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Revista de la Asociación Española de Neuropsiquiatría

versión On-line ISSN 2340-2733versión impresa ISSN 0211-5735

Rev. Asoc. Esp. Neuropsiq. vol.40 no.138 Madrid jul./dic. 2020  Epub 15-Feb-2021

https://dx.doi.org/10.4321/s0211-573520200020007 

Artículos

Una mejor comprensión de la sexualidad humana a través del estudio de la asexualidad

A better understanding of human sexuality through the study of asexuality

José María Mora Montesa  , María Paz Mora Encinasb 

aMédico especialista en Psiquiatría y Neurología. Consulta privada.

bPsicóloga General Sanitaria. Consulta privada.

Resumen:

La asexualidad ha cobrado importancia con la entrada del presente siglo. Sin embargo, sigue siendo un fenómeno poco estudiado. Las investigaciones realizadas hasta la fecha confirman que la carencia de “atracción erótica” hacia uno u otro sexo es definitoria y se impone como el eje de todos los comportamientos asexuales englobados bajo idéntica denominación. Por ello, el estudio presente se centra en delimitar con precisión el concepto de “atracción sexual” que es distinto al cariño, a la admiración, a la mal llamada “atracción romántica” y a la excitación sexual. Por otra parte, en el asexual se observan frecuentes conductas masturbatorias y parafílicas, y es obvio que estas conductas responden a otros factores no dependientes de la “atracción erótica,” lo que conduce a mantener como evidencia la existencia de tres factores fundamentales constituyentes del núcleo de la sexualidad humana: atracción sexual, excitación y orgasmo. Factores no covariables entre sí, cuya presencia, conjunta o aislada, explica las diferentes conductas sexuales de hombres y mujeres.

Palabras clave: asexualidad; atracción erótica; atracción romántica; excitación sexual; orgasmo; parafilias

Abstract:

Asexuality has gained importance with the entrance of the present century. However, this phenomenon has been little studied. The investigations carried out to date confirm that the lack of “erotic attraction” towards one sex or the other is defining and imposes itself as the axis of all the asexual behaviors encompassed under the same name. Therefore, the present study focuses on defining precisely the concept of “sexual attraction”, which is different from affection, admiration, the so-called “romantic attraction”, and sexual excitement. On the other hand, there are frequent masturbatory and paraphilic behaviors in asexual people, and it is obvious that these behaviors respond to other factors not dependent on the “erotic attraction”, which leads us to maintain as evidence the existence of three fundamental constituent factors of the core of human sexuality: sexual attraction, excitement, and orgasm. Non-covariable factors, whose presence, joint or isolated, explains the different sexual behaviors of men and women.

Key words: asexuality; erotic attraction; romantic attraction; sexual excitement; orgasm; paraphilias

La “asexualidad”, entendida como la falta de atracciónsexual hacia otros, constituye hoy por hoy un tema que implica no pocos problemas en el campo de la psiquiatría y, sobre todo, de la sexología. ¿Estamos ante una nueva orientación sexual, que sería la cuarta, junto a la heterosexualidad, la homosexualidad y la bi-sexualidad? ¿Es la asexualidad una variedad de parafilia? ¿Guarda relación con la homosexualidad? ¿Es propia de personalidades esquizoides o con marcada alexitimia? De momento los manuales elaborados por la Asociación de Psiquiatría Americana (DSM-5) (1) y por la Organización Mundial de la Salud (CIE-10) (2) no mencionan la asexualidad, a no ser para evitar un diagnóstico de trastorno sexual hipoactivo si el varón se reconoce asexual.

El tema presenta dificultades añadidas, pues en las últimas décadas se han aceptado términos sin una precisa delimitación y se han introducido otros nuevos de forma arbitraria que siembran la confusión en un terreno donde, si lo que se quiere es mantenerse dentro del ámbito científico, ha de primar la precisión conceptual.

El término “atracción sexual” o “atracción erótica”, fundamento básico en la definición de la “asexualidad”, ¿se reconoce con un significado unívoco? Tan solo en apariencia, pues en la clínica médica las palabras que lo designan para nada se diferencian de las utilizadas popularmente: el deseo de iniciar o mantener una relación de pareja, el agrado y simpatía hacia otro, “el magnetismo” que siente una persona hacia otra, el simple deseo de unión carnal, etc. Y tan diferentes significados no permiten avanzar en este terreno. El término “deseo” también es ambiguo, pues, ¿designa el “deseo” de contemplar real o imaginativamente a otro?, ¿el deseo de estar a su lado, de hablarle, abrazarlo, acariciarlo o tocarlo?, ¿el propósito de un acto: copular? Para mayor confusión se divulga la expresión “atracción romántica”, que arrastra connotaciones de enamoramiento y amor, sin que se aclare si la atracción es por los componentes sexuales físicos y psíquicos del otro o en razón a qué.

Obviamente, este artículo no intenta resolver todas las cuestiones que se plantean, pero pretende alcanzar el núcleo de la sexualidad humana, del que surgen todas sus manifestaciones, para de esta manera establecer unas bases que hagan posible el abordaje de las cuestiones planteadas.

Para tal fin se parte de las investigaciones más relevantes realizadas hasta el momento que permiten su comprensión en el plano general de la sexualidad humana.

Aportaciones al tema de la asexualidad

Ya a mediados del pasado siglo, Kinsey, en el famoso Informe que lleva su nombre, señaló distintos grados de bisexualidad, en una escala que va de 0 (exclusivamente heterosexual) hasta 6 (exclusivamente homosexual), informe incorporado en el libro Conducta sexual del varón (3), que tuvo continuación en un segundo libro: Conducta sexual de la mujer (4). Kinsey detectó en estas investigaciones la presencia de personas asexuales a las que clasificó como “X”, pero no las incluyó en su famosa escala de las orientaciones sexuales.

Con anterioridad a Kinsey, Sigmund Freud, en 1905, en su ensayo “Las aberraciones sexuales”, incluido en Una teoría sexual (5), mencionó en el grupo de “invertidos” diferentes tipos que designó con los nombres de “absolutos”, “anfígenos” y “ocasionales”. Señaló en los primeros una indiferencia total o manifiesta repulsión hacia el sexo opuesto. El término “frialdad”, que usó en su descripción, sugiere que conoció casos de asexuales, pero no apreció su existencia como grupos específicos.

Myra T. Johnson elaboró en 1977 el primer artículo académico sobre la asexualidad (6), enfocado exclusivamente en las mujeres que así se autodefinieron. Las clasificó en dos categorías, dependiendo de que se masturbaran o no. La autora del artículo polemizó sobre la manera en que las mujeres asexuales eran oprimidas indirectamente por la forma en que su cultura las veía. Salvando la finalidad que la guiara en este estudio, el interés del mismo para el presente es la constatación de la existencia de masturbación en mujeres asexuales. Un hecho interesante que puede parecer una contradicción, pues, ¿acaso la masturbación no es una conducta sexual? ¿No manifiesta la existencia de impulsos sexuales que se traducen en actos genitales orgásmicos? Volveremos sobre ello más adelante.

Una descripción empírica de la asexualidad humana la realizó Paula S. Nurius (7) en 1983, quien señaló cuatro tipologías de orientación sexual, según preferencias predominantes: heterosexuales, homosexuales, bisexuales y asexuales. La muestra estudiada estaba compuesta por 689 personas, principalmente jóvenes, bien educadas, predominantemente solteras y de diversos orígenes étnicos. Nurius buscaba compren der cuatro tipos de psicopatologías (depresión, autoestima, discordia conyugal y discordia sexual) por estas orientaciones, pero tan solo en el caso de la depresión encontró una limitada explicación. La investigadora diferenció muy correctamente la abstinencia sexual y el celibato de la asexualidad, pues son conductas elegidas según criterios personales o religiosos. Su clasificación de cuatro tipos ha de ser tenida en cuenta en tanto distingue la asexualidad de otros tres tipos definidos por su orientación sexual.

En realidad, el interés por la asexualidad surge con la nueva centuria y, más especialmente, en el último decenio, con abundantes publicaciones sobre los distintos aspectos del tema. La creación en 2001 de la web AVEN —Asexual Visibility and Education Network, o Red para la Visibilidad y Educación de la Asexualidad— por el activista asexual norteamericano David Jay (8) ha tenido un efecto notable en la creación de un sentido de comunidad para los que contemplan su identidad asexual, al tiempo que informa sobre todas las teorías existentes acerca de dicha identidad. Esta red constituye el foco de una comunidad virtual que se ha extendido por todo el mundo, y debido a su éxito aumenta cada vez más el número de personas que comparten opiniones y se apoyan con el fin de no sentirse traumatizadas ni estigmatizadas.

Anthony F. Bogaert realizó estudios en asexuales que son referencia obligada al tratar el tema. Sus primeras investigaciones, que fueron publicadas en New Scientist, despertaron el interés científico y del público. Bogaert (9) investigó características demográficas de los asexuales, como la educación, el nivel social, la relación con los sexos, etc. Afirmó que el 1 % de la población mundial es asexual, aunque muy pocas personas estén dispuestas a reconocer que lo sean. Esto significa la existencia de 70 millones de personas asexuales sobre la tierra, pero es posible que esta cantidad sea bastante mayor.

En 2012, Bogaert (10) confirmó la aparición de parafilias en asexuales y a este fenómeno lo denominó “autochorissexualismo” o “sexualidad sin identidad”. Contó con testimonios de usuarios de la web AVEN que afirmaban que en sus fantasías sexuales no solían incluirse ellos mismos. También rechazó la posibilidad de que todos los individuos asexuales sean parafílicos. Estudios posteriores de otros autores han confirmado la existencia de estas desviaciones, cuyo interés es evidente para un mejor conocimiento de la asexualidad. Años después, este investigador se reafirmaba en lo publicado con anterioridad y sostenía que la ausencia de atracción sexual puede causar problemas en las relaciones (11); pensaba que puede ser incluso algo muy difícil de superar para muchas parejas. Declaraba que estas personas buscan disponer de una identidad sexual y crear un movimiento social similar a la comunidad LGTB, encaminada a reivindicar derechos y reconocimiento.

Álvarez Munárriz (12) se refiere a grupos de personas, cada vez más numerosos, que se autodefinen como “asexuales” y sostienen que no sienten atracción sexual ni por los varones ni por las mujeres. No se consideran heterosexuales, homosexuales o bisexuales. Se sienten personas normales y corrientes que reclaman el reconocimiento por parte de la sociedad de su identidad asexual y para conseguir este objetivo han creado un sitio en la Red.

En 2009, Brotto y colaboradores (13) llevaron a cabo una investigación cuyos objetivos eran examinar el deseo sexual, las características de la relación, la frecuencia de los comportamientos sexuales, la excitación sexual, las dificultades sexuales, la psicopatología, el funcionamiento interpersonal y la alexitimia. Para tal fin reclutaron de la red AVEN a 187 personas: 54 hombres y 133 mujeres asexuales. Todos completaron cuestionarios online. Utilizaron medidas validadas de sexualidad, editadas por Prause y Graham (14). De todas las conclusiones cabe destacar las siguientes:

  • Los resultados apoyaron la definición de asexualidad como una falta de atracción sexual, según lo propuesto por Bogaert (9,15), en individuos mentalmente sanos.

  • La definición de asexualidad no implica la ausencia de actividad sexual, puesto que algunos asexuales siguieron manteniendo relaciones sexuales y muchos se masturbaban.

  • La frecuencia de masturbación en los hombres fue similar a la información disponible para los hombres sexuales.

  • Hubo una gran variedad de respuestas sexuales y heterogeneidad de comportamientos sexuales.

  • Los había con relaciones sexuales frecuentes, mientras que otros nunca habían tenido relaciones sexuales coitales.

  • La asexualidad no parecía ser un constructo mediado por el miedo.

  • La falta de actividad sexual no se relacionaba con la participación de los genitales.

  • La respuesta sexual fue más baja que los datos normativos y no se experimentó con angustia.

  • De forma generalizada se manifestó el criterio de la posibilidad de establecer una relación de amor sin sexo, bajo el argumento de que “el sexo se puede realizar sin amor”.

  • Se mencionaron motivaciones para el coito y algunos hablaron de mantener actividades sexuales en un esfuerzo por “parecer normal”. Incluso hubo referencias al tema de la negociación con la pareja cuando surge la asociación sexual-asexual.

Las personas auto definidas como asexuales fueron en un principio consideradas enfermas que padecían una disfunción sexual denominada “deseo sexual hipoactivo”, caracterizada por la disminución o ausencia de fantasías, deseos y actividad sexual de manera recurrente o persistente. Este criterio fue refutado por Jutel (16) en 2010, que las reconoció sexualmente sanas y desde entonces así se las considera. En efecto, la libido es un proceso con base hormonal, y por lo tanto físico, que nada tiene que ver con la atracción sexual, que es psicológica. Las personas asexuales pueden tener la libido alta o querer participar en actos sexuales y aun así no sentir atracción sexual hacia nadie.

La investigación de Gilmour et al. (17) en el 2012 buscaba relacionar el trastorno del espectro autista (TEA) y la asexualidad. Un total de 82 adultos (55 mujeres y 17 hombres) con autismo se compararon con 282 miembros de la población general en sus respuestas a una encuesta online de experiencias y conocimiento sexual. Se encontraron muchas similitudes entre los dos grupos, pero hubo una mayor tasa de asexualidad entre los individuos con TEA. Además, los resultados del estudio actual indicaron que las mujeres con TEA muestran un grado significativamente menor de heterosexualidad en comparación con los hombres con TEA y un grado mayor de homosexualidad.

En trabajos del 2011, Brotto y Yule (18) compararon la excitación sexual genital (amplitud del pulso vaginal; VPA) y la excitación sexual subjetiva de 7 mujeres que se auto definieron como asexuales con mujeres sexuales (10 heterosexuales, 10 bisexuales y 11 homosexuales). Las edades estaban comprendidas entre los 19 y 55 años. Todas se sometieron a estímulos audiovisuales neutrales y eróticos. No hubo diferencias significativas entre los grupos en aumento del VPA y respuesta de excitación sexual auto informada a la película erótica. Las asexuales mostraron, respecto a las sexuales, puntuaciones significativamente más bajas en afecto positivo, sensualidad-atracción sexual, y activación autonómica auto informada de la película erótica; sin embargo, no hubo diferencias con los otros grupos en afecto negativo o ansiedad. La concordancia de excitación sexual genital y la subjetiva fue significativamente positiva para las mujeres asexuales y no significativa para los otros tres grupos, lo que, según los autores, sugiere una mayor conciencia interoceptiva entre las asexuales. En conjunto, los hallazgos sugieren una capacidad de excitación sexual subjetiva y fisiológica normal en mujeres asexuales y cuestionan la opinión de que la asexualidad debe caracterizarse como una disfunción sexual contemplada en el DSM-5. La conclusión, difícilmente rebatible, de este trabajo ha de ser muy tenida en cuenta por la seriedad de la metodología empleada y su concordancia con otros trabajos anteriores y posteriores al mismo, aunque sería deseable una muestra mayor.

Yule, Brotto y Gorzalka (19), en 2016, investigaron la masturbación en asexuales. Exploraron y compararon los contenidos de las fantasías sexuales de individuos asexuales (identificados mediante la Escala de Identificación Asexual) con los de individuos sexuales. Un total de 351 personas asexuales (292 mujeres, 59 hombres) y 388 sexuales (221 mujeres, 167 hombres) participaron en el estudio. Las mujeres asexuales eran significativamente menos propensas a masturbarse que las mujeres sexuales, que los hombres sexuales y que los hombres asexuales. Las mujeres asexuales tenían menos probabilidades de informar sobre la masturbación por placer sexual o diversión que sus homólogos sexuales, y los hombres asexuales tenían menos probabilidades de informar sobre la masturbación por placer sexual que los hombres sexuales. Tanto las mujeres como los hombres asexuales eran significativamente más propensos que las mujeres y los hombres sexuales a informar que nunca habían tenido una fantasía sexual.

Aquellos asexuales (mujeres y hombres) que afirmaron haber tenido fantasías sexuales al masturbarse fueron significativamente más propensos a marcar la respuesta “mis fantasías no involucran a otras personas” en comparación con los participantes sexuales, y calificaron cada fantasía sexual como “menos sexualmente excitante” con respecto a los participantes sexuales. Era más frecuente que los participantes asexuales informaran que tenían fantasías sobre actividades sexuales que no se relacionaban con ellos mismos y que tuvieran menos probabilidades de fantasear sobre temas como el sexo en grupo, el sexo en público y tener una aventura amorosa. Curiosamente, hubo una gran cantidad de superposición entre las fantasías sexuales de los participantes asexuales y sexuales. En particular, tanto los participantes asexuales como los sexuales (tanto hombres como mujeres) tenían la misma probabilidad de fantasear con temas como los fetiches y un conjunto de prácticas eróticas relacionadas entre sí y vinculadas a lo que se denomina sexualidades alternativas, que abarcan seis modalidades, denominadas con las siglas BDSM (Bondage, Disciplina, Dominación, Sumisión, Sadismo y Masoquismo).

Florencia Catri (20) llevó a cabo en 2016 una revisión de los principales aspectos de la asexualidad y expuso el estado actual del tema, que presenta cuestiones muy debatidas, especialmente su inclusión como una orientación más de la sexualidad. Analizó la existencia de la comunidad virtual asexual, las tasas de prevalencia, fantasías eróticas y prácticas masturbatorias, relaciones de pareja y la relación con los trastornos mentales, que, según la autora, son consecuencia, no causa, del estigma social que soportan los auto identificados como asexuales.

La psicóloga Mariví Pereira (21), en un trabajo publicado en el 2018, afirma que una parte de los asexuales, aunque no se sienten atraídos sexualmente por otras personas, practican el auto erotismo mediante masturbación y con ello quedan satisfechos. Estas observaciones están en la línea de lo investigado experimentalmente por Johnson, Brotto, Yule y otros expertos. Son personas que no sienten atracción hacia otras; es decir, su libido les provoca impulsos sexuales que no están orientados hacia los demás y se satisfacen consigo mismas mediante excitación genital y orgasmo. La principal aportación de esta psicóloga se refiere a las relaciones de pareja de los asexuales, que en ocasiones pueden tener actividad sexual con otros no por atracción erótica, sino por la sensación del contacto físico, o bien por otras circunstancias excitantes como observar el placer del otro, sentirse cercanos a su pareja, etc. Esto obliga en ocasiones a negociar las condiciones y frecuencia de los actos sexuales.

Hay asexuales, afirma Pereira, que deciden no formar pareja y vivir de forma solitaria, pero otros forman pareja con alguien que puede ser también asexual o alguien sexual al que se le permite tener relaciones sexuales con otros.

También de 2018 es un estudio sobre personalidad y asexualidad de Bogaert, Ashton y Lee (22), en el que se encontró que la asexualidad estaba asociada con una menor emocionalidad, una mayor introversión y más problemas interpersonales. En una línea relacionada con lo anterior, en 2019, Swami y colaboradores (23) advirtieron que la asexualidad, entendida como una variable dimensional a lo largo de un continuo en cuyos extremos estaría la asexualidad y la hipersexualidad, correlacionaba negativamente con una auto imagen corporal positiva.

Como resumen de lo expuesto hasta aquí, se recoge la información que aportaron Lori A. Brotto y Morag Yule en la revista Archives of Sexual Behavior (24), junto con los múltiples interrogantes que el tema de la asexualidad mantiene abiertos:

  1. No hay acuerdo, en lo referente a su naturaleza, sobre si es un síndrome psiquiátrico, una disfunción sexual, una variante de un trastorno del deseo sexual, una parafilia, un síntoma de un trastorno mental o la expresión de una psicopatología subyacente (6).

  2. Se discute igualmente su origen: si es innato, en base al hecho de que los individuos asexuales han reconocido que “siempre se han sentido así” (25), o bien es algo adquirido por experiencias psicotraumáticas, o surge como expresión de un trastorno de la personalidad esquizoide, del autismo o del síndrome de Asperger, según investigaciones de Ingudomnukul etal. (26).

  3. Las conductas sexuales de los asexuales, aparentemente paradójicas, son motivo igualmente de controversias entre los autores. Confunde el hecho comprobado de que a veces mantengan relaciones sexuales con otros, que practiquen la masturbación, con fantasías o sin ellas, como actos meramente fisiológicos, y que haya subgrupos identificados como parafílicos (27).

  4. Disgusta especialmente a los expertos no poder asignar a los asexuales una determinada orientación sexual, en tanto ellos mantienen inmodificable su afirmación de no sentir atracción sexual por nadie. Entonces, como bien afirman Brotto y Yule (24), “se podría concluir que la asexualidad es en realidad la ausencia de orientación sexual (y argumentaríamos que la ciencia existente ha explorado inadecuadamente esta cuestión)”.

  5. Entre ellos no hay homogeneidad, ni en rasgos de personalidad (salvo lo apuntado por Bogaert y otros en 2018) (22), ni en manifestaciones sexuales, ni en la búsqueda de pareja, ni en otros aspectos, y por eso resulta problemático asignarles, como pretenden sus defensores, una orientación sexual única para todos, además de maquinar con empeño su inclusión en las sociedades de minorías sexuales y eventos del Día del Orgullo.

  6. Hay más mujeres que hombres que se identifican como asexuales (9 y 28), mientras que las parafilias son más comunes en los hombres.

  7. Hay un fuerte impulso dentro de la comunidad de asexuales para aceptar la asexualidad como una orientación sexual única y se acepta que tal asignación no excluye la posibilidad de que también pueda superponerse con las otras categorías. En otras palabras, es posible que un individuo pueda tener una orientación asexual y simultáneamente sufrir un trastorno psiquiátrico o una disfunción sexual.

ATRACCIÓN SEXUAL O ERÓTICA EN SU VERDADERO SIGNIFICADO

En los estudios sexológicos, la atracción sexual adquiere relevancia gracias a la aparición de los colectivos homosexuales, queer y asexuales. La atracción erótica se convierte en la pieza clave que diferenciará a unos de otros. Sin embargo, en ningún momento se ha definido con precisión lo que es la atracción sexual, quizás porque se suponía que todo el mundo entendía su significado. En un libro publicado hace dos años por la Universidad de Almería, María del Rosario Blasco y otros (29), autores del capítulo sobre la orientación sexual, definen la atracción sexual diciendo que “comprende lo erótico y lo afectivo entre seres sexuales” y que determina la orientación sexual. Con esta definición, Blasco sigue la línea de lo aceptado en el día de hoy, pero tanto lo erótico como lo afectivo quedan en flagrante nebulosa, pues la vida afectiva es muy variada y lo erótico no lo es menos. Una persona puede sentirse atraída por otra (o por algo) por su belleza, elocuencia, gracejo, ingenio, habilidades, entre otras cosas; y también puede sentirse atraída por su naturaleza sexuada reflejada en todo su ser, en cuyo caso se habla de atracción sexual.

Por otro lado, antes de proseguir, hay una cuestión que requiere ser aclarada: no es lo mismo la atracción por un otro considerado en su totalidad en tanto ser sexuado, con sus caracteres sexuales de primer y segundo orden, que una atracción por una parte selectiva del cuerpo, que bien pueden ser los órganos sexuales externos y nada más. El primer caso corresponde a la verdadera atracción erótica de la que carecen los asexuales. En el segundo caso se podría hablar de una atracción fetichista, genital, etc. Será inapropiado establecer la “atracción sexual” por personas, animales o cosas por el interés que despiertan por sí mismas, en tanto son estímulos de excitación genital y provocadoras de orgasmos.

El vocablo “gustar” en nuestro idioma expresa mejor que cualquier otro lo que se experimenta en la atracción erótica. “Gusta” una persona concreta en su totalidad, impregnada de los caracteres sexuales, como ya han demostrado otras investigaciones. Brecher (30) ha referido la gran atracción que Havelock Ellis sintió por una jovencita que pronto se marchó a vivir a otro lugar y su figura la mantuvo en su pensamiento durante cuatro años: “Su imagen se movía y vivía dentro de mí”, decía Ellis, sin que en estas gratas representaciones se mezclaran deseos de placeres de contacto físico, ni sentimientos voluptuosos. Reconocía que lo memorable de este acontecimiento es que se presentara “el amor divorciado de reacción sexual” y que tales experiencias se volvieron a presentar más veces en su vida. El verdadero atractivo erótico uno lo encuentra en una persona concreta por ser hombre o mujer, y esa especial complacencia no se fundamenta en la honradez, erudición, inteligencia, seguridad en las propias decisiones, capacidad laboral, constancia y tenacidad, fortaleza ante las adversidades, ni en cualidades parecidas.

La existencia de atracción erótica verdadera, en estado puro, se observa en las contemplaciones e imaginaciones de cualquier persona afectada por los encantos de otra, que son encantos sexuales, en su doble vertiente física y psíquica, pero sin que vengan presentados o imaginados como excitantes de la genitalidad. El deleite por atracción erótica surge de forma espontánea tras la percepción de un tú, en cualquier circunstancia, momento o lugar. Igual da que se trate de una imagen real y presente, recordada, reproducida, virtual o imaginada. Es un sentimiento de tonalidad agradable, que puede mover a la acción, distraer el pensamiento o acompañarse de leve turbación, de algún farfulleo, o simples reacciones vegetativas, como taquicardia o rubor facial, ante la presencia real de quien atrae.

La verdadera atracción erótica va dirigida a todo el colectivo de un determinado sexo y determina el género de un individuo, que normalmente, por la estadística, va de un sexo al contrario. Pero esto no significa que todas las personas de ese sexo gusten por igual, pues las diferencias de unas con respecto a otras pueden ser notables. Hay casos de deslumbramientos cegadores de los que surgen enamoramientos “por flechazo”, en los que el componente sexual es imprescindible para que el fenómeno suceda, y tal fascinación se acompaña de una superposición de otros elementos, productos mentales del sujeto, que desorbitan la simple atracción erótica. En otros casos, sucede exactamente lo contrario, cuando una persona deja indiferente a otra.

El deleite erótico o “gustar” sexuado reclama, cuando las circunstancias lo permiten, la “aproximación” física y atemperada de dos personas, que sin necesidad de contacto corporal disfrutan de sus encantos hablando y mirándose a los ojos. La atracción se relaciona con la tendencia a tener junto a sí a la persona que tiene ciertos atributos sexuales, que uno no posee ni desea poseer.

Cuando el “acto sexual” tiene lugar entre personas que se atraen intensamente, el sentimiento que las invade, junto al placer de la excitación sexual y el orgasmo, es el de sentirse íntimamente unidas, fusionadas, en una experiencia fascinante. El singular “amor erótico”, exclusivo de los amantes, sale especialmente reforzado. El término “amor”, por el excesivo uso que se hace de él, se presta a equívocos y sin mayores especificaciones ya se ha introducido en el capítulo de la asexualidad.

No hay “amor erótico” cuando falta la atracción erótica, aunque otros sentimientos pueden cultivarse. El contacto físico de los cuerpos y la penetración cuando no hay atracción erótica es desagradable y hasta repulsiva. En esta situación la excitación sexual, si existe, actúa negativamente y surge un rechazo a la práctica sexual. Ahora bien, en una segunda fase de actividad sexual, forzada por la situación, puede ocurrir que, sin superar la aversión al contacto físico, el individuo encuentre gratificación en la excitación sexual y en el orgasmo, cuyo placer le tranquiliza y, además, se autoevalúa como persona apta para la relación sexual de pareja. Este hecho se confirma con los tratamientos implantados en las clínicas sexológicas. Judith Becker y Richard Kavoussi (31) comprueban que tratamientos con testosterona no son apenas eficaces y los mejores resultados se obtienen con la combinación de terapias cognitivas para deshacer creencias erróneas y terapia conductual con ejercicios que provoquen placer sexual.

a) Atracción romántica

La denominada “atracción romántica”, aunque ha sido bien aceptada en círculos psicológicos y sexológicos, es inadecuada.

En primer lugar, lo es por el uso del vocablo “atracción”. Como se ha explicado más arriba, la “atracción” consiste en sentirse impulsado, arrastrado, empujado (es algo pasivo). Pero los asexuales quieren o buscan una mayor intimidad en la pareja, una estrecha vinculación interpersonal (sin que la actividad sexual juegue ningún papel, obviamente). Y “querer” y “buscar” son verbos activos, indican actos de la voluntad, luego no tienen nada que ver con la “atracción”.

En segundo lugar, es inadecuado por el uso de la palabra “romántico”. Esta alude al enamoramiento (en-amor-a-miento), pero este estado emocional tan solo se produce cuando hay atracción erótica. Carlos Yela (32) supo describir muy bien hace años los tres principales sentimientos amorosos entre las personas: amor erótico, amor agápico y cariño. El primero es el amor egoísta de posesión y goce. El segundo es el amor clásico que santo Tomás denominó “amor benevolente” (de reminiscencias aristotélicas) y el tercero es el cariño (Yela, lo incluye en el ágape). El amor agápico, benevolente y desinteresado, está al alcance de los asexuales, asentado en el cultivo de los nobles sentimientos. E, igualmente, pueden compartir el cariño si mantienen entre sí un trato relacional feliz y asiduo. Pero, hay que reconocer que en ninguno de estos dos casos cabe hablar de romanticismo, pues la terminología al uso se desvía a un terreno estructural psico-físico-espiritual distinto.

Hay necesidades en todo hombre y mujer propias de la naturaleza humana, tales son la huida de la soledad, la necesidad de compartir la vida, la búsqueda de amistades entrañables, etc. Por estos elementos, en el capítulo de los asexuales se comprende su aspiración a una convivencia emparejada de cálido afecto, y el uso del término “atracción romántica” no puede ser otra cosa, sin entrar en casos particulares, más que la aspiración a vivir con un otro bajo lo que tradicionalmente se ha conocido como empatía, simpatía, cariño, confidencialidad, sin que lo erótico juegue ningún papel o bien lo haga escasamente. Podrían aspirar a lo sumo al llamado “amor compañero”, en terminología de Sternberg (33), por la suma de la intimidad más el compromiso.

La clasificación de diferentes tipos de románticos (heterorrománticos, homorrománticos, birrománticos, panrománticos, etc.), según preferencia por personas de un género u otro, carece de valor, por aquello de que la amistad y las estrechas relaciones interpersonales se establecen desde siempre con independencia del sexo y la orientación sexual.

Una vez aceptado que la asexualidad tiene como principal rasgo definidor la carencia de atracción sexual hacia los otros, sea cual sea su sexo, es posible avanzar un paso más si se acepta, igualmente, la descripción de atracción sexual expuesta líneas arriba. De esta forma se podría afirmar, a modo de resumen, que no es atracción sexual o erótica: a) la “atracción genital”, o impulso hacia la satisfacción excito-orgásmica por el estímulo sectorial de la zona genital de una persona, como se observa en los sátiros y ninfómanas, entre otros ejemplos; b) tampoco puede aceptarse como atracción sexual la llamada “atracción romántica”, o irrupción de un proyecto de alcanzar una relación íntima o cosa similar, ya comentada; c) finalmente, tampoco es admisible como atracción sexual la admiración hacia una persona, motivada por sus cualidades éticas, morales o intelectuales, ni la admiración por su belleza o buen gusto. En estos últimos casos, lo normal es que surja un afán de imitación o emulación. Si, por el contrario, hay atracción erótica hacia una persona, uno no desea imitarla, o parecerse a ella, sino acercarse a ella, tomarla y fusionarse con ella; exactamente lo contrario de lo que ocurre con la admiración.

La delimitación precisa de “atracción erótica” requiere tener presente, en primer lugar, obviamente, la consideración de lo que no es atracción erótica y después, dos características útiles para su distinción:

  1. La atracción erótica se da, incluso con intensidad, sin participación de excitación sexual ni orgasmo, ni deseo imperioso de tenerlo; “no soy de los enamorados viciosos, sino de los platónicos continentes”, se lee en El Quijote (34).

  2. La atracción erótica no desaparece, sino que se incrementa de forma exponencial con la aproximación física, el contacto de los cuerpos y la penetración, y un sentimiento de unión íntima interpersonal termina por imponerse.

LA CUESTIÓN DE LAS PARAFILIAS EN ASEXUALES

Brotto y Yule (24), así como otros autores, han comprobado la existencia de actividades parafílicas en casos de asexualidad. Estas actividades están contempladas en Los trastornos mentales y del comportamiento de la Organización Mundial de la Salud (CIE 10, apartado F65) (35) y en el DSM-5 (36), así como en ediciones anteriores de ambos manuales, y son descritas como dependencias a objetos o actos encaminados, como único fin, a la excitación sexual y al placer orgásmico, en ausencia total de atracción erótica.

La aparición de parafilias en subgrupos de asexuales reviste un especial interés, pues aunque estas prácticas aparecen también en la población general con una incidencia siempre difícil de saber, es un hecho en el que necesariamente hay que reparar para un mayor conocimiento de la sexualidad.

El vocablo “parafilia” designa un comportamiento sexual en el que la fuente principal de placer no se encuentra en la unión con la pareja, sino en alguna otra cosa ajena a ella, aunque a veces pueda acompañarla. El término “parafilias”, por su etimología (al margen del afecto), indica una actividad sexual que no busca la unión erótica entre dos personas. Expresa unos actos en los que el medio es utilizado como fin. Es decir, se busca únicamente el placer sexual en la excitación genital y el orgasmo como fin en sí mismos, sin participación de la atracción erótica que busca la unión intima de la pareja.

Como bien afirma Gene Gordon Abel (37), en conformidad con otros autores, hay un rasgo común a todas las parafilias: su aparición en una edad temprana de la vida, sea en la niñez, prepubertad o en la adolescencia; en ese momento crítico en el que surge por primera vez el estímulo genital, adelantándose a veces, especialmente en el hombre, a la atracción propia de los sexos. Por regla general, los estímulos visuales, auditivos o táctiles que tal conmoción provocan en el sujeto surgen entre los 10 y 13 años, y en no pocas ocasiones antes de alcanzar la pubertad, a partir de los 5 años, siendo frecuentes entre los 7 y 10 años. La verdad es que este tipo de investigación no siempre es fácil por las reticencias de los individuos a dar detalles de unas actividades que por pudor preferirían silenciar.

Es inútil tratar de comprender o de razonar el porqué de un determinado tipo de parafilia, pues lo importante en estos trastornos no es que sea esta o aquella (ya está dicho que hay individuos que recurren simultánea o alternativamente a más de una), sino el hecho cierto de quedar prendidos en la genitalidad, como fin de la actividad sexual. De todas formas, la formulación teórica del modelo de aprendizaje cognitivo conductual define la elección de un objeto inadecuado para el placer sexual como algo completamente aleatorio, relacionado únicamente con la idiosincrasia del paciente y ciertas experiencias sexuales precoces, que pasado un tiempo se asocian con el placer de la masturbación y el orgasmo. El niño, después de una primera experiencia, con frecuencia casual, repite indefinidamente, de forma clandestina, la asociación objeto-placer; y el objeto o experiencia sexual primera, a nivel real o fantaseada, se convierte de esta forma en modalidad parafílica. Pasado el tiempo, los estímulos parafílicos se han afianzado con el “refuerzo positivo” del placer que proporcionan, de tal forma que ya sin ellos la excitación sexual es pobre y el orgasmo no se produce. Llega un momento en que el paciente, ya adulto, se siente atrapado en su peculiar conducta e, incapaz de salir de ella, ha de afrontar los graves inconvenientes, sociales, familiares, laborales e incluso penales que en sí conlleva.

Una consecuencia que puede obtenerse de la visión panorámica de todo el conjunto de parafilias es que son con diferencia mucho menos frecuentes en la mujer que en el hombre. Hay parafilias casi exclusivas del hombre que aparecen en la mujer tan solo de forma excepcional. Todo lo cual es una demostración cierta de cómo la sexualidad masculina y femenina son diferentes.

Obviamente, no todos los asexuales desarrollan una actividad parafílica, pero hay casos en los que se da, y puesto que estas desviaciones sexuales aparecen en edades precoces, con frecuencia en la prepubertad, cabe establecer la hipótesis de que una parafilia pueda sofocar el desarrollo de una atracción sexual normal y origine una asexualidad, o bien, que una asexualidad primaria aboque en una parafilia, como manifestación de la energía libidinosa. Entonces, cabe la pregunta: ¿la asexualidad sería efecto o causa de la parafilia? Parece más lógica la segunda opción.

Un segundo punto de interés de la existencia de parafilias en asexuales se presenta de la siguiente forma: hay personas que no disponen de capacidad para sentir atracción erótica hacia los demás y, en cambio, son capaces de excitarse sexualmente y de experimentar orgasmos. A este respecto, no estamos ante ninguna teoría, sino ante hechos empíricos que la realidad nos presenta de forma muy elemental.

HACIA UNA MEJOR COMPRENSIÓN DE LA SEXUALIDAD HUMANA

Al profundizar en la asexualidad y contemplar sus diversas manifestaciones, según casos individuales, parece evidente que tres factores rigen todo tipo de actividad sexual:

  • Factor atracción erótica (Factor A)

  • Factor excitación sexual (Factor E)

  • Factor orgásmico (Factor O)

Estas conclusiones concuerdan con los componentes del placer sexual descritos por J. M. Mora en su obra Tálamo conyugal (38). Cualquier tipo de manifestación sexual, incluidas las disfunciones, es reducible a uno de estos tres factores, cuya dimensión es muy variable en cada persona y circunstancia, que pueden darse con independencia entre sí, salvo el factor orgásmico, que necesariamente ha de ir precedido de excitación sexual.

Al factor atracción erótica hay que concederle la importancia que tiene, confirmada por todos aquellos que se aceptan asexuales por carecer de este factor. Pero, además, tiene importancia por su dimensión, que es muy desigual de unos individuos a otros. Una dimensión limitada puede predisponer a disfunciones sexuales. En el polo opuesto se encuentran personas con muy fuerte atracción erótica, a las que les gustan todos o todas y no hacen desprecio por nadie. En el terreno de la anormalidad se hallan conductas tales como el casanovismo, profesado por transgresores enamoradizos, que constituye un claro ejemplo de aquellos cuyo factor A está por encima de la media. Los apasionados enamoramientos, tantas veces inspiradores de obras inmortales de arte y literatura, están muy vinculados con este factor.

La excitación sexual (Factor E) constituye una reacción psíquica específica, mayor o menor, con traducción anatomo-fisiológica, siendo llamativa la congestión de los genitales. Los estímulos provocadores de excitación son muy variables. Freud (39), hace ya un siglo, los redujo a tres grupos: los que proceden del exterior y son percibidos a través de los órganos de los sentidos; los que proceden del interior psíquico; y los terceros, que se originan por la fricción de los órganos genitales. Por lo expuesto en este trabajo se desprende que los estímulos del primer grupo, los procedentes del mundo exterior, se subdividen a su vez en: a) aquellos que acompañan a la persona que atrae sexualmente y b) esos otros ajenos a una verdadera atracción erótica personal. Decir que acompañan quiere señalar que al placer propio del atractivo erótico añaden los excitantes de la genitalidad.

A igualdad o similares estímulos la excitación puede ser intensa y fácilmente desencadenable en unos individuos y débil en otros, lo que evidentemente se refleja en el rendimiento erótico individual y ocasionalmente origina disfunción sexual.

De la importancia del factor E nos habla la “adicción sexual”, un concepto que sin mucha precisión se empieza a utilizar, a mediados del pasado siglo, para referirse a una sintomatología sexual comparable con la adicción a las drogas. Patrick Carnes (40), años más tarde, describió con detalle en varias obras esta especialísima adicción, que puede en algunos casos conducir al crimen y al suicidio. Pues bien, a esta adicción se llega por una búsqueda incesante de estímulos sexuales, que se agotan con su uso y han de renovarse acrecentados en su intensidad para provocar la excitación.

El orgasmo (Factor O) se desencadena con rapidez en unos y con lentitud en otros, y no son infrecuentes los casos de anorgasmia en las mujeres. La casuística en cuanto a este factor es muy variada: quien requiere varios orgasmos para quedar satisfecho y quien no tiene capacidad para alcanzarlo. Es un factor presumiblemente adictivo, que sería responsable de los casos de adicción al sexo.

CONCLUSIONES

La asexualidad, por definición, es una carencia o disminución notable de atracción sexual hacia los otros. Los que se auto definen como “asexuales” carecen, o tienen muy disminuido, el factor atracción (factor A) y no experimentan atracción sexual hacia nadie, sean de uno u otro sexo, por lo que no disponen de una orientación de género determinada.

El concepto de “atracción sexual” no ha sido bien delimitado hasta ahora, razón por la cual la naturaleza y conducta de los asexuales no han podido ser comprendidas. En el presente estudio se intenta precisar el concepto, diferenciándolo de cosas distintas que se prestan a confusión. El término “atracción romántica” es impropio. Es un término que crea confusión, pues la atracción erótica entre personas no es identificable con la amistad, por íntima que sea, ni con la admiración, el apego o el cariño.

Por los estudios llevados a cabo con asexuales se observa con evidencia que hay tres factores básicos presentes en las manifestaciones sexuales: atracción sexual, excitación y orgasmo. Lo nuclear en la naturaleza del asexual es que mientras su atracción erótica es precaria o falta por completo, su excitación y capacidad orgásmi- ca se conservan, lo que explica la gran variedad de conductas sexuales que practican.

Consecuencia de la carencia de atracción, los actos sexuales con el otro, cuando tienen lugar, no son lo satisfactorios que deberían ser, por lo que el asexual procura espaciarlos, o bien los sustituye por actividades parafílicas (fetichismo, voyerismo, exhibicionismo, sadomasoquismo, etc.) y masturbatorias, o en tercer lugar elige la abstinencia sexual.

Con las parafilias se abre un camino de investigación, porque es importante saber si son causa o efecto de la asexualidad o son independientes de la misma. E, igualmente, interesa investigar si existe o no relación causa-efecto entre la asexualidad y el homoerotismo. También queda abierta a la investigación la participación del factor orgasmo (Factor O) en los casos de adicción al sexo.

Muchos asexuales sufren al no satisfacer las expectativas familiares en relación con el matrimonio y la procreación. En este aspecto disponen de plena libertad para colocarse el cartel de “asexual” o simplemente, y con sinceridad, afirmar no encontrar la persona que los enamore. Ellos precisan conocerse y hacen bien en alcanzar una identificación en el aspecto sexual, lo que sin duda los librará de incertidumbres y angustias. Pero mejor sería que lo hiciesen con ayuda de un clínico experimentado en estos temas. Por otro lado, al estar caracterizados por la ausencia de orientación sexual, parece no tener sentido su interés por integrarse en colectivos definidos por una sexualidad de orientación no estadísticamente convencional.

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Recibido: 20 de Junio de 2019; Aprobado: 12 de Agosto de 2020

Correspondencia: José Ma Mora Montes (morates93@gmail.com)

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