EL CONCEPTO: «UN MUNDO, UNA SALUD»
El próximo año 2020 se cumple el 175 Aniversario de la creación del Cuerpo de Veterinaria Militar. El decreto fundacional lo presentó el general Narváez a la reina Isabel II el 15 de junio de 1845. Desde ese instante, e incluso con anterioridad, las profesiones sanitarias hacían incursiones en la trasmisión de enfermedades de los animales al hombre. Desde el lado de la medicina animal, y por conveniencia instrumental, citamos a Segismundo Malats y Codina1; y desde el lado de medicina humana a Juan Antonio Montes2. En esos años ya se vislumbraba que existía una sola salud que interactuaba de forma biunívoca. Pero si precisamos aún más, y con carácter holístico, el concepto: «Un mundo, una salud» nace en 2009 y se concreta en 2016. La Asociación Mundial de Sanidad Animal (OIE), la OMS y los representantes sanitarios de múltiples naciones se reunieron y acordaron aunar esfuerzos. Este concepto se fundamenta en la imposibilidad de la existencia de una salud humana integral, en ausencia de su correlato en la población animal.
Según explica Bernard Vallat3, ex director de la Organización Mundial de Sanidad Animal, en la última década ha surgido un nuevo concepto: «Un mundo, una salud», que destaca una nueva toma de conciencia colectiva del vínculo existente entre las enfermedades animales y la salud pública humana, propiamente dicha. Desde hace tiempo, dice Vallat, se conoce que, aproximadamente, un 60% de las enfermedades humanas infecciosas conocidas son de origen animal, ya sean domésticos o salvajes. Del mismo modo lo son un 75% de las enfermedades humanas emergentes y un 80% de agentes patógenos que pueden ser utilizados por el bioterrorismo. Se sabe también que la alimentación regular de las poblaciones con proteínas nobles derivadas de la leche, del huevo o de la carne es vital, y que su carencia constituye un problema de salud pública. Según algunas evaluaciones, las pérdidas mundiales de producción debidas a las enfermedades que afectan a los animales para el consumo superarían el 20%, de lo que se deduce que incluso las enfermedades animales no transmisibles al hombre podrían generar serios problemas de salud pública por las penurias y carencias que pueden entrañar. Se sabe también que los flujos sin precedente de mercancías y de personas constituyen otras tantas oportunidades de propagación mundial generalizada de todos los agentes patógenos, y del mismo modo los cambios climáticos, que ofrecen nuevas ocasiones de propagación, especialmente mediante vectores como los insectos, que hoy colonizan nuevos territorios, cuando hace algunos años eran aún demasiado fríos para que sobrevivieran durante el invierno.
Como todo nuevo paradigma, no nace ex novo, sino como cristalización y maduración de los diversos esfuerzos de investigadores y clínicos de muchas áreas científicas interdisciplinares, durante bastantes décadas. Creemos que, sin duda, Marcelino Ramírez García, tan destacado como olvidado veterinario militar y médico, fue uno de ellos.
NACIMIENTO Y PRIMEROS AÑOS
Ramírez nació en Bergasa, pequeña localidad del Partido Judicial de Arnedo (La Rioja), el 2 de junio de 1864.
La tesis doctoral del coronel veterinario y profesor adjunto de la Universidad Complutense Dr. Vicente Serrano Tomé (1921-2007), es casi la única fuente donde figura este científico militar, aparece citado, en cuatro líneas, en la página 204. La hoja de servicios de Marcelino en el Ejército, lo registra erróneamente como nacido en Vergara (Logroño).
Verificó el examen de ingreso en el bachillerato en el Instituto de Zaragoza, el 21 de septiembre de 1881. Realizó los estudios equivalentes a lo que luego se llamó bachiller elemental, en los cursos: 1883-84 a 1886-87, simultaneándolos con los de la carrera de Veterinaria, pues no eran exigibles para esta4.
D. MARCELINO, VETERINARIO
Gracias a las peculiaridades académicas del momento, hizo esta carrera en los cursos: 1882-83 a 1886-87. Fue así hasta que por R.D. de 27-III-1912, la introducción de la exigencia del título de Bachiller para ingresar en las Escuelas de Veterinaria hizo descender la matriculación. Consiguió Premio, o sea Matrícula de Honor, con los criterios de hoy, en Fisiología, y accésit, segundo premio, en Higiene.
En sus inicios profesionales ejerció brevemente como veterinario inspector, interino, de carnes en el Ayuntamiento de Alfaro (La Rioja). Tras diversas vicisitudes se hizo evidente la voluntad de no otorgarle esta plaza en propiedad, por lo que, con 30 años, decidió preparar las oposiciones al Cuerpo de Veterinaria Militar. Es de señalar que era la edad máxima con que podía presentarse pues hasta la promoción de 1897, la de Rof Codina, según Serrano Tomé, no se elevó a 35 años, por las necesidades bélicas del momento.
D. MARCELINO, NÚMERO UNO EN LAS OPOSICIONES AL CUERPO DE VETERINARIA MILITAR
Tras presentarse a las oposiciones celebradas en Madrid, en noviembre y diciembre de 1895, fue declarado aspirante a ingreso en el Cuerpo de Veterinaria Militar, por R.O. de 24 de diciembre de 1895, con el número uno de su promoción, que constaba de 76 miembros.
Estuvo destinado brevemente en Pamplona y en seguida lo trasladaron al Regimiento de Cazadores de Albuera, en Logroño. En La Rioja llevó a cabo una labor destacada en varios frentes. Ya en 1900, hizo al alcalde de Logroño, D. Francisco de la Mata, la propuesta de someter a la prueba de la tuberculina a las vacas locales que fue entusiásticamente apoyada por el regidor y sus asesores veterinarios y médicos y que, finalmente, devino en un proceso complejo que fracasó por intereses de los ganaderos, y obstáculos legales y, presuntamente, científicos. El asunto llegó al gobierno nacional que evacuó consultas a la Real Academia Nacional de Medicina y al Real Consejo de Sanidad del Reino que consideraron que la utilidad de la prueba de la tuberculina, como claramente diagnóstica de los procesos tuberculosos, no estaba suficientemente probada.
No obstante, el prestigioso Dr. Espina y Capó6 presentó en la Real Academia Nacional de Medicina, órgano consultivo del poder central, un duro, contundente y bien fundamentado voto particular, en favor de las tesis que sostenían los señores Ramírez y De la Mata. Aun a pesar de la contrariedad infligida por tan altos organismos, el alcalde y Marcelino Ramírez recibieron la felicitación de las más altas autoridades veterinarias y médicas nacionales y extranjeras, como Nocard y Pulido, entre otros.
D. MARCELINO, MÉDICO
Los siete cursos de la carrera de Medicina de entonces los cursó en la Universidad de Zaragoza, salvo un breve inicio en Salamanca. En apenas cuatro cursos y un trimestre finalizó los estudios de medicina el 15 de junio de 1903. Obtuvo la calificación de aprobado tras superar los ejercicios del grado de Licenciado en Medicina y Cirugía. Acababa de cumplir los 39 años.
Como médico, abrió primero una consulta para atención, preferentemente, ginecológica, y más tarde un Sanatorio privado médico-quirúrgico, de varias plantas, en Logroño, en la calle marqués de Murrieta, esquina a la vuelta del Peine, para atención integral, preferentemente ambulatoria, excepto los tratamientos quirúrgicos de los enfermos tuberculosos.
MATRIMONIO Y FAMILIA
En 1896, al poco tiempo de llegar a su regimiento de Logroño, contrajo matrimonio civil y canónico con Amalia Carrillo Gil, natural de Ausejo, localidad del partido judicial de Calahorra, hija del también veterinario militar y héroe de «la Vicalvarada» Calixto Carrillo Herce8. El matrimonio no tuvo hijos.
D. MARCELINO EN GALICIA
A los 52 años, en 1916, al ascender a veterinario mayor9, asimilado a comandante, fue nombrado jefe de veterinaria militar de la 8.ª Región Militar, con sede en La Coruña, donde estaría también en el empleo de teniente coronel, «por haberse elevado, o modificado, la plantilla a la categoría de este cargo». Su ascenso a coronel, que supuso su marcha a Burgos, tuvo lugar en 1926.
En esta etapa gallega, y según nuestras investigaciones, es en la que más equilibradamente compaginó el ejercicio de sus dos profesiones, dada su dedicación, por un lado a la veterinaria militar, como jefe de toda la Región Militar, y a la civil, colaborando con la «Cátedra Ambulante» del Consejo Provincial de Fomento que capitaneaba el veterinario D. Juan Rof Codina (1874-1967), y como médico del dispensario antituberculoso de La Coruña, del que llegó a ser director, elegido por sus compañeros, y después presidente de su Junta Facultativa. Dada la gran actividad de este Centro, derivada de la enorme incidencia de la tuberculosis en aquellos momentos en la zona, su personalidad resultaba notoriamente más visible a la opinión pública, que cuando tenía un pequeño sanatorio privado en Logroño.
No se limitó D. Marcelino, a su llegada a tierra tan alejada de La Rioja como La Coruña, a su trabajo de veterinario militar. En lugar de quedarse a la espera de un pronto regreso a su tierra o, al menos, a un traslado más cerca, se implicó a fondo en diversas actividades profesionales y sociales de la capital herculina, tales como su participación, altruista y gratuita, en el dispensario Antituberculoso, con toda la ardua labor asistencial y administrativa que este conllevaba.
Esta dedicación tiene tanto más mérito si consideramos que se trataba de una persona casada, sin hijos, simultaneando su puesto oficial, con una clínica propia en Logroño que probablemente le proporcionaba una posición muy desahogada10 y a la que no dudó en renunciar.
En un plano más recreativo y de crónica social, aceptó el 24 de diciembre de 1918 la Presidencia del Centro Castellano de La Coruña.
RAMÍREZ CON ROF CODINA
El destacado veterinario militar y civil Juan Rof Codina (1871-1967)11 y Ramírez sintonizaron enseguida, nada más llegar este a La Coruña.
Entre Rof Codina12 y Ramírez García debió existir una gran amistad. Prueba de ello son los numerosos congresos a los que asistieron juntos, y la concurrencia a actividades científicas, divulgativas y sociales; incluso la asistencia a bodas, en las que se les vio juntos. Todo ello nos hace pensar que compartían los mismos valores.
Juan Rof Codina, como Inspector de Higiene y Sanidad Pecuarias de La Coruña, y Marcelino Ramírez, como veterinario militar y médico, concurrieron en 1917 a la IV Asamblea Nacional Veterinaria (ANVE) como los dos representantes más destacados de la región gallega. El primero lo hizo con una ponencia sobre «Abastecimiento de carnes», y el segundo para aclarar conceptos erróneos de la «medicina médica (sic) y veterinaria».
Un ejemplo de su buena sintonía es que, en el Primer Congreso Veterinario Español de 1929 (ya jubilado Ramírez y residiendo en Logroño) se recibió un telegrama de Gordón Ordás13, excusándose por no estar presente en las primeras sesiones de dicho certamen y proponiendo que se nombrase presidente de honor a Juan Rof Codina. Lo hizo en los siguientes términos:
Ilustre veterinario catalán que en treinta años de acertadísima actuación ha sabido enaltecer a su Patria chica y a la Veterinaria en esta maravillosa tierra gallega que hoy le despide14 con los mayores extremos de pena, admiración y simpatía.
La lectura del telegrama fue acogida con fuertes aplausos, el presidente pidió a la asamblea que resolviese sobre esta propuesta, hasta que, según cuenta el cronista, «el coronel veterinario Marcelino Ramírez se adhiere y propone que se apruebe por aclamación, como así se hace».
Se aprecia en los dos un gran interés por contribuir a la formación de las clases trabajadoras; fundamentalmente en los aspectos referentes al ámbito de la salud pública, tanto desde el punto de vista humano como en el de las diferentes especies domésticas.
Esto era concurrente con las actividades que en la época desarrollaba «La Reunión Recreativa e Instructiva de Artesanos», principal órgano cultural coruñés de las clases populares, al que siempre tuvieron gran estima las élites intelectuales, entre las que citamos a Ortega y Gasset, Nóvoa Santos, Gordón Ordás o Gil Casares, además de Marcelino Ramírez y Rof Codina, entre muchos otros que pronunciaron conferencias en esa entidad.
En otras ocasiones ambos veterinarios eran requeridos para cuestiones más prácticas y urgentes, y menos académicas, como sus intervenciones ante epizootias que estaban causando pérdidas económicas a la cabaña gallega, solicitándoles las autoridades locales que se prestasen a ayudar en la planificación de la erradicación y acciones a emprender.
Desde el lado de la medicina humana Marcelino presentó al Congreso Pedagógico de Lugo de 1923, su trabajo pediátrico: Psicología del niño tuberculoso, comunicación que tuvo un gran éxito.
El domingo 1 de noviembre de 1925, bajo el título Interesantes lecciones a los ganaderos se publicaba en El Heraldo Gallego que los dos compañeros, Rof Codina y Ramírez, habían impartido interesantes charlas en el Ayuntamiento de Neda. Tuvieron lugar en sesiones de mañana y tarde en la parroquia de Anca y en el local sindical respectivamente, en presencia de todo tipo de notables de la zona: representantes políticos, profesionales, veterinarios titulares, clero, miembros de los sindicatos, ganaderos, maestros y público en general.
Marcelino Ramírez, una vez presentado como jefe de veterinaria militar de la 8ª Región Militar e ilustre tisiólogo, disertó sobre La lucha contra la tuberculosis de los animales domésticos en Galicia. Hizo hincapié en la necesidad de hacer «cultura popular tisiológica». Estas tres palabras parecen ser una obsesión en el ánimo de D. Marcelino pues las empleó de modo idéntico en su trabajo del año anterior, presentado al Congreso Nacional de Ciencias Médicas de Sevilla bajo el título: Herencia, predisposición y pretuberculosis desde el punto de vista de la cultura popular tisiológica.
En la presente ocasión insistió en que esto era imprescindible «antes de ejecutar el plan de lucha indispensable» que proyectaban llevar a cabo.
Para demostrar lo ignorante que era el pueblo en este aspecto, citó el caso bárbaro que publicaba El Correo Gallego aquel mismo día15, sobre un suceso ocurrido en el ayuntamiento de Golada en Pontevedra, en que «creyendo salvar la vida de un tuberculoso, para darle a beber la sangre de un niño sano y robusto, ha sido degollada una inocente criatura de diecinueve meses».
Puso de manifiesto la necesidad de implantar el diagnóstico precoz de la tuberculosis en el ganado vacuno mediante la prueba de la tuberculina. Refirió el ejemplo de la campaña llevada a cabo por Bang, en Dinamarca, que había logrado terminar con las vacas tuberculosas, que fueron sustituidas por animales sanos de razas mejoradas, reconvirtiendo lo que era una ruina social de todo tipo, en una importante fuente de riqueza.
Explicó el peligro de convivir personas, en especial niños, con animales enfermos y la necesidad de poner aparatos esterilizadores de carne en los mataderos para aprovechar este alimento que se destruía con grave perjuicio para la economía y la alimentación de la gente.
Ramírez tuvo un éxito notable, hablando Rof a continuación sobre Momento actual de la ganadería de abasto en Galicia16.
A partir del 29 de noviembre de 1925, ambos acuden a Ferrol, como profesores de la referida Cátedra ambulante del Consejo provincial de Fomento, a dar sendas conferencias en el Centro Obrero de Cultura, presentados por el doctor Quintanilla. En esta ocasión Ramírez disertó sobre medios de prevención de la tuberculosis infantil y Rof sobre mejora ganadera.
Trece años después del fallecimiento de D. Marcelino, su amigo Rof Codina (siendo ya Inspector General Veterinario y Ex-Vicepresidente del Consejo Superior Pecuario) lo recordaría en una conferencia que pronunció el 28 de noviembre de 1953 en la Real Academia de Medicina de Galicia y Asturias, sobre «La lucha contra la tuberculosis bovina en Galicia». Dijo lo siguiente:
El que fue ilustre tisiólogo y veterinario Dr. Marcelino Ramírez García, bien conocido entre los médicos de la región, en su obra Tuberculinoterapia, da a conocer el resultado de 505 pruebas tuberculínicas practicadas en bovinos, de las cuales 127 dieron reacción positiva y comprobadas sus lesiones tuberculosas en todos los que reaccionaron, mediante la autopsia, lo que representan el 25 por ciento de reses tuberculosas, pertenecientes a vaquerías de ciudad, que constituían elementos de infección para las demás reses y para los que las cuidaban.
Con motivo de la II Asamblea de la Unión Nacional Veterinaria (U.N.V.), germen del actual Consejo General de Colegios Veterinarios de España, celebrada en Madrid, del 18 al 23 de mayo de 1922, y presidida por D. Félix Gordón Ordás, Ramírez participó activamente en las discusiones y apoyó con entusiasmo la puesta en marcha de los distintos proyectos que, en concreto, eran:
El establecimiento de una fábrica y depósito de herraje y clavazón por la Unión Nacional Veterinaria; que tuvo sus críticos porque creían, acertadamente, que el futuro de la veterinaria iba unido al ejercicio científico y no al arte de herrar.
La formación de una entidad económica que podría llamarse Banco Veterinario o Banco Pecuario, constituido, única y exclusivamente, por capital de la Clase, al objeto de prestar apoyo pecuniario para cuantos fines fueran de utilidad para la veterinaria.
Un Instituto de sueros y vacunas.
El Montepío.
La Caja de resistencia y otras.
EL DISPENSARIO ANTITUBERCULOSO DE LA CORUÑA
En primer lugar, como ya se dijo, la labor de los médicos del Dispensario era gratuita y altruista. Por ello, aunque este establecimiento tuviese un carácter oficial, no constituía ningún pingüe pluriempleo para nadie, y sí, muchas veces, una onerosa carga laboral y hasta económica, aunque, no cabe duda, de que otorgaba cierto prestigio profesional, máxime si, como en el caso de D. Marcelino, se era el director de tan benéfica institución.
Nos lo cuenta el mismo Dr. Ramírez con su habitual franqueza riojana:
Los médicos del Dispensario además de prestar gratuitamente nuestros servicios y frecuentemente dar dinero encima, abandonando parte de nuestras obligaciones particulares, hacemos dentro y fuera del mismo cuanto sabemos y cuanto podemos; y el que hace lo que sabe y lo que puede no está obligado a más. Si hay quien sabe y quiere hacer más y mejor, desde este momento, gustosos le cedemos el puesto para que pueda dar comienzo a su obra.
El carácter gratuito, lógicamente, era a la vez su grandeza y su punto débil. El altruismo ha estado siempre presente en la planificación de la lucha antituberculosa, no solo como libre iniciativa personal, sino incluso como punto de partida «oficial», ya en sus memorias fundacionales nos dice:
Los dispensarios antituberculosos, según fueron proyectados por esta Comisión permanente, como instituciones especiales que atendieran por igual a la profilaxis que a la curación, a la salvación del predispuesto, al bien del enfermo, de la familia y de la sociedad en general, y todo ello de modo absolutamente benéfico y altruista, serían un elemento de la lucha antituberculosa tan principalísimo, tan eficaz y tan de veras simpático y sugestivo, que el hecho de pertenecer al profesorado que lo sirviera e hiciese efectivo traería aparejada, para tales profesores, verdaderos sacerdotes de la Medicina y la especialidad, la condición de beneméritos de la Patria.
En mayo de 1915, el Dr. D. Nicasio de Aspe y Fullós, secretario del Dispensario antituberculoso de La Coruña, leyó la memoria anual de 1914 de la institución. Se trata de un sucinto folleto, de apenas 15 páginas, que tiene la virtud de darnos las coordenadas casi exactas en las que empieza la labor de D. Marcelino en el mismo, por cuanto, se deduce de nuestros estudios que Ramírez se incorporó al Dispensario en los primeros meses de su estancia en la ciudad herculina, hacia principios de 1916.
El aspecto más relevante de esta memoria, a nuestro entender, está en las dos páginas finales en las que se queja de las deficiencias del mismo. En primer lugar que las señoras de La Coruña no han prestado su colaboración para cuestiones como visitas etc. que hoy llamaríamos de trabajo o asistencia social:
Hemos solicitado repetidas veces ese concurso dirigiéndonos al corazón caritativo de la mujer coruñesa, pero el éxito no ha coronado nuestras aspiraciones. ¿Habrá algún medio eficaz para conseguir que respondan a nuestro llamamiento?
Y, lo más grave, es que tampoco está satisfecho de la respuesta de la clase médica:
No hay cansancio, no hay desaliento entre nosotros, los que nos hemos ofrecido y hemos aceptado estas tareas, pero somos pocos. Las excitaciones dirigidas a la clase médica no han dado resultado. El despacho de la consulta de veinte, treinta o cuarenta enfermos diarios y los trabajos de laboratorio no pueden llevarse a cabo con el detenimiento y la escrupulosidad debida por uno o dos médicos. Y sin embargo, razones de salud, ausencias inevitables, quehaceres profesionales y otras causas justificadísimas, han producido tales claros en nuestras filas, que la pesada carga ha venido a caer sobre los hombros de uno o dos compañeros, siempre los mismos.
Tales debieron ser, mutatis mutandis, las circunstancias modestísimas en que se encontró el Dispensario D. Marcelino Ramírez a su llegada, ocho meses después de esta reunión de mayo de 1915.
El Dr. Ramírez estuvo presente y activo, como representante del Dispensario Antituberculoso de La Coruña en los más importantes foros sobre tuberculosis humana de la época. Entre ellos, destacamos la Conferencia de los Médicos de la Lucha Antituberculosa, celebrada en el Colegio Oficial de Médicos de Madrid, del 26 al 31 de mayo de 1924, en la que presentó el proyecto de bases para la organización de la lucha antituberculosa en España, documento que los médicos del dispensario herculino elevaban a la Comisión organizadora y que, al año siguiente, volvieron a presentar en la «Conferencia de la Fuenfría» del 3 al 5 de septiembre de 1925 en el Sanatorio de ese nombre ubicado en Cercedilla (Madrid). También tuvo un papel preponderante en la lucha por la consecución del Sanatorio Antituberculoso de Cesuras que, finalmente, no prosperó. En La Coruña puso una consulta privada en la Plaza de Lugo n.º 10.
PUBLICACIONES Y LABOR DE RAMÍREZ
De la obra de Ramírez espigamos las publicaciones más reseñables. Estas son: su tesis doctoral de 1907, en Medicina, en la que ya se palpa la unicidad de su concepción de la salud, titulada: La tuberculosis bajo el punto de vista de su transmisión recíproca entre los animales y el hombre; manuscrito que publicó en 1908, con el título La tuberculosis desde el punto de vista sanitario, económico y sociológico, añadiéndole una pequeña adenda al capítulo IX, referido al diagnóstico por la técnica tuberculínica mediante: oftalmo, cuti, dermo e intradermorreacción; y el libro Tuberculinodiagnóstico y Tuberculinoterapia, de 1912, que prologó el académico D. José Verdes Montenegro, uno de los grandes tisiólogos españoles que, años más tarde, sería Director General de Sanidad en la II República en 1933. Este libro fue saludado con admiración por la prensa gallega como «necesario para todo veterinario y médico», el mismo año de su publicación, cuatro años antes de la llegada de Ramírez a Galicia. Esto demuestra que nuestro hombre ya era conocido y respetado a nivel nacional antes de incorporarse a su destino coruñés.
También son de destacar Diagnosis y Terapia específicas del Muermo en el ganado del Ejército (1916) y Tisiología de la Infancia (1926). Estas últimas ya vieron la luz estando su autor en Galicia.
El Dr. Ramírez se alineó siempre con las corrientes científicas más avanzadas de investigación y laboratorio, en el estado de la ciencia en su momento, siendo, en materia de tuberculosis, un «contagionista» convencido, frente a los que defendían el papel preponderante de la herencia, con sus diferentes interpretaciones, en la transmisión de este azote de la Humanidad de distribución universal.
Ramírez se empecinó durante muchos años en el tratamiento tuberculínico, reconociendo, eso sí, sus limitaciones, hasta que, en los años finales de su vida profesional, reconoció que la única terapia eficaz en ese momento era el retorno a la medicina preventiva. Cabe decir que figuras nacionales como Verdes o Espina y Capó participaban de la misma opinión, con distintos grados de entusiasmo, en una época de escasas opciones terapéuticas. Esto tuvo que originar fricciones en el propio dispensario, con médicos totalmente opuestos a esta postura como Peña Novo.
Mostró siempre un encomiable interés por la cobertura social de la enfermedad para los trabajadores, los pobres y los niños. Es de destacar su artículo, netamente progresista: Seguro social contra la tuberculosis publicado en El Ideal Gallego el 25 de julio de 1924 en la página 15, pocos meses después de haberlo presentado como ponencia a la reunión de «La Conferencia de los médicos de la lucha antituberculosa», del 26 al 31 de mayo de 1924 en Madrid.
En su momento recibió, no sin entrar en algunas polémicas, el general reconocimiento de la comunidad científica, siendo merecedor de diferentes premios por sus actividades de toda índole, veterinarias y médicas, civiles y militares que se reflejan en su hoja de servicios.
Manteniendo una intensa labor en su doble ámbito profesional, al que se dedicó con inusitado equilibrio, logró moverse en el mismo ambiente científico que otros prestigiosos veterinarios como: García Izcara, Gordón Ordás, Rof Codina, Gallego Canel, Sanz Egaña, Molina Serrano, Medina García, Cayetano López, y médicos como: Espina y Capó, Verdes Montenegro, Sayé Sempere, Hervada García, Codina Castellví, Palacios Olmedo, Gil Casares, Valdés Lambea, Álvarez Sierra y García del Real, entre otros.
Fue un autor de formación amplia, dadas sus dos titulaciones, que cultivó ambas facetas con destacada solvencia, dedicando, como se ha dicho, la mayor parte de sus energías científicas y clínicas, en ambas ciencias, a la tuberculosis, salvo su notable libro dedicado al muermo en el ganado del Ejército. Sobre esta enfermedad, en 1922, el Dr. D. Eduardo Bonilla de la Vega nos explicaba la situación:
El muermo es una enfermedad infecciosa de curso agudo o crónico, ordinariamente mortal, producida por un microbio (Bacillus mallei)18, que se presenta, sobre todo, en los caballos y más rara vez en el asno, mula y macho, y puede ser transmitida por contagio natural o por inoculación al gato, perro, cabra, conejo, oveja, cavia (cobaya) y ratón de campo, y más difícilmente al cerdo. Puede contagiarse al hombre por el caballo.
Dada la abundante presencia de caballos y mulos en los cuarteles de la época, la población militar, en especial los cuidadores de los équidos, estaba naturalmente expuesta a contraer esta grave enfermedad; lo que, unido al quebranto económico y operativo que suponía la pérdida de animales, constituía una seria preocupación del mando y de la Sanidad Militar.
Este tema del muermo tenía grandes connotaciones comunes con la tuberculosis, en cuanto a que se practicaba el diagnóstico y tratamiento con maleína, en paralelismo total con lo que se hacía con la tuberculina. Fiel a su doble vínculo científico, Ramírez no olvidó contemplar la patología muermosa en el ser humano, tema importante por lo ya dicho. Sirva de ejemplo que Kalning el veterinario ruso que desarrolló en su laboratorio la maleína, se autoinoculó el muermo para sus experimentos y lo pagó con su vida.
También reactivó la capacidad científica de sus colaboradores en veterinaria militar, aumentando el número de conferencias y publicaciones de estos en la Academia Veterinaria de la 8ª Región Militar, entre los que destacaron los jóvenes Santiago Gómez Bargo y David Fernández Novoa19.
La formación académica y continuada de los veterinarios, fue un asunto por el que siempre estuvo interesado, pues ya, en 1895, había sido presidente de la Asociación Veterinaria Navarro-Riojana20 que llegó hasta el ministro Bosch y Fustegueras, a quejarse:
De la deficiente y absurda enseñanza veterinaria; a solicitar la reforma de los planes de estudio y la corrección de las deficiencias y abusos que se cometen en los exámenes de ingreso en casi todas las Escuelas, exigiendo un preparatorio más científico cursado y aprobado en los Institutos, según el proyecto publicado en la Gaceta del día 2, de ese mes de abril de 1895, por el Director general de Instrucción Pública.
Años después, con el apoyo de destacadas figuras de la veterinaria nacional, llegó a proponer, un nuevo plan de estudios y diversas categorías profesionales, a imagen y semejanza de los ingenieros agrónomos, con una carrera de grado medio (peritos entonces) y otra superior. También participó, con Gordón Ordás y Rof Codina en la génesis del fallido Instituto de Zootécnicos españoles y en los principales foros científicos de la época, incluso después de jubilado.
Al ascender a coronel, en 1926, fue objeto de un gran homenaje en el céntrico restaurante modernista coruñés del «Kiosko Alfonso», por los colegios de médicos y veterinarios de Galicia por su gran implicación en pro de esta tierra, como destacó la prensa más de una vez, «mayor que la de muchos gallegos». En años sucesivos vendría a veranear a La Coruña.
ETAPA FINAL
Marchó destinado a Burgos donde ejerció el mando de coronel jefe de veterinaria militar de la 6.ª Región Militar, jubilándose el 2 de junio de 1928, a los 64 años, por haber cumplido la edad reglamentaria, con la máxima graduación que podía tener un veterinario militar, ya que, según el general veterinario y académico, Dr. Moreno Fernández-Caparrós:
Desde 1890, en que se crea el empleo de subinspector veterinario de 1.ª clase (asimilado a coronel) hasta 1943, no existió el generalato en el Cuerpo de Veterinaria Militar. El primer coronel en acceder al generalato fue el Excmo. Sr. D. Vicente Sobreviela Monleón (1881-1958)21.
Ramírez retorna a Logroño donde ocupa, en los siguientes años, los puestos de bibliotecario del Ateneo Republicano y vicepresidente del tribunal tutelar de menores.
Su villa natal de Bergasa lo declaró hijo predilecto en 1921, le dedicó la plaza mayor y el Colegio Público, que ha llevado su nombre hasta que se cerró en los años 90, yendo ahora los niños al colegio de Arnedo, y convirtiéndose en centro juvenil, que sigue llamándose Marcelino Ramírez. Instituyó, de su peculio particular, becas para estudiantes de Bergasa y contribuyó a mejorar los accesos al pueblo.
A pesar de haber hecho esfuerzos en este sentido, no hemos podido conocer el papel, si lo tuvo, del ya anciano Ramírez, en Logroño, en los años de la Guerra civil.
LOS VIEJOS SOLDADOS NUNCA MUEREN, SIMPLEMENTE SE DESVANECEN
D. Marcelino falleció en la capital riojana, a los 76 años, a las doce horas del 13 de octubre de 1940 de una uremia, secundaria a pielonefritis.
CONCLUSIONES
Marcelino Ramírez García fue un tisiólogo integral, tanto veterinario como médico, que mantuvo ambas facetas en equilibrio en todo su ejercicio profesional, para beneficio de las dos ramas de la medicina. En este sentido se le puede considerar como un apóstol de la salud pública y uno de los pioneros del espíritu del concepto: «Un mundo, una Salud». Esto se aprecia especialmente en su íntima colaboración con Rof Codina y su equilibrada actividad, acudiendo siempre, con similar dedicación, a foros veterinarios y médicos, como se infiere de su asistencia y participación activa en los congresos sobre zoonosis o salud pública.
Su nombre, según Verdes Montenegro, está unido al «primer intento que se hizo en España de establecer sistemáticamente la prueba de la tuberculina en el ganado vacuno como medida de policía sanitaria», lo que le convierte en un auténtico precursor.
Fue hombre de ciencia experimental. No hablaba de nada sin haberlo comprobado en el laboratorio, en sala de autopsias, o necropsias, o en la clínica, tanto animal como humana. En cuanto a la tuberculosis humana, su faceta de veterinario le ayudó muchísimo, pues le permitió realizar experimentación animal abundante, dándole evidente ventaja sobre sus compañeros médicos tisiólogos. Fue un convencido «contagionista» negando la herencia tuberculosa.
Mantuvo una actitud social, humanitaria y altruista desde sus primeros tiempos, en el intento de saneamiento de la cabaña de Logroño, hasta sus últimos momentos, propugnando un seguro social contra la tuberculosis y en la dedicación a los enfermos de su clínica de Logroño y del dispensario antituberculoso de La Coruña, así como creando becas de estudios y ayudando a mejorar infraestructuras en su pequeña localidad natal.
Conviene reconocer y resaltar el equilibrio clínico que mantuvo en sus publicaciones, que ya fueran veterinarias, ya médicas, estuvieron a la par a todo lo largo de su ejercicio profesional, como muestra su bibliografía, aunque siempre conjugaba en estas obras su doble faceta, para dar mayor fuerza a sus razonamientos y altura, unidad y dimensión a sus conclusiones.
Aun cuando al final de su vida volvió a preconizar los planteamientos preventivistas como los verdaderamente efectivos contra la tuberculosis, durante muchos años sostuvo, con empecinamiento y, quizás, excesivas expectativas, el tratamiento tuberculínico, en tiempos en que no había mucha más alternativa terapéutica. Su planteamiento de diagnóstico y tratamiento del muermo y la tuberculosis, tanto con maleína bruta como con tuberculina, estaba sustancialmente basado en los mismos principios.
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Varios motivos pueden haber contribuido a su olvido, entre los que citamos:
El haberse dividido su vida profesional entre la Rioja y Galicia, lo que conllevó el que su sensación de pertenencia probablemente quedase diluida para él mismo y sus coetáneos.
Su doble condición de veterinario y médico que pudo haber suscitado envidias o suspicacias en algunos colegas de ambas profesiones.
El no haber tenido descendencia, y, por último,
Su indudable falta de diplomacia que no contribuyó a su popularidad.
El concepto «Un mundo, una salud» o «Una Salud» estaba presente ya en la época de Ramírez, y precisamente entre las personalidades más destacadas, como Espina y Capó, García Izcara, Molina Serrano, Rof Codina, Verdes Montenegro, y el propio Ramírez, entre muchos otros. Por otra parte, son muy claras las influencias de este concepto en los comentarios de veterinarios como los coroneles Molina Serrano y Serrano Tomé.
Es lógico que esta sensibilidad al concepto «Un mundo, una salud» fuese especialmente notable entre los veterinarios y médicos y, de modo particular entre los facultativos rurales y militares, entornos donde, por la convivencia estrecha entre hombres y animales, se hacía más evidente la necesidad del mismo, dados los problemas de salud pública y calamidades que podían aparecer en forma de epizootias frecuentes.
En consecuencia, opinamos que su figura merece ser recuperada para la historia de la veterinaria y de la medicina españolas y más aún para la Sanidad Militar.
FUENTES PRIMARIAS
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Archivo Histórico Militar de Segovia. Hoja de Servicios de D. Marcelino Ramírez García. Cuerpo de Veterinaria Militar.
AGA. Expediente de Veterinaria de D. Marcelino Ramírez García. Sign. 31-15049-05068. Alcalá de Henares.
AGA. Expediente de Medicina de D. Marcelino Ramírez García. Sign. 31-16527-01221. Alcalá de Henares.
Archivo Intermedio Militar Noroeste de Ferrol.
Archivo Municipal de Logroño.
Archivo Histórico Universidad de Zaragoza.
Archivo Municipal de La Coruña.
Registro Civil de Logroño.
Archivo digital de Revista de Higiene y Sanidad Pecuarias.
Archivo digital de Revista de Higiene y Sanidad Veterinaria.
Archivo digital de la revista La Semana Veterinaria.
Archivo digital de la Junta de Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas.
Archivo de la Real Academia Galega (ARAG).
Archivo del Reino de Galicia (ARG).
Bibliotecas y Hemerotecas
Hemeroteca Nacional Digital.
Hemeroteca Digital de Galicia: Galiciana.
Biblioteca Virtual del Ministerio de Defensa (BVD)
Biblioteca Digital de La Rioja,
Biblioteca General de la Universidad de Santiago de Compostela.
Biblioteca Municipal de San Sebastián
Biblioteca Virtual de Prensa Histórica del Ministerio de Cultura
IndexCat.
Hemeroteca de La Vanguardia
Hemeroteca de ABC
Galicia Clínica: colección digital.
Publicaciones de M. Ramírez
FUENTES SECUNDARIAS