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Revista Española de Cirugía Oral y Maxilofacial
versión On-line ISSN 2173-9161versión impresa ISSN 1130-0558
Rev Esp Cirug Oral y Maxilofac vol.26 no.1 Madrid ene./feb. 2004
Discusión
Correlación clínico-citohistológica de los quistes congénitos cervicales
Clinical-cytohistological correlation of cervicofacial congenital cysts
Los autores plantean un estudio de correlación entre los diagnósticos clínicos y citológicos de las masas quísticas congénitas cervicofaciales. Utilizan repetidamente las siglas BAAF procedentes de Biopsia por Aspiración con Aguja Fina. Esto resulta confuso ya que la prueba que se somete a análisis en el artículo obtiene material citológico y no histopatológico. El término PAAF como siglas de Punción Aspiración con Aguja Fina se encuentra ampliamente aceptado y difundido en la literatura de habla hispana. La biopsia quirúrgica con su estudio histopatológico es la prueba de confirmación (Gold standard).
En la introducción se hace una descripción muy somera de los quistes cervicales. Los autores restringen su estudio a tres tipos de quiste cervical congénito como son los del conducto tirogloso, los quistes branquiales y los dermoides, aún cuando hay otros que ellos mismos citan, como son los linfangiomas cavernosos (higromas quísticos), los quistes paratiroideos, broncogénicos, tímicos, laringoceles, teratomas, etc. y algunos más que merecen una atención clínica.(1-3)
En la descripción de los quistes que van a tratar posteriormente, se comenta el aspecto macroscópico del contenido de uno de ellos, el quiste dermoide. Dicen que la cavidad está llena «de material seroso». El material seroso (parecido al suero) no es propio de este tipo de quiste. En el quiste dermoide se obtiene un material pastoso constituido por queratina y grasa prodente de la secreción de los anejos dérmicos que se encuentran en la pared del mismo. En la citada descripción no se hace referencia a la estructura histopatológica de las lesiones. Es un dato que no sólo tiene interés académico sino también práctico y ayuda a explicar los resultados de las citologías. Los quistes tiroglosos altos tienen un revestimiento escamoso, mientras los bajos tienen un revestimiento de epitelio cúbico. En la pared puede haber folículos tiroideos, por lo que en la aspiración se puede reconocer material coloide y células foliculares. Sólo en este último caso se puede hacer el diagnóstico citológico de certeza.
El quiste branquial cuyo contenido suele ser macroscópicamente de aspecto mucoide, también puede estar revestido por epitelio cúbico, cilíndrico ciliado o escamoso por lo que su diagnóstico diferencial con el quiste tirogloso puede ser muy difícil desde el punto de vista estrictamente citológico. Es bien conocido que el quiste branquial tiene un componente linfoide bien organizado en su pared. En la punción la presencia de este componente junto a elementos epiteliales benignos nos induce a un diagnóstico de quiste branquial, pero siempre teniendo en cuenta su localización ya que algunos quiste linfoepiteliales de glándula salival muestran un aspecto muy similar.
La citología del quiste dermoide es imposible de diferenciar de la del quiste infundibular ya que ambas muestran gran cantidad de células escamosas intermedias y superficiales con restos de queratina.
Otros quistes como el paratiroideo necesitan otra técnicas, como la demostración de hormona paratiroidea (PTH) en el líquido para su confirmación.(2,4)
En la discusión se plantean de forma muy lógica las posibilidades ante una tumoración cervical y se incluyen además de la naturaleza congénita, la infecciosa (inflamatoria en general) y la neoplásica. Los datos clínicos de edad, localización, tiempo de evolución, antecedentes, etc., proporcionan una aproximación muy importante al diagnóstico que, como apuntan los autores, se ve reforzada por la comprobación por PAAF.
En su casuística el diagnóstico clínico diferencial se plantea frecuentemente con la linfadenopatía reactiva. En nuestra experiencia, sin embargo, la sospecha clínica con la que llegan estos pacientes es de malignidad: metástasis o linfoma, ya que las lesiones quísticas suelen adquirir un tamaño que hace sospechar malignidad. La rentabilidad de la PAAF en este tipo de diagnóstico diferencial es obviamente mucho mayor que la del diagnóstico clínico y el objetivo principal de la misma(5,6).
De la discusión que hace los autores se podría deducir la siguiente pregunta: ¿Puede la PAAF desde un punto de vista de eficacia, economía, rapidez, etc., evitar las técnicas de imagen?
La respuesta no está aclarada y probablemente se ajuste a las necesidades de cada centro. Cuando la demora en las pruebas de imagen es muy alta, es evidente que los clínicos acudirán a la PAAF como método de confirmación de su impresión diagnóstica. Sin embargo, la situación ideal pasaría por realizar las técnicas de imagen antes de la PAAF con lo que la seguridad del diagnóstico se situaría muy cercana al 100%. La PAAF, por muy inocua que sea, altera la imagen radiológica o ecográfica de la lesión. Conocer la localización exacta de la lesión y de la estructura de la que depende ayuda enormemente a su diagnóstico correcto, especialmente en las lesiones menos frecuentes como pueden ser los quistes tímicos, linfangiomas o quistes paratiroideos en los que, ante su sospecha, se puede solicitar la detección de PTH en el líquido, lo que daría la clave del diagnóstico. Por otra parte, se evitan situaciones que pueden resultar peligrosas como la punción de paragangliomas.
J.A. López García-Asenjo
Servicio de Anatomía Patológica
Hospital Clínico San Carlos.
Madrid, España
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