Ahora que se ha prolongado la edad pediátrica, al menos en los círculos hospitalarios, no está de más dedicar un cuadro a la adolescencia. Época de los sobresaltos emocionales, los vaivenes de las hormonas y la exaltación de la picaresca.
No dejen de apreciar cómo el tramposo de amarillo recoge con su mano izquierda (a la remanguillé) una carta escondida, y que algo bueno le aportará. Mientras el otro pobre, el indolente tangado, no deja de mirar su baza.
No puedo dejar de afirmar que, pese al tono menor de este cuadro, siempre ha sido considerado por la crítica como una obra maestra, por la combinación a tres bandas que hizo Caravaggio de realismo, luz veneciana y clases bajas.