La transformación digital se considera el cambio necesario y más conveniente para afrontar la crisis en la que están sumidas las organizaciones sanitarias y la medicina actual.
Según el Banco Mundial, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos y la Organización Mundial de la Salud, el desperdicio que anualmente supone una atención sanitaria carente de valor es de aproximadamente 1,8 billones de dólares. Estiman una escasez de mano de obra de más de 10 millones de trabajadores de la salud para 2030, la mayoría en países de bajos y medios ingresos [1,2]. Por otro lado, la demanda de servicios sanitarios por una población envejecida con más pluripatologías y enfermedades crónicas crece, y se establece, de esta manera, un claro desequilibrio entre la oferta y la demanda. Se añade la mayor complejidad en la atención, ciudadanos que esperan respuestas rápidas, precisión en los diagnósticos y tratamientos, una medicina muy técnica y percibida como deshumanizada, todo ello en el seno de estructuras organizativas acostumbradas a no medir los resultados de sus intervenciones y en la que la variabilidad clínica es una constante, con profesionales que tampoco se muestran satisfechos de cómo desempeñan su trabajo.
La actual capacidad computacional en el análisis, la integración y la trasmisión de múltiples datos, junto con las aplicaciones de inteligencia artificial en la actividad asistencial, en la gestión sanitaria, en la investigación biomédica y en las aplicaciones de bienestar, promete facilitar un giro de dirección hacia esa medicina del siglo XXI -predictiva, preventiva y poblacional, pero a la vez personalizada, de precisión, en la que participen los ciudadanos (medicina de las 6P)-, en la que eliminaremos las tareas burocráticas y repetitivas que nos impiden hacer lo que realmente aporta valor, lo que nos abrirá, incluso, y puede parecer paradójico, una oportunidad de oro para reforzar la relación médico-paciente y hacerla más humana.
Esta gran transformación requiere tres elementos esenciales: tecnología, medidas legislativas que permitan innovar e investigar, al mismo tiempo que se garantiza el uso seguro y ético de las tecnologías y los datos, y, lo más importante, la necesaria participación de los profesionales, en concreto, de los médicos, clave para conseguir el éxito en este nuevo desafío en la medicina.
La falta de conocimiento y confianza sobre las nuevas tecnologías es una de las principales barreras para su adopción y para ejecutar satisfactoriamente el cambio [3], por lo que se deriva la obligación de formación médica, formal y coordinada, con el objetivo de adquirir habilidades, conocimientos y actitudes para utilizar las tecnologías digitales de manera efectiva.
Urge un plan nacional para que los médicos en activo adquieran competencias en tres grandes líneas básicas: una en conocimientos técnicos en sistemas de información y comunicación de salud electrónicos, inteligencia artificial y analítica de datos, para poder confiar en estas herramientas e incluirlas en la toma de decisiones clínicas; otra en competencias digitales para mejorar la comunicación en estos nuevos escenarios de relación médico-paciente; y la tercera, una línea de formación en aspectos éticos y legales inherentes al despliegue de la medicina del futuro y sobre el acceso, uso y gobernanza de los datos sanitarios.
Por supuesto, planificar esta formación en salud digital en los estudios universitarios de medicina, con la visión de educar a los médicos de hoy y evitar brecha alguna con la realidad social y laboral que encontrarán cuando tengan que ejercer, se convierte en un requisito principal de la estrategia de implementación de la salud digital. Hay estudios sobre la percepción que tienen los estudiantes de medicina europeos sobre la falta de educación médica en salud digital en los programas curriculares, indicador, quizás, de que no vamos por el camino correcto y de que se requiere un plan de actuación que aproveche las capacidades digitales innatas de estas generaciones para el servicio de las necesidades generadas por la salud digital [4].
En definitiva, la educación médica y el aprendizaje efectivo en todos los aspectos de salud digital deben ser prioritarios en la estrategia de la salud digital, y una responsabilidad de todos los actores involucrados en la formación médica continua y en la formación pregrado y especializada, ya que los médicos seguirán siendo responsables del acto médico en contexto de salud digital, no las empresas de inteligencia artificial, por lo que la interacción humano-máquina en el proceso médico sólo es beneficiosa si tenemos los conocimientos y habilidades para entenderla y modularla en beneficio de la salud de los ciudadanos.