Hemos sido testigos, en los últimos meses, de numerosas proclamas de muchas voces mayores reivindicando una actualización de las cuantías de las pensiones que año tras año han ido mermando su capacidad adquisitiva.
En paralelo, aquellos pactados fondos para impedir el naufragio de este conquistado sistema han sido esquilmados bajo imperativos de crisis o desviaciones presupuestarias, y a diferencia de nuestros hoy radiantes pantanos, están en una situación de absoluta miseria, rezumando los posos de una cisterna dorada y esperanzadora que fue y en la actualidad no es.
Pero todavía no hemos accedido en avalancha a esta familia de pensionistas los que nacimos en el epicentro del fenómeno baby boom, sigue en “parada técnica” la natalidad frente al refresco futuro de nuestra sociedad productiva y una nunca prevista sonora suma de años a la vida que los demógrafos y economistas no debieron prever o los responsables creerse. Todas estas circunstancias están acechando a los que están y a los que aspiramos a alcanzar esa merecida recompensa (mejor, devolución de lo aportado) cuando cese nuestra actividad laboral.
Quizá por la cada vez más cercana edad (o eso creía animado…) a este grupo de pensionistas, por esta sensata como contenida rebelión, reflexiones de los cercanos que están ingresando en esta loable población o quizá por pura insensibilidad, no había prestado suficientes oídos a esta franca preocupación: “ahora hemos ampliado nuestra corte de años, incluso de esperanza de vida saludable, pero ¿cómo llenaré esta vida?, entiéndeme, ¿cómo haré para vivir tanta vida en condiciones…”.
¿Cuánta salud no está ligada a esta hucha a la que has contribuido durante un trecho enorme de tu vida y que nadie debe de olvidar? (o aquellos, especialmente aquellas, que no han “cotizado” pero se han ganado sobremanera por servir, por servirnos, por mantener y elevar sus casas y este país).
Creo que las pensiones son, cuando viejo iniciático, posibilitadoras o inquisidoras de una vida de sensato disfrute, de participación…; cuando viejo dependiente, facilitadoras (y de qué manera) y ayuda para compensar lo que no alcanza a cubrir nuestro sistema público sin terminar con la vida y economía de tus cuidadores y de tu razón para vivir. Las pensiones son un derecho, pero también un seguro de vida que debemos preservar.
Mis hermanos, mis amigos…, en plenitud absoluta de salud, de autonomía, hasta ayer de capacidad productiva, de energía, de deseos de seguir “haciendo” país, están preocupados porque este pulmón que sostiene la acepción más amplia de salud en los mayores, en términos de independencia, está en boca de todos. Personas que han generado lo que hoy disfrutamos están viendo amenazada su “salud”, porque quizá demógrafos, economistas, políticos siempre, han visto de soslayo una anunciada realidad, que ya ha llegado.
Obran sin cautela los tecnócratas invitando a las nuevas generaciones a que inicien un plan de pensiones como ¿alternativa? (¿complemento?) al futuro programa de pensiones del país. ¿Pero de dónde? se preguntan los que están aterrizando en el plantel laboral. O ¿ahora, a estas alturas, donde la rentabilidad es imposible que dé frutos en apenas unos pocos años?, pronunciamos los que estamos próximos a esa tradicional edad del jubileo.
Huyendo de todos los estigmas que un elemento habitualmente tan perturbador como necesario, el dinero, interviene globalmente en términos de salud y puede estar amenazada por un plan no sostenible, por una hucha vaciada a espuertas, por una insensibilidad política que no fuerza nuevos pactos, una situación franca de peligro de la salud de los ciudadanos.
Me adhiero a esa demanda que han llenado algunas calles, algunas jornadas, incluso han preocupado unos días a la clase política de nuestro país, capitaneada por una no exaltada marea gris en busca de pensiones “dignas”, es decir que permitan, y como acertadamente reza el diccionario, merecen.
Me sumo a los que creen que estas cantidades antes aseguradas (un beneficio social desde hace cerca de un siglo) van a dar o quitar salud, permitir o negar seguir viviendo en condiciones, abrir o cerrar oportunidades de un ejercicio de envejecimiento tan saludable como productivo, hacer que el temor se convierta en pánico ante la dependencia por una razón antes no contemplada ¿quién, dónde y cómo me cuidarán?
No sería necesario, y peco de reiterativo, recordar a los que tengan la memoria embriagada por el poder, por el cortoplacismo, por la incultura histórica, por el desinterés, que las mieles de esta sociedad del bienestar se deben a los que ahora deben de seguir estirando, como tantos años antes hicieron en su día a día, esa pensión que les llega, sin reválidas, pero con una sombra de profunda amenaza que pocos se atreven a confesar, que todos sospechamos, y que nadie da pasos suficientes para comenzar a revertir.
Por la Salud de los más veteranos, los que aspiramos a engrosar este grupo y la de toda la ciudadanía, abramos sin demora en todos nuestros foros un nuevo, sereno, racional y enérgico debate sobre las Pensiones, uno de los pilares básicos del estado del bienestar con implicaciones directas en la Salud de la población.