Introducción
Cuando planteamos la pregunta sobre qué define al ser humano, normalmente las respuestas suelen ser convencionales: la creación de cultura material, la posibilidad de caminar erguidos sobre nuestras piernas, la capacidad de comunicarnos mediante el lenguaje, la presencia de una gran inteligencia acorde a nuestra masa cerebral, entre otras. Sin embargo, son los comportamientos humanos modernos, aprehendidos durante la evolución humana, los que han permitido que nuestro género, Homo, se desarrolle en un plano social. Esta circunstancia tan humana, es la generadora de otras muchas cuestiones que se pueden relacionar con el campo de la psicología, véanse las emociones, las percepciones, la sexualidad, el razonamiento, la empatía, el altruismo, entre otras.1,2
La realización de este tipo de estudios y trabajos sobre planteamientos semejantes en la Prehistoria, ha sido más bien escasa por parte de la producción científica.3 El temor en muchos casos a profundizar en este tipo de cuestiones y el escepticismo y la variabilidad de opiniones que en muchos momentos transmiten, ha desembocado en un desinterés por las cuestiones más humanas, entre ellas, por ejemplo, la cuestión de los cuidados humanos.4-6 La cuestión de los modos de comportamiento social ha requerido en las últimas décadas de la necesidad de análisis sistemáticos que permitieran la generación del conocimiento más humano,3 puesto que sin ellos el estudio de la Prehistoria sería en muchos casos un estudio mecánico basado en la creación de elementos materiales preservados en el tiempo. Lo que se busca en este artículo, es la inmersión más próxima a todo este aparato conductual humano.
La realidad de los Comportamientos Sociales
La configuración social de nuestra especie ha pasado por un proceso evolutivo cronológicamente extenso, que ha permitido una gran variedad de formas sociales adaptadas al devenir de la historia: sociedades simples, sociedades complejas, sociedades jerarquizantes, sociedades subsistenciales, sociedades de consumo,4 etc. En todas ellas, el papel de la figura humana ha sido preponderante sobre el entorno en el que se desarrollaban.
A lo largo de milenios, las sociedades humanas han pasado por distintos estadios en los que la supervivencia del grupo suponía la diferencia entre la vida y la muerte. Los grupos humanos, inmersos en las cadenas tróficas existentes, desempeñaron diferentes grados de posición dentro de ellas. En un primer momento, con la presencia de grandes carnívoros, carroñeros, y, en definitiva, depredadores, el género humano se vio obligado a adaptarse y a sobrevivir como un elemento biótico más. El desarrollo de las agrupaciones humanas y de la inteligencia colectiva, sumado a la creación de útiles y herramientas necesarios para la adaptación al espacio, fueron totalmente determinantes para la expansión del género Homo por todo el planeta7 y para la recolocación de las cadenas tróficas bióticas, en las que nos situamos en el lugar preponderante como especie.
La cooperación entre individuos es un rasgo no solamente humano, pues diversas especies animales llevan a cabo comportamientos de cuidado y defensa del grupo frente a amenazas externas. Ello nos lleva a recordar que no somos sino animales, evolucionados y con inteligencia, pero animales, en definitiva.
Durante mucho tiempo, el género humano vivió de manera armonizada con el medio que lo rodeaba, satisfaciendo sus necesidades básicas a través de la caza, de la recolección, de la creación de industrias culturales, etc. Una vez que estas necesidades eran satisfechas, los grupos humanos podían dedicarse por entero a la estimulación social y humana, mejorando los lazos personales en pos del grupo. La presencia de sociedades grupales, coordinadas y dependientes de la figura del grupo o clan, conllevaría como consecuencia primera la disminución de las libertades individuales, buscando realmente la actuación favorable para el conjunto.
Sin embargo, la mayor complejización social también conlleva consecuencias peligrosas para la cohesión, como, por ejemplo, el hecho de que algunos individuos no aporten elemento alguno dentro del grupo. Este planteamiento provoca un aumento de las tensiones evidentes dentro de los miembros, cuya consecuencia primera viene derivada del aumento sustancial de los individuos de un grupo o clan. Esta problemática viene marcada generalmente por la necesidad de una mayor cooperación y por el desarrollo de un sentimiento de solidaridad, y, sin embargo, comienza indirectamente a establecer diferenciaciones entre individuos capaces o no capaces de llevar a cabo las actividades subsistenciales. Ancianos, hembras con crías, o niños y niñas, no serían capaces fisiológicamente de desempeñar estas tareas de los adultos, lo cual implica que el grado de cohesión social entre individuos de un mismo grupo o clan habría de ser alto, desarrollando sentimientos de respeto, empatía, cariño o defensa del resto de eslabones sociales.
La evidencia arqueológica: Shanidar y otros
Una de las evidencias más claras a este respecto, se encuentra en el yacimiento de Shanidar, en Irak. Este emblemático lugar para la Prehistoria, ha aportado grandes evidencias del paso de los neandertales por Próximo Oriente. Estos individuos humanos, tachados de salvajes y poco racionales hace algunas décadas, han pasado a ser una de las fuentes de información más importantes para la evolución humana, llegando nuestra especie incluso a poseer entre el 2 y el 4% del material genético de estos.8
Lo realmente interesante de este yacimiento fue el hallazgo de un individuo masculino neandertal, que presentaba numerosas patologías antes de su fallecimiento. Este varón, de entre 40 y 50 años de edad y que fue datado con una cronología de hace unos 50.000 años aproximadamente, poseía unas patologías observadas también en otros individuos prehistóricos, a destacar: una sordera profunda, una cojera evidente, una visión reducida que le hacía casi ciego, diversos problemas en un brazo, destacando que era manco,9 etc. Todas estas situaciones físicas impedirían rotundamente cualquier tipo de actividad subsistencial para este individuo, que, además, era con 40-50 años, un anciano para su época.
Estos hechos, observables tras el estudio antropológico del cuerpo, mostraron que este individuo no falleció de forma directa a causa de ninguna de estas complicaciones físicas. De hecho, algunas de las patologías presentes, como la falta de visión y la evidente ceguera, fueron producidas a raíz de un fortísimo golpe que recibió cuando era solamente un niño. La mayoría de estas presentan signos de curación destacables, que únicamente con el transcurso del tiempo podrían haberse producido.
La cuestión reside en que un individuo perteneciente a un grupo humano neandertal, apenas podría desplazarse por el territorio con estas características físicas y mucho menos haciéndolo solo. Sus dificultades físicas reducirían notablemente sus posibilidades de supervivencia, claramente mermadas en la capacidad de sus sentidos. Estas problemáticas supondrían en cualquier otro orden trófico la rápida muerte y abandono del individuo,10 pues ante la acción de carnívoros o depredadores, este estaría completamente expuesto y ello conllevaría un riesgo evidente para el grupo o clan.
Sin embargo, los análisis antropológicos muestran que fue capaz de sobrevivir hasta la edad aproximada de 40-50 años.9 Todas las evidencias apuntan a que solo con la ayuda del resto del grupo de individuos neandertales, este varón anciano consiguió llegar hasta la vejez.6,11 En este punto son muchas las cuestiones que se suscitan. En primer lugar, parece evidente que esta especie humana, Homo neanderthalensis, poseía una complejidad social tal, como para cuidar altruistamente a otros individuos menos capaces dentro del grupo. Estas implicaciones sociales, inexistentes hace algunas décadas, cobran ahora una gran importancia para estos individuos, mostrando que no solo nuestra especie (Homo sapiens) era capaz de cuidar de los suyos en los momentos más difíciles, sino que podríamos remontar esta capacidad social hasta más allá de la propia existencia de los neandertales.
Sentimientos y comportamientos modernos como la compasión o el altruismo, permitirían a este individuo depender de forma prácticamente total del resto de miembros de su grupo social, y, por ende, sobrevivir. Con mucha seguridad, este anciano sería cuidado física y mentalmente por el resto de individuos del clan, prolongando de esta forma su vida.
Algunos autores han propuesto que este gesto de compasión y preocupación por la supervivencia de este anciano estaría más bien relacionado con la posición de poder o jerárquica que poseería dentro del grupo, una cuestión reseñable en los objetos de adorno o en las inhumaciones halladas.12 No obstante, hay que tener en cuenta que dentro de estas sociedades neandertales, resulta más bien complicado establecer este tipo de divisiones sociales, debido a la ausencia de evidencias claras.7 Sea como fuere, lo que resulta claro es que esta sociedad cooperativa y solidaria que se presenta a partir no solo de este hallazgo, planteaba una conducta social avanzada y, además, muestra la presencia de pautas básicas de cuidado de los más desprotegidos, un comportamiento humano evidente.4
Otra de las cuestiones que subyacen es precisamente el compartimiento del alimento obtenido por el grupo. Normalmente, cuando se refiere al acto de compartir el alimento, se obvia por completo que se produce un traslado y una evidente posposición de su consumo hasta la llegada al lugar de residencia del grupo humano.6 Esta cuestión es totalmente diferente a lo que realizan otros animales, que buscan la satisfacción inmediata del instinto tras la caza. Esta evolución del instinto humano, que no deja de ser un reflejo animal más, se ha relacionado con estos comportamientos humanos modernos que reflejan una sociedad de individuos preocupados por la subsistencia del grupo y de sus eslabones. Evidencias como la de Shanidar, muestran que efectivamente se produjo un cuidado por parte del resto de individuos humanos hacia aquellos más desprotegidos ante los peligros de la naturaleza, signos inequívocos del cuidado y de la protección de los humanos hacia sus próximos.
Otro caso muy similar al hallado en Shanidar, pero más próximo a los contextos europeos, es el del yacimiento de La Chapelle-aux-Saints, en Francia. La excavación de este yacimiento mostró a sus descubridores la presencia de un individuo neandertal masculino, también de avanzada edad, y que presentaría graves patologías en el momento de su muerte.13 Entre algunas de estas destacaba la presencia de una artrosis grave en las vértebras cervicales y en el hombro; había perdido la mayoría de molares y sus encías se encontraban bastante dañadas; seguramente padecía de sordera parcial; poseía una rodilla deformada, etc. La suma de estas patologías impediría casi con total seguridad la posibilidad de que este individuo se valiera por sí mismo. Sin embargo, aun con estas patologías tan adversas, pervivió durante bastante tiempo gracias al cuidado físico (y seguramente mental) de los miembros del grupo. Nuevamente, este hallazgo viene a mostrar la existencia de una red de valores y de lazos de solidaridad establecidos en estos grupos humanos antiguos hacia sus miembros más ancianos.
Asimismo, cabe mencionar otra circunstancia relacionada con el cuidado de los miembros de un grupo humano hacia sus semejantes: el enterramiento o inhumación. La cuestión de los rituales simbólicos tras el fallecimiento de un individuo en la Prehistoria es extensa y compleja en muchos casos. Sin embargo, cabe reflexionar sobre la finalidad primera del propio enterramiento, que no es otra que despedir y facilitar el paso de la vida a la muerte de dicho individuo. Relacionando esta cuestión primera con los cuidados, se puede apreciar no solo un cuidado del cuerpo y de los restos óseos en una clara intencionalidad manifiesta de preservación de estos, sino además de un cuidado mental y simbólico tanto para el individuo como para el resto del grupo. Aunque menos estudiados, los cuidados mentales también juegan un papel importante dentro de la conjunción del grupo o clan, como nexos de unión y reforzadores de la identidad conjunta.
En este caso, el individuo inhumado en la cueva de La Chapelle-aux-Saints, fue tratado con un claro respeto y cuidado tanto en la deposición de sus restos como en la localización espacial en la que fue enterrado,14 símbolo inequívoco de respeto y empatía hacia este dentro del grupo neandertal. En otros muchos casos, como el de Shanidar 4, se han podido observar recientemente algunas de estas variabilidades funerarias. Aquí destaca la presencia de una cama hecha de diversas flores y ramas,15 sobre la que se habría situado al difunto. Nuevamente se puede relacionar el concepto mortuorio de estas sociedades prehistóricas con el cuidado mental que se ofrece por y para el grupo, no solo en calidad de acto simbólico, sino también como paliativo psicológico con el que superar la pérdida de un valioso miembro del clan. Este planteamiento liga por entero el comportamiento funerario con la intencionalidad manifiesta de superación de la pérdida y de las adversidades del grupo, mejorando en cierta manera las relaciones interpersonales de los diferentes miembros.
Los cuidados (físicos y mentales)
El concepto de “cuidados” ha sido tratado en periodos temporales más recientes, como la Edad del Bronce o la Edad del Hierro. En estos, el término “cuidar” ha cobrado un mayor elenco de definiciones que el que poseía en la Prehistoria más antigua y generalmente muy relacionado con la actividad y el papel de la mujer en el desempeño de las tareas cotidianas y en el cuidado de niños y mayores. Este tipo de actividades, véase la preparación de alimentos, actividades de mantenimiento, conservación del hogar, confección de útiles y vestimentas, etc., son tanto o más importantes que otras actividades consideradas tradicionalmente principales y suponen, además, la estabilidad tanto física como mental de los integrantes del grupo humano.5
La valoración de estos cuidados interpersonales entre los diferentes miembros del grupo, no solo valoriza la posición relevante de la mujer dentro de la conjunción humana, sino que además demuestra una vez más que la presencia de los cuidados no solo sería de una forma física,6 sino también mental, indispensable para la supervivencia del grupo humano.
Esta cuestión es también aplicable a periodos más antiguos de la Prehistoria, en los que los diferentes miembros del grupo tendrían que permanecer unidos entre sí como condición sine qua non para su supervivencia.
Resulta muy interesante para esta reflexión, la propia estructura de los grupos humanos. En grupos donde se produce una colaboración interpersonal alta, se pueden observar cambios relevantes relativos al apartado psicológico, a la mejora de la empatía, a la híper-cooperación o a una capacidad superior de comprensión social y grupal. Algunos estudios van más allá y proponen que las interrelaciones entre individuos de un mismo grupo facilitarían el reconocimiento de los individuos enfermos y de las enfermedades en sí mismas,16 puesto que los rasgos sociales y cognitivos asociados al incremento de la complejidad social en el género Homo, permitirían a través del cuidado de la salud del grupo reducir la progresión de enfermedades y la gravedad de los brotes.17 Estas cuestiones, sumadas a la alta adaptabilidad de los grupos humanos al territorio y al gran conocimiento del medio natural circundante, permitirían la utilización de una gran diversidad de plantas y elementos paliativos con los que hacer frente a determinadas situaciones usuales. El conocimiento de la paleobotánica y de la paleomedicina ha permitido durante milenios la utilización de ungüentos y papillas a modo de remedios eficientes contra algunas patologías frecuentes.18 Las reacciones de nuestros antepasados y las nuestras mismas, no distan mucho de las que realizan otros animales (destacando los simios) cuando padecen calor, frío, fiebre, picor o dolor. Todas estas reacciones, sentidas sin lugar a dudas por los homínidos a lo largo de la Prehistoria, conllevarían no solo un cuidado personal por parte de estos individuos, sino además de un cuidado interpersonal con el resto de miembros del grupo, nuevamente en un plano tanto físico como mental.
La importancia del cuidado de la salud entre los miembros de un grupo tendría que ser máxima en la Prehistoria más antigua, donde la capacidad de aportación de cada individuo a este era muy alta, véase por ejemplo en la caza. La pérdida de un individuo adulto capaz de cazar, pescar, cuidar a los más pequeños o desempeñar otro tipo de actividades cotidianas, supondría una gran problemática para el conjunto humano, que vería totalmente mermada su capacidad de adaptación, teniendo en cuenta lo reducido de los grupos y clanes.
Una posibilidad escasa pero altamente negativa para un individuo, era la presencia de algún tipo de lesión degenerativa ósea o medular, así como de enfermedades inflamatorio-degenerativas que afectarían parcial o totalmente al desempeño personal del individuo. Entre los neandertales fueron muy comunes las artropatías de naturaleza degenerativa, como así nos han mostrado diversas evidencias óseas.19 Ya con la llegada de Homo sapiens al continente europeo y con los inicios del llamado Paleolítico Superior, las patologías degenerativas más frecuentes son algunas entre las que destacan: las artritis y las fracturas consolidadas, ambas bien diagnosticadas en las evidencias óseas humanas.
Un ejemplo hallado en el yacimiento argelino de Afalou-bou-Rhumel, presenta a un individuo masculino con severa poliartritis, anquilosis en varias articulaciones, entre otros factores patológicos. Con casi toda seguridad, este individuo no podía valerse por sí mismo para comer ni mover los brazos.18 Sin embargo, las analíticas forenses mostraron que sobrevivió durante un largo tiempo, seguramente ayudado en las tareas más básicas por quienes le rodearon en vida.
La presencia abundante de caries, luxaciones, infecciones peri-radiculares, traumatismos severos o incluso amputaciones, reflejan una existencia dura y complicada para todos estos grupos humanos prehistóricos a lo largo de sus cortas vidas. Sin embargo, nuestra especie ha perdurado en el tiempo extendiéndose por todos los continentes y adaptándose a las diferentes situaciones ecológicas y climáticas, un hecho para el que sin duda alguna intervino en gran medida la conjunción grupal e interpersonal creada a partir de la importante complejidad social que fue desarrollando Homo con el paso del tiempo. El apoyo nuclear y el cuidado de los miembros del grupo, fueron piezas clave para sustentar los cambios físico-psicológicos que nuestra especie experimentó a lo largo de la Prehistoria.
Algunos autores relacionan el concepto de los “cuidados” con el concepto del “amor”.2 En cierta manera, el amor es un sentimiento muy humano que se produce desde nuestro nacimiento (por parte de nuestros padres y familiares), hasta el final de nuestras vidas. Las emociones y los sentimientos, intervienen de igual manera dentro las relaciones interpersonales en un grupo, una cuestión que puede relacionarse efectivamente con el cuidado de las crías, de los ancianos o de los enfermos.
Dado que la evolución fisiológica de nuestro cuerpo ha determinado un parto más dificultoso por la estrechez de la cadera y por el desarrollo de esta, las crías en nuestra especie han visto mermadas sus capacidades de madurez a corto plazo. Esta cuestión ha facilitado enormemente que, seres tan culturales como nosotros, tengamos más tiempo de aprendizaje que otras especies, desarrollando inmensamente nuestras capacidades y nuestra masa encefálica, adquiriendo por tanto una mayor complejidad evolutiva. Este aprendizaje no solo se ve reflejado en las capacidades materiales: en la creación de útiles líticos, en la práctica de la caza o en la habilidad para desarrollar arte rupestre, sino que, además, favorece una mayor socialización entre los miembros del grupo, estableciendo relaciones interpersonales complejas que favorecen la unión del clan en el futuro. Es esta precisamente la clave por la que somos seres eminentemente sociales, puesto que desde que somos individuos infantiles desarrollamos nuestras relaciones personales a partir de los sentimientos y de los cuidados de nuestros familiares, básicos para la conformación y evolución del ser humano.2
La existencia de la llamada “childhood” o infancia prolongada, permite que los individuos prosperen como grupo y adquieran relaciones sociales complejas que posteriormente se traducen en el cuidado de las crías o de los ancianos, como así se puede observar en muchos otros yacimientos prehistóricos: Man Mac Burial 9, Vietnam;20 La Ferrassie, Francia;21 Lanhill Burial 7, Reino Unido;22 Sima de los Huesos, España;23 etc. Es esta la verdadera clave del éxito de la supervivencia de nuestra especie.
Cabe ofrecer también una reflexión acerca del estilo de vida que se desarrolla en estos momentos de la Prehistoria. La enfermedad y la violencia son dos factores que se presentan en las sociedades humanas desde prácticamente el inicio de los tiempos. Los factores patológicos asociados a ambas cuestiones, tendrían una incidencia clara en el desarrollo de la vida de los grupos prehistóricos. La aplicación de cuidados, curas y tratamientos paliativos, surgirían fundamentalmente como una preocupación por alargar la vida de los individuos, por enfrentar precisamente esas amenazas inherentes en el entorno que rodeaba a los grupos humanos.
Precisamente de esto se encarga la Paleopatología, ciencia que estudia no solo las sintomatologías evidenciadas en los restos óseos de los individuos prehistóricos, sino que aporta además información sobre cómo estos cuidaron a sus semejantes durante la vida (a tenor de las evidencias de fracturas, roturas y otras patologías curadas) pero también durante la muerte (como se observa en los rituales funerarios cada vez más complejos).
Esta ciencia, así como la propia Antropología Forense, fundamental a la hora de analizar los restos óseos humanos, permiten vislumbrar las condiciones de vida del pasado, mostrando una realidad muy evidente y es que las poblaciones humanas durante la Prehistoria padecieron y desarrollaron numerosas dificultades a la hora de superar o tratar de evitar numerosas enfermedades.3,18 A este respecto, hay que sumar también las dificultosas condiciones de supervivencia a las que se verían sometidos estos individuos por la naturaleza y las cuestiones climáticas existentes.
La Prehistoria nos enseña una vez más que la evolución del género Homo no fue un camino de rosas, no constituyó en sí misma una línea recta o corta, sino más bien lo contrario: explotamos materias primas que nos fueron brindadas por la geología terrestre durante millones de años; desarrollamos útiles y herramientas para compensar nuestras carencias morfológicas presentes en otros carnívoros o mamíferos; y desarrollamos un complejo sistema social, familiar y nuclear que nos permitió asentar todas estas cuestiones sobre la interrelación de nuestros grupos humanos.1
Los cuidados hacia los más débiles, el cariño y el compromiso entre los miembros del género Homo para la supervivencia del grupo, fueron, sin lugar a dudas, las claves evolutivas que permitieron el ascenso de la especie humana hasta el más alto de los niveles tróficos.