Considerate la vostra semenza:
fatti non foste a viver come bruti,
ma per seguir virtute e canoscenza.
INFERNO Canto XXVI
La Divina Commediaa
En el escenario de los intelectuales que animaron la vida cultural y civil de las ciudades italianas, el naciente siglo XVII supo de un tal Federico Cesi, estudioso apasionado de las ciencias naturales, quien en 1603 fundó una sociedad con sede en Roma, juntamente con tres colegas, el holandés Ioannes Heckius, Francesco Stelluti y Anastasio de Filiis, la cual recibió el nombre de Accademia dei Lincei. La investigación en torno a las ciencias naturales constituía lo medular de sus actividades y desde 1611 contaba entre sus miembros con Galileo y el napolitano Della Porta a la par de ir incorporando otros científicos italianos y extranjeros. Ese núcleo primigenio se concentraba fundamentalmente en cuestiones de la astronomía, física, y botánica. El fallecimiento de Cesi con apenas 45 años en 1630, fue muy desfavorable para el destino del organismo y un par de décadas después su accionar se diluía. Tras el advenimiento de una ilustración animada en su propósito de ventilar temáticas socioeconómico-políticas y la aplicabilidad de los desarrollos científicos, tuvo a lugar una suerte de efímero revival académico. Ello se dio en el contexto de la ocupación francesa (febrero de 1798) que a su vez había promovido la revocación del poder temporal del Papa y la proclamación de la República Romana extendida hasta septiembre de 1799, cuando las tropas francesas abandonaron la ciudad, acosadas por los Borbones napolitanos para así volver a restaurar los estados pontificios y sanseacabó. Sin embargo, en 1801, Pío VII decidió reconstituir la asociación, confiando la secretaría al abad Feliciano Scarpellini e igualmente otorgar cabida a los profesores de la Universidad Gregoriana. Se llegó a contar con un observatorio astronómico muy bien equipado para la época. La firma de un concordato entre el papa Pío VII con Napoleón en setiembre de ese mismo año, y el hecho que unos años después el emperador estableciera un nuevo Reino de Italia, bajo soberanía francesa, con Roma incluida, implicó un período de mayor soltura para el grupo de científicos e investigadores, que de alguna manera impulsaría el sentimiento de italianidad y lo que posteriormente llegó a ser el Risorgimento1-4.
Producida la derrota de Bonaparte en Waterloo, Pío VII puso en marcha una especie de programa que apuntaba a una restauración de la teocracia cultural la cual sumaría a su vez el aporte de algunos científicos. Esta iniciativa también fue en parte continuada por León XII, ascendido al trono papal en 1823, siempre que las transformaciones no desencajaran de los lineamientos eclesiásticos. El Papado de Gregorio XVI (1831-1846), fue más cerrado dado su desconfianza en la ciencia y la técnica. En 1846 ascendió Pío IX, y soplaron mejores vientos; ya que al año siguiente estableció la Pontificia Academia de los Nuevos Linceos, que 90 años después pasaría a denominarse Academia Pontificia de las Ciencias. El proyecto del Papa Mastai Ferretti dio cabida a los avances científicos e innovaciones tecnológicas. Los nuevos académicos iban a ser designados directamente por el pontífice, y a todos ellos se les encomendó la tarea de promover el progreso de las ciencias y sus aplicaciones. Con la asignación de una dote adecuada, la Academia se convirtió en una institución de pleno derecho, pero los hechos revolucionarios acaecidos entre 1848 y 1849 terminaron instalando un nuevo cono de sombra sobre el ajetreado recorrido de ese organismo1-4.
Le cupo a Quintino Sella oficiar de gran restaurador. Venía de ser un partícipe fundamental del movimiento de unificación nacional, integrante del equipo gubernamental, abogado y organizador de la expedición piamontesa que el 20 de septiembre de 1870 recuperó a Roma para el Reino de Italia, para luego abocarse al traslado de la capital de Florencia a la ciudad eterna. Entre sus iniciativas Quintino Sella se interesó por esa gloriosa institución refundada en 1874 bajo el nombre de «Reale Accademia dei Lincei», de la que asumió la presidencia. Esta amplió sus fines abarcando también a las ciencias morales y humanísticas (historia, filología, arqueología, filosofía, economía, y derecho)1-4.
Tras varias idas y vueltas la Academia ocuparía el palacio Corsini, que por su ubicación en las inmediaciones del Vaticano apuntaba a representar el progreso de la modernidad frente a los aposentos más conservadores emplazados al otro lado del Tíber. Desde aquella restauración liderada por el gran piamontés, los Linceanos revivieron el foro más antiguo y prestigioso de la ciencia europea con un abanico que representaba todo el Olimpo del pensamiento científico italiano y mundial: el espíritu del Risorgimento alcanzaba así una refulgente conquista1-4.
Pero la idea de un camino finalmente liberado no duró demasiado. El régimen totalitario encabezado por Mussolini no veía con buenos ojos ese espíritu independentista y consecuentemente en 1926 promovió la creación de la Academia de Italia en sintonía con la política cultural del gobierno. Los Linceanos ya se sentían muy a disgusto con la injerencia del fascismo que permeaba todos los estamentos y la elección de Vito Volterra como presidente, en 1923, fue una clara manifestación de insubordinación política, reflejada aún más por las posiciones tajantes de muchos académicos frente a los hechos que se estaban dando en el país, entre ellos la reforma educativa. La Accademia d'Italia salía a deslegitimar a los Linceanos. Algunos de estos preocupados por la evolución de los hechos incitan a Volterra para que renuncie a la presidencia. Él mismo cree que sería la mejor solución y redacta una carta en la que expresa su intención de dejar de presidir la institución; pero otros académicos le expresan su pesar por aquella decisión y lo instan a volver sobre sus pasos. Volterra retira su escrito, aunque se niega a solicitar una nueva designación y su mandato concluirá en junio de 19275-7.
Vito se había graduado de la Facultad de Ciencias Matemáticas y Físicas de la Universidad de Pisa, y llegó a ser Decano de la Facultad de Ciencias de la Universidad de Roma para posteriormente liderar la constitución del Consejo Nacional de Investigación (CNI). Con la Marcha sobre Roma de 1922, y el establecimiento del régimen, se alineó entre sus opositores. Tras la firma de un documento de los intelectuales antifascistas, conocido como «Manifiesto Croce», su figura se tornó intolerable al gobierno de Mussolini y fue totalmente marginado del panorama cultural de la península, y en 1934 se lo expulsó de la Academiab. Lo sucedió en la presidencia Vittorio Scialoja quien, ante la presencia del Rey, abre la sesión del 5 de junio de 1926 haciendo un sonado reconocimiento a la labor de Volterra y sus esfuerzos en favor de los Linceanos5, 6.
Inaugurada la Accademia d'Italia en 1929 las resoluciones gubernamentales decretarían la fusión de la Reale Accademia Nazionale dei Lincei con la Mussoliniana. En 1931 fallece Scialoja; y Vittorio Rossi es nombrado por el gobierno con el objetivo de revisar los estatutos. Consciente del peligroso dualismo entre ambas instituciones, Rossi escribe una carta al jefe de gobierno en la que señala las razones que a su juicio hacen preferible evitar la disolución de Academia Real. Pero en su derrotero fagocítico la nueva academia toma posesión de todos los bienes Linceanos e incorpora a sus miembros como asociados. El nuevo estatuto de 1934 no sólo establecía que el juramento de lealtad por parte de sus integrantes, sino que al mandatario le asistía el derecho de elegir a los nuevos cofrades propuestos por los académicos y de nombrar al presidente y vicepresidente. Del grupo de los Linceanos siete se opusieron a dicho compromiso, Volterra incluido, en tanto que otros tres presentaron sus renuncias7, 8. En 1938, y de acuerdo con las leyes raciales, tuvo a lugar la purga de miembros judíos, incluyendo asimismo al mentado Guido Castelnuovo. También renunció como integrante extranjero Albert Einstein, que volvería a serlo en 1946.
Producida la liberación de Roma, en junio 1944, la Accademia d' Italia fue suprimida, a sugerencia de Benedetto Croce. Este y Guido Castelnuovo, objetaron la hipótesis presentada por algunos ex miembros de la misma deseosos de revivirla. Por orden del gobierno militar aliado, el disuelto organismo fue comisionado a Vincenzo Rivera, quien el 17 de julio invita a Benedetto Croce a formar parte de un Comité para la reconstitución de la Academia Linceana. Fueron meses de intensas deliberaciones hasta que entre el verano y el otoño del '45 se reúne una nueva comisión, la cual establece la lista de miembros a ser expulsados por su compromiso con el fascismo y los que serán admitidos en las filas de la renacida Accademia dei Lincei. En 1946 fue elegido Guido Castelnuovo como su nuevo presidente9.
El susodicho era hijo de un escritor que le transmitiría una sólida formación humanística. Abocado a las ciencias formales en 1891 había ganado el concurso en la Cátedra de Geometría Analítica y Proyectiva de la Universidad de Roma. Al igual que su amigo Volterra la situación de Castelnuovo se tornó difícil ante la llegada del fascismo, exacerbado por su activo cuestionamiento hacia el gobierno. Silenciado por las leyes raciales, continuó su labor docente en una especie de universidad clandestina, que funcionó entre diciembre de 1941 y septiembre de 1943, para que los jóvenes judíos expulsados de las escuelas públicas continuaran sus estudios. En la Roma ocupada por los nazis debe ocultarse, bajo riesgo de deportación como cualquier otro hebreo. Ocurrida la liberación, Castelnuovo reanudó la actividad pública fortalecido aún más no solo por su indiscutible autoridad sino su hidalguía que lo llevaron a ser uno de los principales protagonistas del renacimiento de las instituciones culturales italianas, inicialmente el CNI y luego la Accademia dei Lincei. En 1949 el presidente de la República Luigi Einaudi lo nombró senador vitalicio. Falleció 3 años después el 27 de abril de 1952.
Desde 1986, la Accademia dei Lincei se rige por un estatuto que establece un cuerpo de 540 académicos, en calidad de miembros ordinarios nacionales, extranjeros y los correspondientes. El organismo se divide en dos clases una ligada a las Ciencias Físicas, y otra vinculada con las Morales. La Academia realiza asambleas, reuniones de las clases, organiza congresos, conferencias, convenciones y seminarios; a la vez de promover la investigación, otorgar premios y becas10.
Vayan pues para ella, los deseos de una travesía en plena armonía y no más sobresaltos. Mal que nos pese, los hechos tan execrables de su historial más reciente son un ejemplo representativo en cuanto a las consecuencias de la intolerancia en los tantísimos contextos del quehacer humano. Lejos de cualquier linealidad, en el listado de sus factores determinantes contribuye bastante nuestra predisposición a sentirnos en posesión de la verdad, e inmediatamente calificar a todos aquellos con opiniones o creencias diferentes como errados y a veces hasta indignos. Algo muy propicio para que la fuerza aglutinante que concitan los sectarismos haga su agosto, desvalorando el hecho crucial de que encontrar respuestas óptimas a los grandes problemas no es tarea fácil.
Con tanta agua corrida debajo del puente cabe preguntarse en qué saco roto han ido a parar las ideas de Apel y Habermas, entre otros, quienes hicieron referencia una ética dialógica y deliberativa, imbuida de un intercambio sesudo de pareceres y análisis crítico de ellos, a fin de que las decisiones estén sustentadas por la valía del mejor argumento. O la práctica de arrancar con la relativización de nuestra propia perspectiva sobre tal o cual suceso para dar cabida a las demás visiones, discutiéndolas racionalmente y así avanzar hacia a una mirada superadora, donde el punto de llegada seguramente será distinto de aquellos con los que arrancamos. Y de paso visualizar a la deliberación como un acto moral al que debemos propender porque a la postre las sociedades devendrán más justas11.
Cuestiones desatendidas, a escala planetaria, que además de acarrear un altísimo costo social, dejan a las claras nuestro distanciamiento de aquella reflexión de Boecio quien definía a la persona como Rationalis naturae individua substantiac.
De persistir con la muletilla que este mundo siempre ha sido así para displicentemente encogernos de hombros, las desventuras de la insensatez se seguirán enseñoreando y de alguna manera no haremos más que ratificar aquellos versos del Dante cuando al traspasar la puerta del infierno la esperanza quedaba afuera.