El trabajo agrícola de temporada en España se caracteriza por un gran desgaste físico, un bajo requerimiento de cualificación y unas precarias condiciones laborales. Estos elementos han generado que los autóctonos hayan ido abandonando paulatinamente este nicho laboral para ser remplazados por migrantes internacionales de una amplia variedad de orígenes1. Otra particularidad de este mercado laboral es la corta duración de los puestos de trabajo al vincularse con las temporadas de cosecha del producto agrícola2. Así, a lo largo del año, diferentes campañas que atraen a miles de personas en la búsqueda de un trabajo, desde la recolección del fruto rojo en Huelva hasta a la cosecha de la fruta dulce en Lleida durante el verano, pasando por la agricultura intensiva de mayor duración como la horticultura murciana y almeriense3. El movimiento constante entre las diferentes explotaciones agrarias ha llevado a que este colectivo sea conocido como los temporeros.
Los trabajos de temporada se llevan a cabo principalmente en el campo para la recolección, el tratamiento y el desmochado de frutas y verduras; en estaciones agrícolas para la recolección; en explotaciones agrícolas o vitícolas; o en viveros. Las actividades del trabajo agrícola son numerosas: la cosecha, la poda, la recolección, el tratamiento, el acondicionamiento, etc. Por otro lado, también existe un importante grupo dedicado a las labores en naves o almacenes para el embalaje y almacenamiento del producto2. El periodo de los contratos es variable según la región y la especie a recolectar. Mientras que en los campos del sur predominan las mujeres magrebíes, en los del norte lo hacen los hombres subsaharianos, y en los almacenes la mano de obra tiende a ser femenina y de Europa del Este4.
La temporalidad de estos trabajos conlleva la reducción de derechos. Aunque la legislación española reconoce diversos derechos a los trabajadores con nacionalidad extranjera, su situación de migrante supone, a menudo, una limitación de los mismos. Así, predomina una falta de protección legal, restricciones de acceso servicios sociales o sanitarios, poco respeto a la legalidad vigente, y condiciones laborales y habitacionales precarias. Un número significativo de migrantes trabaja sin afiliación a la Seguridad Social, y no tienen acceso a las prestaciones por desempleo5.
La precariedad laboral del trabajo temporero se caracteriza por una elevada inestabilidad laboral, ausencia total de empoderamiento en tanto que no cuentan con un marco de protección legal, elevada vulnerabilidad agudizada por su situación legal y su estatus de inmigrante, nivel de ingresos insuficiente y más bajo que el de los trabajadores españoles, ausencia de derechos laborales y escaso poder para exigir mejores condiciones6. En este sentido, la fuerte competencia por los puestos de trabajo dificulta el asociacionismo y solidaridad entre el colectivo de trabajadores, incrementándose aún más su vulnerabilidad7.
La vulnerabilidad de los temporeros se materializa en las diversas situaciones de explotación que experimentan. Entre ellas destacan:
1) Los bajos salarios que perciben. Un estudio realizado en Lleida indicó que un 67% de quienes trabajaron en la campaña de la fruta en 2015 poseía un contrato en regla, con un salario en limpio de 5 euros la hora (74%) -con una brecha de género de 1,73 € más para los varones (Figura 1)2,8. A esto cabe sumar que no siempre se cobran todas las horas realizadas y que tampoco se trabaja a jornada completa durante todo un mes8. Además, los trabajadores migrantes de temporada suelen ser personas con cargas familiares, que dedican su salario a mantener, además de a sí mismos, hasta a cinco personas más (hijos, pareja, padres y/o otros familiares)2. De hecho, de media los temporeros envían a sus familiares 291,69€ al mes, lo que reduce enormemente sus ingresos para su subsistencia durante su estancia en España8.
2) Las horas de trabajo finalmente realizadas acostumbran a ser más que las que fueron pactadas originalmente con el empresariado, ya sea con o sin contrato. Por ejemplo, hasta 2,28 horas más por semana entre la jornada acordada con el empresario y las horas reales que finalmente se realizaron en los campos y almacenes de Lleida (Figura 2)8.
3) Salvo para los contratos en origen, los empleadores no garantizan alojamiento, comida, ni el transporte hasta el lugar de trabajo. Según el convenio o acuerdo colectivo o el contrato, se puede deducir del salario la manutención y el alojamiento9. Muchos trabajadores permanecen en viviendas superpobladas y en zonas donde es difícil el acceso a la sanidad y los servicios básicos.
La situación de extrema precariedad que se genera en torno al trabajo agrícola se materializa en los asentamientos, un recurso habitual para los migrantes recién llegados a un territorio10. Los asentamientos, normalmente ubicados a las afueras de los entornos de actividad económica agrícola, son una estrategia de las personas migrantes para tener una vivienda temporal y que, a su vez, no les suponga un gasto económico que no tienen la seguridad de poder asumir. Aunque un 14% de los temporeros en Lleida reportaron vivir en infravivienda (como almacenes o asentamientos)2,8 en una realidad extendida en regiones de Andalucía, como Almería y Huelva.
Estos espacios habitacionales cuentan con una enorme cantidad de carencias. A nivel material, la falta de acondicionamiento a los fenómenos meteorológicos, la carencia de un mínimo de mobiliario e, incluso, el hecho de no tener acceso a servicios básicos como electricidad o agua corriente son una situación habitual en estos entornos. Esta realidad comporta un impacto en las condiciones de vida, la salud física y mental de las personas que en ellos habitan10.
Impacto en la salud
Estudios internacionales muestran que las condiciones de vida y trabajo precarias de las personas migrantes que trabajan en agricultura tienen consecuencias directas en su salud y calidad de vida11-13. Por una parte, el acceso a una vivienda digna y otros recursos básicos como la alimentación, dependen de la percepción de ingresos. Por otra, la salud autopercibida de los trabajadores agrícolas migrantes suele ser "pobre" o "baja" en comparación con la población general14-15. Están expuestos a un alto esfuerzo físico durante la jornada laboral, un tiempo de trabajo extenso y a un ritmo acelerado. Entre los problemas de salud más reportados en la literatura destacan los trastornos del sistema musculoesquelético, problemas dermatológicos como la dermatitis y el pruritoy las infecciones. 16-17
Asimismo, estos trabajadores son susceptibles de sufrir lesiones y accidentes laborales. Sin embargo, no los denuncian por miedo a perder el empleo o a las represalias de los empresarios15,16. Estudios realizados en España e Italia muestran que las lesiones más frecuentes fueron las caídas desde una altura, seguidas de las lesiones con instrumentos cortantes/perforantes, las picaduras de insectos y serpientes, las caídas desde el mismo nivel y las lesiones con maquinaria16,18.
Además de la carga física, la carga psíquica derivada del trabajo y de las condiciones de vida fuera del trabajo, tienen un impacto negativo sobre la salud mental de las personas migrantes que trabajan en agricultura. Los síntomas físicos como el dolor lumbar y las cefaleas, la inseguridad laboral, la dificultad para acceder a los servicios sanitarios, las barreras lingüísticas, los conflictos con la población local, la intolerancia, la discriminación, las actitudes racistas, la falta de respeto y el aislamiento, aumentan la probabilidad de sufrir depresión, ansiedad y estrés16. Por ejemplo, en los invernaderos de Almería se ha detectado un alto riesgo de acoso laboral, sobre todo entre los trabajadores migrantes provenientes de América Latina y África; mientras que trabajadores de Europa del Este reportaron una falta de reconocimiento y una baja autonomía en sus trabajos19.
En el caso de las mujeres, éstas afrontan vulnerabilidades añadidas a las mencionadas anteriormente. Las mujeres que viven solas en asentamientos o cortijos están expuestas a sufrir diferentes tipos de violencia y abusos de parte de sus empleadores o compañeros, debido a las desigualdades de poder existentes, la prostitución o incluso la trata de seres humanos con fines de explotación sexual. Almería y Huelva destacan por la explotación sexual a la que son sometidas mujeres, conocida como “prostitución de invernadero o de cortijo”20.
Por último, las personas migrantes, especialmente aquellas en situación administrativa irregular, se enfrentan a barreras de acceso a los servicios sanitarios(6,11-12,21) que han sido agravadas durante la actual crisis sanitaria derivada de la pandemia del Covid19. Se sabe que, durante las crisis económicas, el deterioro de las condiciones de trabajo y empleo en los sectores más inestables como la agricultura, coloca a los trabajadores migrantes no calificados en una situación de gran inestabilidad produciendo efectos negativos en su salud22.
En conclusión, las personas migrantes temporeras ven afectada su salud debido a las malas condiciones laborales, habitacionales y de acceso a los recursos, junto a la desprotección social y jurídica. Urgen respuestas institucionales que garanticen una vida digna para estos trabajadores esenciales.