INTRODUCCIÓN
En las últimas décadas se ha realizado un esfuerzo por investigar más sobre la salud del colectivo femenino, aunque aún es necesario seguir profundizando en este campo para poder abordar de forma más eficaz las desigualdades de salud del mismo. Por otro lado, aún es escaso el conocimiento sobre las necesidades sanitarias específicas de las minorías sexogenéricas (MSG, que incluyen a las personas con orientaciones sexuales diferentes de la heterosexual y también a las personas con una identidad de género no coincidente con el sexo asignado al nacer), aunque es sabido que tienen mayor prevalencia de determinados problemas de salud. Del mismo modo, hay una cierta tendencia a abordar el estudio de la problemática de las MSG de forma global, comparándolo con la población general, y pocos estudios que analicen la realidad de los diferentes colectivos que se engloban en este término.
Particularmente, las mujeres trans tienen, por ejemplo, un mayor riesgo de padecer algunas patologías, más probabilidad de fumar y de presentar dislipemia y diabetes, y mayor consumo de alcohol, y padecen más estrés crónico debido al estigma social (1). La terapia hormonal para la transición de género produce cambios metabólicos, en la composición corporal y en los lípidos séricos, entre otros (1), aumentando el riesgo de algunas patologías, como el tromboembolismo venoso. En este sentido, la dieta es un elemento fundamental a tener en cuenta para disminuir el riesgo de enfermedades y mejorar la salud de este colectivo.
En el presente texto se pretende dar una visión general de la problemática nutricional del colectivo femenino, teniendo en cuenta la diversidad de este.
NECESIDADES NUTRICIONALES EN MUJERES CIS Y TRANS
Es conocido que el colectivo femenino cis merece una especial atención desde el punto de vista nutricional, debido a que presenta diferentes requerimientos nutricionales a los del colectivo cis-masculino. En términos generales, las recomendaciones de energía en la población femenina son inferiores a las de los varones, aunque se necesitan cantidades iguales o superiores de otros nutrientes, como calcio o hierro (2). Esto es especialmente relevante en algunas etapas de la vida en las mujeres cisgénero, como es el caso, por ejemplo, del embarazo o la lactancia, en los que es imprescindible un aporte adecuado de nutrientes para el correcto desarrollo del descendiente, o la menopausia, para reducir el riesgo de sufrir enfermedades como el síndrome metabólico o enfermedades cardiovasculares.
Sin embargo, el análisis de las necesidades nutricionales de las mujeres transgénero debe considerar la gran diversidad de este colectivo, ya que pueden estar o no condicionadas por el sexo biológico, dependiendo de si se han iniciado tratamientos médicos (quirúrgicos y/o hormonales) para reafirmación de género (3). Además, en el caso de las mujeres adolescentes trans, el tratamiento médico puede incluir, además, la supresión de la pubertad para prevenir el desarrollo de caracteres sexuales secundarios (4). Estos tratamientos médicos pueden afectar a la situación nutricional, modificando los parámetros antropométricos (peso, circunferencia de la cintura y masa grasa) (4), la masa ósea (5) y algunos parámetros bioquímicos (hematología, perfiles lipídicos y otros cambios metabólicos) (6). En concreto, un aspecto de preocupación para las mujeres transgénero es el aumento de peso corporal tras la terapia hormonal (7), asociado a un aumento de la masa grasa y disminución de la masa magra (8), lo que aumenta el riesgo cardiometabólico en este colectivo.
DIFICULTADES EN LA EVALUACIÓN NUTRICIONAL DE MUJERES TRANSGÉNERO
Una dificultad en la evaluación nutricional y sanitaria de las mujeres transgénero, y también de otros colectivos trans, es la selección de los estándares de referencia con los que comparar los indicadores nutricionales y sanitarios, ya que generalmente estos se han establecido para hombres y mujeres cisgénero.
En relación a los requerimientos energéticos, por lo general se establecen empleando distintas ecuaciones predictoras en las que el sexo es una de las variables a tener en cuenta (9,10). Sin embargo, no hay suficientes estudios al respecto que permitan establecer cuáles son los factores que afectan al metabolismo energético y a los requerimientos energéticos de las personas transgénero (10). De manera similar, las ingestas diarias de referencia de energía y de numerosos nutrientes se marcan teniendo en cuenta el sexo (2,3). Algunos estándares de referencia de nutrientes apenas cambian en función del sexo, pero otros sí lo hacen de manera llamativa. Por ejemplo, las ingestas recomendadas de hierro asumen las pérdidas menstruales y son mucho más elevadas en mujeres en edad fértil que en varones de la misma edad (2).
También los parámetros antropométricos (3,11,12), los parámetros de densidad mineral ósea (13) y otros parámetros bioquímicos y sanitarios se comparan con referencias establecidas en función del sexo, como las lipoproteínas séricas, y esto puede ser relevante cuando se utilizan para establecer el riesgo cardiovascular, el síndrome metabólico o el riesgo de osteoporosis.
Para poder valorar adecuadamente las necesidades nutricionales del colectivo femenino trans es necesario tener en cuenta el sexo biológico y también si se han iniciado o no tratamientos de reasignación de género y durante cuánto tiempo. En adultos que no han iniciado tratamientos hormonales o quirúrgicos puede ser adecuado utilizar los valores de referencia que correspondan con el sexo biológico, mientras que si se ha iniciado una transición médica, hay que considerar que los cambios físicos comienzan a manifestarse tras un tiempo de terapia, que puede variar en cada individuo. Por ejemplo, en el caso de las mujeres trans, se produce una disminución en la masa muscular y fuerza que puede iniciarse entre tres y seis meses después de iniciarse el tratamiento, alcanzando el efecto máximo esperado en uno o dos años (4).
SITUACIÓN NUTRICIONAL, HÁBITOS DIETÉTICOS Y ESTILO DE VIDA EN EL COLECTIVO FEMENINO
La mayoría de los estudios coinciden en que mujeres y hombres tienen diferentes hábitos dietéticos y de estilo de vida. En general, las elecciones alimentarias de las mujeres se acercan a patrones más saludables, tanto en relación con el número de comidas realizadas y el consumo más frecuente de frutas y verduras como a la preferencia de métodos culinarios más saludables (14).
En contraste, apenas hay estudios en este sentido en población transgénero, a pesar de que tiene un mayor riesgo de padecer patologías crónicas en las que la dieta y el estilo de vida puede ser un factor de riesgo o protección (15). En relación a los hábitos dietéticos, los resultados de los estudios son variados. Algunos observan un menor consumo de frutas y de verduras en mujeres trans en comparación con las mujeres cisgénero (16). Sin embargo, otros, como el de Luk y cols. (17), observan que las mujeres trans adolescentes consumían frutas y verduras con más frecuencia que las cis. En otro estudio, las mujeres transgénero consumieron más comida rápida, refrescos, bebidas deportivas y energéticas que personas con cualquier otra identidad de género (18). También se ha indicado que las mujeres adolescentes transgénero desayunan con menor frecuencia que las cisgénero, sin que se hayan observado otras diferencias en la calidad de la dieta (19).
Hay que señalar que las mujeres transgénero tienen un mayor riesgo de trastornos del comportamiento alimentario que las mujeres cisgénero (20). Este mayor riesgo puede deberse a la mayor insatisfacción corporal por la dismorfia corporal. Las mujeres transgénero pueden adoptar conductas alimentarias desordenadas para suprimir determinados rasgos físicos y perder peso para parecer más femeninas (21), ajustándose a los ideales femeninos de delgadez (22,23). La insatisfacción con la imagen corporal es motivo de angustia y estrés en las personas transgénero, lo que aumenta a su vez el riesgo de padecer un trastorno alimentario, aunque el tratamiento de la disforia de género parece mejorar la satisfacción con la propia imagen corporal (21). Por último, la mayor estigmatización social y discriminación de estos colectivos puede aumentar también el riesgo de desórdenes alimentarios en personas transgénero (22,23).
En cuanto al estilo de vida, en líneas generales, los varones cisgénero son más activos que las mujeres cisgénero (24). Sin embargo, las mujeres transgénero son menos activas que sus homólogas cis (16,18,25). En general, los adultos jóvenes trans españoles son menos propensos a participar en actividades deportivas escolares o extracurriculares que sus compañeros cisgénero (25) debido a que se sienten más incómodos e inseguros en las clases de Educación Física (26).
CONCLUSIÓN
Los programas de intervención sanitaria y nutricional no solo deben contemplar una perspectiva de género, sino tener en cuenta las características y la diversidad de los distintos colectivos, a fin de implementar programas que sean capaces de mejorar el estilo de vida y los comportamientos alimentarios, y en última instancia, la salud de los individuos. En este sentido, los profesionales de la salud, especialmente los dietistas y especialistas en nutrición, deben identificar y contribuir a la prevención y el tratamiento de los problemas nutricionales de las minorías sexuales y de género, especialmente los colectivos de mujeres.