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Revista de la Asociación Española de Neuropsiquiatría
versão On-line ISSN 2340-2733versão impressa ISSN 0211-5735
Rev. Asoc. Esp. Neuropsiq. vol.27 no.1 Madrid Mar. 2007
¿Qué psicoanálisis?
What psychoanalysis?
Francisco Pereña
Ya
no hay más pasión que la indiferencia
. ...
Sin embargo,
alguien gime en la habitación. Aún
la desaparición no es perfecta.
Antonio Gamoneda *
RESUMEN
El psicoanalista no puede sustituir la experiencia del paciente. Las dificultades de la teoría psicoanalítica con la clínica de la memoria son estudiadas a partir del concepto freudiano de construcción.
Palabras claves: Memoria, represión, denegación, construcción.
SUMMARY
The psychoanalyst cannot substitute the patient's experience. The psychoanalyti cal theory's difficulties towards the memory's practice are studied basing on the Freudian concept of construction.
Key words: Memory, repression, disavowal, construction.
Hier spricht der Wolfsmann -"habla el hombre de los lobos"-, así se identifica por teléfono Sergei Pankejeff, antiguo paciente de Freud, a la tenaz periodista Karin Obholzer (1) que ha conseguido encontrarle en su apartamento vienés después de varios intentos y una vez que éste ha comprobado que a ella no le interesaba aprender ruso sino conocer su historia con el psicoanálisis. "Habla el hombre de los lobos". Este modo de identificarse llama la atención. Fue el nombre con el que Sigmund Freud bautizó su caso en el año 1915 y por el que siguió siendo conocido a lo largo de más de sesenta años, y aún hoy sólo se le conoce bajo ese nombre. Ahora, cuando se identifica de esa manera, es 1974, pero Sergei Pankejeff ha perdido su nombre junto con su palabra, y él mismo se hace llamar "el hombre de los lobos". Ante la propuesta de Karin Obholzer de mantener conversaciones con él de cara a un libro, le dice que ha de consultarlo. ¿Con quién? Con Muriel Gardiner, que es la editora de su libro El Hombre de los Lobos por el Hombre de los Lobos, y hay además dos psicoanalistas a quienes visita y que le dicen lo que debe hacer. Muriel Gardiner se opone y uno de los psicoanalistas consultados le prohibirá que tales conversaciones se publiquen. Sigue siendo rehén de los psicoanalistas. Sólo la tenacidad de Karin Obholzer puede conseguir que este anciano de 87 años transgreda tales prohibiciones que resultan del todo incomprensibles para quien sea ajeno al tráfico de dependencias psicoanalíticas. ¿Qué temen? ¿Acaso temen que el "hombre de los lobos" se convierta en Sergei Pankejeff? ¿Temen que el caso desaparezca y que Sergei Pankejeff rompa el pacto de silencio que les ata, sobre todo, a los propios psicoanalistas? Numerosos libros y artículos se han dedicado al "hombre de los lobos" de parte de psicoanalistas de distintas generaciones. Aún hoy es un caso de referencia en la formación de los psicoanalistas de las más diversas escuelas.
Freud escribió extensamente sobre cinco casos que ligaban la teoría psicoanalítica con la supuesta verificación clínica. Dora desapareció y se alejó del psicoanálisis, "el hombre de las ratas" (curiosa manera de identificar pacientes por medio de estos animales de las fobias infantiles) desapareció en el frente. Schreber no era un caso freudiano, sino una elucubración freudiana sobre sus Memorias. En cuanto al caso de Juanito se trataba de una consulta del padre del niño. Sólo "el hombre de los lobos" quedó como caso modelo y encarnación paradigmática del discurso psicoanalítico. Ich, der berühmteste Fall, dice de sí mismo: "Yo, el caso más famoso de la historia del psicoanálisis". Pero a lo largo del tiempo transcurrido desde su tratamiento con Freud y de la publicación del caso, a nadie, a ningún psicoanalista de las más diversas generaciones se le ha ocurrido, que sepamos, pedir que "el hombre de los lobos" dejara de ser el caso paradigmático de Freud y que tomara la palabra como Sergei Pankejeff. Su nombre apenas es conocido. Desde los veinte años ha sido "el hombre de los lobos". Incluso ahora, en estas conversaciones francas con Karin Obholzer, es un caso fundido con el discurso psicoanalítico, mudo, intimidado por la dependencia, pero alimentado en esa dependencia por psicoanalistas de todos los continentes y generaciones, incluida la dependencia económica. Sorprende que aun a los 87 años Sergei Pankejeff reciba una pensión del Archivo Freudiano, como si los psicoanalistas fueran conscientes del daño causado a este viejo que, aunque consiguió ganarse la vida en una agencia de seguros durante cincuenta años, figuró, sin embargo, como un pensionista del psicoanálisis, quizás tomado él mismo como propiedad del Archivo.
Karin Obholzer respeta la voluntad de Sergei Pankejeff y no publica el libro hasta después de su muerte, acaecida en 1979 en un hospital psiquiátrico vienés. Uno de sus psicoanalistas lo había ingresado allí después de un desvanecimiento a la entrada de su casa para evitar que pasara a un Hospital General, siempre hasta el mismo día de su muerte bajo la tutela de los psicoanalistas.
Las conversaciones que Karin Obholzer transcribe con tanta sencillez y verismo son conmovedoras. Nos encontramos con un anciano desconfiado del psicoanálisis pero a la vez sometido a él y a sus instituciones, contenido, pero lamentando lo que hizo con su vida. Cuando Karin Obsholzer le va leyendo lo que han escrito sobre él, no sólo Ruth Mack Brunswick o Muriel Gardiner o Jones sino el mismo Freud, este hombre muestra su asombro y dice no entender nada y habla de "ideas delirantes", das sind ja Wahnideen, dice. Se le ve turbado, se confía a Karin Obholzer extrañado de ser escuchado, y no sólo interpretado aconsejado o reprochado. La vejez no le quita sabiduría a pesar de la pobre estrechez de su vida.
Repite continuamente que el psicoanálisis infantiliza, que la transferencia es una "falsificación de la realidad" y que, sin embargo, el psicoanálisis sin la transferencia no sirve para nada, lo que significa que si el psicoanálisis pudiera verse desde una perspectiva crítica no quedaría mucho de él (wenn man alles kritisch betrachtet, bleibt nicht viel übrig von der Psychoanalyse). Pero, más adelante, reflexiona sobre lo que supone el psicoanálisis de dependencia y de desprecio a la posición crítica y cómo entonces no tiene mucho de terapéutico. Aunque en un principio así lo creas, sólo consigues vivir al dictado de la "razón ajena" y así "no vas a llegar muy lejos", pero uno se aferra al psicoanálisis, es como una droga, al principio crees que has descubierto tu verdad más recóndita, pero al final no es así, es sólo una ficción del psicoanálisis y, de pronto, te das cuenta de que todo sigue igual, que no has conseguido nada, y que en vez de hacer tu vida, de despedirte de Freud, de Muriel Gardiner y de Ruth Mack Brunswick, en vez de eso hay que estar, dice, en una atroz dependencia a una mujer que no amas y que no puedes abandonar.
Se está refiriendo a una extraña relación de miedo y dependencia que tiene con una mujer que todo el tiempo se queja y le pide dinero. En cada uno de sus encuentros con Karin Obholzer vuelve a salir el tema de esta mujer terrible que se queja sin parar, que le reprocha, le saca dinero y le exige más y más, mientras ahí está él atrapado por la culpa y la dependencia, como si esta mujer fuera la representación radical de todas sus dependencias, de su propia dependencia al psicoanálisis, a la vez impotente y degradado, como a veces se puede uno imaginar al psicoanalista atrapado en su discurso y, como Sergei Pankejeff, finalmente sin encontrar una salida hacia el mundo, hacia una vida cuya estricta intimidad es la mejor defensa contra la esclavitud. Sergei Pankejeff es tan víctima como el psicoanalista mismo del dispositivo de poder y dependencia en el que analista y paciente pueden verse atrapados si no se apercibieran pronto de que la salida es la interrupción, la ruptura, que no hay finalmente otra curación que la de curarse de la demanda de curación.
De los cinco casos freudianos, el de "el hombre de los lobos" es el más delirante y desmedido. Ningún otro refleja con tanta nitidez esa dependencia mutua y loca de analista y paciente al discurso analítico. Dora era la exposición de un fracaso terapéutico, "el hombre de las ratas" explicaba un recorrido limitado de un tratamiento, y en cuanto a Juanito, era un niño que no estaba en tratamiento con Freud, y a quien ve en una sola ocasión. Freud usaba el material suministrado por el padre de Juanito para argumentar sus hipótesis o conjeturas teóricas y pensarlas a modo de verificación clínica, aunque curiosamente no se tratara de un paciente suyo. El caso Schreber es un caso ficticio desde el punto de vista clínico, ya que lo que hace Freud es una elucubración y aplicación de sus teorías edípicas a las extensas memorias escritas de un esquizofrénico, que Freud resume de manera magistral, a pesar de que se pueda discutir la excesiva ampliación de significado que lleva a cabo con su teoría edípica.
"El hombre de los lobos" tiene la particularidad de querer ser el caso de un éxito terapéutico, la confirmación de la vis curativa del psicoanálisis. Así lo concluye no sólo el mismo Freud, sino que después de muchos años y una vez que ya se había comprobado que el "hombre de los lobos" no pudo nunca hacerse cargo de su vida ni recuperar su nombre, aun así, en esos momentos en los que el fracaso terapéutico era una evidencia, tal como las conversaciones con Karin Obholzer demuestra, aun después de eso, Muriel Gardiner escribe que "los resultados positivos del Hombre de los Lobos son verdaderamente impresionantes" [ cf. El Hombre de los Lobos por el Hombre de los Lobos (2) ].
Por ello, este caso ilustra cómo el riesgo de la clínica psicoanalítica reside en que ni paciente ni analista hablen en nombre propio, sino como miembros de esa pequeña sociedad que soporta la ficción analítica, una especie de delirio compartido. Freud alarga el texto (3) en el que construye el caso de manera ya aburrida, que lleva incluso a su traductor, López-Ballesteros, a saltarse de vez en cuando algunos párrafos para aligerarlo. En efecto, Freud alarga el texto de forma exagerada, da vueltas, está inquieto, pero no puede parar, cree haber conseguido el hallazgo de la escena originaria. Dicha escena sería la explicación causal de toda la vida y patología de "el hombre de los lobos". Cree descubrirla a partir del sueño que le da nombre al caso:
"Soñé que era de noche y yo permanecía en mi cama... De pronto, se abre sola la ventana y veo, con gran sobresalto, que en las ramas del viejo nogal situado frente a la ventana hay encaramados unos cuantos lobos blancos. Eran seis o siete, enteramente blancos y más bien parecían zorros o perros de ganado, pues tenían grandes colas, como los zorros, y enderezaban las orejas como los perros cuando ventean algo. Presa de horrible miedo, grité y me desperté..." [ p. 149; p. 198 de la edición castellana (4) ].
Freud se lanza, voraz, sobre el sueño para interpretar cada uno de sus detalles, todos transparentes a la luz de la escena originaria, que es construida de esta forma: "Lo que aquella noche se activó en el caos de las huellas de impresiones inconscientes (... unbewussten Eindrucksspuren), fue la imagen de un coito de sus padres, realizado en circunstancias poco habituales pero especialmente favorables para la observación". A partir de que con la edad de diez años comenzara a padecer depresiones que se iniciaban a primera hora de la tarde, concluye Freud que tales depresiones eran sustitutos de una fiebre palúdica que sufrió a la edad de año y medio y cuyo punto culminante eran las cinco de la tarde, la hora en la que "el infantil sujeto sorprendió el coito de sus padres". La hora la fija Freud conforme al número de lobos blancos que dibuja el paciente, sin que vea obstáculo en el hecho de que antes hablara de seis o siete lobos. Los padres están desnudos en la cama, pues hace calor, y las sabanas blancas se corresponden con el color de los lobos del sueño. El coito que observa tan infantil sujeto, a la temprana edad de año y medio, es un coitus a tergo, more ferarum, como lo califica más adelante, es decir, primitivo, "filogenético", según la sorprendente apreciación freudiana, quien parece tener una idea precisa de cómo se ha de practicar el coito de forma civilizada. "Cuando el niño se despertó, fue testigo de un coitus a tergo repetido por tres veces, pudo ver los genitales de su madre y el pene de su padre y comprendió perfectamente el proceso y su significación" (pp. 156-57).
Esta escena está en el origen de la neurosis del sujeto. ¿Por qué? En primer lugar, es un "acto violento", pero la "expresión placentera" que observa en el rostro de la madre alude a la "satisfacción". En segundo lugar, "lo esencialmente nuevo que descubre la observación del comercio sexual de los padres, es el convencimiento de la realidad de la castración (... der Wirklichkeit der Kastration)". El resultado es un ataque de miedo al padre: "El miedo a ser devorado por el lobo era una transformación regresiva, como luego se verá, del deseo de ser copulado por el padre (vom Vater koitiert, no se puede traducir por "copular con el padre", hay, pues, que forzar el idioma y decir "ser copulado" o quizá "ser follado por el padre") es decir, de ser satisfecho por él como la madre, d.h. so befriedigt wie die Mutter". Y concluye así: "Su última meta sexual, la posición pasiva ante el padre, había sucumbido a la represión, y en el lugar del miedo al padre se instaló la fobia al lobo".
Una rápida y contundente conclusión que inquieta al propio Freud. Por otro lado, la represión remite a una inscripción inconsciente y, por tanto, a la memoria, pero esta escena originaria escapa al recuerdo posible del paciente. ¿En qué basar entonces su conclusión si no admite verificación alguna en la memoria del paciente? Un día le preguntó Karin Obholzer a "el hombre de los lobos", que por qué Freud había construido tal escena. A lo que Sergei Pankejeff responde: "Habría que resucitar a Freud y preguntárselo. No tengo ni idea sobre lo que pasaba por su cabeza" (Obholzer, K., p. 57). Pues bien, no hay que resucitar a Freud para preguntarle lo que le pasaba por la cabeza. Hay en el relato del caso un momento en el que Freud se detiene para hacerse algunas preguntas al respecto, y abre un capítulo que titula Einige Diskussionen, cuestiones a discutir o a debatir. El capítulo comienza, sin embargo, con una extraña intimidación:
"Se ha dicho que el oso polar y la ballena, no pueden hacerse la guerra porque, hallándose cada uno confinado en su elemento, no pueden aproximarse. Pues bien, de igual modo me es a mí imposible discutir con los trabajadores del campo de la psicología y de la neurología que desconocen las premisas del psicoanálisis y toman como artificiosos sus resultados..." (p. 166).
¿Con quién quiere usted discutir entonces?, ¿con quien ya está previamente convencido? Afortunadamente esa entrada intimidatoria no le impide hacer tres preguntas oportunas para el debate que propone: ¿es posible que "un niño de año y medio pueda asimilar las percepciones de un proceso tan complicado y guardarlas en su inconsciente" y "que luego, a los cuatro años pueda hacer una elaboración a posteriori (nachträglich) de ese material para facilitar su comprensión" y, más tarde, "hacer consciente de modo convincente y coherente los detalles de una escena vivida en tales circunstancias"? Preguntas pertinentes y adecuadas para el debate en cuestión.
En cuanto a la primera pregunta, ya en la correspondencia con Fliess y en el capítulo siete de la Traumdeutung, aparece un esquema provisional del aparato psíquico como un sistema de reinscripciones y elaboraciones a partir de las primeras experiencias de satisfacción sensitivas y perceptivas. Las huellas son percepciones que quedaron como tales huellas, es decir, que no se perdieron y quedaron guardadas y conservadas en el inconsciente (bewahren, es el verbo preciso utilizado). Por tanto, están las huellas inconscientes como experiencia sensitiva y no de sentido.
La segunda pregunta atañe a otro momento, el de la elaboración. El término que utiliza Freud es el genérico de Bearbeitung y no el que había consagrado en un artículo de 1912 titulado Recuerdo, repetición y elaboración (Durcharbeitung). Quizás se pudiera atribuir a las notas que Freud hubiera tomado del caso entre 1910 y 1014, período del tratamiento del "hombre de los lobos", pero si el caso es publicado en 1918, Freud ya había tenido tiempo de corregir el término. Creo entonces que simplemente Freud, a pesar de su preferencia conceptual y metapsicológica por el término Durcharbeitung para nombrar la elaboración (5), no lo considera contradictorio con el más genérico de Bearbeitung. Durcharbeitung es utilizado por Freud en el artículo aludido en el contexto del tratamiento analítico como proceso (durch), mientras que aquí se está refiriendo quizá al modo de proceder de lo psíquico en general. En todo caso, esas huellas inconscientes van a exigir, o simplemente va a suceder, que haya un tipo de elaboración, Bearbeitung, conforme al cual se las construya como escena comprensible, es decir, con sentido.
La tercera pregunta es simplemente un presupuesto que da su razón de ser al tratamiento psicoanalítico, pero que aquí se incluye porque lo que Freud pretende es establecer la verdad del acontecimiento. El asunto no es que haya tal interpretación de la relación con el otro de manera imperiosa, el asunto es que se trata de la "elaboración" de un hecho determinado, acontecido y percibido, como es la escena del coito de los padres.
Aquí empiezan los problemas. ¿Por qué esa escena originaria se convierte en traumática? ¿Qué la convierte en traumática? ¿El que el niño no tenga aún suficiente comprensión de lo que ve? Si es así, ¿por qué no le pasa desapercibida?, ¿qué hace que le ataña?, ¿es simplemente por su carácter sexual?, ¿es por la condición sadomasoquista que conlleva? Pero si esa versión es posterior, como el propio Freud reconoce, y sobre todo causada por la percepción sensorial del coito de los padres, ¿cómo puede ser a la vez anterior, pues es su condición traumática? Eso es un contrasentido, puesto que esa construcción freudiana está hecha para dar cuenta de un hecho particular y contingente que, sin embargo, el propio paciente desconoce. Pero aún hay más, si se quiere colocar el tema en el terreno de los hechos, ¿dónde situar la verificación del hecho? No habría otra posibilidad, en efecto, que atender a la tercera de las preguntas freudianas y considerar que su verificación estaría en el recuerdo consciente de ese supuesto recuerdo o memoria inconsciente. Freud expresa muy bien lo que es la memoria inconsciente: son las huellas de experiencias tempranas que marcan y construyen la vida psíquica del niño, su demanda de satisfacción. Esa memoria de las huellas se rescribe en un segundo momento como interpretación que las haga comprensibles, en suma que les dé sentido. Pero, ¿cómo se corresponde esa versión con el hecho traumático, toda vez que en la consideración freudiana el hecho traumático no es la condición misma de la indefensión y de la vulnerabilidad de la condición subjetiva, sino que ha de atribuirse a un hecho particular de contenido sexual preciso y contemplado por el niño? Esto le obliga a tratar la memoria inconsciente como si fuera una memoria policial que busca el hecho criminal, con lo cual el "reo" ha de confesar o ser cogido in fraganti. No hay otra prueba. Pero puesto que se trata de supuestos hechos tan antiguos, ya no cabe el ser cogido in fraganti, sólo queda la confesión. Para conseguirla sólo hay dos modos: el recuerdo o la reconstrucción. No son contradictorios entre sí. Lo que Freud pretende es que ambos se garanticen mutuamente. Yo, psicoanalista, te construyo la escena y entonces tú, paciente, me la confirmas con tu recuerdo.
La dificultad última proviene de que esas escenas son tan tempranas y arcaicas que no son accesibles al recuerdo, por lo que "estas escenas infantiles se reproducen en la cura no como recuerdos sino que son resultado de una construcción" (sie sind Ergebnisse der Konstruktion) (p. 168). Estas escenas tan arcaicas no son reproducidas en la cura como recuerdos sino que son el resultado de una construcción. No hay pues recuerdo sino sólo construcción. ¿Cuál es entonces su garantía o verificación? Para advertir que no es mera sugestión, Freud recurre a los recuerdos encubridores en los que el paciente recuerda su infancia de manera deformada y reconstruida, a su modo, como fantasías. Pues aquí, dice Freud, es parecido: el psicoanalista ha de construir, incluso adivinar (erraten) lo que ocurrió a partir de una suma de indicios (... aus einer Summe von Andeutungen) ¿Cuáles? El sueño, el modo como este sueño aparece y se repite indica que el paciente ha adquirido eine sichere Überzeugung von der Realität dieser Urszenen, una tan segura convicción de la realidad percibida de dicha escena originaria, que, añade Freud, die der auf Erinnerung gegründeten in nichts nachsteht, que en nada se debe considerar inferior a la basada en el recuerdo ¿Por qué habría de ser inferior? ¿Acaso las convicciones requieren la prueba de la realidad? ¿Acaso el "cargado de razón" está cargado de realidad? La convicción rige la masa, el allanamiento fantasmático, pero nada tiene eso que ver con la autonomía del hecho, con su desnudo acontecer, ni con la intimidad que se fabrica de esa experiencia silenciosa.
Para Freud, sin embargo, la construcción parece un argumento suficiente. En una nota que López-Ballesteros se ahorra pero que tiene su enjundia, escribe: "Los más antiguos recuerdos de la infancia no son asequibles (traduzcamos así el expresivo das ist nicht mehr zu haben) como tales, sino que son reemplazados en el análisis a través de transferencias ("Übertragungen") y sueños" (p. 169). Las comillas y el plural de Übertragungen transcriben la cita de la Traumdeutung y, por tanto, es un modo de hablar de esa época que luego abandona para referirse siempre en singular a la transferencia, Übertragung, concepto fundamental del tratamiento psicoanalítico. En efecto, muy pronto se apercibe Freud de lo que serían los límites del recuerdo, lo que en la misma Traumdeutung llama inconsciente an sich, es decir, el inconsciente de las huellas irreductibles al recuerdo, memoria que no se deja decir en el recuerdo, huellas de experiencias sin argumento, pero que Freud va a pretender sustituir por lo que aquí en este texto llama construcción.
¿Cómo entender esta construcción? Por el momento, construcción se refiere al hecho real de la escena traumática, no es la construcción como modo de señalar al sujeto su posición para que así pueda verse en lo que dice, sino verdadera construcción o reconstrucción de un hecho que exige la convicción como prueba. Con este escueto lenguaje, Freud se siente con fuerzas y justificado para seguir adelante, para entrar a saco en la intimidad del paciente y atribuir significado a una asociación con otra, en una deriva metonímica que no tiene límites: el lobo es el padre temible del que se venga blasfemando, de quien tiene una dependencia sexual, pero a la vez esa dependencia sexual le lleva a buscar mujeres degradadas que le ligan con el more ferarum del coito paterno y al que se adhiere corporal-mente por sus trastornos intestinales, de modo que si no fuera por el temor a la castración que observara en aquella famosa e insistente escena del coitus a tergo de los padres, al ver a su madre sin pene, si no fuera por esa terrible observación de la madre sin pene, sería un gozoso homosexual y no un homosexual reprimido, angustiado de perder el pene, si se entregara a esa satisfacción homosexual, y así prefiere "decidirse por el intestino en vez de por la vagina", y por esa razón se convirtió en un cagón, lo que tiene su origen en que el niño de año y medio "interrumpió el coito de los padres con una deposición" y el llanto consiguiente, y así quedó grabada la asociación de la excitación sexual con el excremento, y a lo mejor así él era una mierda exquisita de sus padres, que si no fuera por el temor a que le cortaran el pene, todo sería estupendo y podría disfrutar de mujeres y hombres a placer. Pero como el padre era castrador, el terror era tan grande que deseaba su muerte, y así se convirtió en castrado y nacen entonces los sentimientos de culpa y viene entonces una neurosis obsesiva y la imposibilidad de ligar el amor y la satisfacción sexual que aparecía tan ligada en aquella campesina, Grusha, con la que se excita, pero cuya excitación anula la "mariposa amarilla", representante del miedo al lobo, del miedo al padre, del miedo a la castración.
Y así prosigue Freud un montón de páginas más para justificar lo injustificable, pero arrastrado por una idea de la construcción, según la cual el analista construye para el paciente el hecho cierto que le sucedió y su sentido, con lo cual suplanta la experiencia del paciente, del que necesita su asentimiento convincente como verificación de la construcción teórica del psicoanalista, entendiendo por tal verificación el asentimiento, la convicción y los efectos producidos por esa convicción. El nudo de la cuestión está en que la memoria se ha visto sustituida por la verdad de la convicción, dado que no cabe recuerdo alguno de vivencias tan tempranas. La convicción pasa a primer plano. En la nota citada, Freud habla de un tipo de sustitución del recuerdo que es la transferencia, aparte del sueño. Ahora bien, si el ombligo del sueño es indescifrable, como afirma Freud en varias ocasiones, ¿cómo podría, sin embargo, descifrarse a partir del sueño una supuesta escena originaria? En cuanto a la transferencia, usarla como sustituto del recuerdo es consagrar su carácter sugestivo y alucinatorio.
Tal invasión en la particularidad de la experiencia del paciente, tal desprecio a la verdad de los hechos, no podía dejar en paz a una reflexión tan impositiva, pero a la vez tan genuina, como era la de Freud. Por de pronto está pillado en la trampa de pensar que la construcción no es una suplantación del recuerdo sino su reconstrucción, pero que al ser tan temprano no cabe esperar su verificación por sí mismo, por el recuerdo mismo, sino por la convicción que la construcción del analista produce en el paciente. Es como si le dijera a Sergei Pankejeff: "usted no puede recordar el silencio de sus primeras vivencias, pero no se preocupe, le construiré el libreto y añadiré un coro de voces, de modo que usted, Sergei Pankejeff, será a partir de ahora no el que vivió la escena sino su espectador. A partir de ahora usted ya no será más Sergei Pankejeff sino "el hombre de los lobos"". Esta cara de perplejidad, ese rictus que le queda, como si una vez más la vida le cogiera desprevenido, la vuelve a encontrar Karin Hobholzer sesenta años después, testimonio entristecido de lo que fue una vida ya no sólo de exiliado sino, sobre todo, de expropiado de intimidad, indistinto e incapaz de sostener su deseo por una mujer. No fue, sin embargo, insensible, y su perplejidad quedó como testimonio del desastre.
Freud, empeñado en una tarea con cuyos límites tropieza una y otra vez, propone la construcción como sustituto del límite del recuerdo, como su ampliación, pero dado que el recuerdo no puede verificarla, la convicción que promueve queda sólo como adhesión al psicoanalista, mejor dicho de ambos, psicoanalista y paciente, al psicoanálisis, puesto que dicha convicción se refiere a una deducción de la teoría, de manera que disentir sería cuestionar al psicoanálisis mismo. Este error freudiano, el de proponer la construcción como sustitución del recuerdo, ha tenido funestos efectos en la clínica psicoanalítica. Lo que en el ámbito del psicoanálisis se llama presentación o construcción ha proseguido esa manera de encubrir y de negar la memoria del paciente para convertirlo en una elucubración teórica. Es muy difícil, si no imposible, que el caso construido pueda atestiguar la experiencia íntima de alguien. Sustituirla por la servidumbre y la pertenencia a la teoría institucional es abrazar la convicción y la necesidad de una sociedad psicoanalítica, de representantes del discurso analítico, forma suprema de denegación en la que la construcción no amplía la memoria singular sino que la borra, no sólo la deforma sino que la anula. Ha proseguido, de forma sólo explicable por la justificación institucional, esa manera de servidumbre de paciente y analista al discurso teórico. Sergei Pankejeff ya no será Sergei Pankejeff sino "el hombre de los lobos", entrando así a formar parte de la sociedad analítica-. Probablemente es un consuelo mental que ha requerido inventar una realidad ficticia que obliga a una atención absorbente y fabuladora que es ya una ocupación en sí misma, la ocupación por antonomasia.
Pero Freud está demasiado cerca del descubrimiento y aún no encontró el suficiente consuelo mental en sus desvaríos, lo que le permite intuir el desastre de Sergei Pankejeff, a quien estuvo dispuesto a pagar su manutención en Viena, supongo que por esa razón. Pero Freud no parece satisfecho con su teoría de la construcción. En 1937 (6), poco antes de morir, vuelve sobre el asunto. Comienza queriendo situar el debate en el terreno epistemológico. La crítica contra el valor científico del psicoanálisis se formula como falta de criterio epistémico, puesto que toda tarea interpretativa del psicoanalista sería correcta, se consiga o no el asentimiento del paciente sin entrar a cuestionar el criterio mismo de dicho asentimiento como criterio científico. Freud pasa a explicar en qué consiste la clínica psicoanalítica y qué papel tendría entonces el asentimiento o la resistencia del paciente. El trabajo analítico, dice Freud, tiene como objetivo alcanzar las represiones más tempranas de las que tanto los síntomas como las inhibiciones son sustitutos de lo que se olvidó, der Ersatz für jenes Vergessene. No dice resultados, sino sustitutos. De este modo deja claro que se trata con propiedad de la represión, puesto que fuere el conflicto afectivo que fuere, quedó conservado en el inconsciente.
El camino terapéutico será, en consecuencia, el modo de llegar a ellos, el camino del recuerdo, para lo cual nos sirve todo tipo de cosas (mancherlei), desde los fragmentos de recuerdos que se encuentran en los sueños, la asociación libre por donde se cuelan "alusiones a vivencias reprimidas" y, por último, la repetición de antiguas conexiones afectivas que se dan cita en la transferencia. Ahora bien, continúa Freud, sólo al paciente incumbe el poder recordar, pues sólo a él le corresponde la experiencia vivida y reprimida. El analista no puede suplirle en esa tarea. Freud subraya que eso, aunque parezca obvio, debe ser subrayado y tenido en cuenta. Pareciera, pues, que Freud quiere corregir su propia concepción anterior de la construcción que había expuesto en el caso de "el hombre de los lobos". Ya no habla, como hizo entonces, de la construcción como modo de sustituir la memoria del paciente ampliando los límites del recuerdo. Lo que ahora entiende por construcción es la tarea del analista que consiste en lo siguiente: "Ha de adivinar o, mejor dicho, construir (zu konstruiren) lo olvidado, a partir de los vestigios que ha dejado tras de sí" (p. 396). Freud subraya el verbo konstruiren, y unas líneas más adelante duda en si llamar a esa tarea construcción o reconstrucción por su semejanza con la excavación arqueológica, aunque el psicoanalista tiene la ventaja de hacer una reconstrucción con algo que aún está vivo. Esa construcción o reconstrucción es tarea del analista. Pero es un trabajo previo. Así concluye el primer capítulo: ... aber ist die Konstruktion nur eine Vorarbeit, la construcción es sólo un trabajo previo. Freud sigue insistiendo ahora en que la construcción no puede suplir la memoria del paciente.
El capítulo segundo comienza explicando por qué es un trabajo previo. Primero, porque es fragmentario, no es conclusivo, es un empuje al trabajo del paciente, que, en segundo lugar, es quien ha de verificar la verdad o lo oportuno de esa construcción. La construcción no es un invento del analista. Se refiere a un trozo de su historia anterior olvidada (ein Stück seiner vergessenen Vorgeschichte), que ha de verse verificado por el recuerdo del paciente. Pero el ejemplo de construcción que propone Freud no parece en verdad muy acertado, sigue teniendo al cuello la soga de la especulación teórica. Leamos el ejemplo que propone:
"Hasta que tenía usted n años se consideraba el único y permanente dueño de su madre, luego vino un segundo niño y con ello una amarga desilusión. Su madre le abandonó por un tiempo, y cuando reapareció ya no estaba del todo dedicada a usted. Sus sentimientos hacia su madre se hicieron ambivalentes y su padre ganó una especial significación para usted" (pp. 398-99).
En este ejemplo de construcción Freud no empuja al recuerdo, más bien vuelve a la querencia de sustituirlo, con lo cual el ejemplo que elige más bien contradice la novedad de considerar la construcción nur eine Vorarbeit, sólo como un trabajo previo. Ese error le va a conducir a un embrollo. Dice que puede que esa construcción sea errónea, pero no hay que preocuparse porque será en todo caso inocente, no acarreará más que una pequeña pérdida de tiempo, desdiciéndose ahora, de pronto, de la fuerza de la transferencia. Pero la transferencia está ahí y no es un buen criterio para discriminar entre verdadero y falso. A lo que Freud responde precipitadamente que no hay que exagerar el peligro de la sugestión. El mismo se pone como ejemplo: Ich kann ohne Ruhmredigkeit behaupten, dass ein solcher Missbrauch der "Suggestion" in meiner Tätigkeit sich niemals ereignet hat (p. 399) (Puedo asegurar sin fanfarronería que este abuso de la "sugestión" nunca sucedió en mi práctica). Es un truco conocido. Cuando uno se ve cogido en una encrucijada sin salida hace como el Barón de Münchausen: tirarse de los pelos para escapar por el aire, es decir, recurrir al argumento de autoridad: yo no hago eso, convirtiendo de ese modo el ejercicio epistemológico de la crítica en una ofensa personal: a mí no me podéis atribuir tal cosa. Pero, como digo, Freud carece de la desfachatez de algunos de sus seguidores y se ve obligado a volver sobre la cuestión del asentimiento del paciente, que, según él, no es de fiar, ya diga el paciente "sí" o ya diga "no", por lo que finalmente no disponemos de otro criterio epistémico que la producción por parte del paciente de "nuevos recuerdos que completen y amplíen la construcción" (p. 400).
Pasemos al capítulo tercero, pues las dos páginas que restan del capítulo segundo no tienen mayor interés, ya que son vueltas y justificaciones que no hacen avanzar un ápice la argumentación. El capítulo tercero comienza con este soberbio párrafo cuya importancia ya había subrayado hace años François Roustang (7). Creo que merece la pena citarlo a partir del texto alemán: Wie dies in der Fortsetzung der Analyse vor sich geht, auf welchen Wegen sich unsere Vermutung in die Überzeugung des Patienten verwandelt, das darzustellen lohnt kaum der Mühe; es ist aus täglicher Erfahrung jedem Analytiker bekannt und bietet dem Verständnis keine Schwierigkeit. (p. 144). (Cómo ocurre esto en el proceso de un análisis, el modo como una conjetura se transforma en convicción del paciente, no hay que molestarse en describirlo, pues es experiencia diaria del analista suficientemente conocida y que se comprende sin dificultad).
La franqueza de Freud es extraordinaria. No dice hipótesis sino conjetura (Vermutung). Una conjetura, a diferencia de la hipótesis, es una ficción interesada. Una hipótesis se detiene antes de su verificación, no soslaya el vacío de saber, no se precipita en concluir. La conjetura suple ese vacío para concluir a toda prisa. De ahí que Freud la ponga en relación con la convicción (Überzeugung). La convicción no es la verificación, la convicción no es el razonamiento sino el cargarse de razón, la adhesión al discurso. La conjetura y la convicción juntas suponen un sometimiento al discurso analítico en la que ni el analista ni el paciente tienen nada que decir por su cuenta, son meros títeres del discurso que despliega conjeturas y exige convicción.
Parece claro que el camino que va de la conjetura a la convicción es de sobra conocido en un análisis. Pero ese es el problema. Freud lo plantea a renglón seguido con toda claridad: Nur ein Punkt daran verlangt nach Untersuchung und Aufklärung. Der Weg, der von der Konstruktion des Analytikers ausgeht, sollte in der Erinnerung des Analysierten enden; er führt nicht immer so weit. Oft genug gelingt es nicht, den Patienten zur Erinnerung des Verdrängten zu bringen. Anstatt dessen erreicht man bei ihm durch korrekte Ausführung der Analyse eine Überzeugung von der Wahrheit der Konstruktion, die therapeutisch dasselbe leistet wie eine wiedergewonnene Erinnerung (p. 403). (Sólo hay un asunto que requiere investigación y esclarecimiento. El camino que empieza en la construcción del analista, debería terminar en el recuerdo del paciente, pero no siempre va tan lejos. Con frecuencia, no se consigue que el paciente recuerde lo reprimido. En lugar de ello, si el análisis es conducido correctamente, se alcanza una firme convicción de la verdad de la construcción que produce el mismo resultado terapéutico que un recuerdo vuelto a evocar).
El problema no admite una fácil resolución, pues no es ya sólo el hecho de que no se consiga verificar la construcción con el recuerdo del paciente, sino que la convicción transferencial en la verdad de esa construcción tiene los mismo efectos terapéuticos que tendría el recuerdo íntimo evocado por el sujeto y no impuesto desde fuera. En el lugar del recuerdo está la convicción, y ésta sería de por sí terapéutica. ¿No es eso sugestión? ¿Qué fiabilidad concederle a tal tipo de "curación"? Freud escribe a continuación: Unter welchen Umstände dies geschieht und wie es möglich wird, dass ein scheinbar unvollkommener Ersatz doch die volle Wirkung tut, dass bleibt ein Stoff für spätere Forschung. (En qué circunstancias ocurre esto y cómo es posible que lo que parecía un sustituto incompleto termine teniendo un resultado completo, constituye el objetivo de una posterior investigación).
Ya no sólo el recuerdo se convierte en innecesario para los fines terapéuticos del psicoanálisis, sino que nada como la seguridad de la convicción para tales supuestos efectos terapéuticos. En efecto, aquello que parecía un rudimentario sustituto, puesto que no podía en verdad sustituir a la memoria, termina, sin embargo, teniendo un resultado completo, una eficacia mayor que el recuerdo verdadero. Parece claro que esto queda pendiente de una investigación posterior.
Esta posterior investigación nunca se hizo, ni por parte de Freud que murió poco después, ni por parte de las siguientes generaciones de psicoanalistas. En este punto sería bueno recordar que Charcot confiesa a su secretario, George Ginon, poco antes de morir, que su concepción de la histeria era ya caduca y que se proponía desmontar el edificio que había contribuido a levantar. El problema lo explica Charcot en sus Lecciones sobre la histeria traumática (8) de esta manera: "Estas parálisis singulares que han sido designadas bajo el nombre de parálisis psíquica, parálisis dependiente de una idea, parálisis por imaginación, yo no digo, fijaros bien, parálisis imaginaria, ya que en definitiva estas impotencias motoras, desarrolladas por un trastorno psíquico, son, objetivamente, tan reales como aquellas que dependen de una lesión orgánica" (p. 98). Freud acepta el reto de dar cuenta de esa la "realidad objetiva" del síntoma. ¿Quién toma el reto de Freud, resumido en este párrafo, de cómo explicar la vinculación de lo terapéutico con la convicción y no con la memoria?
Destino funesto el del psicoanálisis que, como todo el universo psi, ha rehuido las preguntas y ha almacenado respuestas para fabricar con ellas convicciones a prueba de toda crítica, con lo que el psicoanálisis mismo se ha convertido en emblema de la denegación, de la insensibilidad y de la rutina. Pero en realidad ya no podemos decir el psicoanálisis. Convendría preguntar siempre qué psicoanálisis.El psicoanálisis se ha revelado deudor de la servidumbre de paciente y analista a un discurso doctrinario. Pero si la clínica psicoanalítica sobrevive es porque no se limita a la servidumbre a dicho discurso. Hay un psicoanálisis para el que la clínica no está al servicio de la Escuela analítica y cuyo objetivo no es la adhesión a la verdad sino la separación y la curación de la demanda de curación, la creación de una intimidad como baluarte contra la servidumbre, la rivalidad y el victimismo. Curarse de la demanda de curación es no prestarse ya más a vender la ofendida intimidad a cambio de un rédito vindicativo y amoroso.
Pero sigamos indagando. Al final del texto que comentamos Freud plantea una pregunta que vuelve a dejar sin respuesta: "Queda pendiente de indagación individual (Einzeluntersuchung) la íntima relación entre la actual denegación (... gegenwärtigen Verleugnung) y la antigua represión (... damaligen Verdrängung)"
(p. 405). Esa es la cuestión, pues creo que el enredo en el que desemboca Freud me parece que proviene de no haber comenzado por ahí. La construcción no hace pareja con la convicción más que al servicio de la denegación, del no querer saber, de la insensibilidad. La construcción es sin duda tarea del analista y no del paciente, pero consiste pura y simplemente en señalar la posición del sujeto para que el paciente pueda verse en la escena que se pone en marcha, en la que está encarcelado en su relación con los otros, en señalarle el ángulo ciego de su queja y de su reivindicación, es decir, cómo su agresividad es una respuesta a la angustia que proviene de una inmediatez del otro, pero de lo que tampoco quiere o puede separarse y cómo entonces la demanda, la suya y la de los demás, tiene siempre ese carácter imposible y exasperante, cómo, en suma, la angustia y la agresividad son efectos del presente que obstaculizan la prosodia o la métrica de la intimidad. El afán de destrucción pelea contra el tiempo y la pérdida. Es tan devastador como estúpido.
Pondré un ejemplo concreto para comprender mejor lo que cabe entender por construcción y así poder separarlo tanto de la convicción como de la suplantación del recuerdo. Una joven profesional cuenta que últimamente está provocando altercados en su equipo de trabajo. Describe de manera sencilla y no falta de lucidez una situación que la enerva: en el equipo de trabajo hay unos hombres brillantes y capaces y unas mujeres que van tras los hombres no sólo ineptas sino sobre todo desinteresadas de su trabajo, solicitando y consiguiendo la protección de los hombres, cosa que a ella la desquicia. No puede soportar esa desidia profesional y esa sumisión a los hombres que califica de degradante, y suele suceder que ella salta y lo dice a la cara, con el consiguiente trastorno que eso provoca. Ayer mismo, añade, el altercado continuó en el restaurante donde levanta la voz esta vez contra un señor que no le deja coger de su mesa una silla desocupada.
Este es el asunto contado de manera sucinta. ¿Qué puede hacer el analista? Puede hacer, por ejemplo, como Joan Rivière, y proponer la teoría de la mascarada femenina y en concreto de su contradicción entre el ideal y la sexualidad femenina, su rechazo a la sexualidad femenina y la consiguiente envidia de pene, lo que la coloca en un mal lugar, entre el ideal profesional y el deseo sexual, siendo ambos incompatibles. Pues bien, elegir esta opción es sustituir la experiencia concreta del malestar de esta mujer por una teoría que la descalifica como mujer. No sólo eso es descabellado sino que explota lo peor de la posición del paciente: esa mezcla de exigencia y descalificación que suele atenazar a los pacientes y a la que es tan fácil recurrir para desacreditarlos a la vez que se les exige más.
Cabría hacer también lo de Freud: encasquetarle la teoría edípica, es decir, cómo ella, tan valorada de niña, fue sustituida por la fascinación del hermano y ella así cayó en celos, envidia peneana y otros menesteres. Esto es, igualmente, proporcionarle una versión, un sentido que puede crear convicción a la vez que le sustrae la particularidad de la situación.
Pero, me pregunto, ¿por qué no orientarse por lo que el paciente cuenta sin tener que recurrir a una teoría exterior o a la vil explotación de su inferioridad en la relación transferencial de poder? Cabe, en efecto, otra opción más a favor del paciente. Decirle por ejemplo: usted describe una escena que le resulta desagradable, la describe con gran precisión y lucidez, pero usted pareciera estar como simple espectadora, indignada por el espectáculo que contempla, pero si usted trae este episodio es por el malestar íntimo que le provoca, por lo que debe haber otra escena que la implique de manera más directa. Uno ya ha oído a la paciente, no es el primer día que la ve, la ha oído relatar su dificultad con las parejas, su infancia llena de exigencias y de ideales, la voracidad materna y algún episodio de anorexia en su pubertad. Por eso uno puede incluso señalarle que parece que sólo se enfada con estas colegas mujeres y no tanto con los hombres y que subraya demasiado la desidia profesional de ellas y la protección que, sin embargo, obtienen de los hombres, que quizás eso resalta o contrasta con su manera de exigencia y de insatisfacción. Pero sin incursiones teóricas y sin medias palabras. Que esta intervención pueda considerarse acertada se puede verificar por lo que sigue, por la escena que, en efecto, hay tras estos altercados: una escena familiar en la que ella comenta a sus padres su proyecto de pareja y los padres le responden de manera poco atenta, a lo que para ella es sin embargo un momento de satisfacción intensa, y cómo eso le permite verse en su historia, y cómo de nuevo estos padres sólo parecen vanagloriarse del éxito profesional de la hija, etc.
Una mujer lamenta desconsoladamente día tras otro su falta de pareja y sus reiterados fracasos con las posibles parejas que le salieron al paso. Es tal su desconsuelo que apenas muestra interés en recordar, hasta ese punto es su anulación. Al señalarle tal anulación y como se anula ante la demanda que ella pudiera tener y como entonces absolutiza tanto su falta que es como si el mundo entero quedara paralizado en su umbría y como si no le fuera así posible diversificar sus intereses o sus quereres por causa de esa absolutización y esa anulación. Ante esta corta construcción, ella evoca una escena infantil en particular en la que se hace la dormida para ser llevada a la cama por el padre y cómo adquirió ese vicio de no poder pedir sino sólo de hacerse la dormida o anularse para no importunar, etc. He aquí otro pequeño bosquejo de cómo entender la construcción en psicoanálisis.
Se dirá que el paciente no siempre quiere ver, que la denegación puede predominar tanto sobre la represión que el paciente nunca se ve en la escena y sólo ve a los demás en cuanto interpretados, nunca en su realidad concreta. Eso puede ser y ese es el límite de la clínica psicoanalítica. La clínica psicoanalítica se orienta por la represión (Verdrängung) y no por la denegación (Verleugnung). Ese es el hallazgo freudiano. La construcción ha de estar orientada por tanto hacia el recuerdo y la elaboración inconsciente, lo que es lo mismo que decir hacia la separación y la distancia del duelo. El error de Freud es tomar la construcción como sustitución del recuerdo, produciéndose entonces el delirio a dos que ilustra a la perfección el caso de "el hombre de los lobos" y en general el psicoanálisis institucional, pero que, como intuye Freud, no es el delirio psicótico, ya que éste tiene el propósito para el sujeto de crear una historia, una historia verdadera, pero en todo caso una memoria que pueda tomar la experiencia lingüística en su verdadera condición temporal. Incluso si se toma el delirio como sustituto del recuerdo, esa sustitución la lleva a cabo el propio sujeto a la búsqueda de su palabra, y no el analista.
Si lo que en la clínica psicoanalítica se entiende por represión tiene que ver con esa condición de la palabra como pérdida y pasado, la denegación tiene el propósito de borrar toda memoria y de convertir la palabra en una reivindicación mesiánica o en un insulto. Es llamativo cómo en lo que llamamos "trastornos límites de la personalidad", ese cajón de sastre diagnóstico, pero que no por ello deja de apuntar a fenómenos clínicos cada vez más frecuentes e incatalogables en las viejas clasificaciones psi, es llamativo que en todos ellos aparezca, sea en el más insidioso actuador o en la más férrea inhibición, un presente insoportable, una ausencia de memoria, un desprecio al pasado o una simple incapacidad de separación, de lo que constituye en última instancia la experiencia misma de la palabra. Desconocer esta experiencia creo que está conduciendo a la clínica psi a la denegación, a no querer enterarse, convirtiendo por ello a sus practicantes en seres corrompidos por el discurso o capataces de las hordas deprimidas. El psicótico anestesiado es un psicótico sin delirio, sin palabra. Por otro lado, la invasión de los llamados antidepresivos, consumidos por una mayoría de la población occidental durante años y años, hacen su contribución particular a una sociedad cada vez más insensible.
El encuentro con la memoria que supone la clínica del inconsciente da más valor al recuerdo, a esa condición de ausencia que tiene la palabra, que a toda interpretación. Cabe decir que la memoria es de por sí terapéutica por lo que tiene de distancia subjetiva que devuelve la dimensión temporal al presente. Decir que es de por sí terapéutica quiere decir que no hace falta la interpretación, y en cuanto a lo que venimos llamando construcción, ésta no sustituye nunca al recuerdo, lo convoca o lo anuncia al poner al sujeto en relación con la palabra. No hace insensible, no borra las pérdidas, no nos ahorra el duelo, no rehuye la separación, la no coincidencia íntima con los otros. El objetivo de la denegación es borrar, es olvidar borrando lo que ha ocurrido. En la represión lo que nos sucedió se guarda en el inconsciente como memoria del dolor, pero no como ofensa crediticia.
En otras ocasiones hice la distinción entre memoria y recuerdo según el criterio de las huellas o vestigios que marcan el cuerpo con la experiencia de satisfacción y de dolor sin que esto sea traducible al sentido o a la significación. La memoria serían esas huellas, lo que Freud llamó en la Traumdeutung inconsciente an sich, y el recuerdo iría ligado a situaciones o trozos perceptivos que buscan el sentido de una pertenencia primaria que es memoria sensitiva antes que fabulación. Freud no entendía por qué el paciente evocaba esos trozos sensitivos a los que prestaba más atención que a la construcción del analista. Afortunadamente, porque esa evocación sensitiva es como cuando alguien se acerca al paisaje de su infancia donde un color, una luz determinada, una particular fragancia del matorral, el fuerte olor del establo, la muda aflicción de la caída y de la esclavitud, acuden antes que el relato de la historia. Esa memoria de los sentidos va a condicionar el recuerdo, su pesar o su alegría, al que va a dar su carácter de intimidad. No es el mero relato del recuerdo encubridor sino la silenciosa memoria del ayer, del instante singular y sensitivo de la vida. Lo que Freud llamó überdeutlich no es lo alucinatorio del recuerdo sino su anclaje en la memoria de los sentidos, en la experiencia del mundo. El recuerdo encubridor es una deformación por su traducción al relato, pero no habría relato o recuerdo si esa deformación no delatara a la vez un lugar efímero en el mundo cuyo mejor destino es marcharse de él antes de convertirlo en un erial o en una reclamación guerrera.
Por eso es tan importante dejar sitio al relato, que el paciente cuente, que oiga finalmente sus palabras y el pasado le sirva para así separarse del presente y acudir a él, al presente, desde la memoria, es decir, en el instante de su pérdida, en su desaparición y no en la pretensión de la protección. Cuando un paciente muy angustiado o inhibido, paralizado, enuncia el verbo en pasado es como si se oyera la respiración psíquica. "El tiempo venera el lenguaje", escribió Auden, como si el lenguaje fuera más grande que el tiempo, pero no es la grandeza sino el engendramiento del tiempo por la palabra. La palabra acoge el tiempo y por eso lo engendra, al engendrar la distancia y la ausencia en la que el sujeto puede vivir. Cuando este hombre que parecía puro automatismo de palabras, rituales y muertas, comienza a poder usar el verbo en pasado, es como si abriera una posibilidad de vivir, de que su palabra acoja el tiempo de su experiencia subjetiva.
Con la denegación, la insensibilidad crece y, por tanto, las cosas no han sucedido, no crearon experiencia, están muertas. Hay una denegación ligada a lo traumático que es indispensable para vivir. Pero hay otra, como ya he repetido, que se rige por la convicción abstracta y por la atribución interpretativa de los demás, que, cargada de razón, ignora la propia posición y se alimenta del daño y del miedo ejercido o temido. Su afecto más temido es la angustia, que no consigue tratar más que gritando o enmudeciendo aterrado. En todo caso, rechaza la memoria y la sensibilidad, todo es presente y se desarrolla ante el tribunal superyóico. La angustia es afecto aterrador del presente, el sentimiento de la supervivencia del indefenso ante el crecimiento masivo de la indiferencia. Antes de perecer en la asfixia psíquica de la depresión, puede alentar la más áspera e indefinida destrucción.
La clínica psicoanalítica busca la memoria y agranda el campo de la sensibilidad, abre así la perspectiva de quien ya no sabe cómo seguir ni a dónde ir. Cuando alguien, agobiado por la angustia de la culpa superyóica, por la necesidad de castigo y de reparación y por la consiguiente y discordante agresividad, se interroga sobre su vida, se abre quizá la posibilidad de enterarse y de agrandar su sensibilidad, y no de volverse insensible.
Aún no hemos conseguido expresar la fuerza y la enjundia que conlleva la clínica de la memoria. Quizás ese empeño freudiano por entender la construcción como sustituto de la experiencia del paciente sea un lastre. También Benjamín utilizó el término construcción en relación con la memoria, pero la Konstruktion benjaminiana está curiosamente más cercana a como podemos entenderla en la clínica. No es la nostalgia o la fijación al pasado, es construir el presente con el pasado. Si la historia académica, si la disciplina de la historia, es un proyecto de olvido que se fabrica con los resultados tomados como ley o como inevitables, la memoria es todo lo contrario, es tomar lo perdido, la derrota, la Versagung, como formando parte de la realidad. Lo que no hay, lo que falla, tanto el anhelo como la derrota, el acto equivocado, las consecuencias de ese acto, la repetición del daño, lo que no se previó y se quería otra cosa, lo que se perdió y no se consiguió, el revés en suma, forma parte de la realidad. "Es lo que hay", se suele decir para acallar el anhelo y hacer confesión de pragmatismo. Nada menos cierto, lo que no hay también es real y siempre hay otra posibilidad, pues hubo otra posibilidad. Eso es independiente de que el sujeto tuviera opción o no a esa otra posibilidad, pero lo que hubo y sucedió es una posibilidad aunque fuera la única posible en ese momento, y al ser del orden de la posibilidad habría, por tanto, otra derrotada.
La clínica de la memoria acoge la contingencia del cambio y no el simple lamento, porque la experiencia de lo que acaece y de lo que se ansía, del encuentro y de su pérdida, es experiencia del tiempo, incluye la temporalidad en el presente. El presente no es una eternidad inmóvil, porta la memoria y la ausencia, y por eso permite la percepción de su injusticia. No hay conformidad con el presente, como no la hay con lo fáctico o con el poder. El pasado está vivo, se guarda en el inconsciente, así pues siempre queda otra posibilidad, el presente no lo es todo, queda otra posibilidad hasta el momento mismo de la muerte involuntaria o voluntaria.
Cuando Hegel confunde la Razón con la Historia, ha destruido con su desprecio la experiencia y ha obligado a reconciliarse con la realidad entendida como Presente Absoluto, tras los avatares del movimiento ya predeterminado como Progreso. Nada cabe hacer con el Orden Universal que sabe y desprecia lo particular, conoce el todo, pero carece, como el Dios de Schreber, de la experiencia de lo vivo. El retorno de lo reprimido, esa presencia inesperada del pasado en el momento de peligro, como lo diría Benjamin, en el momento en el que el deseo y la angustia ya no se consuelan con la guerra, es una oportunidad. La respuesta que construimos como defensa y dominio venció sobre otra posibilidad para escapar lo más rápido de la angustia de la soledad, pero el retorno de su fracaso en el dolor del síntoma es aún anhelo de otra cosa. Ese anhelo nace de la experiencia del pasado en el presente, del síntoma mismo como retorno de lo reprimido. No borrar esa experiencia sino tomarla como intimidad propia, como duelo y no sólo como luto, esa es la posibilidad de no sucumbir al ruido de la venganza y a la conformidad con lo fáctico, sino percibir el horror de muerte que lleva todo presente que borra el pasado y el empuje a la abstracción que es el olvido.
La clínica de la memoria es clínica de la experiencia subjetiva y del cambio interno al deseo y al acontecer. Lo que acontece tiene consecuencias, pero aun así o por eso mismo, no es todo lo que sucede. Los vencidos, los derrotados, los suplicantes, no son figuras patéticas, son figuras íntimas de cada uno, y quien vocifera contra toda súplica eligió el asesinato, está a la espera del verdadero ejercicio del poder que consiste en lanzarse al cuello del enemigo de turno para llevar el proyecto de olvido a sus últimas consecuencias. A veces ese enemigo está en el pasado y se escribirá la historia para el ajuste de cuentas del presente, para olvidar y borrar del mapa el hecho de la derrota y el crimen. No hay que ir al pasado, el pasado está aquí, en el presente, ignorado, pero real. El retorno de lo reprimido ha de ser tomado en su condición de memoria para que el pasado tenga su tiempo y no sea sólo una condena. Eso requiere que no sea borrado a toda costa.
La clínica de la memoria trata la posibilidad de la separación, no del olvido o de la insensibilidad. Por eso, el paciente es insustituible en su experiencia y la construcción que hace el analista no suple la memoria del paciente, sólo la convoca al poner al sujeto en relación con su palabra. La construcción del analista acoge esa palabra y por no usurparla abre la oportunidad a la separación. La separación es el objetivo de un análisis, ningún otro sino la separación. La intimidad conseguida es dejar de ir lamentándose ante los otros, es escuchar y atender a los demás y tomarlos en su realidad concreta, es callarse.
Weg von hier, dass ist mein Ziel, fuera de aquí, esa es mi meta, dice Kafka en ese pequeño relato llamado La partida. No coincidir con el presente, no desconocer o borrar la derrota que nos empuja, no tener compinches, proteger la intimidad, es resistir a la barbarie de la servidumbre. Ese es el límite de una clínica de la memoria
Bibliografía
(1) OBHOLZER, KARIN, Gespräche mit dem Wolfsmann, Hamburgo, Rowohlt, 1980. [ Links ]
(2) GARDINER, MURIEL (ed.), El Hombre de los Lobos por el Hombre de los Lobos, Buenos Aires, Nueva Visión, 1979. [ Links ]
(3) FREUD, S., "Aus der Geschichte einer infantilen Neurose (Der Wolfmann)", Studienausgabe VIII, Francfort del Meno, Fischer, 1969. [ Links ]
(4) FREUD, S., "Historia de una neurosis infantil", en Sexualidad infantil y neurosis, Madrid, Alianza, 1972. [ Links ]
(5) PEREÑA, F., De la violencia a la crueldad, Madrid, Síntesis, 2004. [ Links ]
(6) FREUD, S., "Konstruktionen in der Analyse", Studienausgabe Ergänzunsband, Francfort del Meno, Fischer, 1975. [ Links ]
(7) ROUSTANG, F., "Assez souvent", en ...Elle ne le lâche plus, París, Minuit, 1981. [ Links ]
(8) CHARCOT, J. M., Lecciones sobre la histeria traumática, Madrid, Nieva, 1989. [ Links ]
* Este texto forma parte del próximo libro de Francisco Pereña: Fragmentos de la vergüenza. Es una adaptación resumida del primer capítulo de la tercera parte de dicho libro.
Fecha de recepción: 12-XII-2006.