Concierto infantil. Georgios Jakobides, hacia 1900
Este no es el mejor cuadro del mundo, ni mucho menos. Es más, si no fuéramos pediatras, podríamos etiquetarlo de olvidable. Pero, qué diantre, no nos molesta en absoluto aliarnos con esa ruidosa chavalada que saca de quicio a la pobre mujeruca, hasta el punto de haber enviado a freír espárragos su labor textil.
Uno no sabe qué será más estridente: si la corneta o el tambor. Pero este arte inverosímil que se inventan los niños es una bendición, a pesar de que reviente los tímpanos. De una manera curiosa, el tiempo le hace a uno sentir nostalgia de los pitidos y de los aporreos. Jakobides (1853-1952), destacado pintor de infancia, lo sabe.