Tenemos un nuevo libro de José María Álvarez. Este hecho creemos que debería ser un acontecimiento en sí mismo y motivo de celebración para aquellos que sostienen la existencia de una psicopatología alejada de reduccionismos, encajonamientos, estrecheces y encorsetamientos. Pero, principalmente, se trata de un hecho celebrado para quienes nos consideramos sus alumnos a este lado y al otro del Atlántico. Es de agradecer el inagotable esfuerzo de formación del autor, así como su prolífico empeño en la transmisión del saber psicopatológico; labor que lleva a cabo desde hace más de treinta años con un elevado sentido de la responsabilidad, como solo podría hacerlo aquel que obra por una causa colectiva más elevada que sí mismo. Solo de esta manera entendemos su generosidad, tanto en los contenidos como en la cuidada forma de su prosa. Este ávido autor examina y verifica hasta la última referencia, citándola de manera detallada, algo que lamentablemente no se suele hacer con tanto rigor en nuestro medio. Esto convierte sus libros en verdaderos manuales de formación. Creemos que, por lo general, los autores deberían ser un poco más considerados y mostrar de quiénes se toman prestadas las ideas. Esto es algo en lo que José María siempre ha hecho hincapié. Da la casualidad, además, de que las ideas del autor, cada vez con más frecuencia, suelen estar muy presentes en los textos de otros, quienes no lo aclaran debidamente.
Después de los voluminosos La invención de las enfermedades mentales y Fundamentos de psicopatología psicoanalítica (escrito este último junto a Ramón Esteban y François Sauvagnat), aparecieron en la colección "La Otra psiquiatría" (Xoroi Edicions) la reedición corregida y aumentada del ya clásico Estudios sobre la psicosis, Las voces de la locura (junto a Fernando Colina), el reciente Estudios de psicología patológica y el que hoy nos ocupa, Hablemos de la locura. Se trata no solo de textos avezados y eruditos, sino de libros que marcan un posicionamiento teórico-clínico que delinea las bases de un movimiento de profesionales y amigos que recientemente se ha constituido como asociación: La Otra psiquiatría. Dicho movimiento se desmarca del modelo biomédico y añade a la psiquiatría social una honda reflexión sobre el ser humano y el sufrimiento psíquico fruto de un intenso estudio, pero, sobre todo, introduce una manera novedosa de hablar con la locura, algo de lo que normalmente carecen tanto el uno como la otra. De hecho, pensamos que el secreto de Hablemos de la locura es precisamente cómo hablar con los locos. Efectivamente, ambos posicionamientos entran en el mismo saco a la hora de dialogar con el alienado. Ya conocemos de largo el poco tacto de unos al suplir la palabra por la pastilla o la biografía por la biología; y ahora empezamos a comprobar por parte de los otros el poco saber hacer en el trato, los excesos de confianza por desconocer las dinámicas que operan en la relación con el loco, la faz más voraz de las prácticas del "buenismo", así como el riesgo de exclusión y rechazo de aquellos que no se amoldan a la gestión comunitaria o ingeniería social. Ninguna dirección de recursos y dispositivos, tanto manicomiales como sociales, debe olvidar que lo que da sentido a toda nuestra práctica es el hecho de sentarse a hablar con el loco. Si se da por supuesto que de entrada esto es algo que se sabe hacer, estaremos cometiendo un error imperdonable de consecuencias clínicas incalculables. No nos engañemos, se necesita ser muy imprudente para sentarse a hablar con aquel que sufre sin una profunda y extensa formación en las llamadas ciencias humanas.
Hablemos ahora de la locura. Cuatro son las citas que el autor ha elegido para anticipar el posicionamiento teórico de los contenidos de este nuevo texto. Primero, una de Franco Basaglia donde plantea que con Freud la locura no se puede oponer a la razón; una segunda de Jacques Lacan que acota la causalidad de la locura a una insondable decisión del ser; una tercera, la fulminante declaración de Nietzsche de que la locura le condujo a la razón; y una última de Marguerite Duras donde equipara la locura a la comprensión, para afirmar que no se la puede explicar, pues cuando viene, se impone y uno ya sabe de qué habla. La locura, efectivamente, en el pensamiento clásico que José María tanto nos ha enseñado a valorar, permanece inmersa en el centro mismo de la razón. Ese es el saber que Pinel rescató del mundo antiguo y con el que inauguró la psiquiatría moderna. De ahí la razón de ser del certero concepto que da título a la extraordinaria monografía de Sérieux y Capgras en las postrimerías de la psicopatología clásica, la "locura razonante", y que José María tanto empeño tiene en reivindicar, pues muestra a las claras esa raigambre entre la razón y la sinrazón como él tiene la costumbre de aclarar. Pobres de aquellos que aún consideran que la locura es lo opuesto a la razón, pues si así lo piensan, no entenderán nunca de qué trata su profesión.
El libro consta de nueve capítulos y del ya tradicional prólogo de Colina. Los temas que trata son clásicos en el pensamiento del autor y, a la vez, novedosos en la forma de presentarlos. Desde el primero, que da título al libro y que es un verdadero posicionamiento teórico, una reflexión filosófica sobre el malestar psíquico y el quehacer cotidiano del clínico, hasta el último, donde el autor delibera sobre el trato con el loco en un intento de teorizar sobre su propia práctica. Es decir, pasa de la definición de una apuesta teórica y psicopatológica a tratar de discernir sobre la relación con el loco, haciendo hincapié en la transferencia. El resultado no podría ser otro que plantear, muy al estilo del pensamiento clásico, tres máximas para dialogar con la locura: no saber, no desfallecer y no comprender; que, tras ser elaboradas, se transforman en una gran enseñanza en el tratamiento de la psicosis.
Se ve cómo el autor se encuentra más cómodo sosteniéndose en planteamientos que anteriormente podían quedar un tanto escorados debido a la importancia que siempre le otorgó a la psicología patológica. De este modo, la reflexión sobre la enfermedad mental como oxímoron, la puesta de manifiesto del papel de la industria, la multiplicación de las etiquetas diagnósticas, la cuestión de los genes, el determinismo, la merma de la responsabilidad por el propio malestar, llave a su vez de una de las más importantes capacidades de curación, ocupan el lugar central de su reflexión. Ofrece explicaciones, razonamientos y elaboraciones sobre su propio punto de vista y su manera de entender el padecer psíquico o malestar subjetivo. Habla de retomar la propuesta de Kant de llevar al loco a una facultad de filosofía antes que a la de medicina. Todo ello recorriendo los clásicos, citándolos de manera habilidosa mediante citas abruptas, despampanantes, mordaces, que dan cuenta de cómo el autor lee para extraer lo que necesita que digan los textos.
Entremedias, nos encontramos con dos clásicos binomios: locura/libertad y locura/creación. Respecto al primero, el autor realiza un apasionante recorrido por la dimensión ética de la libertad y los diferentes aspectos del determinismo, destacando por encima de ellos el determinismo inconsciente y sus implicaciones en psicoanálisis, donde el autor deja clara la postura de Freud a favor de la responsabilidad al comentar el texto La responsabilidad moral por el contenido de los sueños. Al tratar el tema de la libertad, retoma el conocido debate entre Ey y Lacan sobre la libertad del loco y analiza el famoso adagio según el cual "el loco es el hombre libre", "máxima de Lacan —comenta José María—, de las verdaderamente chocantes, de esas que sorprende al más pintado y no deja indiferente ni al anodino" (p. 58). Como cita el autor, Jacques-Alain Miller sostiene que la tesis de la libertad del loco sirve para distinguir la psicosis de las enfermedades neurológicas. De hecho, en la última parte de este capítulo expone José María una de las principales teorías que ha sostenido junto a Colina durante los últimos treinta años y que ha servido de formación a una muy elevada cantidad de residentes y profesionales: la teoría de los "polos de la psicosis", modelo que precisamente se opone al determinismo biológico articulando la locura, la causalidad psíquica y la capacidad de elección del loco. Esto le lleva a una profunda reflexión sobre la visión determinista del modelo de las enfermedades mentales que entiende al loco como alguien despojado de cualquier rastro de humanidad, una marioneta en manos de sustancias bioquímicas. Es precisamente en relación con esta reflexión que se enlaza el segundo binomio, el de locura/creación. José María llevaba un tiempo tratando este asunto. Desde hace unos años ha reflexionado sobre esta cuestión en diferentes cursos, conferencias y artículos. En concreto, desde que retomó la idea aristotélica de la relación entre la melancolía y el genio, de las bondades de la locura y la creación, así como la negativa visión que esta relación tuvo en el seno del alienismo, donde se proclamó el vínculo entre el genio y la degeneración o la enfermedad. La reflexión práctica de todas estas cuestiones viene de la mano del discernimiento de la función que tiene la creación en la locura.
Este libro también esconde dos joyas a modo de casos clínicos. Si pensábamos que José María era un buen teórico, tenemos que añadir que, desde su primer estudio del caso Schreber en La invención de las enfermedades mentales, también es un magnífico investigador de casos clínicos; difícilmente podremos encontrar estudios más pormenorizados sobre el tema. En esta ocasión se trata de dos casos que relacionan el crimen con la locura. Son el caso Wagner, de Robert Gaupp, y el caso Aimée, de Lacan. Sobre el primero José María redacta cien páginas majestuosas. Hace veinte años ya escribió un interesante estudio que acompañaba a la publicación en castellano del caso de Robert Gaupp en la colección de Historia de la AEN; también trató el tema en esta misma revista, en Estudios sobre la psicosis y, en general, en todas sus obras. Digamos que es un caso que ha formado parte de una continua reflexión por su parte. Aquí, el estudio es absolutamente extraordinario, un trabajo redondo que bien podría conformar un libro en sí mismo. Incluso aquellos que conocemos todos los desarrollos de José María sobre Wagner encontramos en esta ocasión líneas nuevas de interpretación que hacen tambalear nuestros cimientos. José María consigue arrancarnos de nuestra modorra y llevarnos a diferentes perspectivas sobre un tema que para nosotros era muy familiar, pero ahora, a medida que uno lee, se encuentra que aquello tan familiar se vuelve un tanto inquietante. Magnífica manera de agitar las bases de un saber y plantearnos novedosos e interesantes puntos de vista. El caso Aimée es otro de los casos bien conocidos en nuestro medio. Hacía tiempo que el autor venía dilucidando sobre el tema y acaba rematando en este capítulo lo elaborado hasta el momento. Comienza haciendo un rápido repaso a la cuestión de la paranoia, que, por otra parte, constituye también una de las partes más brillantes de la tesis de Lacan. El análisis de José María es magnífico, de esos que da gusto leer mientras le acompaña a uno una prosa contundente, tanto que hasta en alguna parte se atreve a debatir con alguna conclusión de Lacan tras poner de manifiesto un error clave en los datos que este manejaba. Lacan era un joven psiquiatra en la treintena y en ciertos lugares se nota el apremio de la juventud.
La reflexión psicopatológica se hace más específica, aunque no por ello menos fundamental, en dos capítulos donde trata, por una parte, las relaciones entre la neurosis y la psicosis y, por otra, el tema de los inclasificables. Algunas preguntas que se plantean son absolutamente pertinentes: ¿es la realidad binaria?, ¿podemos reducirla a eso?, ¿la clínica obedece a ese imperativo de lo simbólico? La problemática de los inclasificables viene tratada en el libro mediante un capítulo dedicado al polémico concepto de la "psicosis ordinaria". El autor aclara que este trabajo fue redactado a partir de una entrevista que le hizo Ángela González para poder ser incorporada a la lista de textos preparatorios para el reciente Congreso de la Asociación Mundial de Psicoanálisis, que, precisamente, versaba sobre la psicosis ordinaria. Los directores del Congreso, aun habiendo pedido dicha entrevista, decidieron no publicarla. La cuestión es que José María aquí se despoja de ciertas ataduras, explora determinadas cuestiones que no encajan del todo en la hoja de ruta prevista y se permite opinar tras haberse mostrado sumamente respetuoso con la doxa durante años. Este tema no es una cuestión baladí, sino que se trata de una reflexión sobre las denominadas formas menores de la locura. El campo de la psicosis se ha agrandado sobremanera en determinadas escuelas de psicoanálisis. Hace mucho tiempo que ya no se habla de neurosis, de histeria ni de obsesión. Cualquier caso es rápidamente diagnosticado de psicosis, aunque diste sobremanera, por ejemplo, de los casos de Lasègue o Sérieux y Capgras. Hace pocos meses le comentábamos a un colega psicoanalista que hoy en día en cierta escuela todo se diagnosticaba de psicosis, que se aprovecha cualquier rareza para hacer un diagnóstico que implica determinadas cuestiones de gran calado. Él decía que hoy en día hasta los casos de Freud de Estudios sobre la histeria podían ser considerados como psicosis ordinarias. Le dijimos que eso ya había sido planteado en la IPA años antes y que fue una cuestión muy polémica hacer de Anna O. una esquizofrénica. Nuestro colega se preguntaba: "¿Qué no es psicosis hoy?". Le contestamos que, desde esta perspectiva, todo es psicosis salvo los psicoanalistas. A lo que respondió con un contundente: "Y no todos".
Si tuviera que destacar el capítulo que con más cariño he leído, ese sería sin duda el cuarto. El que versa sobre el "silogismo de Foville", según la denominación de Séglas. Es decir, el que trata de las relaciones entre la persecución y la megalomanía. Es un capítulo brillante. Y, personalmente, me ha trasladado directamente a cuando el autor y un servidor debatíamos sobre estas cuestiones hace ya tiempo durante mis años de estudiante. Recuerdo sus recomendaciones sobre Lasègue, Legrand du Saulle, Foville, Magnan, Sérieux y Capgras, los grandes teóricos del delirio, la tesis brillante de Julio de Mattos, que resume de manera extraordinaria todos estos desarrollos, etc. Considero algo fundamental el saber de los clásicos de la psicopatología para ordenar la práctica diaria. Pues bien, dicho silogismo recoge en toda su amplitud los grandes debates sobre el delirio ___los temas, la evolución, los mecanismos—, pero también la lógica y la función, algo que se escapa al saber clásico, aunque no totalmente, y Freud se encarga de recoger. Por eso, creemos que es un gran acierto recuperar estos debates clásicos para poder ser leídos a la luz de la práctica clínica cotidiana. En este sentido, como hemos dicho, hablar de la locura es en sí la mejor manera de saber cómo hablar con el loco.