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Revista de la Asociación Española de Neuropsiquiatría

versão On-line ISSN 2340-2733versão impressa ISSN 0211-5735

Rev. Asoc. Esp. Neuropsiq.  no.92 Madrid Out./Dez. 2004

 

LIBROS

 

Anatomía de la melancolía. 3 vols.

 

 

Hay dos formas clásicas de asumir la desazón: una es la risa de Demócrito, y otra las lágrimas de Heráclito. Solía ocurrir que los artistas tomaran partido por ésta o por aquella postura. Se preguntaban: ¿es mejor reír o llorar ante la agitación, los errores y las desgracias de los hombres? El escritor inglés Robert Burton (1575-1640), autor de la Anatomía de la melancolía (The Anatomy of Melancholy, 1621), firmó su obra mayor bajo el nombre Democritus Junior, seudónimo que le dio algo más que una máscara, pues asumió de esa forma un escepticismo sonriente ante todo lo que es humano.

"¿Qué es el mundo mismo? Un vasto caos, una confusión de tipos diversos, tan variable como el aire, un manicomio, una tropa turbulenta llena de impurezas, un mercado de espíritus vagantes, duendes, el teatro de la hipocresía, una tienda de picardía y adulación, un aposento de villanías, la escena de las murmuraciones, la escuela del desvarío, la academia del vicio; una guerra donde quieras o no debes luchar y vencer o ser derrotado, en la que matas o te matan; en la que cada uno está por su propia cuenta, por sus fines privados, siempre en guardia."

Hace unos años, la Asociación Española de Neuropsiquiatría inició el rescate íntegro, en tres tomos, del gran estudio de Burton, que se conocía en español sólo a partir de una selección de Antonio Portnoy publicada en 1947 por Espasa-Calpe de Argentina, como el número 669 de la Colección Austral y con apenas 150 páginas. Por tener esa fuente editorial tan extravagante como lo es una asociación de neuropsiquiatras, la nueva Anatomía de la melancolía ha sido distribuida en México con suma discreción, y los poquísimos volúmenes que lograron cruzar el Atlántico son condenados a su suerte en las secciones de psicología, lo que no merece un autor que tuvo gran influencia en Laurence Sterne y Samuel Johnson, por ejemplo, y que es conocido como "el Montaigne inglés". Hasta ahora, sólo se puede adquirir acá el tomo primero (del que en la librería Gandhi había un solo ejemplar, que pasó por varias sucursales y terminó algo maltratado y sin la camisa original); y se estará por importar los dos restantes, cumplido ya el rescate en España.

La Anatomía de la melancolía aparecerá completa en nuestro idioma, pues, cuando Iberoamérica celebra el IV Centenario de la aparición de Don Quijote, libro que Burton leyó en la traducción inglesa de Thomas Shelton de 1612, que incluía sólo la primera parte de las aventuras del Caballero de la Triste Figura, y que se volvió una de sus fuentes.

Si se piensa en los continuadores de Cervantes, uno de ellos podría ser Robert Burton, que se describe en el prefacio como alguien que ha leído muchos libros, "pero con poco éxito, a falta de un buen método". Si Cervantes se dirige a un lector "desocupado", el de Burton es "amable", al que le dice: "Tú mismo eres el tema de mi discurso". El y el yo se entrecruzan en su obra: el otro es para Burton él mismo, y por lo tanto es él también la materia de su discurso. Apunta: "escribo sobre la melancolía para estar ocupado en la manera de evitar la melancolía"; o también, con Cipriano: "la experiencia de la desgracia me ha enseñado a socorrer a los desgraciados"; y, con Mario en Salustio: "lo que otros oyen o leen, lo he sentido y practicado yo mismo; ellos consiguen sus conocimientos a través de los libros, y yo los míos melancolizándome".

Melancolizándose él, y melancolizando todo lo que toca. Ese lector en apariencia caótico que es Robert Burton, toma de aquí y de allá; su discurso se crea a partir de la cita, y las casi mil quinientas páginas de su Anatomía son también un centón, según define la Real Academia: "Obra literaria, en verso o prosa, compuesta enteramente, o en la mayor parte, de sentencias y expresiones ajenas".

Tal acumulación de citas no conduce al tedio sino a un retrato fiel del que escribe, que va nervioso de la frase propia a la ajena; y ese constante salirse de sí mismo se vuelve síntoma de la enfermedad que estudia y padece: "No hay nada nuevo aquí, lo que tengo lo he tomado de otros, mis páginas me gritan: "¡eres un ladrón!"" O como también dice: está claro dónde ha tomado el material, "sin embargo se convierte en algo diferente a lo que era su origen". Equipara su escritura con un río: a ratos precipitado y rápido, a ratos torpe y lento; a ratos directo, a ratos tortuoso; a ratos profundo, a ratos superficial; a ratos turbio, a ratos claro; a ratos ancho, a ratos estrecho, "según lo requiere el tema presente o según me veía afectado en ese momento".

La melancolía es, para Burton, "una enfermedad congénita en todos nosotros", y la locura reina en el mundo: "Nunca hubo tantos motivos para la risa como ahora, nunca tantos necios y locos. No basta un Demócrito para reírse, en estos días necesitamos "un Demócrito que se ría de Demócrito"" (que es cita de Erasmo). Al aparecer un epígrafe de Robert Burton en un cuento de Jorge Luis Borges, hay quien llegó a sospechar (como apuntó Monterroso) que se trataba de una invención borgesiana. Pero tan real es como esos tres grandes tomos de la Anatomía de la melancolía que circulan en las librerías de España, y que alguna vez serán vistos en las de México, y desde los cuales la congoja por el desorden de la vida social (donde el último fin es "cómo ser el peor") toma forma alegre: "Si Demócrito estuviera vivo, ¡cómo se reiría!"

 

Alejandro Toledo
(México D.F)

TITULO: Anatomía de la melancolía
AUTOR: R. Burton.
IDIOMA: Español
EDITORIAL: Asoc. Esp. de Neuropsiquiatría
MI SEÑORA LA MELANCOLÍA

 

 

Fundamentos de psicopatología psicoanalítica

 

 

Este libro indispensable nace de un sueño y de una realidad. De un sueño embriagante en tanto se propone capturar la atención de las nuevas generaciones de psicólogos y psiquiatras para interesarles por una psicopatología clásica -pues por clásica hay que tomarse la psicopatología de estirpe freudiana- y apartarles de este modo de la anticuada modernidad, en cuyo lecho la bio-psiquiatría actual se solaza. De una realidad díscola, también, puesto que esta resistencia contemporánea se ha mostrado infranqueable desde hace al menos dos décadas y no da ninguna muestra de debilidad.

Frente a un discurso clínico empobrecido hasta un nivel que no había conocido la disciplina en sus dos siglos de existencia, donde el diagnóstico, o mejor dicho, el etiquetado, converge con la prescripción en un mismo gesto alienador, donde a lo sumo se sabe lo que tiene el paciente pero no lo que le pasa y donde se aprende a tratar las enfermedades psíquicas sin intentar conocer a las personas, se alza este texto como un monumento a la cultura psiquiátrica y a la sensatez.

El libro, por lo tanto, nace cargado de un gesto de rebeldía pero con una vocación docente decidida. Quiere transmitir, en el fondo, que la psiquiatría clásica se continúa en línea directa con la psicopatología de orientación psicoanalítica, prolongación que, a juicio de los supervivientes del ataque positivista, ha convertido el psicoanálisis en el síntoma de la psiquiatría. Toda la estrategia del discurso psiquiátrico actual está orientada a vaciar de subjetividad los síntomas, para lo cual no tiene otra posibilidad que desentenderse activamente del discurso teórico psicoanalítico, tanto si quiere comprender a su estrecho modo la psicosis, como si quiere redefinir eso síndromes bipolares a los que se ha dado, en virtud de apetencias industriales y comerciales desmedidas, una entidad hasta ahora desconocida. Silencio que, por otra parte, no le es difícil de lograr, pues cuenta con generaciones sucesivas de psiquiatras educadas en el mismo, y con propuestas psicoanalíticas a menudo confusas, mal transmitidas o cargadas de pretenciosidad.

Pues bien, nuestro lectores quieren interrumpir esta siniestra confabulación y demostrar la existencia de otra categorización de los síntomas y de otras vías comprensivas que retoman el talante histórico de la psiquiatría, ya muy alejada de sus angustias de legitimación pero aún acomplejada en cuanto le retiran la receta o se duda de la causalidad física.

El libro, generoso en su ilusión y fortaleza teórica, parte de una declaración de principios que los autores formulan del siguiente modo: "La obra que el lector tiene en sus manos explora y privilegia el determinismo inconsciente de los fenómenos descritos tradicionalmente por la psicopatología, su causalidad psíquica, sus mecanismos patológicos específicos y la particular conformación clínica que el sujeto imprime a su malestar". Con esta intención de fondo diseñan un texto dividido en cinco partes muy específicas, donde cada autor da lo mejor de sí. Pues, si bien los capítulos no identifican a sus artífices por expresa voluntad de los mismos, los que conocemos a los creadores, e incluso disfrutamos a diario de su compañía, podemos distinguir en cada parte a quién corresponde la principal aportación de su autoría.

El libro arranca con una exposición de la Historia de la psicopatología, de sus fundamentos, conceptos, doctrinas y tendencias. La mano de José María Alvarez es aquí muy nítida. Conocedor como pocos -quizá como nadie- de los autores clásicos, ya nos dejó un testimonio irremplazable de la Historia de la psiquiatría en su libro de 1999, La invención de las enfermedades mentales. En aquel estudio, que no tiene parangón en nuestro país y rivaliza con las mejores historiografías conocidas, nos dio cumplido ejemplo de la sucesión de las distintas corrientes psiquiátricas pero, en especial, nos descubrió su genealogía, el modo como surgen las distintas propuestas encadenadas no bajo una elemental secuencia temporal sino impuestas por una lógica interna que se estructura a partir de las disputas personales, de las confrontaciones de escuelas, de las imposiciones nacionales y del ámbito científico de cada época. Con esas bases se recorre aquí de nuevo, pero con un ángulo más amplio, el camino que desde las antiguas enfermedades del alma conduce a la instauración de la psiquiatría.

La segunda parte aborda el estudio de los distintos modelos psicoanalíticos, con especial mención a los paradigmas lacanianos, en cuya elección preferente no sólo debemos ver la inclinación predilecta de los autores sino el reconocimiento que debemos a la inspiración la lacaniana a la hora de explicarnos las psicosis. Pues de Lacan proviene el énfasis en el papel de la palabra, en el automatismo mental, en los fenómenos elementales, en la omnipotencia psicótica y en la oscuridad genuina de las cosas que, completando la ruptura freudiana, nos ofrecen un marco interpretativo indesplazable. En este segmento de la obra la participación de los autores se adivina más global, más conjunta.

La tercera parte nos anima a un estudio de las posiciones subjetivas, donde se acierta a conjugar la presentación de los síntomas, la ética que les infunde y propicia y la técnica con que se los aborda. François Sauvagnat se me antoja el ponente principal de este abordaje, aunque muy acompañado por los coautores en cuanto a la estrategia de los capítulos y a los matíces que hacen más asequible los términos a un público más general y, se supone, que poco iniciados aún en estos saberes.

La cuarta parte es un momento muy especial del libro en el que merece la pena detenerse. Primero por su extensión, de aproximadamente 250 páginas. En segundo lugar por la particularidad del texto, que le convierte por sí mismo en un libro dentro de otro libro, en un tratado de semiología en el seno de un tratado psicoanalítico. También porque nos encontramos ante un discurso metódico, amplísimo, muy racional y cartesiano, que parece a primera vista lo último con que podríamos tropezar injertado entre conceptos dinámicos, pero cuya inclusión es uno de los objetivos principales de los autores, empeñados en demostrar que la psicopatología freudiana es perfectamente compatible con la semiología tradicional. El texto, sin duda, procede de la mano de Ramón Esteban, que nos ha legado con su agotador esfuerzo un instrumento de consulta innovador e insustituible.

Por último, nos encontramos con la propuesta quizá más profunda del texto y desde luego la más combativa y colectiva. Corresponde a la presentación de los modelos nosográficos y a la defensa de las estructuras clínicas, capítulo que, por su utilidad y consideración a los componentes subjetivos del enfermar, merecería el destino de ser apartado en pliegos de cordel para que las nuevas generaciones pudieran llevarle en el bolsillo de sus batas con el fin de contrapesar la influencia, peligrosa y soporífera para las conciencias, del breviario del DSM-IV. Infundir esta preocupación, inspirar un estudio más comprensivo y animar a los lectores a despertar de la pereza y amodorramiento actual de nuestra ciencia, es el objetivo sustancial de esta parte y, en general de este libro tan nuevo, tan jugoso y tan particular.

Para mejor información sobre el volumen que se presenta, hay que subrayar la espléndida bibliografía que contiene, tanto la general como la bibliografía comentada y recomendada que acompaña a cada capítulo. Los autores agradecen en su introducción la colaboración de Rafael Huerta, Francisco Estévez y Francese Roca, anunciándonos de paso una segunda parte, Estructuras clínicas y clínica diferencial en psicopatología psicoanalítica que, si conserva la ambición y hondura de esta primera oferta, me hace temer por la salud de estos amigos.

 

Fernando Colina (España)

TITULO: Fundamentos de psicopatología psicoanalítica.
AUTORES: José María Alvarez, Ramón Esteban, François Sauvagnat.
IDIOMA: Español
EDITORIAL: Madrid, Síntesis, 2004, 783 p.

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