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Temperamentvm

versión On-line ISSN 1699-6011

Temperamentvm vol.16  Granada  2020  Epub 06-Jun-2022

 

EDITORIAL

"Nueva normalidad": ¿hacia otra manera de vivir?

"New Normal": Was there another way of living?

Manuel Moreno Preciado   

Enfermero y antropólogo. Profesor conferenciante en la Universidad Camilo José Cela de Madrid

Profesor conferenciante en la Universidad Católica de Murcia (Murcia, España)

En pocos meses la pandemia ha trastocado nuestra forma de vivir. Diferentes pensadores señalan que el mundo ya no volverá a ser el mismo tras la crisis del Covid-19. Incertidumbre y temor son la tónica general, ante la constatación de que no estábamos preparados para una catástrofe de tamaña magnitud. Como señala el historiador británico Adam Tooze: "Jamás se había producido antes un aterrizaje forzoso como este. Hay algo nuevo bajo el sol. Y es aterrador" (Rojo, 2020). Nos interrogamos acerca de cómo esto ha sido posible y hasta qué punto los cambios tendrán un carácter pasajero o permanente.

La capacidad de adaptación a los cambios es inherente a la consistencia humana. Callista Roy (1991) nos explica que el ser humano activa mecanismos biológicos, psicológicos y sociales, para adaptarse a las circunstancias que ponen en peligro su supervivencia (Roy, 1991). Esos mecanismos son de carácter innato o adquirido. Por ejemplo, ante una herida se producen reacciones biológicas encaminadas a evitar la hemorragia y reestablecer la homeostasis; pero también hemos aprendido a comprimir un vaso o a realizar un vendaje compresor con el mismo fin. ¿Sabrá la Humanidad hacer uso de mecanismos sociales eficaces para combatir los efectos de esta pandemia y de las probables siguientes?

Han pasado ya más de siete meses del inicio de la pandemia en China (diciembre, 2019) y más de un mes (junio, 2020) del final del confinamiento en España (y más o menos en toda Europa) que dio paso a la denominada "nueva normalidad". A lo largo de este tiempo los análisis de la crisis forman ya auténticos ríos de tinta; se hacen, mayoritariamente, desde un punto de vista político, económico, sanitario y epidemiológico. Escasean, sin embargo, los enfoques de carácter sociocultural y socio sanitario que, no obstante, son indispensables para comprender los cambios que se están gestando en los estilos de vida. Por ello me parece oportuno iniciar una reflexión que, desde una perspectiva antropológica, plantee los numerosos interrogantes que se abren e intente conocer y valorar cómo estos cambios pueden afectar a la salud y al cuidado; esta reflexión también puede permitirnos analizar los riesgos y oportunidades asociados a esta crisis.

La primera observación sería para constatar que la denominada "nueva normalidad" ha venido para quedarse, como ocurre con tantas cosas que se prevén provisionales pero que tardan en desaparecer e incluso se convierten en permanentes. Mientras no haya una vacuna o medicamentos accesibles para toda la población, la vuelta a la "antigua normalidad" no estará en el horizonte y, quizá, ni aun así. Introduzco, de entrada, las siguientes preguntas: ¿cómo está afectando la crisis a los sectores más vulnerables?, ¿cuál es el impacto en las relaciones sociales y personales?, ¿qué cambios se imponen en las instituciones sanitarias y sociosanitarias?

Suele escucharse o leerse que esta pandemia es democrática porque nos afecta a todos por igual. Disiento de esta afirmación y, al contrario, considero que (como cualquier otra) está afectando de forma particular a las personas y grupos sociales más vulnerables, ahondándose más las diferencias existentes y estableciéndose relaciones asimétricas marcadas por los grupos y sectores dominantes: aquellos que tienen más poder. Veamos algunos ejemplos.

El riesgo de estigmatización del enfermo -en este caso "contagiado"-, al que se le separa del grupo y se queda a merced del resto. Al igual que hay zonas privadas o de acceso restringido pueden habilitarse espacios "libres de contagiados". Está ya ocurriendo: "Trillas Paradise, zona test PCR", así ha bautizado el camping Trillas Platja de Tamarit, uno de los campings históricos de la provincia de Tarragona, el espacio que destinará a alojar de forma exclusiva a clientes que se hayan hecho una prueba PCR y cuyo resultado sea negativo" (Redacción La Vanguardia, 2020). Se abre la puerta a todo tipo de exclusiones para los que no puedan acreditar su condición de "libres de Covid-19", ya sean laborales, territoriales, etc. Hace ya tiempo que la antropóloga Mary Douglas analizó las formas y rituales de separación de lo "puro" de lo "impuro" como una estrategia de control social (Douglas, 1991).

Se acentúa la división entre ricos y pobres. Tengamos en cuenta que ya las condiciones del confinamiento fueron muy diferentes entre la gente que pudo hacerlo en situaciones de privilegio, en mansiones o casas muy amplias y quienes estuvieron encerrados en pisos pequeños; por no hablar de aquellas poblaciones (sobre todo en países pobres o en vías de desarrollo) cuyo confinamiento se hacía imposible por tener su modo de vida en la calle. Señala Krastev que como consecuencia de la pandemia "el hambre podría duplicarse en 2021 y alcanzar a 265 millones de personas" (Rojo, 2020). En España algunos efectos en este sentido ya se han hecho notar: la afluencia a los comedores sociales se ha disparado y Cáritas ha duplicado su actividad durante la pandemia (López Tovar, 2020). La sociedad no suele ser muy complaciente con los que considera "perdedores" y así lo están señalando diferentes autores: "Por qué juzgamos más duramente las decisiones de los pobres" (Salas, 2020). Se hace eco el articulista de una investigación llevada a cabo por investigadoras de la Universidad de Harvard donde llegan a la conclusión de que "las personas de bajos ingresos son juzgadas de manera más negativa por consumir los mismos artículos que otras con mayores ingresos, lo que añade una presión social extra a las restricciones materiales que ya sufren. Pero no es porque tengan menos para gastar, sino porque se considera que sus necesidades deberían ser más frugales" (Salas, 2020). Ante una crisis económica de gran dimensión como la que ya estamos viviendo ¿cómo será la actitud hacía aquellos a los que se estima que deben tener necesidades básicas reducidas?

Señalemos también la vulnerabilidad de las personas pertenecientes a grupos étnicos, raciales y migrantes tradicionalmente estigmatizados. Por ejemplo, la minoría negra de Estados Unidos está siendo golpeada de forma particular por la pandemia. En Chicago tienen el 67% de los fallecidos, mientras son el 32% de la población. A nivel general del país los negros son el 33% de las hospitalizaciones cuando son el 13% de la población (Paris, 2020). En algunos barrios de Sao Paulo (Brasil) un negro tiene hasta cuatro veces más riesgo de morir de coronavirus que un blanco. La desigualdad y el rechazo racial, en realidad, retratan la desigualdad social y económica (Batschke, 2020).

Como ya señalé en un trabajo reciente, las personas mayores son quienes más han sufrido el aislamiento y la estigmatización (Moreno, 2020a). La sociedad ha practicado a fondo el "edadismo", esa forma paternalista de infantilización del mayor que esconde, simplemente, el deseo de ejercer el poder sobre quienes se encuentran en situación de debilidad en la estructura social. Comparto plenamente un manifiesto firmado por 21 personalidades europeas contra una "sanidad selectiva": "Aceptar que no tienen el mismo valor significa romper la trama social de la solidaridad entre generaciones y desmembrar toda la sociedad. No podemos dejar morir a la generación que luchó contra las dictaduras, que trabajó por la reconstrucción después de la guerra y que edificó Europa. Aceptar la muerte "anticipada" de los ancianos a causa de una mentalidad utilitarista es una hipoteca para el futuro, pues divide la sociedad en clases de edades e introduce el peligroso principio de que no son iguales" (Riccardi et al., 2020).

Hacia un incremento de las relaciones a distancia donde lo digital se presenta como la panacea: por una parte, se evitan los contactos directos y también, por otra parte, las máquinas son dóciles, seguras y cada vez más baratas. Como señala la Premio Nobel de economía 2019 Esther Duflo: "Las máquinas no enferman. Temo que esta crisis lleve a una mayor automatización" (Duflo, 2020). Sin embargo, aún no se ha evaluado el impacto del distanciamiento en términos de salud mental, no solo durante el confinamiento sino también en la etapa actual, por lo que supone el cambio de hábitos en el ámbito doméstico, en la conciliación laboral y, en general, en las relaciones sociales. Tenemos la consigna de distanciarnos, de no tocarnos, cuando estamos hechos para lo contrario. La digitalización puede abocarnos a una pérdida progresiva de los rituales que dan cohesión a todo grupo social. En los grandes momentos de la vida (un nacimiento, un funeral, una boda, etc.) como en aquellos más cotidianos (una reunión de trabajo, el aperitivo en el bar, la cena familiar, la salida al cine, etc.) necesitamos ritualizar el encuentro con el "otro": acoger, celebrar, despedir.

Con el fin de tranquilizar a la opinión pública se transmite, tanto desde las instituciones políticas y sanitarias como desde el discurso mediático, la idea de priorizar ante todo la medicalización: fortalecimiento de los dispositivos hospitalarios, hospitales especiales, incrementos de UCIs, formación de especialistas, etc. ¿Qué hacer con las residencias de ancianos? Fácil: medicalizarlas. A mi entender es una estrategia cortoplacista. Comparto, por el contrario, la posición del experto en salud pública Rafael Bengoa, quien propone tres medidas: la primera es invertir en prevención para evitar el impacto en la gente más vulnerable; la segunda es integrar los servicios sociales y los sanitarios (en lugar de medicalizar las residencias, conectarlas con atención primaria) y la tercera es invertir en recursos humanos, y destaca el perfil de la enfermera comunitaria (Linde, 2020). Invertir en hospitalaria, dice, solo sirve para atender a la gente cuando ya está enferma y, precisamente, es lo que hay que evitar: "No se trata de tener más UCI, sino de que la gente no necesite llegar a ellas" (Linde, 2020).

Un último apunte en esta reflexión se dirige hacia la importancia del cuidado y del autocuidado que nos está dejando esta crisis, que como todas las crisis tiene riesgos y oportunidades (Moreno, 2020b). Los riesgos ya he intentado plasmarlos y para las oportunidades me apoyaré en la acertada reflexión que hace la filósofa Victoria Camps. Señala que la crisis nos ha situado en un imperativo irrenunciable, el de cuidarnos por la vía de cuidar a los demás: "El ideal de autonomía, autosuficiencia y soberanía plena se ha venido abajo. Ni somos dioses ni llegaremos a serlo nunca, porque la contingencia y el desconocimiento son constitutivos de nuestra condición. Esa es la lección antropológica que nos deja la pandemia. Una lección de la que emanan obligaciones de reciprocidad, de fraternidad, de compasión, de atención y asistencia al otro" (Camps, 2020). Nos previene que cuando la pandemia pertenezca al pasado sería estúpido abandonar los mejores hábitos adquiridos durante la crisis para cambiar el mundo a mejor: "Cuidar, ser solícito, poner diligencia en lo que realmente lo merece e importa para el bien de todos es un paso obligado para que el mundo empiece a cambiar" (Camp2, 2020). Aunque la propuesta de Camps se dirija al conjunto de la población, entiendo que es también una invitación a quienes, como las enfermeras, tienen el cuidado y el autocuidado como el centro de su razón de ser: estemos del lado de la oportunidad.

Bibliografía

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Recibido: 19 de Julio de 2020; Aprobado: 27 de Julio de 2020

Correspondencia: manuel.moreno.preciado@gmail.com (Manuel Moreno Preciado)

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