Introducción
En la literatura, el término trans* se acepta como un concepto amplio que abarca muchas identidades de género, especialmente las que no coinciden con el sexo asignado al nacer.1 Por lo tanto, muchas personas trans* (aunque no todas) quieren adaptar, en mayor o menor medida, sus características sexuales secundarias. Para ello se someten a algún tipo de tratamiento como terapia hormonal o cirugía. Las identidades y afirmaciones de género dependen del contexto sociocultural. Diferentes sociedades permiten y prohíben diferentes enfoques.
Históricamente, la construcción social de las relaciones personales ha sido determinada por el principio de heteronormatividad, es decir, el concepto de cisgénero (concordancia entre el sexo asignado al nacimiento y la identidad de género), la heterosexualidad y el tradicionalismo familiar (es decir, el matrimonio de otro sexo) como la forma correcta de vivir.2 Por lo tanto, la heteronormatividad se refiere a la heterosexualidad como la forma normativa percibida para las relaciones y el emparejamiento. Esto ha dado lugar a prejuicios y discriminación contra el género y las minorías sexuales que, en el caso de las personas trans*, ha sido etiquetado como transfobia.3,4
El término transfobia es muy utilizado en la literatura.5 La transfobia es observada y medida por diferentes organizaciones. Como es el caso de Transgender Europe (TGEU) que, en su campaña internacional Transrespect-vs-Transphobia Worldwide (TvT), publica los resultados del Observatorio de Personas Trans Asesinadas (TMM, por sus siglas en inglés). La actualización de 2019 sobre asesinatos contra personas de género diverso muestra un total de 331 casos de homicidios reportados de personas trans y género-diversas entre el 1 de octubre de 2018 y el 30 de septiembre de 2019.6 Más cualitativamente, una publicación de Amnistía Internacional pone de manifiesto la amplitud y el impacto del problema de la transfobia explícita.7
Aunque en las últimas décadas los cambios sociales y políticos han llevado a una mayor aceptación de las personas trans* en la opinión pública y las políticas, todavía sufren prejuicios, discriminación y estigma. Precisamente, una de las causas que pueden justificar la presencia de transfobia/prejuicio es la imposición de ser diagnosticadas de enfermedad mental: “disforia de género” según el DSM-V8 para tener acceso a servicios de salud trans específicos como la terapia hormonal o la cirugía.9 En la mayoría de los países que nos rodean, no es posible obtener atención médica o cambio de nombre y sexo en documentos legales, sin un diagnóstico de enfermedad mental. En otras palabras, la patologización como forma de obtener acceso sanitario específico y derechos civiles.
Según las características sociodemográficas, la investigación ha demostrado que la edad, el sexo masculino, el fundamentalismo religioso, la orientación política, la heterosexualidad y el menor grado de educación, así como el no conocer a las personas trans* personalmente, están asociados con un mayor nivel de prejuicio/transfobia.5,10 Se ha observado que tanto los hombres como las mujeres cisgénero establecen relaciones sin prejuicios con personas no heterosexuales cuando no conocen su orientación sexual, lo mismo ocurre con la identidad de género. Por lo tanto, muchas personas trans* lo esconden, de forma que mantenerlo oculto sirve como un mecanismo de preservación de la seguridad.11
Las personas trans* necesitan tanto atención médica trans-específica como no trans-específica. Especialmente aquellas que están recibiendo terapia hormonal, adaptando sus características sexuales secundarias o preparándose para la cirugía de reasignación. Por lo tanto, es de vital importancia que el grado de transfobia/prejuicio de los profesionales de la salud sea lo más bajo posible. Sin embargo, la investigación ha encontrado que, aunque se han hecho algunos progresos, las experiencias de las personas trans* con servicios de salud todavía implican prácticas discriminatorias, y muchos pacientes reportan una falta de sensibilidad y prejuicios por parte del personal administrativo y de salud, incluido el personal de enfermería.5,10 Muchos tienen miedo de revelar su identidad de género al profesional de la salud debido al miedo a reacciones hostiles o insensibles.3 Un estudio de personas transgénero encontró que el 40% de los participantes trans* sentían ansiedad cuando accedían a los servicios de salud, debido al estigma y la posible discriminación.12 Por el contrario, la mayoría de los profesionales de la salud reconocen que carecen de la formación, los conocimientos y las habilidades necesarias para ofrecer una atención sanitaria adecuada a las personas transgénero.13 Las referencias literarias muestran muchas experiencias de intervenciones educativas en la asistencia a la diversidad de género en la atención sanitaria, para estudiantes de pregrado y posgrado, que han reportado resultados exitosos en la reducción de la transfobia/prejuicio.10,14
En los planes de estudio oficiales de los profesionales sanitarios, no se contemplan competencias específicas para la atención sanitaria de las personas trans*. Canarias es una de las 17 comunidades autónomas españolas, con 2,2 millones de habitantes, y Tenerife cuenta con alrededor de 1 millón. Algunas de las asociaciones específicas de personas trans* en Tenerife, destacadas por su activismo, han denunciado la transfobia en los servicios de salud (Algarabía. Asociación de Lesbianas, Gais, Bisexuales, Transexuales e Intersexuales de Tenerife, https://www.algarabiatfe.org/www/; Transboys. Asociación de Hombres Transexuales, http://transboys.es/, Chrysallis Canarias. Asociación de familias de menores transexuales, https://chrysallis.org.es/tag/canarias/). La comunidad canaria es una de las primeras en España en tener un protocolo específico para la atención sanitaria de las personas transgénero.15
Teniendo en cuenta lo anterior, el objetivo de este estudio es evaluar el grado de prejuicios/transfobia explícitos de los profesionales sanitarios y compararlos con la población general (aquellas personas que no trabajan en servicios de salud) en Tenerife. También incluimos una muestra de estudiantes de ciencias de la salud, para explorar si las posibles diferencias de actitud pudieran encontrarse ya a nivel de pregrado.
Metodología
Se realizó un estudio transversal y descriptivo en la isla de Tenerife. Se reclutó una muestra de conveniencia. Los profesionales de la salud (HP) fueron: médicos, enfermeros, psicólogos, auxiliares de enfermería y profesores de ciencias de la salud de los dos grandes hospitales universitarios, así como centros de atención primaria en las dos principales zonas urbanas de la isla. Los estudiantes de ciencias de la salud (HS) incluyeron a enfermería, medicina y formación profesional en atención sanitaria. Los participantes con otras profesiones (OO) eran: personal administrativo, de limpieza y de mantenimiento, personas reclutadas en las salas de espera de hospitales que esperaban ser atendidas en consulta o familiares de estas personas, profesionales de centros docentes y administrativos, así como estudiantes que no eran de ciencias de la salud. Se invitó a participar a un total de 700 personas, 632 estuvieron de acuerdo y, finalmente, 624 completaron las encuestas. Veintidós participantes mostraron más de cuatro y dos ítems vacíos en la GTS y la EANT, respectivamente y, por lo tanto, fueron excluidos, quedando un total de 602 participantes (tabla 1). Se informó a los participantes sobre el estudio, solicitando participación. Los datos se recopilaron a través de un cuestionario anónimo, autoadministrado, que duró un promedio de 30 minutos. El estudio fue revisado y evaluado por el Comité de Ética del Servicio Canario de Salud.
Profesionales de la salud (HP) (n = 159) | Estudiantes de ciencias de la salud (HS) (n=212) | Otras Profesiones (OO) (n=231) | aP | |
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Edad (media) | 40,8 (9,48) | 25,9 (9,27) | 38,4 (13,8) | <0,001 |
Nivel Educativo | ||||
Universitario | 116 (73,0%) | 149 (70,3%) | 90 (39,0%) | <0,001 |
Secundaria | 40 (25,2%) | 47 (22,2%) | 113 (48,9%) | |
Primaria | 3 (1,9%) | 16 (7,5%) | 28 (12,1%) | |
Sexo Biológico (% de mujeres) | 129 (81,6%) | 148 (70,5%) | 135 (58,4%) | <0,001 |
Gais, Lesbianas, bisexuales o pansexuales | 7 (4,5%) | 26 (12,4%) | 29 (12,6%) | 0,018 |
Conforme con el género asignado | 159 (100%) | 211 (99,5%) | 225 (97,4%) | 0,372 |
Conoce a una persona trans* | 76 (47,8%) | 102 (48,1%) | 136 (58,9%) | 0,034 |
ap-valor de los modelos ANOVA para la edad y test χ2 para las variables restantes.
Se utilizaron los siguientes instrumentos de medición:
- Las variables sociodemográficas incluyeron: edad, educación (estudios universitarios, secundarios o primarios), ocupación (profesionales de la salud HP, estudiantes de ciencias de la salud HS, otras profesiones OO), sexo biológico (mujer/hombre), comodidad con género asignado (sí/no), orientación sexual (heterosexual, gay, lesbiana, bisexual, pansexual), y la pregunta de si conoce a alguien (amigo o conocido) transgénero (sí/no).
- Escala de Genderismo y Transfobia (GTS): utilizamos una versión corta (12 artículos) desarrollada en España,16 derivada de la escala original de 32 elementos en inglés.4 Los elementos se puntúan en una escala de 1 a 7. Tiene dos subescalas con seis elementos cada una (rango de puntuación entre 6 y 42): la transfobia/genderismo (TG) evalúa las reacciones emocionales negativas y las actitudes hacia las personas trans*, mientras que la discriminación de género (GB) representa el componente conductual de la transfobia. En el estudio de validación con adolescentes españoles, el alfa de Cronbach fue de 0,83 para TG y 0,80 para GB, y mostraron una buena validez factorial y convergente.16
Además de estas escalas derivadas empíricamente, construimos dos escalas separadas con los elementos de la GTS que se refieren específicamente a hombres trans* (GTSFtM) y mujeres trans* (GTSMtF), respectivamente. Estas dos escalas también tienen 6 elementos cada una, 5 de la GTS de forma corta utilizada en este estudio y 1 de la escala original de 32 elementos (2 elementos de la GTS de forma corta no son específicos del género).
- Escala de Actitudes Negativa hacia las Personas Trans* (EANT): esta escala de 9 elementos se desarrolló en Argentina,17 con estudiantes y población general. Los elementos se puntúan en una escala de 1-5, desde totalmente en desacuerdo hasta completamente de acuerdo (rango de puntuación entre 9 y 45). Es una escala monofactorial con buenas propiedades psicométricas.
Los participantes con más de cuatro y dos elementos perdidos en la GTS y la EANT, respectivamente, fueron excluidos de los análisis. Para el resto de los participantes, los valores perdidos para cada sujeto fueron sustituidos por la media de los elementos restantes. Realizamos un Análisis de Factor Confirmatorio (AFC) para evaluar la estructura factorial de la versión corta de la GTS y la EANT.
Las asociaciones univariadas de variables independientes con las escalas de genderismo/transfobia se evaluaron mediante regresión lineal para variables binarias, y el análisis de varianza (ANOVA) para variables no binarias. Se utilizaron modelos de regresión lineal multivariante para evaluar el efecto independiente de las correlaciones en las escalas de genderismo/transfobia.
Por último, para evaluar el efecto del objetivo (mujeres u hombres trans*) y su interacción con el sexo biológico de los participantes, realizamos tres ANCOVAs, utilizando las subescalas GTSMtF y GTSMtF como el factor intra sujeto.
Resultados
La edad media de los participantes fue de 34,6 años (sd = 12,9) y el 59% había completado alguna carrera universitaria. El 79% eran mujeres (representativo de estudiantes de ciencias de la salud y los profesionales de la salud, donde la mayoría son mujeres), el 10,5% eran no heterosexuales y casi todos los participantes (98,8%) se sentían cómodos con su género asignado. Aproximadamente la mitad de la muestra (52,2%) declaró que conocían a una persona trans* (tabla 1).
Hubo diferencias significativas al comparar los diferentes grupos: los estudiantes de ciencias de la salud eran los más jóvenes, entre los profesionales de la salud se incluían más mujeres y participantes heterosexuales, y las personas con otras profesiones tenían menor nivel educativo e incluían más participantes que conocían a una persona trans*.
En el AFC, los valores medios indicaron un nivel bajo de transfobia para TG (10,0; sd = 5,73), GB (8,02; sd = 3,51) y EANT (15,8; sd = 4,58). Las tres subescalas se asociaron significativamente: TG se correlacionó moderadamente con GB (r = 0,54, p < 0,001) y EANT (r = 0,53, p < 0,001), mientras que la correlación entre las dos últimas variables fue menor (r = 0,31, p < 0,001). Las escalas GTSFtM y GTSMtF obtuvieron medias de 8,29 (sd = 4,15) y 8,16 (sd = 4,19), respectivamente.
Correlaciones de género/transfobia. Se realizaron correlaciones univariadas sin variaciones, y multivariadas para las tres escalas. En el nivel univariado, TG se asoció significativamente con todas las variables independientes. Los estudiantes de salud obtuvieron una puntuación significativamente inferior a la del grupo OO (p = 0,006). En el modelo multivariante, esta asociación siguió siendo significativa (β = -0,10; p = 0,045). Tener más edad (β = 0,14; p = 0,001), ser hombre (β = -0,14; p = 0,001), ser heterosexual (β = -0,12; p = 0,003) y a no conocer a alguien trans* (β = -0,12; p = 0,003) se asociaron significativamente con puntuaciones más altas. Para GB, el único predictor multivariante significativo era ser hombre (β = -0,14; p = 0,001). Por último, las actitudes negativas (medidas por la EANT) fueron significativamente pronosticadas por una mayor edad (β = 0,22; p < 0,001), ser hombre (β = -0,09; p = 0,036), ser heterosexual (β = -0,11; p = 0,007) y no conocer a alguien trans* (β = -0,11; p = 0,005). La educación fue significativa a nivel univariado para las tres variables, pero no en los modelos multivariantes.
Analizamos por separado para cada profesión, cómo los hombres y las mujeres valoran a las personas trans* según si se trataba de hombres trans* (GTSFtM) o mujeres trans* (GTSMtF), las medidas repetidas ANCOVA (ajustado a la edad) no dieron resultados significativos para el efecto del objetivo en ninguna submuestra, es decir, los hombres y mujeres trans* no fueron valorados de manera diferente. Sin embargo, la interacción entre el sexo sentido y biológico de los participantes fue significativa para los grupos de HS y OO (en los profesionales de la salud, el valor p fue de 0,088). Los participantes masculinos eran más transfóbicos hacia las mujeres trans*, mientras que lo contrario ocurrió con las mujeres participantes. Sin embargo, las comparaciones post-hoc (test t, para medidas repetidas) fueron significativas solo para las mujeres entre los estudiantes de ciencias de la salud.
Discusión
Para evaluar y comparar la transfobia explícita, los prejuicios y las actitudes negativas hacia las personas trans* entre los profesionales y estudiantes de ciencias de la salud y una población no relacionada con la prestación de servicios de salud, utilizamos dos escalas diferentes, una desarrollada originalmente en inglés (GTS) y la otra en español (EANT), que mostraron propiedades psicométricas aceptables en este estudio. La EANT, se ha utilizado con menos frecuencia; las correlaciones con el GTS en este estudio muestran que está más relacionado con el componente actitudinal de la transfobia, que con su dimensión conductual.
Nuestros resultados muestran valores muy bajos de prejuicio/transfobia explícitos. Aunque una comparación directa con otros estudios no es sencilla, debido al uso de diferentes escalas o versiones de la misma escala, el nivel observado de transfobia es similar o incluso inferior al obtenido en otros países.18-20
Solo encontramos una diferencia significativa entre las ocupaciones, con estudiantes de ciencias de la salud mostrando un valor más bajo de transfobia explícita que las personas en otras ocupaciones para el factor TG. Esto podría sugerir una mejor comprensión y aceptación de las personas trans* en la formación académica actual de ciencias de la salud, pero, dado el pequeño tamaño de la diferencia y el hecho de que no se observó en la escala EANT, este hallazgo debe interpretarse con cautela. Pocos estudios previos han evaluado la transfobia explícita en profesionales de la salud, y la mayoría de ellos se han realizado con proveedores de atención de salud mental. Kanamori et al., en una muestra de médicos, enfermeras y otros profesionales de la salud de los EE.UU., no encontraron diferencias significativas en comparación con un grupo normativo en las tres subescalas de la escala utilizada.21 Fisher y otros encontraron que, entre los heterosexuales, las mujeres profesionales de la salud eran menos transfóbicas que sus compañeros masculinos y que los controles masculinos o femeninos.5 En el campo de la salud mental, la reciente revisión sistemática de Brown et al., incluyó 13 estudios que mostraron, en general, una actitud positiva general hacia las personas trans*.22 Los proveedores de salud mental pueden tener una mejor formación y más experiencia trabajando con personas trans* y, por lo tanto, podrían mostrar menos transfobia que otros profesionales de la salud, pero no hay estudios que comparen directamente estas poblaciones. Los correlatos de transfobia obtenidos en este estudio confirman principalmente los hallazgos anteriores.5,10 Así (y solo para la escala EANT), ser hombres, heterosexuales y no conocer a una persona trans* estaban significativa e independientemente relacionados con actitudes negativas hacia las personas trans*. Por lo tanto, a pesar del bajo nivel general de transfobia explícita observado, todavía hay margen de mejora en estas subpoblaciones. La información y la formación podrían ser las claves de esas mejoras. Contrariamente a los resultados anteriores,16 no encontramos diferencias en las actitudes hacia las mujeres trans* y los hombres trans*, pero hubo una interacción significativa con el sexo biológico de los participantes. Tanto hombres como mujeres tenían mejores actitudes hacia las personas trans* cuyas identidades de género coincidían con las suyas.
Varios estudios indican que casi el 50% de los profesionales de ciencias de la salud encuestados reportaron una falta de conocimiento sobre las necesidades de las personas LGBTI.23,24 La necesidad de una formación precisa es amplia. Se necesita más conocimiento sobre la atención sanitaria trans-específica tanto en los centros de atención especializada como en la atención sanitaria general. Las barreras administrativas y la falta de sensibilidad cultural de los profesionales se consideran barreras a la atención.3 La educación de los futuros profesionales de la salud es esencial para mejorar la prestación de atención médica y los resultados para las personas trans*. Hay algunas experiencias de universidades que intentan dar formación específica en entornos cuya complejidad aumenta.25
Este estudio tiene varias limitaciones. El uso de una muestra no seleccionada aleatoriamente podría introducir un sesgo de selección; hubo diferencias significativas entre las tres muestras en varias variables independientes. La transfobia que se mide en este estudio es transfobia explícita,7 quizá menos presente en una sociedad como la nuestra. Las medidas de transfobia implícita deberían de ser diferentes.26 Esta cuestión se emplaza para investigaciones posteriores.
Conclusiones
Nuestros resultados muestran un bajo valor de transfobia explícita y actitudes negativas en toda la muestra, con poca o ninguna diferencia entre los trabajadores de la salud y los que están en otras ocupaciones. Los correlatos de transfobia confirman resultados anteriores, excepto en el hecho de que tanto hombres como mujeres son menos transfóbicos hacia las personas trans* cuyas identidades coinciden con las suyas. El hecho de que los resultados muestren cierta transfobia explícita (10,0 en una escala 6-42) entre los trabajadores sanitarios, aunque son valores bajos, sigue siendo una barrera real para los pacientes trans*. Dados los bajos valores de transfobia explícita hallados en esta muestra, las barreras identificadas por las personas trans* podrían no ser un problema de prejuicio exclusivamente. Según otros estudios, se podría suponer que los prejuicios podrían estar relacionados con la falta de formación específica para los profesionales. Sin embargo, tratar a las personas con dignidad y respeto no es solo un producto de cualquier tipo de formación.