Alberto Fernández Liria construye su último libro, Locura de la psiquiatría, desde un presupuesto que está presente en toda su obra: la psiquiatría no es una ciencia; al igual que la arquitectura y las ingenierías, es una tecnología que responde a los encargos que la sociedad le hace en sus distintos momentos. Como ellas, la psiquiatría produce un bien de uso, se constituye a partir de una finalidad social que está históricamente construida. Se trata de una tecnología que, y aquí se introduce otro de los sustentos del pensamiento de Fernández Liria, considera las teorías en las que se basa como una ideología, en el sentido que le da el marxismo a este término, que le viene asignada desde fuera. Por lo tanto, no hay una historia interna de la psiquiatría. No en cuanto encadenamiento del saber y de las herramientas: las construcciones psicopatológicas, según el autor de Locura de la psiquiatría, “no derivan unas de otras ni son el motor de los cambios que se han producido en el modo de actuar de los psiquiatras”. Hay que mirar a la exigencia social que condiciona las respuestas de los profesionales de la salud mental. Es con estos presupuestos de partida que Alberto Fernández Liria organiza el discurrir de la psiquiatría a través de los encargos de cada época. Una periodización que nos remite a Lantéri-Laura, que, como es sabido, en su Ensayo sobre los paradigmas de la psiquiatría moderna (1), divide la epistemología psiquiátrica en franjas del conocimiento, adecuando el conocido método con el que Kuhn da cuenta de la evolución de la ciencia: un conjunto de conocimientos se hace hegemónico durante un tiempo y solo es superado cuando la comunidad científica considera que otros conocimientos responden mejor a los desafíos planteados. En este proceder está presente la historia y sus entresijos sociopolíticos, pero es mirada desde los consensos académicos, los consensos de la comunidad profesional; mientras que lo que hace Fernández Liria es situar el acontecimiento político en el lugar desde donde se mira. Es el encargo político de producción de cuidados el que determina la respuesta profesional, que elaborará una “caja de herramientas”1 según estas demandas, que no tienen por qué corresponder a las necesidades de la población, sino a los intereses de la clase dominante. Una caja de herramientas con materiales, siguiendo a la salubrista Camargo (2), materiales e inmateriales, que, en este caso, serían: los manicomios, hospitales de día, psicofármacos, aparato de terapia electroconvulsiva…, o el tratamiento moral, las psicoterapias… Sobre esta hipótesis, Fernández Liria va a organizar el discurrir de la psiquiatría y disciplinas afines, dividiendo este proceso en cuatro encargos que corresponden a las distintas formas que se ha dado la clase dominante desde el fin del medievo.
Primer encargo: Año 1409. De la exclusión al encierro. El fin del medievo, el surgimiento de las ciudades.
Segundo encargo: restituir la capacidad de amar, pero, sobre todo, de trabajar. Año 1885.
El tercer encargo: destruir la capacidad de gestionar el malestar para generar un mercado. Año 1987.
El cuarto encargo: justificar la destrucción de los mecanismos colectivos de previsión del infortunio. Año 2008.
El primer encargo hecho a los médicos en los convulsos tiempos de la Revolución Francesa tiene que ver con el fin del absolutismo y las nuevas necesidades del instaurado orden democrático burgués establecido por la revolución democrática, donde los locos ya no pueden ser recluidos por orden gubernativa junto con mendigos, prostitutas, criminales, mujeres repudiadas, rebeldes políticos… (3) en los grandes asilos-cárceles que eran los hospitales generales (4). Del encierro se pasa al internamiento médico: surgen el manicomio y la psiquiatría, el mandato de controlar y curar lo que va a definirse poco después como las enfermedades mentales, agrupadas en un saber nosológico hecho en el hospital psiquiátrico durante el siglo XIX. Las diferentes formas que va a adoptar el capitalismo en su control de las fuerzas productivas y las relaciones de producción van a llevarnos a las siguientes demandas y respuestas de la psiquiatría: en los contextos de la industrialización y la acumulación de capital en la rapiña colonialista, con el fondo de la disgregación del mundo rural, el ejército de reserva, tenemos el manicomio, la beneficencia, el tratamiento moral y su fracaso; con la especialización obrera y la necesidad de recuperación de la fuerza de trabajo cualificada, los seguros sociales, los trastornos comunes y la ampliación del campo de los beneficiarios; con el llamado estado de bienestar, que busca cierto equilibrio social frente a las crisis económicas y la lucha de clases, el aseguramiento universal, la salud mental, la atención comunitaria, la diversidad terapéutica; para llegar a hoy, con el neocapitalismo, la desregulación económica y la hegemonía absoluta de la mercancía, a la privatización del sufrimiento, los DSM, la farmacologización y el adoctrinamiento cognitivo como respuesta de los profesionales de la salud mental a las demandas de los mercados.
Tras este recorrido, en el que se señalan los logros y los fracasos en la caja de herramientas (psicoanálisis, fenomenología, conductismo, constructivismo, corrientes alternativas…), Fernández Liria se plantea las trampas, los caballos de Troya del neoliberalismo centrados en la responsabilidad individual frente a la colectiva, como sucede con la recuperación como adaptación o con la asimetría del poder y su omnímoda capacidad de integración, que adecúa a sus intereses todo tipo de alternativas. Ante ello propone una actividad colectiva, que propague en todos los intersticios profesionales y sociales una actitud critica en los foros profesionales y de la sociedad civil; que difunda un conocimiento alternativo, centrado en los condicionantes sociales, en el derecho de la persona a cómo debe ser atendida, buscando mecanismos de participación y control de las comunidades y de los usuarios afectados, tanto en la elaboración de los proyectos como en la instrumentalización, gestión y evaluación de los mismos; articulando formas de relación terapéutica y sistemas de atención “basados en la autonomía de los pacientes y orientados a la recuperación, pero a la vez”.
Cierra el libro Alberto Fernández Liria insistiendo en que la critica de los profesionales a la labor de lo que hacen y lo que piensan no puede reducirse a su propio quehacer, debiendo considerar las condiciones sociales que lo determinan, para poder evaluar la magnitud de los obstáculos si queremos cambiar las cosas y posicionarnos de un modo distinto en los modos de entender y relacionarnos con las personas (incluidos nosotros mismos), las tareas y las instituciones.
Para terminar, quiero resaltar dos cosas: la primera, que el libro de Alberto Fernández Liria, con quien he compartido luchas desde sus años de residente, y aún antes, sin casi conocernos, en la clandestinidad de la política autonomista antifranquista, es consecuente con una trayectoria entregada a la sanidad pública y a la lucha por una sociedad solidaria, igualitaria y democrática como profesional de la salud mental en los procesos de reforma, que muy joven inicia con su sustancial contribución en el equipo que dirigió la desinstitucionalización del manicomio de Leganés; con su actividad como cooperante en conflictos bélicos y desastres por todo el mundo; con sus aportaciones teóricas en el campo de la tecnología de la salud mental, por usar su términos; como docente de la perspectiva integradora de las psicoterapias; como activista en asociaciones profesionales —fue presidente de la Asociación Española de Neuropsiquiatría-Profesionales de la Salud mental—; por su posición critica y militante, en definitiva. Pero hay algo más: en unos momentos de vacuidad del pensamiento, donde hasta la critica psi se hace tantas veces desde la apariencia y la falta real de compromiso, en trayectorias acomodaticias, Fernández Liria se mantiene fiel a sus raíces, que no son otras que las de la praxis marxista. Dice Constantino Bértolo, en su excelente introducción a la obra de Karl Marx, que desde 2008, desde la crisis que sacudió la economía mundial y las nuevas inquietudes políticas que surgen alrededor del 15-M, el interés por la obra de Marx ha renacido y crecido de manera casi exponencial, como prueban las reediciones de sus textos y el número de ensayos sobre el marxismo (5). En salud y salud mental, el marxismo está muy presente en los trabajos de salud colectiva en el sur latinoamericano, con ensayistas y activistas como Emiliano Galende, Mario Testa o Luis Weinstein (6–8), y en el poderoso movimiento salubrista y de salud mental de Brasil: Camargo, Campos, Merhy, Vasconcelos, Onocko, entre otros (2, 9–12). Este posicionamiento salubrista entiende que hoy no es posible la reflexión sobre la subjetividad, sobre la salud y el sufrimiento humano sin tener en cuenta conceptos como la plusvalía, la alienación, el fetichismo de la mercancía, la falsa conciencia, al igual que no es de recibo cuidado alguno que no descanse en el respeto a la dignidad de la persona y, por tanto, en su libertad y autonomía.
El libro de Alberto Fernández Liria nos introduce en esa reflexión, en un momento en que, rodeados de tanta palabrería insustancial de los ciber-laboratorios, constituye un necesario ejercicio intelectual para profesionales y profanos. Pues no podemos olvidar, parafraseando a Marx, que, en cualquier caso, no se trata solo de interpretar el mundo: de lo que se trata es de cambiarlo (13).