Eran los años 40 del siglo XVII. Una mujer de buena talla y ágil caminar atraviesa descalza los puertos montaraces de la frontera de Granada en dirección a una pequeña villa de los confines de Mágina, en el reino de Jaén. Va a fundar un hospital.
Hace apenas tres años que, en Cabrilla, que así se llamaba el pueblo, tuvo lugar un acontecimiento prodigioso. La mesonera María Rienda recuperó la manquedad de una mano cuando intentaba quitarle el polvo al lienzo de un cristo que portaban unos arrieros que hacían noche en su posada. El cuadro formaba parte de los enseres de un caballero principal de la ciudad de Burgos, a quien el rey había nombrado corregidor de Guadix. El caballero tomó posesión de su cargo, pero el portentoso lienzo se quedó en el pueblo por aclamación popular. Su modesta iglesia se estaba convirtiendo en centro de peregrinación de toda clase de enfermos y desahuciados que buscaban la solución a sus males por la vía del milagro. Y donde hay milagros, hay pobres en abundancia, a los que la viuda Marta Carrillo parecía urgirle atender.
Pero ¿quién era esta azarosa mujer que tan decididamente se aventuraba limosneando por estas solitarias y peligrosas veredas? Sencillamente, una mujer tocada por la conciencia de la desigualdad humana que, en su afán por fundar un hospital con el que atender a las personas más desprotegidas, estaba dispuesta a superar todos los estorbos que una sociedad patriarcal y opresiva le impondría. Porque era la empresa que le daba un nuevo sentido a su vida. Y bien que lo haría, aunque pagando el severo tributo de la invisibilidad. Por eso hoy nos proponemos reivindicar a Marta y a sus intrépidas mujeres que, como tantas otras a lo largo de la historia, dedicaron su existencia a construir una sociedad más justa y tolerante.
Marta Carrillo vino al mundo en el seno de una familia acomodada de Priego de Córdoba en 1590, el mismo año que hicieron santo a Juan de Dios, el fundador del hospital de Granada. Toda una premonición, pues el personaje y la ciudad condicionarían la intensa labor como fundadora hospitalaria que Marta desarrolló a lo largo de su vida. Una inclinación a ayudar al prójimo que no resultaba extraña en la pequeña prieguense, pues tuvo una maestra de caridad en su propia madre, María de Aguilera, que era aclamada por sus vecinos como santa y limosnera.
Siguiendo el designio para las mujeres de su época, la joven Marta fue casada a muy corta edad, teniendo una fecunda historia obstétrica que inició cuando contaba solo trece años de edad. Y llegó a tener nada menos que trece hijos, de los que le vivieron solo tres. Por este tiempo era vecina de la ciudad granadina de Santa Fe y, cuando enviudó, se operó en ella una enorme transformación. Adoptó un modo vida ascético, pues desde entonces nunca se puso camisa ni durmió en cama. Empezó a recibir en su casa a pobres viandantes y a enfermos, a los que socorría y curaba con remedios tan rudimentarios como aplicarles ungüentos hechos con aceite de candil y ceniza, que empleaba con trozos de lienzo.
La ciudad de Granada, que aún estaba inflamada con la obra hospitalaria de Juan de Dios, fue la primera en beneficiarse de una serie de fundaciones para socorro de pobres y desfavorecidos que Marta Carrillo realizó en diversos lugares de Andalucía. En la ciudad de los cármenes estableció un beaterio para doncellas pobres, que no logró consolidar, y fomentó una sala para convalecientes en el hospital Real de Granada, aunque este mérito no le fuera reconocido por el Arzobispo Martín Carrillo de Alderete, que se atribuyó con exclusividad su patrocinio.
Estas primeras experiencias, ciertamente frustrantes, pueden explicar su decisión de abandonar Granada y, dejando sus hijos a buen recaudo, iniciar su camino de peregrinaje por Andalucía en su búsqueda de un entorno propicio para sus aspiraciones fundacionales. Sus coetáneos refieren la labor de socorro de forzados en Cádiz, en cuyas atarazanas entraba para cuidar de su sustento corporal y espiritual. Y cuando supo que algunos religiosos franciscanos se embarcaban en Sevilla para ir a Japón, allí que quiso ir la intrépida Marta en busca del martirio, cosa que finalmente le impidió su confesor.
Por aquel entonces ya vestía el hábito descubierto como terciaria, la rama secular de los franciscanos, habiendo adoptado el nombre de Marta de Jesús. Este es un dato interesante, pues explica la razón de que muchas mujeres de la época y aún posteriores, buscasen el amparo de la Iglesia para poder materializar sus aspiraciones como líderes o reformadoras. A la Orden Tercera de San Francisco podían acogerse personas que queriendo seguir los pasos del santo, tenían algún impedimento para hacerlo dentro de la orden regular, como por ejemplo estar casados, que fue el caso de Marta Carrillo.
Al autotitularse, ella insiste en señalar que era hermana del “hábito descubierto”, ya que en los terciarios este era un atributo especial que concedía la orden para avalar la calidad de la persona que lo ostentaba, a diferencia de los que revestían el hábito parvo o encubierto bajo los ropajes, que eran la mayoría. Eso significa que aquella Marta de Jesús parecía monja, aunque en realidad no lo era en su sentido estricto, pues no estaba sometida a la clausura de una comunidad de religiosas, sino que podía hacer una vida normal como persona seglar. Esta fórmula de adscripción liminal a la Iglesia, que hizo extensiva a todas las mujeres que le acompañaron en vida, resultó altamente efectiva para su empresa hospitalaria, pues le dotaba tanto de un marco jurídico como de la libertad de movimiento que necesitaba. Y también pone de manifiesto el ingenio de estas mujeres para superar los limitantes que la sociedad les imponía. Marta de Jesús Carrillo utilizó su condición de terciaria y su hábito descubierto para hacer creíbles ante las autoridades sus iniciativas fundacionales, a la vez que legitimaba el sistema de demandas con el que garantizó su sostenibilidad económica y por tanto su viabilidad en el tiempo.
Así pues, volvamos a los rudos senderos de Mágina para acompañar a la madre Marta al puedo de Cabrilla, que entonces aún estaba bajo la jurisdicción de la ciudad de Úbeda. Lo que hizo en el pueblo y cómo lo hizo nos servirá para ilustrar la aplicación femenina del modelo de la hospitalidad instaurado un siglo antes, que se caracteriza por un acercamiento a las personas más frágiles de la sociedad desde el reconocimiento de la dignidad humana como derecho tácito, por un tipo de institución hospitalaria renovado que enfatizaba la curación y la asistencia integral del ser humano, y por un intento de dotar de mayores cotas de profesionalidad a quienes van a ejercer el oficio de enfermeras, identificado de una forma muy sutil en el caso de las mujeres.
Nada más llegar al pueblo, se presentó ante el prior de su iglesia, pues la regla obligaba a las hermanas terciarias a ponerse bajo la autoridad moral de un guía espiritual. En este caso lo fue el Licenciado Perea, que con el tiempo daría testimonios muy valiosos sobre la vida y costumbres de Marta en Cabrilla.
Por él conocemos que durante una década estuvo alojada en casa de una familia del pueblo, la de Marina Alonso y Martín de Valenzuela, donde recibió a varias de sus primeras seguidoras, entre ellas la misma patrona cuando enviudó. Con ellas llevaba una vida muy exigente, hasta el punto de que no todas soportaban las privanzas y trabajos a los que se sometían, especialmente durante la etapa de construcción del hospital, en el que las obligaba a asistir a los albañiles acarreando materiales. Algunas abandonaron esa vida marcada por la abstinencia y la mortificación.
A pesar de ser una mujer de cuerpo robusto, apenas se sustentaba con unas migas a base de pan, agua, aceite y sal. Solía andar descalza, incluso cuando iba por los montes a pedir limosna a los pueblos comarcanos, y solo por obediencia a su confesor consintió en calzarse unas alpargatas cuando tenía la edad 60 años. Vestía según costumbre de la orden terciaria, con apenas unas tocas, y dormía en el suelo, sobre una estera, sentada, arrimando las espaldas a la pared y usando una piedra por almohada.
El periodo previo a la fundación del Hospital podríamos catalogarlo como una etapa limosnera que tuvo como objeto la captación de recursos y la fijación de un modelo muy concreto de asistencia al enfermo y al pobre. ¿Pero por qué Marta tituló su gran obra de forma genérica como Hospital de la Misericordia? Porque no fue algo espontáneo, sino que observamos cómo ella siguió estrictamente el guion de las virtudes asociadas al modelo renovado de la hospitalidad, que se sustentaba en el ejercicio de las obras de Misericordia, tanto corporales como espirituales. Era lo que los médicos de entonces denominaban “las cosas no naturales”, y ya en nuestro tiempo, las necesidades humanas básicas.
Veamos cómo armó su particular catálogo de obras de misericordia:
- Para alimentar a las personas más frágiles, recogía aceite y mandaba amasar pan para darlo a los niños que acudían a su puerta o repartirlo costal a cuestas por el pueblo los domingos. De hecho, llegó a tener su propio molino de pan, para que no le faltasen provisiones.
- Para vestir a la gente más necesitada, pedía sobrantes de lienzo y con ellos hacía tramados de tela con los que sus mujeres confeccionaban camisas que luego entregaba a niños, mayores y muy especialmente a las doncellas, para que compusiesen el ajuar con que casarse.
- Su primer hospital, que armó con una ayuda de mil reales proporcionada por el Concejo de Úbeda, estaba orientado a proporcionar cobijo a los que no tenían, así como a remediar sus males por unos días.
- Su hospital definitivo, que estableció simbólicamente en el edificio del mesón donde ocurrió el milagro del Cristo de Burgos, estuvo dedicado especialmente a la asistencia de los peregrinos, y cuando estos agravaban o morían disponía una ayuda económica para que pudiesen ser trasladados a lugares más a propósito o a sus lugares de origen.
- Probablemente el pequeño municipio no contaba con muchos presos a los que visitar, pero sí lo hizo a los galeotes y forzados que malvivían en las galeras de los puertos andaluces para proporcionarles ropa y alimentos. Lo hacía aprovechando sus desplazamientos a Sevilla o a Sanlúcar de Barrameda para captar limosnas al tiempo de la llegada de los galeones de las Indias.
- No se olvidó del precepto de enseñar al que no sabe, por lo que instauró una escuela de primeras letras con la obligación de proporcionar instrucción gratuita a seis niños pobres de la localidad.
- Y para proveer el auxilio espiritual a la gente que lo necesitara, dotó económicamente una capellanía con sede en el pequeño templo que edificó junto al hospital, poniendo bajo su cuidado a un nieto que era clérigo.
Marta de Jesús se entretuvo en Cabrilla durante casi un cuarto de siglo construyendo su entramado benéfico-asistencial, que logró consolidar con un paquete de rentas donde no faltaban las fincas rústicas y urbanas, industrias y negocios locales, así como bienes a censo por los que obtenía beneficios sobrados para sustentar su obra. Y todo ello gestionando de una manera efectiva el sistema económico potenciado por la iglesia católica como uno de los pilares de la contrarreforma: la limosna.
Los que le conocieron en vida, afirman que Marta de Jesús experimentaba no pocas contradicciones espirituales y temporales. La más señalada fue la frustración que le produjo no haber logrado que le autorizasen establecer en Cabrilla un hospital de curación o convalecencia, pues la enfermería era su verdadera vocación. Por esta razón, aprovechando sus contactos en Sevilla y con la ayuda de la que sin duda fue la más fiel de sus seguidoras, Beatriz de la Concepción, logró los apoyos necesarios para embarcarse en la que sería su última aventura fundacional. En el invierno de 1665, cuando contaba nada menos que 75 años, Marta decide dejar el pueblo de Mágina y transitar por última vez el largo camino hacia la capital de Andalucía. Eso sí, dejando bien atadas ante notario todas las memorias que había fundado en el pueblo, cuyo cuidado encargó a su nieto el Licenciado Juan de Jesús Montero de Espinosa, y tras él al prior de la iglesia, bajo la fiscalización del Obispo de Jaén. De hecho, su empresa benéfica pervivió todavía dos siglos más, hasta la época de las desamortizaciones de los bienes eclesiásticos en el siglo XIX.
En Sevilla le esperaba su compañera Beatriz Jerónima de la Concepción, otra mujer excepcional que pide a voces un lugar en la historia. Sevillana de nacimiento y humilde origen, de temperamento melancólico, tuvo que afrontar el robo de su única hija y al enviudar entró como terciaria franciscana. Por ello debió congraciar muy pronto con Marta de Jesús, a la conoció por alojarse en la casa en que Beatriz servía y a la que siguió hasta sus últimos días.
Con el apoyo de algunas familias principales, Beatriz ya había iniciado las gestiones para la creación de un hospital destinado a cuidar a mujeres impedidas y desamparadas. Le pusieron el nombre de Cristo de los Dolores, aunque popularmente fue conocido como el Hospital del Pozo Santo. Y aún se le conoce así, porque el hospital sigue prestando asistencia cuatro siglos más tarde. Lo curioso es que, una vez habilitado el hospital, la primera enferma ingresada fue la propia Marta de Jesús, siendo su última residencia y el lugar donde falleció en 1669.
Y esta es la síntesis biográfica de Marta de Jesús Carrillo. Una mujer fundadora hospitalaria, declarada venerable por la Iglesia junto a su compañera Beatriz, que no pudieron ser beatificadas porque el expediente que se elevó al Vaticano, se perdió en un naufragio en su viaje a Roma, con lo cual estas mujeres quedaron condenadas al olvido. Hasta el punto que hace tan solo unos años que se pudo establecer una relación entre la Marta de Cabrilla y la de Sevilla, pues se les tenía por personas distintas. Lo cual introduce un estimulante interrogante ¿cuántas Martas permanecen aún ocultas en la oscuridad de los mamotretos de los archivos, que están esperando ser sacadas a la luz por los historiadores? Sin duda todo un desafío para la enfermería de nuestro tiempo, pues ellas son parte de nuestro patrimonio que debemos recuperar.
Sevilla es una ciudad esplendorosa que recibe a miles de turistas ansiosos de ver su magnífica catedral con su majestuosa giralda. Pero si tenéis la oportunidad de visitar esta ciudad andaluza, no dejéis de preguntar por el recóndito hospital del Pozo Santo, pues merece la pena conocer una de las joyas barrocas escondidas en su entramado histórico. Y la cuna de una de las iniciativas más singulares de la historia de la enfermería y también de la historia de las mujeres.