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Index de Enfermería

versión On-line ISSN 1699-5988versión impresa ISSN 1132-1296

Index Enferm vol.16 no.56 Granada abr. 2007

 

DIARIO DE CAMPO

 

El inicio del último viaje

The last trip beginning

 

 

Juan Manuel Leyva Moral

EAP Dreta de l'Eixample Ausiàs Marc, 39 08013 Barcelona, España

Dirección para correspondencia

 

 

Decidir cuándo dejar de aplicar medidas curativas a una persona para pasar a proporcionar cuidados paliativos, puede resultar incómodo para algunos profesionales ya que entran en contraposición diversos principios éticos. La siguiente narración describe cómo reaccionaron diferentes profesionales de la salud en el ámbito de una residencia geriátrica cuando uno de los residentes estaba cercano a la muerte.

 

Teresa yace en su cama, como siempre. Una cama individual en una habitación triple de una residencia geriátrica situada en el centro de Barcelona. La habitación no supera los 20m2 pero resulta cálida a pesar de sus reducidas dimensiones para tres residentes. Las paredes están pintadas de azul celeste. Se observan tres camas impolutas dispuestas paralelamente en la habitación, cuyos mullidos edredones estampados simulan flores de vivos colores; se observan fotos de familiares en las mesillas de noche y algún dibujo infantil. Las cortinillas blancas que se utilizan para proporcionar intimidad a los residentes están recogidas y sujetas a la pared. La habitación tiene un pequeño balcón por donde entra mucha claridad, pero a su vez entra un martilleante ruido, ruido que me hace despertar y darme cuenta que estoy en el corazón de una gran ciudad. A lo lejos se oye música latina y de vez en cuando se puede escuchar como la animadora de la residencia propone juegos a los residentes: “Ahora decidme palabras que empiecen con la letra... R”, y como estos responden a la animadora: “Rosa”, “Rojo”, “Río”... también puede oírse como los residentes ríen y pasan un buen rato.

En la habitación se encuentra Teresa y otra residente que debido a su estado de agitación permanece en un sillón sujeta mediante un amplio cinturón de tela marrón que la rodea e impide que se levante. No parece notar nuestra presencia en la habitación; de vez en cuando nos mira y grita palabras imposibles de comprender o ríe espontáneamente. Estoy en la habitación con tres cuidadoras de la residencia; una de ellas, la más mayor, es la responsable del grupo y las otras son dos sustitutas, una de las cuales es el primer día que veo y por su aspecto de adolescente diría que es la primera vez que trabaja. Tengo plena confianza con la responsable del grupo y en ocasiones me ha llamado por teléfono para consultarme algún tema referente a los cuidados de Teresa. Se le nota que le gusta su trabajo y que además de llevarse a casa un sueldo cada mes, se lleva una gran satisfacción. Las otras dos cuidadoras miran atónitas la cama de Teresa, no quieren decir nada, saben que la situación es difícil y dejan que seamos la responsable y yo quien hablemos.

Teresa reposa en la cama próxima a la pared. Hace meses que vengo a visitarla para realizar curas a las diferentes úlceras por presión que han ido apareciendo en su cuerpo. Son curas largas, de hasta casi dos horas, que realizo una vez a la semana. El resto de días se encarga el personal de la residencia. Son curas, en ocasiones molestas, por lo que Teresa, cuando su estado de conciencia se lo permitía, solía recibirme con un: “¡vete, bandido!”. Ahora no puede hablar, ha ido empeorando día tras día, y aunque resulta tópico, parece una flor que a pesar de haberle cambiado el agua cada dos o tres días, se ha ido marchitando; sus pétalos han oscurecido y han caído. Han sido 94 años de cambios de agua, de una vida que ella misma me explicó, llena de alegrías y de tristezas, de satisfacciones y frustraciones, que ahora llega a su fin. Ya hace días que no come y prácticamente no bebe. Su cara permite identificar todos los huesos de la cara, cubiertos por piel fina, pálida y arrugada. Sus ojos permanecen cerrados y no se abren ni aun con mis insistentes órdenes: “¡Teresa, abre los ojos!”; no responde, pero está viva ya que su cuerpo aun está en marcha aunque parece que por poco tiempo. La expresión de su cara no refleja sufrimiento alguno, de hecho se la ve mucho más cómoda que días atrás. Sus escasos 40 kg están cubiertos por un camisón de algodón blanco con unas florecillas rosas estampadas. Da la sensación de ser cómodo. Por entre las piernas de Teresa se observa un tubo estrecho de color blanco que se conecta a otro tubo transparente en cuyo extremo hay una bolsa que recoge la orina que Teresa es incapaz de contener y eliminar por sí sola. Unos escasos 200 cc de orina oscura permanecen en dicha bolsa y según sus cuidadoras eso es todo lo que su debilitado organismo ha sido capaz de excretar. Sus piernas están vendadas con una venda color carne con una raya roja. Esta raya dibuja una perfecta espiral desde el empeine del pie hasta las rodillas.

Dejamos a Teresa sola en su habitación y salimos al pasillo, donde aun puede oírse mejor lo mucho que están disfrutando los residentes con la animadora. Allí, les comento que ha llegado el momento de dejar de hacer las curas tan complejas que hasta ahora estábamos realizando y que lo más importante ahora es que Teresa esté cómoda, que no sufra. Le digo textualmente: ”Ya no podemos curar sus heridas pero sí que podemos hacer que se despida de nosotros en paz, a gusto, cómoda y sin dolor”. La responsable me mira fijamente a los ojos y asiente varias veces; la expresión de su cara refleja claramente que comparte mi decisión y que se ocupará en persona de que así sea. Las otras dos cuidadoras siguen mirando atónitas y una de ellas, la que no había visto antes, dice en voz muy baja: “o sea, se morirá”. Se nota que es la primera vez, o una de las primeras veces que cuida a una persona cercana a la muerte. La responsable intenta calmarla con palabras de aliento, palabras que se acompañan de miradas que transmiten comprensión. Los ojos de la cuidadora novel están brillantes, se observa como se inundan por momentos, pero no cae ninguna lágrima ya que probablemente ha sido enseñada bajo la idea de que “los profesionales de verdad no pueden llorar”. De repente vuelve a hablar y dice: ”¿pero, de verdad no se puede hacer nada más por ella?¿qué pasará si no le hacemos las curas?”. Ahora sí que está nerviosa de verdad, su voz se entrecorta, su mirada va de aquí para allá como si buscase alguien que le dé la razón. La responsable vuelve a hablar con ella esta vez algo mas seria; parece como si quisiera hacerla despertar de un sueño; quiere hacerle ver lo que no es capaz de ver. La otra cuidadora, que hasta ahora, no había intervenido y se limitaba a observar lo que estaba sucediendo, se acerca decidida hacia su compañera principiante y le proporciona un abrazo tal que hace que ambas rompan a llorar. “Que pena, que impotencia, ¡no quiero que se muera!” dice la muchacha joven. Al final, la responsable se une al abrazo y dice: “¡Ni yo, yo tampoco quiero que se muera pero nosotras no podemos hacer nada para evitarlo y como bien ha dicho él, sí que podemos hacer que muera en paz!, ése también es nuestro deber”. Parece que las lágrimas de la joven han tocado el corazón sensible de la experta y firme responsable. Es como si fueran madre e hija; no parece una escena entre superior y subordinado. Las tres continúan abrazadas, mientras a lo lejos continúa la música latina y los ruidos alegres de la animadora con su grupo. Tras un fuerte abrazo de unos segundos, que ha parecido eterno, se han mirado y la responsable ha preguntado: “¿cómo estáis? ¿Es duro, verdad?, bien ahora, a trabajar”. Se han mirado a los ojos, la responsable ha retirado las lágrimas de la cara de la joven y han desaparecido pasillo adelante. Me he esperado unos instantes antes de dejar la residencia y la responsable ha venido a verme. Le he explicado como deben cuidar a Teresa en estos últimos días y le he preguntado: "¿cómo te sientes?”. Firme pero con una sonrisa de satisfacción en su cara me ha dicho: “muy bien, yo también reaccioné así mi primera vez, "¡es casi una niña!”.

Dos días más tarde Teresa falleció. Según me comunicó la responsable por teléfono fue una muerte tranquila, sin dolor, sin sufrimiento.

 

 

Dirección para correspondencia:
juan.leyva@yahoo.es

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