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Gaceta Sanitaria

versión impresa ISSN 0213-9111

Gac Sanit vol.21 no.3 Barcelona may./jun. 2007

 

IMAGINARIO COLECTIVO

 

Tir na nÓg, la tierra de la eterna juventud

Tir na nÓg, the land of eternal youth

 

 

Andreu Segura

Departamento de Salud Pública, Universidad de Barcelona;
Área de Salud Pública e Investigación en Servicios de Salud del Institut d'Estudis de la Salut, Barcelona. España.

 

 

A todos los que son más jóvenes que Peter Pan.

Tir na nÓg en gaélico irlandés significa "la tierra de la eterna juventud", una de las utopías de la humanidad histórica, porque se supone que nuestros antecesores prehistóricos tenían preocupaciones más apremiantes que atender. Eterna juventud eterna: una de las imágenes más perennes en los imaginarios colectivos de los últimos siglos.

Un sueño que, como acostumbra a ocurrir con los espejismos, ejerce mayor influencia si cabe en las actitudes y los comportamientos de las personas que la simple contemplación de la realidad. Un anhelo capaz de movilizar las energías de científicos, técnicos y artistas, sin olvidarnos de magos, brujos y sacerdotes. Ya sea como lugar -Shangri-la es otro de sus nombres terrenales, porque también se le llama edén y paraíso- o como pócima o elixir.

Desde los viejos alquimistas, se tiene noticia de la denodada e infructuosa búsqueda del elixir de la eterna juventud, más intensa todavía que la del santo grial o de la piedra filosofal. Una panacea tan esquiva como cualquier otra. Trovadores, bardos y poetas la han cantado y, entre otros narradores, Goethe, Oscar Wilde o James Matthew Barrie se han enfrentado a la cuestión desde ángulos tan sugerentes como el pecado, la transgresión o el simple rechazo infantil, aparentemente infantil. Por cierto, el enfoque de Barrie (1860-1937) ha dado lugar a innumerables glosas y comentarios y hasta a 2 nuevos síndromes clínicos, primero el de Peter Pan y más tarde el de Wendy1,2.

Hoy se habla menos de la eterna juventud bajo esta formulación pero sigue ahí, como la persistente zanahoria colgada del bastón delante de la mirada de la caballería que tira del carro. Y, en estos tiempos de sedentarismo, no está claro que se pueda despreciar ninguna motivación de la actividad física.

La eterna juventud se ha transfigurado en el fetiche de la salud a cualquier precio. Como decía el anterior obispo de Roma poco antes de su postrer viaje -que, paradojas del destino, resultó a su vez en exceso prolongado y espectacular-, la salud se ha convertido en religión y sus ritos y liturgias tienen algo de sacrílego, o para decirlo ecuménicamente, de ceremonial supersticioso.

Entre paréntesis, algo parecido ha pasado con la ciencia, de manera que su característica más genuina, buscar cada vez una explicación mejor -sabiendo o, al menos, intuyendo que nunca daremos con la definitiva- a menudo se sustituye por los juicios de valor de los científicos que se pretenden en posesión de la verdad, la cual, como es científica, no admite objeciones ni dudas.

La exaltación de la salud como mito de la eterna juventud acarrea problemas tanto a los sistemas sanitarios como a las personas y las comunidades. Problemas que, como nos repiten desde los libros los sabios filósofos antiguos, no lo son tanto por ellos mismos sino por cómo nos los tomamos nosotros. Ya se sabe que, precisamente, nuestras mayores virtudes constituyen nuestros peores vicios o, si se prefiere, nuestras fortalezas son, también, nuestras debilidades.

Así, por ejemplo, el anhelo de una vitalidad rebosante que nos mueve, como la zanahoria citada, a respetarnos y cuidarnos, puede fácilmente convertirse en motivo de demanda sanitaria inadecuada o en incentivo a un consumo sanitario desenfrenado del que, paradójicamente, podemos resultar escaldados. Eso sí, contribuyendo al crecimiento económico de la sociedad en general y de la sanidad en particular, con la ayuda interesada, que acostumbra a ser la más eficaz, de personas e instituciones que directa o indirectamente viven de ello. Y qué decir de nuestro aspecto, masa y volumen incluidos, con el que a menudo no nos acabamos de identificar3. Cuántas demandas de atención no tienen su raíz en una frustración que sólo es aparentemente somática y, por tanto, parece posible disolver con ayuda de una intervención física o química, como la que nos proporcionan los modernos servicios médicos.

Tir na nÓg, eterna juventud eterna. Imagen, sueño y mito. Quizá consuelo, engaño... Pero hoy -gracias a los servicios médicos, a la medicina «regenerativa»- acaso con más efectos adversos que nunca4-7.

J.M. Barrie, el creador de Peter Pan, murió a los 77 años, en Londres, al parecer a causa de una neumonía.

 

Bibliografía

1. http://es.wikipedia.org/wiki/Peter_Pan

2. http://es.wikipedia.org/wiki/J._M._Barrie y http://en.wikipedia.org/wiki/J._M._Barrie

3. Brosig B, Kupfer J, Niemeier V, Gieler U. The "Dorian Gray Syndrome": psychodynamic need for hair growth restorers and other «fountains of youth». Int J Clin Pharmacol Ther. 2001;39:279-83.

4. Mauron A. The choosy reaper. From the myth of eternal youth to the reality of unequal death. EMBO Rep. 2005;6 Suppl 1:67-71.

5. Labat ML. Stem cells and the promise of eternal youth: embryonic versus adult stem cells. Biomed Pharmacother. 2001;55: 179-185.

6. Krieger N, Löwy I, Aronowitz R, Bigby J, Dickersin K, Garner E, et al. Hormone replacement therapy, cancer, controversies, and women's health: historical, epidemiological, biological, clinical, and advocacy perspectives. J Epidemiol Community Health. 2005;59:740-8.

7. Danzon M. The value of values. En: Marinker M, ed. Constructive conversations about health: policy and values. Oxford: Radcliffe; 2006. p. 17-29.

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