INTRODUCCIÓN
La 11.ª Revisión de la Clasificación Internacional de Enfermedades (CIE-11) MD93 define la disfagia como la dificultad para tragar, que puede resultar de un trastorno neuromuscular u obstrucción mecánica. Se distinguen dos tipos: disfagia orofaríngea, debida al mal funcionamiento de la faringe y del esfínter esofágico superior, y disfagia esofágica, debida al mal funcionamiento del esófago (1). La disfagia orofaríngea está muy relacionada con la edad y se considera un síndrome geriátrico (2), pero también se ve favorecida por factores como la fragilidad, la discapacidad, el consumo de múltiples medicamentos o la coexistencia de varias enfermedades (3).
El problema afecta a un elevado porcentaje de individuos (3-16 %), pero el porcentaje es mucho más elevado en el entorno hospitalario (35-43 %) o en las residencias de ancianos (50 %) (4).
La disfagia altera la calidad de vida de los pacientes, pero también se relaciona con su salud y supervivencia. Estos pacientes tienen una mayor incidencia de neumonía, deshidratación y desnutrición y una mayor mortalidad en relación con los que no la presentan. Ante cualquier enfermedad la disfagia se asocia con una peor evolución, peor capacidad funcional, institucionalización y aumento de la mortalidad (5,6).
Las complicaciones de la disfagia dependen del tipo y de su gravedad. Pueden variar desde una dificultad moderada hasta una imposibilidad total de deglución. La falta de ingesta hídrica o poca producción salival provocan un aumento de bacterias en la cavidad orofaríngea. De una forma u otra estas complicaciones se asocian con un aumento de la morbilidad y de la mortalidad del paciente (7).
Por todas estas complicaciones que conlleva, es importante trabajar en la prevención de la colonización orofaríngea y en la detección precoz de los trastornos deglutorios. Por ello, el objetivo de este trabajo es realizar una revisión de la literatura científica sobre la hidratación de las personas con disfagia y de los peligros de una inadecuada hidratación en ellas.
MÉTODOS
Se llevó a cabo una revisión de la literatura científica sobre la hidratación de las personas con disfagia y los peligros de una inadecuada hidratación en ellas.
En concreto, se realizó una búsqueda relevante en las principales bases de datos médicas, incluyendo PubMed, Embase y Cochrane Library. Se utilizaron términos de búsqueda como “disfagia”, “deshidratación”, “aspiración”, “textura modificada” y “soporte nutricional”.
Se incluyeron artículos originales, revisiones sistemáticas, guías de práctica clínica y consensos de expertos publicados en los últimos 10 años, con preferencia por aquellos con mayor nivel de evidencia científica. También se consultaron libros especializados en disfagia y nutrición.
COMPLICACIONES DE LA DISFAGIA. LA DESHIDRATACIÓN
Las complicaciones que tienen como consecuencia la disfagia (Tabla I) tienen un impacto significativo negativo en la calidad de vida y en la salud de los pacientes que la padecen, lo que aumenta la morbilidad y la mortalidad (7,8).
Dentro de las complicaciones que conlleva la disfagia relacionada con la eficacia deglutoria se destaca la deshidratación (7,9,10).
En el último estudio publicado en 2024 por Li y cols. se observó que, de 337 pacientes estudiados con disfagia, un 43,9 % sufría como complicación principal de la enfermedad la deshidratación (11). Estudios anteriores que también han evaluado las complicaciones de la disfagia, y en concreto la deshidratación, observaron entre un 49,9 % y un 52,3 % de pacientes con deshidratación como complicación a la enfermedad (12-14).
SÍNTOMAS DE LA DESHIDRATACIÓN
La deshidratación puede manifestarse a través de síntomas como confusión mental, sequedad en la piel y mucosas, disminución en la salivación, expectoración reducida y disnea, entre otros. Estos síntomas adicionales agravan aún más la capacidad de deglutir (15).
La sensibilidad y la especificidad de los signos de deshidratación dependen en gran medida del volumen de sangre perdida, en la que los signos más claros son cambios en la frecuencia cardíaca (30 latidos por minuto) o mareos posturales intensos que provocan una falta de capacidad para ponerse de pie (13). La medicación (por ejemplo, betabloqueantes) y la edad avanzada pueden influir aún más en la sensibilidad y en la especificidad de estos signos. Los signos consecutivos a la pérdida de líquidos y electrolitos (por ejemplo, debido a vómitos o diarrea) son menos claros.
Los signos clínicos tomados por sí solos no son muy útiles. Una combinación de al menos cuatro signos indica una depleción del volumen de moderada a grave (16). La ausencia de lágrimas, transpiración o sed son, entre otros, síntomas de deshidratación (17).
Stanga y Aubry en el 2019 establecieron 5 grados de deshidratación según la pérdida de peso y los síntomas presentados (18) (Tabla II).
EVALUACIÓN DEL RIESGO DE DESHIDRATACIÓN Y PREVENCIÓN
Por todo lo anteriormente citado, es fundamental abordar estos problemas de manera adecuada para mejorar la calidad de vida y la salud general del paciente.
Para prevenir las complicaciones de la disfagia, es fundamental realizar una evaluación exhaustiva de la deglución. Las herramientas de valoración clínica actuales permiten:
Identificar y monitorizar a los pacientes con disfagia. Detectar aquellos con riesgo de desnutrición y deshidratación.
Seleccionar la textura, la viscosidad y el volumen de alimentos más apropiados para compensar los signos de disfagia.
Para ello, se llevan a cabo protocolos de actuación (8) cuyo objetivo principal es garantizar la seguridad y la eficacia del proceso de deglución. Para ello, se basa en una valoración clínica exhaustiva que permita adaptar las características de los alimentos y líquidos a las capacidades de cada paciente, previniendo así complicaciones graves como la aspiración, la desnutrición y la deshidratación (19).
Siguiendo el protocolo propuesto por Lozano-Estevan y cols. (8):
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Identificar y monitorizar a los pacientes con disfagia. Detectar aquellos con riesgo de desnutrición y deshidratación
Para monitorizar a los pacientes con disfagia, se utiliza el cuestionario de autopercepción EAT-10 (20), que permite una valoración más completa y eficiente de los signos de disfagia y de la capacidad de deglución del paciente (21).
El método de exploración clínica volumen-viscosidad (MECV-V) tiene como objetivos principales (20):
− Identificar los signos clínicos de alteración de la seguridad y de la eficacia de la deglución.
− Seleccionar el volumen y la viscosidad más eficaz y segura para el paciente.
Al planificar la dieta, es crucial adaptar la textura y el volumen de los alimentos según la capacidad del paciente para deglutirlos de manera segura y efectiva. Para ello, es fundamental tener en cuenta los resultados del MECV-V, que proporcionan información sobre las consistencias y los volúmenes que el paciente puede ingerir de forma segura (22,23). Este conocimiento es esencial para garantizar una alimentación adecuada y prevenir complicaciones asociadas a la disfagia.
Los pacientes con disfagia presentan un alto riesgo de desnutrición y de pérdida de peso, por lo que se requiere una valoración nutricional inicial y revaloraciones periódicas. Uno de los métodos estandarizados más utilizados es el MNA®-SF (24), una versión reducida del MNA® que conserva su precisión y validez.
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Seleccionar la textura, la viscosidad y el volumen de alimentos más apropiados para compensar los signos de disfagia
La práctica estándar consiste en modificar la consistencia de los alimentos y de los líquidos administrados a los pacientes con disfagia a partir de los hallazgos obtenidos en la exploración clínica o instrumental. En general, los alimentos de mayor consistencia previenen la aspiración, mientras que los líquidos finos la favorecen.
Diversos estudios describen los cambios en la fisiología deglutoria utilizando espesantes para los líquidos. Al aumentar la viscosidad del bolo, este se desplaza más lentamente como respuesta al efecto de la compresión y la gravedad. Por tanto, cuanto más viscoso es el bolo, requiere menos agilidad en el control motor para su manejo, el bolo es menos deformable y resulta menos probable que pase a la vía aérea en el caso de alteración en su cierre. En cuanto al volumen del bolo, los de menor tamaño son más seguros y tendrán menos riesgo de ser aspirados en el caso de incompetencia laríngea (5).
En general, los alimentos con alta densidad de nutrientes, textura homogénea y sabor ácido o dulce suelen ser más fáciles de tragar que los líquidos, los alimentos salados y los que están a temperatura tibia. Cualquier opción debe ser personalizada a las necesidades de cada paciente (25).
Como recomendaciones generales (25):
− Los alimentos deben ser homogéneos, evitando grumos o espinas, y presentar una textura jugosa y fácil de masticar.
− Es importante evitar mezclar líquidos y sólidos en una misma preparación para evitar texturas mixtas.
− Se recomienda incorporar la mayor variedad posible de alimentos para evitar la monotonía y procurar que las características sensoriales sean atractivas.
Para adaptar la consistencia de los líquidos, es fundamental considerar dos aspectos clave (22,26):
− Los niveles de consistencia:
− Consistencia de néctar: adecuada para beber en vaso, fluye formando un hilo fino al caer.
− Consistencia de miel: puede beberse o tomarse con cuchara; al caer, forma gotas gruesas y no mantiene su forma.
− Consistencia de pudín: solo puede tomarse con cuchara; al caer, mantiene su forma.
Los niveles de volumen (26):
− Volumen alto: alimentación con cuchara sopera rasa.
− Volumen medio: alimentación con cuchara de postre.
− Volumen bajo: alimentación con cuchara de café.
Las adaptaciones de la dieta se personalizan para cada paciente y es importante unificar la nomenclatura para su clasificación. Disponemos de la clasificación de las texturas efectuada por la British Dietetic Association y el Royal College of Speech and Language Therapist, que las divide en cuatro categorías (B, C, D y E), que van de menor a mayor viscosidad (5), y la National Dysphagia Diet, realizada por la American Dietetic Association (27), que estandariza los alimentos y líquidos en ocho niveles continuos (del 0 al 7), donde el nivel 0 corresponde a los líquidos y el 7 a una dieta normal.
CONSIDERACIONES FINALES
Dada la alta prevalencia de disfagia, es esencial un diagnóstico temprano y preciso. La evaluación clínica de la deglución y la identificación de los signos de disfagia y de sus complicaciones, como la deshidratación, permiten la implementación de medidas preventivas, como la modificación de la textura y de la viscosidad de los alimentos. Esto no solo mejora la seguridad y la eficacia de la deglución, sino que también asegura una ingesta adecuada de líquidos.
Un enfoque multidisciplinar en el diagnóstico y en el tratamiento de profesionales sanitarios es fundamental para gestionar la disfagia y sus complicaciones, como la deshidratación, de manera efectiva.
Un manejo adecuado y protocolizado, desde el punto de vista dietético y nutricional, puede llegar a tener un impacto significativo en la calidad de vida de los pacientes, mejorando su bienestar y previniendo complicaciones asociadas a esta condición. El abordaje integral de la disfagia, que incluye una adecuada evaluación y manejo de la hidratación, es fundamental para prevenir complicaciones graves.