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Dynamis

versión On-line ISSN 2340-7948versión impresa ISSN 0211-9536

Dynamis vol.33 no.2 Granada  2013

 

 

 

Reseñas

 

 

José Chabás, Bernard R. Goldstein. A Survey of European Astronomical Tables in the Late Middle Ages. [Time, Astronomy and Calendars. Texts and Studies, vol. 2] Brill: Leiden. Boston; 2012. XX + 250 p. ISBN: 9789004230583, € 107.

Desde hace mucho tiempo se echaba en falta una obra que hiciera justicia con el trabajo de los astrónomos dedicados a la compilación de tablas en la Europa medieval. Junto a los instrumentos astronómicos, estas tablas dieron respuesta durante siglos a una gran variedad de problemas relacionados con la astronomía de posición, la medida del tiempo, la trigonometría o la astrología, uno de los principales ámbitos de aplicación de las ciencias en la edad media y el renacimiento, que pretendía resolver cuestiones de gran transcendencia política y social (duración de los gobiernos, guerras, dinastías, etc.), a la vez que respondía preguntas tan específicas para un individuo como la duración del embarazo.

José Chabás (Universitat Pompeu Fabra, Barcelona) y Bernard R. Goldstein (University of Pittsburgh) aportan a esta obra su amplia experiencia en el estudio de la astronomía medieval y enlazan de modo explícito el título de su libro con el legado de un trabajo que debe considerarse pionero en la investigación sobre las tablas astronómicas: A Survey of Islamic Astronomical Tables, publicado por E.S. Kennedy en 1956 y que hoy sigue siendo una referencia obligatoria para los historiadores de la astronomía islámica. Si Kennedy dedicó su estudio al "número, distribución, contenido y relaciones" entre las tablas astronómicas halladas en tratados árabes o persas compuestos entre los siglos VIII y XV, Chabás y Goldstein destinan su trabajo a "clasificar e ilustrar las abundantes tablas astronómicas compiladas desde aproximadamente el siglo X hasta principios del siglo XVI en el oeste latino" (p. xviii), considerando en este marco los tratados compuestos en varias lenguas europeas, incluyendo el hebreo. A pesar de que el libro no trata explícitamente de tablas árabes, encontramos también en el texto constantes referencias a la obra de los astrónomos musulmanes, especialmente de al-Andalus, debido al hecho que, en una primera etapa, la astronomía europea es el resultado de la asimilación de los materiales árabes que se encontraban a disposición de los traductores, de manera que, en palabras de los autores, "la península ibérica fue el lugar desde el cual los conocimientos astronómicos pasaron a Europa".

Tras un prefacio (págs. xvii-xix) en el que se establecen los objetivos y el alcance de la obra, la introducción (pp. 1-12) presenta de manera clara y concisa una visión general de las principales etapas de la historia de las tablas astronómicas, comenzando por la obra de Ptolomeo y siguiendo con el desarrollo de la astronomía en el mundo árabe, a partir de las tradiciones griega e india, y la transmisión del saber astronómico en latín y en hebreo hasta la llegada de estos conocimientos a las imprentas europeas. El cuerpo principal del libro (pp. 13229) está compuesto por 19 capítulos en los que se clasifican los materiales tabulares de acuerdo con sus funciones. Esta clasificación resulta extremadamente útil para el lector que desee abordar la investigación de cualquier aspecto concreto de la tradición astronómica, dado que cada apartado contiene también una introducción sobre la teoría subyacente en cada tipo de tablas. Los distintos apartados corresponden a Cronología, Trigonometría y astronomía esférica, Ecuación del tiempo, Precesión y apogeos, Movimientos medios y radices, Ecuaciones, Posiciones verdaderas, Velocidad, Latitud, Estaciones y retrogradaciones, Visibilidad de la luna y los planetas, Paralaje, Syzigia (alineaciones del sol y la luna con la tierra), Conjunciones planetarias, Eclipses, Estrellas fijas, Listas geográficas, Astrología, Tablas misceláneas. Esta distribución temática es similar a la que ofrece Kennedy en el capítulo cuarto de su Survey "Classification of Subject Matter", pp. 17-23), aunque Chabás y Goldstein incluyen algunas adiciones importantes, como el hecho de considerar almanaques y listas de efemérides en el apartado sobre posiciones verdaderas, además de abordar cuestiones como las velocidades planetarias y las conjunciones, que no son tratadas en la clasificación de Kennedy. A pesar de que los autores no se plantean como objetivo ser exhaustivos, sino únicamente proporcionar un marco para futuros estudios sobre tablas astronómicas medievales (cf. p. xix), el trabajo contiene una inmensa cantidad de información muy útil y perfectamente ilustrada, con abundantes extractos de las tablas estudiadas, muchas de ellas inéditas y conservadas en los manuscritos latinos y hebreos que se relacionan en la lista de las páginas 231-233.

Al principio del libro (p. xvii) se nos asegura que el análisis de las tablas astronómicas medievales es "una importante herramienta para comprender la transmisión de ideas y las técnicas de cálculo en ese período". Lo mismo puede decirse de esta magnífica obra.

 

Josep Casulleras
Universitat de Barcelona

 


 

Palmira Fontes da Costa, Adelino Cardoso, eds. Percursos na história do livro médico (1450-1800). Lisboa: Edições Colibri; 2011, 258 p. ISBN: 978-989-689-095-7, € 15.

A história do livro e da leitura tem contribuído para mostrar que os discursos só ganham sentido quando se "tornam realidades físicas, inscritas sobre as páginas de um libro" (Chartier, Roger. A ordem dos livros: Leitores, autores e bibliotecas na Europa entre os séculos XIV e XVIII. Editora UnB, 1998, p. 8). Nesta perspectiva, a leitura é concebida como um ato concreto que depende dos suportes materiais que enunciam diferentes formas de comunicação com os leitores. O livro organizado por Palmira Fontes da Costa e Adelino Cardoso é uma demonstração dos resultados possíveis de serem colhidos da confluência entre a história do livro e da medicina. O volume é resultado de um projeto de investigação, "Filosofia, Medicina e Sociedade" e de um colóquio internacional realizado na Biblioteca Nacional de Portugal, organizado em 2010. Ao longo de treze capítulos, especialistas de áreas distintas do conhecimento analisam várias dimensões dos tratados de medicina publicados entre 1450 e 1800, tais como as teorias da medicina, as representações anatômicas, a linguagem, a circulação e audiência das obras.

O primeiro capítulo, "Os livros e a Ordem do saber médico: perspectiva historiográfica", conforme enuncia, faz uma análise crítica da historiografia sobre o assunto, onde Palmira Fontes da Costa apresenta ao leitor questões teóricas e metodológicas relativas ao estudo do livro médico. Para a autora, as características materiais, culturais e sociais são elementos imprescindíveis para a compreensão do livro médico. Ela chama atenção para a importância de estudos acerca de suas recepções, dos gêneros literários, do papel das imagens e suas interpretações, bem como a influência dos textos de medicina nas práticas efetivas de seus leitores. Fontes da Costa comenta ainda sobre a especificidade do estudo do livro médico em Portugal, caracterizado não só pela defasagem da história da medicina em relação à historiografia internacional, mas também pelas questões históricas relativas ao saber médico naquele contexto. Neste sentido, observa que um dos elementos a ser considerado é a influência da censura na produção e circulação das obras, no campo de um vasto território a ser explorado.

Os capítulos seguintes trazem distintas contribuições ao tema. Sem obedecer à ordem em que foram organizados, esses podem ser divididos por determinadas abordagens. Alguns autores analisam elementos relativos às edições, apropriações e debates científicos presentes nos impressos. Vivian Nutton toma como ponto de partida a análise de duas livrarias italianas com perfis distintos, para mostrar o impacto da imprensa na divulgação do saber médico e nas transformações que ocasionou à erudição. As novas formas de impresso, como a proliferação dos jornais médicos e científicos a partir do século XVII, permitiram, por exemplo, o acesso de informações a um público mais amplo e formado de nãos especialistas. Os impressos possibilitaram também a emergência de um espaço público de discussão sobre o papel da medicina. Neste sentido, Bruno Barreiros destaca os jornais e panfletos dedicados à arte de curar em Portugal. O seu estudo tem como objeto as críticas do presbítero secular Bento Morganti, cujos escritos satíricos enfatizavam as incertezas epistemológicas da medicina, tema em voga no século XVIII. Revisitando a obra de Garcia da Orta, Tereza Nobre de Carvalho, por sua vez, procura compreender a recepção dos Colóquios dos Simples e Drogas da Índia por João Fragoso e Cristóvão da Costa. As referências desses médicos à obra de Garcia da Orta indicam a recepção do texto médico-botânico entre seus colegas de profissão. A relevância desses compêndios de matéria médica estava ligada também às necessidades da empresa ultramarina, pelas informações que possibilitavam sobre as drogas e especiarias dos territórios coloniais. Inês de Ornellas e Castro analisa as tradições do conhecimento que fundamentavam as prescrições médicas sobre "higiene alimentar" nas obras portuguesas dos séculos XVI e XVII, as quais são reveladoras das diferentes formas que as concepções galênicas e hipocráticas foram apropriadas. No caso específico, o latim se manteve como língua principal até o século XVIII, quando a língua vernácula passou a ser utilizada, visando uma divulgação maior das obras. Carreras Panchón, por sua vez, discute as teorias que atribuíam as enfermidades às causas físicas e ambientais (teoria dos "miasmas") e sua difusão em Espanha e Portugal no contexto da Ilustração. O autor mostra como os fundamentos científicos da medicina das Luzes contribuíram para a constituição de uma medicina pública e de práticas sanitárias que visavam diminuir a mortalidade da população.

Outra questão relativa ao livro médico é o sentido adquirido pelas representações visuais, tema de dois capítulos. Um deles, de autoria de Hervé Baudry, trata da iconografia do corpo feminino como um dos ramos da ilustração anatômica da época moderna. Busca mostrar de que maneira a "cultura visual" contribuiu para a discriminação biológica dos sexos. Em outro capítulo, Rina Knoeff examina, a partir das controvérsias entre dois anatomistas, os significados morais e religiosos atribuídos às representações anatômicas e os fatores individuais e comerciais envolvidos na produção dos livros de anatomia.

Outro conjunto de textos analisa as concepções do saber médico enfocando casos individuais. O estudo de Guido Giblioni sobre a obra do médico português Rodrigo de Castro, o qual, após viver em Portugal, se estabeleceu em Hamburgo, se debruça sobre as implicações éticas, políticas e religiosas atribuídas ao saber médico na renascença, presentes no tratado Medicus-politicus, sive the officis medico-politics. De forma semelhante, Rui Bertrand Romão mostra como o campo da medicina e da filosofia moral convergem no tratado de Juan Huarte de San Juan, Examen de Ingenios para las Sciencias. Entretanto, diferente da obra de Rodrigo de Castro, o compêndio de Juan Huarte possuía características de edição e linguagem que o tornava acessível a um maior número de leitores, incluindo os cultos e letrados.

Já os textos dedicados a Herman Boerhaave, de Adelino Cardoso; e a Jacob de Castro Sarmento, de Hélio Pinto, discutem os fundamentos científicos nas obras desses médicos. Os dois capítulos podem ser aproximados, na medida em que Sarmento é considerado um dos primeiros médicos portugueses influenciados por Boerhaave. Além disso, eram textos destinados a aprendizes e médicos. Outro capítulo sobre uma trajetória específica é o de Manuel Silvério Marques e António Braz de Oliveira, o qual aborda o livro Ensaios Sobre Algumas Enfermidades de Angola, e seu autor, José Pinto de Azeredo. Os autores destacam a ampla formação e erudição do médico nascido no Brasil e com passagem por universidades européias. A partir da leitura do tratado e análise de sua biblioteca, os autores demonstram de que maneira o empirismo e as teorias médicas se articulam na obra de Azeredo.

Esse conjunto de textos evidencia, portanto, as diversas abordagens proporcionadas pelo livro médico enquanto objeto de investigação e apontam para as relações possíveis de serem estabelecidas entre a história do livro e da medicina. Dentre elas, uma perspectiva que se mostra promissora é o estudo do papel dos impressos na divulgação do conhecimento médico, fenômeno que assumiu dimensões específicas em cada país (Roy Porter, ed. The popularization of Medicine, 1650-1850. London and New York: Routledge; 1992). No contexto ibérico, Enrique Perdiguero, Mónica Bolufer, dentre outros autores, demonstram a relevância desses compêndios e as questões que os cercam. Outra possibilidade aberta aos pesquisadores é a discussão em torno da recepção e apropriação dos textos, incluindo o exame das leituras realizadas pelos próprios médicos. Esses são alguns dos caminhos instigantes oferecidos para os estudiosos da medicina a partir de seu principal suporte material, o livro. Sem a intenção de esgotar os temas contemplados em Percursos do livro médico, sua leitura coloca o pesquisador da história da medicina e da saúde em contato com um domínio relevante para a história da medicina e do livro.

 

Jean Luiz Neves Abreu
Universidade Federal de Uberlândia

 


 

Javier Moscoso. Historia cultural del dolor. Madrid: Taurus; 2011, 383 p. ISBN: 978-84-306-0815-7, € 22.

Tras más de diez años de investigación y de exitosas intervenciones públicas sobre el tema, Moscoso nos ofrece su Historia cultural del dolor, publicada también en inglés -Pain. A Cultural History (Palgrave Macmillan, 2012)-. Y aquí el adjetivo posesivo es importante porque no estamos ante un relato histórico al uso, sino ante un provocador ensayo que, ilustrado con ejemplos tomados de un arco temporal de más de cinco siglos, reflexiona sobre la experiencia del daño.

El dolor propio o ajeno, del cuerpo o del alma, aceptado o impuesto se analiza como modulador básico de la experiencia vital y el objetivo de Moscoso es mostrarnos con qué estrategias retóricas se articula, en distintos momentos históricos, la experiencia del sufrimiento humano para que el dolor como realidad subjetiva e intersubjetiva, exista. La expresión cultural del dolor no es solo demostrativa sino que siempre es performativa necesitando, por tanto, para su existencia de herramientas persuasivas que garanticen el convencimiento de una audiencia que solo después de haber encontrado verdad en la certeza de quien sufre, podrá responder emocionalmente a su daño. Dirigir el análisis a las distintas formas culturales que en la historia han modulado la tensión entre la certeza y la verdad del sufrimiento es un ejercicio de epistemología histórica que permitirá, según Moscoso, superar los peligros de una historia cultural del dolor teleológica o de aquella que condenase a la disolución a su mismo objeto de estudio. Con este planteamiento, el libro aparece estructurado en ocho capítulos: Representaciones, Imitación, Simpatía, Adecuación, Confianza, Narratividad, Coherencia y Reiteración. Se completa con un prólogo, un emocionante Post scríptum, una exhaustiva bibliografía contenida en las notas finales y un índice onomástico. La edición de Taurus está muy cuidada tanto tipográficamente como en la iconografía que acompaña el texto. El orden de los capítulos es cronológico aunque el autor nos aclara que esta disposición no significa entender como progresión sino como sucesión, las formas "de materialización u objetivación de la experiencia lesiva [...] las modalidades retóricas que han permitido a lo largo de los siglos la comprensión cultural del sufrimiento humano" (p. 15).

En el primer capítulo se aborda la dramatización, según unas reglas precisas, de la construcción de la experiencia del sufrimiento y del ejercicio de la violencia y de su representación en el mundo medieval y renacentista. Tomando ejemplos de cinco ámbitos distintos, el teológico, el bélico, el judicial, el de la representación anatómica y el de la práctica médica, Moscoso analiza la función a la vez cognitiva y emocional de las diferentes formas de dramatización del relato ejemplar del sufrimiento en cada uno de estos espacios. Y admite, con la melancolía que le da el vivir en la exhibición continua del dolor "sin esperanza" (p. 54) del mundo contemporáneo, que ni lo gratuito ni lo obsceno formaron parte de la representación del sufrimiento en aquel otro momento histórico. Tomando como hilo conductor los golpes de Alonso Quijano y las disciplinas, impuestas a sí mismas, de las beatas de la Contrarreforma españolas, Moscoso entiende que la imitación es la seña de identidad de la experiencia del sufrimiento en el siglo XVII, al que dedica el segundo capítulo. La representación pictórica, escultórica o literaria del dolor en el barroco no será en el análisis de Moscoso, reflejo de la experiencia de la sensación dolorosa, sino de la pasión imitativa, del deseo de ser el modelo sufriente (y heroico) que no se es y que nunca se llegará a ser.

Si las convenciones teatrales ayudan a plantear los dos primeros capítulos, poniendo el foco en los actores que representan o imitan, el tercero, ambientado en la Ilustración, se coloca al lado del espectador. Bajo el significativo título de Simpatía, Moscoso analiza el sufrimiento en el período ilustrado y sostiene, y lo hará así ya a lo largo del resto del libro, que no hay experiencia dolorosa sin testigo, que "allí donde no hay observador; el dolor no puede considerarse humano" (p. 86). En la Ilustración el espectador puede experimentar el sufrimiento ajeno y quien sufre, aún en soledad, no puede sentir sin que esa sensación no haya sido modulada en las expectativas de los otros. La medida del dolor queda fuera de quien lo sufre, en la mirada necesariamente distante de un público educado en nuevas reglas que ordenan la proporción (y ocultación) del castigo y del gusto. Y el análisis de distintos tratados de filosofía moral y de estética conformará el grueso de este relato. El resto de los capítulos se situarán temporalmente en los siglos XIX y XX.

El capítulo titulado enigmáticamente, Adecuación, analizará los intentos de objetivación y medida de la experiencia del daño a lo largo del siglo XIX, un período que califica como el siglo del dolor, tanto en las metrópolis como en las colonias. Un intento de objetivación del dolor que Moscoso entiende necesario para hacer un uso instrumental del mismo y que documenta en la nueva técnica fotográfica, en la pintura y novelas naturalistas, en los tratados médicos o en las crónicas de guerra. La fisiología, la psicología y la medicina decimonónicas van a ser las grandes protagonistas de la reflexiones de Moscoso en este capítulo donde la voz del sufriente que, con la adecuada distancia, pudo conmover a la audiencia del siglo XVIII, intentará acallarse ahora en un proceso de traducción mecánica a un sistema de medidas científicas. Si el medir permitió desentenderse del grito de quien sufre, el silencio completo del dolor se logró en este mismo siglo con la aplicación de la anestesia y otras formas de alteración de los estados de conciencia.

Y al impacto no solamente médico sino cultural de estas intervenciones se dedica el capítulo quinto titulado Confianza. La relación entre lesión y expresión del daño se fractura definitivamente ilustrando nuevas formas de confianza y fraude. El dolor podía existir, pero ya no dejaba lugar al recuerdo. La conquista del dolor que, por otro lado, "garantizaba la forma de vida, intervenía en la educación, en la economía nacional, en el sistema colonial y en el trabajo diario" (p. 206), podía también hacerse desde el sometimiento voluntario al mismo. Moscoso articula su siguiente capítulo sobre el uso instrumental del dolor por parte del masoquista como medio para resignificar su experiencia sensorial total. El repaso de distintos materiales clínicos y relatos literarios, le permiten analizar las reglas retóricas y el ritual que conduce a una subversión radical de la economía fisiológica, al hacer que el sufrimiento físico del cuerpo no sea ya dolor sino placer. Sometimiento voluntario, indiferencia ante el dolor e incluso parafernalia punitiva podían ser compartidos por masoquistas y ascetas; sin embargo, Moscoso nos advierte con finura, del distinto aliento de los dos anhelos y del peligro del diagnóstico retrospectivo. A lo largo de todo el libro Moscoso insiste en el análisis de las distintas estrategias desplegadas por parte de quien sufre, provocadas por la necesidad de generar convicción en su audiencia para que el daño sea admitido como real.

Hasta el capítulo VII las lesiones visibles del cuerpo, sin duda, habían colaborado en este empeño. Sin embargo, a partir de aquí, Moscoso nos lleva a otro espacio, al del dolor sin lesión y al del daño sin conciencia del mismo. Dolores sin explicación que solo se sostienen en la coherencia del relato. Y Coherencia es el título del capítulo por el que desfilan los variados trastornos nerviosos de la segunda mitad del XIX de la mano de Benjamin Brodie, Sigmund Freud y Pierre Janet, entre otros. Un espacio de la experiencia donde lo que está en juego es la credibilidad de lo que el paciente cuenta, pero también, como Moscoso nos enseña, de lo que el médico sabe.

La ausencia de explicación genera desconfianza, pero también la falta de un final al sufrimiento como no sea el horizonte de la muerte, desestabiliza la lógica dramática del sufrimiento humano. Y aunque en todos los periodos históricos se pueden documentar enfermos a los que el dolor acompañó hasta su muerte, Moscoso sostiene de manera convincente, que solo el siglo XX es testigo del "enfermo de dolor". Un nuevo enfermo cuyo dolor crónico o terminal no tiene ni para quien lo sufre, ni para sus contemporáneos, ninguna utilidad, ni cognitiva, ni moral. A este tipo de enfermo y a la creación y desarrollo por parte de la práctica médica, de la industria farmacéutica y del mercado cultural de esta nueva tipología de sufrimiento humano, es a lo que Moscoso dedica su último capítulo. Bajo el nombre de Reiteración, analiza cómo la propia existencia del dolor crónico depende de la creación, por acumulación de testimonios, de una narración colectiva homogénea que recupera la voz de quien sufre. Solo a través del testimonio de quien se duele es posible resignificar cultural y clínicamente el dolor en las sociedades postindustriales donde la exhibición obscena del sufrimiento y la analgesia del mismo, caminan de la mano.

Quizás el lector avisado no encuentre sorpresas llamativas en la elección de las fuentes que van sosteniendo la trama narrativa de cada uno de estos capítulos, pero el análisis radicalmente original de los mismos no le dejará indiferente. Como tampoco se puede sentir indiferencia ante la prosa inteligente, personalísima e irónica de Moscoso, que parece invitarnos a entender la lógica del sufrimiento humano, y cuando pensamos que eso nos salvará, nos deja a la intemperie haciéndonos recordar que ya nos advirtió al comienzo del libro sobre lo que parece cosa de magia en el teatro (p. 58). El marco conceptual es tan rico y complejo como el heurístico y desborda cualquier filiación disciplinar, aunque la voz sonora y sin complejos, de quien viene de la filosofía, domine sobre la más discreta del historiador. Y no podría ser de otra manera si, como nos aclara el Post scríptum que cierra el libro, la galería de actores secundarios, réplicas, decorado y tramoya desplegados en esta obra de un solo actor, tienen como última meta ayudarnos a poner orden en la experiencia del sufrimiento o de manera general, a poner orden "en el flujo de la vida" (p. 310). Ni más, ni menos. Difícil y ambicioso empeño que dan como resultado la propuesta más original y completa sobre el dolor publicada hasta la fecha.

 

Fernando Salmón
Universidad de Cantabria

 


 

Begoña Crespo García, Inés Lareo Martín; Isabel Moskowich-Spiegel Fandiño, eds. La mujer en la ciencia: historia de una desigualdad. Munich: Lincom Europa [colecc. Studies in Antropology n.o 15]; 2011, 155 p. ISBN: 9783862881017, € 67,60.

Como han mostrado los estudios de sociología del conocimiento científico, el proceso de institución académica de un campo interdisciplinar como "estudios de género" o "women's studies" requiere un proceso distinto del normal para las áreas típicamente disciplinares, como genética, cristalografía o bioética. En una sucesión temporal significativa todas las disciplinas relacionadas deben ir integrando ese nuevo campo, legitimando los objetivos y métodos, incluyendo sus presupuestos o marcos teóricos, acostumbrándose a apreciar los resultados y a los nuevos expertos y su genealogía intelectual. En este sentido, el libro La mujer en la ciencia. Historia de una desigualdad tiene la virtud de cumplir, de un modo excelente, ese papel de traducción trans-disciplinar, además de provocar reflexiones inquietantes a unos y otros especialistas y ofrecer datos de fuentes preciosas o raramente usadas en historia de la ciencia.

Coordinado por investigadoras de filología inglesa, el libro presenta las contribuciones de ocho especialistas de diversas áreas científicas -historia y filosofía de la ciencia, matemáticas, ciencias físicas, filología y políticas de igualdad- reunidas en un curso de verano con el objeto de contestar a una vieja y reiterada cuestión: qué lugar cabe imaginar para las mujeres en la ciencia. Ofrece buenos ejemplos de los problemas más interesantes, en mi opinión, de la historiografía actual: mecanismos de desautorización del saber de las mujeres, la opacidad de lo femenino a la mirada histórica convencional, que nos exige cuestionar el concepto mismo de ciencia para su uso en el pasado y la discriminación vertical y horizontal de las mujeres en determinados campos científicos.

Los dos primeros capítulos están dedicados al mundo medieval y ofrecen dos propuestas bien diferentes. En el primero, la filóloga Cristina Mourón presenta el análisis de una obra literaria actual -Un mundo sin fin, de Ken Follet- para conocer las actividades de las mujeres médicas británicas (pp. 3-23), y en el segundo, la historiadora Montserrat Cabré analiza manuscritos de época -recetarios de mujeres- para reconstruir asimismo aquel mundo femenino, aunque en España (pp. 25-41). La calidad de las evidencias aportadas por uno y otro trabajo no son comparables, pero, juntos y en contraste, constituyen un verdadero case study para la formación académica en filología, en ciencias de la salud o en estudios de género.

Abordar la lectura de un best seller para tratar una de las cuestiones más espinosas de la historiografía médica como la diversidad de profesionales y actividades sanadoras y sus interacciones, es algo impensable en nuestra disciplina. Sin embargo, Mourón, en su estilo filológico, va desgranando los personajes y las situaciones centrada su atención en el perfil profesional y la posición social de los médicos, las médicas, las curanderas, las enfermeras, las matronas, cirujanas-barberas descritas por Follet, valorando o comentando su verosimilitud, así como las diferencias en algunos casos con el modelo de Francia. Sus soportes bibliográficos denotan la tradición cultural británica de su disciplina, y cierta endogamia, aunque asuma presupuestos básicos de la historia social de las profesiones sanitarias, como la practicada por Luis García Ballester. Estudios tan exhaustivos y de tan fácil lectura son valiosos porque ayudan a comprender los mecanismos de la memoria y construcción de los mitos, a cotejar la imagen popularizada de la novela y la síntesis de los expertos (historiadores de la ciencia europea o de la historia general británica). También para subrayar las similitudes y diferencias con la asistencia sanitaria española, que no se analiza aquí, algo en lo que los profesores de historia de la medicina solemos emplear mucho tiempo, generalmente para desmentir las ideas que la audiencia española construye al suponer una universalidad que no está probada sino desmentida. Como ocurriera antes con la novela de El médico de Noah Gordon, el universo fabricado por Ken Follet mueve lecturas, disputas y malentendidos en las aulas para lo que debemos estar preparados.

Montserrat Cabré analiza unas fuentes inusuales en "Las prácticas de salud en el ámbito doméstico. Las recetas como textos de mujeres (s. XIV-XVII)" y lo hace en dialogo con la tradición historiográfica feminista, que indaga la autoridad y sabiduría de las mujeres, y los estudios sociológicos, que pretenden explicar cómo circula el saber. La autora reivindica el valor historiográfico de las recetas y los recetarios manuscritos -despreciados por el canon científico y por el canon literario- porque son textos escritos por las mujeres, que sirvieron para el intercambio de conocimientos entre ellas, y porque informan eficientemente de las prácticas sanitarias de quienes socialmente eran "las encargadas del mantenimiento cotidiano de la salud" de la población (p. 25). Las recetas dicen cómo elaborar un medicamento, un alimento o un preparado para mejorar la sensación de bienestar, cómo obtener y manipular sus ingredientes, cómo administrarlo o conservarlo. Los hechos del pasado rescatados son verdaderamente relevantes, pero lo que resulta más atractivo de este capítulo de M. Cabré -muy deudor de su Women or healers? Household Practices and the categories of health care in late Medieval iberia (Bull Hist Med 2008; 82/1: 18-51) y de su capítulo de cosmética publicado en Secrets and knowledge in medicine and Science (Ashgate, 2011)- es la sutil significación que va tejiendo de esa cultura femenina del "entre mujeres", de los vínculos entre recetas y memoria, cultura escrita y oral, producción y difusión de saberes (aquí las relaciones materno filiales u otras y las compilaciones de la recetas intercambiadas entre mujeres o recetarios), y ese género literario tan vivo, no tan menor ni exclusivamente femenino, que fueron las epístolas o cartas.

Los siguientes dos capítulos, centrados en los siglos XVIII-XIX, presentan resultados parciales de un proyecto de investigación de la universidad de la Coruña que merece toda nuestra atención. Tiene por objeto la recopilación de un corpus de textos científicos -Corpus Coruña (CC)- escritos en inglés por nativos de Gran Bretaña y Estados Unidos para un análisis lingüístico y sociolingüístico. Del conjunto de los resultados, el libro ofrece los datos referidos a las mujeres científicas, y ahí radica el interés y originalidad de ambos capítulos. En "Por amor al conocimiento: entre la científica y la mujer", Begoña Crespo analiza, sobre todo, el contexto familiar, educativo que le permite explicar cómo se forja y vive una científica en un mundo tan masculino, especialmente enfocada en el mundo de la química. Por su parte, Inés Lareo (pp. 43-68) ofrece un perfil biográfico de las 23 autoras localizadas de los siglos XVIII y XIX que conviene retener: el 30,44% de la muestra fueron educadas solo en casa y el 40% recibieron, además, educación en colegios dominicales o instituciones de enseñanza; un 30% permanecieron solteras y un mismo porcentaje se casó con un científico, mientras el restante 40% lo hizo con hombres de otras profesiones; respecto a los motivos para publicar, el 40% lo hicieron por motivos económicos y sin recurrir a la clásica retórica exculpatoria de su condición femenina, que sólo lo observaron en 4 de las 23 científicas del Coruña Corpus. El problema es que el lector -o lectora- debe ir rescatando los valiosos datos propios del extenso discurso sobre el contexto en el que se hallan integrados. Se trata de un estilo científico que desconcierta a un historiador de la ciencia pero parece normal y fructífero entre filólogos (y otros estudiosos culturales); sorpresa que puede llegar a la desconfianza porque, aunque sus referentes bibliográficos sean buenos y atine con obras claves, por ejemplo, se utilizan las publicaciones de Margaret Rossiter en un plano de igualdad con la síntesis divulgativa de Margaret Alic, o no se citen los clásicos Women in Science o The Biographical Dictionary of Women in Science de Ogilvie (1986, 1996 y 2000).

Los cuatro últimos capítulos están referidos a la ciencia actual y su institución en el siglo XX. "Con faldas y en la ciencia: la igualdad en la enseñanza de las ciencias", de Paloma Alcalá Cortijo, cuestiona la lentitud del proceso de cambio ofreciendo datos cuantitativos alarmantes. "La Informática y la Telecomunicación desde una perspectiva de género" (Teresa E. Pérez, Rocío Raya Prida, Evangelina Santos Aláez de la Universidad de Granada) ofrece un ejemplo precioso del proceso de descubrimiento por las jóvenes de una realidad impensada, la marginación o ausencia de mujeres en su ámbito de trabajo, fundamentado, como es habitual, con abundantes tablas y gráficos. En "Institucionalización e innovación epistémica: feminismo, género y ciencia", Eulalia Pérez Sedeño (IFS-CCHS, CSIC) ofrece varios ejemplos de cómo se ha construido el androcentrismo actual, por ejemplo, excluyendo a mujeres expertas y experimentadas en el momento de la institucionalización de la American Psychology Association y las necesidades de la guerra. "El papel social del saber femenino: perspectivas de distintos mundos" (Cristina Saucedo Baro del Instituto de la Mujer) es una equilibrada síntesis cuantitativa de la situación actual en clave progresista.

La mujer en la ciencia tiene tres inconvenientes formales que combinados hacen de él un libro casi ilegible en el sentido físico o visual de la palabra: el tamaño de su letra, que es muy inferior a cualquier libro normal; su impresión digital, que abarata costes al imprimir los ejemplares a demanda y peor calidad visual; y su alto precio (alemán), que triplica el de similares características del mundo académico en español. Como si la escasa experiencia hubiera llevado a la joven colección de antropología de la editorial Lincom-Europa al error de confundir la versatilidad de la pantalla del ordenador con la fijeza y esplendor de la página de un libro. La ventaja de este gran inconveniente es que todavía estamos a tiempo de corregirlo aumentando el tamaño de caja del libro en la "segunda edición" o, mejor, cambiando nuestras costumbres de lectura. Este ha sido el libro que en mi caso ha agudizado al extremo el dilema de nuestra época: ¿leer en pantalla o del libro?

Sea, pues, bienvenido un libro más de historia de las mujeres en la ciencia, cargado de hechos y de propuestas analíticas sorprendentes, concebido por un nuevo público interesado en la historia de la ciencia, y que ya puede adquirirse en formato electrónico para leerlo confortablemente en la pantalla de una tableta o un e-book.

 

Consuelo Miqueo
Universidad de Zaragoza

 


 

Michael Stolberg. Die Geschichte der Palliativmedizin. Medizinische Sterbebegleitung von 1500 bis heute. Frankfurt am Main: Mabuse Verlag; 2011, 303 p. ISBN: 978-3-940529-79-4, € 31.

Mi primera reflexión debe versar sobre el título de este libro; un título seguramente condicionado, como en tantos casos, por consideraciones editoriales, pues, para fortuna de sus lectores, no trata de "la historia de la medicina paliativa", aun cuando este asunto ocupe muy buena parte de sus páginas. El subtítulo es mucho más adecuado al contenido de la obra, bastante más ambicioso, y da cuenta de manera mucho más exacta de su interés: "el acompañamiento médico del moribundo desde 1500 hasta hoy"; pues lo que Stolberg aborda, con el rigor metodológico al que nos tiene acostumbrados, es la actitud y el papel del médico, pero también de sus eventuales colaboradores, y el rol de las instituciones, en el auxilio al moribundo a lo largo de la modernidad, sin dejar de lado cuanto sobre el asunto hayan podido declarar los propios pacientes o, en general, los legos en medicina.

El libro está dividido en tres períodos, más o menos clásicos: "la modernidad temprana (1500-1800)", "la era industrial (1800-1945)" y "la época posterior a 1945". En todos ellos el autor sigue un esquema similar que no siempre, por razones de eficacia, se refleja en el índice. Estudia primero las posibilidades de la medicina y las actitudes de los médicos más condicionadas por los aspectos puramente materiales; analiza después los aspectos éticos y las controversias de ellos derivadas y por fin da cuenta del testimonio de los pacientes, bien a través de literatura autobiográfica, bien mediante el recurso, que el autor valora en alto grado, de la literatura de creación. Uno de los méritos de Stolberg es que esta tripartición no se aplica de manera rigurosa, dándose una gran permeabilidad a las fronteras establecidas entre los diferentes dominios.

Los materiales empleados para dar respuesta a la pregunta sobre cómo actuaron los médicos a la cabecera del moribundo son variados, abrumadores en número y de gran calidad; desde luego son los más apropiados para que la respuesta sea solvente: textos impresos de medicina, abundantes fuentes manuscritas como las que constituyeron la parte del león de su excelente Homo patiens, ya reseñado en las páginas de esta revista, sermones centrados en el tránsito, informes de instituciones sanitarias, autobiografías, literarias o puramente privadas, y literatura de creación. En alguna ocasión la abundancia del material documental da ocasión a alguna reiteración, pero no es éste un pecado en el que el autor caiga con asiduidad. Por otra parte, dado el tema tratado, la lectura resulta atractiva y no pocas veces despierta emociones.

Para comenzar una sucinta descripción de los contenidos adoptaré el punto de vista del título, tal vez para atemperar lo que sobre él dije; pues es cierto que Stolberg da cumplida cuenta de la evolución histórica de los términos medicina palliativa y euthanasia aunque, como ya he adelantado, es lo demás, la historia desde el paciente -y desde el médico tomado en su individualidad- lo que, a mi juicio, confiere el mayor valor a esta obra. Stolberg encuentra la noción de cura palliativa en Guy de Chauliac, en torno a 1363, como puro terminus technicus, si bien a lo largo de los siglos irá desbordando los márgenes del lenguaje médico para popularizarse a finales del dieciocho, lo que, como puede aprenderse más adelante, es consecuencia de la generalización del debate acerca de este tipo de actitud terapéutica y de su compañera de viaje, la euthanasia. Este vocablo comienza teniendo un significado religioso-moral en la Edad Media, donde la "buena muerte", la "muerte correcta", es la que se produce en el seno de la Iglesia y en estado de gracia, aunque ya a principios del siglo diecisiete, especialmente en la obra de Francis Bacon, iniciará su deriva semántica hacia el campo de la medicina.

Los más antiguos documentos estudiados por Stolberg parecen dejar fuera de duda que en los albores del Renacimiento los médicos admiten de forma unánime que es obligación suya asistir al paciente hasta el momento del exitus, si bien son conscientes de las complicaciones de todo tipo que tal conducta puede acarrear: mala prensa, pues no han sido capaces de salvarlo; posibilidad de que ante un pronóstico infausto, que no se escamotea a la familia, ésta acuda en busca de otro médico... En cuanto al modo de actuar, resulta evidente la relativa tolerancia de la sociedad en su conjunto respecto a la cura palliativa. Se encuentra incluso en documentos jurídicos, y muchos médicos, entre ellos Silvio, cuyo testimonio se cita en el texto junto al de otros menos célebres, adoptan la actitud de combatir los síntomas sin tener en cuenta "la enfermedad", manera eufemística de hablar de la vida del enfermo en ese momento concreto de su existencia. Esto no impide que, por principio, se excluya la posibilidad de acortar la vida, aunque la variedad de las fuentes empleadas muestra que junto a tomas de posición eminentemente teóricas conviven prácticas de larga data tendentes a facilitar el tránsito del moribundo.

Al lado de los debates, explícitos o implícitos, relacionados con esa especie de línea roja que separa la medicina paliativa de la provocación de la muerte, el autor estudia el tema, de no menor calado ético, de la comunicación del pronóstico, ya sea al paciente, ya a los familiares. El conflicto vivido por los médicos de la modernidad temprana viene determinado por la colisión entre, por un lado, la creencia religiosa y las obligaciones sociales, que exigen que el paciente pueda prepararse, tanto espiritualmente como dejando en orden sus asuntos terrenales, y por otro la vigente doctrina médica de los afectos, según la cual el efecto moral producido por el conocimiento del próximo fin puede acelerar el desenlace de la enfermedad. El balance de esta parte del libro -que no difiere del de la siguiente- es que se hace preciso renunciar al tópico de que el médico se retiraba de la cabecera del moribundo dejando su lugar al sacerdote.

El principal cambio detectado por el autor en el paso a la segunda etapa por él establecida es simétrico al de la medicina en su conjunto. En torno a 1800 observa un creciente interés, tanto médico como popular, por la fisiología del proceso tanático, condicionada en parte por un creciente temor a la "muerte aparente", la catalepsia, de la que tanto eco se hizo la literatura decimonónica. Si, según la investigación de Stolberg, la medicina nunca había dejado de interesarse por el final de la vida humana, a partir de este momento el asunto alcanza la misma dignidad científica que cualquier otro dentro del campo de la teoría y la práctica de la medicina; y concretamente en este segundo aspecto, el de la práctica, se pone el acento en la necesidad de una formación médica específica para el acompañamiento del moribundo. El importante número de escritos académicos dedicados a este asunto es prueba de dicha tesis.

Los polos entre los que circula el debate acerca de la intensidad de los cuidados paliativos y la eventualidad de una eutanasia en la acepción actual del término no cambian en lo esencial respecto de lo ya señalado, aunque pueda hacerlo el modo de formular dicha tensión. Una de las posturas podría formularse así: "hay que conseguir que el paciente siga siendo un ser humano hasta el momento de la muerte"; la otra, "hay que mantener la vida aunque pueda parecernos que ya no es valiosa".

Uno de los asuntos en los que esta parte aporta información de otro género, o al menos más concreta, es el referente a los métodos y técnicas que la nueva medicina aporta a las estrategias paliativas. Uno que ya era conocido, el uso del opio, es objeto de amplio tratamiento en la literatura del diecinueve; para quien conozca al personaje resulta sumamente aleccionador leer la apología que de esta sustancia hace Christoph Wilhelm Hufeland. El otro, más tardío, es fruto del desarrollo de la cirugía a lo largo de la centuria: la cirugía paliativa. Algo que apenas era susceptible de ser pensado con anterioridad -la remoción de partes dañadas de manera irreversible, o de tumores- comienza a ocupar buena parte de la práctica de los cirujanos.

Por otra parte, en torno a 1825 empiezan a aparecer textos que ponen un énfasis especial en el hecho de que el médico debe estar preparado para dar asistencia psicológica al moribundo, aun cuando el término "psicología" no sea aún utilizado con soltura, prefiriéndose el de "moral"; se habría producido así un cambio de contenido semántico, con repercusiones prácticas evidentes, de la tradicional noción de Seelsorge, que de "cura de almas" pasaría a significar "asistencia psicológica", reforzándose así el papel del médico respecto del antaño atribuido al sacerdote.

En lo relativo a las vivencias y puntos de vista de los pacientes y de sus deudos, el autor puede ahora manejar documentos, a menudo preciosos, procedentes tanto de médicos (por ejemplo, Leon Daudet) como de legos bien dotados para expresar sus sentimientos (Heinrich Heine, Hector Berlioz), así como de obras de creación (Paul Heyse, Thomas Mann, etc.).

Otra gran novedad aportada por este período, y aún más por el último considerado (de 1945 hasta la actualidad), es el relativo a "morir en la institución", capítulo en el que se estudian las consecuencias del cambio de modelo hospitalario, ahora radicalmente tecnificado, que hará necesaria, al menos parcialmente, la creación de "hospitales de incurables" hasta llegar en el mundo anglosajón al modelo del hospice.

Para finalizar mencionaré una interesante consecuencia de la investigación de Stolberg: su crítica a los modelos históricos de comportamiento ante la muerte diseñados por Philippe Ariès en los años setenta del pasado siglo. Sin que se plantee invalidarlos de manera radical, considera que hay que rechazar su pretensión de dar razón de todas las actitudes ante la muerte en períodos que, en éste como en otros asuntos, no pueden responder a una concepción monolítica de la realidad. Así, discute tanto la demasiado idílica imagen de una "muerte domesticada" anterior al auge de la cultura burguesa como la idea de una ocultación sistemática del tránsito a partir de la mitad del siglo diecinueve. La muerte y su cortejo de vivencias y problemas fue y sigue siendo suficientemente locuaz, como demuestra la consulta del rico material documental acopiado por el autor, si bien, a mi parecer, esto no refuta plenamente, al menos en este período, la tesis de Ariès, aunque obliga a corregirla de manera enriquecedora; pero tal asunto desborda las pretensiones de mi recensión.

Mi balance de la lectura de esta obra es eminentemente positivo. Riquísima en información, ofrece un extraordinario panorama de lo pensado y lo vivido por los diferentes actores que intervienen en el episodio final de la vida humana en la cultura del Occidente moderno y contemporáneo.

 

Luis Montiel
Universidad Complutense de Madrid

 


 

Mercedes del Cura González. Medicina y Pedagogía. La construcción de la categoría "infancia anormal" en España (1900-1939). Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Científicas [Colección Estudios sobre la Ciencia]; 2011, 365 p. ISBN: 978-84-00-09350-1, € 36.

La denominada "crisis de fin de siglo", cuyas raíces se hundían en las últimas décadas del siglo XIX, era atribuida por las elites vinculadas a las corrientes krau- so-institucionistas, reformistas y regeneracionistas, entre otras causas, al pobre desarrollo científico y educativo de nuestro país. El atraso español existente en los órdenes político, económico, social y cultural en comparación con la situación que presentaban las naciones más avanzadas, encontraron en la necesaria modernización y europeización de la educación y la protección de la infancia dos temas centrales de reflexión y actuación. En ese contexto, en un momento en el que ni la Psicología, ni la Pedagogía estaban institucionalizadas como cuerpos de conocimiento científico, en el proceso de la recepción y difusión de las ideas provenientes de otros países hay que destacar la labor de mediación efectuada por la Institución Libre de Enseñanza, fundada en 1876, o el Museo de Instrucción Primaria, creado en 1882, que pasaría a denominarse Museo Pedagógico Nacional a parir de 1894. Los alientos renovadores y reformistas se verían favorecidos y reforzados, tras la instauración del Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes en 1900, la fundación de entidades oficiales plenamente identificadas con dichos ideales, como la Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas en 1907, la Escuela Superior del Magisterio en 1909, la inspección médico-escolar en 1911, la promulgación de normas como la Ley de Protección a la Infancia y Represión de la Mendicidad de 1904, y su Reglamento de 1908, la edición de traducciones, la publicación de textos de autores españoles, la aparición de publicaciones periódicas, o la celebración de congresos como, por ejemplo, el I Congreso Nacional de Higiene Escolar en Barcelona, en 1912, la I Asamblea Nacional de Protección a la Infancia y Represión de la Mendicidad en Madrid, en 1914, o la Asamblea Médico-Pedagógica en Madrid, en 1929.

El libro que reseñamos, cuyo origen se encuentra en la tesis doctoral titulada Entre lo biológico y lo social: la influencia de la medicina en el discurso sobre la infancia anormal en España (1900-1939), dirigida por el doctor José Martínez Pérez y presentada por Mercedes del Cura González en el Departamento de Ciencias Médicas de la Universidad de Castilla-La Mancha en 2010, tiene por finalidad analizar los discursos y las prácticas desarrolladas en España, durante las cuatro primeras décadas del siglo XX, para responder al problema de los llamados "niños anormales". Una categoría infantil integrada por aquellos sectores de la infancia que presentaban problemas de comportamiento o no eran capaces de seguir los ritmos y las rutinas requeridos por la escuela.

La relevancia e interés de la obra se pone en evidencia desde sus primeras páginas. El lector podrá disfrutar, en su introducción, de una excelente aproximación a la historiografía sobre la deficiencia mental desarrollada desde sus inicios en la década de los sesenta del pasado siglo XX, los cambios operados a partir de los noventa con la emergencia de la llamada "nueva historia de la discapacidad" y su evolución a lo largo de la primera década del siglo XXI. En ella se analizan los diferentes enfoques y las principales aportaciones efectuadas a la construcción del conocimiento histórico en diferentes momentos y ámbitos geográficos del contexto internacional, con especial incidencia en áreas francófonas y anglosajonas, así como de referencias puntuales a otros países. Como cabía esperar, la autora también presta una destacada atención al estudio de la historiografía española abordando sus características, exponiendo sus similitudes o diferencias con la historiografía foránea, la procedencia disciplinar de sus aportaciones, influencias y las principales líneas temáticas abordadas. La introducción finaliza con un "comentario sobre las fuentes" utilizadas, mostrando su heterogeneidad e incidiendo más expresa y detalladamente en las principales publicaciones periódicas españolas coetáneas que favorecieron la recepción y difusión de la psicopedagogía, la eugenesia o la psiquiatría infantil.

El núcleo central de la obra está estructurado en dos grandes bloques. En la primera parte, titulada "La construcción médico-pedagógica de una nueva categoría infantil", la autora comienza su estudio analizando el contexto en el que se genera tal interés, en un momento condicionado por los cambios operados acerca de la concepción de la infancia, partiendo las claves de los movimientos reformistas emergentes tendentes a asegurar la protección de la infancia, el papel regenerador atribuido a la escuela y la progresiva medicalización experimentada por la institución escolar como la infancia. Como aborda Mercedes del Cura, la delimitación conceptual de la anormalidad infantil fue uno de los objetivos acometidos por los profesionales de los campos de la pedagogía o la medicina, intentando concretar qué era un niño normal, cuáles eran los límites que marcaban la frontera entre la normalidad y la anormalidad, los elementos que configuraban a esta última, la desviaciones conductuales asociadas a la misma y la construcción de un discurso de la anormalidad como problema social. Desde la medicina, la anormalidad era considerada como una patología. En consecuencia, como la autora estudia, los teóricos de la anormalidad se ocuparon de establecer sus factores etiológicos, asociados principalmente a la herencia, a problemas congénitos, el medio social, y los accidentes y las enfermedades que afectaban a la infancia, su semiología, la delimitación de las anomalías presentes en la escuela, así como de establecer complejas taxonomías en función de criterios de clasificación diversos. Los procedimientos diagnósticos empleados para la detección de la anormalidad constituyeron otro de los temas objeto de estudio y controversia entre los profesionales de la medicina, la pedagogía y la psicología experimental, así como de proyección en el desarrollo de la orientación escolar y la atención a la sobredotación. Como explora la autora, la asistencia especializada fue otro de los focos de atención, conflicto y colaboración entre médicos y pedagogos que, partiendo de premisas y argumentos diferentes, propugnaban una pedagogía médica o una educación especial como respuesta social y educativa ineludible ante la "infancia anormal".

En la segunda parte, denominada "De las palabras a los hechos: la asistencia a los niños anormales en España (1900-1939)", se analizan las soluciones emprendidas por instituciones y centros públicos y privados emblemáticos de nuestro país en la atención a la anormalidad infantil. Iniciativas públicas como las del Patronato Nacional de Sordomudos, Ciegos y Anormales, creado en 1910, la Escuela Central de Anormales, fundada inicialmente en 1922 bajo la denominación de Escuela Especial de Anormales, o la Escuela Municipal de Deficientes de Barcelona gestada en 1910, que a pesar de contar con ambiciosos proyectos se vieron sometidas desde su fundación a problemas de financiación y de funcionamiento. La asistencia privada también padeció serias limitaciones. Así pues, como expresa la autora de este estudio, las primeras décadas del siglo XX fueron testigo del nacimiento, difícil y lento de la asistencia a los niños con discapacidad mental.

 

Pedro L. Moreno Martínez
Universidad de Murcia

 


 

Miguel García-Sancho. Biology, Computing and the History of Molecular Sequencing. From Proteins to DNA, 1945-2000. London: Palgrave Macmillan; 2012, 256 p. ISBN: 978-0-230-25032-1, € 64.

Contemporary biological research heavily relies on computers and the automation of procedures that range from the mechanization of experiments to the uses of software for analytical purposes. Nowhere is this symbiosis between biology and computing closer than in contemporary genomics, almost a synonymous word for bioinformatics. The highly technical nature of today's genomic research, concentrated in large automated facilities requiring large amounts of public and private financing, its contentious marketing of recreational genetics services, and its vociferous promises for individualized medicine, have made it a research heaven for sociologists of science. By contrast, genomics -and the confluence of biology and computing, in general- has proved highly elusive for the professional historian of science. This is so for several reasons, some of them deriving from the very recent character of these practices (see below), but others more related to the disciplinary constraints of the historian of science, who has been trained either in the history of biology or in the history of computers, but not both. Miguel García-Sancho's book represents an outstanding accomplishment in bringing together those two realms, contributing to our understanding of the complicated history of how an important segment of biological research became the computerized and highly automated practice of today's genomics.

For historians of the life sciences in the 20th century, Biology, Computing and the History of Molecular Sequencing represents a big leap in bringing together histories from molecular biology, computer science, mathematics and even evolutionary biology. Supported by an impressive archival and oral research, and by a thorough revision of the secondary literature of the field, García-Sancho's book is a celebration of what the history of recent and contemporary science can achieve, and for years to come it will remain as an obliged reference not only for historians of science, but for sociologists and all those interested in the detailed development of the industrialized-information society.

The book's virtues are many. As mentioned before, bridging the gap between the history of biology and the history of computing (but also, the history of technology and the history of science) is perhaps the most notable one for the general reader. No less important is Garcia-Sancho's narrative, written in a fluid, clear and reader-friendly style, and supported by appropriate historical photographs and excellent explanatory figures elaborated by the author. The general structure of the book certainly contributes to the narrative's clarity, each of the three parts being devoted to each of the major developments in the long history of sequencing: part one, on the emergence of protein (chapter 1) and nucleic acid (chapter 2) sequencing in the work of Frederick Sanger between 1943 and 1977; part two, on the automation of assemblage of data and the creation of the first sequencing software (chapter 3) and databases (chapter 4) between the 1960s and 1980s; and finally, part three devoted to the development (chapter 5) and commercialization (chapter 6) of the first automatic sequencers between 1980 and 1998. As can be inferred by this description alone, the book covers the main events in the trajectory that has resulted in the current symbiosis between biological research, automation and computers.

However, for the historian of science, and in particular for the historian of recent biological sciences, an equally important contribution of García-Sancho's work stems from its sophisticated historiographical perspective. This is reflected in three major ways. First, García-Sancho's convincing and thorough argumentation of sequencing as "the result of the confluence of a variety of practices in a form of work". Following the influential categories of John Pickstone of ways of "knowing" and "working" in the history of science, and his more recent proposal of "working knowledge", as a way to "analyze the proliferation of analytical and rationalized working knowledges after the 1970s" (p. 12), García-Sancho embarks on a long-term convincing narrative of sequencing as a form of work. He refuses to interpret sequencing in the way molecular biologists and genomicists do: as a tool subordinated to their disciplinary practices. In doing so, his account is able "to link sequencing with a multiplicity of actors -molecular biologists or not- who, in finding responses to practical problems, crossed disciplinary boundaries" (p. 12). His choice allows the author to narrate a coherent history of practices, tools, actors and disciplinary cross-overs around sequencing, that extend along half a century of research, from Frederick Sanger's protein sequencing techniques in the 1940s and 1950s, to the automated DNA sequencers of the late 1980s and 1990s. In a highly specialized field, like today's history of science, this is a notable achievement, given the fact that the author provides a thick reconstruction and not a general account. As a historian of science, I must acknowledge that García-Sancho's narrative may be one of the most fruitful applications of Pickstone's categories to date.

Second, García-Sancho's historiography reflects his solid awareness of the dangers of writing history of recent and contemporary science, and in particular writing the history of genomics, a field empowered by the notable characters of its main actors (Craig Venter, James Watson, among others), and by the salient place it has cultivated within contemporary science and society at large. Having myself warned of the risks faced by historians in legitimating the genomicists' narrative of their own field, I cannot but appreciate the fact that García-Sancho has incorporated previous findings on the connection between evolutionary biology and the development of the first computer tools for sequence analysis. As García-Sancho convincingly argues, and I have argued before, some of the first analytical and comparative tools of today's bioinformatics originated in the field of evolutionary biology. This genealogy, however, is totally erased in the genomicists' accounts, who tend to see themselves as heirs of the molecular biology revolution. Among other undesirable consequences of these accounts it is important to mention how disciplinary hierarchies and science policy priorities have been shaped -and continue to be- by the attribution of every major development in 20th century life sciences to the iconic developments surrounding Watson and Crick's double helix model of DNA. By selectively eliminating actors in their personal narratives (in this case evolutionary oriented scientists), the genomicists not only deliver a monophonic history, but influence the present and future trajectories of science.

Third, García-Sancho's historiography is an important reminder of the benefits of using new and diverse resources in the writing of recent and contemporary science. He does so in particular in chapter 6, by recurring to the history of business and corporate culture of Caltech, and by appealing to a comparative account of the different cultures of scientific institutions to account for the divergent trajectories of sequencing automation and the further commercialization of sequencers. Again, the author's historiographical decisions have further implications, since he demonstrates that institutional cultures are more important that supposed national styles in explaining the development of commercialized automatic sequencers and the different approaches in the private and public attempts to sequence the entire human genome in the late 1990s.

Making use of those historiographical tools, Garcia-Sancho puts together a lot of previous scattered historical research, done by historians of biological sciences and of computing science in the last 15 years. The research culture at Cambridge's Laboratory of Molecular Biology and the career of Frederick Sanger being, for instance, one of the best documented episodes in the field. Nevertheless, the book offers refreshing interpretations and new historical research, in particular in parts two and three. Among those that I profited the most are the historical account of the automation of sequence assemblage and the different paths of the introduction of computers to biological research at Cambridge (which opens a door to analyze the resistance of biologists to full automation), the detailed historical reconstruction of the first DNA database in 1980 at the European Molecular Biology Laboratory in Heidelberg (including a thorough discussion of the role of "information engineers" and the evolving disciplinary hierarchies between computer scientists and biologists), and the development and commercialization of automatic sequencers at Caltech (in which the corporate and marketing culture of science at Silicon Valley enters the history of science).

In brief, I cannot do other than praise the publication of Miguel García-Sancho's book, as an important contribution that summarizes not only the empirical results of previous historians and his own research results, but the conceptual and theoretical advances of recent history of science as a mature field of research.

 

Edna Suárez-Díaz
Universidad Nacional Autónoma de México

 


 

Michael D. Gordin. The pseudoscience wars. Immanuel Velikovsky and the birth of the modern fringe. Chicago and London: University of Chicago Press; 2012, 291 p. ISBN-13: 978-0-226-30442-7, € 21,25.

The pseudoscience wars tiene dos propósitos: por un lado, intenta rescatar la figura del psicoanalista ruso-judío Immanuel Velikovsky (1895-1979) y sus controvertidas teorías, tachadas de pseudocientíficas; por otro lado, utiliza el caso de Velikovsky para discutir los procesos científico-sociales de demarcación científica. En este sentido, el libro de Michael D. Gordin, historiador de la ciencia de la Princeton University, se enmarca dentro de los estudios sociológicos del "boundary-work" y el problema filosófico de la demarcación.

El título hace referencia a las llamadas "science wars" de mediados de los 90, en donde se intentó desacreditar los estudios humanísticos de la ciencia que cuestionaban su objetividad. Dividido en seis capítulos, The pseudoscience wars ofrece una estructura clara y efectiva respecto a sus objetivos. El lector queda rápidamente fascinado por el caso de Velikovsky, hilo conductor del libro. Como expone Gordin en los dos primeros capítulos, la obra de Velikovsky Worlds in collision (1950) generó una gran controversia en la comunidad científica de Estados Unidos, país al que había emigrado en 1939. En Worlds in collision, Velikovsky exponía sus conclusiones tras décadas de investigación analizando los mitos de la antigüedad, especialmente los relativos a las catástrofes relatadas en la Biblia hebrea. En su opinión, dichas catástrofes ocurrieron en realidad y fueron causadas por agentes extraterrestres, los cuales llegó a identificar.

La explicación de Velikovsky fue tan increíble como controvertida: alrededor del 1500 A. C., cuando Moisés guiaba al pueblo judío desde Egipto, un gran cometa fue expulsado por Júpiter con dirección hacia la Tierra. Al quedar atrapado en su campo gravitacional provocó la inclinación del eje terrestre, así como una lluvia de meteoritos sobre la población. Tras décadas de interacción inestable, el cometa halló su propia órbita alrededor del Sol convirtiéndose, según Velikovsky, en el planeta Venus. Mediante argumentos psicoanalíticos, Velikovsky adujo que la humanidad había sublimado el trauma causado por la casi colisión con Venus, la cual estuvo a punto de llevar a la especie humana a la extinción. En su opinión, la ira que su teoría despertaba en algunos científicos podía explicarse por la amnesia derivada de la represión del trauma. Por último, cabe señalar que, según Gordin, la intención de Velikovsky no era la de desarrollar una ciencia alternativa del sistema solar, sino la de reescribir la historia del antiguo Cercano Oriente y resolver las discordancias respecto a la historia de los judíos.

La controversia sobre la publicación de Worlds in collision sirve a Gordin para analizar las estrategias de demarcación, usadas por científicos y académicos norteamericanos en los años 50, para tachar la obra de Velikovsky de pseudocientífica. Como se expone en la introducción, "pseudociencia" es un término de abuso, un epíteto con el que desacreditar ciertas doctrinas. Según se argumenta, dicha noción se ha construido alrededor de la idea de la mimesis: para los científicos ortodoxos, la pseudociencia es aquello que imita a la ciencia sin serlo realmente. Según Gordin, no hay nada que unifique las pseudociencias excepto el hecho de que científicos de varias disciplinas hayan decidido condenarlas al ostracismo. En este sentido, insiste en la necesidad de examinar la historia de los debates sobre la pseudociencia para comprender qué se entiende por "ciencia". Esta clase de planteamiento resulta muy acertado, pues permite analizar el caso de Velikovsky dentro de un marco histórico más amplio. Someter las categorías "ciencia" y "pseudociencia" a un análisis historiográfico permite relacionarlas con los procesos político-sociales gobernantes. Uno de los aciertos de The pseudoscience wars es que nos muestra cómo, en un momento determinado, los científicos entendieron su estatus, sus posicionamientos ideológicos y el futuro de sus disciplinas dentro de la sociedad.

Este tipo de análisis es el dominante en los capítulos tercero y cuarto. En el primero de ambos, Gordin expone la lucha de los genetistas norteamericanos contra el Lysenkoísmo o Michurinismo en los años 40. Dicha teoría representa una visión marxista de la genética basada en la noción de Lamarck sobre la herencia de los caracteres adquiridos. El cuarto capítulo trata del renacimiento científico de la eugenesia en Estados Unidos en la década de los 60. A este renacimiento también aspiraron las teorías de Velikovsky, aunque, a diferencia de las eugenésicas, fracasaron en el intento.

Según argumenta Gordin, la controversia con el Lysenkoísmo dotó a la comunidad científica norteamericana de herramientas para luchar contra Velikovsky. Como en el caso de Lysenko, una de las principales estrategias fue la de insistir en que el ataque respondía a cuestiones científicas y no ideológicas. Sin embargo, el excelente uso de las fuentes primarias llevado a cabo por Gordin, permite comprobar las verdaderas intenciones de los científicos y académicos a la hora de tachar las teorías de Lysenko y Velikovsky de pseudocientíficas. Dichas motivaciones no estaban exentas de una carga ideológica alejada de la supuesta objetividad y neutralidad del conocimiento científico. Como se argumenta en las conclusiones, la ciencia ortodoxa, entendida como una forma de autoridad, necesita de la demarcación científica para definirse en contraposición a aquello que se tacha de pseudociencia. Por ello Gordin postula que si queremos tener una ciencia, tenemos que aceptar que siempre habrá doctrinas excluidas que luchen por su aceptación. El proceso de demarcación científica es irremediable, ya que la ciencia se basa, en parte, en la exclusión de otros dominios. La existencia de la pseudociencia deviene así inevitable, por lo que combatirla se vuelve problemático.

Para Gordin, el caso de Velikovsky ejemplifica cómo los intentos de demonizar una doctrina a veces la vuelven más popular. Así nos lo muestra en los dos últimos capítulos donde relata cómo, tanto creacionistas como participantes del movimiento contracultural norteamericano de los 60, terminaron por defender Worlds in collision. Sin embargo, la verdadera aspiración de Velikovsky fue la de formar parte de la ciencia ortodoxa. Gordin identifica correctamente las estrategias que siguió, las cuales son aplicables a cualquier disciplina que busque el reconocimiento científico en general. De todos modos, lo más interesante de estos últimos capítulos vuelve a ser su planteamiento. Según Gordin, cuando no es posible ganar legitimidad en la ciencia oficial, mantener la autoridad dentro del propio campo resulta vital. Así lo hizo Velikovsky al verse asociado con el creacionismo: en un intento de mantener su propia ortodoxia intacta, aplicó las mismas estrategias de demarcación que se habían usado contra sus teorías. En este sentido, Gordin consigue construir una historia que se dobla sobre sí misma: los procesos de demarcación científica se dan, por los mismos motivos, en aquellos campos que ya han sido considerados como pseudociencia. Si Velikovsky era demasiado pseudocientífico para la ciencia del momento, el creacionismo también lo era para Velikovsky.

The pseudoscience wars mantiene su calidad de principio a fin. Gordin hace un uso excepcional de las fuentes primarias, las cuales incluyen cartas y manuscritos inéditos pertenecientes al archivo personal de Velikovsky, el cual fue adquirido en 2005 por la Princeton University Library. Por otro lado, Gordin identifica perfectamente las cuestiones que, en relación al problema de la demarcación científica, ofrece el caso de Velikovsky. En este sentido, es capaz de situarlo correctamente en el amplio e inconcluso debate que contrapone la ciencia y la pseudociencia. Mediante un enfoque historiográfico acertado, analiza dichas categorías sin abusar de las generalizaciones. Si bien el caso Velikovsky representa una microhistoria, el problema de la demarcación se halla insertado en un marco macrohistórico que no se abandona en todo el libro. Cada argumento general está acompañado de un ejemplo esclarecedor, por lo que los niveles micro y macrohistórico no se ven resentidos.

Como historiador, Gordin dice estar más interesado en cómo ciertas personas y grupos usaron los términos "ciencia" y "pseudociencia" para perseguir sus fines, que no en juzgar si estas etiquetas fueron usadas "correctamente" según los estándares de la época. En este sentido, aunque Thepseudosciene wars ofrece una aproximación historiográfica al problema de la demarcación científica, no propone ningún criterio de demarcación. Sin querer entrar de lleno en el debate filosófico, Gordin plantea que quienes pretendan resolver esta cuestión deberían, quizás, empezar por fijarse en cómo la comunidad científica decide qué es ciencia y qué no. Esta clase de análisis cumple con las aspiraciones historiográficas de Gordin, pero difícilmente resuelve el problema filosófico de la demarcación -problema que no busca solucionar The pseudosciences wars-, básicamente porque no le ve solución: mientras exista la ciencia existirá la pseudociencia derivada de los procesos de demarcación. Por este motivo, The pseudoscience wars cumple con los objetivos que se ha propuesto e invita a indagar en estas guerras antes que a buscar un criterio que, idealmente, termine con ellas.

 

Andrea Graus Ferrer
Universitat Autònoma de Barcelona

 


 

Luis Montiel. El rizoma oculto de la psicología profunda. Gustav Meyrink y Carl Gustav Jung. Madrid: Frenia; 2012, 299 p. ISBN: 978-84-6953540-0. No venal.

En este trabajo sobre Gustav Meyrink (1868-1932) Montiel analiza las similitudes visibles entre este autor -a través de las vicisitudes de la vida psíquica de los personajes de sus cuentos y novelas- y la psicología analítica de C.G. Jung. Precisamente, uno de los objetivos de este libro es postular el valor de prueba que estas narraciones poseen respecto de la compleja construcción doctrinal de Jung, aunque sea en sede literaria y a través de las vivencias de seres de ficción.

El hilo conductor de la obra de Meyrink parece ser una implacable búsqueda -que llegó a comprometer su salud psíquica, por momentos- de esa "esencia foránea o naturaleza de trasfondo" que parece mover a los personajes de sus cuentos y novelas, y que dislocan de manera formidable el yo que tanto enorgullece a la subjetividad surgida con la modernidad. Pero no para aniquilarlo por completo, sino para dejar lugar a otro yo, íntimo, amplificado y en cierto modo trascendente, que debería estar en equilibrio con el yo inmediatamente consciente.

El libro se despliega en seis apartados, un epílogo y un apéndice. El primer apartado "Gustav Meyrink: El hombre, el escritor, el buscador de sí mismo", está orientado a dar una visión de la biografía del escritor que incluye el relato de su metamorfosis espiritual. Transformación lograda a través del peligroso camino de la magia, el ocultismo y el esoterismo -intensamente presentes en ciertas capas culturales de la sociedad europea en las primeras décadas del siglo pasado-. Un camino a cuyo fin esperaba -nos informa Montiel- "apropiarse del reino de la plenitud". Conviene aclarar -y ahí radica el interés de la obra de Meyrink para la historia de la psicología- que la verdad a la que aspiraba "(...) no se sitúa en el ámbito de lo religioso, como el lego, engañado por las resonancias de la palabra "mística", podría creer, sino más bien en el de la psicología". La otra tesis que propone el libro es que la obra narrativa de Meyrink, que durante años gozó de bastante éxito, pudo familiarizar al público con el naciente psicoanálisis.

En cuanto a la relación con el psicoanálisis freudiano, Montiel señala con agudeza que, si bien el escritor austriaco emplea una metáfora de Freud bien conocida "la investigación psicológica actual demuestra al yo que ni siquiera es señor de su propia casa", sus fundamentos son bien distintos. No comparte la estructura tripartita de la psique -Yo, Superyo y Ello- defendida por Freud en la segunda tópica, ni la prioridad dada, en la perspectiva de la salud, al primero de estos términos: "donde estuvo el Ello debe advenir el Yo", y que puede pasar como la clave de bóveda de su empeño terapéutico. Meyrink cree más bien que hay que dejar hablar al inconsciente, con lo que se aproxima, sin saberlo, a la psicología analítica de C. G. Jung.

El segundo apartado lleva por título "La primera guerra mundial como enfermedad del espíritu: El juego de los grillos y La noche de Walburga". Aquí el autor analiza el cuento y la novela que llevan esos títulos, respectivamente. En el primer caso, Meyrink propondrá una interpretación psicológica de las causas que desencadenaron la Gran Guerra, envuelta en un ropaje "ocultista" que es la forma que, para Montiel, en la totalidad de la obra y de su vida, el escritor austriaco eligió para dar a conocer sus experiencias más íntimas. En la segunda plantea la hipótesis de un "contagio psíquico", que también tendría que ver con el origen de la guerra y de la revolución bolchevique. Las metáforas empleadas en ambos relatos, que remiten al mundo del esoterismo asiático, servirían para poner de manifiesto las tendencias más destructivas del alma humana, esto es la parte oscura del yo íntimo o auténtico del que habla el escritor.

El tercer apartado, "Del ocultismo a la psicología profunda a través del sueño: Cábala, Alquimia y Arquetipos Junguianos en El Golem", aborda, desde el punto de vista de las preocupaciones antropológicas, por así decir, del escri- tor austríaco, el significado de la criatura artificial -hecha de arcilla, de barro y luego animada- creada por el poder mágico de algunos rabinos, y que en la tradición cabalística recibe el nombre de Golem. No obstante, el Golem meyrinkiano no es -nos informa Montiel- "un hombre de barro animado por una palabra mágica; es más bien algo que aún no era conocido (...), pero que ya estaba presente entre sus contemporáneos en un momento de crisis espiritual e histórica". Esta presencia inadvertida, "... había comenzado a ser llamada "inconsciente" por los románticos un siglo antes; y la singular creación intelectual que Meyrink lleva a efecto en torno a su figura (...) coincide (...) con lo que años más tarde Jung denominará "proceso de individuación"". Jung mismo citará esta novela con el fin de ilustrar aspectos concretos de su doctrina psicológica. Sorprendentemente, este saber estaba ya crípticamente expuesto en la Cábala, el Tarot y la Alquimia.

"Del ocultismo a la psicología profunda con los otros y en la historia: El rostro verde" es el título de la cuarta parte del libro. En esta novela, la segunda del escritor austríaco (1916) la "pesquisa íntima e intemporal" que daba forma al El Golem se convierte en peripecia ligada al acontecer histórico y estrechamente vinculada a algunas existencias ajenas. En su búsqueda, el protagonista creerá encontrarse con Ahasverus, el Judío Errante, que será en la novela, ante todo, un destino, un testigo atormentado de la historia de la humanidad. Entrará en relaciones, también con doctrinas esotéricas que falsifican el núcleo vivo de lo que quieren transmitir. Finalmente, el amor hacia una mujer le permitirá completar su desarrollo. Claro que es un amor imperecedero en el que renace el protagonista.

La problemática que desarrollará a continuación el autor se desprende de enunciado que da título al quinto apartado. "El rescate de lo rechazado: el mal en El dominico blanco". El personaje principal del El dominico blanco comparte con los de las narraciones precedentes la búsqueda de una identidad propia. No es capaz de reconocer su apellido (Taubenschlag) pero sí su nombre, Christopher -portador de Cristo-, por el que se reconoce a sí mismo. Este proceso no se desarrollará siguiendo la vía abierta por la mística judía, como en El Golem, sino que lo hará apoyándose en la tradición oriental, específicamente en los aspectos místicos de la doctrina taoísta, (aunque no exclusivamente). Al parecer -nos dice Montiel- nuestro autor busca mostrar la ubicuidad de un anhelo que parece estar "grabado en el cuerpo" de cada individuo, procedente de la tiniebla anterior a la conciencia, y que parece estar en paralelo con la idea junguiana de la "herencia específica", aquella que recibimos no en calidad de miembro de una familia o de una etnia, sino de la especie humana. También está presente, en las primeras páginas del relato, la simbología alquímica.

En "Advertencias desde el último recodo: El Ángel de la ventana del oeste y La casa del alquimista", el último apartado del libro que estamos reseñando, Montiel acaba el análisis del viaje realizado por Gustav Meyrink hacia su Sí mismo, en términos de la psicología analítica.

La primera obra es la última novela que escribió el escritor austríaco, en 1927; la segunda es el título provisional de un proyecto de novela inacabado que fue publicado, junto a otros textos, por Eduard Frank bajo el título La casa junto al último farol, en 1973. En la primera obra citada, Meyrink se inspira en la figura del mago natural del renacimiento isabelino John Dee, quien a la inversa de los protagonistas de las novelas anteriores, no tuvo éxito en su evolución psicológica, sino todo lo contrario. El tema de la novela le permite a Montiel abordar los riesgos espirituales, no menores, afrontados por los buscadores en aquéllas obras. Como enseguida nos advierte, "la clave [del error] está en interpretar la alquimia como una operación material, y a la postre mágica, como parecen pensar los ocultistas, [en lugar de] como una tarea espiritual, y en cierto sentido, psicológica y/o religiosa, como Meyrink da a entender en el relato".

En La casa del alquimista Meyrink quiso dejar un último testimonio de los peligros a los que se enfrenta cualquier trabajo sobre el anima que no encuentre los caminos adecuados, evitando las trampas del hermetismo o el esoterismo mal entendidos. En este caso la advertencia será con respecto a los efectos negativos que pueden producir ciertas desviaciones del psicoanálisis. Aquí entra en juego la sugestión, entendida como una coacción directa que se asemeja a una violación espiritual, o algo aún peor, "inspirar a alguien un pensamiento incipiente que luego crece por sí mismo como la mala hierba (...) cuando cae en terreno abonado". Este proceso, dirá uno de los personajes, recibe el nombre de "complejo" y su descubrimiento es adjudicado a Freud. Tenerlos es un destino al que nadie puede escapar y su suelo nutricio es la tendencia a autoengañarse. No obstante, Montiel destaca que el psicoanálisis -anunciado ya en la visionaria obra del novelista- le permite ahora expresar de una manera más aceptable para la sensibilidad de sus contemporáneos lo que había descubierto a partir de sus propias experiencias y sus oscuras fuentes en los años de la guerra.

Como el autor señala en el epílogo del libro reseñado, la obra de Meyrink es de un profundo calado psicológico e impresiona tanto como su actitud general ante la vida y su manera de asumirla en la suya propia. Una vida en la que llevó a cabo un doble opus, literario a través de su obra y sobre sí mismo en la búsqueda de su alma, entendido el término opus en la perspectiva psicológica que gobierna la interpretación junguiana de la alquimia.

 

Gustavo Pis-Diez Pretti

 


 

Annette Mülberger, Thomas Sturm (Guest Editors). Psychology, A Science in Crisis? A Century of Reflections and Debates. Studies in History and Philosophy of Science Part C: Studies in History and Philosophy of Biological and Biomedical Sciences Special Section II. 2012; 43 (2): 425-521. ISSN: 1369-8486.

The widespread use of Kuhnian concepts to depict developments in psychological science has long been in need of scholarly attention and critique. There are reasons to question whether psychology has reached a level of normal science, whether "paradigms" are meaningfully descriptive of differing assumptions and research foci, whether the incorporation of cognitive phenomena into learning models satisfies criteria for "revolution". Although not their principal aim or contribution, Mülberger and Sturm deftly supply an important aspect of the needed critique through analysis of declarations of disciplinary crisis in psychology from the late 19th century to the 1970s. The special issue of Studies in History and Philosophy of Science: Psychology, A Science in Crisis? A Century of Reflections and Debates offers a deftly selected set of excellent essays, each one devoted to an instance of explicit assertion that the discipline had reached a point of crisis and was in need of overhaul. Unlike the clichéd "cognitive revolution", the cases covered foreground crisis as an "actor's category", one with meaning to psychological scientists themselves rather than a framing strategy for the historian or science analyst. Indeed, the editors acknowledge that Kuhn himself saw explicit declarations of crisis on the part of scientists to be rare. The special issue, in both the editors' introduction and the diverse set of papers demonstrates that "crisis talk" on the part of psychologists at least, is not an uncommon or extraordinary event, a demonstration made across eighty years, with representation from German, French, Russian, and American psychologists. At the same time, the editors do not assume that crisis declared constitutes a crisis in fact: each case is merely an instance of "crisis talk". However, each case is informative of the significance of such talk to disciplinary challenges and developments; each is worthy of analysis and greater understanding of its interplay with historical disciplinary and nondisciplinary dynamics.

Each paper includes reflection on the nature of the crisis heralded, the features of the discipline asserted to be untenable, the assumptions held in doubt, the problems alleged to require a radical overturning of frameworks, units of analysis, methods, and disciplinary aims. Chapters also detail the forms of critique, the degree of agreement with the acknowledgment across the discipline, social and cultural considerations, the outcomes of the declaration, its impact on disciplinary values and practices. At least as interesting as the declarations of crisis are the responses to declarations on the part of contemporaries.

The discipline would seem to be in continual crisis judging from the papers as a set. Moreover, they illustrate collectively that "psychology has no one single persistent problem, perhaps not even a clearly definable set of such problems" (Sturm and Mülberger, p. 430). There is not one complaint repeatedly raised in different voices but really vastly different problems indicated and different solutions proposed: The earliest declaration is traced to Rudolf Willy, and analyzed by Mülberger to focus on psychology-philosophy relations, with blame for the crisis levied on Wundt for what Willy regarded as toxic metaphysical spillage. Willy expressed additional alarm over the "branching" of psychology into too many disparate directions, obscuring the essential subject matter and telos of the fledgling science. The lack of disciplinary unity is a common crisis theme, and is notably a central feature of Bühler's more influential critique as Sturm presents it. Yet it is by no means a general feature of crisis talk even of that century. John Carson's discussion highlights 19th century French openness to variety in focus and methods, a tolerant if not celebratory attitude toward pluralism. By contrast, the conviction that psychology must rise above the mere accounting of psychic facts to an explanation of their meaning and significance is a theme common to declarations of crisis as diverse as those of Hans Driesch, Gestalt psychology, and Husserl, as explicated in the contributions by Allesch, Hatfield, and Feest, respectively. Moreover, the social utility of psychology, its potential applicability to the solving of human problems (or more accurately, the lack or failure of its applicability) is the focus of the crisis proclaimed by Hofstãtter, Vygotsky, and 1970's American social psychology, as analyzed in interesting chapters by Gundlach, Hyman, and Faye. The introduction further points to different dimensions of crisis talk that accompany differences in the content of the acknowledged crisis. Crisis is viewed as a constructive force by some, destructive by others, a permanent trait of the discipline or a temporary state of affairs. The crisis is singular in some declarations, a web of interrelated malfunctions for others.

This leads to my only point of critique for the extremely worthy project of the special issue. Every paper is a model of careful, subtle, and informative historical scholarship. The introduction is clear and compelling, making perfectly evident the scholarly value of attention to declarations of crisis in psychology, convincingly arguing the challenge it poses to certain of Kuhn's assumptions. Let me be clear, then, in acknowledging the special issue to be a tour de force, a major contribution to both psychology and history of science. It is superb. In keeping with its scholarly integrity it is the editors' intent to let the papers speak for themselves, to keep framing analysis and general conclusions to a minimum, affording analysis and reanalysis on the part of any whose interest in crisis is piqued. Thus the editors seek to "pave the way for taking crisis declarations more into account when studying the development of the field" (Sturm and Mülberger, p. 431). Yet because of the nature of the focus on crisis, the gravity and lingering import of the questions these papers provoke, some preliminary analysis across the exemplars offered, a glimpse at the editors' views on points of similarity and key differences, or the enduring implications of these crisis declarations for the discipline would provide some welcome signposts as well as pavement. Mülberger's study of Willy concludes with a statement that could easily be applied to the excellent discussions of crisis that appear in the special issue as a set: "It is the authors that declare a crisis who keep the black box of science open, compelling others by their reflection and criticism to reconsider fundamental issues" (p. 443). The authors who analyze declarations of crisis perform a similar function.

 

Lisa M. Osbeck
University of West Georgia

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