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Revista de la Asociación Española de Neuropsiquiatría

versão On-line ISSN 2340-2733versão impressa ISSN 0211-5735

Rev. Asoc. Esp. Neuropsiq.  no.87 Madrid Jul./Set. 2003

 

DEBATES

 

Amores en fuga*

Escaping loves

 

 

Lola López Mondéjar

Psicóloga clínica, Psicoanalista, consulta privada

Dirección para correspondencia

 

 


RESUMEN

La lucha por la igualdad entre los géneros trajo consigo una profunda transformación en las relaciones entre los hombres y las mujeres que ha desembocado en una verdadera crisis de la heterosexualidad. La banalización de lo sexual, el carácter transitorio de las relaciones de pareja, la multiplicidad de uniones homo, las políticas de la igualdad entre los géneros, nos enfrentan a un futuro donde estos aparecen desdibujados y confusos. El psicoanálisis, obligado a dar cuenta de estas transformaciones, no puede mantener intactas unas teorías de la sexualidad humana nacidas en la Viena finisecular, cuya obsolescencia impide la comprensión de las relaciones interhumanas y de la nueva subjetividad desde la clínica. La autora se interroga sobre la centralidad del Edipo, la prioridad de la represión como defensa que funda el inconsciente, el carácter regresivo de la bisexualidad, y otras afirmaciones del psicoanálisis, confrontándolas con la versatilidad objetal y el polimorfismo sexual de la sociedad posmoderna, rescatando el carácter transgresor de la pulsión, su vocación de puro desplazamiento, buscando interrogar la tendencia patologizadora de un psicoanálisis que, a menudo, actúa como un agente normalizante más de la sexualidad.

Palabras clave: Heterosexualidad. Género. Bisexualidad. Psicoanálisis. Represión. Disociación. Sexualidad. Amor.


ABSTRACT

The fight for equality between genders brought in itself a deep transformation in the relationships between men and women. This has derived in a true crisis of heterosexuality. The banality of the sexual, the transitorial character of relationships, the multiplicity of the homo unions, the politics of equality between genders, confront us with a future where all these appear blurred and confused. The psychoanalysis, science in charge of explaining these transformations, cannot maintain intact the human sexuality theories born in the finisecular Vienna, which obsolete nature does not allow to the comprehension of human relationships and the new subjectivity from the clinic. The writer questions herself about the centrality of Oedipus, the priority of the repression as a way of defense used by the subconscious, the regressive character of bysexuality and other afirmations of the psychoanalysis. She confronts them with the objective versatility and the sexual polyformity of the postmodern society, rescuing the transgressor character of the pulse and its vocation of pure displacement. In this way, she is looking for the interrogation of the pathological tendence of a psychoanalysis which very often acts as another normal agent of the sexuality.

Key words: heterosexuality, gender, bysexuality, psychoanalysis, repression, dissociation, sexuality, love.


 

"Las pulsiones son seres míticos, formidables en su imprecisión"
Freud, 1.933

 

Introducción

En los últimos años, el psicoanálisis ha sufrido un decisivo descentramiento de sus paradigmas iniciales, de la mano de los estudios de género y del feminismo. Estos cambios se producen al interrogar sus teorías a la luz de los nuevos avances en la antropología, los estudios sobre la mujer y el varón, las investigaciones sobre la relación entre el bebé y la madre, el tratamiento de nuevas patologías. A los fines que nos ocupan podemos señalar cuatro aspectos.

- La pérdida de la centralidad de la diferencia sexual como la condición determinante de la construcción de la identidad subjetiva o del establecimiento del sujeto psíquico(1)

- El abandono de la prioridad del Complejo de Edipo como organizador del psiquismo, su protagonismo se cede a procesos más tempranos relacionados (Rodulfo, Stern, Kohut, Benjamin) con la relación madre-hijo, la adquisición del narcisismo y el sentimiento de sí mismo, entre otros. No se trata de ignorar el Edipo, sino de cuestionar su posición central como complejo nuclear que resignifica lo anterior desde una supuesta hegemonía edípica, cito a Rodulfo (2): "La teoría psicoanalítica sigue girando en torno a un centro, el padre, la castración, el Edipo, eso es epistemológicamente muy envejecido, pero tampoco es cuestión de sacar de ahí lo edípico para poner otra cosa, no se trata de eso, de lo que se trata es de que no tiene que haber centro".

- La apropiación de las mujeres de las actividades profesionales adscritas a los varones y los cambios concomitantes han ido disminuyendo las diferencias entre los comportamientos atribuidos a hombres y mujeres. La eclosión de otras sexualidades (travestismo, transexualismo y transgénero), y la salida del concepto de perversión de homosexualidad y lesbianismo (que desaparecen del DSM en 1.974) , han ido separando poco a poco la llamada identidad sexual (elección de objeto) de la también llamada identidad de género (sentimiento de pertenecer a un género u otro), multiplicando los géneros y ampliando las formas de sentirse hombre y mujer. Esta multiplicidad trae consigo el hecho de que la identidad de género y la identidad sexual pierdan valor identitario, a favor de otros soportes como, básicamente, la profesión. Como dice Garaizabal(3): "La existencia del movimiento feminista actual, así como del movimiento gay y lesbiano ha puesto de manifiesto la diversidad de opciones, tanto en las formas de "ser mujer" como en la orientación del deseo sexual. Todo ello ha contribuido a la idea de que la identidad –tanto de género como sexual- no es un destino, sino, en gran medida, una cuestión de elecciones personales".

- Todo lo anterior trae consigo un descenso en la importancia concedida al carácter sexual de la pulsión como hegemónico en la constitución del sujeto y del inconsciente humano, para desplazar la atención a otros motivaciones como la autoconservación, el narcisismo, el apego, el reconocimiento intersubjetivo, que mueven y organizan el psiquismo. Irene Meler (4) señala en cambio de paradigma que afecta al psicoanálisis actual, que enfatiza el vínculo sobre la pulsión. Paradigma de la intersubjetividad que tiene en Jessica Benjamin, cuyo trabajo se fundamenta en la obra de Daniel Stern, Winnicott y Derrida, uno de sus principales exponentes.

En la Viena finisecular en la que surgió y se desarrolló el psicoanálisis, la sexualidad estaba reprimida por una sociedad hererosexual (patriarcal, de géneros binarios: hombre/mujer) de la que Freud no sólo formaba parte, sino que no pudo evadirse al concebir algunas de sus formulaciones: la envidia de pene y el complejo de castración en la mujer, la prioridad del modelo sexual masculino para elaborar su teoría sobre la feminidad, la identificación entre identidad de género e identidad sexual (esto es: la sexualidad genital como unificando el sentimiento de ser hembra o varón con la elección de objeto heterosexual), entre otras cuestiones.

Podríamos decir que es a raíz de esa represión sexual victoriana, que lo sexual reprimido aparece como eje de todo el edificio psicoanalítico.

Sin embargo, a medida que la sexualidad sale a escena, a medida que la sociedad abandona el concepto de perversión y se hace laica y liberal, la sexualidad pierde progresivamente su papel organizador, figurando como un proceso más en la vida psíquica.

Conviviendo con los últimos años de Freud, se desarrollan en Europa, especialmente en París - adalid de los movimientos de liberación de las costumbres- y luego en España, un fenómeno conocido como la garconne(5): la irrupción de mujeres masculinizadas de diferente modo, que pretenden con su testimonio público luchar contra los roles tradicionales asignados a la feminidad. Este fenómeno mostraba en sí mismo numerosos interrogantes para el psicoanálisis, si hubieran sido considerados por él.

En primer lugar, se trata de la constatación de la actuación de la bisexualidad: el cambio de elección de objeto de hetero a homosexual en adultos que no presentan aparentemente otras patologías. Freud trataría la homosexualidad como desviación y producción histérica derivada de la competitividad edípica y el juego de las identificaciones (caso Dora), o como un resto perverso de la sexualidad infantil.

La sexualidades y realidades sexuales como el transexualismo, el travestismo, el sadismo consensuado, las distintas identidades sexuales que escapan a la oposición binaria hombre/mujer, fueron siempre consideradas como perversiones, en una clara defensa de la moralidad patriarcal y heterosexual, que vienen a ser sinónimos.

En general, el psicoanálisis, que tuvo el mérito de rescatar la sexualidad del dominio de lo instintivo, ha ejercido una labor de censura, borrando, recortando la experiencia de los cuerpos que escapan a sus conceptualizaciones, para encerrarlos en la masculinidad o feminidad, o situarlos en el margen como patologías, ejerciendo una fuerte sanción normativa en su esfuerzo por regular la normalidad. También el cuerpo femenino que Freud teoriza estaba atravesado por la regulación cultural de su época, que negaba la existencia del clítoris(6), como órgano de excitación sexual.

El psicoanálisis, desde su origen, se coloca como reproductor de la cultura patriarcal hegemónica, del paradigma heterosexual, y no sólo repite sus eslóganes, sino que contribuye a la supresión de la experiencia, violentando el deseo de las mujeres y de los hombres que escapan a sus categorías.

Leamos a Winnicott (7), poco sospechoso de ortodoxia, para comprobar cómo reproducimos la ideología dominante en la identificación de la mujer con la maternidad: "La salud del adulto se gesta desde la infancia, pero es de usted, de la madre, de quien depende que esa salud se logre. Disfrute de que se le atribuya esa importancia. Disfrute renunciando a la tarea de conducir el mundo y déjele a los demás, a los hombres, esa función mientras usted pone en el mundo a un nuevo miembro de la sociedad"...

La sociedad actual en la que el psicoanálisis se inserta, ha sufrido dos revoluciones sexuales que tambalean sus principios desde la base.

- Una primera en la década de los 60 que culmina en el Mayo del 68. Revolución de carácter masculino en cuanto se rige, a pesar de sus principios de liberación sexual, por el paradigma de una sexualidad que satisface mayormente al varón: genital y centrada en el mito del orgasmo vaginal como panacea de la salud sexual así como en la disponibilidad sexual de la mujer. Paralela a las luchas feministas por la liberación de la mujer y del feminismo de la igualdad, se equipara la sexualidad femenina con la masculina, ignorando cualquier diferencia en las mujeres, que es peyorativamente considerada como efecto de la represión social ejercida sobre ellas. Podemos observar aquí la relación este esta sexualidad vaginal y la sexualidad genital madura que postula el Psicoanálisis freudiano, pues los ideólogos del 68, conocían y bebían de nuestras mismas fuentes.

- Una segunda revolución sexual se produce en los años 90. Hija de aquellas luchas feministas y de los estudios de género (8), que propone la apropiación de la mujer de su experiencia subjetiva, mediante la exploración de su cuerpo, la expresión de sus deseos sexuales, esta vez por fuera de la sexualidad heterosexual hegemónica. En el arte, nos encontramos con mujeres que toman el cuerpo como motivo central de su obra, lo exploran tanto por dentro como por fuera, en su esfuerzo por hacerlo salir de la mirada que sobre él, y la construcción que esta mirada conlleva, han efectuado los hombres (9). La sexualidad de la mujer comienza a considerarse como distinta a la del varón, aparece un cuerpo femenino erotizado en la totalidad de su superficie, se reivindica la excitabilidad del clítoris frente a la vagina.

En los últimos años de la década, los varones también reivindican una sensualidad repartida por todo el cuerpo(10), denunciando la representación hegemónica de un cuerpo erótico masculino centrado alrededor del dominio fálico1 , vivido como una tiranía. Del mismo modo, aparecen y se extienden las reivindicaciones del campo del transgénero, lo queer, la irrupción de otras sexualidades.

Además, de la mano de estos cambios sociales se pasa de un modelo esencialista y naturalizado de pensar los géneros a concebir estos como producciones sociales, llegando a postular un futuro sin géneros (11), esto es, sin diferencias atribuibles al sexo.

La atracción erótica entre las personas existe en todas las épocas y lugares del mundo (12), pero está siempre sometida a algún tipo de regulación social. El cuerpo sin órganos (fuera del dominio de lo simbólico), por el que corren los flujos de las necesidades biológicas y de cuidado que lo convulsionan, está sometido al dominio de la represión social que lo humaniza. La sexualidad es la estrategia social que permite controlar el carácter eminentemente transgresor del deseo erótico(13), de ahí su carácter de mecanismo de dominación y de poder señalado por Foucault, mecanismo que se implanta en los cuerpos y modula el deseo, creando subjetividades.

La construcción social del amor, y su evolución histórica, nos habla de este sentimiento como un mecanismo más de legislación social. El amor en occidente es la historia de la construcción de lo femenino y de lo masculino, y de la relación subordinada de un género frente al otro a partir de la exaltación del amor romántico que hace a la dama dependiente del amor de su caballero, mientras este puede ir y venir de la guerra, asegurándose su fidelidad mediante la cintura di castita.

Es, sin embargo, el deseo erótico quien permanece siempre por fuera de las instituciones del amor: matrimonio o parejas de cualquier tipo; y pone en cuestión estas mismas instituciones. Es por eso que la sexualidad trata de orientarnos hacia cómo, dónde y cuándo debemos sentir deseo, y sobre todo hacia quién, en un esfuerzo siempre imperfecto por domesticarlo y adaptarlo a la civilización.

Ya en los años 70, Deleuze y Guattari (14) criticaron la centralidad del Edipo, considerándolo sólo "una de las formaciones estadísticas secundarias ("complejos"). Lo reprimido no sería para ellos la representación edípica. "Lo reprimido es la producción deseante. Es lo que, de esta producción, no pasa en la producción o la reproducción sociales. Es lo que introduciría desorden y revolución, los flujos no codificados del deseo" (15). Estos flujos no codificados del deseo son lo que toda sociedad teme, de manera que Edipo no es universal en cuanto posición de deseo, su universalidad radica en su función de límite de estos flujos no codificados del deseo que pasan a ser gestionados socialmente a través de una determinada concepción de la sexualidad que legisla, margina, entroniza y "produce a Edipo en la sociedad capitalista patriarcal como el final de una historia que pone en juego el devenir de las máquinas sociales, con su régimen comparado al de las máquinas deseantes" (16).

Para Judith Butler (17) "las expresiones aparentemente descriptivas, "es una niña" o "es un niño", pronunciadas en el momento del nacimiento (o incluso en el momento de la visualización ecográfica del feto) no son sino "invocaciones performativas". Esto es, trozos de lenguaje cargados históricamente del poder de investir un cuerpo como masculino o como femenino, y sancionar los cuerpos que amenazan la coherencia del sistema sexo/género. Para Preciado, "la heterosexualidad, lejos de surgir espontáneamente de cada cuerpo recién nacido, debe re-inscribirse o re-instituirse a través de operaciones constantes de repetición y de re-citación de los códigos (masculino y femenino) socialmente investidos como naturales" (18).

Cuerpos performados, sujetos al orden del discurso de dominio de un género sobre otro (19), ¿qué es lo que está en el origen de esta historia? El ser humano es el animal que nace más inmaduro, su crianza requiere un largo periodo de cuidados a cargo de adultos iguales que le infundan humanidad. Este hecho está en el origen del sentimiento de apego de los progenitores hacia sus crías (20), de la sexualidad heterosexual de monogamias sucesivas que conocemos, de la aparición del orgasmo femenino y de la relación afectiva en la pareja. Para Eibl- Elbelfeldt 2 tanto los vínculos que unen a las personas en el amor, como los que crean la organización social – y se oponen a la violencia- son un derivado de los que unen a la madre con sus retoños. Las caricias, comunes a todas las culturas estudiadas, que la madre prodiga a sus hijos y la de los enamorados siguen un mismo patrón

Ahora bien, sobre qué construimos, ¿cuál es el soporte sobre el que la sociedad edifica sus modelos de género, sus propuestas de relación entre los géneros?. La respuesta es el deseo erótico, la atracción sexual, la pulsión.

Hemos señalado la universalidad del deseo erótico, común a todas las culturas y presente en los testimonios de todas las épocas (21).

La pulsión, para nosotros psicoanalistas, no tiene objeto. El niño es un ser perverso polimorfo que goza de todos los orificios y las mucosas del cuerpo. Las fantasías sexuales de los hombres y las mujeres adultos también lo son. La pervivencia del beso, de las prácticas anales, de la succión, nos hablan del fracaso de la represión, de la versatilidad de las zonas erógenas, que no quedan subsumidas nunca en lo genital, ni siquiera en la sexualidad heterosexual más convencional. Al liberalizarse la sociedad, el puritanismo sexual ha dado paso a la apertura de los secretos sexuales más inconfesables, que son explotados por la industria pornográfica y virtual (22).

Como señala Adolfo Berenstein (23) "la infinita variedad de estos objetos sexuales (fetiches) apoya una conclusión cuyo aserto contribuye a borrar aún más esa delgada frontera que separa lo normal de lo patológico y que puede resumirse en este aforismo: la sexualidad humana es por naturaleza perversa".

La pulsión, factor límite entre lo somático y lo psíquico, ya que no estamos hablando del instinto sexual de los animales2 , busca una representación, un soporte al cual asirse: el objeto, y al encontrarlo aparece el deseo (24). Es en ese pasaje de la pulsión al deseo donde interviene la cultura, la interdicción, dibujando el mapa del erotismo humano. Proponiendo objetos y prohibiendo otros. De ahí nuestra plasticidad, de ahí también, lo irreductible de la pulsión que no queda nunca resumida en el deseo, e insiste en su incesante búsqueda de satisfacción, descargándose en pseudosatisfacciones en un permanente desplazamiento, siempre, en parte, insatisfactorio.

Así pues, la humanidad aparece cuando el sexo se transforma en sexualidad, que lo regula mediante el tabú del incesto y la exogamia; y la subjetividad se constituye en el pasaje de la pulsión, del goce, al deseo.

La pervivencia del incesto y del goce nos habla del carácter ideal, siempre incompleto, de esta transformación humanizante.

Es a partir de esta indefinición que podemos entender las palabras de Erasmo, "El hombre no nace, se forma", o de Pico de la Mirandola: "El hombre es, de algún modo, cualquier cosa" (25). La versatilidad ontológica del ser humano, su carácter de proyecto, la incertidumbre sobre su identidad, hoy más cuestionada que nunca, hace de él un sujeto en constante cambio y un sujeto moral, sometido a elecciones, como bien se encarga de demostrarnos la historia3

Así pues, todo lo que se ha dicho de la sexualidad en psicoanálisis hasta ahora corresponde a un momento histórico determinado: el del dominio de la masculinidad sobre la feminidad, en una sociedad patriarcal, heterosexual y puritana como lo fue la Viena de fin de siglo.

La heterosexualidad, como modelo de gestión del sexo a través de la sexualidad, tiene su inicio en la ciencia médica del XIX (26), que modifica la noción de pecado por la de enfermedad (homosexual, perversión, etc.), pero "pierde parte de su lógica en las sociedades posindustriales de los países de capitalismo avanzado como consecuencia de los cambios en los modos de producción..."4 (27), se trata de sociedades orgiásticas, del ocio, que se basan en el individualismo, el hedonismo y el placer. Estas sociedades modernas hacen innecesaria la heterosexualidad como modelo de sexualidad dominante.

Emergentes de este hecho son el aumento de los divorcios, que alcanza a la mitad de las uniones en algunos países como EEUU; el aumento de los no reproductores voluntarios; el incremento de hogares monoparentales; el ascenso del número de mujeres que abordan solas la maternidad; el aumento de las parejas de homosexuales con o sin hijos; el nuevo sexo por internet5 que elude la corporeidad esto es, el encuentro en 3D.

Todas las características de la heterosexualidad están en crisis, pues la pareja heterosexual no es la condición para la reproducción, es más, asistimos a las tasas más bajas de nacimiento de la historia, en los países industrializados, se ha separado reproducción y sexualidad, el coito ya no es necesario para la reproducción (fecundaciones in vitro), las mujeres no necesitan a los hombres para la crianza de los hijos a partir de su independencia económica6.

De ahí que, en el momento actual nos encontramos con una cultura sexual muy diferente de la que hemos conocido hasta ahora. Prescindiendo de otras consideraciones, y centrándonos en el cambio de objeto sexual, nos encontramos con que:

- Por una parte, la sexualidad heterosexual normativa insta a las adolescentes, y a las mujeres de cualquier edad, a masculinizar sus prácticas sexuales, en pro de una liberación que no ha sido deconstruida en lo que tiene de imposición y de negación de experiencias propias (orgasmo obligatorio, genitalidad, promiscuidad, negación del afecto). Hasta la misma manera de nombrar la sexualidad se ha modificado, ya no "se hace el amor" –concepto que no se escucha, por obsoleto-sino que "se tiene sexo", se "quiere sexo", se "practica sexo". Es hoy frecuente escuchar de una joven que sólo quiere "echar un polvo" con otro joven, sin mediar otro tipo de relación. Esta práctica era antes exclusivo patrimonio de los hombres.

- Por otra, las mujeres jóvenes y adolescentes, que por primera vez en la historia no desean unirse a un hombre como único destino, sino que tienen como meta la independencia laboral, exploran su sexualidad con más libertad que nunca, transgrediendo los eslóganes, modificando sus elecciones de objeto de hetero a homo en una cantidad que ya no es meramente anecdótica, sino que tiene carácter de epidemia. Se trata de una descodificación del deseo erótico a través de la liberación de los flujos de la libido (28). Paradójicamente, el mismo psicoanálisis que normaliza ha promovido con su difusión a esta expansión de la sexualidad. Probarlo todo, experimentarlo todo, forma parte de una juventud abierta a todo tipo de experiencias afectivas y que cultiva el culto del placer por el placer.

Ahora bien, en este contexto ¿para qué sirve Edipo en la sociedad del capitalismo avanzado, con un patriarcado y una heterosexualidad, consustancial a él, ambas en crisis?

Trataremos de responder a esta pregunta recuperando el aspecto fundamentalmente transgresor de la pulsión al que alude Freud en la cita de 1.933 que abre nuestro trabajo.

 

El yo múltiple: la disociación de la sexualidad y el afecto

En el proceso descrito, el sexo se ha separado del afecto, la libertad sexual ha traído como consecuencia la disociación de la sexualidad, en su aspecto afectivo y sexual, y la comercialización del sexo a gran escala (pornografía de todo tipo).

Esta banalización de lo sexual (Beck, Marina) a dejado al hombre y a la mujer solos frente al otro. El reconocimiento intersubjetivo ha dejado de darse en las relaciones sexuales. El otro busca un órgano, un cuerpo, no una persona. Lo cual, por otra parte, era una búsqueda normalizada en el caso del varón hacia la mujer. Se produce una fragmentación del cuerpo del otro, y una negación de este en su totalidad. Nos encontramos en el territorio de los objetos parciales, del no reconocimiento intersubjetivo.

Dice Giddens: "Para los dos sexos hoy, el sexo acarrea con él la promesa – o la amenaza- de intimidad, algo que afecta a los aspectos primarios del yo" (29).

Es así que la búsqueda más angustiosa de nuestro tiempo no es la sexual, sino la afectiva, podemos decir también, la inclusión del componente afectivo excluido de la sexualidad posmoderna.

La celebración del individualismo como ideal ha traído consigo la negociación de las necesidades de compromiso mutuo entre los seres humanos. El carácter peyorativo que se otorga a la expresión de la dependencia afectiva, vivida como debilidad, es señalado por las jóvenes que saben que no deben mostrarse dependientes frente al otro, que deben hacer como que no lo necesitan.

Los cambios acaecidos en el concepto mismo de amor desde Platón hasta nuestros días (30), nos hablan de un progresivo abandono del anhelo de ser uno hacia la negociación de las diferencias en proyectos de convivencia con un enorme componente racional. Es lo que Giddens llama "la pura relación": se espera ternura, fidelidad, satisfacción sexual y autonomía personal, y la relación dura hasta que procura la suficiente satisfacción para ambas partes. Del Uno como ideal de fusión y unión entre los amantes, hemos pasado al Dos, y del Dos a las multiplicidad de las relaciones actuales.

De manera que para Giddens, "Hay poca duda de que se están abriendo nuevos antagonismos emocionales entre los sexos" (31), mientras que Marina, a pesar de su típico optimismo, plantea "Hemos jaleado tanto al individualidad, el cuidado de uno mismo, la autosuficiencia, que hemos perdido el talento –si es que alguna vez lo hemos tenido -, para relacionarnos con otras personas"(32).

Podemos decir que hoy es la afectividad, y no la sexualidad, quien ha caído bajo los velos de la represión. Como ha intentado mostrar Sennett (33), el mundo actual nos exige actuar como si no necesitáramos a nadie, sin vínculos estables, rotos los lazos afectivos con los otros, convertidos en seres funcionales, en maquinarias para la producción: exigiendo un yo en permanente cambio.

La negación ha pasado de lo sexual, a lo afectivo. "Hemos desarrollado estándares sociales de comportamiento, de personalidad, de atractivo sexual y de belleza cada vez más complejos, y no nos sentimos satisfechos a menos que nuestra pareja potencial sea capaz de superar una serie de pruebas tácitas" (34), de manera que nuestras exigencias hacen cada vez más difícil el encuentro, aumentando así nuestra frustración.

Además, las mujeres emancipadas han izado la bandera de su soltería conquistando al auditorio: "Lo esencial es vivir la propia vida, no la del otro" (35), dice Carmen Alborch en un libro que ha sido repetidamente reeditado. La frase constituye una excelente muestra del cambio en la mentalidad de las mujeres, en los ideales que se les proponen. Los manuales de autoayuda enfatizan la independencia: la autoestima y sus corolarios son a menudo una doctrina del egocentrismo y la negación del otro.

Para el hombre las cosas no son más fáciles. Los hombres tienen problemas con la intimidad y el compromiso, derivados de la construcción de la masculinidad que, en el modelo tradicional hasta ahora vigente, les impulsa a la separación de la madre, de manera que cualquier acercamiento íntimo a la mujer puede amenazar su identidad (36). Esta identidad amenazada les separa aún más de las mujeres, buscando en los amigos una comunidad de iguales en los que apaciguar su crisis identitaria.

Claudio Magris (37) resume de un modo excelente la situación de los sujetos de la postmodernidad: "El individuo desarraigado, constreñido a vivir aislado y sin el apoyo de las grandes construcciones políticas y estatales se repliega en su realidad personal y familiar, en el plano de sus afectos, pero de un modo no retórico sino intensamente real". La búsqueda de amor choca con las dificultades de este individualismo extremo, con la amenaza que la intimidad supone para los sujetos, con el temor a la dependencia vivida como una renuncia al proyecto personal.

Además, en una sociedad que cercena la identidad, poniendo en peligro la integridad del yo, el psiquismo necesita más energía para la autoconservación, para las necesidades narcisistas, reduciéndose la que invierte en la sexualidad, en la sensualidad, y en el encuentro con el otro. Decía Bataille que una sexualidad libremente desbordante disminuye la aptitud para el trabajo, lo mismo que un trabajo sostenido disminuye el hambre sexual (38). La literatura actual, desde Michael Houllebeq, a Philip Roth, nos habla de la miseria sexual de occidente. Podemos tener encuentros sexuales pero no intersubjetivos.

Es decir, el estallido de la sexualidad perversa polimorfa no ha venido acompañado de un aumento del interés sexual, sino del narcisismo y del autoerotismo. El incremento incesante de la pornografía hace pensar en el esfuerzo que los hombres y las mujeres de hoy deben realizar para estimular su deseo erótico, que no surge espontáneamente desde dentro, sino atraído por un estímulo externo.

Coincido con Galende (39) en que son los componentes primarios, "perversos polimorfos" que Freud encontraba en la vida pulsional, objeto de la represión posterior "los que están irrumpiendo, o retornando de la represión, en muchos de los comportamientos cotidianos de la sexualidad de los hombres y las mujeres. "Creo que el hombre actual ya no se pregunta sobre la "verdad" de su deseo sexual, tiende más bien a ponerlo en acto, suspendiendo justamente la pregunta moral por si está bien o mal eso que se le presenta como impulso. En todo caso, la sexualidad actual tiende progresivamente a desprenderse de la representación en que la enclaustró el ordenamiento simbólico del hombre y a presentarse como puramente pulsional...y se muestra en toda la dimensión de su diversidad y polimorfismo" (40). Galende se hace las preguntas apropiadas, pero no se atreve a llegar hasta el fondo del problema, manteniendo la centralidad del Edipo.

Para nosotros, los comportamientos perversos polimorfos nunca desaparecieron de la sexualidad, la represión que se ejerce sobre ellos es siempre incompleta, insuficiente, y está pronta a desaparecer –o no se efectúa siquiera- cuando los imperativos del Superyó, y los ideales del yo, permiten su expresión porque es aceptada socialmente, como es el caso de nuestras sociedades liberales.

En efecto, si la represión de la sexualidad, garante de la cultura según el psicoanálisis, ha dejado de ejercerse en los parámetros edípicos (salida heterosexual, genital, definitiva identidad sexual) sin que la cultura haya sucumbido a esta explosión de lo pulsional, del flujo del deseo perverso polimorfo que anima los cuerpos, ¿cómo explicarnos desde el psicoanálisis los cambios en la vida sexual de los hombres y mujeres actuales?. Para esbozar una primera respuesta hay que echar mano de la disociación.

Una disociación entendida como un mecanismo de defensa no psicótico, sino funcional7 (41), una defensa contra la fragmentación que sirve para mantener la coherencia del self en contradicción, concibiendo la mente humana como un sistema complejo de estados múltiples del self, que consigue, no obstante, un sentimiento de coherencia o integridad, aun manteniendo estados disociados8

Las exigencias de adaptación que la sociedad transmite a sus miembros a través de los sistemas de socialización, institucionalizados o no, solicitan como ideal la formación de un yo disociado, un yo múltiple y heterogéneo, que actúa sucesivamente distintas identidades y funciones para adaptarse a las exigencias de un orden social en permanente cambio. Este yo no está definido por lo sexual-genérico; la mujer no se define por la maternidad, ni el hombre por la paternidad, ni por la heterosexualidad o la homosexualidad, ser hombre o mujer son cada vez más realidades anatomopsicológicas que permiten un abanico de conductas versátiles y mutables, en relación a la sexualidad (42). La identidad sexual ha quedado reducida a un aspecto del desarrollo subjetivo que no afecta a otras facetas del sujeto. La identidad en tanto sentimiento íntimo de diferenciación entre el self y los objetos, entre el sí mismo y los otros, no está hoy sostenida sobre la identidad de género, pues las diferencias entre lo que consiste ser hombre o mujer se están borrando en muchos aspectos (43).

Stoller llamó la atención sobre la salud mental de los individuos que practican el sado-masoquismo consensuado. Las prácticas sexuales han dejado de definir a un individuo que puede desarrollar paralelamente una vida laboral y social satisfactoria y mostrar en su intimidad las conductas sexuales más variadas, sin que ello le comporte conflicto alguno: intercambio de parejas, tríos, voyeurismo, y todo un elenco de fantasías perversas, en el sentido psicoanalítico del término (y por lo tanto sujeto a revisión), se actúan sin asomo de culpa.

La sexualidad actual es perversa polimorfa y, como tal, a menudo prescinde del reconocimiento intersubjetivo, que puede hacerse, no obstante en otro nivel de relación. Dice Galende: "El sentido de la gente común ha comenzado a aceptar que la identidad sexual es diversa y que su definición constituye una de las formas posibles de construcción de la identidad y de las elecciones personales en los estilos de vida" (44).

 

Los cambios en la elección de objeto

Este desencuentro heterosexual, esta guerra de los sexos a la que se alude incesantemente, es evitado en ciertas mujeres, a menudo con fracasos previos de relación heterosexual, mediante las relaciones homosexuales, donde se pone en juego la protección, la ternura, la mutualidad y el compromiso, de los que están tan escasas las relaciones heterosexuales – ya que, a menudo, estos aspectos no pueden ser compartidos ni como ideales de la relación en el vínculo heterosexual -, intentando volver a unir la disociación entre acto sexual y compromiso subjetivo con las relaciones lésbicas.

Como dice Paul Verhaeghe, "las relaciones llamadas lesbianas no son comparables a la homosexualidad en el hombre. Por su ontogénesis, es mucho más fácil para la mujer tomar una posición homosexual. En efecto, conoció los dos sexos como objeto de amor y vivió su alternancia" (45).

Esta puesta en escena del carácter no definitivo de la elección de objeto, acarrea una serie de conductas sexuales9 que escapan a los modelos homo u hetero entrando en el territorio de lo bisexual, o de lo que es más interesante, de la exploración de la sexualidad por fuera de los roles de género, y cuestionando de nuevo la centralidad del Edipo en este punto.

"El descubrimiento erótico que aporta la bisexualidad es la revelación de la sexualidad como un proceso de crecimiento, transformación y sorpresa, no un estado del ser estable y plausible de ser reconocido", afirma Marjorie Garber (46).

La bisexualidad no ha sido reconocida como una orientación sexual ni siquiera por los colectivos homosexuales que la interpretaban como una forma de homofobia internalizada, es decir, un rechazo de la propia homosexualidad, sin otorgarle un estatuto independiente que los bisexuales reivindican. Sin embargo, en los últimos años, la difusión de esta orientación sexual en el cine ha sido asombrosa, y nos habla tanto de una acogida más favorable como de la frecuencia de sus manifestaciones

¿Se trata de una explosión de la bisexualidad antaño reprimida?, ¿sirven todavía nuestras teorías sobre la bisexual para comprender estas opciones sexuales?

La bisexualidad en psicoanálisis ha tenido muy mala prensa.

En general, se trata de una condición de la libido humana que es necesario reprimir a favor de una definitiva identidad sexual, que incluye la de género: se es hombre o mujer y se desea dentro del modelo heterosexual del Complejo de Edipo.

La teoría psicoanalítica ha quedado prisionera de la cultura en la que se inspiró, en la sociedad patriarcal y heterosexual, binaria, donde los roles femeninos y masculinos estaban claramente diseñados y repartidos. Cualquier desliz bisexual es rápidamente calificado de regresivo, neurótico o, en el peor de los casos, claramente psicótico o borderline.

Pero el psicoanálisis, primero postula el carácter de puro desplazamiento de la pulsión para enjaularla después en una cárcel que tiene los mismos barrotes que la que la sociedad construyó para el deseo: de ahí parte el Edipo como constructo normalizante.

La irrupción, el estallido podríamos decir, de la sexualidad polimorfa nos plantea interrogantes nuevos. Los flujos de la libido no se estabilizan nunca, no se encauzan, corren por el cuerpo y por el espacio intersubjetivo en busca de objetos.

Y mientras lo hacen, la disociación funcional del yo permite mantener intacto el principio de realidad, desenvolverse con éxito en la vida laboral, ejercer la maternidad y la paternidad con las vicisitudes imprescindibles en ese ejercicio de educar que Freud condenaba siempre al fracaso.

El levantamiento de la represión de la sexualidad infantil al que asistimos, la pluralidad de comportamientos sexuales que ejecutan los hombres y las mujeres actuales nos conduce a reconsiderar el carácter estructurante de la represión edípica, y postular un psiquismo más complejo, que se desarrolla en sistemas paralelos cuya intersección no es necesariamente conflictiva. Pongamos como ejemplos al padre de familia puede integrar su deseo voyeurista de observar a su mujer en un inocente intercambio de parejas que es integrado egosintónicamente como una parte de su self; o a la mujer heterosexual incluye en su vida afectiva el espontáneo deseo de unión sexual con otra mujer, integrando una experiencia y otra en su sentimiento de identidad.

Freud mismo señaló siempre la disociación de la sexualidad en el hombre, que podía separar en dos sus objetos: la mujer madre (ternura y progreación), y la mujer puta (sexualidad), y los higienistas del siglo XIX elogiaban el valor social de la prostitución, como contenedora del malestar masculino, dando carta de naturaleza a esa misma disociación. La historia de la sexualidad masculina nos habla elocuentemente de este carácter "aparte" de la sexualidad, que no compromete a las identidades.

Sin embargo, fue el psicoanálisis, Freud bajo la influencia de Fliess, quien argumentó la bisexualidad originaria –biológica y psicológica- del bebé humano. Por un lado, bisexualidad en las identificaciones, procedentes de ambos progenitores (que ejercen la diferencia de los sexos en sus respectivos roles de género), por otra parte, bisexualidad afectiva: el bebé ama eróticamente a la madre y al padre. Sin embargo, ninguno de estos avatares debe permanecer vivo en la psique. Su destino es la represión, o caer bajo una defensa más primitiva a la que apelaba Groddeck (47)

De ahí que Joyce McDougall (48) se interrogase en 1.979: ¿En dónde se integran las pulsiones homosexuales salidas de las dos corrientes (maternas y paternas) en la mujer no homosexual?. Se expresan de tres formas, responde: la primera en una identificación con el compañero en el momento de las relaciones heterosexuales, que la reenvían a la bisexualidad, a la escena primaria y al deseo del niño y de la niña de identificarse con ambos progenitores. La segunda, señalada por Ferenzci para los hombres, es su expresión en las relaciones sublimadas con los amigos del propio sexo, y posteriormente en la maternidad. Por último, la identificación con el padre del sexo opuesto permite dar a luz obras de creación por partenogénesis, por decirlo así.

Para Mc Dougall, tanto las mujeres viriles, heterosexuales, como las mujeres homosexuales rechazan la identificación con la madre genital en su papel de compañera sexual del padre.

Si hace unos años, esta falta de identificación podía ser excepcional, las jóvenes de hoy, las mujeres de hoy tienen muy difícil la identificación con la madre genital como compañera sexual del padre. La mayoría rechaza activamente el rol de la madre en la pareja parental, al considerarlo sometido a la dominación del varón. Las jóvenes actuales necesitan identificaciones con los roles tradicionales masculinos para salir de la posición femenina convencional y acercarse al mundo del trabajo, tal y como se le exige en la actualidad. La maternidad ha dejado de ser la base de su identidad femenina.

Desde su posición más activas, las jóvenes encuentran dificultades para ser amadas por jóvenes inseguros respecto a su identidad: el grupo de amigas cobra un papel decisivo en el sostenimiento narcisista y para las necesidades de apego de las mujeres.

Al desvincularse la sexualidad de lo afectivo, al perder peso en la representación del yo, es decir, en la consideración del sí mismo, de la identidad, el pasaje de la ternura al erotismo, del apego a la sexualidad abandona la represión, para ser aceptado como una vicisitud de las relaciones intersubjetivas.

Las mujeres que hacen este tránsito no necesitan llamarse a sí mismas homo, hetero o bisexuales, pues la sexualidad no figura como un soporte identitario como dijimos, sino como un aspecto más de su afectividad.

En este sentido se diferencian de aquellas mujeres homosexuales que necesitan nombrarse para aceptar el carácter homo de sus elecciones e incluirse en un grupo que les de sostén y reduzca la culpa por su sexualidad desviada.

Con frecuencia, su deseo sexual permanece también activo respecto a los hombres, pero una desconfianza que nos les impide mantener relaciones de amistad con ellos, les aleja de las relaciones de pareja en determinados momentos de su vida.

A la luz de los hechos que la experiencia de estos cambios arroja, podemos plantearnos si en lo que respecta a la sexualidad, la represión de la bisexualidad no sería más que un momento constituyente pero reversible, que puede darse o no en la construcción de la subjetividad actual. Alejado del objeto erótico materno o paterno, la represión del carácter erótico de la pulsión cesa para mostrar de nuevo el intrincamiento inicial entre ternura y erotismo que sucumbió a la represión en los primeros años, desplazada ahora en nuevos objetos. La actuación de la bisexualidad nos habla de una disolución de los géneros en cuanto a la sexualidad, que busca el reconocimiento íntimo del otro, cualquiera que ese otro sea. Y de una identidad más allá de lo genérico, más allá de lo sexual, que no queda comprometida por la conducta.

Para Jessica Benjamin (49), la representación del sí mismo con un género coexiste con la representación del sí mismo sin género, y con la identificación con el género opuesto, se trata de identificaciones mixtas que constituyen el complejo sistema de identidad de hombres y mujeres.

Edipo, en tanto complejo que regula el deseo sexual hacia una heterosexualidad patriarcal en decadencia, cede su trono a favor de múltiples galaxias míticas, como les llama Rodulfo: Safo, Narciso, Orlando, cuando la identidad no se juega plenamente del lado de la identidad de género ni de la identidad sexual.

La pulsión no se domestica hoy bajo el yugo de un Edipo que dota de identificación sexual, sino que corre libremente buscando objetos, por lo que nos alejamos de esa definitiva elección de objeto que postulaba Freud como resultado de la triangulación edípica.

En el actual momento performativo, lo que cobra valor simbólico es la identificación del sí mismo sin género que postula Benjamin ("soy una persona", o "amo a una persona, no importa que sea hombre o mujer"): que permite dialogar con múltiples identificaciones procedentes tanto de lo femenino como de lo masculino de ambos padres, sin provocar naufragios.

El género no se refiere solamente a los condicionamientos sociales que afectan a uno u otro sexo orientando su comportamiento o sus valores e ideales de un modo distinto, y a menudo complementario, es, sobre todo la subjetivación de esos valores en cada ser humano particular y esta encarnación, es ambivalente, múltiple y heterogénea en cuanto a sus orígenes, cruzada. Es, podríamos decir con propiedad, andrógina o bisexual.

Sobre esta identidad del sí mismo sin género, el género supone un rasgo más, pero ampliando enormemente el campo de los atributos de la feminidad y la masculinidad, hasta quedar confundidos ambos. En la mayoría de los personas esta identidad de género se corresponde con el sexo anatómico10 En ambos sentidos, la pluralidad de comportamientos parecen decirnos: si yo X, que además soy hombre o mujer, siento este deseo y ; este deseo es un deseo legitimado, forma parte de los deseos posibles que un hombre o una mujer pueden tener. De manera que se elimina el sentimiento de culpa y el conflicto11

 

Elogio del cuerpo

Además, la desaparición de la censura, el hedonismo de la sociedad actual, su exploración mediante drogas, experiencias nuevas (sexuales, de aventuras...), el sexo virtual, abren al sujeto humano a una proliferación de posibilidades que antes eran inimaginables. La televisión acerca a los hogares la vida privada de otros sujetos, democratizando las diferencias, sobre todo sexuales, colocándolas como derechos de los ciudadanos, como opciones personales inofensivas.

El elogio del cuerpo, del yo siento, legitima la experiencia subjetiva y la despenaliza, ampliando el espectro de las opciones eróticas y afectivas, que al ser nombradas dotan, si no de identidad global, sí de un sentido de pertenencia grupal que elimina el carácter aberrante que anteriormente se les atribuía. El encuentro en chats de todo tipo de personas con tendencias afines, legitima la experiencia subjetiva vivida antes como secreta o conflictiva.

El psicoanálisis escucha los malestares, pero no tiene acceso a la experiencia de los sujetos que experimentan su sexualidad dentro de los montos de angustia manejables, en lo que podríamos calificar de una vida suficientemente satisfactoria. No vale hoy calificar de perversión, de logro sintomático, aquello que queda por fuera de nuestras teorizaciones normalizantes. Falta, a mi entender, una mayor interdisciplinariedad, o, directamente, el abordaje de estudios e investigaciones cualitativas por fuera de la clínica, que nos ayuden a conocer los comportamientos humanos que no precisan de la intervención de profesionales de la salud para gestionar sus malestares con un mínimo de satisfacción.

El territorio de lo sexual, a mi juicio, se ha abierto a la proliferación de formas nuevas que no podemos seguir calificando de patológicas. Si el hombre puede ser cualquier cosa, hoy más que nunca, nuestra cultura ha despenalizado el quehacer sexual, y en su búsqueda de satisfacción la pulsión se expande y se difumina,

El amor está en fuga, la represión que se ciñó sobre lo sexual amenaza ahora con cubrir con sus velos las necesidades afectivas del ser humano bajo el nuevo imperativo del individualismo, modificando el escenario de nuestros encuentros.

Hombres y mujeres ocultan el sentimiento de profunda necesidad de una cierta dependencia afectiva, de un reconocimiento intersubjetivo que hemos considerado imprescindible para nuestro sostén narcista, dando forma a subjetividades distintas, que es preciso analizar sin prejuicios previos.

Dice Houllebecq (50), novelista francés que toma el sexo como elemento de análisis y de provocación: los occidentales "nos hemos vuelto fríos, racionales, extremadamente conscientes de nuestra existencia individual y de nuestros derechos: ante todo queremos evitar la alienación y la dependencia... para colmo, estamos obsesionados con la salud y con la higiene; esas no son las condiciones ideales para hacer el amor".

Es el encuentro con la pasión amorosa lo que se teme, no el de los cuerpos. "Si dejara que la pasión entrara en mi cuerpo, el dolor la seguiría de inmediato", afirma el mismo autor (51), en una frase que resume la vulnerabilidad y las defensas ante el otro que acusan nuestras ricas sociedades actuales.

 

Notas

*Tomo el título de este artículo del libro de relatos homónimo de Bernhard Schlink (Anagrama, 2002)

1. Los congresos sobre masculinidad son un hervidero de ponencias que reivindican la totalidad del cuerpo del hombre como cuerpo erótico, escapando del predominio asignado a lo genital. La represión afecta también a los hombres en las marcas de su cuerpo erótico y versa sobre la prohibición del ano como zona erógena, por su homologación con la homosexualidad y la pasividad, de las tetillas, por sus connotaciones femeninas, etc.

2. Tampoco ninguno de los autores citados, como Fisher, Buss, Ebsl-Ebslteidt, hablan desde el instinto sexual. En el ser humano no hay instintos, en esto consiste, precisamente su humanidad.

3. En el nazismo, el mal, el crimen, era realizado por hombres "normales", padres de familia que veían sancionada socialmente la persecución y la muerte de sus conciudadanos judíos. Anna Harendt la llamó la "banalidad del mal", el mal no era ejecutado por monstruos, sino por seres humanos que lo compaginaban con la ejecución de sus roles sociales: padre, marido, etc., sin aparentes contradicciones.

4. Antes, Galeno había modificado el modelo bisexual de los griegos (andrógino), por el unisexual: el modelo es el masculino, siendo el femenino una simple desviación.

5. Una paciente me contaba recientemente su experiencia de sexo por internet. El encuentro con el interlocutor elegido en el chat continuaba con una masturbación "mutua", a través de la red. El comentario de la paciente, amén de su satisfacción por encontrar "placer con su cuerpo", fue: "ni siquiera me imaginaba la cara de ...(nombre del internauta)".

6. Este orden de cosas lleva a Guash, obra citada, a plantear que en la Europa de las próximas décadas, la heterosexualidad sólo afectará a clases bajas, donde las mujeres practiquen el matrimonio como ascenso social.

7. El autor afirma: "Este trabajo presenta la hipótesis de que la disociación es tan básica para el funcionamiento mental humano como la represión y es igualmente central para la estabilidad y el desarrollo de la personalidad"

8. Aludimos anteriormente al nazismo, dramático laboratorio de excepción para el estudio de la violencia, y también de la disociación. Al respecto, cojo un ejemplo empleado por Saramago para mostrar cómo la cultura, por sí misma, no nos hace más respetuosos con la vida del otro: la disociación establecida por el comandante de un campo de concentración nazi que asesina judíos indefensos al tiempo que mantiene intacto su sentimiento estético, su amor por la música.

9. Esta actuación de lo bisexual se lleva al cine –lugar donde se recogen los emergentes de la sociedad y se le devuelven a esta creando imaginarios- en películas que llenan de espectadores las salas, cómplices del espejo que le presentan. Entre ellas , cabe destacar: "A mi madre le gustan las mujeres" y "8 mujeres", en clave de comedia. En "Las horas", la convivencia de Merylp Streep con una mujer y su historia anterior de heterosexualidad, historia que continúa viva en ella, sirve de excelente ejemplo a lo que quiero decir aquí. En la publicidad, por otra parte, el modelo andrógino o claramente lésbico se explota en cartelería y anuncios televisivos. Al carácter no definitivo de la elección de objeto sexual aludo en "Masculino/ femenino/neutro", publicado próximamente en Aperturas Psicoanalíticas, Revista virtual de Psicoanálisis, nº 14, julio 2003.

10. Pensemos en la enorme necesidad de los transexuales de hacer corresponder su identidad de g'rnero on su sexo anatómico, a pesar de los costes de esas transformaciones. La corporalidad del yo se nos muestra aquí con un dramatismo inquietante. Puede consultarse al respecto, CHILAND, C.: "Cambiar de sexo", Biblioteca Nueva, Madrid, 1.999. Si bien un nuevo ideal performativo del transgénero aboga por abandonar la necesidad de hacer corresponder la identidad de género con el sexo anatómico y abrir el abanico a multitud de identidades (transexuales sin operar, por ejemplo).

11. Esta ausencia de culpa tiene a veces efectos de verdadera transgresión de la ley: pensemos en el uso de los niños en la pornografía, el turismo sexual con menores, o cualquier práctica sexual no consensuada.

 

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11. Dio Bleichmar, E., artículo citado

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15. Obra citada, pag. 179.

16. Obra citada, pag. 190.

17. Citada por PRECIADO, B.: Manifiesto contra-sexual, Editorial Opera Prima, Madrid, 2002. pag. 24.         [ Links ]

18. Preciado, B, obra citada, pag. 23.

19. A propósito de este tema puede consultarse el libro de YALOM, M: Historia del pecho, Tusquets editores, Barcelona, .1997.         [ Links ]

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27. Guasch, O., obra citada.

28. Tomo el concepto, riquísimo en connotaciones, de Martínez Collado, A. : "Cyberfeminismo: tecnología, subjetividad y deseo", en Miradas sobre la sexualidad..., Universidad de Valencia, 2001         [ Links ]

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31. Obra citada, pag. 141.

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40. Obra citada, pag. 206.

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44. Galende, obra citada, pag. 204.

45. Obra citada, pag. 77

46. Citado por Sarda, A.: Bisexualidad, ¿un disfraz de la homofobia internalizada? Trabajo presentado en el I Encuentro Argentino de Psicoterapeutas Gays, Lesbianas y Bisexuales, organizado por el Grupo Nexo y realizado en Buenos Aires en septiembre de 1.998 (fuente: Internet).         [ Links ]

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50. Houllebecq, M.: Plataforma, Anagrama, Barcelona 2002, pag. 216         [ Links ]

51. Obra citada, pag. 314.

 

 

Dirección para correspondencia:
Lola López Mondéjar
Santo Domingo, 13, 3º - 30008 Murcia
Correo electrónico: lolamondej@wanadoo.es

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