INTRODUCCIÓN
Es indudable que una pandemia mundial provoca multitud de consecuencias a nivel social, económico, cultural y, especialmente, a nivel sanitario. En una situación como la actual, cuando las personas infectadas se cuentan por cientos de millones y las personas fallecidas con prueba positiva de SARS-CoV-2 se cuentan por millones, la salud de la población se ve mermada a todos los niveles y los ciudadanos buscan obtener información sobre la COVID-19, especialmente en las etapas iniciales de la misma1.
En muchos casos, la población necesita respuestas ante esta situación y recurre a las fuentes de información que considera óptimas siendo, en algunos casos, fuentes de información de dudosa veracidad. Además, existe un exceso de información sobre la COVID-19 y muchos ciudadanos desconocen concretamente dónde buscar, adquiriendo una serie de creencias y conocimientos sin base científica que dificulta el control de la pandemia por este motivo. Este exceso de información, la angustia que provoca la propia pandemia y la proliferación de las llamadas fake news favorecen la aparición de episodios de estrés, angustia y pánico en la población especialmente vulnerable, siendo las redes sociales fuentes de información principales para muchos ciudadanos2.
FUENTES DE INFORMACIÓN DURANTE LA PANDEMIA POR LA COVID-19
Durante la pandemia por la COVID-19, todo giraba en torno a la enfermedad. La información sobre la misma era objeto de búsqueda por parte de muchos individuos y en los medios de comunicación se proporcionaba información constante relativa a los altos niveles de contagios y muertes, al futuro incierto, a la muerte de personas jóvenes, a la incertidumbre por las vacunas, etc.3. A este respecto, los medios de comunicación tienen la capacidad de suministrar información sobre la promoción de la salud y sobre las conductas preventivas4, pero la falta de consenso en los mensajes emitidos por los medios de comunicación pueden generar preocupación y desconcierto en la ciudadanía5. En esta línea, otras personas recurrían a la evitación de noticias en muchos caso, debido a la sobrecarga de noticias e información3. Cuando una persona necesita información sobre la COVID-19 recurre a personas allegadas que considera referentes o con capacidad de responder satisfactoriamente a sus demandas. Por el contrario, en la mayoría de los casos, los ciudadanos buscan información sobre la COVID-19 en internet y otras fuentes como redes sociales y medios tradicionales de información6. Establecer estas preferencias que tienen los ciudadanos para obtener dicha información puede ayudar a las autoridades a planificar estrategias de promoción de la salud y prevención de la enfermedad en grupos concretos, adaptando los canales y el tratamiento de la información según el colectivo en cuestión4.
INFODEMIA Y DESINFORMACIÓN: LAS REDES SOCIALES COMO FUENTE DE INFORMACIÓN
Ante la rápida evolución de la pandemia y el continuo goteo de información proporcionada por la comunidad científica que permeaba a entornos no científicos, la información sobre la COVID-19 era extensa y cambiante. Para luchar contra ello y poner cierto orden, la Organización Mundial de la Salud (OMS) decide el 29 de junio de 2020 establecer una serie de estrategias sobre los efectos y el manejo de la infodemia7. La infodemia es entendida como una cantidad excesiva de información que dificulta a las personas el hecho de encontrar fuentes confiables y una orientación fidedigna cuando las necesitan, siendo esta información correcta, incorrecta o parcialmente correcta7.
Ante una situación de aislamiento como la vivida en las etapas iniciales en muchos países, las redes sociales han permitido que personas que estaban separadas físicamente pudieran interactuar, como es el caso de amigos y familiares, a través de plataformas como Facebook, Twitter, WhatsApp, Instagram, entre otras, para obtener información de sus seres queridos8.
El uso de redes sociales y el uso de las mismas como fuente de información es superior entre los adultos jóvenes frente a las personas de más edad. Por el contrario, el uso de medios de comunicación tradicionales como la televisión y los periódicos lo usaron preferentemente los mayores de treinta años4. Las redes sociales, a diferencia de los medios tradicionales, permiten un fácil acceso y el intercambio de información en tiempo real, pero no siempre la información que éstas contienen están basadas en el conocimiento científico imperante9. Éstas, además de ser fuentes de información bastante utilizadas por muchos ciudadanos, son medios que permiten a los mismos expresar sus sentimientos10. Se calcula que antes de la pandemia el 35% de las personas buscó información médica en línea, aumentando hasta el 46% durante 202011.
De hecho, durante gran parte de la pandemia por la COVID-19 no se controlaba lo que se publicaba, decía o divulgaba, y cualquier persona podía publicar lo que considerara en sus redes sociales. Un estudio realizado en China estimó que uno de cada cuatro vídeos de YouTube sobre la COVID-19 proporcionaba información no contrastada sobre la enfermedad12 y, en esta línea, otro estudio encontró 1.225 noticias falsas difundidas principalmente a través de las redes sociales13. Para contrarrestar esto, la Red de Información para Epidemias (EPI-WIN, del inglés Information Network for Epidemics) de la OMS puso en marcha un proyecto para frenar la infodemia y desmentir mitos e información no contrastada sobre la COVID-19, tanto a nivel de motores de búsqueda como de redes sociales, principalmente14. Posteriormente, algunos países tomaron medidas de forma particular como, por ejemplo, la propuesta del Ministerio de Salud de Brasil con un canal llamado Health without fake news15 o la propuesta del Ministerio de Salud del Reino de Arabia Saudita, que actuó como una fuente clave y oficial responsable de comunicar información a través de canales de información tradicionales y de programas de salud digitales, acción reforzada con ruedas de prensa diarias y mensajes de los mandatarios en materia de Salud del país y otras figuras relevantes4.
Además de la estrategia seguida por EPI-WIN, algunos autores sugieren una serie de recomendaciones para minimizar errores o desinformación cuando se divulgue cierta información sobre la COVID-1916:
Preferencia por la difusión en plataformas profesionales de reconocido prestigio.
Ofrecer la fuente de donde se ha obtenido la información.
Evitar compartir información que fomente el pánico de la población.
Ofrecer datos de calidad.
Declarar conflictos de interés, cuando sea preciso.
Evitar hacer uso de las redes sociales para dar consejos médicos o recomendaciones sin base científica.
Usar procesos transparentes de revisión por pares.
IMPACTO DE LA INFORMACIÓN RECIBIDA SOBRE LA COVID-19 EN LA SALUD DE LAS PERSONAS
La infodemia puede provocar sintomatología relacionada con la ansiedad, la depresión, el agotamiento emocional, etc., sumado a una situación de soledad y aislamiento17. Al igual que ocurrió en epidemias anteriores, las personas que suelen buscar información se centran principalmente en los datos más amenazantes que, sumados a una baja percepción de control, pueden favorecer la manifestación de los síntomas anteriormente expuestos18. Además, cuando la información sobre un tema es excesiva, se dificulta el acceso a la información, el entendimiento de la misma y la adecuada toma de decisiones14. Este exceso de información en redes sociales puede deberse a la amplia difusión que tienen estas plataformas en la era actual, principal diferencia con otras epidemias previas de similar calado19. De hecho, otra de las diferencias con epidemias anteriores es el hecho de poder conocer en escasos segundos el número de personas contagiadas o fallecidas a nivel mundial, debido a la actualización constante de las cifras por parte de diferentes organizaciones20.
De forma paralela a este exceso de información puede coexistir la cyberchondria por la COVID-1921. La constante preocupación y ansiedad por la salud, el uso excesivo de internet, la sobrecarga de información, la falta de fuentes autorizadas y confiables de información y la vulnerabilidad percibida frente a la COVID-19, una enfermedad recién identificada y no suficientemente conocida, favorece esta necesidad de búsqueda excesiva o repetida de información sobre salud en línea22,23. A esto habría que sumarle que gran parte de la población había perdido su puesto de trabajo, no tenía recursos o había perdido alguna persona cercana a causa de la pandemia, llevando en muchos casos a la búsqueda continuada de información, agravando así los síntomas de depresión, ansiedad y estrés de las personas15,24. Por ello, se puede considerar que la cibercondria tiene muchos efectos negativos en la salud mental de las personas [Tabla 1].
CREENCIAS SOBRE LA COVID-19
La difusión de información errónea, las llamadas fake news y las teorías de conspiración sobre la COVID-19 difundidas a través de las redes sociales pueden suponer una amenaza importante en cuanto a la gravedad percibida de la pandemia, el uso de mascarillas y la confianza en las vacunas contra la COVID-199,10. De hecho, independientemente de dónde provenga la fuente de información, el hecho de que los datos sean confiables resulta esencial para reducir el impacto negativo de la pandemia en la salud de los sujetos25, y parece ser que los medios tradicionales (es decir, la televisión, la radio y el periódico) pueden tener efectos amortiguadores del estrés10.
Las vacunas han sido foco de fake news constante desde que se comenzaron a distribuir. Las preocupaciones sobre su seguridad, la falta de conocimiento científico, la rapidez en su elaboración, la sombra de posibles intereses políticos o económicos, algunos mensajes de personas influyentes en redes sociales, entre otras, han sido caldo de cultivo idóneo para la propagación de teorías conspiranoicas a este respecto20. Esto conlleva que las creencias conspirativas relacionadas con la COVID-19 impacten negativamente en el cumplimiento de las normas sanitarias y disminuya la confianza en la información proporcionada por el Gobierno26. Parece ser que aquellas personas que tienen una mayor tendencia a creer las noticias falsas sobre la pandemia de la COVID-19 pueden desarrollar mayores niveles de ansiedad y depresión27.
Se calcula que el número medio de fuentes utilizadas para la información está entre dos y cuatro, con una media de casi una a cinco horas por día de consulta2,6. Los temas más buscados fueron sobre medidas preventivas y sobre vías de transmisión2, mientras otros estudios reducen el número total de horas de búsqueda en una hora al día10. Un número elevado de fuentes de consulta puede mejorar la capacidad para identificar información engañosa pero, a su vez, puede saturar al individuo en una situación que perdura en el tiempo28 [Tabla 2].
En este sentido, se observan diferencias entre las etapas iniciales y las posteriores de la pandemia. En las etapas iniciales, tres de cada cuatro personas mostraban conocimientos sobre signos, síntomas y vías de transmisión, y el 95% manifestaba verificar la veracidad de la información recibida de forma constante20. A medida que avanzaba la pandemia, disminuían los niveles de angustia y nerviosismo, la percepción de gravedad de las consecuencias en la salud después de infectarse y la dificultad del tratamiento2. Por otro lado, las noticias positivas en materia de recuperación de enfermos frente a la COVID-19, las historias de superación personal y las historias de los trabajadores sanitarios de primera línea, así como los avances en las vacunas y en los tratamientos, se asociaron con una mejor salud mental y un mayor cumplimiento de las medidas preventivas10. Por ello, una información sanitaria específica, actualizada y precisa, con medidas de precaución concretas, se puede asociar con un menor impacto psicológico29.
Algunas de las creencias sobre la COVID-19 más comunes eran la preocupación por la enfermedad, la probabilidad de sobrevivir si ya estaba infectado, la confianza en la capacidad de los profesionales sanitarios para diagnosticar y reconocer la COVID-19, la confianza en la capacidad del sistema de salud para diagnosticar y reconocer la COVID-19, el riesgo de ser infectado, las consecuencias de la infección para la salud, la dificultad de tratamiento y, por último, el grado de preocupación por la infección, el grado de preocupación por ser portador y transmitir el virus a familiares, allegados o pacientes5,20.
CONOCIMIENTOS SOBRE LAS MEDIDAS PREVENTIVAS A ADOPTAR FRENTE A LA COVID-19
La falta de información o la asimilación de información errónea pueden afectar al desarrollo de la pandemia y, de hecho, en muchos casos, quizás por la desinformación, por la falta de interés o el hastío con la situación que una pandemia puede llegar a provocar, existe una serie de ciudadanos que carecen de los conocimientos más esenciales para prevenir o minimizar la posibilidad de contagio30. De acuerdo con la teoría Conocimiento-Actitud-Creencia, el conocimiento es esencial para favorecer y motivar un cambio de comportamiento, siendo en este caso las creencias y las actitudes fuerzas promotoras de dicho cambio31. Por tanto, se necesitan mensajes simples, fáciles de entender, veraces y contrastados, provenientes de entidades de reconocido prestigio y sin posibles conflictos de intereses32. De acuerdo con Tetteh et al.33, la confianza en la información sobre la COVID-19 aumenta la probabilidad de que una persona practique comportamientos preventivos.
Algunos de los conocimientos esenciales que debían poseer los ciudadanos radicaban en la importancia de no compartir utensilios durante las comidas y enseres personales (especialmente entre no convivientes), la necesidad de cubrirse la boca al toser y estornudar (sumado al hábito de lavarse las manos inmediatamente después de toser, estornudar o frotarse la nariz), lavarse las manos con agua y jabón después de tocar objetos potencialmente contaminados, y usar mascarilla cuando no se pudiera respetar la distancia de seguridad, entre otras5. En redes sociales e internet la mayor parte de las búsqueda iban encaminadas a recabar información sobre los síntomas de la COVID-19, las posibles rutas de transmisión, el tratamiento, la prevención de la propagación de la enfermedad, los brotes locales y las medidas que debían adoptar los viajeros en caso de desplazamiento34
CONCLUSIONES
La búsqueda de información relativa a la COVID-19 era objeto interés por parte de muchos individuos, y muchos sujetos recurrían a las redes sociales porque permitían un fácil acceso a la información, pero no siempre la información que éstas contienen están basadas en información contrastada. De igual forma, existía una información excesiva (infodemia), lo que podría dificultar el acceso a la misma, su entendimiento y una posterior toma de decisiones, así como impactar en la salud mental de la población (cyberchondria). Para ello, una información sanitaria específica, actualizada y precisa con medidas de precaución concretas se podría asociar con un menor impacto psicológico.