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Revista de la Asociación Española de Neuropsiquiatría

versión On-line ISSN 2340-2733versión impresa ISSN 0211-5735

Rev. Asoc. Esp. Neuropsiq. vol.28 no.2 Madrid  2008

 

LIBROS Y REVISTAS

 

José María ÁLVAREZ, La invención de las enfermedades mentales, Madrid, Gredos, 2008, 615 pp.

De nuevo, José María Álvarez como autor. En esta ocasión para presentarnos un libro viejo y nuevo a la vez. Viejo porque proviene de su primera incursión de largo aliento en la escritura. Allá por el año 1999 terminó el producto de su pasión: la primera edición de este texto.

Aquello fue producto de su primera locura, que siempre es la locura por excelencia de cada uno, la que nos acompaña toda la vida, la que condensa toda la alienación infantil que nos identifica con su sello familiar y no nos abandona nunca. Locura barcelonesa en su caso, cuando José María Álvarez rebuscó en las bibliotecas catalanas a la caza de los artículos originales de la psiquiatría clásica. Eran los tiempos de una locura inexplicable del autor. Una locura como todas las locuras, pero más extravagante por familiar y cercana. Qué hacía aquel hombre allí, en aquel lugar y en aquel momento. Quizá como Montaigne, su gran ídolo de hoy, sabía de lo que huía pero no lo que buscaba. En cualquier caso, nadie se explica aún cómo un joven proveniente de la campiña leonesa, licenciado y doctorado en Psicología por no se sabe qué razón, se apasionó por los testimonios de la psiquiatría clásica para ordenarlos, clasificarlos y sacar a luz los vínculos secretos que los unían. Esos vínculos que hoy es capaz de diseccionar con tanta habilidad como lo hace, por poner un ejemplo, en el capítulo IV de esta obra (pp. 281-402), cuando nos presenta las cinco versiones del desgarramiento de la identidad, las de Bleuler, Ballet, Chaslin, Clérambault y Freud, ofreciéndonos un ejercicio intelectual sobresaliente, que por sí mismo nos explica lo que abarca, esconde y manifiesta eso que llamamos esquizofrenia.

La primera edición de aquel libro tuvo mala suerte, aunque la venta salió adelante. Se publicó en ediciones DOR, en la colección dirigida por Manolo Desviat. José María Álvarez todavía no era un autor conocido en los medios psiquiátricos, a lo que hay que añadir que la editorial quebró poco después.

El libro es nuevo también porque el autor y el texto lo son. José María ya es un autor consagrado que ha pasado por todas las pruebas de fuego profesionales. Alguien que ha alcanzado la madurez (él mismo se define como menos recargado, más sencillo y preciso en su disposición) y ha decidido reimprimir de nuevo el texto pero ahora enriquecido en su desarrollo ("mejorado, corregido, ampliado y actualizado", según sus palabras), alojado en una editorial de postín y rubricado por un capítulo final que es una auténtica exposición de principios teóricos y clínicos. Quien quiera conocer los fundamentos de un estudio presente de las psicosis deberá empaparse con sus "reflexiones sobre las psicosis a la luz de la clínica y la historia", tal y como las expone en su último capítulo (pp. 505-570).

En las dos ocasiones he tenido el privilegio de ser invitado a prologar el libro, cosa que no me canso de agradecer. En la primera ocasión me pareció que su texto brindaba la oportunidad de ensalzar las relaciones de la clínica con la historia. Pensé que para los estudiosos de la historia aquel libro era un estallido de sencillez, de documentación y de buen sentido que me recordaba el tiempo que los de mi generación habíamos perdido leyendo cosas inútiles, sin maestros, sin formación, siguiendo a quienes confunden la historia con la simple cronología de los hechos. Tiempo malgastado estúpidamente, que no conducía a nada y que tan sólo satisface cuando nos percatamos de que, pese a todo, conseguimos liberarnos de aquella trampa.

Aquí, en cambio, están los conceptos enlazados en su lógica interna, justificados sus límites, su evolución, el perfil de las controversias que ilustran y de las ambiciones personales, profesionales e incluso patrióticas que guían a sus autores. No se contenta con alinear opiniones más o menos eruditas u originales según un orden cronológico, sino que nos enseña el modo como unas ideas vienen determinadas por las anteriores, descubriéndonos la manera como la ciencia psiquiátrica ha tomado posesión de su dominio en un ambiente de confrontaciones y fidelidades entre las distintas escuelas.

Subrayaba yo por entonces que el clínico se limita en general a leer y levantar acta del trabajo de los eruditos, sin sacar provecho de las dificultades historiográficas con las que aquéllos se enfrentan y sin buscar otro objetivo que un elegante barniz bajo el que presentarse bien vestido en su medio profesional. La escuela de la historia les sirve en general para satisfacer una curiosidad auxiliar o mejorar su vitola personal, casi como un lujo superfluo, pero no para aprender de los errores del pasado o inspirarse en sus aciertos. Raramente el clínico encuentra en los conocimientos históricos una plataforma desde la que elevarse para mejorar su ejercicio en la cabecera del psicótico, ni capta en las dificultades y maniobras conceptuales del historiador una fuente crítica inmejorable para su labor. José María Álvarez me parecía, en este sentido, el extremo opuesto. Toda su reflexión despertaba un reflejo directo en la experiencia personal y ayudaba a captar el sentido y el alcance de los síntomas. Junto a la erudición, que tranquilizaba la curiosidad del lector ávido, se palpaba la realidad de la locura que vemos día a día. En especial se asimilaba, como nunca hasta ese momento, el perfil de los diagnósticos, sus contornos y el especial escepticismo con que deben observarse las categorías diagnósticas y las terminologías al uso. A mi juicio, el libro estaba muy por encima, por rigor y categoría, y en especial por su proyección clínica (es, en el fondo, un libro de psicopatología) de los textos que hasta aquel momento me habían servido de referencia: Porter, Lantéri-Laura, Bercherie sobre todo, con sus Fundamentos de la clínica.

Para esta segunda ocasión el tiempo ha pasado y ha corrido a su favor. José María se ha vuelto el abanderado de la otra psiquiatría. Las cosas ya son distintas y más profundas. Ya tiene un marco social donde ubicar su intento de "reanudar el diálogo con el alienado y de pensar de otro modo la locura". En este marco hay que entender el trabajo arqueológico insustituible que nos brinda.

El texto, por otra parte, viene al mundo en un momento muy importante, cuyas características he intentado recoger en el prólogo donde subrayo que la teoría psicopatológica se ha convertido en un campo árido y simplificado hasta límites impensables. Hoy, digo en mi presentación, no comprendemos a los enfermos, ni nos interesa mucho hacerlo, ni desarrollamos los modelos necesarios para conseguirlo. Sabemos asistir a los psicóticos pero no descifrarlos ni tratarlos en su sentido lato de trato más que de tratamiento. En cierto modo, la psiquiatría actual ha renunciado a entender a la gente. Para algunos de nosotros cada vez es más costoso soportar el discurso de la disciplina -nuestro propio discurso-, como si hubiera que dar la razón a Bellow cuando, en Herzog, llama reductores de cabezas a los psiquiatras por su consabida estrechez de miras.

La psiquiatría actual, añado, está dominada por lo que podríamos llamar paradigma de la indicación, que da cuenta con directa exactitud de la pobreza psicopatológica contemporánea. Lo que rige el conocimiento, según este nuevo paradigma, es el ámbito de indicación de los medicamentos y el discurso al que obliga. Bajo esa propuesta, precisamente, se ha ido diluyendo la psicopatología. No sólo seguimos inmersos en el modelo nosológico, mejor o peor disfrazado, sino que, por añadidura, han dejado de interesar las enfermedades precisas. La vaguedad de términos como trastorno o similares es más útil que nunca, pues facilita que el diagnóstico sea lo más impreciso posible, que se extienda a los mayores campos imaginables y que se prolongue en el tiempo todo lo que pueda. De este modo, se amplía la indicación del psicofármaco mientras se tiende conceptualmente a cronificar las enfermedades todo lo que den de sí, logrando que la sintomatología no prescriba y que, al tiempo, no se deje de prescribir. Las estructuras clínicas se estiran como goma de mascar, buscando que el tratamiento dure indefinidamente y alcance al número más amplio de personas. Se entiende, por consiguiente, que los estados límites y el trastorno bipolar sean hoy los principales protagonistas del nuevo paradigma, pues son las afecciones de fundamentos y límites más imprecisos y, por lo tanto, las que mejor colaboran con esta estrategia indicativa. Pero no sólo se estiran las indicaciones hacia adelante sino que también se propone hacerlo hacia atrás. La eclosión de los tratamientos precoces ha permitido adelantar la edad de las prescripciones, tratando de imponer con mil argumentos una suerte de vacunación neuroléptica, que no se sabe si beneficia más al supuesto paciente o a la economía de la empresa que promueve y financia la iniciativa.

Pues bien, en la dirección opuesta a lo que acabo de referir se encaminan los grandes temas de José María Álvarez: el estatuto de la certeza, el axioma delirante, los fenómenos elementales, la discontinuidad, las estabilizaciones, la arquitectura del delirio, la responsabilidad del loco y los polos de la psicosis. Todo ello expuesto en su soberana diacronía, desarrollado con el apoyo de casos relevantes, como Aimée o Wagner, y culminado en ese caso monográfico por excelencia que él llama su Caronte particular (capítulo V), que le conduce en barca a los infiernos de la locura y que a este paso nos conducirá a todos detrás de él; se trata del admirado profesor de psicosis, genio del delirio, magistrado de los Tribunales y autor de unas memorias irrepetibles: Daniel Paul Schreber. A aquel hombre que puso a raya a un Dios sediento de goce que sólo mantenía trato con cadáveres, ha dedicado muchas horas José María hasta urdir este tratado de clínica ateológica que hoy nos admira y nos une a él en una conexión nerviosa que casi es una conjura contra la psiquiatría positivista.

Concluyo estos comentarios citando el párrafo final del libro, que por su concisión y belleza formal me parece el mejor epítome de la obra: "El análisis del delirio nos enseña que detrás de esas ideas, tan raras como amadas, alguien bracea para aferrarse a la vida. ‘Nadie por sí mismo tiene fuerza para salir a flote -escribió Séneca-. Precisa de alguien que le alargue la mano, que le empuje hacia afuera'. Nuestro cometido consiste en tenderle la mano e indicarle la buena dirección adonde dirigir sus esfuerzos" (pp. 569-570).

Así pues, agradezcamos a José María su libro, felicitémonos por su existencia y dediquemos algo de nuestro tiempo a la lectura de La invención de las enfermedades mentales.

Fernando Colina


VV. AA., Red ciudadana tras el 11 M. Cuando el sufrimiento no impide pensar ni actuar, Madrid, Antonio Machado Libros, 2008, 313 pp.

En un excelente artículo sobre la prevención del estrés postraumático señala Baca Baldomero la necesidad de dudar del tópico que supone virtudes salutíferas al envío de psicólogos cada vez que ocurre una catástrofe. En 2006, Sijbrandij lanza la primera señal de alerta al decir que no hay pruebas de que el debriefing sea terapéutico y si algunos datos que pueden hacer sospechar acciones negativas. Este autor y algunos colaboradores afirman que el debriefing emocional puede acentuar más que eliminar la respuesta ansiosa y que el debriefing educativo puede patologizar a la víctima forzándole el paso de la discurso del héroe al de víctima. Un suceso de hace un par de veranos ya me hizo a mi pensar igual: las familias de unos pescadores ahogados en la Costa da Morte huyeron de los psicólogos enviados por la autoridad y se fueron a rezar y beber orujo donde siempre solían aparecer los cadáveres.

El libro que reseño incide a partir de las experiencias de víctimas madrileñas del 11M en el mismo tema de la pertinencia de la ayuda profesional frente a las redes solidarias abogando a favor de éstas. El libro obliga a un enfrentamiento inquietante que me recordó la emoción de contemplar un famoso cuadro de Magritte -Los dos misterios- donde se ven dos pipas con un epígrafe que afirma "esto no es una pipa". El libro Red Ciudadana Tras el 11M es evidentemente un libro, primorosamente editado en varios colores para facilitar la lectura, separando la documentación sobre los atentados del 11M, y la narración central del libro organizado en torno a nueve entrevistas a personas con vidas rotas por la barbarie y parcialmente rehechas gracias a las solidaridades construidas en el Foro y la Red de víctimas del 11 de Marzo.

Pero no es un libro al uso: carece de autor, mezcla relatos de cuidadores y cuidados, no formula tesis, ni conclusiones y por si fuera poco, se publica cuando el consenso de nuestro aparato político-cultural se conjura para olvidar el atentado del 11M. Resulta de ello un texto polifónico donde lo común a su autor múltiple -las vivencias traumáticas por las perdidas del 11M- se enriquece por lo diverso de las biografías previas y las diversas capacidades para elaborar y tratar de superar el duelo.

Y es por eso un libro absolutamente necesario porque como dice Reyes Mate en otro texto en que pide justicia para las víctimas del terrorismo, en ese pasado sufriente residen unos "saberes y unas memorias" sin los que la historia será una vez más un relato mutilado y edulcorado que instaura un régimen de amnesia sobre el dolor para permitir un final feliz de nuestra reciente historia. Compartir el panglosismo permite imponer un consenso perverso para tratar el dolor y la memoria de las víctimas con las aguas de Leteo y tras un corto tiempo en que ese dolor sirve de noticia periodística o suministra argumento para las broncas políticas, se le reduce a lo intimo y se cancela cualquier significado social.

Freud es, dentro de ese consenso en favor del olvido del dolor colectivo, el autor que prescribe con mayor pragmatismo la necesidad de desinvertir los afectos que se tenían en los muertos para volver a invertirlos en los vivos. Perseverar en mantener al muerto en el centro de nuestra memoria más allá de un año, sería para Freud un síntoma de duelo patológico y por ello expresión de una estructura de personalidad cercana al masoquismo moral. La personalidad sana del freudismo como el buen inversor de bolsa sabe olvidar los objetos muertos para dejar libre ese querer y reinvertirlo en nuevos objetos libidinales que puedan devolver los afectos como si de bonos del tesoro se tratara.

Una sinopsis de esa identificación entre salud mental y capacidad para aceptar lo transitorio de nuestros sentimientos es resumida por Freud en un corto e ilustrativo articulo que titula Lo Perecedero. En él narra sus vivencias de plenitud durante un paseo con un joven poeta -en realidad, Rilke- en un día de primavera particularmente hermoso justo al fin de la guerra mundial. En la incapacidad de Rilke para gozar del esplendor de lo dado -por ser efímero- o de olvidar las tristezas por las víctimas del reciente desastre guerrero y vivir la plenitud del presente, ve reflejado Freud la predisposición melancólica que en Román Paladino quiere decir la imposibilidad para suscribir "el vivo al pollo y el muerto al hoyo". Obvia conclusión del relato es que Rilke prefirió seguir sufriendo sus neurosis a embarcarse en una psicoterapia con un sabio que así pensaba sobre la normalidad.

¿Algodicea?: No Gracias. Peter Sloterdijk insiste en cómo la vieja contradicción entre el poder de un Dios bueno-todopoderoso y la existencia del mal se transforma en postmodernidad en la reflexión sobre el sinsentido del dolor. Ph. Ariès confirma el éxito del moderno higienismo en evitar esa dialógica del dolor convirtiendo la muerte en algo obsceno y embotando la memoria de los muertos. Frente a la visibilidad de la muerte en los hogares de antaño, su confinamiento y represión en los espacios que Foucault llama heterotópicos (hospitales, cenizas dispersadas en ningún lugar), marca la destrucción de las viejas solidaridades para compartir socialmente el duelo.

Reyes Mate critica por otros caminos ese tópico panglo-progresista: los millones de víctimas que la marcha hacia delante de la historia ha exigido, son insignificantes tributos al progreso y recordarlos fuera de los rituales consensuados en los lugares de la memoria oficial es patetismo reaccionario. Reyes Mate actualiza al tratar "el deber de recuerdo a las víctimas" en favor de Benjamin su polémica con Horkheimer sobre nuestras obligaciones con las víctimas de la historia: sin la memoria de los muertos y la voluntad de hacerles justicia en el presente que nos pedía Benjamín, perderemos a la vez la cita con la historia que ellos nos pasaron y "la débil fuerza mesiánica que cada generación tiene para cumplir la utopía del pasado". Sin esos dos apoyos nada nos librara de hundirnos en la conciencia infeliz de constatar que aunque realicemos una sociedad justa, ello no reparará la injusticia del pasado con las víctimas que la forjaron. Reparación de la injusticia que el viejo Horkheimer se obligó a buscarla en un lugar radicalmente otro.

La banalidad dominante en el imaginario español ha permanecido ajeno a esas exigencias de justicia con las víctimas y de cómo elaborar un duelo colectivo. El trauma y la solidaridad inicial del atentado en el psiquismo colectivo fue rápidamente tapado por el ruido del espectáculo político. La negligencia afectiva de la multitud, incapaz de confrontarse con una crisis moral y un drama de tal magnitud, se conformó con el esquema maniqueo-político del amigo-enemigo, expresado en esa pregunta atroz que alguna vez se dirigió los autores de este libro: ¿de qué víctimas sois?, ¿del PP del PSOE?

Memoria contra Historia. Contra todo eso va este libro que trata de rescatar ese dolor del intimismo para devolverlo a la memoria colectiva y así probar a enfrentar la muerte desde lo común. En un texto articulado como un palimpsesto los distintos autores de Red Ciudadana Tras el 11 M se cuentan y nos cuentan cómo enfrentan la desolación e indefensión que todos sentimos ante la calamidad colectiva que trajo el atentado. Cómo al sentir el dolor de las víctimas, algunas buenas gentes empezaron a padecer-con y de ese ejercicio de simpatía y aproximación a los familiares surgieron unas redes informales donde el sinsentido de la violencia se transformó en solidaridad.

Ante la muerte de los otros cercanos, algo despertó en la subjetividad colectiva de lo que luego sería la Red Ciudadana, la necesidad de juntarse, de ejercer la simpatía frente a la desolación que lo inimaginable del horror imponía, y desde ese condoler aportar una especie de transfusión afectiva a los supervivientes que les hizo salir de la indefensión e ir adquiriendo a trancas y barrancas una potencia que les está permitiendo volver a tejer lazos sociales y poder vivir con esa dolorida memoria.

Esta simpatía y esta aproximación espontánea que crea la Red logran resaltar, lo ambiguo e inoperante de la acogida profesional que desde el principio se ofreció a las víctimas. Una visión tecnológica del drama, con luchas de poder entre las organizaciones de voluntarios, unas actuaciones que en algunos casos invadían la intimidad de las familias que preferían elaborar su dolor en soledad y no con un psicólogo desconocido y en otras burocratizaban el horror del reconocimiento de las víctimas con los protocolos que se habían empleado en otras catástrofes: en el texto, la figura del hombre del magnetófono resulta dantesca.

En algunos relatos biográficos del libro, el saber hacer de la Red Ciudadana que brota de las capacidades populares del consuelo, contrasta la vivencia de lo burocrático de la ayuda psicológica profesional ofrecida por los Centros de Salud Mental que de nuevo aplica protocolos estandarizados: tras ser dada de alta por el servicio de salud mental al año, una de las víctimas, relata cómo debe seguir otra terapia tradicional más allá del tiempo de duelo protocolizado. Y más sugerente aún el relato de cómo hacer el Camino de Santiago permite a un viudo redefinir su dolor y por primera vez en su vida salir de una individuación forzada, colectivizando sus vivencias en el seno de la red y verse sin saber bien cómo, saliendo del caos cognitivo que su perdida le había producido.

Guarecerse del Dolor: Acoger-Compadecer. Conmueve también en el libro la capacidad del sentir-con espontáneo de algunas personas para imaginar y ofrecer consuelo con lo común, con lo que a nadie pertenece: el paisaje de Gredos o los oliva-res de Úbeda supusieron marcos nuevos de reunión para la Red donde las vivencias de pérdida pudieron ser colectivizadas y empalabradas de manera que el dolor fluyese sin estancarse al repetirse en un mismo escenario ciudadano.

Algo de recuperación de la sabiduría para enfrentar la muerte quiero ver en este libro. Enfrentar la muerte fue para el pensamiento clásico una de las angustias maduradoras. Frente a la existencia trivial, contemplar la muerte convierte a la vida en algo serio, obligaba a valorar bien el tiempo que nos es dado. Visualizar y hacer publico ese proceso fue una rutina educativa del pasado del que nos dan noticias relatos tan distantes como las actas notariales de los testamentos o los relatos autobiográficos sobre la maduración personal tras acompañar una buena muerte.

El arte de consolar fue atribuido al sabio estoico que lejos de encontrar el sentido de la muerte en alguna teodicea, se obligaba a hacer circular ese dolor por los diálogos amistosos, para desde esa condolencia crear una comunidad donde continuar la humanización que la muerte parecía cancelar. En esa corriente de pensamiento, este libro logra, no dar sentido a lo que no lo tiene -la violencia ciega, el fanatismo, el daño, la pérdida- sino narrar cómo se forjaron desde el mismo 11M unas estructuras de acogida donde el consuelo hace posible que el dolor no se congele en el absurdo de los hechos. Se dice que una psicoterapia empieza a tener éxito cuando tanto la amnesia sobre los años de la infancia familiar o las versiones oficiales de la historia familiar -la novela familiar- se ven substituidas por un relato más veraz construido desde los aportes de las memorias individuales. Algo de eso creo ver en el comunicado leído por Pilar Manjon ante la Comisión de Investigación del 11M: frente a la confusión de las versiones políticas o mediáticas sobre la autoría del atentado, las memorias parciales de las víctimas colectivizado por la Red fue hilado en un relato común que al ser expuesto en publico, sirvió de contención a la confusión individual o las paranoias alentadas desde los medios.

Este libro se constituye por lo mismo y quizás sin quererlo en un imprescindible texto de historia en el sentido que Benjamin la exigía: "La historia no es solo una ciencia sino también y no menos una forma de recordación. La recordación puede modificar lo que la ciencia da por definitivamente establecido. La recordación puede convertir lo clausurado (el sufrimiento) en algo no clausurado". Los autores al escribir en este texto contra el panglosismo histórico y psicoterapéutico logran a la vez un objetivo justo y terapéutico. Cuando varios de los participantes en la Red se preguntan cómo seguir ocupándose de lo cotidiano, cómo cruzar una calle para alejarse de casa tras haber sentido que una bomba cancela los proyectos de vida más normales, al hacer comunidad de memoria y sentimiento, ellos mismos se responden: cultivando la memoria colectiva los vivos recogen la cita que los muertos nos dejaron y al hacer que sus voces aún resuenen, que sus proyectos se cumplan ahora aunque ellos ya no estén, nos permiten vivir sin rendirnos al abatimiento.

Guillermo Rendueles


Bernard-Henri LÉVY y Jacques-Alain MILLER (compiladores), La regla del juego. Testimonios de encuentros con el psicoanálisis, Madrid, Gredos, 2008, 325 pp.

Jacques-Alain Miller y Bernard-Henri Lévy (director de la publicación La règle du jeu), realizaron una amplia convocatoria para que tanto psicoanalizados como psicoanalistas, cada uno desde su perspectiva, en nombre propio y a su manera, relataran su encuentro con el psicoanálisis. Escritores, periodistas, artistas, filósofos, profesores, psiquiatras, psicoanalistas y un amplio grupo de personas vinculadas al mundo de la cultura, el arte, la ciencia y la política, testimonian en este libro lo que para cada uno supuso este encuentro. ¿Qué movió a estas personas a dar testimonio, no de sucesos ajenos, sino de lo más íntimo, de lo más peculiar de cada uno?

El psicoanálisis siempre ha sido objeto de críticas. Pero en 2003, en la Asamblea Nacional de Francia, se presentó y aprobó -si bien posteriormente fue rechazada- la llamada enmienda Accoyer. En ella podía leerse: "Las diferentes categorías de psicoterapias son fijadas por decreto por el ministro de Salud. Su puesta en práctica es competencia únicamente de médicos y psicólogos que posean las calificaciones profesionales requeridas por el mismo decreto". La enmienda Accoyer preparaba así el camino para la dominación en el seno de la psiquiatría de las terapias cognitivo-conductuales (TCC), de las que encontramos diversas descripciones en obras como Walden Dos (B. Skinner), Un mundo feliz (Aldous Huxley), Blade Runner (Philip K. Dick) y en la película La naranja mecánica (Kubrick). El texto de la enmienda no desarrollaba una crítica mejor o peor argumentada; era un intento de linchamiento de todas las terapias relacionales y, en particular, del psicoanálisis.

La regla del juego hay que entenderlo como una respuesta -ésta sí argumentada- al ataque que, con métodos publicitarios y con todo el poder de la Administración de un Estado, se lanzó contra el psicoanálisis. Un ataque que sólo puede estar inspirado por el odio y por una ideología totalitaria (gran paradoja) en el seno de la democracia. A este respecto, son elocuentes las palabras de la periodista y escritora Catherine David: "Un odio fascinado acompaña la historia del freudismo. Desde sus orígenes, la peste del doctor Freud suscita un aborrecimiento militante cuyo exceso roza a veces el ridículo. Durante mucho tiempo se creyó que su doctrina era una vergüenza para la buena gente a causa de los contenidos sexuales de su teoría. Pero la misma rabia se pone de manifiesto hoy, en los términos más crudos, cuando la sexualidad ya no molesta a nadie. La difusión mundial del psicoanálisis parece haber vuelto a sus detractores más rabiosos, como si este logro fuese una injuria dirigida contra ellos personalmente, justificando los golpes bajos y los eructos. [...] Quizás sea ese momento de verdad prometido por el psicoanálisis (no la felicidad), en el que el narcisismo de cada uno corre el riesgo de ser de lo más abucheado, lo que provoca el terror y, por tanto, la furia" (pp. 70-71).

¿Qué encontramos en este libro? Los modos más variados de encuentro con el psicoanálisis. Este encuentro se produce generalmente en dos etapas, a la primera de las cuales podemos calificarla de conocimiento y a la segunda, de experiencia.

Se trata, en primer lugar, del encuentro con algún texto freudiano (Psicopatología de la vida cotidiana, La interpretación de los sueños, Tres ensayos para una teoría sexual, etc.) y de los efectos subsiguientes. Sobre este particular, los testimonios destacan la impresión subjetiva y el impacto que le produjeron estas lecturas: "Guardo todavía el recuerdo de la conmoción que me produjeron aquellas lecturas", podemos leer en el texto del psicoanalista José María Álvarez (p. 23). Asimismo, el psicoanalista Eric Laurent escribe: "Freud llegó a apasionarme tanto que con él entretenía a cada paso a parientes y amigos. La familia lo consideró una influencia perniciosa para mis estudios. Con gran pompa retiraron de mi biblioteca la totalidad de sus escritos. En mi mundo faltaba un libro" (p. 163). Se trata de un conocimiento que conmueve y apasiona, que se incorpora, tal como escribe Enric Berenguer, psicoanalista y traductor de Lacan: "El decir de Freud, su modo de interrogar, su audacia, [...] pero, sobre todo, la consideración del inconsciente, empezaron a incorporarse a mi propio modo de pensar, para convertirse en referencias constantes, ineludibles, imborrables" (p. 41).

En la segunda etapa del encuentro, ésa que denomino experiencia, el conocimiento cae y llegamos al verdadero encuentro, al encontronazo con lo real, con eso que insiste, que se repite: la angustia, el fracaso amoroso o profesional, en fin, el fracaso de los remedios-remiendos que ya no servían. Es en esta tesitura cuando cada uno de los que aquí refieren su experiencia, dieron el paso de comenzar su análisis. Y son los testimonios de esta experiencia singular lo que encontrarán en el libro que les presento. Son testimonios de los efectos que la experiencia analítica produjo en sus vidas.

No hay aquí lugar para el aburrimiento, para la estandarización, para los protocolos. Cada testimonio lleva un título que condensa el efecto del psicoanálisis en cada uno de los sujetos que encontramos en este libro. Cito algunos: "Del lado de la vida, Para no olvidarlo, El aprendizaje de saber perder, Tan bella como verdadera, El fin de la neurosis, Y al comienzo era la angustia..., La libertad de emprender, Volver a encontrar la palabra, Un texto inscrito en el cuerpo, Deseo de otra cosa, El jugo amargo de la naranja mecánica, Voz, La disidencia del sujeto, El derecho a la singularidad".

Singularidad. Esta es la palabra. 106 estilos, 106 vidas, 106 encuentros, 106 soluciones que, necesariamente, pasaron por la verdad.

Antonio García Cenador


Jean Michel RABATÉ, Lacan literario. La experiencia de la letra, Madrid, Siglo XXI, 2007.

El libro objeto de la reseña tiene, como una de las principales metas, reconsiderar la especificidad de la letra en Lacan. A través de él descubriremos a Lacan como un activo lector de textos literarios que rehúsa, sin embargo, cualquier parecido con un "psicoanálisis aplicado", ya que según suscribía, "las obras de arte no son emanaciones directas del inconsciente". Aparecerán, en cambio, cuestiones fundamentales concernientes a la "literalidad" lacaniana tales como la "letra", el "síntoma" y el "goce".

El libro está estructurado en doce capítulos. Los cinco primeros tienen una función introductoria y de inmersión en el particular estilo lacaniano, situándolo en su contexto sociopolítico. Se delinea la genealogía filosófica y literaria que comienza en los primeros años cincuenta con el concepto de "estructuralismo" y "lógica del significante", hasta finales de los setenta, cuando se produce una confrontación más intensa y abrupta con lo "Real", con la perversión y con el goce relativo al Otro.

Los siete capítulos que siguen se centran en obras de la literatura universal analizadas desde la lectura que hace Lacan de las mismas. La primera de ellas, La carta robada de Poe, sigue un esquema estructuralista en el que la carta, alegoriza el itinerario de la "intersubjetividad". El significado de la carta permanece inaccesible, aunque realmente carece de importancia, porque de lo que se trata es de representar una estructura simbólica que determina la posición de cada sujeto frente a los otros y frente al Otro. Así, los diferentes lugares involucrados en el robo de la famosa carta de la Reina de Francia, suponen una suerte de automatismo de repetición que literalmente asegura que la carta regresará al mismo lugar al final.

En Hamlet y el Deseo de la Madre, Lacan propone una nueva dialéctica del deseo criticando el modelo edípico de Freud al enunciar su fórmula de "el deseo del sujeto es el deseo del Otro". De este modo explica cómo la inhibición de Hamlet a la hora de matar a su tío y rival, no reside en el deseo de aquel por su madre, sino de su propia "fijación en el deseo de la madre".

Con la lectura de Antígona: entre lo Bello y lo Sublime, Lacan alude constantemente a la Fenomenología del Espíritu de Hegel para explicar a Antígona y hacer una crítica del concepto freudiano de sublimación.

En Sade: La ley y el goce del Otro, el autor toma como referencia uno de los ensayos más ambiciosos de Lacan recogidos en sus Escritos, "Kant con Sade". Establece un paralelismo entre ellos del que se deduce que ambos juegan con un formalismo de la razón que les permite postular un principio que no tiene en cuenta ningún objeto al que pudiera aplicarse. El fuerte elogio de las pasiones excesivas de Sade (exceso de goce perverso), supone la antítesis exacta del universalismo kantiano (exceso de sublimación del objeto).

Los siguientes capítulos versan sobre al amor. En el primero de ellos Duras la arrebatadora, o el don del amor, el autor señala cómo el interés de Lacan por la escritora tiene todas las características de una infatuación o arrebato, de una breve pero devoradora pasión resultante de la precisión con que Duras, ajena al mundo del psicoanálisis y del mismo Lacan, pudo haber descrito en términos tan cercanos al lenguaje lacaniano. Con este texto, Lacan se aproxima a la dialéctica y goce femeninos, ya que utiliza la novela para una de sus primeras elucidaciones acerca de la escritura y sexualidad femeninas.

Después, nos encontramos con Tragedias y comedias de amor: de Platón a Claudel y Genet. En este capítulo el autor muestra cómo se sirve Lacan de estos textos para hablar de la transferencia. A través del diálogo de Platón, Lacan extrae y refina la noción freudiana de "amor de transferencia" como principal herramienta para el psicoanálisis. Nos presenta a un Sócrates convertido en el primer analista de la historia por anticipar la dialéctica del objeto a como causa del deseo. Este objeto a no es otra cosa que el agalma, el secreto oculto de Sócrates y objeto de deseo prohibido para Alcibíades.

El último de los capítulos, El Goce de Joyce, es quizá el más vasto y críptico, pues apunta a un Lacan tardío (de finales de los sesenta y principios de los setenta), inmerso en sus elaboraciones teóricas sobre lo Real y el nudo borromeo a partir de su fascinante encuentro con Joyce. El autor señala la revolución que supuso para Lacan la inmersión en la obra de Joyce, quien se convertiría para él en una suerte de alter ego.

Jean Michel Rabaté logra mostrarnos, a través de este libro, un delicioso recorrido por la literatura universal occidental desde la perspectiva del psicoanálisis lacaniano. Pese a la posible reticencia inicial que pueda sentir el lector, dada la complejidad de la obra de Lacan, el autor consigue entreverar las nociones básicas del psicoanálisis lacaniano para enseñarnos a leer de una forma más literal que literaria, como pretende Lacan, y hacernos disfrutar de un texto rico y contundente pero fácil en su lectura si uno está familiarizado con la terminología.

Patricia Blanco del Valle


Pirkko TURPEINEN-SAARI, Adolescencia, creatividad y psicosis, Barcelona, Herder, 2007, 261 pp.

La adolescencia es considerada como la etapa de la vida en la que se establece la identidad de una persona y ésta se independiza del mundo infantil. En este libro se defiende la adecuación de tratar a los adolescentes, con o sin trastornos de salud mental, en conexión con las emociones y el calor humano y en contraposición a las normas rígidas y el empobrecimiento en las relaciones. La misma autora nos recuerda que la forma de entender a los adolescentes es un fiel reflejo de las reglas sociales y así lo muestra cuando reflexiona acerca de los logros y dificultades a los que se enfrentó en la organización del equipo psiquiátrico juvenil.

Como afirma en el prólogo el director de esta colección, Dr. Jorge L. Tizón, la atención a los trastornos mentales, en especial los de tipo psicótico, es un buen reflejo del momento político-económico que vive una sociedad. Los regímenes totalitarios suelen limitar los tratamientos a la restricción de las libertades, al almacenamiento y separación entre "normales" y "enfermos".

La Dra. Turpeinen plantea la creatividad, el desarrollo creativo, como método.

Esta es una forma de crianza que, desde los primeros meses de vida, va a posibilitar la vida autónoma del niño, luego adolescente y adulto. Se opone a la dependencia, germen de la desconfianza, las desigualdades y las rivalidades que pueden generar violencia. Defiende la creatividad como instrumento de conocimiento de las propias emociones, que proporciona seguridad, confianza en el otro y capacidad de autonomía. Esta dualidad entre creatividad y dependencia se expone en los primeros capítulos analizando tanto los diferentes ámbitos del desarrollo como las condiciones de crianza: la sexualidad, la transmisión de información, la justicia, los sentimientos de culpa, la escolarización, etc.

En ese proceso doloroso de búsqueda de identidad, que es la adolescencia, algunas personas entran en crisis. Fundamentándose en el desarrollo creativo propone organizar los servicios de atención psiquiátrica juvenil basándose en el respeto, la sinceridad, la ayuda rápida sin listas de espera y la continuidad en la asistencia. La descripción de sus vivencias y las de su equipo, a lo largo de los años en que se ocuparon de la salud mental juvenil en Helsinki, se convierten en un relato y argumentación de la necesidad de respetar a la persona para no convertirla en un número de historia. Cumple también con la necesidad de disponer de un profesional referente que dé continuidad a su asistencia sin tener que repetir aburrida-mente su historia, así como cumplir con la necesidad de integrar los problemas graves de asistencia, sin estigmatizar, que es la antesala de la cronificación.

En los equipos multiprofesionales e interdisciplinares, el ambiente sensible, afectuoso y seguro es básico para comprender al adolescente que ha perdido sus estructuras mentales, que se percibe como vulnerable (oye voces que otros no oyen, no le entienden en su conducta ni en sus razonamientos) y se siente incapaz de protegerse a si mismo. Para manejar esta ansiedad se desarrollan los síntomas psicóticos, difíciles de abordar si no se conecta con los sentimientos vividos en su génesis. Por este motivo defiende la psicoterapia como método que posibilita tomar conciencia de este proceso, mantener vivas las emociones del adolescente y garantizar su desarrollo mental. Algo impensable sólo con medicación y sin analizar y modificar, si es preciso, las condiciones de vida.

Las funciones de los profesionales, el papel de los padres y la red social también son tratados bajo ese prisma de las vivencias y el respeto a la persona. Es impactante la descripción de muerte emocional como aquel estado de desesperanza en el que puede sumirse un adolescente ingresado que no se comunica porque nadie espera escuchar sus emociones.

Realidades sociales concretas como la delincuencia y la drogadicción se exponen y entienden como consecuencia de la imposibilidad de haber realizado un desarrollo creativo en la infancia. Sólo la integración y la explicitación de las contradicciones sociales pueden generar en el adolescente, víctima de esos procesos, las condiciones mínimas para el cambio.

Resulta sugerente el relato de los cambios organizacionales que generaron en su equipo la reflexión sobre las vivencias que producía la asistencia cotidiana. El adulto con trastorno psicótico puede esperar, después de un internamiento, regresar a su pareja, a su trabajo. Pero, ¿a dónde regresa el adolescente internado? ¿Al mundo de la infancia cuando él anhela ser adulto? Así la creación de pisos, hospitales de día, clínica externa, diferenciación en hospitalizaciones de adultos y adolescentes, externalización de las psicoterapias.... responden siempre a esa ardua tarea que es la reflexión y autocrítica del propio trabajo.

Finaliza el libro con un atractivo anexo donde se nombran libros y películas que la autora aconseja para aproximarse a la adolescencia desde la producción creativa. En definitiva, es un texto que reivindica, desde la teoría y las vivencias, el respeto a la persona y a sus capacidades creativas como principio indiscutible de la asistencia a los adolescentes en cualquier ámbito: sanitario, educativo, social y laboral. Recomendable, por su sinceridad y emotividad, para aquellos profesionales y adultos que quieren profundizar en el conocimiento de la adolescencia.

Jordi Artigue Gómez


Emilio VASCHETTO (comp.), Psicosis actuales, Buenos Aires, Grama, 2008, 127 pp.

Emilio Vaschetto ha vuelto a compilar una serie de textos de candente actualidad. Hace un par de años el tema fue la melancolía. En aquella ocasión, contó con la presencia de expertos psicopatólogos de renombre como F. Sauvagnat, J. M.ª Álvarez, J. C. Stagnaro, incluso incluía un texto de J. Garrabé. En el libro que hoy nos ocupa, Vaschetto también cuenta con autores de calidad. Repiten J. M.ª Álvarez, J. R. Eiras y J. de la Peña, y se incorporan el siempre excelente J.-C. Maleval, Sergio Laia, Guillermo Belaga y demás, aparte del propio Vaschetto quien firma un sobresaliente trabajo.

El libro gira en torno a los modos actuales de presentación de la locura. Modos que en cierta medida difieren de las clásicas esquizofrenias, paranoias y melancolías. Pero a la vez, modos que ya fueron descritos por los clásicos de la psicopatología. Es por ello que, como se aprecia en el texto, se trata de buscar un hilo conductor en la historia de la psiquiatría o una relación trenzada entre lo que Vaschetto aquí llama clínica post-psicopatológica y la conocida clínica clásica. Para tal propósito, el mismo autor propone centrar el interés en los trastornos del lenguaje.

"Actual" se refiere a "sensitivo", "lúcido", o como el mismo Vaschetto lo presenta: autorreferencia enfermiza sin construcción delirante debido a la "liquidez de los discursos", tomando la referencia del sociólogo polaco Zygmunt Bauman. Todo se cierne sobre lo sensitivo que, como comenta el compilador, contiene "la esencia de la psicosis" pues "todo se tiñe de una significación enigmática". Pero la característica principal es que precisamente no hay significación; se trata de un puro fenómeno significante.

Desde la psiquiatría actual, lejos del psicoanálisis, también se ha ubicado el lenguaje como trastorno esencial de la psicosis, por ejemplo mediante el concepto de "conciencia de significación anormal" (Wolfang Blankenburg) o mediante el de "experiencias de significación aberrantes" (Shitij Kapur). Descripciones que se refieren al punto central del desencadenamiento y a aquél al que vuelven los pacientes tras la suspensión de la medicación antipsicótica. El significante, como aprecia Vaschetto, "es ineliminable".

Son importantes estas cuestiones pues reubican al clínico de lleno en el lugar del secretario del alienado o en el de depositario de la palabra que, precisamente, tendría como fin la máxima freudiana del delirio como intento de curación. Algo que antes de Freud se manejaba mediante el alojo del alienado en salas de clinoterapia a la espera del advenimiento del delirio, o apaciguándolo en un sueño profundo (la referencia es de Sauvagnat). Y además, nos confronta no con la desaparición de las "formas bellas" descritas por la psiquiatría, sino con su asunción bajo la máscara de las presentaciones borrosas. Es la clínica de las suplencias. Suplencias que en el caso del lenguaje convierte a James Joyce en paradigma. Como no, en este sentido, son muchos los trabajos que en el texto que presentamos aluden al escritor dublinés.

No obstante, también hay un espacio para los clásicos profesores de psicosis, y otro para las nuevas incorporaciones. Tenemos entre los primeros a Paul Schreber. En este sentido, Elena Levy Yeyati, de manera magistral, precisa con detalle la cuestión de la muerte del sujeto en Schreber como condición necesaria para la asunción de su papel de ser la mujer de Dios, para que la construcción delirante opere la estabilización. Según comenta la autora, Jean-Claude Maleval añade que esto es consecuencia del delirio: el temor de hundirse en la imbecilidad y que los rayos divinos lo dejen plantado (que el sujeto se crea muerto y putrefacto) es la mayor angustia, lo más temido. Para que se dé el viraje a la aceptación de ser la mujer de Dios es necesario una modificación de los ideales, de hecho es así como se produce. Se vuelve creyente. Deja la posición pasiva ante los mensajes de lo real, lo cual permite que la construcción delirante sea consistente. Por eso la muerte del sujeto es tan importante para comprender el desencadenante en el caso del Presidente Paul Schreber.

Entre los nuevos autores explorados, o quizá sea mejor denominarlos como aquéllos que no han sido tan extensamente investigados, tenemos al Sr. G. Primeau comentado por Sergio Laia, paciente de una presentación de enfermos de Lacan, clasificado como "una psicosis lacaniana"; tenemos también a Raymond Roussel, escritor parisino muy elogiado por André Breton y que estuvo en tratamiento con Pierre Janet. En este caso Jean-Clude Maleval compara la denominada Gloria de dicho autor con las epifanías joyceanas. Y también a otro escritor, el porteño Macedonio Fernández, comentado por Guillermo A. Belaga, quien a la vez realiza un recorrido sobre las soluciones narcisistas en la psicosis.

Asimismo, encontramos en este libro algo poco usual, el relato de la experiencia del trabajo con un grupo de pacientes refractarios llevada a cabo en el Servicio de Salud Mental del Hospital Central de San Isidro (Hospital General de Agudos inaugurado en 1892 en San Isidro, Buenos Aires). Dicho trabajo se orienta al considerar lo "incurable" no como "intratable". Con esto no se trata de dar una respuesta adaptada al ideal de Salud Mental, esto es, "curar", sino de tratar lo que no se puede curar.

En este sentido, basándose en experiencias similares de un movimiento surgido en el Reino Unido (llamado la "postpsiquiatría"), describen los resultados de un estudio clínico de tres años que realizaron los autores creando tres grupos, al modo de grupos de reflexión, con los llamados pacientes refractarios. La experiencia que se tenía de este tipo de grupos era que se lograba nombrar algo que no tiene nombre y que desobedece las categorías de la psiquiatría; dicho nombre opera produciendo un efecto de comunidad que capitaliza lo que deja por fuera del lazo social a estos sujetos. Vuelve a hacerse patente la función del clínico como depositario de la palabra del alienado.

Por último, los autores de esta notable comunicación comentan la importancia determinante del entusiasmo del terapeuta como factor que puede zanjar lo tratable o lo intratable en ese espectro de pacientes de éxito más incierto. Este hecho invita a reflexionar acerca de la necesidad de curarnos del furor sanandi, del deseo de curar, para poder conseguir estar cómodos tratando sujetos incurables con las implicaciones pronósticas que esto conlleva.

Kepa Matilla e Iván Ruiz


Ignacio JÁUREGUI, Psicopatología e incapacidad laboral, Barcelona, GRAFEMA, 2007, 326 pp.

Las investigaciones realizadas hasta la fecha han puesto de manifiesto que algunas enfermedades o patologías están determinadas en gran parte, por la presencia de riesgos de origen psicosocial en el trabajo. El empresario debe limitar en lo posible estos riesgos para contribuir a mantener unos niveles más elevados de salud y bienestar laboral, lo que implica, además, una organización del trabajo más productiva, un menor absentismo y una mayor calidad del trabajo. Los riesgos psicosociales o factores de riesgo psicosocial en el trabajo son, según la definición del Instituto Nacional de Seguridad e Higiene en el Trabajo (INSHT), aquellas situaciones que se encuentran presentes dentro del entorno laboral, como el clima o cultura organizacional, el contenido del trabajo, o la realización de las tareas y que tienen la capacidad de afectar tanto al bienestar o a la salud del trabajador como al desarrollo de su trabajo.

El concepto de factores psicosociales hace, por tanto, referencia a aquellas condiciones que se encuentran presentes en una situación laboral y que están directamente relacionadas con la organización, el contenido del trabajo y la realización de la tarea, y que tienen la capacidad para afectar tanto al bienestar o a la salud biopsicosocial del trabajador como al desarrollo del trabajo.

Los factores psicosociales en el trabajo son complejos, dado que no sólo están conformados por diversas variables del entorno laboral sino que, además, representan el conjunto de las percepciones y experiencias del trabajador. El estudio de los factores personales está relacionado con la manera en que las actitudes, la motivación, la formación y las capacidades perceptivas, físicas y mentales de las personas pueden interactuar con aspectos de seguridad y salud.

Por otro lado, los factores psicosociales tienen la característica de producir variabilidad de efectos en función de la persona. Esto supone un problema añadido, que dificulta la posibilidad de establecer una relación directa causa-efecto. No todas las personas perciben de la misma manera las condiciones en que desarrollan su trabajo. Y no todas las personas reaccionan de la misma manera ante situaciones similares. La personalidad y la situación personal por la que se está atravesando influyen tanto en la percepción de la realidad como en la respuesta a las distintas situaciones de trabajo. En el medio laboral se vienen produciendo cambios profundos y cada vez más acelerados tanto referente a las funciones como a las tareas de los trabajadores. Estos cambios en el trabajo, unas veces llevan consigo mejoras y avances pero, en otras, pueden favorecer riesgos de origen psicosocial que afecten al bienestar y la salud del trabajador. Y las enfermedades consecuentes de estos riesgos conducen a su diagnóstico y tratamiento, tanto en Atención Primaria como en Especializada; y su tratamiento lleva aparejado, en ocasiones, la incapacidad.

Esta obra está estructurada en 6 capítulos, el último de los cuales aborda Cuestiones Legales y Procesales del Acoso moral, está escrita por el abogado Iván Torres Lobera. El resto de capítulos están dedicados en términos generales a la Salud, la Enfermedad, y su relación con el trabajo. En los capítulos se hace referencia a las patologías más frecuentes: trastornos neuróticos, secundarios a situaciones estresantes y somatomorfos, trastornos del humor... siguiendo tanto la CIE-10 como DSM-IVTR. Se echa de menos alguna referencia a un tema como la violencia en el trabajo (NTP. 489: Violencia en el lugar de trabajo. Madrid: INSHT Ministerio de Trabajo y de Asuntos Sociales), que está teniendo cada vez más relevancia en algunos medios laborales.

Este texto se hace y responde alrededor de tres preguntas: ¿cómo es posible que enfermedades o trastornos multicausales, se califiquen sin más, como accidente de trabajo por el solo hecho de manifestarse en él?, ¿cómo es posible que en psicopatología sea suficiente que algo suceda en un determinado ambiente para calificarlo de accidente?, y, entonces, ¿qué relevancia tiene, entonces la personalidad y vulnerabilidad del sujeto? Porque ante la presencia de alteraciones psicopatológicas debe aclararse si se trata de una enfermedad común (ninguna relación con el trabajo), de una enfermedad relacionada con el trabajo (el trabajo no es la causa del trastorno pero influye en él) o de una alteración consecuencia del trabajo o causada por él (enfermedad profesional o accidente de trabajo).

En suma, el libro reúne, con claridad y rigor, conceptos y diagnósticos necesarios para la labor ante una problemática, cada día más consumista de recursos sanitarios. Y por tanto, es útil para profesionales (psicólogos, psiquiatras y médicos) como para estudiantes.

Fernando Mansilla Izquierdo


XAVIER SERRANO, La psicoterapia breve caracteroanalítica (PBC). Una respuesta psicosocial al sufrimiento emocional, Madrid, Biblioteca Nueva, 2007, 314 pp.

El nuevo libro de Xavier Serrano supone la plasmación material de un encuadre de psicoterapia caracteroanalítica que lleva ya muchos años contrastándose con la práctica tanto en diversas partes del estado español como en otros países de Europa y Sudamérica. Es un método desarrollado por el propio autor cuyos referentes teóricos, además de los de su propia corriente son, fundamentalmente, el encuadre breve de la corriente psicodinámica con autores como Alexander, French, Bellach, Small, Balint, Malan, Sifneos, Davanloo y, más recientemente, Braier, Coderch o A. Sánchez Barranco. En realidad, no se trata de un modelo nuevo de psicoterapia sino de la aplicación de la vegetoterapia caracteroanalítica (que es el setting profundo de la psicoterapia caracteroanalítica postreichiana) al campo psicosocial, por lo que se utiliza un setting breve con una perspectiva psicocorporal.

Se trata de una obra de madurez intelectual del autor que recoge una aportación teórica fundamental para la psicoterapia tanto a nivel nacional como internacional. El trabajo intenso y la honestidad profesional de Serrano son bien reconocidos en algunos foros europeos y sudamericanos.

Así lo recoge Alejandro Ávila en su prólogo con estas palabras: "El lector que inicie la lectura de este libro tiene en sus manos la obra de plenitud de un clínico comprometido vivencialmente en su recorrido personal, social y profesional, X. Serrano, quien nos narra la articulación de su experiencia y conocimientos y nos trasmite la integración vivida de saber y practicar en el complejo campo de la psicoterapia".

Esta metodología terapéutica es de primordial relevancia en ámbitos clínicos y psicosociales ya que permite aliviar el sufrimiento emocional, recupera dinámicas vitales saludables en los pacientes y hace desaparecer determinados síntomas psicopatológicos. Todo ello con un trabajo que incluye una sesión semanal durante un tiempo limitado entre dos y seis meses. Estos resultados se consiguen mediante un setting analítico especificado en el texto y uno medios técnicos procedentes tanto de la propia psicoterapia caracteroanalítica, del psicoanálisis breve, del psicodrama, de la logoterapia de V. Frankl y de la psicoterapia sistémica entre otros. Los resultados clínicos de este encuentro son tan esperanzadores que permiten plantear la posibilidad de aplicarse en centros de salud, hospitales, centros psicosociales o educativos resultando más rentables que algunas terapéuticas utilizadas hasta el momento.

Al mismo tiempo, el libro tiene un segundo nivel de lectura que relaciona al autor con todo una corriente de pensamiento freudomarxista o mejor libertaria. En este sentido se vislumbra una crítica al sistema en el que vivimos en la medida en que dicho sistema es responsable de generar patología. Únicamente cuando podamos construir un sistema social saludable podremos gestionar nuestra vida de forma saludable. Teniendo presente este principio narra el autor varios casos en los que se ve cómo los factores psicosociales generan patología.

Para Serrano, la psicoterapia no es tanto un enfoque científico especializado sino más bien una forma de abordar el sufrimiento humano y de acompañar en la enfermedad psíquica. Para el autor nuestro bienestar y nuestra salud está en función de las dinámicas familiares, sociales o educativas, así como de nuestros hábitos y conductas cotidianas. Por tanto, para incidir en la salud se precisa una intervención global, de compromiso con lo humano, en la medida en que el psicoterapeuta está en contacto con las causas del sufrimiento y puede determinar los factores que generan patología en los sistemas humanos. A partir de ahí las instituciones sociales y políticas deberían tomar medidas en pro de la salud. Por tanto, plantea la función social del psicoterapeuta y el compromiso con la salud.

En el libro también aparece la visión del ser humano que tiene la ecología de los sistemas humanos desarrollada por Serrano y otros investigadores, y que se inscribe en el nuevo paradigma de la ecología global. Así, pues, el carácter como estructura de la persona es generado a partir de un patrón de organización en defensa específica ante el medio. El ser humano funciona como un sistema abierto que mantiene una regulación autopoiética en el medio en el que se desenvuelve. Para finalizar, desde esta perspectiva de la ecología de los sistemas humanos, aborda los conflictos de pareja, esbozando las líneas maestras de lo que sería un encuadre específico para este campo de la salud humana que cada vez plantea mayor demanda.

Javier Torró Biosca


Claude LÉVI-STRAUSS, Œuvres, París, Gallimard - Pléiade, 2008, 2.128 pp.

Claude Lévi-Strauss, cumplirá cien años en noviembre de 2008, y parte de su obra ingresa ahora en una colección mítica de las letras francesas: la Bibliothèque de la Pléiade. Así que este científico y miembro de la Academia se sitúa al lado de Stendhal y Proust, o también de Rousseau y Montaigne, dos ensayistas muy admirados por el antropólogo francés más innovador.

La selección -hecha por Lévi-Strauss- no incluye, dada las resonancias más literarias de la Pléiade, Estructuras elementales del parentesco (1949), trabajo tan especializado; y descarta las célebres y programáticas Antropología estructural I y II (1958 y 1973), o La mirada distante (1983), que organiza artículos que se situarían en la línea de estos dos tomos. No están ahí desde luego las cuatro mitológicas americanas, enormes monumentos del saber en el siglo XX: Lo crudo y lo cocido, De la miel a las cenizas, El origen de las maneras en la mesa y su cierre majestuoso, El hombre desnudo (1964-1971). Tampoco aparece su crucial estudio sobre Mauss y su teoría del don como impulsor del intercambio generalizado (incluido en Sociología y antropología de este último).

Por el contrario, esta recopilación de Œuvres se abre con su célebre autobiografía Tristes trópicos (1955). Una segunda parte acoge dos piezas complementarias y brillantísimas, ambas de 1962, que marcan un hito en las ciencias humanas: El totemismo en la actualidad y El pensamiento salvaje. A continuación aparecen agrupadas sus tres "pequeñas mitológicas" tardías, centradas en temas menos vastos: La vía de las máscaras, La alfarera celosa e Historia de lince (1983-1991).

Y finalmente la cuarta parte recoge sus artículos sobre arte: Mirar, escuchar, leer. En suma, Œuvres articula una obra bien elaborada, muy significativa de su posición, pero más accesible al público lector, al dejar de lado lo más técnico, citado, y lo más divulgativo (De cerca y de lejos, Palabra dada).

La anotación rigurosa de Vincent Debaene y Frédéric Keck, la revisión definitiva de todos esos escritos y de los manuscritos -dada la implicación de Lévi-Strauss- y el aumento con textos inéditos que éste ha ofrecido para las Œuvres logran que esta edición accesible nos dé una imagen nueva y envolvente de su obra. Y nos permite repensar lo que había escrito decisivamente en 1962: que el pensamiento llamado "primero" no es un comienzo, no es un inicio silvestre o la parte de un todo todavía no realizado, sino que constituye un sistema bien articulado. Pues "para transformar una hierba silvestre en planta cultivable, un animal salvaje en otro doméstico, hacer surgir en la una o en el otro propiedades alimenticias o tecnológicas que originariamente estaban por completo ausentes o apenas eran sospechables; para hacer de una arcilla inestable -de fácil desmoronamiento, expuesta a pulverizarse o rajarse- una jarra de barro sólida (al elegir sustancias orgánicas e inorgánicas, que mejor sirvan de desgrasante, el combustible conveniente, al elegir la temperatura y tiempo de cocción, el grado de oxidación eficaces); para elaborar las técnicas, prolongadas y complejas que permiten cultivar la tierra -incluso sin agua-, y modificar granos y raíces tóxicas para hacerlos comestibles, o utilizar esa toxicidad para la caza, la guerra o el ritual, no cabe la menor duda de que se requirió una actitud mental verdaderamente científica, una curiosidad asidua y siempre abierta, un gusto del conocimiento por el placer de conocer".

Incluso el hombre del neolítico o de la protohistoria, ya es heredero de una larga tradición científica. Y no debe afirmarse -remacha Lévi-Strauss- que haya un tiempo estancado entre la revolución neolítica y la de nuestra ciencia moderna: es que existen dos modos distintos del pensamiento científico, y "tanto el uno como el otro son función no de etapas desiguales del desarrollo del espíritu humano, sino de los dos niveles estratégicos en que la naturaleza se deja atacar por el conocimiento científico: uno de ellos está ajustado aproximadamente al de la percepción y la imaginación, y el otro, desplazado de ellas. Es como si las relaciones necesarias para constituir el objeto de la ciencia -sea neolítica o moderna-, pudiesen alcanzarse por dos vías diferentes, una de ellas muy cercana a la intuición sensible y la otra más alejada de ésta". Estas palabras -que se extienden a todos los humanos- se han convertido en decisivas.

Además saboreamos, en una obra reconocida incluso por sus adversarios, un tipo de escritura sabia en el que se mezclan antropología, filosofía y literatura (así como sociología y psicoanálisis) de un modo que, por no salirnos del ámbito francés -tan fructífero-, ha afectado a escritos de Artaud, Gide, Bataille, Michaux y Leiris, además de a los de antropólogos más estrictos, como Clastres, Malaurie o Condominas. Lévi-Strauss nos ha legado una mezcla riquísima de sabiduría, y queda su trabajo como un tesoro del siglo XX, centuria que en otros terrenos no ha resultado, en cambio, demasiado ejemplar.

Mauricio Jalón


Lina BOLZONI, La estancia de la memoria, Madrid, Cátedra, 2007, 348 pp.

La stanza della memoria (Turín, Einaudi, 1995), ya había sido traducido antes al inglés, francés y japonés. Ahora, con su versión castellana, podemos no sólo cotejar este libro excelente con el pionero Clavis Universalis (1960) de Paolo Rossi, o con El arte de la memoria (1966) de Frances Yates, tan original, sino también ver cómo esos temas ‘memoriales', hoy clásicos, han podido ampliarse y afianzarse en los últimos años. Estos dos autores sacaron a la luz, por los sesenta, un territorio desconocido del pensamiento: la recordación guiada o la reminiscencia organizada al máximo, esto es, una retentiva totalizadora. Además quedó establecido de otro modo con ellos un convencimiento central: que la idea enciclopédica -como remisión de las cosas a las palabras- tan buscada desde la modernidad, era tan sólida como significativa culturalmente, y que en el Renacimiento, como se ve bien desde ese ángulo, todos los temas se relacionaban unos con otros, no eran fragmentables, no podían separarse ni en naciones ni en ramas ni en compartimentos. Lo cual afecta, en general, a los métodos, a la escritura, a las pretensiones de las ciencias o a ciertas especulaciones psicológicas notables del siglo XVI como las de Huarte de San Juan.

Se conocía de Lina Bolzoni en nuestro país nada más que su prólogo a La idea del teatro, libro mnemotécnico del renacentista G. Camillo (Madrid, Siruela, 2006). Entonces conviene resaltar que ella, en 1989, se encargó de la parte inicial de una significativa exposición de Florencia: La fabbrica del pensiero. Dall'arte della memoria alle neuroscienze; luego repetida, en 1990, en la Cité des Sciences et de l'Industrie de París. Que además impulsó el importante congreso sobre la cultura de la memoria, cuyas actas coeditó con P. Corso, La cultura della memoria (Bolonia, II Mulino, 1992). Y que, entre sus trabajos recientes, La rete delle immagini. Predicazione in volgare dalle origini a Bernardino da Siena (Turín, Einaudi, 2002) ha sido vertido al inglés.

Pero Bolzoni (nacida en Cremona, 1947) ha logrado un reconocimiento académico; habiendo enseñado en la Universidad de Pisa, desde 1997 es docente de Literatura italiana en la Scuola Normale Superiore de esa ciudad. Además de ser invitada a las universidades de Harvard, Princeton, Los Ángeles o Nueva York (en 2005 fue elegida miembro honorario de la Modern Language Association of America; y en 2007, miembro de la American Philosophical Society); también ha participado en el Collège de France. En fin, ha investigado las relaciones entre literatura y filosofía entre los siglos XVI y XVII (con estudios sobre Campanella o Patrizi da Cherso), sobre las ideas utópicas de ese tiempo o las distintas oratorias de entonces así como sobre el arte de la memoria y sus relaciones con la figuración y la escritura más elaborada.

Pues bien, en el pasado inmediato, Yates (1899-1981), con sus estudios ya clásicos nos hizo ver la presencia del núcleo hermético que se entreteje con el platonismo ficiniano (desde finales del siglo XV hasta comienzos del XVII). Al tiempo, mostraba que, en el siglo XVI, se reforzó la tradición hermético-cabalística hasta agotarla, y destacó con Paolo Rossi, especialista de Bacon, la singular importancia del arte mnemónico, conciliador de la imaginería retórica nacida de la memorística de la Antigüedad, con el arte combinatorio de Llull, que se dirige hacia la voluntad y el intelecto. Es un arte investigador que constituye la matriz de las clasificaciones de todo tipo que se idearon por entonces. En los noventa, otra indagadora excepcional, como Mary Carruthers -con El libro de la memoria y con Machina memorialis- logró rastrear el peso memorial desde la Edad Media con gran hondura, analizando sus modelos de entonces y la neuropsicología correspondiente según los autores medievales, para mostrar la ética de la lectura, las tipologías del dictado o el uso de palabras clave en esa cultura escolástica. Por cierto que el veterano Rossi en la segunda edición, de 2000, de El pasado, la memoria, el olvido (Buenos Aires, Nueva Visión, 2002), hace un reconocimiento expreso a las novedades de Carruthers y Bolzoni.

En La estancia de la memoria. Modelos literarios e iconográficos en la época de la imprenta, Bolzoni analiza en primer lugar el orden enciclopédico, mostrando el peso que cobran las nuevas Academias y concretamente la veneciana, que desarrolla su actividad en dos planos -en las lecciones públicas, que ofrecen "la faz del lenguaje", y en una ingente labor editorial- de modo que crean nuevos lugares cosmopolitas para la sabiduría y nuevas formas, sincréticas, de catalogación de los conocimientos. En segundo lugar, se centra en los riquísimos árboles del saber y las máquinas retóricas que se pusieron en marcha en el siglo XVI, que se halla entre el uso de lugares tópicos (ruedas, diagramas, tablas) y el recurso a la asociación libre de ideas. Pasa, en el cap. III, a narrar los juegos de la memoria: las metamorfosis de la escritura en cifras artificiosas (el neopitagorismo no científico); la fabricación de letras, tan necesaria; las caligrafías especiales, claramente ambiguas; la textualidad oscura de entonces (discutida en sus operaciones concretas); el uso mixto de pintura y escritura, tan extraño; todo tipo de suertes, o procesos en los que el azar electivo se hace vertiginoso; y en particular el "juego de la locura", como un árbol concebido a través de cualidades opuestas y seguramente eligiendo las más discordantes.

Dedica Bolzoni el cap. IV a analizar el estatuto de las "imágenes agentes" en ese arte hondamente figurativo, intermediario entre cerebro y mente. Pues se sitúa entre lo anímico y lo corporal, entre el automatismo y la improvisación. Sus paisajes interiorizados, el mapa del alma (que filosóficamente se eslabonaría con lo descrito por Carruthers), la imaginación plástica, los sentimientos (la componente espacial-visual amorosa y su rememoración como escena), las pasiones (especialmente, melancolía, furor, locura), el cuerpo (entre transparencia y simulacro) y todos sus gestos -codificados- se ven como suplementos o prolongaciones de esa problemática envolvente, ese arte memorativa que hace uso de todo ello y provoca una galería de signos-símbolos.

Luego, tras centrarse extensamente en las relaciones entre memoria e invención de imágenes -problema capital en el Cinquecento-, dedica un apartado final, el cap. VI, a ver las correlaciones entre arte de la memoria y coleccionismo. Véanse sus tratamientos del novedoso programa museístico de Quiccheberg, Inscripciones o títulos del teatro (1565); o su valoración de la riquísima Tipocosmia (1561) de Citolini (un discípulo de Camillo nada estudiado entre nosotros), que refleja las aspiraciones lógicas, retóricas y combinatorias propias de compendio de saberes, pues era la suya una recopilación en forma de árbol unificador, consistente en un método mnemónico -un casillero ordenador de datos que, de recinto en recinto, quería recorrer el mundo-, y que servía de diccionario y de enciclopedia como era propio de tantas obras de entonces.

La estancia de la memoria es un libro claro y riguroso, muy apegado al terreno de los "artefactos" impresos que describe, y se halla en la estela de los trabajos humanísticos que se remontan a la escuela de Warburg. Más literariamente, su autora destaca por la lectura precisa y concreta de las decenas de textos que nos descubre paso a paso, esos textos que de hecho pretendían estudiar cómo se podía entrar en los libros hasta el fondo. Bolzoni entra sabiamente en sus estructuras más recónditas, espejeantes del Todo, según querían las ambiciones pansóficas del siglo XVI; y sabe exponer numerosas ramificaciones de esa temática que parecía algo agotada ya con gracia pero con necesaria distancia.

Mauricio Jalón


Rafael HUERTAS GARCÍA-ALEJO, Los laboratorios de la norma. Medicina y regulación social en el Estado liberal, Barcelona, Ediciones Octaedro, CSIC, 166 pp.

Una muy buena puesta al día de muchos de los principales trabajos de Rafael Huertas, que muestra la coherencia de su investigación. Las instituciones psiquiátricas, las escolares y las de salud pública son cuestionadas en las páginas de este libro. Analiza el papel representado por los discursos y las prácticas de la medicina en una serie de "laboratorios de la norma". Insiste en que son "el resultado inmediato de unas condiciones sociopolíticas", también de las relaciones entre el poder y la medicina, conformando aquél incluso el diseño del modelo social. A su vez, la salud pública tendría el papel de control, así como de mediación social. El desarrollo de liberalismo y capitalismo se acompañaron de los ideales de una nueva clase, que intentaba armonizar las voluntades individuales con el bien común. Señala entre las doctrinas de Comte la necesidad de restituir al orden general las desviaciones y en las de Durkheim la de poner límites a las pasiones, de forma que un mecanismo regulador desempeñe para las necesidades morales el mismo papel que el organismo para las físicas. La noción de control social influiría en el funcionalismo americano y en la teoría crítica de la escuela de Francfort. La figura del marginado -y en especial del enfermo mental- ha sido objeto de estudio cuidado desde la aparición de las obras de Foucault y Goffman. Así se ha considerado el discurso psiquiátrico como justificador de un poder y de un espacio y una tecnología represivos, además de fijadores de cuños de anormalidad y marginación.

En primer lugar se ocupa de los manicomios, así de la reciente historiografía de la enfermedad mental. Analiza algunos discursos psiquiátricos, en especial el del tratamiento moral. Se reflexiona sobre la consideración del asilo manicomial como modelo de laboratorio social, pidiendo una mayor matización y distinción entre discursos, instituciones y realidades sociales. En segundo lugar, analiza las instituciones educativas, desde las perspectivas de la nueva historia de la infancia. El discurso y las técnicas que consideran al niño como anormal o como patológico son tenidos en cuenta. El niño golfo y el niño delincuente son apartados de gran interés, así como las reflexiones sobre la medida de la inteligencia en la infancia. Por último, en tercero, se centra en el espacio social y el papel en él de los discursos de salud como marginado-res o incluyentes. Higiene y norma, higiene y moral son los tenidos en cuenta, así como la previsión y el ahorro, la ordenación del espacio y la vivienda. En fin, la interiorización de las normas de salud, los estilos de vida y el cuidado de la salud. Un brillante capítulo final sobre la cultura del cuerpo saludable y una interesante bibliografía cierran este magnífico trabajo. Se propone como consecuencia de estos estudios relativizar el éxito político del control social y dar relevancia a otros discursos, a otras resistencias procedentes de otros focos, mujeres, enfermos, obreros, colonizados... La elaboración teórica de Gramsci tiene un gran papel que desempeñar.

José Luis Peset


Otto KERNBERG, Agresividad, narcisismo y destrucción en la relación psicoterapéutica, México, El Manual Moderno, 2005, 252 pp.

En este libro, Kernberg nos ilumina nuevamente en la psicopatología, la comprensión y el tratamiento de los trastornos graves de la personalidad. Aunque en la misma línea de sus otras elaboraciones, ahora, sin embargo, nos aporta una valiosa información sobre la relación terapéutica y los alcances de un tratamiento psicoterapéutico que aborde estas patologías.

Las partes de Agresividad, narcisismo y autodestrucción en la relación psicoterapéutica son dispares: la primera está dedicada exclusivamente a la psicopatología y la segunda a la terapia psicoanalítica. En la primera de ellas destaca la descripción teórica, desde la perspectiva de la teoría de las relaciones objetales, de los trastornos de la personalidad. Intenta definir la estructura normal de la personalidad, su organización a través de los afectos y las pulsiones. Hace hincapié en la descripción sobre el narcisismo patológico y el trastorno narcisista de la personalidad. Es recomendable leer atentamente el capítulo 2 -"El odio como afecto nuclear en la agresión"-, donde propone que los afectos son los componentes instintivos de la conducta humana y que la cólera representa el afecto básico de la agresión, así como el odio constituye un aspecto posterior y estructurado de la cólera. Las capacidades tanto para el amor como para el odio serían innatas. En los narcisistas, será la envidia la expresión afectiva principal de la agresión y también la manifestación típica de la agresión en la transferencia que conducirá a una sensación de vacío y de frustración. Y no hay que dejar de lado el capítulo 3 -"Narcisismo patológico y el trastorno narcisista de la personalidad"-, especialmente donde elucubra sobre las diferencias entre los trastornos narcisista y antisocial de la persona.

La segunda parte está bien esquematizada en una disensión sobre las controversias contemporáneas, sobre la organización límite de la personalidad, el manejo de las transferencias psicopáticas, narcisistas y paranoides -que incluyen las técnicas psicoterapéuticas- así como ciertas consideraciones para el pronóstico. La inhibición sexual de los narcisistas, en un paciente con trastornos de la personalidad, se ve tratada nuevamente en el capítulo 9, según indica el propio título.

Se recomienda una buena lectura del capítulo 11 -"Riesgo de suicidio en trastornos graves de la personalidad: diagnóstico diferencial y tratamiento"-, especialmente a la parte referida al "suicidio como estilo de vida". Discutirá un tema que se ve en la práctica diaria, especialmente en los servicios intrahospitalarios y de urgencias psiquiátricas: la conducta suicida y parasuicida. Con gran frecuencia éstas serán una expresión de ataques de cólera o de rabietas que ocurren cuando el paciente se siente frustrado y en el contexto de una relación que crea una intensa agitación emocional. Será una manera bastante indiferenciada e impulsiva, más común en mujeres con trastorno límite o histriónico de la personalidad y en hombres con características narcisistas o antisociales extremas. Kernberg solicita que se intente diferenciar esta conducta de un segundo tipo, más crónico que la primera, y que representaría el suicidio como una expresión de triunfo sobre el mundo circundante, un acto de venganza o dominio fríamente preparado en contra de alguien que ésta a cargo del paciente y con quien éste se encuentra involucrado en formas crónicamente conflictivas.

Y concluye, con todo esto, que si sus suposiciones teóricas y técnicas son válidas, entonces la psicoterapia psicoanalítica y la psicoterapia de apoyo son derivados trascendentales del tratamiento psicoanalítico que se pueden diferenciar de éste, que amplían enormemente el campo de las intervenciones basadas en el psicoanálisis y que serán de beneficio a un gran segmento de la población que no puede o que no debe recibir un tratamiento psicoanalítico propiamente dicho.

La flexibilidad inherente de la técnica, derivada de la combinación del establecimiento de límites, la resolución interpretativa, el establecimiento de contratos terapéuticos y la experiencia con los tipos más graves de regresión transferencial habrían facilitado, así, el desarrollo de nuevos enfoques técnicos aplicables dentro del psicoanálisis propiamente dicho.

Francisco Vaccari


Juan MANZANO y Francisco PALACIO ESPASA, La dimensión narcisista de la personalidad, Barcelona, Herder, 2008, 206 pp.

La dimensión narcisista de la personalidad constituye un intento de aproximación al estudio del difícil campo del narcisismo, con propuestas novedosas basadas en conceptos clásicos acerca del mismo, de las organizaciones narcisistas patológicas y de su manifestación en los tratamientos psicoanalíticos y psicoterapéuticos. Sus autores proponen "un modelo multiaxial de narcisismo, que considera el funcionamiento narcisista según cinco ejes: pulsional, relaciones de objeto, estructural, regulación de la autoestima y cognitivo". Sostienen que su estudio permite la evaluación y comprensión en la clínica del recorrido narcisista de cada paciente, además de facilitar la valoración de los posibles cambios iniciados durante el transcurso del tratamiento.

El investimiento libidinal del yo coexiste en un mismo sujeto con el investimiento libidinal del objeto. De la proporción entre un tipo y otro de relación de objeto dependerá la preponderancia de un tipo u otro de transferencia: más narcisista, en el primer caso; más neurótica, en el segundo. Para los autores, la dimensión narcisista de la personalidad constituye desde el nacimiento una parte "placer-narcisista", regida por el principio de placer, donde el yo rechaza la realidad y la sustituye por una "virtual", en la cual la diferenciación entre sí mismo y objeto no existe, la relación de objeto es narcisista, la identidad del yo megalomaniaca y los mecanismos de regulación de autoestima no son realistas. La otra parte, "realidad-objetal", no niega la realidad sino que la acepta, diferencia entre si mismo y objeto, de tal manera que en el desarrollo normal la parte de realidad objetal predominará sobre la parte narcisista, aunque ésta no llegue a desaparecer en su totalidad nunca.

Los autores diferencian en su modelo dos organizaciones patológicas: el narcisismo persecutorio y el maniaco. En el primer caso, las defensas se organizan contra la angustia paranoide de persecución, donde yo y objeto permanecen fusionados, produciéndose una identificación del primero con el objeto ideal, que pasa a convertirse en perseguidor. Este funcionamiento está presente en las personalidades narcisistas, esquizoides y en la perversión, siendo el ejemplo paradigmático el autismo.

Las defensas del narcisismo maniaco patológico se organizan frente la angustia de separación y parten del mecanismo de identificación proyectiva: el objeto es escindido en las partes buenas idealizadas y las malas desvalorizadas; el sujeto se identifica con las primeras y proyecta hacia el exterior las segundas, de modo que el yo se convierte en grandioso al tiempo que la imagen de si mismo permanece sin integrar. Sintomáticamente estos pacientes pueden caracterizarse bien por depender demasiado de la admiración de los otros, sin sentimientos de gratitud, bien por descalificar a los demás, con una ausencia total por los otros y sus actividades o bien por ser incapaces de experimentar sentimientos de culpa o tristeza.

Esto constituye en síntesis la propuesta de los autores acerca del narcisismo, los cuales, partiendo de conceptos psicoanalíticos clásicos al respecto (expuestos en la excelente revisión del inicio), desarrollan una teoría que parece tener su origen en las observaciones realizadas a partir de su práctica diaria. Para mostrar este aspecto la segunda parte del libro se centra en la presentación de casos clínicos, con el desmenuzamiento de los cinco ejes propuestos, el análisis de la transferencia y de las dificultades de pacientes reales de la consulta, pues no debemos olvidar la trayectoria clínica de los autores en los Servicios de Salud Mental de Ginebra, especialmente dedicados a la práctica psicoanalítica con niños y adolescentes. Ambos son doctores en medicina, especialistas en psiquiatría y psicoanalistas. Juan Manzano desde 1990 es profesor de Psiquiatría del niño y el adolescente en la Facultad de Medicina de Ginebra; entre 1983 y 2004 fue director del Servicio Médico-pedagógico del Estado ginebrino. Fue uno de los fundadores y presidente de la Sociedad Suiza de Psicoanálisis y desde 2006 preside la Sociedad Española de Psiquiatría del Niño y el Adolescente. Francisco Palacio, entre 2000 y 2007 fue jefe del Servicio de Psiquiatría de los Hospitales Universitarios de Ginebra y catedrático de Psiquiatría del Niño y el Adolescente en la Facultad de Medicina de esa ciudad, y durante 14 años fue profesor invitado en la Universidad de Pisa. Desde 2006 es vicepresidente de la Sociedad Suiza de Psicoanálisis. Nada cabe añadir a estos datos.

M.ª Luisa López


Manuel MARTÍN-LOECHES, La mente del ‘Homo sapiens'. El cerebro y la evolución humana, Madrid, Aguilar, 2008, 252 pp.

Simplificando, el mecano humano ensamblado por Descartes en El tratado del hombre se compone de dos naturalezas perfectamente armonizadas: el cuerpo y un alma racional (fórmula cartesiana para la moderna pareja de baile soma y psique). Aquel representa el conjunto de piezas gobernadas desde el centro de operaciones constituido por el cerebro; espacio físico donde se localiza el alma responsable del entramado sensorial que nos diferencia. Todo ocurre con la sencillez, precisión y plenitud de un reloj de cuerda diseñado por la divina providencia. La mente cartesiana de este pseudobiónico emperador de la naturaleza es un órgano rector colegido a una función mecánica a través del sistema nervioso, respondiendo a la lectura que el alma racional realiza de los estímulos materiales recibidos. La materia en movimiento; expresión superlativa del fenómeno vital y, por ende, del cerebro. En este escenario la idea de evolución ni se vislumbra ni se la espera, las piezas son las que fueron y serán, el tiempo no altera nada. La formulación decimonónica de la teoría de la evolución dio al traste con la intemporal visión determinista del hombre. Con independencia del proceso biológico acaecido, el hecho de explicar la historia terrenal del Homo sapiens como un continuo trasiego de formas desde un antepasado común nos obliga a compararlo con la precedente caterva prehumana al objeto de determinar dónde radica la diferencia; es decir, versionando la frase de Bertrand Russell en A History of Western Philosophy (Londres, 1946, p. 753), convenientemente educado ¿algún Pithecanthropus erectus podría haber emulado a Newton?; metafórica forma de preguntarse ¿qué nos hizo humanos? Convergiendo en la duda Manuel Martín ha escrito La mente del Homo sapiens.

El problema de la condición animal del fenómeno humano viene de lejos. Retrocedamos varios siglos. Diderot, en su Coloquio con D'Alembert, escenifica un pasaje clarividente sobre la singularidad de la especie. En su instructivo relato el filósofo hizo pasear al cardenal Polignac por el parisino Jardín de Plantas, situándolo frente al orangután allí residente, y exclamar "habla y te bautizo". La escueta y lapidaria sentencia es una peculiar manera de subrayar nuestra semejanza morfológica con la bestia, pues sólo el hombre es digno del sacramento. Tal y como pensamos hoy, tampoco Diderot considera que la forma sea la clave del factor humano y sí la función intelectiva, singularizada en el uso del lenguaje. Probablemente, como explica Martín en su libro (p. 81), lo que nos hizo humanos no fue una mera una cuestión material sino un cambio del rendimiento funcional del cerebro. Y esta es una línea directriz a destacar en el contexto ideológico de La mente del Homo sapiens; un relato ambicioso, dadas las muchas lagunas cognitivas que todavía acompañan al tema, trazado en dos dimensiones: neurofisiológica, presente, y evolutiva, pasado. La finalidad también doble: explicar cómo funciona el cerebro al generar la identidad pensante que nos caracteriza, y analizar cuándo nos convertimos en un personaje evolutivo cualitativamente distinto del resto de congéneres. El texto es exploratorio, hábilmente conjugado en múltiples capítulos relativos a la memoria operativa, al lenguaje, al pensamiento, a la esquizofrenia, al arte, a la religión, al cerebro; en definitiva, al ser humano y a su historia biológica, cuya realidad emerge combinando la base neuronal con la sospecha de un ayer evolutivo difícil de confirmar. Y, como nada es perfecto, el sentido de todo está en los genes y su álter ego la mutación, pues somos deudos de la información almacenada en los cromosomas y víctimas de su modificación. La excluyente partitura neodarwinista chirría echándose en falta un discurso plural reflejo de aquellas teorías que a la variación genética suman la acción de los sistemas epigenético, comportamental y simbólico, como herramientas necesarios para construir la cambiante historia de la vida (por ejemplo, cf. Eva Jablonka y Marion J. Lamb, Evolution in Four Dimensions, Massachusetts, 2005). El debate sobre cómo funciona la mente y cuándo apareció la cualidad humana esta lejos de cerrarse. Puede que tenga razón Carl Sagan al proponer que la mente no es más que la expresión de billones de neuronas junto a la acción de unos cuantos elementos químicos; tal vez el acierto le corresponda a Ilya Prigogine escribiendo que el cerebro tiene que ser irregular o seríamos epilépticos; a lo mejor ambas propuestas aciertan. En este marco prospectivo, el libro de Manuel Martín-Loeches pone en orden un tema árido plagado de hipérboles, y nos acerca con eficacia científica, y literaria, a su comprensión estimulando la reflexión.

Andrés Galera


Juan Antonio RAMÍREZ (dir.), Escultecturas margivagantes, Siruela, Madrid, 2006.

El título mismo de este libro ya nos resulta desconcertante, Escultecturas margivagantes, y sólo se empieza a vislumbrar su sentido al leer el subtítulo, ‘La arquitectura fantástica en España', y al toparse con la explicación que de los neologismos del título da el director de la obra en su introducción, donde nos habla de la sinceridad y la brutalidad de los creadores margivagantes, de los creadores de esta arquitectura fantástica.

El libro es una obra colectiva, en ella colaboran catorce autores provenientes todos del campo de la historia del arte y algunos además arquitectos, escritores, críticos de arte o comisarios de exposiciones, y en ella se recogen ejemplos de arquitecturas marginales procedentes de toda España, fenómenos que representan un dominio tan extraño que según Ramírez hace falta una terminología nueva para narrarlo, por eso "necesitábamos [...] palabras inventadas para la ocasión: escultecturas, porque se trata de obras híbridas en las que sus autores hacen arquitecturas comportándose como verdaderos escultores, o conciben sus esculturas, muchas veces, con aspiraciones o propósitos típicamente arquitectónicos [y] margivagantes porque a la condición de ‘marginales' (en el sentido de que estas obras no entran en los circuitos o hacen caso omiso de las corrientes dominantes) hay que unir su ‘extravagancia' o su rareza".

En el libro aparecen sesenta y un ejemplos de arquitecturas margivagantes, con un pequeño capítulo para cada una de ellas donde se recogen las características de las obras y se nos habla de sus autores, discurso engalanado con una riqueza fotográfica extraordinaria que da cuenta de todas las obras. Todo ello se agrupa en diez apartados que hablan de jardines, castillos, iglesias, santuarios del artista y otras arquitecturas de difícil clasificación que toman como elementos distintivos el reciclado o el primitivismo. Y en cuanto a los autores de todas estas escultecturas margivagantes, no hay un perfil único pues nos encontramos desde dandis sofisticados, adinerados, con una buena posición social y muy cultos hasta personas solitarias, marginadas y marginales, de escaso peculio y nula formación; todos ellos escultores, pintores, arquitectos..., que quieren darse el gusto de "construirse sus propias fantasías desaforadas, personales y extravagantes". Hay muy pocos casos en los que quepa hablar de algún tipo de trastorno o desequilibrio mental, de hecho el impulso hacia la creación extravagante no ha de implicar un grado mayor de trastorno psicológico que el que podríamos atribuir a cualquier persona innovadora en campos científicos, técnicos o literarios, e incluso en algún caso aislado que sí está aquejado de trastornos episódicos, como el de Antonio Padrón Barrera, autor de las casas de tarta en Fuerteventura, posiblemente su dolencia "es independiente de su actividad creativa, constituyendo de hecho un serio obstáculo para su trabajo como diseñador y constructor". Ahora bien, al valorar la obra de todos estos autores, al observar su irrefrenable impulso creativo, lo que sí parece fuera de toda duda es que "la pulsión artística es universal, irrumpe inesperadamente en cualquier momento o lugar, y se manifiesta con independencia del origen geográfico o del nivel socioeconómico y cultural".

Los denominados en esta obra escultectos margivagantes no tienen maestros ni discípulos, no forman escuelas ni dictan manifiestos, no hay posicionamientos ideológicos ni doctrinas estéticas, ni ‘ismos', ni tendencias, ni estilos, de modo que es difícil integrarlos en categoría artística alguna; si acaso entrarían de lleno en la visión del arte desarrollada por Jean Dubuffet con la creación del ‘art brut' ya que éste considera a los artistas bruts como personas no contaminadas por el mundo del arte, "personas ajenas al medio cultural y preservadas de su influencia. [En algunos casos] tienen una instrucción rudimentaria [y en otros] han logrado, a fuerza de perder la memoria o de una disposición espiritual sumamente contradictoria, emanciparse de las imantaciones de la cultura y encontrar una fecunda ingenuidad". Y así ocurre con estos creadores margivagantes, aunque no del todo, pues también se aprecia de alguna forma la influencia de algunos de los grandes, como Gaudí o Dalí, quizás también creadores margivagantes ellos mismos.

En cualquier caso, este libro nos muestra la falta de prejuicios de estos creadores, que, al igual que ocurre en el caso de los niños, no poseen "las inhibiciones que encadenan el impulso creativo de los adultos (incluyendo entre ellos a la mayoría de los artistas ordinarios). [...] Y por eso es tan importante la idea de la creación como juguete, o viceversa". Quizás en este sentido sus obras se puedan entender como un arte más original, más cercano a los orígenes, que el arte ordinario, ya que estos creadores no han pasado por los filtros, por las sanciones, por la domesticación que legitima al artista reconocido; y por esa misma razón no hay academias para ellos, ni discursos, no están dentro del sistema, el mercado del arte no se los apropia..., no tienen voz ni aspiran a tenerla, aunque algunos estudiosos del arte se la prestan en esta magnífica Escultecturas margivagantes.

Ángel Cagigas


Marina NÚÑEZ, Sin razón, Jaén, Ediciones del lunar, 2008, 96 pp.

Estamos ante un libro fascinante tanto en su forma, con una cuidada edición, como en su contenido, consistente en una argumentación que deja a un lado la palabra para discurrir por medio de la imagen. En realidad, apenas hay media docena de páginas escritas que nos desvelan el núcleo de la cuestión que se nos quiere transmitir y que tiene que ver con la elucidación de los mecanismos sociales de la locura, todo lo demás hasta completar el libro son imágenes poderosas que nos ponen ante los ojos múltiples formas de la locura, imágenes que nos muestran la obra de Marina Núñez en todo su recorrido y que se fechan entre 1995 y 2006.

En estas páginas se nos desvela una visión crítica de algunos estereotipos de identidad a través de imágenes relativas a ciertas definiciones de locura. Unas ilustraciones fascinantes y unas citas escogidas nos muestran tres trastornos psíquicos: histeria, desorden de personalidad múltiple y esquizofrenia, para ofrecernos una perspectiva que entiende la locura como síntoma del malestar de nuestra sociedad a la vez que cuestiona nuestra concepción del mundo, siempre interesada y arbitraria. Tal como dice la autora, su línea argumental es clásica y poco tiene que ver con cuestiones puramente clínicas, se traduce en "la representación metafórica de la locura como síntoma de los desajustes de una sociedad basada en una razón que se pretende justa e infalible, pero que se revela como violenta y arbitraria", y esta es una línea que podemos seguir al menos hasta Foucault, quien desbarata la locura como algo natural, universal y atemporal para definirla como una construcción social dependiente del momento histórico, y como tal sujeta a los discursos racionaliza-dores de cada etapa histórica.

El libro está configurado en tres capítulos referidos al trío antes citado de enfermedades. ‘Histeria' nos muestra la revisión por parte de Marina Núñez de la iconografía que Charcot elabora en la Salpêtrière gracias a su equipo de dibujantes y fotógrafos (con Régnard, Londe o Richer a la cabeza) y a la apertura de diferentes laboratorios, como el de fotografía o el de moldes, cuyos fondos podemos apreciar hoy en el museo de la institución; ‘Desorden de personalidad múltiple' nos acerca las imágenes de personas desdobladas, compuestas de distintos yoes que dejan en entredicho nuestros modelos rígidos de identidad; y ‘Esquizofrenia' pone en solfa nuestros criterios que entienden esta enfermedad como un trastorno en el que están en juego las fronteras entre sujeto y objeto.

Toda la obra de Marina Núñez remite a una metáfora, son imágenes ideales que nos hablan del conflicto, del dolor, y nos hacen tomar conciencia del doble trauma que acosa al loco, que además de su enfermedad ha de sufrir su teatralización, la curiosidad de los hombres de ciencia y del público que lo escudriñan como si de un insecto en un frasco se tratara. Bajo un aspecto cercano, conocido, sosegado, de factura impecable, Núñez nos sorprende, nos sobrecoge al presentar a la vez, de manera casi subrepticia, los elementos enloquecedores, trágicos, monstruosos, que perviven en sus figuras y que nos asaltan casi de improviso, pues se trata de aspectos que no deseamos ver, que preferiríamos soslayar. A través de su trabajo, logra que se tambalee el edificio monolítico de nuestras categorías apostando por la diversificación, por la diferencia, por lo que nos hace iguales a fuerza de generar múltiples posibilidades de existencia. Así hace posibles diferentes modelos de identidad que nos procuran la libertad de existir sin tener que recurrir a alternativas, a coartadas, como la del síntoma, con el sufrimiento que conlleva, con la alienación que provoca, con su estigmatización intrínseca que confiere el permiso de existir al precio de enfermar para así estar ausente.

No hay meta más alta para ninguna actividad humana que la de erigirse en mecanismo liberador, herramienta que nos haga cambiar nuestra perspectiva, nuestra visión de la realidad, y tengo la sensación de que algo de esto logra Marina Núñez: poniendo a la vista y haciéndonos sufrir el poder emancipatorio del arte; es en último término un intento político que busca un cambio de actitud, una mentalidad más abierta que aúne conocimiento, ética y estética.

Así nos hace enfrentarnos a todo lo que hay de monstruoso, de intranquilizador, de repugnante, en la enfermedad, en la locura, en todos nosotros, nos enseña su lado brutal pero sus visiones también nos subyugan, siguen siendo bellas, y quizás sea esto lo que las enaltece. Si sólo mostrasen lo amorfo, lo anormal, lo monstruoso, lo enfermizo, nos causarían repulsión, les dedicaríamos solamente un vistazo. Pero no es así. También nos parecen bellas, son fronterizas, nos muestran la dicotomía y la integran, y así se produce cierta catarsis. Estas imágenes nos atraen, nos hipnotizan, atrapan nuestros demonios para devolvérnoslos, envueltos en bellos ropajes para que en un primer momento no nos resulten repulsivos, pero bajo los cuales, a nada que levantemos sus telas, vemos el abismo.

Ángel Cagigas


Stanislaw LEM, El hospital de la transfiguración, Madrid, Impedimenta, 2008, 332 pp.

"La novela no es, al contrario de lo que dijo Witkacy, un arte en sí sino puro espionaje". Encontramos estas palabras en el magnífico relato lemiano de 1948. De entrada son revulsivas, como toda la literatura de S. Lem (1921-2006), que está llena de chispazos y cortes bruscos, de insurrección. Pero además hace un homenaje a Witkiewicz (1885-1939), o Witkacy, uno de los maestros de las letras polacas, desaforado y desgarrado (Las 622 caídas de Bungo, Adiós al otoño), o apocalíptico (Insaciabilidad), que barruntan la llegada de una humanidad automatizada, mecánica y sanguinaria, justo antes de la Segunda Guerra.

Pues Lem ha sabido describir la destrucción europea de 1940-1945 mediante una evocación irreverente, sarcástica y combativamente original, que tiene su engarce psíquico más con el alborotado Witkacy que con tantos otros grandes escritores polacos que le precedieron (Schulz, Gombrowicz, Iwaszkiewicz, Wittlin), en una época dorada de su cultura. La explosión del pasado se convierte en explosiones controladas de literatura, como vemos bien en este libro, que es más que una novela, aunque ésta sea su forma.

El hospital de la transfiguración está redactado teniendo muy cerca aún la invasión hitleriana. Es este el mundo externo, una tumba a la vez normal y aterradora, como lo es el reducto en el que se desarrolla la acción: una especie de Solaris antes de tiempo, un sanatorio mental entre habitual y excesivo; y supone una especie de refugio interior bastante confortable para los médicos, personajes más bien desengañados, desencajados y violentos, pero la anulación para los enfermos ("eran insoportables, pero normalmente estaban tranquilos; lo mejor que podría hacerse sería aplicarles a todos electroshocks, y en paz", dice alguien). Con todos ellos el joven Stefan (doble de Lem) se enfrenta en su primer trabajo, en su entrada azarosa como médico en la vida-muerte hospitalaria. Su labor es de descubrimiento y, en efecto, de espionaje.

Seguramente, las novelas o relatos que se desarrollan en torno a asilos tienen un valor relativo, y cuanto más tienden a reproducir ‘lo que se ve' más parecen alejarse de la realidad que el enfermar-recluir supone. Precisamente por ese carácter extraño, no familiar ("siniestro") y "ocupado" de El hospital de la transfiguración -donde se desarrolla una "ciencia" que satisface la egolatría de algunos protagonistas- se hace más evidente la negrura del poder manicomial, esa maquinaria ajena a una meta paliativa.

Pero el libro en absoluto se concentra en esta experiencia; es una novela de formación en la que a un muchacho le hablan de la vida ordinaria, del genio y la creación, del terrorismo religioso o matemático, de las vísceras como enemigas, de la "nostalgia por la demencia". Y además está todo el universo carcelario alemán: "Hoy en día hablar del mundo significa hablar de Alemania", se lee pronto en El hospital de la transfiguración, escrito antes de cumplir Lem los 25 años. También se lee el agresivo eufemismo ‘moreno' para referirse a un presunto judío (el origen de Lem), mucho antes del asalto de tropas y destrucción del centro y asesinato colectivo final para convertirlo en un ‘hospital para ellos'.

En realidad, todo está sugerido en el inicio, cuando Stefan llega en 1940 a un entierro familiar, y al acostarse, cansado y somnoliento ya, recuerda la fosa común que ha visto de paso así como el hueco que ocupa su tío. Lo ve "con tanta claridad como en un sueño", y así "confundió la patria con la familia, y aunque él había condenado a ambas por muchas razones, su patria y su familia seguían en él o quizá él seguía viviendo en ellas". De hecho la otra salida de Stefan será para, casi al final, visitar a su padre enfermo, y volver a tropezarse con su pasado tan rechazado por él como incancelable. Esa es otra vivencia, muy personal de Lem, en la cámara oscura de la Ocupación.

En fin, gracias al empeño de Enrique Redel, el psicólogo y filósofo de las ciencias, Lem, uno de los nombres más singulares de las letras europeas en la segunda mitad del siglo XX, ha vuelto a las librerías de un modo diferente al que su nombre evoca: la ficción-científica. Se conocían, por ejemplo, La investigación (1959) narración tan inquietante como otra seudo-policíaca, La fiebre del heno; la terrible novela sobre alucinaciones o espejismos que le inmortalizó, Solaris, de 1961 (cuya ‘réplica' cinematográfica de Tarkovski no hizo sino revalorizar); sus famosas Memorias encontradas en una bañera, los Diarios de las estrellas, o la burlesca El congreso de futurología (1972), con las que supo dar relieve a un género siempre expuesto a mistificaciones inútiles (como denunció Lem). A ellas se añadían raras obras ensayísticas como Vacío perfecto y Un valor imaginario.

Desde hace muy poco, y gracias al citado editor -con el ensayo Provocación, sobre Auschwitz, y con las memorias El castillo alto-, se nos ha mostrado un ángulo singular de Lem, del todo revelador de la densidad de su arte. Ahora queda completada esa mirada global con su primer libro, El hospital de la transfiguración, que escribió en la Cracovia en la que fue repatriado, y que sólo pudo publicar años más tarde, en 1956, cuando se reconocía ya su talento por sus novelas de anticipación.

Mauricio Jalón


Natsume SOSEKI, Botchan, Madrid, Impedimenta, 2007, 238 pp.

"Había bastado un mes en aquella ciudad para hacerme comprender que el mundo no era tan apacible como yo creía". Este es el balance de la estancia, en la escuela de una localidad situada en la isla de Shikoku, que hace un joven profesor venido de Tokio. Su nombre es Botchan y es trasunto del propio Natsume Kinnosuke, el narrador y ensayista que elegirá el pseudónimo Soseki, ‘terco'. Natsume Soseki (1867-1916) es uno de los más profundos escritores japoneses. Había nacido cerca de la capital nipona, y asimismo fue destinado inicialmente, en 1893, a una escuela secundaria de Matsuyama, en la citada isla, tras sus estudios de filología inglesa, que prolongará durante toda su vida. Ese encuentro sin embargo será decisivo en su vida como escritor, pese a que hacia 1900 estuviese en Londres tres años, en un estado precario y depresivo, y a que luego regresara para dar clase en la Universidad de Tokio.

En 1904 publica el humorístico Yo, el gato (Trotta, 2001), poco después, en 1906 recoge no sin humor grotesco esa experiencia de juventud en Botchan; y escribe un año más tarde un libro de teoría literaria y La almohada de hierba (Kusamakura). Tras una grave enfermedad, en 1910 redacta ese relato psicológico maravilloso que es Mon, la puerta (Miraguano, 1991). Cuatro años después aparece otra obra maestra de introspección, Kokoro (Gredos, 2003). Todavía entregará La hierba en el camino (Michicusa), en 1915, un año antes de morir.

Alabado sin rodeos, entre muchos, por un premio Nobel extraordinario como es Oé (y Botchan se acerca a algunos de los temas que éste desarrollará en sus libros), Soseki no es en absoluto conocido como merece entre nosotros. Sin embargo, es uno de los grandes en una literatura tan rica como la japonesa, y un escritor cuya lectura resulta imprescindible para reconocer que las fuentes de la narrativa actual también están en Brasil o en Canadá, en Japón o en Sudáfrica. Todo el mundo puede comprenderlo al ver la violencia y el desgarro personales que experimenta el protagonista de Botchan, un joven aislado y perplejo que debe tomar decisiones cotidianas al milímetro para sobrevivir psicológicamente en una escuela. Su lugar de acción es un territorio de tensiones múltiples que nos resulta totalmente familiar. Está descrito hace cien años pero -dados su precisión y variedad de ángulos- es plenamente trasplantable para definir la conciencia conflictiva del siglo XXI.

E. Landmarke


Italo SVEVO, El descontento, Valladolid, Cuatro, 2008, 196 pp.

Italo Svevo (1861-1928) está disfrutando en estos años de una relectura en toda Europa. Y han aparecido entre nosotros, sólo durante 2008, tres libros suyos, que se añaden a una decena en los últimos años, que en su mayoría son reediciones o nuevas traducciones. Pero no todo es así: El descontento es completamente inédito (es una recopilación de textos desconocidos extraída de sus obras completas), y nos ofrece un Svevo inquietantemente moderno, situado en todo su laberinto emocional, en una traducción excelente.

El descontento se abre con una medio falsa, aunque suculenta, autobiografía; pero a ésta le sigue en cambio un escueto y fundamental Diario, que nunca dejó Svevo de lado en toda su vida, aunque salte de un decenio a otro para resumir una experiencia. El comienzo es determinante del tono de este libro: "Hoy cumplo veintiocho años. El descontento respecto a mí y respecto a los demás no podría ser mayor. Anoto esta impresión porque, de aquí a unos años, tal vez vuelva a tildarme de imbécil una vez más por encontrarme aún peor, o tal vez me consuele si encuentro que he mejorado". Da igual que el resto del libro sean ensayos, relatos o apuntes auto-biográficos, apólogos o descripciones de dos ciudades (la suya, Trieste, y un Londres inalcanzable), en todo el volumen hay una escritura dolorida e interrogante, cáustica consigo mismo; algo menos sólo, pero también exigente, con los otros.

Entendemos mejor que el autor de La conciencia de Zeno se mostrara ambivalente con Freud, a quien tradujo, ya que él había estudiado en Alemania y tuvo contacto con psicoanalistas y con psicoanalizados. Su conciencia, algo escindida y melancólica, aparece en casi todas sus páginas; el valor de lo cotidiano (así en su trato con su mujer) parece estar siempre relacionado con un constante adiestramiento emotivo. Su instrucción sentimental, llena de vacilaciones, dudas, ritos mínimos o sentimientos encontrados, le hacen sentirse viejo y joven a la vez, prematuramente envejecido y juvenilmente activo y curioso. Hable de un conductor, de un incendio, de unos pájaros o de la Primera Guerra Mundial todo se ve reconducido con sabiduría y sencillez al seno de una mente que se siente desamparada y que rastrea las revueltas de la vida, con sus dificultades y cavilaciones. Pues era hasta el fondo (como lo supo ver su amigo Joyce), alguien realmente complejo. El descontento es un título hermoso: el nombre y el adjetivo definen bien, en suma, las complejidades de Italo Svevo.

Paula Primero


Alice MUNRO, Odio, amistad, noviazgo, amor, matrimonio; Secretos a voces; La vista desde Castle Rock, Barcelona, RBA, 2007 y 2008, 366+318+298 pp.

Estos libros son tres obras capitales de Alice Munro. Publicados en los tres últimos lustros, ahora son accesibles en nuevas ediciones; y, por añadidura, el tercero, de 2006, es muy reciente. La autora canadiense es la ‘nueva Chejov'; según ha reconocido, el maestro ruso "was terribly important to me", además de ser sin duda un gran modelo para todos los narradores. Pues quizá lo mejor de Munro es que, estando en la mejor tradición novelística -pero no siendo imitativamente chejoviana o del tipo que fuese-, nos hiere una y otra vez al presentarnos una cadena cada vez mejor eslabonada de disarmonías personales y de aparentes dislates, de esos desamparos e indigencias contemporáneos que han cambiado nuestro modo de sentirnos vivos. Desde la perspectiva literaria, es hoy Munro una psicóloga mayor del presente, que es un mundo cada vez más desencajado y disperso.

Ella ha recordado que, hasta su generación, no hubo muchos cambios en familias americanas como la suya: las mujeres insertas en el mundo agrícola tenían las mismas vidas en 1900 que en 1800, allí o en el viejo continente. Y es necesario recordarlo porque la experiencia vital de la escritora se transparenta en sus elecciones literarias: sus cuentos son en verdad lacerantes por su visión del tiempo actual, un tiempo concretísimo que atraviesa cada relato como un remolino y que va, como el suyo, desde 1950 hasta hoy. Alice Laidlaw -que es su nombre de soltera- nació en Wingham, Ontario, en julio de 1931; vivió sus primeros años en una granja al oeste de esa zona canadiense en una época de depresión económica, de racionamiento, de guerra: siempre habrá una sombra de precariedad o de fragilidad en sus protagonistas. Conoció muy joven a su primer marido, Michael Munro, con diecinueve años, al ingresar en la University of Western Ontario, donde se inició como escritora mientras ejercía trabajos manuales para mantenerse; se casó en 1951, y se fueron a Vancouver (ciudad que aparecerá en sus libros). Ya con tres hijas y pasada su treintena, en 1963 se trasladó a Victoria; allí -al lado de su marido- llevó la librería Munro's Books durante casi una década, y no parece de buen recuerdo para ella.

Ese matrimonio se rompió finalmente en 1972 (en su obra siempre hay puntos de fractura, de todo tipo, que marcan una o varias trayectorias vitales), y regresó a su territorio ontariense; de hecho, estará un tiempo como escritora-residente en su antigua University of Western Ontario. Volvió a casarse en 1976, con Gerald Fremlin, pero mantendrá su anterior apellido como escritora bien valorada que ya era. Hoy viven ambos entre Clinton, Ontario, muy cerca de su lugar natal, y Comox, Columbia Británica, donde están sus hijas y nietos. De todos modos, aun siendo Ontario la "base de sus operaciones", Munro ha viajado y vivido por todo el mundo, y ello le permite conectarlo perspicazmente a su territorio más propio.

Empezó sus publicaciones de relatos con Dance of the Happy Shades (1968), a los 37 años, una obra ya llena de sutileza y sensibilidad. Pero ella había escrito mucho antes -desde 1950- en publicaciones periódicas; de hecho, su trabajo se desarrolla primero en revistas literarias y, pasados los años, concluye en colecciones de cuentos que va formando poco a poco. En todo caso, sólo cuando se separó de su primer marido, pasados los cuarenta años, cobró impulso y publicó otros dos tomos de cuentos: Something I've Been Meaning to Tell You (1974); y sobre todo The Beggar Maid (aparecido inicialmente con otro título, Who Do You Think You Are?, 1978), libro que supone la madurez de una escritora, cuya obra, por cierto, aparece a la vez en Canadá y en Estados Unidos desde los años setenta, lo que supone un amplio terreno lector.

A partir de entonces, Munro entregó con su ritmo pausado: The Moons of Jupiter (1982; tr. Las lunas de Júpiter, Versal, 1990); The Progress of Love (1986; tr. El progreso del amor, Debate, 1991); así como Friend of My Youth (1990; tr. Amistad de juventud, Versal, 1991); como vemos, fueron traducidos a veces de inmediato, si bien no alcanzaron gran difusión aquí. Más recientemente, acaso por su reconocimiento universal (galardones de peso en Canadá, USA y Gran Bretaña; posible premio Nobel; entrevista con la célebre The Paris Review en 1994) se han publicado y vertido de inmediato al castellano los volúmenes de narraciones Open Secrets (1994; tr. Secretos a voces, RBA, 2008); The Love of a Good Woman (1998; tr. El amor de una mujer generosa, Siglo XXI, 2002); y en el siglo XXI: Hateship, Friendship, Courtship, Loveship, Marriage (2001; tr. Odio, amistad, noviazgo, amor, matrimonio, RBA, 2007); Runaway (2004; tr. Escapada, RBA, 2005); y The View from Castle Rock (2006; tr. La vista desde Castle Rock, RBA, 2008). Sucede también que ciertos lectores apasionados los han difundido boca a boca.

A esta docena de libros de cuentos (con unas añadidas Selected Stories) se suma la novela Lives of Girls and Women que, por lo demás, también está concebida por Munro uniendo retazos de vidas que se ven atraídas todas ellas hacia un núcleo irradiador que da cuerpo al libro. En fin, este número nada elevado de escritos es indicio ya de la decantación suprema de su obra: Munro no se ha prodigado en exceso, y sus relatos siempre ofrecen, pese a su frescura y aparente naturalidad, muchas capas de experiencia. Entre éstas, hay un profundo estrato formativo: ella es una gran lectora (varias bibliotecarias se cuentan entre sus personajes), y se nota clara pero silenciosamente en los vericuetos de sus páginas. En efecto, Munro ha hablado de muchos contemporáneos y ha reconocido el influjo temprano de las mejores escritoras -Katherine Anne Porter, Flannery O'Connor, Carson McCullers y Eudora Welty-, así como de otros dos americanos como James Agee y especialmente William Maxwell, al que sólo empieza a publicarse hoy en España (en ambos, la presencia de su propia vida en la expresión literaria es abrumadora). Fiel al ejemplo de semejantes maestros -y con su genio, tan evidente-, Munro es capaz de construir relatos que violentan conscientemente la disciplina formal de un cuento si bien tampoco obedecen a las reglas características de una secuencia novelística.

Pues bien, La vista desde Castle Rock se sitúa entre lo doméstico y lo imaginativo, y muestra cómo hoy Munro, a los setenta y cinco años, sigue explorando en las letras como uno de los más grandes escritores vivos. De naturaleza sorprendente, es un libro autobiográfico y familiar, histórico de largo alcance e íntimo en grado sumo, sorprendente en su vértigo memorialista. Esta última entrega suya, muy bien traducida, es una suma de relatos (algunos de épocas anteriores y recuperados ahora) mucho más ajustadamente autobiográficos que los publicados antes por ella, aunque también posea elementos de ficción que permiten que psicológicamente sean más verídicos (la ‘realidad' en bruto carece a menudo de verosimilitud). Aquí, esos episodios familiares han encontrado su acomodo en un libro muy alargado temporalmente, aunque armónicamente pleno. Pero eso no quiere decir, como se ha insinuado, que sea una verdadera novedad en Munro: "Estación del vía crucis" (de Secretos a voces) copia frases de un ancestro, Robert Laidlaw (1907), a quien además retomará en La vista desde Castle Rock; "El sueño de mi madre" (El amor de una mujer generosa) es poco concebible sin sus propios recuerdos; o es muy evidente la presencia de su padre en "Ortigas" (Odio, amistad, noviazgo, amor, matrimonio). Más aún, en uno de sus escritos iniciales, "Walker Brothers Cowboy" -el que encabeza Dance of the Happy Shades, su primer libro-, relataba Munro un día que pasó con su padre, unas horas lentas e iluminadoras en que le observó hablar y pasear, con sus ojos infantiles.

De todos modos hay que tener en cuenta, como ella repite, que muchos de sus relatos son autobiográficos en la forma, pero no estrictamente en los hechos narrados. Para calibrarlos mejor sería de interés -tras reimprimir lo agotado y traducir el resto de su obra- verter al castellano Lives of Mothers and Daughters: Growing up with Alice Munro, tomo de memorias de su hija Sheila Munro, que describe sus ambivalencias; y la curiosa biografía de Robert Thacker, Alice Munro: Writing Her Lives, de 2005. En todo caso, la figura de su padre es decisiva en La vista desde Castle Rock y parece determinante para la parte aventuresca de su mirada. Nacido en 1901, fue un granjero ‘distinto'; primero, porque criaba animales para pieles en su granja y fue luego vigilante de una fundición desde 1947, al fracasar debido a las secuelas de la guerra; segundo, porque también era un buen lector y como hicieron otros antecesores de Munro (quien logra remontarse hasta un -humilde, como todos- William Laidlaw de 1695), escribió poco antes de morir un detallado relato sobre pioneros canadienses: Los MacGregor.

"¿Qué es lo que más odiabas de tu madre?", es la pregunta que se hacían ella y sus compañeras, para jugar y burlarse de sus progenitoras, aunque también supone ya una premonición del futuro de muchas mujeres jóvenes de sus libros: insatisfecho, cansado y repetidor de modelos desgarrados y acaso carentes de sentido. Pero en su último libro, asoma por momentos su madre -que fue maestra e irlandesa de origen- más pobre aún que esa familia de campesinos escoceses emigrados, que fueron los Laidlaw paternos; y la autora narra su propia vergüenza entonces ante el modo materno de actuar (ante su modo decidido e insistente de vender sus productos para la supervivencia de la familia), pero es una actitud filial, la de Alice, que hoy en cambio le parece del todo vergonzosa: "La vergüenza ha trazado el círculo perfecto".

Todo en ella es un círculo, sí. Al principio hace sobre todo una mirada retrospectiva; recorre su infancia y adolescencia en el seno de una familia que pertenecía a una localidad campesina en el condado de Huron, Ontario. Su foco aparentemente es local, y a menudo está centrada en granjas; pero al leerla no sólo percibimos una parte del Canadá, sino también los Estados Unidos septentrionales y en realidad toda Norteamérica, o cualquier región imaginable actual, dada su inteligencia narradora. Más aún ocurre con sus últimas obras, desde luego, desde Secretos a voces (donde aparecen además Albania o Australia) hasta la actualidad, donde aborda problemas de adultos y de ancianos, de mujeres más bien solitarias, y los de su propia filiación escocesa, vista desde una avanzada edad: al final se remite a su infancia a través de sus parientes.

Las sombras de la vida aparecen en una atmósfera cristalina, como el frío que hay en tantos días canadienses. Ella se fija en personajes que tienen una fuerza repentina y poderosa, que acumulan sensibilidad y exponen una pasión súbita y restallante, pero sin dejar de sentirse inseguros y limitados. Munro ve siempre lo mejor y lo peor en un mismo plano, el de los hechos. ¿Es el objetivismo chejoviano? Ella es un ‘Chejov' muy femenino que se fija en desórdenes: en una chica desaparecida sin más en el bosque; en una muchacha fascinada raramente por un mayor y que arrastra y deja luego a su hermana; en diversas adultas que escriben cartas ciegas, engaña-doras o engañosas; en la destrucción con impulsos psicopáticos y controlados de una vivienda; en el doble oportunismo erótico ante una demencia senil; en la afirmación carnal, momentánea, de una enferma con su cuerpo ya casi destruido.

Frente a la brea del hábito, la privación, la sumisión y el aburrimiento esas mujeres se mueven de golpe en una dirección inesperada. Cierto aspecto de un personaje aparece así iluminado, repentinamente, por Munro hasta hacerlo revelador de una crisis

o de todo su recorrido vital (y en este punto puede asemejarse mucho a la desarraigada Katherine Mansfield, escritora de otro tiempo y que tiene un registro más recóndito). Determinada trayectoria aparece dislocada a menudo por un acto físico no liberador pero sí significativo de un deseo de insurrección, que conduce a una situación más bien azarosa e incompleta; es como si la libertad de acción formase parte de la más íntima, imperiosa y destructora necesidad. Así que de pronto el relato se corta, da un giro radical, toma otra senda acaso menos viscosa al principio: pues Munro lo proyecta hacia atrás o hacia delante para situar y recubrir ese giro del presente con un pasado-futuro, o lo arroja contra otro relato distinto que se enrosca no sin aspereza sobre el primero para ofrecernos las chispas de una vida semiconsciente.

Al fondo de sus personajes está la poderosa naturaleza, descrita con aliento e inspiración; pero semejante enfoque natural es breve, es una evocación sin excesos y no remite a ningún círculo mágico. Más cercanamente, en cambio, está latiendo el cuerpo. La vía amatoria sirve a sus figuras para fugarse de la mezquindad tradicional, para desdeñar toda ‘coherencia' impuesta; pero ello conduce asimismo a la autora a mostrar la sordidez o nobleza de sus deserciones, la inquietud o satisfacción ante cierto desliz, la conciencia momentánea -dolorosa o satisfecha- de cada cambio interno. Munro ve cómo se distancian de esa libídine conyugal, innombrable y olvidada lo más pronto posible. Por el contrario, hay un abandono pleno a cierta situación radicalmente nueva, aislada y sorprendente, que surge de un modo repentino e irresistible, sin fisuras. Pero la escritora no relaciona la sexualidad con la violencia, aunque la primera no sea necesariamente benigna, aunque pueda ser muy amenazadora. Lo único que sucede, dice Munro, es que la sexualidad puede ser una vía en la cual la razón se quiebra, además de ser a menudo y sobre todo el único azar electivo para la mayoría: pues la atracción física más inusual puede surgir, y con frecuencia, en quienes carecen de cualquier otra posibilidad de elección.

En todo caso, sea en esta o en otras líneas similares, la autora ofrece la vida íntegra de muchos personajes semirreales -mediante elipsis rápidas, yuxtaposiciones o cambios de ángulo secos y precisos- que nos acompañarán en el tiempo, ya que nos cuestionan como sólo los grandes lo saben hacer. Eludiendo toda concesión a lo trivial, aunque partiendo de hechos o sucesos que parecen inmediatos y comunes, Munro elabora relatos con una trama entrecortada y plagada de sorpresas, dado el alcance casi vivo de los acontecimientos en los que se detiene de pronto y que luego recubre indirectamente o contrapone a otros -en el espacio y sobre todo en el transcurso de los años- hasta lograr envolvernos por haber-los antes vendado, si cabe decirlo así, con su ya reconocible arte verbal.

Mauricio Jalón


 

LIBROS DE LA A.E.N.

Estudios

1. M. GONZÁLEZ CHÁVEZ (ed.), La transformación de la asistencia psiquiátrica, 1980.

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4. T. SUÁREZ, C. F. ROJERO (eds.), Paradigma sistémico y terapia familiar, 1983.

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Historia

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11. François LEURET, El tratamiento moral de la locura, 2001.

12. Robert BURTON, Anatomía de la melancolía III, 2002.

13. Laurent JOUBERT, Tratado de la risa, 2002.

14. Samuel-Auguste TISSOT, El onanismo, 2003.

15. Daniel Paul SCHREBER, Sucesos memorables de un enfermo de los nervios, 2003.

16. Raymond QUENEAU, En los confines de las tinieblas. Los locos literarios, 2004.

17. Timothy BRIGHT, Un tratado de melancolía, 2004.

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22. Giovan Battista della PORTA, Fisiognomía I, 2007.

23. John DONNE, Biathanatos, 2007.

24. Giovan Battista della PORTA, Fisiognomía II, 2008.

25. Edgard ZILSEL, El genio, 2008.

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