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Revista de la Asociación Española de Neuropsiquiatría
versión On-line ISSN 2340-2733versión impresa ISSN 0211-5735
Rev. Asoc. Esp. Neuropsiq. vol.30 no.4 Madrid oct./dic. 2010
Treinta años
Fernando Colina
Las celebraciones conjugan sagazmente la ilusión y la nostalgia. Los treinta años que con este número cumple la Revista nos hacen recordar, casi con añoranza, el espíritu ideológico y combativo de sus fundadores. Una vez recuperada la AEN por los belicosos partidarios de la reforma psiquiátrica, sus protagonistas sintieron pronto la necesidad de crear un órgano de expresión propio donde volcar las ideas reformistas, ofrecer una tribuna a todos los trabajadores e impulsar, sin caer en el defecto tibio del eclecticismo, el discurso plural de la buena psiquiatría. Corría el año 1981 cuando Manuel Desviat y su Consejo de Redacción redactaron las frases iniciales del primer editorial como si se tratara de un acto fundador que debiéramos tener siempre en consideración: "No hay un Saber. Hay saberes parciales, andamiajes conceptuales que nos permiten aproximarnos al conocimiento de las cosas".
Pero el peso de treinta años, además de servirnos para festejar el pasado, también nos exige reflexionar sobre el futuro que nos aguarda. Y en estos momentos, ciertamente, es difícil calibrar el camino a elegir ante los múltiples obstáculos que se alzan. Fue sencillo en los comienzos, cuando la situación de la psiquiatría era tan pobre y reaccionaria que cualquier idea que se le opusiera resultaba verdadera por su propia inercia. Lo fue también cuando los gastos eran bajos y los financiadores asequibles. Lo siguió siendo, más adelante, mientras las corrientes teóricas no eran tan monocordes e impositivas como ahora.
Hoy, en cambio, todo es mucho más relativo. Es inseguro, por ejemplo, saber si hay que decidirse a favor del formato escrito, del digital o de un ten con ten, prudente y ambiguo, como le sucede a la prensa en general. Por otra parte, la industria farmacéutica, nuestra gran proveedora externa, ha restringido sus apoyos económicos a la edición, se supone que por la reducción de beneficios y por cierta reserva con nuestros modos que no debemos olvidar. Además, los requisitos para que la Revista se incluya en las bases de datos más frecuentadas imponen indirectamente un modelo de edición más propio de las publicaciones biomédicas que de ese híbrido de cultura, positivismo conductual y ciencias humanas que ha venido definiendo nuestro órgano de expresión.
El dilema, por lo tanto, es inquietante, profundo y desagradable. Por un lado, no es inútil advertir a los más ingenuos que nuestra Revista nunca será una revista reconocida por su rango científico o por su evidencia, al menos mientras la Asociación siga siendo lo que es y los evaluadores de impacto pertenezcan a ese conocido grupo de poder que defiende sus intereses personales, las ventajas académicas y el lucro proporcionado por la industria que los mantiene a sueldo.
Despacho central al cual, afortunadamente, ningún socio genuino ha conseguido acceder. No hay que descartar, por consiguiente, que el objetivo más claro y razonable sea olvidarse de todas esas mandangas y hacer la Revista que nos de la gana, sin cargarla de burocracia y sin obedecer a modelos impuestos o vanamente idealizados.
Por otro lado, es evidente que la Asociación ya no es lo que era desde el punto de vista de la concepción teórica de la psicopatología. Así como conserva una preocupación asistencial que la identifica ante el resto de asociaciones profesionales, los modelos interpretativos de la clínica que utiliza difieren cada vez menos del monocorde modelo medicinal. No somos ajenos al hecho de que el discurso psiquiátrico se haya vuelto único e insustancial, pero tampoco hacemos nada al respecto. Colaboramos en la elaboración de guías y escalas absurdas sin darnos cuenta de las consecuencias que tiene en el perfil clínico de psicólogos y psiquiatras, que son las mismas que se derivan del control de los baremos y contenidos de los exámenes para concurrir a cualquier plaza, que obligan astutamente al estudio de unas materias y a la marginación de otras. Nuestra labor debería consistir en algo radicalmente opuesto, como aumentar nuestra curiosidad, transmitir el espíritu de los orígenes de la Revista a las nuevas generaciones y trabajar para evitar que el saber clínico se vuelva cada vez más exiguo y hasta ridículo.
Todos estos problemas definen la época y condicionan, por supuesto, cualquier publicación profesional. En ese presente, la Revista cumple treinta años, alcanza la madurez y se dispone a seguir siendo, durante otros treinta, una referencia insustituible en defensa de la salud mental.