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Index de Enfermería

versão On-line ISSN 1699-5988versão impressa ISSN 1132-1296

Index Enferm vol.26 no.3 Granada Jul./Set. 2017

 

MISCELÁNEA

DIARIO DE CAMPO

 

Un tropiezo en el camino de la recuperación

A complication in recovery

 

 

Ana Becerra García

Hospital Público Dr. R. Lafora, Universidad Rey Juan Carlos. Campus Ciencias de la Salud, Colmenar Viejo, Madrid, España
a.bgmaya@gmail.com

 

 

Para el paciente de salud mental, el alta médica puede suponer un salto de libertad y autonomía que implica valor y fuerzas para apostar por lo desconocido. También una gran fuerza de voluntad y autocontrol. Atrás se dejan años de evolución y la que ha sido su segunda casa y familia, el hospital y profesionales sanitarios. La nueva responsabilidad, si no se lleva de forma adecuada, puede arrastrar al paciente a un profundo abismo. La readaptación necesita tiempo de asimilación y compromiso por parte del equipo multidisciplinar, familia y paciente.

Clases. Tabaco. Risas. Voces. Compañeros. Medicación. Horas. Destreza. Voces. Madrugar. Auxiliar. Nervios. Rituales. Interés. Impaciencia. Voces. Actividades. Medicación. Enfermera. Alegría. Días. Ideas. Voces. Excursiones. Comida. Semanas. Familia. Terapia. Voces. Recuerdos. Ansiedad. Observación. Preocupaciones. Voces. Dinero. Comunicación. Meses. Psiquiatra. Alta. Voces. Protocolo. Ducha. Fisioterapia. Inglés. Citas. Voces. Síntomas. Pensamientos. Agobio. Años. Estrés. Mejoría. Miedo. Voces. Automedicación. Permisos. Opcional. Insomnio. Recaída. Manipulador. Noches. Voces. Tóxicos. Sueño. Psicólogo. Hospital. Bucle. Voces.

 

Esta es la constante lluvia de pensamientos, ideas y sentimientos que he vivido y que el conjunto de pacientes me ha transmitido durante estas semanas de prácticas. Y estoy contenta y agradecida porque por fin siento como cada vez soy capaz de desenvolverme mejor. Poco a poco he ido consolidando la relación con los pacientes hasta el punto de sentirme cómoda y perder el miedo que los primeros días se apoderaba de mí y me bloqueaba.

El hecho de pasear por la unidad de rehabilitación, buscar a los pacientes con cualquier excusa para poder entablar una conversación con ellos, es algo realmente gratificante y a la vez podría decir que embaucador, una vez que pierdes el miedo y la vergüenza. Me gusta la planta, los pacientes y sus peculiaridades. Posiblemente lo que vaya a decir ahora no sea lo más correcto pero, cada paciente genera en mí un sentimiento paternalista en cuanto su cuidado. Su fragilidad me lleva a caminar constantemente en el límite entre el cuidado sanitario y el paternalismo. Es una fina línea la cual, en muchas situaciones no está del todo clara, haciendo finalmente de los cuidados terapéuticos una sobreprotección.

He de reconocer que estas dos últimas semanas he vivido un suceso el cual ha hecho que reflexionase profundamente.

Primera hora de la mañana. Me invade una sensación de tristeza y sorpresa. Lo que acaban de contar en el parte de la noche me resulta inexplicable, casi imposible. Necesitaba verlo con mis propios ojos para constatar aquella terrible noticia. Uno de los pacientes más autónomos, cuyo alta se tercia pronto, regresó aquella noche al hospital (se encontraba de permiso semanal) bajo los efectos del alcohol y con sospecha de consumo de cocaína. Me sentí realmente defraudada, no entendía cómo de la noche a la mañana había podido suceder aquello. Qué pensamiento se había introducido en su caótica mente. Estaba deseosa por verle e intentar hablar con él para que me explicase, si es que se acordaba de algo. Avergonzado y cabizbajo salió de la cama en pijama para meterse en la ducha. Una mirada de profunda tristeza fue la que me correspondió en aquel momento. El paciente que conocía como locuaz y verborreico, explícito y detallista en sus palabras, se hallaba en un duro silencio frente a mí. Me transmitió una terrible sensación de decepción consigo mismo y con los actos que había hecho. Pero el paciente encontró en mí una mirada compasiva y cercana. Deseché entonces el enfado que sentí cuando me dieron la noticia. Era el propio paciente quien más desilusionado estaba y necesitaba apoyo y fuerzas para continuar adelante, ser consciente de su error y saber perdonarse a sí mismo. Aún perdura en mis pensamientos el recuerdo del hecho de que gracias a nuestra intervención verbal, franca y honesta, el paciente fue capaz de sonreír mientras observaba por la ventana con gesto nostálgico, el exterior, ese del que desgraciadamente estaba privado momentáneamente.

Después de salir de la habitación, el equipo multidisciplinar comentó el suceso. Todos, absolutamente todos, expresaron resignación respecto a lo ocurrido. Personalmente, no entendía el motivo que había abocado al paciente a utilizar el alcohol y las drogas como mecanismo de escape. Pero lo que más me sorprendió fue el cierto grado de impavidez que también mostraron los profesionales. Me apena tanto ver esto a mi alrededor. ¿En qué momento expulsamos inconscientemente nuestra actitud empática? Realmente la situación no era de esperar, pero por otro lado, para los profesionales, aquel paciente no fue ni el primero ni el último en hacer frente a una situación de aquella forma. Este hecho hizo que me reafirmase más en mis ganas de ser la enfermera que yo deseo ser, sin estar sometida a la forma de trabajar de otros, con voz y voto suficiente para opinar y tomar decisiones. Quería que fuese el paciente quien me explicase de primera mano por qué decidió consumir, pero mis compañeros sacaron conclusiones y la verdad es que nada desencaminadas, antes de que el paciente se recuperase.

La semana anterior, la enfermera gestora de casos visitó al paciente en su domicilio. Estuvieron charlando mientras la profesional valoraba su estado y fue en aquella cita concertada, donde la enfermera comentó la noticia más ansiada y esperada por todo paciente: el posible alta estaba cada vez más cerca. Pero para el paciente esta futura situación, ese salto de libertad y autonomía implica valor y fuerzas para apostar por lo desconocido. Implica además, una gran fuerza de voluntad y autocontrol. Atrás se dejan muchos años de evolución. Atrás se deja a la que ha sido casi su segunda casa y familia, el hospital y profesionales sanitarios. El paciente siente una enorme responsabilidad y esta, si no se lleva de forma adecuada, puede arrastrar al paciente a un profundo abismo. La readaptación necesita tiempo de asimilación, pero sobretodo, compromiso por parte del equipo multidisciplinar, familia y paciente.

Durante los siguientes días, cada vez que salía del hospital y llegaba a mi casa, era incapaz de olvidar por más de dos horas la situación de este paciente. Me apenaban sus ánimos y añoraba su alegría. Fue el primer paciente con el que hablé. El primer paciente que mostró interés por mi conversación. Echaba de menos que me hablase en "inglés castizo". Recordaba cuánto me costaba concentrar mi atención en su discurso, tal vez algo monótono en algunas ocasiones pero rápido como un torbellino. Muchas veces me abrumaba ante dicha logorrea. Pero fue gracias a él, con quien fui perdiendo miedo a hacer entrevistas a los pacientes, y sinceramente me sentía en deuda.

Durante los siguientes días, el paciente tuvo un comportamiento huidizo, introspectivo. Parecía desubicado, con la mirada perdida en la realidad e inmersa en sus pensamientos. Tenía tantas ganas de preguntarle cómo se encontraba que intenté realizar escucha activa, poniendo los cinco sentidos y empatizando con la persona. La entrevista no duró más de tres minutos. Se mostró esquivo, repitiendo una y otra vez que no merecía nada. Estaba sola con él y lo único acertado que fui capaz de decir en tono calmado y afable fue: "no te preocupes, de todo se aprende". Como no sabía qué más hablar con él, no encontraba palabras adecuadas, opté por ofrecerle mi total disposición. Me sentí persuasiva por haber forzado la situación. Esto último me pesa más en estos momentos. Sobre todo porque no conseguí una respuesta efectiva por parte del paciente. Me quedó muy claro cómo no quiero volver a comportarme.

Al día siguiente el paciente estaba más reactivo en comparación a días previos. Me transmitía esperanza ver como mejoraba poco a poco todos los días. Es algo indescriptible. A media mañana, estaba preparando los permisos de salida de algunos pacientes cuando de repente, el paciente se acercó al control. Me sonrió y me hizo un gesto de que saliese del control. Salí en seguida, dispuesta a escucharle sin agobiarle. Comenzó a hablarme tal y como lo recordaba. Tenía tantas ideas en la cabeza que era incapaz de ponerlas en orden. Su verborrea habitual, y qué alegría escucharle. Fue más adelante después de unas cuantas risas, cuando el paciente comenzó a contarme lo que realmente quise escuchar desde el primer día de su desafortunado reingreso. Lo resumió en una frase la cual se me ha quedado grabada a fuego, pero no solo el contenido, sino el tono y la mirada que le acompañaron: "Ana, el diablo me tendió la mano y yo se la di". Me dejó atónita. Tras un breve tiempo de asimilación, pude mantener la conversación, tranquila y fluida. El paciente lo agradeció. Tras la conversación, me cercioré una vez más de lo que supone hablar con alguien, porque sin ese canal o válvula de escape que fui aquella mañana al escucharle, esa persona no hubiera podido descargar la tensión interior que significa haber tropezado en el camino de la recuperación.

El acompañamiento realizado ha paliado el sentimiento de soledad y desilusión manifestados por el paciente. Es una muestra del impacto que los cuidados enfermeros tienen en los pacientes, que no son medidos ni mencionados como una influencia de los sistemas sanitarios, pero este "poder invisible de la Enfermería" debe darse a conocer.1

 

Bibliografía

1. Orkaizagirre Gómara, Aintzane; Huércanos Esparza, Isabel. La enfermera novel en la Relación de Cuidado. Index de Enfermería 2014; 23(4): 224-228.         [ Links ]

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