Introducción
Pese a los cambios sociales acontecidos en España en las últimas décadas, seguimos viviendo en una sociedad patriarcal que subyuga a la mujer en muchos ámbitos, sociales, laborales, y también en la relación de pareja. Esta asimetría de poder que las mujeres tienen en su relación con los hombres, aumenta la vulnerabilidad a padecer cualquier situación de discriminación y violencia, pero, sobre todo, a aquellos tipos de violencia menos visibles, como es la violencia sexual (Kuyper, de Wit, Smolenski, Adam, Woertman y van Berlo, 2013).
El objetivo principal que subyace a la violencia sexual en la pareja es conseguir tener sexo con una persona que no está dispuesta, utilizando para ello diferentes tipos de tácticas que varían en función de su gravedad. Así, mientras las tácticas de agresión sexual que son mucho más graves incluyen el uso de fuerza física (DeGue y DiLillo, 2005; Katz y Tirone, 2009; McGregor, 2005), las tácticas de coerción sexual se consideran de menor gravedad, al utilizar la manipulación verbal y psicológica como forma de conseguir sexo (Black et al., 2011; De-Gue y DiLillo, 2005). Finalmente, en el extremo más sutil, se encontrarían las tácticas de persuasión sexual, que incluyen tácticas benignas y seductivas para conseguir sexo (Camilleri, Quinsey y Tapscott, 2009).
Numerosos estudios han mostrado las consecuencias negativas para las víctimas que han sufrido violencia sexual, ya sean víctimas de agresión sexual, como de coerción o persuasión sexual. Entre estas consecuencias destacan: problemas de salud física (alteración del sueño, enfermedades de transmisión sexual, embarazos no deseados, disfunción sexual, etc.); problemas psicológicos (ansiedad, humillación, depresión, estrés, ideación suicida, síntomas de estrés postraumático, etc.); y problemas de comportamiento (abuso de sustancias, trastornos de alimentación, absentismo escolar o laboral, etc.) (Postma, Bicanic, van der Vaart y Laan, 2013; Ullman, Relyea, Peter-Hagene y Vasquez, 2013; Zinzow et al., 2012). Además, se ha comprobado que la violencia más sutil tiene un alto índice de prevalencia en las relaciones de pareja (Katz y Tirone, 2010; Salwen y O'Leary, 2013), siendo más utilizada que la más severa (Rubio-Garay, López-González, Saúl y Sánchez-Elvira-Paniagua, 2012). Por ejemplo, Vannier y O'Sullivan (2010) mostraron que el 59 % de las mujeres se habían implicado en sexo no deseado con su pareja, y Sorenson, Joshi y Sivitz (2014) constataron que el 64.5 % conocían a una o más mujeres que habían sido víctimas de coerción sexual en su relación.
Sin embargo, pese a su alta prevalencia y las múltiples consecuencias que la violencia sexual tiene para las mujeres que la sufren, hay poca investigación sobre el tema, especialmente sobre las formas más sutiles (Katz y Tirone, 2010; Salwen y O'Leary, 2013). Esto puede ser debido al hecho de que la violencia sexual verbal es a menudo considerada aceptable, sobre todo en parejas que tienen una historia de sexo consensuado, y que les puede llevar a creerse en la obligación de continuar aceptando en relaciones sexuales futuras (Katz y Myhr, 2008; Lazar, 2010). Además, tanto la coerción sexual como la persuasión sexual han recibido escasa atención en el ámbito jurídico, pues este tipo de violencia no constituye una categoría de ofensa legalmente reconocida como si ocurre con la agresión sexual. De hecho, en el contexto legal, este tipo de víctimas son percibidas como persuadidas bajo presión psicológica, lo que implica que son parcialmente responsables y tienen control sobre la situación (McGregor, 2005).
Tomando en cuenta la percepción que la sociedad actual y el ámbito jurídico tienen acerca de la violencia sexual cuando coexiste con el uso de fuerza física, este estudio se interesa en determinar cómo el tipo de táctica, el género y el sexismo benévolo podrían estar influyendo en la responsabilidad que se le atribuye al agresor.
En primer lugar, se ha demostrado que el tipo de táctica utilizada influye en la responsabilidad atribuida a las partes. Así, las personas atribuyen más responsabilidad a la víctima cuando ésta ha sufrido violencia más leve que cuando ha sufrido violencia sexual con el uso de fuerza física (Katz, Moore y Tkachuk, 2007). Además, cuando el comportamiento del agresor incluye tácticas sexuales más violentas se percibe como más inaceptable y más negativo que cuando no incluye agresión (Capezza y Arriaga, 2008a, 2008b), responsabilizándolo más por su conducta.
En segundo lugar, los estudios centrados en las diferencias de género han comprobado que los hombres atribuyen menos responsabilidad al perpetrador que las mujeres (Basow y Minieri, 2011; Davies y Rogers, 2009). Por ejemplo, Byers y Glenn, (2012) comprobaron, utilizando una muestra de 140 participantes menores de 30 años que habían sufrido uno o más incidentes de coerción sexual desde los 14 años, que las mujeres responsa-bilizaban más al perpetrador que los hombres. Además, Vidal-Fernández y Megías (2014) han demostrado que los hombres culpan más a las víctimas de violencia física por parte de su pareja que las mujeres. Sin embargo, otros estudios no han encontrado diferencias significativas entre hombres y mujeres en la percepción de responsabilidad del agresor (Herrera, Pina, Herrera y Expósito, 2014; Tamborra, Dutton y Terry, 2014).
Además, algunas investigaciones han analizado la interacción del tipo de táctica y el género en la atribución de responsabilidad, encontrando que los hombres perciben a las víctimas de violencia sexual leve como más responsables que a las víctimas de violencia sexual grave, mientras que las mujeres no difieren en la responsabilidad atribuida en función del tipo de táctica (Katz et al., 2007; Rogers, Davies y Cottam, 2010).
Por último, la ideología sexista ejerce una influencia negativa en la compresión y percepción de la violencia de género (Durán, Campos-Romero y Martínez-Pecino, 2014; Herrera, Herrera y Expósito, 2014; Herrera, Herrera y Expósito, 2017) y en la reacción a la violencia sexual (Yamawaki, 2007). Se ha comprobado que las tácticas de violencia sexual más leves parecen estar más asociadas a actitudes permisivas o estereotípicas sobre el sexo y la mujer (DeGue y DiLillo, 2005). La ideología sexista se refiere a un conjunto de creencias sobre los roles de género, características y comportamientos que son considerados apropiados para hombres y mujeres, así como creencias sobre las relaciones entre ambos (Glick y Fiske, 1996). Esta ideología apoya las desigualdades de poder, generando un contexto propicio para la justificación de la dominación de los hombres sobre las mujeres. La teoría del sexismo ambivalente incluye tanto el sexismo hostil como el sexismo benévolo, siendo el sexismo benévolo el que comúnmente se ha asociado a la responsabilidad atribuida en casos de violencia de género (Durán, 2010; Valor-Segura, Expósito y Moya, 2011). Así, la literatura ha demostrado que adherirse a los roles de género tradicionales influye en la atribución de responsabilidad al agresor (Soto-Quevedo, 2012), de forma que las personas con alto sexismo benévolo culpan más a la víctima y exoneran más al perpetrador cuando la víctima se comporta de manera inconsistente con los roles de género tradicionales (Capezza y Arriaga, 2008a; Masser, Lee y Mckimmie, 2010; Pedersen y Siseñtrömwall, 2013; Soto-Quevedo, 2012; Valor-Segura et al., 2011; Vidal-Fernández y Megías, 2014; Yamawaki, 2007), tal y como se percibe cuando la víctima sufre violencia sexual dentro de su pareja o cuando ésta no se resiste.
Con todo lo expuesto, la presente investigación tiene como finalidad analizar cómo el tipo de táctica y el género influyen en la responsabilidad que se le atribuye al agresor, así como comprobar el papel del sexismo benévolo en dicha percepción. Para tal fin, se establecen las siguientes hipótesis:
H1: Se espera que se responsabilice más al agresor cuando se utilicen tácticas de violencia sexual más graves que cuando se utilicen tácticas más leves.
H2: Se espera que las mujeres atribuyan más responsabilidad al agresor que los hombres.
H3: Se espera un efecto del sexismo benévolo sobre la responsabilidad atribuida al agresor en función del tipo de táctica y el género, de forma que un alto sexismo benévolo lleve a una menor atribución de responsabilidad del agresor cuando la táctica utilizada sea la persuasión y sólo en los participantes hombres.
Método
Participantes
La muestra estuvo compuesta por 305 estudiantes universitarios, 115 hombres (37.7 %) y 190 mujeres (62.3 %), con edades comprendidas entre los 18 y los 35 (M = 21.53, DT = 3.23). De la muestra analizada, el 30.2 % habían vivido una situación similar a la descrita y el 64.6 % conocían a alguien que había vivido algo parecido a la situación descrita.
Procedimiento y diseño
Para esta investigación se ejecutó un diseño factorial completo 3 (tipo de táctica: neutra, persuasión y coerción) x 2 (género: masculino vs. femenino) con la responsabilidad atribuida al agresor como variable dependiente. Además, también se ejecutó una regresión por pasos, utilizando como variables independientes el sexismo benévolo, el tipo de táctica y el género; y como variable dependiente la responsabilidad atribuida al agresor.
La selección de los participantes se llevó a cabo mediante un muestreo incidental en las bibliotecas de las facultades de Psicología, Empresariales y Económicas, Farmacia y Relaciones Laborales de la Universidad de Granada. Una vez recogida la muestra, los sujetos accedieron a participar en el estudio de forma voluntaria rellenando un consentimiento informado en el que se les proporcionaba la información relativa al experimento y se les garantizaba el anonimato y la confidencialidad.
Instrumentos de medida
Se diseñó un instrumento formado por varias escalas en las que se les preguntaba a los participantes una serie de constructos relacionados con el objeto de investigación. Para introducir la manipulación experimental se presentaba la descripción de un escenario (ver apéndice) en el que se producía una relación sexual modificándose el tipo de táctica utilizada (neutra vs. coerción sexual vs. persuasión sexual), distribuyéndose los participantes a cada una de las tres condiciones de manera aleatoria. A continuación, se preguntaba por una serie de cuestiones relativas al episodio descrito.
- Percepción de violencia sexual: se utilizó la subescala de Tamborra et al. (2014), formada por 6 ítems que evalúan la percepción de violencia sexual de la situación descrita (e.g., “Ana se sintió presionada para tener sexo”), con un formato de respuesta tipo Líkert entre 1 (totalmente en desacuerdo) y 5 (totalmente de acuerdo). Con los participantes en este estudio, la escala se mostró consistente internamente (α = .77).
- Responsabilidad del agresor: un ítem evalúa percepción de responsabilidad del agresor (“Antonio es más responsable de haber tenido sexo que Ana”), con un formato de respuesta tipo Líkert entre 1 (totalmente en desacuerdo) y 5 (totalmente de acuerdo).
- Escala de Sexismo Ambivalente (ASI) (Expósito, Moya y Glick, 1998). Para esta investigación se ha utilizado la subescala de sexismo benévolo, formada por 11 ítems (e.g., “las mujeres deben ser queridas y protegidas por los hombres”) que presentan un formato de respuesta tipo Likert de 0 (totalmente en desacuerdo) a 5 (totalmente de acuerdo). Con los participantes en este estudio, la escala se mostró consistente internamente (α = .88).
- Características sociodemográficas. Se recogieron datos relativos al género y a la edad.
Resultados
Manipulation check
Con el objetivo de comprobar que se ha producido correctamente la manipulación experimental, se llevó a cabo un ANOVA utilizando como variable independiente el tipo de táctica (neutra vs. coerción vs. persuasión) y como variable dependiente la percepción de violencia sexual. Los resultados indican un efecto del tipo de táctica sobre la percepción de violencia sexual F(2, 302) = 19.97, p < .001, η2p = .12, encontrándose mediante la prueba de Tukey diferencias entre las tres tácticas. Así, se percibe una mayor violencia sexual en la condición de coerción (Mcoerción = 3.77, DTcoerción = 0.07), que en la de persuasión (Mpersuasión = 3.54, DTpersuasión = 0.07) (p = .049) y que en la neutra (Mneutra = 3.08, DTneutra = 0.09) (p < .001), y una mayor violencia sexual en la condición de persuasión que en la neutra (p < .001).
Responsabilidad atribuida al agresor en función del tipo de táctica
Para comprobar la Hipótesis 1 que afirmaba que las personas atribuirán más responsabilidad al agresor en función de la gravedad de la táctica utilizada, se llevó a cabo un ANOVA utilizando como variable independiente el tipo de táctica y como variable dependiente la responsabilidad atribuida al agresor. Los resultados indican un efecto del tipo de táctica sobre la responsabilidad atribuida, F(2, 302) = 5.07, p = .007, η2p = .032, encontrándose mediante la prueba de Tukey diferencias entre la condición neutra y las otras dos condiciones (coerción y persuasión). Así, como se observa en la Figura 1 se comprueba que se le atribuye más responsabilidad al agresor en la condición de coerción (Mcoerción = 3.12, DTcoerción = 0.11) que en la condición neutra (Mneutra = 2.56, DTneutra = 0.14) (p = .006) y en la condición de persuasión (Mpersuasión = 3.01, DTpersuasión = 0.11) que en la condición neutra (p = .036).
Diferencias de género en responsabilidad del agresor
Con el objetivo de verificar la Hipótesis 2 que afirmaba que las mujeres atribuyen más responsabilidad al agresor que los hombres, se llevó a cabo una t de Student para muestras independientes, utilizando como variable independiente el género de los participantes y como variable dependiente la atribución de responsabilidad al agresor. Los resultados indican que no existen diferencias de género en la responsabilidad atribuida al agresor t(303) = 0.23, p = .822, de forma que tanto hombres (M = 2.97, DT = 1.30) como mujeres (M = 2.93, DT = 1.19) le atribuyen el mismo grado de responsabilidad.
Efecto del sexismo benévolo sobre la responsabilidad del agresor en función del tipo de táctica y el género
Con el objetivo de comprobar la Hipótesis 3, en la que se espera un efecto del sexismo benévolo, el tipo de táctica y el género sobre la responsabilidad atribuida al agresor, se llevó a cabo un análisis de regresión múltiple. Las variables independientes introducidas fueron el sexismo benévolo (SB), el tipo de táctica (0 = neutra, 1 = persuasión, 2 = coerción) y el género (0 = masculino, 1 = femenino), y como variable dependiente se utilizó la responsabilidad atribuida al agresor. En el primer paso se contrastaron los efectos principales de las variables de interés, en el segundo paso las interacciones de segundo orden y en el tercer paso las interacciones de tercer orden. Los resultados se muestran en la Tabla 1.
Responsabilidad atribuida al agresor | ||||
---|---|---|---|---|
β | t | p | ||
Paso 1 | Táctica | .13 | .78 | .435 |
SB | −.41 | −1.5 | .149 | |
Género | −.04 | −.12 | .902 | |
R2 | .03 | |||
Paso 2 | Táctica × SB | .21 | 1.14 | .255 |
Táctica × Género | .08 | .36 | .721 | |
SB × Género | .75 | 2.21 | .028 | |
R2 | .04 | |||
ΔR2 | .02 | |||
Paso 3 | Táctica × SB × Género | −.52 | −2.30 | .022 |
R2 | .06 | |||
ΔR2 | .03 |
De acuerdo con la Hipótesis 3, los resultados muestran una interacción significativa entre el sexismo benévolo, el tipo de táctica y el género (Figura 2). Tal y como se esperaba, el sexismo benévolo predice la responsabilidad atribuida al agresor sólo cuando la táctica utilizada es menos grave (persuasión) en el caso de los hombres (b = −.35, EE = .18, p = .054), no obteniéndose efecto en la condición neutra (b = −.03, EE = .56, p = .965) ni en la condición de coerción sexual (b = .08, EE = .19, p = .667). A su vez, no se encontró efecto del sexismo benévolo en las mujeres, ni en la condición neutra (b = .42, EE = .27, p = .126); ni en la condición de persuasión (b = −.08, EE = .14, p = .544); ni en la condición de coerción sexual (b = −.22, EE = .13, p = .093).
Discusión
El objetivo fundamental de esta investigación consistió en comprobar cómo el tipo de táctica sexual utilizada por el agresor, el género y el sexismo benévolo de los observadores influyen en la responsabilidad que se atribuye al agresor.
En primer lugar, los resultados demuestran que cuando la relación sexual se lleva a cabo con el uso de tácticas que no implican violencia (neutras), las personas responsabilizan menos al agresor que cuando éste utiliza tácticas de persuasión sexual o de coerción sexual. Sin embargo, no existe una diferencia en la responsabilidad atribuida al agresor cuando se compara el uso de persuasión sexual y de coerción sexual, por lo que la Hipótesis 1 sólo puede ser aceptada parcialmente. Estos hallazgos permiten comprobar que, a pesar de que estudios previos demuestran una mayor responsabilidad atribuida al agresor cuando se han utilizado tácticas más graves como la fuerza física que cuando las tácticas han sido más sutiles (Capezza y Arriaga, 2008a; 2008b; Katz et al., 2007), las personas, en general, culpan al agresor en igual medida cuando éste utiliza cualquier tipo de tácticas que no implican el uso de la fuerza física, aunque difieran en gravedad (persuasión sexual vs. coerción sexual).
En segundo lugar, aunque algunos autores han encontrado que los hombres responsabilizan menos al agresor que las mujeres (Bascow y Minieri, 2010; Byers y Glenn, 2012; Davies y Rogers, 2009), el presente estudio lleva a rechazar la Hipótesis 2, pues no se encuentran diferencias de género en la responsabilidad atribuida al agresor, similar a resultados obtenidos en estudios previos (Herrera et al., 2014; Tamborra et al, 2014). Esta ausencia de diferencias de género puede ser debida a que tanto hombres como mujeres se encuentran insertos en una cultura cuyo sistema de creencias podría legitimar directa o indirectamente el empleo de violencia física en relaciones de pareja (Valor-Segura et al., 2011), por lo que las actitudes sexistas hacia las mujeres no sólo son mantenidas por los hombres, sino también por las mujeres (Soto-Quevedo, 2012).
Finalmente, en relación a la influencia que el sexismo benévolo ejerce en la responsabilidad atribuida al agresor, los resultados indican que puntuaciones altas en sexismo benévolo llevan a culpar en menor medida al agresor (Capezza y Arriaga, 2008a; Pedersen y Strömwall, 2013; Yamawaki, 2007) sólo cuando el tipo de táctica utilizada es la persuasión sexual y los participantes son hombres. Estos resultados permiten aceptar la Hipótesis 3 y confirman los hallazgos de estudios previos que demuestran que los hombres responsabilizaban más a las víctimas cuando se trata de violencia leve (versus violencia grave), mientras que las mujeres no varían la atribución de responsabilidad al agresor en función del tipo de violencia (Katz et al., 2007; Rogers et al., 2010).
Pese a que la presente investigación aporta datos que van en la línea de lo esperado y animan a seguir investigando en esta dirección, existen ciertas limitaciones que tratarán de solventarse en investigaciones futuras. En primer lugar, el hecho de que los escenarios de coerción sexual y de persuasión sexual incluyan violencia sexual sutil, ha podido influir en que los participantes atribuyan el mismo grado de responsabilidad al agresor, por lo que en investigaciones futuras sería deseable aportar más información de la situación, así como situaciones de agresión sexual para comprobar si los participantes reaccionan de manera diferencial.
La violencia sexual, a pesar de ser descrita como una de las experiencias más degradantes y humillantes que una persona puede experimentar (Bourke, 2007; Mackinnon, 2006), ha recibido una menor atención que la violencia física o la psicológica. Además, se suma el hecho de que existe una ambigüedad asociada a cómo clasificar, medir y etiquetar el completo rango de actos sexuales obligados. Las dificultades para comprender y medir las experiencias de violencia sexual son mayores cuando los actos ocurren en el contexto de las relaciones de pareja, resultando prácticamente imposible definir los límites de la integridad corporal dentro del contexto de las relaciones íntimas (Logan, Walker y Cole, 2015). En este sentido, comprender como la culpa o responsabilidad es asignada al agresor por observadores externos tiene importantes implicaciones en el campo de la psicología forense, pues puede ser un factor importante en las decisiones tomadas por la policía, jueces y fiscales que trabajan en casos de violencia de género (Weiss, 2009).