El vocablo 'epónimo' deriva del griego eponymos, que significa dar nombre a algo o a una persona. El lenguaje médico está lleno de epónimos [1], lo cual pone en evidencia que en el pasado los médicos tuvimos una tendencia coercitiva a nombrar todo aquello susceptible de ser nominado. En medicina se conocen aproximadamente unos 9.000 epónimos; entre ellos figuran el síndrome de Hallervorden-Spatz, la enfermedad de Reiter o las células de Clara. Estos epónimos honran la memoria de los alemanes Julius Hallervorden, Hugo Spatz y Hans Reiter, y del austríaco Max Clara. Todos ellos tenían en común dos hechos: ser médicos y nazis. Sin duda alguna, de este listado, el que más se repite en las aulas de pregrado es el síndrome de Reiter, un epónimo que suelen conocer la mayoría de los estudiantes al terminar su licenciatura. Sin embargo, son muy pocos los que conocen su biografía.
Hans Reiter (1881-1969) nació en Alemania y perfeccionó su formación de posgrado en centros tan prestigiosos como el Instituto Pasteur de París y el St. Mary's Hospital de Londres. Esto no fue óbice para que en 1922 se afiliase al partido nazi, decisión que propulsó su carrera profesional de forma meteórica hasta desempeñar puestos importantes en la sanidad alemana. Durante la Segunda Guerra Mundial, como miembro de las SS, sancionó autorizaciones para realizar experimentos que mataron a miles de prisioneros en los campos de concentración. De todos ellos el más conocido es, sin lugar a dudas, el que se realizó en el campo de prisioneros de Buchenwald, donde se inoculó tifus a los prisioneros, con la finalidad de probar la eficacia de la medicación frente a esta enfermedad infecciosa [2,3]. Al finalizar la contienda, Reiter fue detenido por el ejército ruso y juzgado en Nuremberg, en donde fue declarado culpable e internado en un campo de prisioneros.
Tras su puesta en libertad, se le consintió seguir ejerciendo como médico, e incluso consiguió importantes reconocimientos internacionales por su aportación en el campo de la reumatología y fue miembro honorífico de la Royal Society of Medicine de Londres.
El síndrome de Hallevorden-Spatz hace alusión al doctor Julius Hallervoden (1882-1965) [3], quien estudió cerebros procedentes de niños asesinados dentro del programa de eugenesia nazi conocido como 'Aktion T4'.
Dentro de la dermatología hay un epónimo conocido como 'nevus arácneo de Eppinger', en alusión a Hans Eppinger (1879-1946) [3], un médico nazi que experimentó en el campo de concentración de Dachau la posibilidad de potabilizar el agua de mar, con la finalidad de ayudar a los náufragos de la marina alemana.
Max Clara (1899-1966) [3] fue el descubridor de las células que llevan su nombre, unas células secretoras sin cilios ubicadas en el epitelio bronquiolar. El aislamiento e identificación de estas células se produjo en 1937, en prisioneros ejecutados en la prisión de Dresden por el régimen nazi.
Más conocido es Friedrich Wegener (1907-1990) [1,3], miembro del partido y militar del ejército na…zi, que dio nombre a una conocida vasculitis.
¿Debemos enseñar estos síndromes a nuestros alumnos? Sin duda alguna, pero con un matiz diferente al que lo hacemos en la actualidad. El empleo del epónimo surge de la necesidad de rendir un homenaje al médico que describió por primera vez una enfermedad o un signo, en definitiva, recordar un pasado glorioso, pero nunca vergonzoso. Por este motivo, en las universidades debería ponerse especial énfasis en los aspectos bioéticos que se inculcan a los estudiantes y aprovechar la ocasión de algunos epónimos, como los aquí comentados, para recordar que quien dio nombre a la enfermedad no debe ser recordado por esa aportación, sino por haber violado la barrera infranqueable de la ética médica.