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Revista Española de Salud Pública
versión On-line ISSN 2173-9110versión impresa ISSN 1135-5727
Rev. Esp. Salud Publica vol.80 no.5 Madrid sep./oct. 2006
Florencio Pérez Gallardo 1917-2006
Rafael Nájera
Majadahonda, 10 de Mayo de 2006
Florencio Pérez Gallardo, Doctor en Medicina y Cirugía y en Veterinaria, del Cuerpo Médico de Sanidad Nacional, sanitario, hoy diríamos salubrista, hasta la médula, ilustra una etapa de enorme trascendencia en la Sanidad española, hoy diríamos Salud Pública, con un liderazgo indiscutible.
La Sanidad de la República se colapsó no sólo por la represión política e ideológica sino por eliminarse el motor científico que la sustentaba, al suprimirse el Instituto Nacional de Sanidad (INS), por «crearse», sólo en el Boletín Oficial, el Instituto Superior de Enseñanza e Investigaciones Sanitarias, en cuya denominación se percibe el «corte a la romana». Las funciones del INS pasaron de facto al final de la guerra civil a la Escuela Nacional de Sanidad en Claudio Coello, 68. Le toca pues, vivir una etapa dura y difícil en ese Madrid gris, de San Camilo y de los Luises, al que le trae D. Gerardo (Clavero padre) de su Cádiz querido («la Isla», S. Fernando) donde transcurrió su juventud y sus años de estudio en la Facultad de Medicina (Plaza de Fragela), sus trabajos de Histología (donde ya le llamaban Cajalito) y la primera expresión de su vocación docente en sus labores de enseñanza como profesor del Claustro de la misma Facultad.
En el Madrid, casi galdosiano de la postguerra, se asomó a la Sanidad, inmersa en la pugna entre Falange y los grupos católico-monárquicos con Palanca en la Dirección General de Sanidad y Valentín Galarza en Gobernación, que se había resuelto en mayo de 1941 con el cese de Serrano Suñer y el nombramiento de Girón de Velasco en Trabajo, donde se desarrolló el Seguro Obligatorio de Enfermedad, como es obvio, de espaldas a la Sanidad. Así Florencio siguió los destinos de la Sanidad, que finalmente heredó lo que quedaba, en personas, Clavero, Gallardo, Nájera Angulo, Manzanete, Luengo, Lozano... de la tradición más liberal, al menos no facciosa, de la Sanidad española de la época.
Con ese telón político-social, la realidad cotidiana: hambre, frío, chinches, piojos, le puso en contacto con uno de sus primeros retos: el tifus exantemático que apareció en enero de 1941. Trabajó con Clavero del Campo, Nájera Angulo, Gallardo, Sanz y Gracián, muchos de los cuales, él entre ellos, padecieron la enfermedad.
Pero fue él, en la buhardilla de Claudio Coello, donde se asomó al nudo gordiano de los problemas sanitarios y científicos y entre Clavero por arriba y Jesús Parrilla por abajo, quien realizó experimentos, fue capaz de valorar, entre «apagón» y corte de la luz, lo que Jesús le muestraba, aquellos cobayas inoculados que no desarrollaban curva febril. Se veían sus manos y su cara, en esas fotos, ya clásicas de Stanek, inoculando cobayas y embriones de pollo.
A pesar de las precarias condiciones de los limitados laboratorios de la época y de la carencia de medios, Florencio descubrió la cepa E (de Española, procedente de Melitón Puerto) de Rickettsia prowazekii, cepa atenuada que fue asumida y estudiada en EE.UU. por el propio Florencio y por Herald Cox, reconociéndose, desde el punto de vista práctico como una vacuna eficaz frente al tifus exantemático, especialmente importante en el período de la guerra, al no existir todavía el DDT.
Sin embargo la trascendencia científica básica del fenómeno de la atenuación de un agente patógeno, no fue posible asumirla, aunque Florencio fue siempre muy consciente de ello, precisamente por la falta de un Instituto y un ambiente científico adecuado, desaprovechándose lo que supuso uno de los descubrimientos más importantes en la biología y patogenia de las enfermedades infecciosas desde que Pasteur, Calmette-Guérin y Theiler consiguieran la atenuación del virus rábico, el bacilo tuberculoso o el virus de la fiebre amarilla. Es interesante recordar que a este último le fue concedido el Premio Nóbel en 1951.
En EE.UU. trabajó en la cepa E, se casó por poderes con su ayudante de laboratorio, Pepita. Varios de sus hijos, algunos médicos, como Ana, Luis, Lucía (también viróloga) y Pepi (veterinaria) siguieron los pasos de su padre, trabajando las dos últimas en el Carlos III. Florencio pasó de las Rickettsias a los virus, trabajando en gripe (consiguiendo el primer Laboratorio de Referencia de la OMS en España) en rabia y a continuación en poliomielitis. Por sus estudios sobre esta enfermedad y la organización de la primera campaña de vacunación frente a esta enfermedad contribuiyó de forma muy destacada a su erradicación. Desde el inicio de la Campaña Piloto de Vacunación Antipoliomielítica, tuve el inmenso privilegio de comenzar a colaborar con él, mejor dicho, a aprovechar de sus enseñanzas vacunando el 14 de Mayo de 1963 a la primera niña en España con las cepas de Sabin en León, colaboración que se mantuvo hasta su jubilación.
La Campaña de Vacunación Antipoliomielítica supuso en el horizonte sanitario español tal vez el primer acontecimiento, despues de la guerra civil, de integracion social, movilizador de afectos y solidaridades, especialmente importante en los pueblos, como era la proteccion de los niños. La colaboracion fue total, por parte de todos los estamentos sociales con una sensación naciente de modernidad pero en una España todavía primitiva.
Asistió a numerosísimas reuniones internacionales, presentando su extensa producción científica, así como en la Organización Mundial de la Salud, desde la Asamblea General a los Comités de Expertos y otras reuniones. Viajó por medio mundo participando en ensayos de vacuna de rabia con Koprowski, viejo amigo, que le visitó no hace mucho en España y con quien en Baltimore, en las reuniones del Institute of Human Virology de Robert Gallo, le recordábamos siempre. Aquellas historias de Cachemira y de tantos sitios... Alemania, Polonia, EEUU, India, Kenia, Cuba...
Tras los estudios sobre la poliomielitis y su gran éxito con la vacunación consiguió que se construyera y dotara un Centro, denominado primero, en 1963, Centro Nacional de Virus, luego ya en 1967 Centro Nacional de Virología y Ecología Sanitarias, y posteriormente Centro Nacional de Microbiología, Virología e Inmunología Sanitarias en Majadahonda, recuperando más adelante el nombre de Instituto Nacional de Sanidad al agruparse con el Centro Nacional de Farmacobiología y el de Alimentación y Nutrición, bajo esta clásica denominación.
Con todo esto favoreció y fue el iniciador del nacimiento de la Virología Médica y Sanitaria en España y gran impulsor de la Microbiología y Parasitología de Salud Pública. Como en el caso de Cajal, se puede hablar de sus numerosos discípulos, coetáneos, hijos y nietos. Así, desde Zárate y Fernando Ruiz Falcó, a los Nájera (José Antonio, Enrique y Rafael), Lozano, Valenciano, Villalba, Gabriel y Galán, López Bueno, Villamarín, Blázquez, Casal, Mateos, Domingo, Contreras, Moreno, Urbistondo y un largo rosario de nombres, muchos de los cuales hicimos, como él y por su estímulo, oposiciones al Cuerpo Médico de Sanidad Nacional. Con Joe Melnick y Peter Wildy organizó el 3º Congreso Internacional de Virología, en el que le ayudamos Luis Valenciano y yo.
Como recordaba Gerardo Contreras, otra de las grandes aportaciones que Florencio incorporó al acerbo sanitario fue la sustitución de las viejas instalaciones dedicadas a la producción de vacunas de interés sanitario, propiciando la construcción de un edificio, el «piloto», con suficientes medios para hacerlas en condiciones de salubridad y eficacia. En este edificio, a medio camino entre la investigación y la industria, se sustituyó la cepa 1492, con la que se venía produciendo la vacuna antivariólica, por la cepa Elstree, procedente del Instituto Lister, mucho más inocua, así como el cerebro de conejo por el de ratón lactante para la producción de vacuna antirrábica, carente de mielina y por tanto de reacciones adversas. Cuando lo requerían las situaciones sanitarias de emergencia, también se producía vacuna antigripal y se colaboró en la anticolérica durante la epidemia de 1971. Entrañables colaboradores como Paco López Bueno y Emilio Valle, ya fallecidos, o Juan Mateos, Carlos Domingo y Gerardo Contreras, dieron vida a este Centro dentro del Centro.
Su auténtica vocación docente fue muy intensa, habiendo largos períodos con conocimientos que, al menos en España, sólo él poseía, por lo que vivió como pocos esa «...marchita ilusión de profesor...» que con tanto sentimiento evocaba Pedro Ara, al impedirle, el sofocante ambiente caciquil de la época, el acceso a Cátedra a la que opositó en dos ocasiones. No obstante nunca miró con reparo a sus compañeros y amigos que las obtuvieron, hacia los que guardó siempre una gran simpatía y brindó su colaboración. Hay que pensar que durante muchos años, cualquiera que quisiera hacer algún trabajo con virus o con cultivos celulares desde el punto de vista médico-sanitario, pasaba a hablar con Florencio, buscando materiales, consejo y enseñanzas.
Culto, polémico, iconoclasta, genial, lengua desinhibida y con la gracia del mundo. Fue un Séneca, disfrutó cuanto pudo, con optimismo y a la vez escepticismo. Fue un gran maestro, un gran sanitario y un gran científico, lástima que en este país en el que tanto escasean personalidades como la suya, no se haya reconocido suficientemente su labor. Como discípulo suyo quiero dedicarle un entrañable recuerdo. Descanse en paz.
Como discípulo de Florencio Pérez Gallardo y parafraseando a Antonio Machado en su poema «Cuando se fue el Maestro», dedicado a D. Francisco Giner de los Ríos y en sus «Proverbios y Cantares», quiero deciros:
«Cuando se fue el maestro
la luz de esta mañana
me dijo: Van tres días
que mi hermano Francisco (Florencio) no trabaja.
¿Murió? Sólo sabemos
que se nos fue por una senda clara
diciéndonos: Hacedme
un duelo de labores y esperanzas.
Sed buenos y no más, sed lo que he sido
entre vosotros: alma»
Todos le recordamos así: alma
alma que llenaba los espacios por amplios que fueran
inteligencia que nos hacía sentir humanos,
sencillez para aumentar nuestra autoestima
bondad para sentirnos a gusto en el trabajo
que su gracia transformaba en placer cotidiano
«El ojo que ves no es
ojo porque tú lo ves;
es ojo porque te ve»
Lo veía todo, lo sabía todo
Desde su atalaya, irradiaba
su presencia.
Todos lo hemos experimentado
todos lo hemos admirado
«Todo hombre tiene dos
batallas que pelear:
en sueños lucha con Dios;
y despierto, con el mar»
Así se debatía, entre su fe profunda
inmaterial y abstracta
y su Isla, su mar, querido y añorado.
«Todo pasa y todo queda,
pero lo nuestro es pasar,
pasar haciendo caminos,
caminos sobre la mar»
Tú tuviste la dicha de pasar y
al hacerlo grabar en la roca del saber
avances que se escribieron con E
«¿Para qué llamar caminos
a los surcos del azar?...
Todo el que camina anda,
Como Jesús, sobre el mar.»
Tú anduviste los caminos
en este mundo plural
y llegaste hasta el final
preguntándote cuestiones.
No te sabrán contestar
«De lo que llaman los hombres
virtud, justicia y bondad,
una mitad es envidia,
y la otra no es caridad.»
Tú lo sufriste en tus carnes,
en tu saber,
en esa truncada vocación docente,
que no dejaron nacer
«Todo pasa y todo queda,
pero lo nuestro es pasar,
pasar haciendo caminos,
caminos sobre la mar»
«Morir... ¿Caer como gota
de mar en el mar inmenso?»
Así te deseo que estés,
sobre tu mar, en tu Dios.