Las clases virtuales son una modalidad de estudio a distancia que se ha usado durante más de 10 años [1]. Al encontrarnos en una emergencia sanitaria por la COVID-19, su aplicación alrededor del mundo se volvió una obligación para precautelar la vida de los estudiantes [1]. Por eso, la población universitaria tuvo que adaptarse a nuevas condiciones de estudio, como clases, trabajos y exámenes en línea, con el fin de no detener su aprendizaje [1]. Un análisis realizado en una universidad de Colombia, previo al desbordamiento de la COVID-19, expone que las aulas virtuales se configuran en escenarios de innovación educativa caracterizados por su flexibilidad, integralidad, versatilidad, potencialidad y diversidad [2].
La población estudiantil, para no interrumpir su semestre o año, se adaptó a esta modalidad, pero sin estar del todo conforme con la educación impartida. El diario La Nación de Paraguay, en una entrevista a autoridades educativas, manifiesta que [3] la educación a distancia tiene su propia metodología y sistema de evaluación, y esta situación repercute sobremanera en el desarrollo correcto y adecuado del aprendizaje. Esa afección la sufren los estudiantes y también nosotros.
Teniendo en cuenta lo vivido con la modalidad virtual, las enseñanzas son útiles, pero el tiempo excesivo que se dedica a las clases ya afecta directamente a los alumnos, ya que muchos están expuestos varias horas al dispositivo electrónico, lo que les puede causar distintas afecciones, además de que algunos docentes tienen un bajo desarrollo en el uso de las tecnologías.
El panorama actual de las clases virtuales es desalentador debido al abuso y destacan los peligros que existen en las redes sociales. La alta exposición de las personas a ellas facilita aún más su difusión. Es de suma importancia la búsqueda de soluciones que sirvan de ayuda a estos problemas.