Introducción
El psicoanálisis no fue prohibido de manera oficial por el régimen franquista. De hecho, trabajos recientes (1) analizan el uso de ciertos conceptos del corpus psicoanalítico, debidamente depurados y adaptados desde un punto de vista ideológico, en diversos ámbitos como la criminología o la sexualidad. Sin embargo, el psicoanálisis existió, hasta finales de los sesenta, en circunstancias que dificultaban tanto su desarrollo como la circulación de sus ideas. Si bien existían círculos psicoanalíticos en Madrid y Barcelona (2), sus escasos integrantes ejercían su disciplina con discreción, sin difundir sus ideas en la sociedad y sin confrontar con los usos psiquiátricos hegemónicos del momento (3). En la década de los sesenta, y fuera de los ámbitos psicoanalíticos oficiales, algunos sectores progresistas del ámbito psiquiátrico y del ámbito sociocultural, muchos de ellos movilizados de forma activa contra el régimen, comenzaron a mostrar un interés creciente por las ideas psicoanalíticas, de lo que dan cuenta las publicaciones del tema tanto en revistas clínicas como en revistas culturales de izquierda (4). Este interés no se extendía a los círculos oficiales de psicoanalistas, considerados demasiado rígidos y jerárquicos por quienes buscaban un Freud con potencial político, subversivo, y con capacidad de cuestionar la sociedad.
Los psicoanalistas del Cono Sur, fundamentalmente argentinos, que llegaron a España en la década de los setenta como exiliados, proyectando una imagen diametralmente opuesta y de compromiso político, encontraron en el contexto del tardofranquismo un suelo fértil que llevó a generar actividades, publicaciones, grupos de estudio y asociaciones (5).
Este proceso se integra, además, en un marco general de intento de mejora de la asistencia psiquiátrica desde una perspectiva crítica, comunitaria, y en pos de una mayor horizontalidad tanto hacia los pacientes como entre los propios profesionales, lo que tomaría la forma de huelgas, encierros y actos de solidaridad contestados con duras medidas administrativas y policiales, como dan cuenta los procesos de lugares como el Hospital Psiquiátrico de Asturias, las Clínicas de Ibiza 43 en Madrid, el Hospital Psiquiátrico de Salt o el Sanatorio Psiquiátrico de Conxo durante las llamadas luchas psiquiátricas del tardofranquismo (6–9).
En general, la historiografía que ha estudiado la importancia de los psicoanalistas argentinos en la España del tardofranquismo y la Transición se ha ocupado de la recepción del pensamiento lacaniano (5, 10, 11), prestando una menor atención al desarrollo de un pensamiento psicoanalítico con énfasis en lo social e influenciado por la teoría marxista, un maridaje que tuvo la aportación decisiva de estos exiliados latinoamericanos que ejercían su disciplina desde una óptica fuertemente politizada ya desde sus países de origen.
El marxismo, no entendido aquí como la obra de Karl Marx sino como el cuerpo teórico-práctico de un movimiento político que, teniendo su origen en las obras de Marx y Engels, cuenta con numerosos desarrollos, ha sido un agente determinante de la historia del siglo XX en general, cuya influencia abarca desde el impacto en la academia hasta la generación de movimiento revolucionario organizado en numerosos países. Su relación con el psicoanálisis, un diálogo no siempre fructífero, se cimenta en el cuestionamiento que ambas teorías hacen de los pilares de la civilización occidental, contándose tanto Marx como Freud entre los célebres maestros de la sospecha (12).
Ya desde principios de siglo podemos apreciar diferentes formas de este contacto. Por supuesto, el freudomaxismo austroalemán y la influencia de Fromm en los desarrollos del psicoanálisis estadounidense, pero también la primera enseñanza universitaria e institucionalizada de psicoanálisis, impartida por Sándor Ferenczi en 1919 durante la breve República Soviética de Hungría (13), o el acercamiento del psicólogo soviético Alexander Luria al psicoanálisis durante los años veinte (14).
Mientras que la relación general entre psicoanálisis y marxismo no es objeto de este trabajo, sí pretendemos explicitar cómo el contacto entre ambas teorías tuvo en la España del tardofranquismo un medio fértil en el que las aportaciones de analistas argentinos influirían en la conformación de la perspectiva social y relacional del psicoanálisis en nuestro país.
Para ello, abordaremos la propuesta de conexión entre ambas teorías a través de la obra de Castilla del Pino, el intento de actualización de la praxis psicoanalítica que hace José Bleger desde un tenso contexto argentino en el que también destacarán Marie Langer y Antonio Caparrós, así como la recogida de estas propuestas en el ámbito español a través de la revista Clínica y Análisis Grupal, de importancia en la posterior constitución de la perspectiva relacional del psicoanálisis en España.
Psicoanálisis y marxismo en Carlos Castilla del Pino
En 1969, Carlos Castilla del Pino publica Psicoanálisis y marxismo, partiendo de la noción de que tanto la obra de Marx y Engels como la de Freud permiten pensar en un ser humano históricamente determinado —bien por el modo de producción, bien por la regulación social de las pulsiones— que genera una sociedad de valores subjetivados, hablemos de la mercancía y el valor o de la moral y sus valores. Además, de ambas teorías derivan marcos ideológicos que pueden aspirar a formar una visión general del mundo. Este potencial totalizador, cualitativamente más marcado en el caso del marxismo, se ve empañado por la necesidad que vieron sus autores de hacer énfasis sobre un elemento concreto de sus teorías; hablamos, por supuesto, del aspecto psicosexual del desarrollo y de la importancia de la economía como determinante social. Para Castilla del Pino las dos teorías, y los movimientos derivados de estas, se suponen con potencial de cambio, pero no al mismo nivel. El psicoanálisis no deja de ser, por objeto de estudio y vocación, una teoría crítica, capaz de pronunciarse sobre una sociedad que percibe monolítica pero sin potencial para transformarla (15, p. 56), lo que choca con la voluntad revolucionaria marxista sintetizada en la undécima Tesis sobre Feuerbach2 (16).
Esto no sería obstáculo para encontrar puntos de unión entre ambas teorías. Para Castilla del Pino, que recoge aquí sugerencias de figuras como Boris Fraenkel o José Bleger, el pensamiento freudiano seguiría, sin saberlo, las reglas del materialismo dialéctico, el sistema lógico basal del marxismo que postula las “leyes generales del movimiento y la evolución de la naturaleza, la sociedad y el pensamiento” (17, p. 131) abstraídas de las ciencias concretas (15, p. 61), como son la ley de unidad y lucha de contrarios, la ley de cambios cuantitativos y cualitativos y la negación de la negación (17).
La primera de estas leyes, la unidad y lucha de contrarios —por la que cada objeto supone una unidad temporal de contrarios en pugna, siendo esta última la fuente del desarrollo de los procesos—, es para Castilla del Pino una constante en la obra de Freud, encontrando numerosos ejemplos: sujeto y objeto, consciente e inconsciente o la propia transferencia. Siguiendo esta línea, el propio síntoma, considerado en términos freudianos como una formación de compromiso entre el deseo y la defensa (18, p.161) podría ser el ejemplo más paradigmático. Aunque esta obra de Castilla del Pino se ocupa solo de los postulados del fundador del psicoanálisis, merece la pena señalar que elementos similares aparecen en otros autores relevantes dentro del campo psicodinámico, como los conceptos de la sombra o el ánima en Jung (19) o la dinámica que existe entre el verdadero y el falso sí-mismo en Winnicott (20).
Respecto a la segunda ley dialéctica, la transformación de cambios cuantitativos en cualitativos, Castilla del Pino entiende que “la represión de un quantum de libido supone de inmediato el desplazamiento de la libido de su proyección al objeto y la subsiguiente adopción de un modo cualitativo de realización” (15, p.65). La segunda ley de la dialéctica es, quizá, las más intuitiva de las tres, y podemos encontrar abundantes ejemplos dentro de la psicopatología. En las guías diagnósticas más usadas, como el DSM, una suficiente agrupación de criterios, una dimensión cuantitativa, supone una etiqueta diagnóstica, una realidad cualitativamente diferente a la anterior.
Por otro lado, y esta vez dentro del campo netamente psicodinámico, autores como Rodríguez-Sutil (21) conciben la existencia de psicopatología como una cues-tión de grado.
La tercera ley, la negación de la negación, “expresa el carácter ascendente de la realidad objetiva misma, desarrollo que reproduce en cierto sentido las fases superadas, pero a un nivel más elevado (…). El nacimiento de lo nuevo se efectúa siempre sobre la base de lo que ha sido conquistado en las etapas precedentes” (22). Para Castilla del Pino, también esto se concreta en el pensamiento freudiano: “La represión implica negación, bien de los impulsos del Ello (…) bien de las instancias mismas del Yo (…). En cualquier caso, la negación que esta represión supone induce a la creación de una nueva fase en el desarrollo de la persona, la cual debe ser superada —negada— (…). Restos de formaciones antiguas, precedentes, coexisten en la estructura recién creada (…)” (15, p. 66). En desarrollos psicoanalíticos posteriores a Freud podemos encontrar una lógica subyacente similar en la teorización de las posiciones depresiva y esquizo-paranoide en Melanie Klein (23) o, de forma más explícita, en las propuestas de desarrollo espiral del psicoanálisis vincular de Enrique Pichon-Rivière (24).
Así, “(…) la psicodinámica es literalmente una formulación dialéctica de los procesos psicológicos y psicosociales” (15, p.66).
Psicoanálisis dialéctico latinoamericano
Como ya hemos apuntado, el trabajo de Castilla del Pino de explicar cómo el pensamiento freudiano sigue las leyes generales del movimiento postuladas desde el marxismo se basa, en parte, en la influencia del psicoanalista y militante José Bleger (1922-1972), quien trataría de enfatizar los aspectos dialécticos del psicoanálisis y criticar sus elementos más mecánicos e idealistas.
Miembro tanto del Partido Comunista Argentino como de la Asociación Psicoanalítica Argentina, de la que fue miembro didacta, Bleger fue también uno de los primeros docentes de la enseñanza universitaria de psicoanálisis en Argentina y cofundador, en 1954, de la Asociación Argentina de Psicología y Psicoterapia de Grupo junto a figuras de importancia como Enrique Pichon-Rivière, Marie Langer, León Grinberg, Arnaldo Rascovsky, Salomón Resnik o Ángel Garma. Conocido, entre otras cosas, por su aportación del concepto de simbiosis, su compromiso político le trajo diversos problemas en el ámbito académico. Además, su obra Psicoanálisis y dialéctica materialista (25) le valió la expulsión del Partido Comunista Argentino (26).
En lo que respecta a la relación entre marxismo y psicoanálisis, Bleger entiende que no se trata de añadir materialismo dialéctico a las teorías psicodinámicas: “(…) no se trata tampoco en nuestros estudios de traer la dialéctica desde afuera por referencia a otros campos del conocimiento; se trata de que la dialéctica ya está en los hechos y son estos los que exigen su introducción consecuente en la teoría como forma de hacer más lúcida la experiencia misma” (25, p.19).
Postula que en el psicoanálisis se da un conflicto entre teoría explícita e implícita. La teoría explícita, es decir, la teoría oficial que se postula públicamente como guía de la práctica, tiene un carácter histórico-genético, es dinámica —deduce el psiquismo de una pugna de fuerzas— y obedece a la lógica formal. Por el contrario, la teoría implícita en la práctica realmente existente del psicoanálisis es fundamentalmente coyuntural —ya que depende de la transferencia-contratransferencia—, responde a la lógica dialéctica y, en lugar de dinámica, es dramática: enfoca la experiencia humana global. Este concepto, muy relevante en el pensamiento de Bleger, es fruto de la influencia de Georges Politzer, un filósofo húngaro-francés y militante comunista que fue torturado y ejecutado por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial por pertenecer a la resistencia francesa (27). Colaborador de Lefebvre durante los años veinte, en la segunda mitad de la década realiza una crítica al psicoanálisis, al que considera lastrado por el mecanicismo biologicista y cierto espiritualismo, reconociendo también en él cierto carácter revolucionario. Para Bleger, Politzer genera la crítica más lúcida a la psicología y el psicoanálisis (28).
Para un analista comprometido como Bleger, ninguna disciplina clínica o científica puede considerarse neutral por el hecho de que emane de los hechos naturales. Muy al contrario, recoge a Sándor Ferenczi, discípulo defenestrado de Freud, para sostener que los “sabios contemporáneos han perdido de vista o antes bien desean deliberadamente ignorar que tras toda teoría se halla, en último análisis, una ideología; afirmación particularmente válida en toda teoría psicológica que implica generalmente una concepción general del hombre” (25, p.23). Es en esta concepción ideológica del mundo y el ser humano donde pondrá el acento al señalar que “el psicoanálisis trata de explicar la historia por la psicología y no la psicología por la historia” (25, p.48). Freud, hijo de la ciencia de su tiempo, emplea conceptos mecanicistas de la cinética y la dinámica, concibiendo de forma escindida los cuerpos y las fuerzas que operan sobre ellos. Aunque también introduce el valioso estudio de las circunstancias vitales de la persona, en última instancia, y con el objetivo de generar una teoría científica coherente a su tiempo, aísla las fuerzas actuantes del contexto vital de la persona. De esta manera, son unas pulsiones autónomas, y no las experiencias vitales concretas, las que se consideran la génesis de la vida mental. Además, y desarrollando esta misma inercia, los aspectos estructurales del aparato psíquico, fundamentalmente las instancias de la segunda tópica (Ello, Yo y Superyó), adoptarían un carácter antropomórfico (25, p.132). Así, Bleger considera que la dinámica se divorcia de la dramática, lo que supondría la conversión de la teoría pulsional en una mitología.
Esto va más allá de un recurso retórico o explicativo y supone una peligrosa inercia en la que el pensamiento psicoanalítico haría pasar los hechos “por el lecho de Procusto”, es decir, cortándolos o agrandándolos, tal y como hacía el mencionado monstruo mitológico, para que así encajen con sus preconcepciones (25, p.122).
Esta crítica tiene su eco en el movimiento psicoanalítico contemporáneo, en el que varios autores advierten del peligro de que las teorías psicopatológicas empleen ese mismo “lecho de Procusto” para reducir y encajar, a martillazos si hace falta, la complejidad de la subjetividad humana en sus propios esquemas operativos (29–31).
Pese a todo, también señala que el propio Freud apuntó el camino de salida para este conflicto al reconocer la independencia del objeto con respecto al impulso, lo que supone el comienzo del estudio de las relaciones objetales, desarrollo teórico que para Bleger (25, p.101) supone la esperanza de sistematizar tanto la dramática como la dinámica del ser humano.
A pesar de inspirarse en Politzer y poner el acento en las contradicciones del psicoanálisis realmente existente, el objetivo de Bleger no es oponerse al psicoanálisis, sino, muy al contrario, contribuir con su crítica a su desarrollo dialéctico. Para él, y recogiendo a Engels, la negación implica continuidad, la asimilación de aquello negado mediante la crítica en una unión superior (25, p.24).
Bleger profundizaría en estos conceptos, desde una posición ya más militante, en “Psicoanálisis y marxismo”, una publicación de 1972 recogida dentro del libro colectivo Cuestionamos, una toma de posición política de diversos psicoanalistas argentinos frente a la postura oficial de la Asociación Psicoanalítica Argentina (32). Aquí, Bleger apunta que el psicoanálisis es una ciencia parcial que, al aplicarse al estudio del ser humano en diversos campos de la vida, ha llevado a algunos a tomarlo erróneamente por una cosmovisión, una visión total del mundo. El marxismo, sin embargo, sí tiene voluntad explícita de formar una cosmovisión. Por esta razón, ambas teorías no pueden compararse en pie de igualdad sin antes realizar algún tipo de distorsión: bien reducir el marxismo, bien operar con una definición abusivamente amplia del psicoanálisis (32). Pero, si como hemos apuntado, el psicoanálisis estudia al ser humano en todas sus actividades, ¿de qué manera podría darse esa ampliación abusiva que lo convirtiese en una cosmovisión?
Bleger encuentra dos caminos. El primero, convertir los fenómenos psicológicos estudiados en motor explicativo de todo lo existente, por encima de otras causas. El segundo, extender sus modelos explicativos a todos los fenómenos. Esto ocurriría, por ejemplo, al considerar la guerra producto de la pulsión de muerte o al valorar los conflictos psicológicos como única explicación de los conflictos sociales o económicos. De esta manera, Bleger separa sus posicionamientos de los del freudomarxismo, movimiento que para él integra en pie de igualdad a marxismo y psicoanálisis, después de haber elevado a este último a la categoría de cosmovisión. Por otro lado, no considera que emplear una ciencia parcial para explicar fenómenos sociales que la exceden sea un error propio únicamente del psicoanálisis, y señala que otros campos sufren esta misma tendencia (un ejemplo claro sería el darwinismo social), sin que esto justifique el rechazo a dichas disciplinas. El marxismo, en rigor, se nutre de las ciencias parciales (33). De esta manera, también critica aquellas posiciones que, desde el marxismo, pretenden ignorar las aportaciones del psicoanálisis.
Para realizar este tipo de comparaciones, no debería equipararse el marxismo con una disciplina concreta, sino con la ideología que subyace a ella. Extendiéndose en este último punto, también aborda las razones por las cuales, desde posiciones ideológicas revolucionarias, se rechaza al psicoanálisis en concreto, y a la psicología en general, por idealista. La primera de estas razones tendría que ver con el reduccionismo biológico: dado que los procesos psicológicos derivan de una organización concreta de la materia viva y del reflejo en esta de sus condiciones materiales de existencia, los campos de la fisiología y la sociología podrían agotar su estudio. Sin embargo, esto para Bleger es falso, ya que los procesos psicológicos suponen un nuevo nivel de integración de la materia, un cambio cualitativo que no puede ser agotado por el estudio de lo inmediatamente anterior, al igual que el conocimiento de la materia orgánica no puede agotarse estudiando simplemente la materia inorgánica.
La segunda razón obedecería a motivos ideológicos y tendría que ver con la crítica al uso reaccionario del conocimiento por parte de la industria o el Estado. Bleger no ve aquí problema moral alguno, sino una cuestión de estrategia, ya que si una disciplina es lo suficientemente útil como para ser empleada de forma reaccionaria, podría también ser ajustada para otros fines. De una manera similar despacha la crítica a los honorarios elevados de los psicoanalistas; considerando justo el señalamiento, aunque ampliable al resto de profesiones liberales, indica que debe usarse como crítica a la sociedad que permite desigualdades y no a los individuos concretos que se insertan en ella.
Ambas teorías no pueden compararse como métodos diferentes aplicados al mismo objeto, ni tampoco combinarse considerando que el marxismo se ocupa de la economía y el psicoanálisis de la vida interior: “(…) el marxismo como método y como ideología no solo no reemplaza la psicología, sino que la exige. Una filosofía correcta no descarta, sino que impulsa el desarrollo científico particular de cada campo (…)” (32, p.33).
Otra posible relación entre ambas teorías sería la de aplicar el marxismo al psicoanálisis, estudiando sus desarrollos como resultado de fuerzas sociales en pugna. En ese sentido, aunque las posiciones ideológicas de un investigador concreto, sea Freud o Lavoisier, puedan condicionar sus descubrimientos, esto no anula de forma inmediata su validez. Muy al contrario, para Bleger el marxismo debe ser consciente de estos condicionantes, y no sería coherente pretender encontrar una psicología totalmente científica, sin contaminar, ya que esto no está respaldado materialmente por el grado de desarrollo histórico-social. Así, el psicoanálisis es una etapa histórica necesaria en el desarrollo del conocimiento de los procesos humanos, y como tal no podemos pasarla por alto, sino atravesarla.
Por último, sostiene que el marxismo estudia los campos científicos concretos desde dentro, es decir, aplica y descubre en las ciencias concretas desarrollos particulares de las leyes dialécticas generales. Es de destacar que no considera estéril el ejercicio de buscar manifestaciones concretas de dichas leyes por el hecho de estar estas ya postuladas, ya que no es un simple ejercicio de confirmación. “Las leyes generales de la dialéctica son el resultado de una generalización y abstracción de centenares de decursos (…) en cada campo particular de los fenómenos (…). Este proceso no es solo una aplicación, sino un redescubrimiento que a su vez enriquece la dialéctica con el conocimiento más preciso de detalles y variaciones” (32, p. 35). Esta mencionada labor no sería diferente de la emprendida por Engels en Dialéctica de la naturaleza y Anti-Dühring.
Sería este ejercicio de redescubrimiento, de influencia recíproca entre el marxismo y la ciencia concreta de la subjetividad que es el psicoanálisis, lo que habría plasmado en su publicación anterior Psicoanálisis y dialéctica materialista (25), y también podríamos considerar de forma similar el libro ya abordado de Castilla del Pino.
La obra donde se enmarca este segundo intento de Bleger de situar psicoanálisis y marxismo es el mencionado libro colectivo Cuestionamos (34), compuesto por obras de analistas argentinos y, en menor medida, uruguayos, cuya existencia obedece a razones fundamentalmente políticas, enmarcadas en un contexto de fuerte tensión social (35–37). En 1969 se produjo el Cordobazo, una protesta obrera y estudiantil contra el régimen del dictador Onganía, que, tras una dura represión policial que dejó varios muertos, se expandió por toda Córdoba y obligó a declarar el estado de sitio en la ciudad (38). Poco antes de estos hechos, un grupo de psicoanalistas de la Asociación Psicoanalítica Argentina, ya críticos con la rigidez y verticalidad de las instituciones oficiales, se involucró en la Federación Argentina de Psiquiatras y participó políticamente repartiendo octavillas de cara a una huelga general, lo que produjo una respuesta de censura y prohibición por parte de la dirección de la Asociación y la escisión del grupo de analistas militantes que firma este libro. Cuestionamos busca hacer una crítica a la pretendida neutralidad de la Asociación Psicoanalítica Argentina, tanto en la sesión analítica como de cara a la sociedad. La movilización del Cordobazo, y su represión, se considera aquí una experiencia análoga a la toma de conciencia que tuvo Wilhelm Reich en 1927 cuando presenció a la policía disparar contra una movilización, vivencia que el analista consideró “una lección práctica de sociología” (34, p.16).
Veintitrés analistas aportan su visión del psicoanálisis en un contexto social politizado, si bien se considera que hay otros que, sin aportar trabajos, pertenecen a este mismo movimiento, como Enrique Pichon-Rivière, Diego García Reinoso o Emilio Rodrigué (34, p. 13). Marie Langer (1910-1987), la editora de Cuestionamos, muestra en su historia personal este engranaje entre psicoanálisis y compromiso político que impulsa el libro. Judía y vienesa, estudia Medicina e ingresa en la formación analítica durante los años treinta, en el contexto de la cual se analiza con Richard Sterba. Militante del Partido Comunista tras la llegada del nacionalsocialismo al poder en Alemania, participa junto a su marido en la Guerra Civil Española, sirviendo como sanitaria en las filas republicanas a través de las Brigadas Internacionales. Vive en el exilio, tanto en Uruguay como en Argentina, donde en 1942 participa en la creación de la Asociación Psicoanalítica Argentina junto a Ángel Garma, Enrique Pichon-Rivière, Celes Cárcamo, Enrique Ferrari Hardoy y Arnaldo Rascovsky. Tras romper, como hemos mencionado, con las instituciones psicoanalíticas oficiales, combina política y psicoanálisis en Argentina hasta que, amenazada su vida por el grupo terrorista parapolicial Triple A en 1974, tres años después de la primera edición de Cuestionamos, se exilia en México hasta 1987, año de su muerte en Buenos Aires (39).
En Cuestionamos se considera certero el diagnóstico de Freud en El porvenir de una ilusión: “Una cultura que deja insatisfecho a un número tan grande de sus participantes y los impulsa a la rebelión, ni tiene probabilidad de conservarse definitivamente, ni lo merece” (40, p. 12). De igual modo, se entiende que los psicoanalistas, en cuanto psicoanalistas, tienen un papel que jugar en el escenario político. Sin embargo, como ya adelantábamos con Bleger —cuyo capítulo dentro de Cuestionamos hace las veces de pilar teórico y político para el acto político que supone el libro—, se advierte contra la tentación de emplear la teoría psicoanalítica como una visión total del mundo: “No es por su tendencia al filicidio que los presidentes y generales norteamericanos mandan a sus hijos a agredir a Vietnam” (34, p.20). Así, la interpretación psicoanalítica puede ser una potente herramienta de comprensión, pero solo si se sitúa dentro de una comprensión más amplia de la estructura social. En este caso, es el marxismo quien aportará un terreno común donde engranar el saber concreto psicoanalítico: “Freud y Marx han descubierto por igual, detrás de una realidad aparente, las fuerzas verdaderas que nos gobiernan: Freud, el inconsciente; Marx, la lucha de clases”. (34, p.13).
Como ya apuntaba Bleger, este grupo no “cuestiona” el psicoanálisis, sino la práctica general de las instituciones psicoanalíticas, en especial sus omisiones. Para Langer, el psicoanálisis sería capaz de incidir en la manera en que las dinámicas del capitalismo influyen, a través de la familia, en el sufrimiento psíquico, y en la forma en la que el funcionamiento superyoico vehicula la ideología dominante (34, p. 14). Esto encajaría plenamente con el análisis de la familia como una estructura fundamental de reproducción de la sociedad burguesa en general y de la opresión de la mujer en particular, cuya abolición es necesaria para el pleno desarrollo humano, una noción presente en el marxismo revolucionario desde Engels (41). Merece la pena mencionar que Langer recoge a Reich para entroncar el psicoanálisis con estas propuestas, aunque su tratamiento de la cuestión parece menos drástico: “Para cambiar al hombre, no basta con cambiar la explotación económica. Hay que cambiar la familia. Liberación sexual y socialismo, no uno sin el otro” (34, p. 17).
Cuestionamos no tiene voluntad de presentar una posición ideológica cerrada, sino que, por el contrario, es un llamamiento a abrir campos de debate y diálogo, buscando rescatar al psicoanálisis de su anquilosamiento. Es, también, un llamamiento a la voluntad: “¿Para quiénes cuestionamos? Para todos los que se incluyan en nuestro proceso y estén capacitados y dispuestos a seguir trabajando a fin de desarrollar, hasta sus últimas consecuencias, todas las posibilidades de aplicación del psicoanálisis en la lucha por una nueva sociedad y por la creación de un hombre nuevo” (34, p. 21).
Lejos de circunscribirse solo al ámbito ideológico o teórico, los diferentes artículos que conforman Cuestionamos abordan también cuestiones de praxis clínica, en especial la forma en la que el contexto social y político inunda la situación terapéutica, y no únicamente por la problemática del paciente —anclada también en el aquí y ahora—, sino también por lo que aporta, de forma inevitable, el psicoanalista.
El Grupo Quipú de Psicoterapia y la revista Clínica y Análisis Grupal
El eco del movimiento psicoanalítico argentino se deja sentir en otros lugares. En 1976 se funda, por parte del Grupo Quipú de Psicoterapia, Clínica y Análisis Grupal, revista dirigida por Alejandro Ávila que plantea una visión crítica del panorama de salud mental de la España de los 70 y cuyo consejo editorial acoge nombres de relevancia del proceso de politización del psicoanálisis argentino como son Bauleo y Kesselman. En el editorial del primer número de la revista, publicado en 1976, declaran que su ángulo de trabajo “comporta una ideología de cambio que no ve el hecho psiquiátrico o el hecho psicológico en la platina de un microscopio, sino en el contexto social” (42, p. 4); considerar ciertas concepciones científicas como inevitables o inmutables es ideológico, a lo que oponen una actitud opuesta, “la que representa todo aquello que es funcional al cambio, al aprendizaje permanente, a la crítica continua (…) una ideología definida en las coordenadas del Materialismo Histórico” (42, p. 5).
Su primer número acoge trabajos de analistas que participaron en Cuestionamos —algunos, como hemos mencionado, también integrantes del consejo editorial— como Kesselman, Bauleo, Pavlovsky, Bleger o la propia Marie Langer, además de autores importantes para la perspectiva social de la salud mental como Joseph Berke. También aborda conceptos importantes para la perspectiva social y cultural del psicoanálisis de Bion y Pichon-Rivière. Además, reserva un espacio de “bibliografias necesarias” para el tema “materialismo dialéctico y psicología”; en este apartado, además de recoger a las figuras ya mencionadas del movimiento psicoanalítico argentino, recomienda también obras de Antonio y Nicolás Caparrós y de Castilla del Pino, de los freudomarxistas Fromm, Reich y Fenichel, las obras de Politzer con relación al psicoanálisis y la psicología, recoge la antipsiquiatría y psiquiatría crítica de Berke y Basaglia, así como filósofos marxistas como Althusser y Henri Lefebvre, además de nombres clave del marxismo revolucionario como Friedrich Engels y Mao Tse Tung (43).
Una muestra más del interés por encajar marxismo y psicoanálisis, al menos su vertiente más social, es Análisis de la relación dialéctica sujeto-realidad (44), un detallado esquema conceptual que cita a Marx y Engels, así como a pensadores marxistas como Georg Lukács, y que propone como condición necesaria para resolver una situación conflictiva el hecho de “ser consciente” de la misma y de sus posibilidades de resolución. A esto se le opone la “no-consciencia” (un término más amplio que “inconsciente”, que los autores eluden para evitar ciertas implicaciones teóricas dinámicas), estado que les permite entroncar los mecanismos de defensa con la alienación, dos mecanismos que dificultarían la toma de conciencia desde las teorías puestas en juego.
Este primer número de Clínica y Análisis Grupal incluye un importante trabajo de Marie Langer (45) que aborda, precisamente, la historia reciente del ámbito analítico argentino, y que también sería recogido con posterioridad en otra publicación española, el libro colectivo Razón, locura y sociedad (46), junto a textos de Franco Basaglia, Igor Caruso o Thomas Szasz. En línea con sus aportaciones anteriores, el texto de Langer es muy crítico con los ámbitos psicoanalíticos oficiales, en especial con la Asociación Psicoanalítica Argentina. Si bien concede a esta asociación el mérito de difusión de las teorías y prácticas analíticas, denuncia su supuesta neutralidad como un apoyo conservador al orden establecido, y apunta que las dinámicas de la institucionalización limitan y deforman las posibilidades científicas del psicoanálisis.
Para ilustrar las contradicciones de ejercer su oficio en el marco de una sociedad de clases recurre a Fritz Stenger, quien indicó que el conocimiento de la explotación está bajo cierto tipo de “represión” que afecta tanto a la clase explotadora como a la explotada, para explicar su propia toma de conciencia: “Nosotros nos proponíamos salvar al mundo a través del psicoanálisis. Y no sabíamos (…) que como miembros de la clase dominante salvábamos únicamente a nuestros analizados que pertenecían a la misma clase y participaban, como nosotros, de la explotación. Nos sentíamos una élite intelectual, pero no nos dimos cuenta de que nuestra asociación, junto con la ciencia que ofrecía, estaba determinada para mantener el valor económico del título de psicoanalista y del psicoanálisis, a costa de otros competidores (…)”. Para Langer existe una poderosa contradicción entre la vocación del analista de curar y su posición objetiva en el sistema. La posición de los psicoanalistas frente a la explotación y la lucha de clases se manifiesta de forma más o menos explícita en las teorías a las que se adscribe y en los temas de investigación que prioriza. Es mediante este criterio que identifica la formación de tres grupos fundamentales dentro de la Asociación Psicoanalítica Argentina. Según el diagnóstico de Langer, el primero de ellos adolece de una “negación maníaca de la lucha de clases”. Sus temas de investigación principales son los determinantes de la vida prenatal, que niegan la importancia decisiva de las condiciones sociales, y las tendencias filicidas de las madres que no se dedican en exclusiva a la crianza de los hijos en la primera infancia.
Así, Langer considera que la actividad profesional de este grupo afianza la familia nuclear, pilar de la sociedad de clases. Un segundo grupo lo forman aquellos analistas que, reconociendo la lucha de clases, trataban de mantener su campo profesional alejado de ella. Aun así, lo apartado surge en sus investigaciones. Considera ejemplo de esta segunda posición al influyente Pichon-Rivière y su salida discreta de la Asociación. Por último, estaría el grupo al que ella pertenece: quienes, sabiendo de marxismo y habiendo escindido ese conocimiento durante parte de su actividad profesional, se topan con la contradicción entre sus ideas y los conceptos teóricos más ideologizados del psicoanálisis (la familia ahistórica, inamovible, etc.).
En una etapa de transición de conciencia, intentan una apertura de lo psicoanalítico hacia lo social a través de la terapia de grupo y, finalmente, rompen explícitamente con la institución: “Sabíamos únicamente que queríamos luchar como analistas y con nuestra herramienta por un cambio social, que la situación argentina favorecía esta lucha y que la Asociación Psicoanalítica Argentina, muy concretamente (vea el prólogo de Cuestionamos), se había convertido en freno para nosotros” (45, p. 103). Y continúa: “Nos adherimos a la lucha obrera. Participamos de sus manifestaciones. (…) Según su pertenencia partidaria o ideología, cada uno participa desde los diferentes partidos marxistas o desde el ala izquierda del peronismo en la lucha por el fin de la dictadura, elecciones libres y un gobierno popular y anti-imperialista. (…) Todos estuvimos en Plaza de Mayo, todos en Devoto, cuando se logró liberar a los presos políticos, gracias a la presencia y presión del pueblo. (…) Además de enseñar, de organizar jornadas y congresos con criterio nuevo y asistencia masiva, de trabajar en los gremios, investigábamos, escribíamos y estudiábamos. Habíamos aprendido a usar nuestra ciencia de una manera nueva” (45, p.104).
Otra figura de interés es la de Antonio Caparrós (1927-1986), madrileño que cursa sus estudios de medicina, psiquiatría y psicoanálisis en Argentina, donde es profesor titular de la cátedra de Psicología General de la Universidad de Buenos Aires durante los sesenta, puesto que volvería a ocupar entre el 73 y el 76, momento en el que regresa a España como consecuencia de una grave persecución política. Hace trabajo militante en Cuba durante el 69, como “gestor del programa de educación de la Revolución” (47, p.42), viviendo de cerca tanto los movimientos revolucionarios latinoamericanos (fue amigo personal de Ernesto Guevara) como la crisis del psicoanálisis argentino (48).
El número 43 de la revista ya mencionada, Clínica y Análisis Grupal, dedica un dossier a la vida y obra de Antonio Caparrós el año siguiente de su muerte. Uno de los artículos, precisamente, analiza la influencia del filósofo y militante marxista Georges Politzer en su obra (48), donde también se cita a Frantz Fanon, Wallon y Vygotski como poderosas influencias para el desarrollo de su pensamiento. Otras figuras en las que influyó, y por las que fue influido, pese a mantener también importantes diferencias, fueron Enrique Pichon-Rivière, José Bleger y su primo, también psiquiatra, Nicolás Caparrós.
La llamada “Psicología Concreta” de Politzer, y su ejemplo de compromiso, fueron capitales para Antonio Caparrós, quien fundó en Argentina el Instituto de Psicología Concreta, así como una breve publicación, Cuadernos de Psicología Concreta, iniciativas que tenían como propósito adaptar las tesis de Politzer a su contexto sociohistórico. Este nuevo desarrollo de la psicología concreta tendría como áreas de atención fundamentales la crítica entre la teoría y la práctica clínica realmente existente, el rechazo a adoptar acríticamente teorías y modelos psicológicos desarrollados en las condiciones particulares de los países desarrollados, y la importancia de diferenciar entre la importancia de los descubrimientos científicos y su uso ideológico.
Partía de la crítica a una práctica terapéutica pretendidamente desideologizada, no comprometida y basada en concepciones innatistas sobre el ser humano: “Por tanto, sin ver la estructura general de la sociedad y los medios particulares por los que esa sociedad se personifica en cada hombre, delimitándolo, es imposible entender el análisis”3.
En su distanciamiento del psicoanálisis kleiniano ortodoxo, en el que se formó, Caparrós continúa valorando las contribuciones de Freud y otros grandes auto-res psicoanalíticos, pero señalando sus limitaciones: “Freud (…) aborda lo individual sin poder sobrepasar las limitaciones de esta consideración individual que aísla al individuo de su consideración de clase (…). Freud no pudo escaparse de la alienación en la cual él mismo estaba sumergido” (50).
Este abordaje ideológico del psicoanálisis lo llevaría también a hacer fuertes críticas técnicas. Los encuadres, por ejemplo, reproducirían condiciones en las que se impone una autoridad del analista sobre el analizando, estableciéndose reglas arbitrarias y severas que “reproducen la actitud de la figura parental”; a partir de lo anterior, el análisis, si bien ajusta al individuo al medio, también recrea “la ideología de la actividad cotidiana del paciente como expresión de las necesidades de la clase dominante (…)” (51, pp. 308-310).
La alternativa se encuentra, entonces, dentro de las líneas de la psicología concreta: desarrollar una teoría y técnica que tenga como piedra angular la noción de que la persona no es sino la sociedad individualizada. Esto, para él, no implica rechazar los aportes ya establecidos de Freud u otras figuras y corrientes terapéuticas, pero tampoco volver a los orígenes para redimir teoría alguna (48, p.25). Para él, este proceso de personificación de lo social está regido por la contradicción histórica entre el cambio y la resistencia al mismo, dialéctica en la que se vería inmerso el ser humano concreto. De este modo, la ideología sería un atributo funcional, esto es, no formaría parte de la naturaleza intrínseca de ningún elemento, sino que es el emergente de la mencionada resistencia al cambio. El cambio, por su parte, es una totalidad que incluye aspectos biológicos (inacabamiento fetal) y contradicciones sociales. La ideología burguesa, como encarnación de la resistencia al cambio, “oculta y perpetúa el poder burgués a nivel social y se personifica a nivel individual” (51, p.24). A nivel psicológico, lo anterior se concreta a través de tres contradicciones: entre “placer en la realidad” y “deber ser”; entre curiosidad (creatividad) y lógica (formalización); y entre pensamiento y afectividad. Estas contradicciones serían la fuente de escisiones psíquicas, que a su vez desembocarían en las prácticas de resistencia al cambio. Así, la “psicología de la descolonización” precisaría de conocer estos mecanismos para denunciar el proceso de culturalización ejercido por la ideología dominante a través de mecanismos como la familia, la escuela y los medios de comunicación (51, pp. 20-22).
También reservaría algunas críticas para los planteamientos de la antipsiquiatría, pese a reconocer los importantes avances de este movimiento, dado que considera que las comunidades terapéuticas, en última instancia, pretenden escindir a las personas de una violencia social general. En oposición a estos espacios seguros, de los que solo se derivaría una “marginación estéril”, para Caparrós el camino es la participación de capas populares en espacios de poder y la actividad militante de los trabajadores de la salud mental en el proceso revolucionario, lo que llevaría a romper con la dicotomía paciente-terapeuta. Esto sería, para él, especialmente cierto en el caso de los países del tercer mundo que aún tienen pendientes procesos de liberación nacional, y no tanto en países imperialistas posindustriales (48, p. 27).
Otra noción principal en su obra sería el papel central de la ideología para la teoría y práctica de la psicoterapia, punto en el que chocaría con José Bleger y Enrique Pichon-Rivière, para los que la revolución no necesitaría de la psicología (52, p. 292). La posición de Caparrós sería la opuesta: “No basta con ser psicólogo, hace falta ser hombre, como hombre hace falta asumir su momento, su tiempo, su etapa histórica y militar según determinados objetivos. Y como psicólogo hay que ser un militante que hace psicología (…)” (53, p.36). Pero no se trata solo de un llamamiento a la voluntad, sino también de entender cómo los condicionantes ideológicos subyacen a la conducta personal. Del paciente, pero, por supuesto, también del terapeuta, dado que su ideología personal modela “nuestro trabajo de campo así como el campo de nuestro trabajo” (48, p. 30); además, al igual que todo psicoanalista debe pasar por un análisis propio, considera también indispensable que todo terapeuta debe ser consciente de su propia ideología a la hora de abordar el trabajo clínico concreto. Y más allá de los individuos involucrados en la relación terapéutica, hay condicionantes más amplios que se introducen en el proceso de cura por formar parte del marco social general. La remuneración de la intervención psicológica la convierte en una mercancía con determinado valor de cambio, lo que supone un condicionante, también, ideológico. Por otro lado, critica cualquier noción “neutra” de salud, llegando a indicar que, en una sociedad de clases, ninguna persona puede ser considerada sana, y que toda posibilidad de salud pasa por la transformación de las estructuras sociales que conforman a las personas.
Hacia el psicoanálisis relacional
Las ideas de este grupo de analistas que leían el psicoanálisis a la luz del marxismo fueron canalizadas en suelo español a través de la revista Clínica y Análisis Grupal y su equipo motor, y acabarían suponiendo una influencia importante para la formación y la articulación de los representantes actuales del psicoanálisis y la psicoterapia relacional (54).
Inspirados por el ambiente del 68, el cuestionamiento al psicoanálisis oficial, y una fuerte crítica social, se consideraban “herederos no designados” de Ferenczi, Rank y Reich, pero también de la Psicología Concreta de Politzer y sus emergentes lationamericanos: “Marie Langer, José Bleger, Antonio Caparrós y su portavoz en España, Nicolás Caparrós. Ellos y nosotros fuimos fecundados directa o indirectamente con el amplio horizonte que Enrique Pichon-Rivière le dio al psicoanálisis al releerlo como Psicología Social” (54, p. 129). Este complicado enlace entre lo social y lo subjetivo serviría de marco para una innovación teórico-práctica: “(…) una línea donde (…) la matriz social fundante de la subjetividad y el contexto social, donde la subjetividad tiene que encontrar su acomodo, trazaban ejes para orientar la práctica, la estrategia que se organiza como técnica y la teoría como síntesis y apertura al nuevo conocimiento” (54, p.130). Esto se anuncia como un compromiso ideológico, en una línea análoga a la de Antonio Caparrós, que permitió generar posiciones diferenciadas tanto del psicoanálisis ortodoxo como del biologicismo al formar una “perspectiva vincular en psicoanálisis”. En ese sentido, lo intrasubjetivo y lo intersubjetivo se consideran “inseparables y están intrínseca y mutuamente determinados”, a la manera de una contradicción dialéctica que encuentra diferentes manifestaciones en lo individual, lo familiar, el grupo y la comunidad.
El desarrollo de esta perspectiva llevó a una mayor definición, priorizándose también aportes históricos de psicoanalistas con énfasis en lo relacional, aportes desde la psicología evolutiva y la teoría del apego, así como la investigación de las neuronas espejo para proporcionar un correlato neurofisiológico al concepto de mente relacional.
Esto, junto al cuestionamiento frontal de la neutralidad terapéutica freudiana y el énfasis en la importancia de la contratransferencia, formó las líneas de trabajo del Grupo de Investigación de la Técnica Analítica (GRITA), fundado por Alejandro Ávila en 1996. A través de diversos trabajos, congresos y publicaciones, y su contacto con corrientes relacionales e intersubjetivas del psicoanálisis norteamericano, se va consolidando una línea de investigación, elaboración teórica y praxis clínica. En 2005, la mayoría de este grupo se incorpora a la Asociación Internacional para la Psicoterapia y el Psicoanálisis Relacional (IARP), y un año más tarde, se forma también el Instituto de Psicoterapia Relacional (54).
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Como hemos visto en las páginas previas, un cierto tipo de psicoanálisis con énfasis en lo social y lo relacional, leído desde el marxismo, tuvo acogida en ciertos ámbitos de la España tardofranquista. Aunque heredero del pensamiento de Politzer, tuvo en Argentina su desarrollo característico al calor de las movilizaciones sociales y la politización de sectores de la salud mental. Su conexión con el contexto español, al igual que su importancia dentro del mismo, no se debe solo al papel del español exiliado Ángel Garma como cofundador de la Asociación Psicoanalítica Argentina, a la obra de Castilla del Pino ni tampoco al viaje de ida y vuelta de Antonio Caparrós, sino a la capacidad de profesionales clínicos para recibir, difundir y aprovechar de forma sistemática estas propuestas. Además, hemos podido identificar una línea particular que, cimentando su desarrollo en estas ideas, acabó por transformarse, en diálogo con otras aportaciones ya mencionadas, en la materialización a nivel clínico e institucional del psicoanálisis relacional en España.