemento explicativo de muchas de las dificultades que se observan entre quienes formamos el grupo para establecer relaciones estables y de seguridad en él, y ayudan a que reconsideremos los estilos de apego familiares; así como la presencia de traumas infantiles que condicionan ese vínculo con las personas significativas. Más aún, consideramos en qué medida las experiencias de apego del propio conductor determinan buena parte de la vida del grupo. Los vínculos que se establecen en el grupo están muy condicionados por las experiencias de apego de sus miembros.

Sabemos de la importancia de trabajar con las configuraciones que se dan en el grupo, ya que, en determinados momentos, cobra valor la atención a lo que dice, hace o calla un individuo en el contexto grupal, y lo que el grupo expresa en esa relación de figura-fondo destacada por K. Lewin (40) en su momento. Porque eso que dice alguien no le pertenece solo a él, sino que viene posibilitado por algo que se transmite desde el resto del grupo. Es muy importante y significativa la articulación entre lo que una persona expresa en relación con sus grupos de pertenencia y personas de apego significativas –figura–, lo que recogen, activan o callan el resto de las personas del grupo y lo que proviene del contexto (institucional, social) en el que este grupo está trabajando –fondo–.

Por otro lado, la base de todas las actuaciones de quienes formamos el grupo guarda mucha relación con las fuerzas de poder (41, 42) que se generan en él, alineándose cada uno con los demás buscando que se acerquen a su posición, o de no verse comprometidos si adoptan otra postura. Frecuentemente, las resistencias al cambio suponen modificaciones en la identidad de cada uno. Nuevas formas de relacionarse o de estar entre los demás, innovar formas de relación con los compañeros del grupo, asumir errores o confrontar ideas no dejan de ser momentos en los que la identidad –esa vivencia de seguir siendo uno mismo– se ve comprometida o amenazada. Y en ocasiones se prefiere mantener determinadas formas de relación, aun a costa de seguir con determinados síntomas, que introducir cambios que nos ubiquen de forma diferente ante los demás.

El conductor también se ve afectado por la vida grupal. No siempre sabemos encajar los envites de los miembros del grupo cuando detectan en nosotros resistencias al cambio que nacen de nuestras propias dificultades. De ahí la ventaja de mantenerse como "mosca en la pared". Sin embargo, la experiencia de bajar a la arena común y de aceptar meteduras de pata, errores de comunicación o actitudes hieráticas es una fantástica oportunidad personal y grupal. La primera, por deshacernos de nuestra posición, permitiéndonos estar a la altura de los miembros del grupo. La segunda, porque nada hay más tranquilizador para un paciente que descubrir que el profesional es alguien como él. Y cuando esta figura de autoridad también reconoce sus errores, malentendidos, etc., introduce en los miembros del grupo la posibilidad de modificar sus propias figuras internas de autoridad respecto a los demás.

Cobran fuerza las estructuras especulares que se organizan como consecuencia de esas mismas identificaciones y proyecciones sobre el grupo. Dos fenómenos se dan frecuentemente. Por un lado, la contaminación del objeto de estudio: indica cómo las pautas relacionales que se organizan en torno a una determinada patología se transfieren al grupo generando esos mismos patrones de comunicación en él (43). Por otro lado, los fenómenos especulares. Estos conllevan la proyección sucesiva de los elementos no integrados por los pacientes en el personal asistencial, que, a su vez, traspasa tales elementos a su nivel superior de responsabilidad, iniciándose de esta forma un proceso de proyección continuada siempre al nivel superior de contención. Cuando uno de esos niveles no es capaz de digerir las situaciones proyectadas sobre él, inicia un proceso de devolución que acaba sobre el nivel más básico: los pacientes (44, 45)

No es difícil constatar que lo que le sucede a cada persona no es ajeno a lo que pasa en sus grupos, sus familias y en la propia sociedad. Esta no solo reproduce las particularidades de los grupos familiares y de sus individuos, sino que las mantiene y genera. De esta forma, el análisis de un aspecto social también se correspondería con el de una faceta individual y viceversa.

La complejidad y riqueza del grupoanálisis proviene de la ausencia de una fuente única y de la suma o complementariedad de aportes derivados de muchos profesionales. Ello parece demandar una clarificación que permita a cada quien saber dónde se ubica en este mercadillo de ofertas variadas y con múltiples derivadas.

Los cuatro planos de trabajo grupal

Siguiendo a Foulkes (19), cuatro son los planos que se trabajan en el grupo desde sus principios psicoanalíticos:

  1. El de la conversación normal. No hay un tema a hablar; aunque de algo hay que hablar. De lo que surja espontáneamente o a partir de un comentario banal del conductor. Tal juego asociativo libre activa encadenamientos de imágenes, pensamientos, recuerdos que se van intercalando sin guion previo, y recalan en las zonas problemáticas de cada cual. Tales cadenas asociativas son similares a las individuales: saltan de nudo en nudo hasta un punto en el que anclan en puntos que tienen que ver con la vida de cada uno y la del grupo. En el trasfondo de la propuesta está la convicción de que detrás de todo emerge el elemento proyectivo. No dejamos de proyectar nuestra propia subjetividad. La charla informal es la pantalla de las proyecciones individuales y colectivas. Ahora bien, cuando trabajamos con pacientes con serios trastornos mentales, tal conversación "libre" es un tanto relativa y requiere de la colaboración activa del conductor.

  2. El transferencial. En las relaciones interpersonales todos activamos de forma involuntaria aspectos en el otro que tienen que ver con experiencias relacionales previas; sea con figuras de apego u otras. Algo percibimos que activa recuerdos grabados en la memoria y provoca un resurgir de vivencias de relaciones pasadas con otras personas y grupos. Tal actualización intoxica la relación actual haciéndose difícil separar la experiencia real de la que se superpone. En un grupo, esto se da en diversos planos: lo que cada cual activa en el otro, lo que una constelación de varios activa en uno, lo que supone la figura del conductor, etc. Al tomar cuerpo en el aquí y ahora de la sesión, tenemos la oportunidad de entender qué aspectos están interfiriendo y separarlos de la experiencia concreta.

  3. El terreno de las relaciones objetales. Un grupo es un espacio de elaboración de los procesos de integración y diferenciación de las relaciones de cada uno con su mundo (24). Solo que esta actividad no se realiza únicamente en el plano individual. Los demás miembros del grupo actúan como colaboradores necesarios para poder entender mejor la complejidad de las interacciones con uno mismo y con los demás. Cada tema, cada elemento inserto en la discusión, tiene la oportunidad de ser reelaborado y reintegrado de forma diferente por cada uno. El grupo es una buena cocina para trabajar emociones como la envidia, la rivalidad, los celos, la rabia, etc. –que forman parte de los elementos antigrupales– asociadas a las relaciones interpersonales; tanto en el aquí y ahora como en el allí y entonces.

  4. El nivel trascendental. Ahí se engloban aspectos que tienen que ver con el inconsciente colectivo (33). En efecto, de la misma forma que aceptamos la existencia de aspectos personales a los que nuestra consciencia no tiene fácil acceso también hay otros muchos que son colectivos: los denominados arquetipos, figuras o imágenes como el de la madre, el padre, el niño, la vida… que, desde esa perspectiva, inundan el lenguaje, el pensamiento y, por ende, nuestras formas de ser y de relacionarnos.

Dieciséis conceptos generales básicos

Más allá de los que hemos ido describiendo en párrafos anteriores, sí quisiéramos resaltar algunos en particular. El primero es la idea de punto nodal. Siendo estructuras individuales dinámicas abiertas a los demás (homines aperti), no podemos dejar de estar en una red de comunicaciones conscientes e inconscientes con ellos. Asemejándose a la red neuronal, cada uno estamos ubicados en una malla dinámica de relaciones interpersonales recibiendo y emitiendo constantemente información, siendo modificados a través de todo lo que nos llega y remitimos. Desde esta perspectiva, en un grupo, todo lo que cada uno piensa, percibe, siente, comunica y calla interfiere en su dinámica. Lo ideal sería poderlo transmitir; pero pronto constatamos que ponemos freno a la libre expresión. Las dificultades para ello provienen de uno mismo y de los demás –que pueden no estar por la labor de escucharlo–.

Un segundo concepto es el de matriz. En su doble significado: lo que contiene y lo que modela. Las relaciones que establecen los miembros del grupo definen muchos aspectos de la vida en común. Tejen una red de significados compartidos a partir de las experiencias personales y las que se van teniendo en el grupo. Eso nos modela. Dichos significados pertenecen al grupo y dan sentido a lo que ahí sucede. Las tramas y entrelazamientos con la urdimbre de acuerdos y desacuerdos, afectos, proyectos… desarrollan la matriz que contiene a sus miembros y les posibilita un redesarrollo más sano; lo que nos sostiene.

El conductor sería otro más. No es quien guía, sino el administrador que estimula, marca ritmos, da entrada a uno y a otro para que el conjunto de lo que se cueza labore en pro del desarrollo de sus integrantes; fomenta el trabajo del grupo en el proceso de entender a los demás. No es el interpretador exclusivo de lo que sucede, ya que la tarea es encontrar entre todos el sentido de lo que sucede, articular el pasado con el presente, lo que ocurre fuera del grupo con lo que ocurre en él. Su tarea conlleva cinco funciones básicas: la función convocante (incluye todo el proceso que se inicia con el proyecto grupal y concluye con la selección de pacientes); la higiénica (que guarda relación con las normas de funcionamiento del grupo); la vinculante (por la que sus esfuerzos buscan el establecimiento de vínculos de apego entre los integrantes del grupo); la verbalizadora (que implica la necesidad de poner palabras a lo que sucede en un grupo, buscarle sentido); y la conceptualizante (mediante la que el conductor debe seguir profundizando y estudiando sobre su propia práctica asistencial y divulgarlo).

La línea témporo-espacial. Es interesante constatar el contexto temporal y espacial de las cosas de las que se habla. Pensemos en el siguiente cuadro:

Ahora Entonces
Aquí 1 2
Allí 3 4

Lo que se espera es que las conversaciones entre los miembros del grupo se ubiquen en el aquí y ahora de la sesión; sin embargo, se constata que normalmente se ubican en las otras tres cuadrículas. En realidad, el proceso habitual es situarse en la casilla 4, y de forma progresiva se van ocupando las otras. Incluso en una misma sesión se da ese proceso. Eso es muy útil, ya que permite que nos demos cuenta de cómo cuesta ubicarse en el presente –esto es, en la relación entre los miembros del grupo– y encontrar la forma de que esas conversaciones ubicadas lejos de la sesión se vayan aproximando a la situación del presente.

La idea de mutualidad define la filosofía básica de todas las relaciones que se dan en el grupo. El término proviene del psicoanálisis relacional, siendo una de sus ideas centrales (46), y alude a una actitud compartida entre quienes constituimos el grupo a través de la que creamos significados comunes, negociamos nuestros deseos y necesidades, compartimos nuestros temores y esperanzas. Así, contribuimos al desarrollo del proceso grupal constriñéndonos a través de él y estableciendo dinámicas y equilibrios de poder entre nosotros. La idea es pareja a la de montar en un tándem en el que todos coparticipan en el proceso, no tanto del grupo sino en el desarrollo de sus componentes (47). Todos estamos implicados en el proceso terapéutico de los demás, no siendo una responsabilidad individual, sino colectiva.

Otro aspecto tiene que ver con las situaciones transferenciales. La memoria de nuestras experiencias relacionales nos lleva a repetir conductas, formas de reaccionar y hasta de interpretar ancladas en el allí y entonces de nuestro desarrollo. Estas se activan ante un compañero del grupo o frente a diversas configuraciones que se crean en torno a un tema o una actitud. Así, el grupo trabaja para salir del atrapamiento a vivencias, comportamientos e interpretaciones del pasado y empuja a nuevas formas de relación e interpretación del aquí y ahora más acordes con la experiencia actual.

Antigrupo

Término introducido por Nitsun (48) que describe bien algunas de nuestras experiencias ante grupos difíciles. Y lo son por las características de sus componentes, quienes, a través de sus movimientos regresivos, la ansiedad ante los temores de sobrevivir a la experiencia grupal, los fallos comunicativos, los procesos de identificación proyectiva, la envidia, la variedad de problemas personales, sentimientos de odio, tendencias a la agresión… buscan, inconscientemente, deteriorar el trabajo. Muchas de estas dinámicas buscan la destrucción de las relaciones saludables y creativas de sus miembros. La cuestión es cómo reconvertir los elementos destructivos en un potencial creativo para el grupo y sus integrantes. En este sentido, es interesante rescatar lo que J. S. Gans (49) señala como tópicos difíciles de abordar: la vergüenza, la economía, la rabia, el silencio, la hostilidad.

Otro concepto hace referencia a los procesos especulares. El grupo entendido como una sala de espejos alude precisamente a esa situación en la que, proyección e identificación mediante, el otro refleja aspectos aceptados o rechazados de uno mismo. Las relaciones que se dan en el grupo combinan aquellas facetas que podríamos llamar "reales" con aquellas otras que provienen de los fenómenos proyectivos. El trabajo de desenredar unos de otros nos acerca a una relación más centrada en lo real con los demás.

Interdependencias vinculantes

Somos seres interdependientes. Algunos de estos lazos nos atrapan a personas significativas –son vinculantes–, de forma que nos impiden desarrollar muchas de nuestras capacidades a causa de esos vínculos. Dentro del grupo también se establecen de forma que sus miembros pueden trabajar qué les atrapa de la relación con el otro y con qué está relacionado este atrapamiento.

Mecanismos de defensa

Todos los mecanismos de defensa explicitados por S. Freud y A. Freud (50) son también mecanismos de comunicación (51). Es decir, al emplearlos, informamos del incremento de tensión que supone hacernos cargo de una idea, pensamiento o emoción. Viéndolos desde este ángulo, podemos replantear las ansiedades que se activan ante algo, trabajarlas para encontrar la forma para que el Yo pueda hacerse cargo de aquella situación y desarrolle nuevas capacidades adaptativas, amortiguando temores, organizando sus deseos, deshaciendo ambigüedades y analizando las lealtades y alianzas en juego.

Resistencias

Todos queremos cambiar, pero sin lo que ello conlleva, que, a la postre, es un cambio en la identidad de la persona (52). Adecuar nuevas formas de relacionarnos, de reaccionar, de tolerar lo que sentimos, de adecuarnos a la realidad en la que estamos, conlleva un esfuerzo: el de reajustar las interdependencias con los demás. Eso es mucho y, ante ello, nos resistimos.

Patrón grupoanalítico

Término introducido por Cortesao (53) en alusión a las características relacionales y vinculares que provienen del conductor del grupo. Este, al ser parte integrante pero significada del grupo, introduce sus estilos personales, que contribuyen a que la atmósfera de sus grupos dispongan de elementos comunes detectables. Conocer el estilo particular supone disponer de un mayor conocimiento sobre las zonas ciegas que se amagan bajo el estilo personal.

Poder

No es un concepto muy en boga dada su difícil integración, cuando en realidad es esencial en la naturaleza de todo ser vivo y, muy en concreto, en la de los humanos. Introducido por Dalal a partir de las aportaciones de Elias, nos permite entender algunas de las dinámicas interpersonales que se dan en cualquier situación relacional. El hecho de reconocer que deseamos presionar y modelar nuestro entorno buscando nuestro propio desarrollo personal, individual, nos permite entender cuánta legitimidad hay en ello y renegociarlo. Castells (42) lo define como "la capacidad para modelar la mente del otro". Las componendas que realizamos para socializarnos no dejan de ser medidas para controlar o mesurar la presión que todos ejercemos sobre los demás en pro de determinados objetivos no siempre manifiestos. Nuestra capacidad para modelar la forma de comportarse, de actuar, de pensar del otro, es una característica relacional. Y eso es poder. Que en sí no es un atributo, sino una propiedad de toda relación interpersonal.

Entrenamiento del Yo

El objetivo de los espacios grupoanalíticos es incrementar los niveles de comunicación entre quienes forman un grupo. Para ello, el Yo debe aprender sistemas de conexión con los otros que, sin perjudicar el progreso personal, no lesionen el de los demás. Así, debemos fortalecer nuestros recursos yoicos para que el desarrollo personal sea armónico con el grupo o grupos de pertenencia. A mayor gravedad psicopatológica, más carencia de recursos yoicos para hacer frente a las dificultades. Ahí los profesionales deben ayudar al establecimiento de esos recursos.

La idea de sostén y apoyo proviene de Winnicott (54). Es esa capacidad de los componentes del grupo para sostener los desarrollos y el acompañamiento de cada miembro en sus momentos complicados o difíciles. Su presencia asegura la función de apego que no siempre ha estado suficientemente presente en sus desarrollos. El grupo como "madre suficientemente buena" entraría dentro de esta idea y la capacidad de todos quienes constituimos el grupo para establecer un apego seguro es básica.

Factores terapéuticos y psicoterapéuticos

Entre los primeros, según Yalom (55), señalaríamos varios: la implicación, unidad y cohesión en él; el estímulo de capacidades personales y ayuda; la proximidad con el otro; los elementos "liberadores"; la importancia de abordar los aspectos agresivos y/o sexuales, así como el abordaje de los problemas familiares; igualmente, la valoración propia y la del otro; y el valor que tiene la actitud activa del conductor. Entre los segundos (los psicoterapéuticos), encontramos la capacidad introspectiva y elaboradora, la narrativa histórico-biográfica, la búsqueda del significado de nuestras acciones y elinsight.

Tras esta relación, una pregunta es saber cómo se llega al conocimiento de todo esto y su aplicación práctica. Lo que nos remite a la formación de estos profesionales, preocupación en la que participamos muchos. Porque no se puede enseñar a nadar si uno no sabe. Es importantísimo incrementar los niveles de conocimiento personal, saber lo que conlleva abandonar determinados estilos que, sin llegar a ser patogénicos, pueden no ser muy normogénicos. No es tanto una formación intelectual, sino personal, afectiva. Y esta es mucho más necesaria cuanto más seria es la patología con la que trabajamos.

La formación en grupoanálisis

Creemos no faltar a la verdad si señalamos al doctor Guimón (56, 57) como uno de los impulsores de la formación grupal. No solo por su interés en este tipo de cursos, sino porque siempre se interesó por la formación de los profesionales de la salud, en general, y de los psiquiatras y psicólogos, en particular. Sus numerosas publicaciones, su interés en la creación de un marco regulador6, el desarrollo de la Fundación OMIE y la creación de la Asociación de Psicoterapia Analítica Grupal (APAG) hablan de su influencia.

La formación en grupoanálisis se engarza con el movimiento activado por muchos que habían recibido formación grupoanalítica en Inglaterra buscando crear algo más autónomo del Instituto de Londres a finales de los 70 (58).

El primer debate público acerca de una red europea de formación tuvo lugar en Zagreb en 1984 durante una reunión de colegas europeos interesados en la formación grupoanalítica. Esta iniciativa respondía a la propuesta de Yannis K. Tsegos, que era entonces uno de los miembros del Grupo de Trabajo Europeo (European Working Party, EWP) de la Sociedad de Grupoanálisis.

Tras varios años de intenso debate entre los miembros de este grupo se concreta en

la sesión inaugural de EGATIN el 16 de octubre de 1988 en Heidelberg. Era el resultado final de unos dos años de planificación del Interim Working Group (IWG) y, a su vez, el resultado de varios años de duro trabajo en varios centros, en particular en Atenas y Heidelberg7.

La Fundación OMIE forma parte de esa red a través de su Instituto de Grupoanálisis. Como consecuencia de todos estos esfuerzos, se llega a un acuerdo formativo común cuya estructura no es disímil a la de otras organizaciones mundiales y es coincidente con las exigencias de la FEAP para ser considerado Psicoterapeuta de Grupo.

Un resumen de las exigencias para los aspirantes es:

    1.-. Una experiencia personal de psicoterapia grupoanalítica mínima de 240 horas en grupos de 90 minutos de duración;

    2.-. Supervisión grupal con una duración mínima de 120 horas;

    3.-. Completar al menos 160 horas de teoría.

    4.-. La formación debe desarrollarse durante un período mínimo de 3 años.

Este es el programa que se imparte en el Máster en Psicoterapia Analítica Grupal, que es título de la Universidad de Deusto y está organizado por la Fundación OMIE. Dicho programa se inició en 1982 y desde entonces no ha interrumpido su actividad. Los cursos se realizan en Bilbao, Barcelona y, más recientemente, en Madrid8.

Epílogo

Creemos que tras todos estos años podemos comenzar a considerar que el grupoanálisis y su formación han tomado cuerpo en España. Así como el esfuerzo que muchos realizamos por delimitar su definición y para aplicar unas ideas relacionales en las que todos los integrantes del grupo forman parte activa en él.

Un grupo de pacientes con todo su potencial psicoterapéutico no puede ser relegado a una mera actividad ocupacional. Sea cual sea el tipo de problemáticas que presenten o el dispositivo que se cree. La actividad y el pensamiento grupoanalítico están presentes no solo en el campo sanitario, sino en otros muchos, como el penitenciario, el educativo y el administrativo. Es loable la intensa actividad que desarrollan muchos de los profesionales que hemos tenido la oportunidad de conocer y de seguir.

Los programas formativos grupales de la Fundación OMIE, cada uno con su particular estilo relacional, han contribuido a que algunos miles de profesionales de la salud, educación, prisiones y administración dispongan de recursos para entender la complejidad de su trabajo e implementen sistemas relacionales en los que primen las personas por encima de las estructuras.

Y seguiremos haciéndolo.

1En el momento de cerrar este artículo, comprobamos con agrado que en el último número aparecen varias menciones a la psicoterapia grupal y una introduce el término "grupoanálisis".

2La ciudad de Alepo fue la primera que albergó un centro que hoy calificaríamos de "psiquiátrico". En España, Granada y Valencia albergaron los primeros centros asistenciales. Pinel elogió la labor del Hospital de Zaragoza en el trato comunitario de los enfermos mentales.

3El término "filético" alude a las interrelaciones instintivas de los individuos de una especie tal y como se representan en las interrelaciones orgánicas que constituyen sus sentimientos y reacciones comunes (16).

4Director de la clínica psicoanalítica que se abrió en el Instituto de Psicoanálisis de Fráncfort, se trasladó a Inglaterra, en donde desarrolló su propio método de grupoanálisis.

5La palabra "terapia" proviene del término griego «θεραπευω», que significa ser «servidor de, estar al servicio de, servir a alguien, cuidar, tener cuidado de». Alude a la persona que acompaña a alguien, que camina con él acompañándolo y sirviéndolo. Y «θεραπεπιχοω» es un adjetivo griego que indica precisamente esto, que acompaña y es servicial, y que pasa al latín bajo la forma Terapéutica-òrum, tratado de medicina. Es el que acompaña a alguien con el fin de proporcionarle esa ayuda que precisa. O aquello que se le da a alguien con tal pretensión. Y, en realidad, la palabra curar, de curare, alude a cuidar, no a sanar (22).

6Fue uno de los impulsores de la creación de la Federación Española de Asociaciones de Psicoterapeutas (FEAP) junto al Prof. Alejandro Ávila, así como de diversos cursos formativos en psicoterapia de grupo a través de la Fundación OMIE.

7Uno de nosotros tuvo la oportunidad de participar junto a los doctores Guimón e Yllá en aquel momento. Guardo buen recuerdo de ello.

8También participó desde sus inicios como coordinador de estos cursos y enlace con F. Arroyabe (delegado del Instituto de Grupoanálisis de Londres) hasta la actualidad. Su labor primero en Bilbao (hasta 1992), después en el desarrollo y mantenimiento del programa en Barcelona (1992-2015) y ahora en Madrid nos ha aportado experiencia, conocimiento y, sobre todo, la posibilidad de aprender de tantos y tantos profesionales.

Agradecimientos

Agradecemos los comentarios de nuestros compañeros, pues nos han permitido mejorar el texto.

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Recibido: 09 de Junio de 2020; Aprobado: 30 de Septiembre de 2020

Correspondencia: José Miguel Sunyer Martín (josemiguelsunyer@gmail.com)

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