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Revista de la Asociación Española de Neuropsiquiatría

versión On-line ISSN 2340-2733versión impresa ISSN 0211-5735

Rev. Asoc. Esp. Neuropsiq. vol.27 no.2 Madrid  2007

 

LIBROS. CRÍTICAS

 

Remo BODEI, Destinos personales. La era de la colonización de las conciencias, Buenos Aires, El cuenco de plata, 2006, 528 pp.

Desde sus primeros libros, este reconocido filósofo eligió dialogar con la tradición mediante una escritura rica y precisa. Y como le interesaba el estudio de las pasiones y disonancias en las vidas individuales, sin olvidar su entorno social, Bodei encontró en viejos autores, como el poderoso Agustín de Hipona (Ordo amoris), sus fuentes lejanas para analizar del pensamiento occidental. Pero su obra en absoluto refleja discusiones remotas; sus textos son buena expresión de las inquietudes modernas. Más aún, en Una geometría de las pasiones, de 1991, cartografió el agobiante Barroco y en particular el cristalino mundo de Spinoza para acercárnoslo de un modo manifiesto; y en Scomposizioni. Forme dell'individuo moderno (1987), no traducido al español, analizó las borrascas de la gran Revolución que definen el umbral del desgarro contemporáneo nuestro: esta fractura tiene además desde entonces la marca política francesa.

Pues bien, su indagación ha proseguido cronológicamente con Destinos personales, aparecido en 2002 y bien traducido por esta excelente editorial bonaerense. El libro viene así a cerrar su "trilogía de la individualidad" moderna, llegando hasta finales del siglo XIX y prolongándose hasta la primera mitad de la centuria siguiente hasta poner en evidencia las complejas y disociadas circunstancias personales de nuestros días. No es precisamente una obra maestra fácil de resumir: la suma de temáticas que ofrece Bodei con vigor y gracia es abultada.

En una primera parte, arranca rápidamente de Locke y Schopenhauer para mostrar la construcción del yo como sujeto de la conciencia, el intelecto y la voluntad en dos gamas influyentes del pensamiento (el inglés fue también modelo de la Ilustración francesa). Y pasa a adentrarse en el mundo biocientífico, con un extenso capítulo "De la citología a la filosofía", pues el modelo celular tuvo gran peso no sólo para estudiar la vida sino también para interpretar hechos físicos y sociales en el siglo XIX. El elemento fundamental del organismo fue impulsado desde 1838 por Schleiden y Schwann, pero su teoría celular se amplió mucho avanzado el siglo XIX, al definirse la célula como una individualidad, y proponerse que los organismos son una especie de "colonia" de células-individuo (en 1902, Le Dantec indicó ya que un individuo se define no por su número de células sino por la repetición de un tipo concreto). De esta suerte se aplicó la idea pluricelular, de inmediato, al comportamiento anímico y luego al social.

Además de reflejarse en una figura de tanto peso como Taine, en la que se detiene Bodei, analiza éste su réplica en tres médicos filósofos del siglo XIX: Ribot, Janet y Binet, que influyeron en los investigadores sobre la psicología de masas (también en Freud), en ciertos literatos (así Proust o Pirandello) y, más adelante e involuntariamente, en la derecha extrema. A continuación, Bodei marca con intensidad y amplitud el centro de gravedad, o la explosión, de Nietzsche, para proseguir luego con esas estrategias de la individuación que dan nombre a la primera mitad de Destinos personales. Por un lado, nos mostrará el par Bergson-Proust y el solitario o despiezado Pirandello -situados en una literatura mezclada con sensaciones de disolución-; y por otro hará una amplia reflexión sobre Simmel, que trata, por oposición al último, de buscar el crecimiento personal pese a tantas limitaciones externas, abriéndose a los vínculos externos favorables o cerrándose a los hostiles.

La segunda parte del libro, la colonización de las conciencias, se adentra por terrenos sin duda políticos. Le interesa al autor ver cómo nace el individualismo de masas, y analiza a los conductores de almas (Le Bon, Sorel, etc.), y a los pastores italianos de la jerarquía y el sacrificio, los Mussolini y Gentile que dirigieron en cuerpos y mentes un régimen masivo muy concreto. El libro se cierra al fin con casi setenta páginas de mirada ya retrospectiva del siglo XX ("Horizontes del yo"), que recuerdan de antemano el exterminio nazi, los fracasos de organización total de la historia, y un claro derrumbe del individuo actual. Bodei espera que el presente sea, con todo, una época de gestación, un momento de metamorfosis; que sea un tiempo donde podría reconducirse esa circunstancia global -alienadora, narcisista e histerizante en las costumbres y en la cultura-, para que cada cual pueda recapacitar y dar un giro más íntimo y grave a su persona, más resistente a las melodías uniformadoras que nos envuelven. Pero lo dice con grandes dudas, pues las perplejidades y los peligros son enormes sin duda.

Ahora bien como el ensayo aborda las concepciones de la identidad que llegan hasta nuestros días, recordemos rápidamente tres libros suyos anteriores, de distinto aliento, pues permiten aclarar algunas de las visiones acerca del "yo" que Destinos personales al fin traducido ofrece. Ya en su Filosofía del siglo XX, de 1997 (Madrid, Alianza, 2001), se abría indicando que "una vez constatada la imposibilidad de descubrir el ‘bacilo de la locura', o lesiones orgánicas en las psicosis endógenas, comienza ahora el acercamiento de la psiquiatría a las filosofías más recientes" (y en Destinos personales hay una fusión de diversos ámbitos del conocimiento). Pero más aún, como gran estudioso del territorio pasional, Bodei sabe que la desviación es constitutiva de la propia norma; y en Las lógicas del delirio, Razón, afectos, locura de 2000 (Madrid, Cátedra, 2002), ofreció una lectura singular de una carta de Freud, para ver nuestros conflictos más hondos: es un texto claro y conciso, está plagado de asociaciones sobre las discontinuidades de la vida psíquica, sobre cómo el pasado se adhiere al presente y cómo hay zonas de difícil sutura o mal suturadas en nuestra conciencia.

Por su parte, El doctor Freud y los nervios del alma -unas conversaciones con C. Albarella de 2001 (Valencia, Pre-Textos, 2004)-, nació de su malestar ante ciertos debates cuyo tono polémico y sectario revela que carecen de un conocimiento aceptable del discurso psicoanalítico: "Frecuentemente, la aceptación o el rechazo del psicoanálisis vienen motivados por actitudes en parte preconcebidas", que conducen a apreciaciones estériles. Bodei, interesado por el psicoanálisis y crítico, como filósofo atento, de ciertos aspectos de la obra de Freud, responde con pasión a tres aspectos fundamentales: los vínculos entre psicoanálisis y sociedad; las relaciones entre filosofía y psicoanálisis; el territorio, que éste implica; la hermenéutica y su lugar ante la ciencia. La grandeza freudiana -dice- "fue la de usar el conocimiento y los afectos como dispositivo conjunto para salir de la pasividad", pese a depender de "modelos blindados de tipo positivista". El libro resulta claro, incisivo, y sin duda deja muchas ventanas para la polémica: como sucede con las buenas síntesis.

Reseñemos aún su último volumen, Piramidi di tempo. Storie e teoria del déjà vu (Bolonia, Il Mulino, 2006), que analiza otra sutura y otras ramificaciones mentales (incluyendo el eterno retorno): esa sensación extraña de haber vivido una situación anterior, el déjà vu tan discutido por la psiquiatría. Lo hace a través de la literatura y la filosofía -de Rossetti a Bloch-, y en él cita sobre todo a Freud, justamente el doble de las veces que se refiere a Janet, pues a su juicio la terna de los médicos decimonónicos arriba citados sigue siendo un nódulo significativo de la modernidad.

En fin, Bodei intenta captar lo espectral de las teorías, enseñar cómo se han desplazado modelos epistemológicos de un territorio del saber a otro (con independencia de su verdad científica). Y lo hace bellamente. Sin olvidar que conviene valorar los sucesos históricos, esto es, discutir los patrones de interpretación contemporánea, en sus distintas capas. Pues toma en consideración los últimos tramos de nuestra historia como formas de "representación cultural" todavía relevantes, y que pueden ser modificados al menos en parte, de acuerdo con una tradición honorable del pensamiento civil italiano.

Mauricio Jalón 


Antonio ESPINO GRANADO (Coordinador), La atención a la Salud Mental en España. Estrategias y compromiso social. Acto de Celebración del XX aniversario del Informe de la Comisión Ministerial para la Reforma Psiquiátrica. Abril 1985. Toledo, 14 de abril de 2005, Toledo, Madrid, Ministerio de Sanidad y Consumo, Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha, 2006, 241 pp.

Como se ha repetido, la asistencia psiquiátrica siempre ha sido "la cenicienta" de la atención sanitaria en España. Contaminada la enfermedad psiquiátrica por valores negativos, su curación ha sido descuidada. Posesión diabólica, brujería o hechicería, delincuencia o maldad, son algunas de las equivalencias que la población, incluso la ciencia o la iglesia, encontraban en estos pobres sufrientes. La cárcel, la miseria, la hoguera, las galeras perseguían a estos desgraciados, que tan solo muy recientemente han sido liberados. La mítica escena de la liberación de los locos de sus cadenas por obra de Pinel, tan solo fue un gesto más de la revolución francesa, pues por muchos años la atención médica era rara y cara, inexistente para los que no gozaban de una comodidad suficiente en el terreno económico.

Todavía muchos recordamos el horror de los manicomios franquistas, en que parecía reunirse todo el rencor político y social de la etapa de posguerra. Estos pobres infelices pagaban las miserias de una época negra de nuestra historia. Por eso son míticos también los esfuerzos de muchos psiquiatras jóvenes que al fin de este período y en el comienzo de la democracia lucharon por mejorar los terribles hospitales psiquiátricos. La nueva etapa supuso pues una esperanza, sobre todo cuando el PSOE llega al poder en 1982. La Comisión Ministerial para la Reforma Psiquiátrica, nombrada por el ministerio encabezado por Ernest Lluch, fue decisiva para plantear las necesarias mejoras. Llegaba en un momento en que la existencia del Ministerio de Sanidad y Consumo, la dedicación de dinero y atención al problema y los cambios políticos eran factores positivos para la reforma. El nacimiento del estado de las autonomías era una de las novedades de mayor importancia. Se quería una atención orientada hacia la medicina comunitaria y coordinada en el sistema sanitario, mejorando los profesionales y las instituciones. Se quería aprovechar lo existente -en especial el movimiento renovador que cundía entre los psiquiatras jóvenes-, crear lo nuevo necesario y, sobre todo, coordinar instituciones e instancias políticas. Todo el mundo conoce el Informe presentado por la Comisión, que ahora se reedita con aportaciones fundamentales sobre su gestación y aplicación. Es importante la presentación del que fue su Secretario, así como algunas palabras del Ministro que firmó la Ley General de Sanidad.

Sin duda hubo muchos logros, pero problemas económicos y políticos hicieron que muchas de estas novedades no se implantaran, incluso que se diera marcha atrás en algunas. La tendencia a la privatización -o gestión privada, como se quiera-que tanto tememos quienes creemos en la sanidad pública-, ha hecho que a veces se pueda hablar de una contrarreforma. Pero sin duda el mismo impulso de renovación estatal que acompañó a los cambios sanitarios ha sido también foco de mejora en algunas autonomías. En este sentido, en estas páginas se presentan las novedades que en atención psiquiátrica se han producido en algunas de estas, así en Cataluña, País Vasco, Andalucía y Castilla-La Mancha, la anfitriona. También por Matt Muijen, las perspectivas de la OMS para Europa y por Alberto Fernández Liria, las propuestas para España desde una perspectiva histórica y profesional. Estar atentos a estas novedades es importante para quienes desean que los pacientes psiquiátricos tengan una adecuada respuesta a sus derechos. Tal es, pues, la intención del libro que presento y que recomiendo a quienes se interesan por la medicina presente. Sirvan así estas palabras de introducción a su interesante contenido y, sobre todo, de homenaje a unos inteligentes profesionales -algunos buenos amigos- que propusieron y llevaron a cabo la liberación de las cadenas de esos pobres dementes.

José Luis Peset


Joan CODERCH, Pluralidad y diálogo en psicoanálisis, Barcelona, Herder, 2006, 319 pp.

El título de este libro es ya todo un acierto por dos motivos: primero porque desde el punto de vista estético es de una belleza cautivadora y, sobre todo, porque es toda una declaración de principios. Efectivamente éste es un libro dialogante, con la psicoterapia, con las diferentes modalidades de psicoanálisis, con la filosofía, con la teoría del conocimiento, con las neurociencias, etc. Pero también es un libro dialogado, pues el trabajo del autor viene acompañado de dos aportaciones plenamente integradas: un capítulo sobre psicoanálisis infantil escrito por Joana M.ª Tous que cierra el volumen y un prólogo a cargo de Mercè Mitjavila que, ya desde las primeras páginas, nos sumerge en un clima dialogante y reflexivo de alto nivel que presidirá todas y cada una de las que siguen hasta finalizar el libro.

Adscrito al "pluralismo crítico" propuesto por Popper el autor pretende dos cosas: por un lado abordar la pluralidad teórica y técnica del psicoanálisis, y por otro dialogar con otras disciplinas del saber. Respecto a la pluralidad recurre a las posturas de autores que dialogan entre ellos en trabajos recientes (Wallerstein, Green, Kernberg, Gabbard) y expone sus propias opiniones, con gran sentido común, respecto a la pluralidad y también al terreno común en los aspectos más nucleares: los fenómenos mentales básicos, la dedicación de ayuda con las dificultades y el compromiso con la relación terapéutica para ofrecer la posibilidad de una mejor calidad de vida. En definitiva, en aquello que es compartido por todos los psicoterapeutas: escuchar, comprender y ayudar. Al mismo tiempo denuncia, no tanto las divergencias, que las hay, sino las actitudes cerradas en sí mismas, de no querer ver más allá de las propias teorías. Para abordar el diálogo con otras disciplinas recurre a los principales modelos del psicoanálisis, el modelo pulsional y el modelo relacional, para hacerlos corresponder con las dos principales concepciones de la naturaleza humana: la individual y la social.

En el primer capítulo el autor aborda el debate de la diversidad de teorías que han coexistido y conviven dentro del psicoanálisis (las principales orientaciones psicoanalíticas actuales). Algunas ideas ya habían estado esbozadas en su anterior trabajo La relación paciente terapeuta (Paidós, 2001), donde el autor ya se nos mostraba con un convencido anti-dogmatismo que le permite hacer crítica, y autocrítica, de tradiciones y teorías que durante demasiado tiempo han parecido incuestionables dentro y fuera del mundo psicoanalítico. Con gran precisión va exponiendo modelos diferentes para la comprensión del psiquismo humano y lo que cada uno aporta de valioso en este diálogo que considera necesario y hasta imprescindible. Pero Coderch va más allá, y considera esta diversidad como una fuente de conocimiento más que un problema que precise una solución en forma de una teoría común.

El segundo capítulo trata del diálogo entre psicoanálisis y filosofía del lenguaje. En relación a los objetivos que apuntábamos antes, el autor expone una concepción de la mente humana fundamentalmente social y, por tanto, una concepción fundamentalmente relacional del proceso psicoanalítico. En esta relación, y gracias a la filosofía del lenguaje, Coderch hace una propuesta para resolver la aparente paradoja de las diferentes interpretaciones en el marco de las distintas orientaciones psicoanalíticas: desde esta perspectiva -nos dice- toda interpretación consta de dos componentes. Uno es el componente semántico-referencial, mediante el cual el analista anuncia, a través de su proposición, una realidad de la mente del paciente. Sería el contenido de la interpretación (el único que se ha tenido en cuenta tradicionalmente). Pero hoy sabemos que hay otro componente, el pragmático-comunicativo, mediante el cual el analista comunica, implícitamente, su actitud y por tanto, si trabaja adecuadamente y sea cual sea su orientación teórica, siempre comunicará a su analizado su interés por escucharlo y por comprenderlo, así como su intento de no interferir en su libertad, de ayudarlo a pensar y a ser responsable de sus actos.

El tercer capítulo aborda el tema del psicoanálisis como ciencia, y como no podía ser de otra forma, es uno de los apartados que queda más abierto. Abierto en el sentido de que, después de efectuar un recorrido por diversas posiciones y argumentaciones (desde el mismo Freud hasta Gadamer) y de suscribir la necesidad de un método científico propio para el psicoanálisis, del estilo del de las ciencias humanas, también es consciente de los esfuerzos que un buen número de psicoanalistas están llevando a cabo para aplicar la metodología empírica. La misma Mercè Mitjavila, psicoanalista autora del prólogo, constituye un inmejorable ejemplo de este esfuerzo combinando diseños experimentales y cualitativos en el estudio tanto de procesos como de resultados en el proceso analítico. En cualquier caso las reflexiones expresadas en este capítulo son una muestra más de lo mucho que falta aún por dialogar en este tema de la máxima actualidad en los ámbitos universitarios, de investigación y también en los profesionales.

En el siguiente capítulo recoge algunas aportaciones de las neurociencias en relación a conceptos clásicos del psicoanálisis como la amnesia infantil o el mismo concepto de inconsciente: en el primero trata del porqué de la ausencia de recuerdos primitivos sin recurrir a la teoría del conflicto y en el segundo a partir de la evidencia de dos tipos de inconsciente, el dinámico y el de procedimiento o no conflictivo. Pero las revisiones y actualizaciones más substanciales de este capítulo se centran en los conceptos de alianza terapéutica y en el de transferencia. Alianza terapéutica entendida como una forma de colaboración del paciente con el analista más que una alianza frente a alguien o alguna cosa. Respecto a la transferencia el autor nos propone un fascinante recorrido desde la concepción más clásica (pero a pesar de todo muy aceptada aún) de una transferencia exclusivamente proyectiva, hasta una visión de la transferencia como una forma de organización de la propia realidad del paciente en el marco de la relación terapéutica.

Tanto en este capítulo como en el dedicado al diálogo entre psicoanálisis y psicoterapia Coderch recupera y revisa conceptos que ya había trabajado en profundidad en otras publicaciones anteriores (Teoría y técnica de la psicoterapia psicoanalítica, 1987 y La interpretación en psicoanálisis, 1995), desmitificando el concepto de neutralidad del terapeuta y llamando la atención sobre los beneficios o la desmesura del setting que, con un planteamiento inflexible, puede fomentar fácilmente la sumisión del paciente. En todas estas revisiones el autor no duda en ser muy crítico con aquellas actitudes y prácticas del analista que están más condicionadas por la teoría que por el evidente deseo de ayudar al paciente. El autor justifica con contundencia que, el trato del analista con su analizado, está siempre inspirado por su deseo humano de hacer lo que le sea más benéfico. Pero no con menor contundencia advierte del hecho de que, cuando la adscripción a la teoría muestra su cara más rígida e inflexible, el paciente no puede vivir al terapeuta como un objeto bueno y con el que tiene una relación de neutralidad benevolente, actuando esto en perjuicio de que pueda conectar y trabajar sus impulsos más agresivos, envidiosos, etc., ya que percibe que lo ha de hacer en una relación que no le ofrece ninguna garantía de seguridad, afecto ni confianza. Advierte sobre actitudes deshonestas e interesadas cuando, hablando de psicoanálisis y psicoterapia, expone algunas motivaciones que pueden precipitar una determinada indicación o el pasar de un tratamiento al otro, etc. Actitudes que pueden ser defensivas en lo que respecta al uso de la interpretación, de los silencios o del encuadre.

Cuando el autor nos habla del narcisismo lo hace en forma de revisión actualizada, tanto desde el punto de vista teórico como de su abordaje terapéutico, y como una forma de entender la imposibilidad del diálogo en el individuo y en el grupo social en la actualidad. El capítulo sobre el narcisismo aporta, al libro, la riqueza del material clínico de la misma forma que Joana M.ª Tous lo hace en su capítulo dedicado a la pluralidad en el ámbito del psicoanálisis infantil.

Como hemos visto, pues, el trabajo propone un diálogo del psicoanálisis consigo mismo, en primer lugar, (entre lo que conocemos como orientaciones o escuelas) y, en gran medida también, un diálogo con otras disciplinas. Supongo que, antes de adentrar-se en la lectura del libro, es inevitable que cada lector imagine un diálogo diferente, a la medida de sus intereses. Quizás se trata de un efecto secundario de lo que ha pasado tradicionalmente, cuando el psicoanálisis se ha propuesto dialogar con el arte, la religión, la biología, la pedagogía o la sociología, por poner solo algunos ejemplos. Tras la lectura del libro de Coderch uno piensa si, muchos de estos presuntos diálogos, en el fondo, eran más bien monólogos de una sola dirección: desde la comprensión psicoanalítica hacia el resto de manifestaciones humanas. Pero Coderch es honesto, con los lectores y, sobre todo, consigo mismo, y nos habla tal como piensa, y escribe de lo que sabe, y mantiene una actitud dialogante como la que tiene con los otros profesionales, incluso más jóvenes y menos sabios, o con los estudiantes. Por ello, este trabajo abre vías a otros diálogos y, en mi opinión, sobre todo con aquellas disciplinas que están básicamente comprometidas con la función asistencial: la deontología médica, las prácticas destinadas a mejorar la llamada calidad de vida y el amplio muestrario de prácticas psicológicas aplicadas a ámbitos diversos y específicos, entre otras.

Antes me he referido al Prólogo escrito por Mercè Mitjavila y ahora me gustaría volver a él brevemente. Ella plantea una primera controversia entre dos opiniones formuladas de manera clara y precisa por el autor: es inevitable o no que existan muchos psicoanálisis y, sobre todo, esto es fructífero o es un problema. Leyendo los argumentos, tanto los de ella misma como los de Joan Coderch, me atrevo a formular dos consideraciones: la primera que este fenómeno debe ser inevitable, pues ya desde el año 1910, con la fundación de la Asociación Psicoanalítica Internacional, aparecen divergencias tan irreconciliables que van desembocando, periódicamente, en expulsiones de miembros de la talla de Jung o Adler, y parece que ésta no es una práctica extinguida en la actualidad de sociedades psicoanalíticas. La segunda reflexión es la de que este hecho debe ser fructífero, pues es innegable que la diversidad entre éstos y otros autores ha fecundado con mucha más energía el mundo de la psicología y el de la salud mental e incluso el del mismo psicoanálisis, y un efecto colateral de esto es el de que estamos asistiendo a una verdadera rehabilitación de muchos de estos autores que ahora están en primera línea, como es el caso de Winnicott o Ferenczi, por poner sólo dos ejemplos.

Cabe preguntarse si muchas de estas escisiones radican en lo más esencial de las teorías y de sus correspondientes prácticas (dentro del psicoanálisis e incluso en referencia a otras orientaciones psicológicas) o si estamos frente a un fenómeno ligado al narcisismo de los representantes de estos grupos y sociedades, o a su necesidad de autoafirmación identitaria a base de delimitar claramente la frontera del otro, a menudo expresada con sentencias sobre "que no es psicoanálisis", "que no es psicoterapia", "que no es terapéutico",... con una fuerte carga descalificadora y dogmática. Se podría decir que las incompatibilidades más insalvables están en las personas más que en las teorías y las prácticas cuando éstas están fundamentadas, actualizadas, evaluadas y con un objetivo básico común: ayudar a las personas en sus dificultades vitales.

Pero volviendo al libro y a su autor. Esta forma dialogante de plantear el desarrollo del libro hace que sea absolutamente recomendable para muchas personas. Primero para los mismos psicoanalistas y lógicamente para profesionales y estudiantes del gremio Psi, pero también para todas aquellas personas interesadas en saber cual es la realidad más actual de esta disciplina. Pero con esto no quiero decir que sea de lectura fácil, conviene acercarse a él con decisión pero con paciencia, sin prisas, con aquella actitud que uno tiene cuando piensa en volver a él más de una vez, a pequeños sorbos que sugieren nuevos gustos y nuevas sensaciones. Herder, a quien hay que felicitar una vez más por seguir realizando apuestas editoriales como ésta, nos lo facilita con una edición muy cuidada, en el formato, la paginación y una tipografía clara, limpia y amable. También nos lo facilita la existencia de una bibliografía muy seleccionada y de un índice de autores y un índice temático tan breves como útiles. Pero por encima de todo ello está el rigor y la claridad con la que Joan Coderch ha escrito este volumen y todos los que ha publicado hasta hoy.

Víctor Cabré Segarra


S. SEGAL, J. WILLIAMS y J. TEASDALE, Terapia cognitiva de la depresión basada en la consciencia plena. Un nuevo abordaje para la prevención de recaídas, Bilbao, Desclée de Brouwer, 2006.

Este manual resulta muy atrayente para todos aquellos que trabajen en ámbitos relacionados con la salud mental, puesto que propone una forma de trabajo que aúna la terapia cognitiva, paradigma de los autores, y la meditación de la consciencia plena, un tipo de meditación budista, en el tratamiento de la depresión y en la prevención de las recaídas, en concreto, y por tanto, en los trastornos afectivos y en otro tipo de trastornos. Los autores explican en qué consiste este tipo de terapia y relatan la manera en que fueron aprendiendo a conjugar su habitual modo de tratamiento del trastorno depresivo a través de técnicas cognitivas, con los conocimientos y el material de Jon Kabat-Zinn y el personal clínico del Centro para la Consciencia Plena en la Medicina, la Atención Sanitaria y la Sociedad de Massachussets.

El libro consta de un prefacio, una introducción, tres partes y un epílogo, siendo la manera de exposición un recorrido desde los aspectos más generales a los más específicos. El prefacio, escrito por Jon Kabat-Zinn, constituye una presentación de este volumen, describiendo cuán beneficiosa puede resultar la unión de la terapia cognitiva con la meditación de la consciencia plena en el tratamiento de la depresión. En la introducción, los autores cuentan la forma en la que partiendo de sus conocimientos en el paradigma cognitivo-conductual se acercan a través de la consciencia plena a una nueva forma de terapia del trastorno depresivo.

En la primera parte, titulada El desafío de la depresión, se expone el concepto de depresión como un trastorno del estado de ánimo, explicándose los factores por los que es útil la terapia cognitiva de Beck para la recuperación de estos trastornos. Asimismo se describe cómo las creencias disfuncionales persistentes no constituyen la causa de las recaídas, sino que los estados de ánimo tristes reactivan dichas creencias disfuncionales, y de esta forma se hace más probable la recaída en la depresión. Se presenta además un nuevo componente, la consciencia plena, como elemento a sumar al tratamiento psicológico cognitivo de la depresión. La consciencia plena era, en un principio, un método utilizado por Jon Rabat-Zinn en el Centro Médico de la Universidad de Massachussets en personas con estrés ayudándoles a través de la meditación budista a darse cuenta de que los pensamientos son únicamente pensamientos, y que no son la realidad, siendo esta técnica un magnífico recurso para acompañar a la terapia cognitiva en el tratamiento de los trastornos depresivos.

Unidos ambos elementos los autores exponen, en la segunda parte (La terapia cognitiva basada en la consciencia plena) el programa de la Terapia Cognitiva Basada en la Consciencia Plena (TCBCP) que consta de ocho sesiones, probado clínica-mente, destinado a la recuperación de la depresión y la prevención de recaídas. Ayuda a los participantes, en clases semanales y mediante tareas para casa, a ser más conscientes del momento presente en que viven y a darse cuenta de las tendencias que muestran sus pensamientos, emociones, síntomas fisiológicos y conductas ayudándoles a romper las relaciones entre éstos cuando son disfuncionales, para que así aprendan a enfrentarse a los acontecimientos de manera más adaptativa. Se trataría de aprender el "descentramiento", que consiste en considerar los propios pensamientos únicamente como pensamientos, y no necesariamente como un reflejo de uno mismo o de la realidad. Y este "descentramiento" se logra a través de la consciencia plena. Los nueve capítulos que integran esta parte detallan este programa explicando aspectos tales como: planificación y preparación de las sesiones, entrevista de evaluación inicial, clases, número de participantes por clases, objetivos, estructura de las sesiones, temas básicos a tratar en el abordaje de la depresión, tareas para casa... Aportan también el material utilizado en las sesiones.

En la tercera parte del libro (Evaluación y diseminación) los autores llevan a cabo una evaluación de su TCBCP concluyendo que esta terapia es útil en la prevención y tratamiento de la depresión y puede reducir la probabilidad de recaída en personas que han padecido tres o más episodios depresivos. Para terminar, aportan lecturas, direcciones y páginas web para quienes estén interesados en profundizar más acerca de esta terapia. Y el libro está escrito con un estilo muy claro haciendo muy interesante su lectura.

Carmen Paredes


Colette SOLER, Lo que Lacan dijo de las mujeres, Buenos Aires, Paidós, 2006, 338 pp.

Publicado en el 2006 por la editorial Paidós, Lo que Lacan dijo de las mujeres es un libro ambicioso que no sólo abarca los más diversos temas tratados a mediados del siglo XX por el conocido psicoanalista francés, sino que hace una pequeña revisión de algunos conceptos freudianos que permiten obtener un relieve más claro de los mismos. Escrito por Colette Soler, psicoanalista que se formó con Jacques Lacan y doctora en Psicoanálisis por la Universidad de Paris VII, en Lo que Lacan dijo de las mujeres se exploran las aportaciones de éste a la eterna pregunta formulada por Freud: "¿Qué quiere una mujer?". De esta forma, va a explorar a fondo temas relacionados con la lógica de la sexuación, la feminidad y su diferencia con la histeria.

¿Qué ha dicho el psicoanálisis sobre la mujer? Ha dicho mucho y poco a la vez, y todo ello ha ido de la mano de ciertos prejuicios que no se pueden separar del contexto cultural de finales del siglo XIX. Lo que Freud dijo, en aquel entonces, ha suscitado mucha polémica. Una polémica abierta tanto en aquella época, en los debates post- freudianos del siglo XX, como hoy en día.

El libro empieza con un prólogo dedicado a Anna O., la primera Anna del psicoanálisis, la Anna de Freud y de Breurer que demostró, por primera vez, que el síntoma histérico reacciona ante la palabra, descubrimiento que marcará un antes y un después del psicoanálisis. El libro se divide en seis partes principales: Che vuoi?, "Clínica diferencial", "La madre", "Las mujeres en la civilización", "La maldición" y "El análisis".

Che vuoi? (¿qué quieres?) se subdivide, por su parte, en Una mujer, que abarca la respuesta del Edipo, las manifestaciones del no-toda y la marca de la mujer; y qué dice el inconsciente sobre eso, que se corresponde con las cuestiones sobre la mujer freudiana, la ley del deseo, la mujer no es la madre y el Otro absoluto.

En "Clínica diferencial" se discuten temas sobre la histeria y la feminidad, en donde se retoman conceptos básicos como la estructura del lenguaje, la metáfora, la metonimia, el amor femenino, el hacer desear; la mujer ¿masoquista? y aflicción femenina, referente a la depresión, la causa del deseo tomada al revés y el plus de la melancolía.

La madre en el inconsciente, la angustia en la madre y una neurosis infantil forman parte del capítulo dedicado a "La madre". En esta última parte se van a tener presentes una selección variada de temas, entre los que se incluyen las aportaciones winnicottianas.

En "Las mujeres en la civilización" se proferirá sobre la histérica en los tiempos de la ciencia, las nuevas figuras de la mujer, éticas sexuadas e incidencia social de la sexualidad femenina. Para pronunciarse sobre los goces y el amor ha escogido el capítulo titulado "La maldición" que tiene dos partes: el amor no loco y a causa de los goces. Finalmente, se discutirá de la elección de la pareja a través de el síntoma de separación y de los fines... del amor en el capítulo " El análisis".

De esta forma, Colette Soler va a desarrollar y a hacer una muestra panorámica de la obra de Lacan sobre la posición de la mujer en el psicoanálisis y su visión de ésta. Así, se revisan conceptos sobre la mujer freudiana, la ley del deseo y el deseo femenino. Recuerda ciertos elementos pautados por Freud que nos permiten elaborar las diferencias y las semejanzas con la obra lacaniana. Aparecen los términos ya conocidos del Otro Absoluto, la cualidad masoquista de la mujer, la imposibilidad de identificar a La mujer y las diferencias entre los goces. El goce suplementario en la mujer, la no-toda y las diferencias entre el ser y el tener fálico son más de los conceptos rescatados en este libro. No se deja en el olvido temas referentes a la madre y al niño, a la visión de las mujeres en la civilización -a la cual dedica un capítulo entero- y a las nuevas figuras de la mujer hasta la recuperación fálica y el retorno a la mujer freudiana.

Soler finaliza su libro con un anexo en donde se pregunta: "En qué quedamos entonces, con la cuestión que permanece en suspenso: ¿existe un decir de la diferencia de los sexos en el análisis?". De esta forma concluye su exploración sobre lo que permite formular el discurso analítico en cuanto a la diferencia entre los sexos se trata. Aunque se retoma el Che vuoi? de Freud, el deseo y la sexualidad femenina toman para Soler una dimensión completamente distinta gracias a los conceptos introducidos por Lacan, en donde también se dejan ver aspectos sociales y colectivos de este problema.

Francisco Vaccari


Assumpciò VIDAL PARELLADA, Luis Simarro y su tiempo, Madrid, CSIC, 2007, 268 pp.

El doctor Simarro pescando en Javea es uno de los óleos que el pintor valenciano Joaquín Sorolla firmó a su paisano. La composición es sencilla, un hombre solitario, encorvado, tocado con camisa blanca, traje y sombrero, caña en mano, disfruta de la pesca balanceándose sobre el agua amparado en un humilde bote. Luz y color envuelven la intrascendente figura de rostro difuminado, hasta el punto que lo mismo puede ser Luis Simarro Lacabra o un señor de Murcia. Lo contrario ocurre cuando la paleta del pintor invade la intimidad del laboratorio. Sorolla conoce bien el sancta sanctorum del amigo. Hay precisión, detalles, minuciosidad, en el juego de luces titulado Una investigación. Pertrechado entre notas, preparaciones, instrumentos, reactivos, rodeado por los discípulos, el foco luminoso irradia las manos de un científico diligente en la preparación histológica que ultima. El quehacer y las facciones, ahora sí, delatan a Simarro. Aquel es un hombre cualquiera, un ser anónimo, vulnerable, el enamorado pensativo y mustio, a solas con su corazón, descrito por Juan Ramón Jiménez a la muerte de la esposa Mercedes. El otro, es el hombre público, el sabio genuino, el maestro con quien Santiago Ramón y Cajal recuerda estar en deuda por revelarle la importancia del tratado anatómico escrito por Camillo Golgi sobre el sistema nervioso, e iniciarle en la técnica de tinción con cromato de plata. Este ilustre valenciano ocupa las páginas del relato trenzado por Assumpciò Vidal.

Como sabíamos, Simarro fue un personaje ubicuo en una época convulsa: psiquiatra, neurólogo, conferenciante, catedrático, masón, político. Compartió cartel con Unamuno, Blas Cabrera, Achúcarro, Cajal, Oloriz, Giner, Pulido, Menéndez Pelayo, Cossío, Ortega, Bolívar, Zulueta, Rodríguez Carracido, Altamira, Odón de Buen, Salillas, Bernaldo de Quirós, y más, entre la extensa nómina de la Edad de Plata de la cultura española. Instituciones como el Ateneo de Madrid, la Casa de Dementes de Santa Isabel, el Museo Pedagógico Nacional, la Institución Libre de Enseñanza, el Hospital de la Princesa, la Asociación Española para el Progreso de las Ciencias, la Real Sociedad Española de Historia Natural, la Junta de Ampliación de Estudios, el Laboratorio de Psicología Experimental, la Universidad Central, o el Instituto de Medicina Legal, configuraron su horizonte académico y profesional. Publicaciones las justas, de un médico propenso a curar, investigar, enseñar y a poco escribir. Hilvanada en veinticinco capítulos desgranados cronológicamente, la susodicha información fluye con mesura y eficiencia expositiva dibujando un guiño cómplice hacia el homenajeado. Es la crónica biográfica de un hombre en desazón, de un rebelde con causa. Una narración contemplativa bajo la batuta de los nombres y las cosas trazada desde los archivos. Y faltan las ideas, su análisis, la interacción del qué con el cómo y porqué, buscando profundizar en la persona, en la práctica científica y en la actitud política, para conocer la dimensión plural del intelectual encarnado por Luis Simarro. Ante la ausencia todo queda en suspenso. Navegar por aguas superficiales es una opción personal legítima y válida, y el resultado de hacerlo bien es, como ocurre en este caso, un provechoso y recomendable libro de buena divulgación, pero igualmente alejado de la buena investigación histórica. Cada cual elija la opción que prefiera.

Andrés Galera


Cristóbal SUÁREZ DE FIGUEROA, Plaza universal de todas ciencias y artes, Valladolid, Junta de Castilla y León, 2006, 1.070 pp.

En el año 2000, la AEN publicó dos libros de Tomaso Garzoni, El teatro de los cerebros. El hospital de los locos incurables, el segundo de los cuales -L'ospidale de' pazzi incurabili- es considerado como un trabajo pionero sobre todas las formas de la locura.

Pues bien, por entonces, en 1585, este raro escritor publicó La piazza universale di tutte le professioni del mondo, un impresionante obra de recopilación de oficios y de datos anejos muy dispares, que se difundió enormemente durante un siglo por Europa, tanto en italiano como en latín y además en castellano. Y es que un gran escritor de nuestras letras, poco conocido por haberse afincado en Italia, Suárez de Figueroa, hizo una versión y al tiempo adaptación personal de ese trabajo con gran éxito hasta el inicio de las Luces: es la Plaza universal de todas ciencias y artes, que fue publicado en Madrid en 1615.

Pese a la calidad de su escritura (Figueroa fue alabado por Cervantes y por Gracián), nunca fue reeditado en tres siglos, dadas las dificultades para abordar un proyecto tan vasto y que requería aclarar miles de datos. Tampoco lo había sido el original italiano, hasta 1996, cuando apareció con gran eco, gracias a la editorial Einaudi; y ahora aparece también en una bella y anotada edición en nuestro país. Es una obra fundamental para conocer el territorio cultural del siglo XVII, y asimismo lo es para entender el mundo que rodea a esos dos libros tan singulares que la AEN rescató.

Es imposible dar una idea que abarque esta Plaza en su integridad, pues todas las carreras y funciones ciudadanas están reflejadas aquí hasta superar los cien apartados: las más honoradas y las más nimias, las más codificadas y las claramente asociales o anómicas. Por supuesto que recoge todas las artes curativas, a su modo tan extraño, pero todo apunta a dar la visión global de una sociedad convulsa, dominada por conflictos internos y sociales, haciendo uso de un moralismo prebarroco de fuerza singular: es la crisis mental que reflejaron Tasso, Böhme o Montaigne, Cervantes, Alemán y Sánchez, Bacon, Shakespeare o Donne, y por supuesto esos Ferrand, Bright y Robert Burton que la AEN ha sabido recuperar; más aún los efectos de la melancolía están en muchas de sus enumeraciones frenéticas y en su perspectiva general.

Como el recorrido va desde los más poderosos hasta los mendigos, desde los artistas hasta los sepultureros, no pueden faltar desde luego tres oficios universitarios de entonces: los jurisconsultos, que sin ser consumados en su Facultad pasan a las de filosofía o matemáticas, y hablan "de los más sabios con asco y gestos"; los médicos, de codiciosos deseos, que obran tantas veces a ciegas; y los teólogos que "los hace despeñar la demasiada sutileza de sus ingenios". Pero además de ellos, de esas críticas ya seculares, están los miles de datos técnicos, citas eruditas o literarias, reflexiones históricas, resúmenes de anécdotas, todo un abigarrado conjunto de datos sintetizados en casillas profesionales a veces extravagantes.

Figueroa, especialista de la variedad humana, reconoce que ha traducido, cercenado y aumentado un texto italiano, un texto de Garzoni que se saqueaba ya en Alemania y en toda Europa. Y añade finalmente: "De su título se colegirá su provecho; si es plaza y rica de todo bien, corto será quien aquí dejare de feriar. Trata de todas ciencias y artes, con tanto estudio y generalidad que podría alentar los ingenios más remisos y hacer filosofar a los de menos elevación". No exageraba el autor español, si bien su ingenio nos remite como se adelantaba a las invenciones de Huarte y Cervantes, a la literatura italiana, francesa y alemana del siglo XVI, en suma, al nacimiento del individuo y de la ciencia moderna. En todo caso es una obra maestra de la divulgación escrita en un castellano de primera.

Esteban Landmarke


Armando GARCÍA; Raquel ÁLVAREZ, Las trampas del poder. Sanidad, eugenesia y migración. Cuba y Estados Unidos (1900-1940), Madrid, CSIC, 2007, 400 pp.

Es consabido el cuento determinista que Sócrates le larga a Glaucón en el tercer acto de la República platónica. Resumiendo, en un mundo fraternal los hombres están hechos unos de oro, los mandamases, otros de plata, los ayudantes, de bronce los labradores y de hierro los artesanos. Los hijos que engendren tendrán semejantes naturalezas debiéndose seleccionar y educar en correspondencia, al objeto de preservar el organigrama social fuente de la pervivencia de un Estado amenazado de muerte si cayese en las manos incapaces de labradores y artesanos. Platón anula la libertad individual sin disimulo, aplica este discriminatorio principio corporativo con el afán de establecer un indisoluble vínculo grupal que, ficticiamente, beneficia al cuerpo social cuando, realmente, hegemoniza la casta gobernante. La propuesta encierra un modelo eugenésico primario, elemental, que no persigue la mejora racial, inviable en los sistemas predeterminados, sino utilizar la selección humana para coercer al individuo conformándole según el apropiado núcleo social. Quienes olvidaron el cuento platónico acuérdense del mundo feliz literariamente atildado por Aldous Huxley en clave neodarwinista (Brave New World, 1932). La idea selectiva viene, pues, de lejos y perdura. Asomados al balcón sanitario, la sociedad del siglo vigésimo la perfeccionó hasta el paroxismo, practicándose la eugenesia en mayúsculas. Un hecho fundamental causó tanta irracionalidad: amparado en la teoría de la evolución, particularmente en la versión darwinista, el positivismo biológico decimonónico desembocó en un excluyente biologicismo social empecinado en conducir al ser humano por la idílica vía del progreso y la perfección. Adeptos los tuvo, muchos, y mantiene. Sometido a esta ley biológica el individuo pierde su valor intrínseco, se convierte en autómata cuya voluntad, en primera y última instancia, está constreñida en el genoma; unidad física responsable del cuerpo y de la mente. Está escrito en los genes es un latiguillo repetido hasta la saciedad. La otrora selección del más apto anunciada por Darwin se transformaba en una cruzada racial, en un mecanismo de control poblacional, garante de orden establecido mediante la regulación reproductora, la certera pedagogía, y la eliminación del inepto. Depuración participada por médicos, antropólogos, juristas, higienistas, políticos, legisladores...

La isla de Cuba es el escenario donde discurren Las trampas del poder, en tiempos de 1900, recién independizada de España e instaurada la república bajo supervisión estadounidense. Más allá de cuatro décadas abarca un relato histórico cuya espina dorsal es la figura del eugenista cubano Domingo Ramos. La biografía del personaje es polivalente, discurre bajo los epígrafes de innovación científica, institucionalización sanitaria, e internacionalización del modelo eugenésico cubano. Compartida con su coetáneo Eusebio Hernández, la homicultura fue una novedosa materia médica relativa a la mejora de la especie humana, fundamentada en el control integral de las etapas pre y postnatal. El proyecto tendría su desarrollo en el futurible Palacio de la Homicultura, siguiendo las líneas maestras de instituciones como el reputado sanatorio de Battle Creeck, en Michigan, y hospital infantil Kaiserin Augusta Victoria de Berlín. Concebido como un complejo para la investigación, asistencial y formativo, sobre una superficie de 42.000 m2 se distribuirían hospitales, asilos, escuelas, comedores, bibliotecas, archivos, y laboratorios, necesarios para el cultivo del nuevo hombre cubano: sano, fuerte, inteligente y de buenas costumbres. Los deseos lo fueron, el palacio no se construyó. Mejor suerte corrieron la Liga Nacional de Homicultura, fundada en 1913, y la Oficina Panamericana de Eugenesia y Homicultura, instaurada en La Habana el año 1927. En el contexto internacional la suerte de Ramos corre en paralelo con su partner norteamericano Charles Davenport: fundador de la Eugenics Record Office, autor de libros polémicos como Eugenics. The Science of Human Improvement by better Breeding (Nueva York, 1910); Heredity of Skin Color in Negro-white Crosses (Washington, 1913), y uno de los capitostes del eugenismo estadounidense. Como era previsible la contaminación política postergó al médico cubano, rechazado en la cercanía y animado en la distancia. Un final repetido en la historia de Cuba. La moraleja del libro es obvia: el poder de la ciencia. Para el caso, el poder de un modelo sanitario convertido en instrumento para consumar la manipulación racial. Si la ciencia promete controlar la naturaleza, la medicina, en particular, hará lo propio con el hombre del futuro a beneficio del inventario de una clase dirigente decidida a perpetuarse sacrificando al individuo. La genuina trampa del poder no es otra que proclamar la bondad de su intervencionismo arrogándose la certeza de una ciencia incierta. En Las trampas del poder se describe el problema en clave antillana, componiendo una relación rica en materiales inéditos, de numerosos matices, idas y venidas, propios de un afán enciclopédico que, a veces, disminuye la claridad expositiva. Veintiún apéndices documentales completan el texto acentuando su prestación histórica. Los degustadores del tema deben recuperar un título precedente de idéntica autoría y mayor alcance: En busca de la raza perfecta (Madrid, CSIC, 1999).

Andrés Galera


Zygmunt BAUMAN, Modernidad y Holocausto, Madrid, Sequitur, 2006, 270 pp.

Con la feliz reedición de Modernidad y Holocausto de Z. Bauman disponemos de un libro clásico e imprescindible para acercarnos al significado del Holocausto. A diferencia de otros ensayos en los que el programa genocida nazi no vendría a cuestionar la validez o legitimidad del proyecto ilustrado, tratando el acontecimiento más dramático del siglo XX como un simple accidente, sin duda digerible o asumible por una lectura finalista de la historia, la originalidad del análisis de este sociólogo polaco consiste en establecer una inquietante familiaridad entre modernidad y Holocausto. Lo que en no pocas ocasiones se ha querido presentar como un episodio más para el pensamiento contemporáneo, desprovisto, en cualquier caso, de un carácter epocal, a pesar de su dimensión trágica y de la emotividad que despierta, se convierte, de la mano de Bauman, en el paradigma para entender la entraña misma de la modernidad. El Holocausto cobra así una nueva luz y pasa a ser interpretado como un hijo, aborrecible en tanto que legítimo, de la cultura occidental; su retoño y su fracaso. A la sorpresa que provoca que la nación más culta llevase a cabo el exterminio sistemático, entre otros colectivos, del pueblo judío, Bauman reacciona no con incredulidad o indignación sino cuestionando la ecuación que con excesiva precipitación se establece entre barbarie y pre-modernidad para concluir que la Solución Final, antes que un resto de la sempiterna indómita naturaleza humana, la huella indeleble de nuestra animalidad, fue un producto específico de las sociedades racionalizadas, tecnificadas y burocratizadas. Ahora bien, para que estas tres características se pusieran al servicio de una cultura de la muerte, hubieron de unificarse en torno a una visión eugenésica del mundo en la que no tuvieran cabida aquellos que no encajaban con el ideario nazi racista, debiendo, en definitiva, ser extirpados del cuerpo social.

Entre los factores que hicieron factible la planificación y ejecución del delirante proyecto nazi de una Europa judenrein, ‘limpia de judíos', destaca el desarrollo médico-tecnológico alcanzado en el siglo XX, que traducido en términos éticos supone la adopción del principio de eficiencia como único criterio exigible a la ciencia, y la idea de burocracia, diagnosticada ya por Weber, que asigna un reparto escrupuloso de funciones de manera que cada decisión individual se separa de los resultados finales, quedando la responsabilidad subjetiva diluida, la conciencia moral desactivada. Esta mentalidad burocrática, que halla en las Memorias de Albert Speer un ejemplo sobresaliente, hacía del traslado de los deportados a los centros de exterminio en vagones para animales un simple cálculo de espacio o de las incipientes cámaras de gas móviles un conjunto de dificultades técnicas planteadas a los ingenieros. La división funcional del trabajo y la multiplicación de secciones en la estructura del Reich, cada una de ellas encomendada a una tarea singular, origen de no pocos conflictos, favorecía la invisibilidad y deshumanización de las víctimas, paso previo a su eliminación.

Por otra parte, el libro, rico en conocimientos históricos, sociológicos y psicológicos, desmonta con paciencia alguna de las afirmaciones que, por repetidas, han terminado por imponerse en los estudios del Holocausto. Concretamente, la vinculación entre antisemitismo y Holocausto y la influencia decisiva de los Consejos Judíos en el proceso de destrucción. La creación de los Judenräte, contra la opinión de Arendt, no fue tan determinante como ésta ha escrito. Lo realmente efectivo fue, por parte de las víctimas, la asunción de la máxima de supervivencia. Al tiempo que los judíos tomaban decisiones, guiadas por el criterio de racionalidad, los cada vez menos supervivientes facilitaban a los nazis el cumplimiento de su plan mortífero. Todo lo que los judíos hicieron para su conservación les acercaba inexorablemente a su ruina.

El aspecto más discutible y sensible del texto es el intento de Bauman de fundamentar una teoría moral no en la sociedad como pretende el ‘sociologismo moral' y que desde Durkheim se ha impuesto entre los sociólogos sino en bases pre-sociales lo que le conduce a postular la existencia de unos universales antropológicos como el rechazo al asesinato, el impulso espontáneo a ayudar al sufriente o el compromiso gratuito por el bienestar de los demás. Hay una responsabilidad moral primaria, previa a la socialización, que surge del encuentro con el otro, del hecho básico de ‘estar juntos', teorizada por Lévinas, el filósofo de la alteridad, y que Bauman recupera quizás con demasiado apresuramiento. Lo que se colige de este planteamiento es que la naturaleza del mal no es caracteriológica sino social. No cabe atribuir la muerte de millones de personas al comportamiento enfermizo de unos individuos sádicos -lo que Arendt denominó "banalidad del mal"sino a una estructura social asesina que logró que una parte importante de la población acallara esa "piedad animal" que sale al encuentro del otro y que sólo una minoría mantuvo viva. Como demuestra Bauman, a partir de los experimentos de Milgram, el silenciamiento de las inhibiciones morales se consiguió sustrayendo a la víctima del horizonte de actuación del agente, interponiendo entre una y otro un grupo de intermediarios, tal y como sucede en la sociedad burocratizada. La cultura burocrática, gracias a su complejidad y racionalidad, favorecía que cada participante en el proceso rutinario se viera a sí mismo como un simple peón dentro de una partida que convertía en inocua su acción.

No es previsible, confiesa Bauman, que en un futuro cercano vuelva a tener lugar un episodio como el vivido en Europa hace más de 60 años a pesar de que las condiciones que lo vieron nacer -burocracia y racionalidad instrumental- persistan. La solución del autor para que no se produzca un hecho semejante, nunca idéntico, es promover el pluralismo en la sociedad y reforzar al máximo los controles sociales. Y aún así habrá que estar alerta ya que cada vez que se discrimina o excluye al otro reproducimos, a pequeña escala, los mismos presupuestos teóricos que hicieron del sueño hitleriano un proyecto de ingeniería social.

Luis Aragón González


SILENOS. Psicoanálisis y actualidad, vol. 0, n.º 1, enero 2007. Asociación Española de Psicoanálisis del Campo Lacaniano.

Esta nueva revista SILENOS con un organizado y estructurado diseño y casi de tamaño bolsillo, nace en la encrucijada entre el Psicoanálisis, la Psicología y la Psiquiatría, con dos objetivos ambiciosos: por un lado, dar impulso al trabajo epistémico y al debate científico, y por otro lado, hacerse eco de los avatares políticos y sociales, de esta sociedad cada vez más adicta a consignas y tópicos, aún cuando el interés epistémico ha decaído y los escasos interrogantes que surgen son producto del malestar introducido por los cambios y exigencias institucionales, o del malestar entre los que trabajan con la locura.

Y por este sendero han comenzado a caminar desde el primer número que comentamos, y cuyo primer gran mérito consiste en la elección temática: "Salud Mental. ¿Instrumento de control social?". Aunque en la variedad de formas que adoptan los sistemas sociales frente a la locura en su intento de excluirla, controlarla, eliminarla y hasta instrumentalizarla, se evidencian los modos en los que los estados y las sociedades ejercen su poder y sustentan los modos de dominio, control y exclusión inherentes a toda organización social. La gran paradoja es que esas formas de dominio, control y segregación no dejan de aparecer en si mismas llenas de locura cuando son contempladas con la distancia que da la pertenencia a otra cultura o el paso del tiempo.

Salud Mental cuyo concepto surge para superar los límites y alcances que hasta mediados del siglo XX tuvo la Psiquiatría, con algunos resultados que hoy lamentablemente continúa de alguna actualidad (mecanismos asilares y de control social). Y cuya política actual podría sintetizarse en que el síntoma debe desaparecer, el paciente debe incorporarse al circuito de producción y no hay que perder demasiado tiempo. No deja de ser paradójico que mientras más bienestar colectivo hay mayor sea la afluencia del malestar individual a los dispositivos de Salud Mental, porque el riesgo de la modernidad es que el sujeto, al salir de la institución a la sociedad, internalice su segregación, y no estará ni en el interior ni en el exterior social, estará segregado en el interior de sí mismo, autoexiliado de sí mismo.

Sin embargo, parecería, por tanto, decadente en una sociedad como la actual en la que impera el carpe diem, quam minimum credula postero ("apodérate del día, nunca confíes en lo posterior"), pero que, sin embargo, está hoy con más actualidad que nunca. Quizá porque la gran tentación del siglo veinte y, tal vez, la que ha costado más cara, por sus efectos inmediatos y por el desencanto que ha generado después, ha sido la de creer en todo lo globalizado, totalizador (con sus proyectos holistas y prometeicos) daría lugar al hombre nuevo, rechazando, claro está lo parcial, fragmentario y diverso.

Este primer número, cuyo índice se dispone como un tríptico: con una primera parte con un Editorial y una entrevista a Rafael Inglott, una parte central con los artículos en los que se van cuestionado supuestos axiomas y supuestos saberes como el DSM o la CIE, el mercado de los fármacos, encuentro y desencuentro de la psiquiatría y el psicoanálisis y la salud mental y una tercera parte dedicada a la clínica.

La revista presenta los artículos de Andrés Múgica ("¿Qué es la salud mental?"), Francisco Cervilla ("Terapia cognitivo-comportamental: ignorancia del sujeto"), Joseph Moya ("La salud mental aquí, ahora y en el futuro. Una reflexión desde Catalunya"), Segundo Machado ("Razón psiquiátrica y malestar: apuntes"), Ángel Martínez ("El nuevo mercado de las aflicciones: Fetichismo y artes de persuasión en el consumo de antidepresivos"), Blanca Sánchez ("Salud mental, Locura colectiva") y Joseph Monseny ("La psiquiatría y el psicoanálisis en salud mental"), y los casos clínicos de Carmelo Sierra ("Nombrar las cosas por su nombre") y Olga Correas ("El niño del pijama azul") que sobrevuelan la configuración de las condiciones del acto de escuchar la demanda y reconocer en ella el decir del sujeto y cómo construir esa posición de escucha en el seno de la institución de Salud Mental donde se reúnen y separan la psiquiatría y el psicoanálisis.

Los procesos de naturalización de las aflicciones humanas y su reconversión en enfermedades se amplifican hoy en día por la mayor disponibilidad de los usuarios a la resolución de sus malestares mediante la ingesta de psicofármacos. Y su uso indiscriminado va acompañado de un mensaje que forcluye al sujeto, que lo desresponsabiliza. Se ha pasado de la responsabilidad subjetiva a la culpabilidad del neurotrasmisor.

De manera que para la psiquiatría actual la locura es fruto de una enfermedad biológica que nada tiene que ver con la subjetividad. Pero la locura, la psicosis es una estructura subjetiva como se pone de manifiesto cuando se escucha sin prisa.

La subjetividad es excluida del campo de lo psíquico, y por ello, el sujeto sólo encuentra su entidad como co-extensiva de una organicidad que sólo le da como estatuto el de ser consumidos fundamentalmente de medicamentos pero también de cuidados, ya no es paciente, es usuario.

Pero el psicoanálisis no está llamado a combatir el poder médico, sino que tiene un saber que alivia a los humanos de lo real de sus síntomas, y su deber es transmitirlo. Los psicoanalistas pueden ayudar a impedir, junto con otros, que en nombre de cualquier universal se olvide la particularidad de cada uno, y deben saber transmitir el interés que tiene para todos esa particularidad, sea de sujeto neurótico o psicótico.

Como puede verse en estos párrafos de cada artículo, por sí solos mantienen el pulso y despiertan sugerencias e interrogantes. Se entiende, pues, que esta revista no disponga de un apartado sobre Debates, ya que toda ella está dedicada a abrir el diálogo, la reflexión, las aportaciones y nuevos puntos de vista. De manera que reflexionar sobre psicoanálisis y actualidad como reza el subtítulo de la Revista, permite contemplar la actualidad como un artificio, fruto de los amos que monopolizan la información.

Seguro que en la revista SILENOS hay esperanza como declara Manuel Rebollo en el Editorial porque hay wishful thinking, el deseo del deseo, hará que no muera la esperanza del cambio. Sin duda, psicoanalistas, psicólogos o psiquiatras encontrarán en esta nueva revista un contrapunto y una refrescante alternativa. Y la pregunta continúa en el aire ¿ha dejado de ser la psiquiatría y por extensión la asistencia en Salud Mental, un instrumento de control social?

Fernando Mansilla Izquierdo


Vladimir JANKÉLÉVITCH, La muerte, trad. y pról. de Manuel Arranz, Valencia, Pre-Textos, 2002, 444 pp.

La muerte, afirma Jankélévitch (1903-1985), es nuestra condición vital, "es el medio de vivir y el impedimento de vivir". Sin embargo, la muerte carece de profundidad para él, no es un abismo sino una compañía inevitable y muy cerca de la normalidad. Quizá por ello su ejercicio en este libro gigantesco, de 1966, resulta ser envolvente y casi atmosférico: Jankélévitch usa un lenguaje coloquial pero injerta ciertos vocablos técnicos y muy matizados; cada poco, salta de la literatura a la filosofía, y retorna desde la reflexión hasta el ejemplo concreto; va de los antiguos a los modernos con sus citas continuas, a la vez que construye párrafos torrenciales que las corroboran, matizan o complementan.

Es La muerte un hermoso texto por su capacidad para arrojarse a las aguas del pensamiento creador, por volcar ahí todos los argumentos de su moralia y por desplegar su poderoso flujo verbal, muy legible gracias al traductor. Su inspiración arranca de una larga enseñanza oral así como de las experiencias continuas como moralista y gran lector que fue. Sus referencias lejanas son tanto Platón o los estoicos (Epicteto y Marco Aurelio), como Plotino y los padres de la Iglesia. Pero la modernidad está muy presente: aparecen Gracián y Pascal, que resuenan en el siglo barroco; Schelling, Kierkegaard y Schopenhauer, que marcan cierto pensamiento del siglo XIX; y, ya en su centuria, Unamuno y Bergson se personan con sus juicios. Por otra parte, Jankélévitch apela a la literatura, sobre todo a autores como Tolstoi, Andreiev o Bunin, pues sus padres siempre hablaron ruso en casa. Todo ello, sin guardar un orden temporal básico.

Pero Jankélévitch -autor de libros como La paradoja de la moral, El perdón, El mal, La ironía, Lo puro y lo impuro- no sólo recrea muy diversas voces y reflexiones, sino que nos ofrece otros registros. Así, en esta obra casi atemporal, surge un nombre clave de la medicina desde 1800, Bichat; y tal referencia le remite a la aparición del par muerte-vida en la cultura del siglo XIX: es un saludo a sus padres, ambos médicos formados en Montpellier, Anna Ryss y Samuel Jankélévitch, y algo más. Su padre había querido escribir sobre la muerte a partir de su experiencia clínica y de sus copiosas lecturas. Pues él, que no sólo tradujo a Hegel, Schelling, Croce o Berdiaev, sino también una docena de obras de Freud, gran amigo suyo. Y Vladimir Jankélévitch utiliza incluso muchas de sus notas para su libro.

Además nunca olvidó, como vemos finalmente en La muerte, los campos de exterminio, campos que pese a todo no pudieron extirpar un universo de palabras y de formas de introspección que nos constituye. De hecho, La muerte fue un volumen iniciado durante la Resistencia. Y es más, en su polémico librito Lo imprescriptible, que apareció póstumamente, planteará sin contemplaciones todo lo que nunca puede cancelarse: ese genocidio que ha marcado psicológica y culturalmente la década final del siglo XX o muchas discusiones de hoy en día.

M. Jalón


Michihiko HACHIYA, Diario de Hiroshima de un médico japonés (6 de agosto-30 de septiembre de 1945), Madrid, Turner, 2005, 238 pp.

Como trasfondo de las experiencias de desvalimiento psicológico y de radical extrañeza padecidos por miles de personas en las últimas décadas -nuevas deportaciones, muros, exclusión de la ciudadanía; huidas forzadas e imposibles; bombardeos y mentiras planificados; reciclaje del colonialismo o del racismo; exaltación de las creencias occidentales- no deja de situarse la destrucción extrema de ciudades inermes, ese acoso aterrorizador que, hacia mediados del siglo XX, se inició en la España de la Guerra Civil, por el fascismo, y que tuvo su cumbre en el Japón, como herida abierta al concluirse la segunda Gran Guerra.

El testimonio de Hachiya -director del Hospital de Comunicaciones de Hiroshima en 1945- es un documento excepcional de este último cataclismo. Pues él pudo oír la explosión atómica (y afortunadamente no verla, pues se hubiera quedado ciego), un estallido intenso que afectó letalmente a cien mil personas, al inicio, y emocional-mente a muchísimas más: "Las sombras del jardín se desvanecieron, el panorama poco antes luminoso y soleado era ahora oscuro, brumoso... Vi confusas siluetas humanas, algunas parecían ánimas en pena, otras se movían con aire dolorido, con los brazos extendidos muy separados del cuerpo, como espantapájaros... Había algo común a toda la gente con la que me crucé, el más absoluto silencio".

En una ex-ciudad devastada, quemada, carbonizada industrialmente, fantasmagórica, los pocos vivos requieren ayuda en ese hospital no derribado. Hachiya, al tiempo que va recuperándose de sus heridas, hace posible que su ex-dispensario pueda ser un mínimo punto de apoyo para ellos. Su profesión de médico y de reorganizador desde la nada de la salud pública se centra en las quemaduras, en las hemorragias internas que desembocan en diarreas, en raras erupciones y caídas de pelo, en la agranulocitosis, que provoca amigdalitis gangrenosa; es decir, en el acabamiento humano de tantos ciudadanos. Pero, además de dormir y conversar o tranquilizar, este hombre pundonoroso y representante del decoro, la decencia entre los humanos -como tantas obras literarias japonesas, las antiguas o las de los siglos XIX y XX- escribe cada día un texto conciso y nada histérico, denso, humilde, casi tranquilo, y sobre todo profundo.

Dos meses de anotaciones de este médico japonés suponen finalmente uno de los libros más importantes sobre la vida ordinaria en el siglo XX. Para todos. Porque, paradójicamente, como dice, en su prólogo de 1971, Elias Canetti (publicado luego en La consciencia de las palabras), "nunca he llegado a conocer tanto a un japonés como en este Diario". Lo cual significa acercarse paso a paso a un otro casi destruido pero que rebulle dignamente, visita a los demás, se mueve con lentitud, hace cábalas sobre el origen de su mal, sobre las futuras amenazas; un otro que se vuelve del todo cercano, es decir entero, despojado del despotismo de la historia o del poder autoritario de su país, así como de todo color local, esto es, de las distorsiones más obvias de nuestro cada vez más inoportuno "Oriente".

M. Jalón.


Ernesto FERIA JALDÓN, Baudelaire. Su corazón al desnudo. Seguido de Comentarios a los Pequeños Poemas en Prosa, Madrid, Huerga y Fierro, 2000, 270 pp.

Este libro contiene un ensayo psicopatográfico de la personalidad creativa que fue Charles Baudelaire. Ahondar con la herramienta analítica, en el espacio subjetivo de un autor como Baudelaire, ahora sabemos que solo puede hacerse desde las resonancias que el poeta ha podido suscitar en el autor de este ensayo. Estas resonancias personales vivamente sentidas, se completan en un ámbito conceptual que aspira a desentrañar y hacer comprensible la vida-obra del poeta desde su posicionamiento subjetivo ante sí mismo, ante su tiempo y aquellos personajes de su vida y de su "novela familiar" que dejaron su impronta en una sensibilidad extremada como la de Baudelaire.

Enmarcado conceptualmente en el pensamiento de Freud y Lacan, este ensayo se inserta en esta tradición de búsqueda de modelos provisionales que den cuenta de la subjetividad humana, de la conducta del hombre concreto. Esta aspiración, que el autor piensa legítima desde una ciencia de la subjetividad, ha sido objeto de su reflexión en otros ensayos, más concretamente en el recientemente publicado El Deseo y la Libertad. Notas para una ontología científica (Sevilla, Alfar, 2004) así como en Crítica de la Razón tecnológica (Huelva, Diputación Provincial de Huelva, 1994). A mi juicio se muestra muy consciente del terreno conjetural en el que ha de moverse, y que algunos consideran fuera del alcance de las ciencias empíricas. Pero la cautela no debe impedir los legítimos intentos de colonizar el espacio subjetivo alcanzando proposiciones significativas sobre la conducta de los seres humanos y sus determinantes.

Asistimos, por tanto, en el desarrollo de este ensayo al entrelazamiento y conexión de un conjunto de aspectos que procedentes de la vida y de la obra de Baudelaire son unificados en torno a nociones complejas de fundamento psicoanalítico. Esta tarea aspira a dar sentido a lo que se sabe que contiene las marcas de lo inefable, en unos casos y de la incompletud en los más. Esta conciencia de los límites no impide que se mantenga en el conjunto de la obra la aspiración a la descripción de una topografía subjetiva donde lo escrito, lo dicho y las actitudes de Baudelaire, se abran a una comprensión más amplia desde la singularidad, en este caso, de sus fantasmas. Ernesto Feria Jaldón trata de acercarnos en este ensayo a la idea de que el camino de la investigación psicoanalítica se constituye en insustituible si queremos alcanzar una más extensa comprensión de la personalidad compleja que exhibió Baudelaire. Libro crítico con planteamientos fenomenológico-existenciales -de los que el autor mismo se nutrió ex-tensamente en su trayectoria intelectual- y especialmente crítico con Sartre, trata de seguir las huellas de una vida y de una obra en su mutua determinación, introduciendo modos de entender que encuentran sus lógicas fuera de una intuición crítica inmediata. Se hace por tanto obligado el pasaje por los instrumentos conceptuales que aquí se ponen a prueba y que han de demostrar su eficacia interpretativa.

Baudelaire es aquí visto frente a sus determinantes e imposibilidades subjetivas, -neuróticas en su caso- las mismas, que según el autor, le permitieron abrirse a un nuevo espacio de elaboración poética y le llevaron a culminar un destino singular de inquebrantable profundidad artística y humana. Se trata en este ensayo de desvelar las claves de este pathos baudeleriano, convocando los puntos de máxima tensión artística y vital de un poeta que merece para el autor el calificativo de "esencial". Una esencialidad que no se entiende desde una concepción metafísico-idealista sino como aquella que coloca la función del artista en el centro de su comunidad humana de referencia y que abre con su arte el campo de la representación y con ello da posibilidad a esa comunidad en cuanto es capaz de nombrar y aquilatar las nuevas respuestas a las preguntas fundamentales que gravitan sobre el espíritu humano. Como se verá, para el autor, Baudelaire se encuentra abierto precisamente a esa tarea por cuanto está enfrentado a sí mismo y abismado hacia su suceso interior -una de las múltiples dimensiones/direcciones del narcisismo- que remite a una nostalgia primordial que para el autor imposibilita el acceso de Baudelaire a una proyección neta y sin obstáculos de su Deseo. Deseo que se precipita entonces así hacia la muerte, que se repliega sobre si mismo a la búsqueda de su propia aniquilación, hacia su propia destrucción. Como refiere el autor: "Solo le queda un recurso -pero sin justificación, es decir, con plena autenticidad- el de exponer a la luz brillante de su poesía la problemática de su ambivalencia afectiva en carne viva y las sombras siniestras de su perversidad". Una perversidad que, desde un oscuro lugar de la conciencia, le atenaza demoníacamente y le lleva al desprecio, al hastío y al abandono de todo posible éxito, pero también al goce exquisito de una rara voluptuosidad destructiva.

Formalmente el libro está configurado al modo de un catálogo de temas que tratan de rodear el espacio próximo e íntimo de Baudelaire. No se trata de poner en conexión la aportación poética, crítica y ensayística de Baudelaire con la emergencia de la modernidad que indiscutiblemente representa su obra, no es por tanto un ensayo crítico-literario, tampoco se trata de hallar las determinaciones sociológicas o externas del conjunto de sus comportamientos u opiniones, y como éstas influyeron en su creación, como lo intentara W. Benjamin. Se prefiere, en este ensayo, alcanzar una matriz subjetiva que dé unidad a la ligazón vida-obra del poeta. Se lo quiere encontrar en las experiencias afectivas primeras de su vida, en aquellas en las que, la experiencia psicoanalítica, ha puesto su referencial teórico más esclarecedor en lo que atañe a la ligazón del hombre con su Deseo. Deseo que, en Baudelaire, como aquí se explicita, es vida, conjunción armónica, proyección fecundante que se lanza al rescate de lo más oculto, de lo más proscrito, de lo excluido, para hacerlo retornar con el envoltorio efímero de la ofuscante perfección de lo bello. Pero también deseo mortal, búsqueda ciega de una oscura consumación extática en un movimiento espiritual hacia lo devastado, refugio trágico de aquellos que sufren de la nostalgia mortífera de lo primigenio. Voluptuosidad y auto-sacrificio vienen a definir, para el autor, los puntos de tensión desde los que se hacen aprehensibles algunos de los caracteres de este destino singular y su proyección recurrente, obsesiva, en su arte.

El conjunto de sus opiniones y actitudes son llevadas al fontanal desde donde brotan en su fondo afectivo y sentimental, se ha tratado de establecer con ello una tupida red de sentido que ha anudado lo que estaba separado tanto como lo oscuramente intuido de la excentricidad o de la perversidad baudeleriana. Su singularidad es por ello, en este ensayo, llevada al punto en que toma contacto con la sustancia genérica de lo humano y donde se hace, por tanto, asequible a una comprensión más compleja y abierta al sentido. Se ha dejado de lado en esta travesía todo impulso de idealización que, por otro lado, solo conduciría a profundizar las identificaciones alienantes que frecuentemente desvirtúan, ya desde sus inicios los más loables intentos de acercamiento psicológico a un autor.

En este ensayo se opta, por tanto, por recorrer el camino que va desde el influjo sensible y emotivo de la vida y la obra baudeleriana al dibujo inacabado que necesariamente representa todo intento de aproximación psicológica, desde un espíritu, que quiere compatibilizar, en la crítica, la contenida identificación de autor con el más alambicado concepto clarificador, la sucesión azarosa del destino humano y artístico de Baudelaire con la repetición recurrente de obsesiones y fantasmas, la superficie insignificante de una actitud, con el fondo pasional donde se la hace tomar asiento. Esta apuesta por llevar a su cubil -como gustaba decir Nietzsche- nuestras valoraciones no encuentra pocos obstáculos, pues se trata de establecer continuidad donde en la superficie hallamos lo discontinuo o lo insignificante. La vida amorosa de Baudelaire, su obstinación rebelde, sus identificaciones literarias, su enfermedad fatal, su recurrente melancolía, constituyen el inacabado mosaico sobre el que se desliza un análisis que huye premeditadamente de ese otro extremo de la idealización, ahora perversa, que goza secretamente de los dolores y las agonías de la víctima.

En un tiempo donde la mercadería ha alcanzado el sagrado espacio de la intimidad, que se ha constituido en un nuevo filón a explotar, nueva y fatal vuelta de tuerca del proceso de desacralización, se hace necesario aproximarse a libros como éste. La actitud ética que preside esta incursión en una intimidad como la de Baudelaire le lleva irremediablemente al autor de este ensayo a la identificable hermandad que se deja entrever tras una cuidada actitud analítica. Ahora sabemos que no podemos conocer positivamente sino desde la construcción participativa y dialógica en la que hacemos uso de nuestra propia intimidad que ahora pasa a constituirse en el delicado instrumento sensible que nos puede abrir a un reconocimiento del otro y de nuestras diferencias.

Ernesto Feria Martín


J. M. COETZEE, Contra la censura. Ensayos sobre la pasión por silenciar, Barcelona, Debate, 2007, 350 pp.

Coetzee, el novelista sudafricano que se nacionalizó en Australia el pasado año, va a aumentar su cosecha narrativa, en 2008, con Diary of a Bad Year. Pero el conocimiento y disfrute de su misteriosa obra -es uno de los pocos escritores originales de las últimas décadas-, no puede dejar de lado un ámbito complementario de escritura tan suyo: el ensayo, el ámbito de un minucioso creador e intelectual que a la vez es un insólito lector, pues, por encima de todo, deja que los libros analizados en su ensayística hablen al máximo, siendo capaz además de ofrecer chispazos novedosos sobre su significado.

Tras serle concedido el premio Nobel en 2003, afortunadamente se han recuperado no solo algunas de sus novelas anteriores, sino también otras obras de ese rango: Elizabeth Costello (Mondadori, 2004) y Costas extrañas, ensayos 1986-1999 (Debate, 2004), libro en el que por cierto se han cortado, injustificadamente, tres artículos sobre temas africanos (véase Stranger Shores, Vintage, 2002). Faltan aún otros más; así Doubling the Point (1992), de donde extrae dos apartados para insertarlos en Contra la censura, y el muy reciente Inner Workings: Literary Essays 2000-2005 (Knopf, 2007) donde Coetzee continúa visitando "costas extrañas", ahora gracias a Svevo, Walser, Celan, Benjamin, Bruno Schulz, a Faulkner, Bellow o Gordimer.

Si en los últimos libros citados el peso de la literatura es manifiesto, en éste de 1996 -titulado originariamente Giving Offense: Essays on Censorship- agrupa textos de distinta índole, escritos entre 1988 y 1993, que fueron revisados a fondo para fundirlos en un libro coherente. De modo que todos apuntan ahora a una preocupación muy del siglo XX: la del silencia-miento y la total negación, la de la respuesta implacable ante una ofensa imaginaria o real, la del poder para acallar a alguien y evitar toda trasgresión, la capacidad para modificar cierto tipo de expresión discordante o, en fin, para encarcelar y apagar a su autor. Y es que, ante cierta acusación de ofensa, como decía Freud, "la negación -consecuencia de la expulsión- pertenece al instinto de destrucción".

Contra la censura nada tiene de ejercicio de salón. Cuatro de sus doce capítulos se refieren al apartheid, a la censura en Sudáfrica que se estableció sistemática-mente entre 1960 y 1970, a las violentas persecuciones de dos contemporáneos sudafricanos: los escritores Brink y Breytenbach. (Piénsese, en cambio, en el oscuro y deliberado olvido que hay en España de las décadas de amordazamiento, y de su efecto hoy en cierto uso desleal de la mentira como instrumento político). No trata sólo Coetzee, por ejemplo, de auscultar tres disidencias en países del Este -destaca ahí su escrito sobre Ossip Mandelstam-, u otras formas de censura como la del erotismo, partiendo del escándalo que produjo un libro tan cargante como Lady Chatterley, o como la de la ubicua pornografía, discutiendo con la feminista MacKinnon, sino que trata de ver cómo, indirectamente, incide sobre la escritura en general (sin excluir la propia), sobre la verdad de quien se ha visto tocado por la guadaña censora e, incluso, sobre cierta idea actual de verdad.

Ahora bien, en absoluto vamos a resumir los argumentos concretos que desfilan por esta obra, que como veremos remite a las restantes. Al recomendar vivamente su lectura -como un ensayo claro, honesto, lleno de dudas creativas, excelentemente escrito y ponderado, "erasmistamente" evasivo por añadidura-, añadimos que, en contra de lo que opinan algunos críticos, Coetzee no sustenta radicalmente una posición particular ante los argumentos arriba citados, pese a sus idas y venidas, sino que los narra, los somete a tensiones contradictorias, y nos deja sobre todo el recuerdo encendido de su inquietud.

En muchos libros suyos -como sucede en su reflexión indirecta sobre el trato despótico a los animales, bajo la máscara de Elizabeth Costello-, ensayo y literatura logran a veces fundirse; y quizá por ello nos da una moderna, dolorosa e inquietante impresión de inestabilidad. Es más, en su novela Foe vemos asimismo una obra fundamental para conocer su compleja idea de verdad novelesca y ahondar en el autor de Robinsón Crusoe; o también en El maestro de Petersburgo hay una apelación directa a Dostoyevski que, por un lado, refuerza lo ficticio de su relato pero que, por otro, hace ver que está abordando un problema esencial con su "imitación" poética: el de si es posible seguir estrictamente la tradición. No en vano, por añadidura, Defoe y Dostoyevski son autores analizados en dos ensayos de Costas extrañas.

También las dos entregas de su autobiografía, Infancia y Juventud, son extraordinarios tanto por su introspección y calidad verbal como por su modo de dar cuenta indirecta, en el primero, de la situación de una familia blanca sudafricana y en el segundo, del Londres que vivió en solitario Coetzee. Ciertas novelas como pueden ser Esperando a los bárbaros y En medio de ninguna parte -o todas, en realidad-, aun siendo de un trazado hermético, dibujan mundos enrarecidos que son trasunto de su país de origen, violento en grado sumo; tienen partes desmadejadas y partes geniales, son abstractas y muy concretas, como si fuesen jirones de una vida interna lacerada por la historia. Quizá convenga tener en cuenta sus artículos, clínicos y curiosos hasta ser obsesivos, sobre el lenguaje de Kafka o sobre los Diarios de Musil para poder comprender más a fondo su perspectiva creadora.

Sucede que la pieza central de Contra la censura, la más completa y novedosa, es un texto sobre Erasmo, que fue tan literato como pensador. Coetzee de pronto abandona el siglo XX y se vuelca sobre un autor censurado, un editor abierto, un enorme crítico, radical, nada partidista, huidizo y valiente. Su nombre aquí nos recuerda la tragedia del erasmismo español -ayer y hoy- así como los libros rotos, tachados, mutilados que hay en nuestro país en varias bibliotecas; por su parte Coetzee se vuelve al historiador Huizinga, encarcelado por los nazis, holandés como los otros dos, y recuerda su monografía sobre el humanista, en particular, su efecto hacia 1930 como libro de combate contra la censura en ciernes.

Más generalmente Coetzee habla del Elogio de la locura como la manifestación del punto de vista más plural -el de Erasmo-, en un siglo XVI dividido en facciones, escindido, enloquecido, en el que cada cual se siente temeroso de sus propias palabras, esto es, receloso ante el eco real o ficticio de sus escritos. Y se detiene ahí: Coetzee cita los análisis de Foucault en la Historia de la locura sobre un Erasmo que objetivaría el desvarío al atraparlo en el discurso moral; o la respuesta de Derrida a esa idea, al decir que no hay una locura soberana que pueda llegar a transmitirse (aparece sólo en Foucault como pensamiento negativo); o, finalmente, la posición lacaniana ante esa locura como renuncia a plantear un sujeto que sabe. Y sobre todo vemos cómo Coetzee hace uso de René Girard; no de su dudoso esquema antropológico, ni de su antifreudismo, ni de su estilo claramente religioso (y bastante censor): él se limita a recordar su idea de deseo imitativo. Cierto mecanismo imitador entraría, dice Coetzee, en el acto de censura, pues éste penetra en el censurado, lo envuelve y acaba por determinar su respuesta.

Sin convertirlo en modelo alguno, lo usa pues el escritor una y otra vez, para ver lo que está detrás de muchos efectos de censura, en los que el perseguido termina atrapado en un campo de fuerzas no querido, insistente y pegajoso. No en vano apela Coetzee rápidamente -ante semejante círculo de la imitación- a los mecanismos proyectivos indicados por Freud ("La negación", "Un caso de paranoia"), o a las ideas lacanianas desplegadas en De la psicosis paranoica. Pero lo que supone en conjunto es un recordatorio de que éstos -o Bataille, Barthes, Sontag, Dworkin y decenas de figuras-, le han inspirado en sus valoraciones y le han permitido expresarse con conocimiento de causa en un territorio que oscila entre lo personal y lo colectivo, entre la psicología y el modo de gobernar modernos. Pues este libro, con una claridad juiciosa e independiente, quiere mantenerse más bien en la aparente llanura del escritor.

Es esa misma prudencia la que le permite decir, finalmente, que la razón halla la horma de su zapato en la manía persecutoria, con independencia de ese despreciable acto censor: "En el discurso que estoy desarrollando, un discurso de crítica (del verbo krino, ‘acusar, someter a juicio'), he colocado bajo sospecha la censura. Sin embargo del mismo modo que pongo a la censura bajo la sospecha de ocultar su auténtica naturaleza, de estar gobernada secretamente por la paranoia, tampoco mi crítica puede escapar a la dinámica paranoide de juzgar y expulsar. La culpa siempre está en otra parte, siempre es desplazada" (p. 241).

Por cambiar de ángulo, esa misma situación "desplazada" es a la que se ve conducida siempre la protagonista de Elizabeth Costello, cuando percibe que su modo de hablar públicamente en defensa de los animales se vuelve inquietantemente abstracto y casi absurdo. O asimismo la viven, más literariamente, los protagonistas errantes de Vida y época de Michael K y de La edad de hierro en circunstancias bélicas, en dos situaciones límite en las que los actos de violencia y de refugio parecen en parte reflejar se entre sí, de modo que la culpa se complica e interioriza (sin que se pierda nunca de vista dónde está la agresión de partida): son dos escritos sobre la destrucción presente, y sobre las pesadillas de la inseguridad que nos acechan cada vez más cerca.

En fin, todo ese "desplazamiento" quizá sea una de las claves del peregrinar constante del propio Coetzee, que, nacido en un año bélico, 1940, ha vivido en África, Europa, América y Australia. Podemos entenderlo así, por un momento, como un mecanismo suyo para eludir todo tipo de silenciamientos, empezando por los del apartheid, que Coetzee ha sabido conjurar con un silencio propio y un apartarse periódicamente de ciertos refugios episódicos, para darnos a cambio una obra íntegra sobre el desarraigo actual. Pues él trata en su narrativa de los excluidos o refugiados y, en el fondo, de ese marco actual de controles y censuras paternalistas que se refleja en tantos campamentos y ayudas a los que, por ejemplo, escapa -a costa de sobrevivir como un indigente- Michael K, eso sí pudiendo al menos decirse: "Me he librado de los campamentos; puede que, si procuro no llamar la atención, también me libre de la caridad".

Mauricio Jalón


Torquato TASSO, Los mensajeros, Valladolid, Cuatro, 2007, 172 pp.

Entre los documentos antiguos sobre la locura destaca la vida y la obra de Torquato Tasso. Nacido en 1544 y muerto en 1595, sus cincuenta años de furibunda existencia discurrieron en una época fecunda de la cultura pero cruelmente tormentosa.

Reconocido como una de los cuatros poetas más importantes de Italia, su vida fue una carrera triunfal hasta el año 1574, momento en que publica su obra más conocida y por la que ha pasado a la posteridad, Jerusalén liberada. Después, todo su porvenir de cortesano en la corte de los Este de Ferrara se complicará. Tras someter inocentemente su obra a la supervisión de cuatro censores, que de inmediato plagaron el texto de objeciones, su biografía se convirtió en una carrera de obstáculos mientras que su equilibrio mental desaparecía.

Rechazado por los aristócratas, que no le consideraban a su altura, su mundo se transformó en una odisea paranoica donde alternan, confusa e indistintamente, la verdad de sus razones con el desvarío de sus interpretaciones. Entre calumnias, siervos infieles y amigos desleales, su desconfianza se intensifica, se siente amenazado por la Inquisición y teme ser envenenado. Pronto su conducta se ve desordenada y empieza a llamar la atención por sus ideas y sus extravagancias. Finalmente, en marzo de 1579, fue apresado y conducido al hospital de Sant'Anna por orden del Duque de Ferrara. Allí permaneció siete años y cuatro meses. A su salida solo le quedaban nueve años de vida que transcurrieron sin disminuir la desgracia.

El libro que ahora comento, Los mensajeros, contiene sus prosas más personales, redactadas en plena crisis, durante su reclusión hospitalaria.

El primero de los escritos, "La fuga", le valió la reputación de melancólico y pendenciero irascible. Consiste en un breve comentario sobre los reproches recibidos durante los últimos años, previos al encierro, y la malevolencia de sus calumniadores que justifican su huida de Ferrara. "De modo que consintió el señor Duque que otro me usurpara la posesión de mis composiciones, que ya le habían sido dedicadas, para que, no perfectas, no íntegras, no revisadas, salieran a la luz y fueran censuradas por aquel sofista que desde hacía ya muchos años venía preparando armas contra mí". Tal es el tono con que intenta desenmascarar la perfidia que le atormenta.

En "El mensajero", el más largo y profundo de los textos recogidos en el libro, Tasso desarrolla la valoración de su diálogo con los espíritus que habitualmente le hablan. El contenido de este capítulo eleva el tono y el interés del libro para el psiquiatra, en la medida en que se interroga sobre la condición y la veracidad de los discursos que escucha. Analiza su diferencia con los sueños, y se interroga sobre esencia de unas imágenes que "no puede ver aquí quien tenga los ojos empañados por el velo de la humanidad". Es memorable su explicación sobre la existencia de los espíritus, genios y demonios, creencia común a todos los mortales de su época -y no solo de los psicóticos-, que considera condicionada por la conocida necesidad de la naturaleza de no dar saltos, continuidad que determina la necesidad de establecer una escala intermedia entre lo superior y lo inferior, entre Dios y los mortales. Presencia, por otra parte, que despierta múltiples interrogantes sobre la historia de la esquizofrenia, pues cabe que la presencia de voces inefables y automáticas en las psicosis modernas tengan algo que ver con la desaparición de la creencia en los espíritus, que tanto acomodaban y facilitaban el discurso delirante.

En "De amores y desuniones" asistimos a un diálogo entre Torquato y Danese Cataneo, con intervención posterior de un tercer invitado, Sanminiato, donde se debate sobre la superioridad del poeta enamorado. De inspiración platónica, contiene una bella argumentación sobre la superioridad de la escritura. Jerarquía que corre paralela en su argumentación a la primacía de los espíritus sobre la de los cuerpos. El texto concluye con una profunda consideración sobre las relaciones del odio y el amor, que Tasso subraya del siguiente modo: "Niego que el amor y el odio sean opuestos en grado máximo, porque esta oposición se debe considerar o en un mismo género o en dos géneros diferentes, o decir que el amor y el odio son contrarios como dos géneros contrarios. Y bajo ninguna de estas modalidades son el amor y el odio contrarios". De esta suerte conduce nuestro autor el hilo de su reflexión que resume finalmente en cincuenta conclusiones, de las que destaco como ejemplo dos. La XXIX, donde enuncia que "los ojos son los que más gozan y de lo que más se goza en el amor", y la XXV: "Ninguna amada es ni puede ser ingrata. Ningún amor alcanza nunca su fin".

El libro, que se cierra con un sabroso comentario sobre "El arte del diálogo", es un texto singular, brillante y lleno de sugerencias psicopatológicas. Valga como muestra final para despertar el interés del lector, esta vibrante descripción: "La melancolía hay que considerarla más como hidra que como quimera, porque apenas el melancólico ha truncado un pensamiento, nacen al instante dos en su lugar, que con mortíferas mordeduras le hieren y le laceran".

Fernando Colina

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