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Revista de la Asociación Española de Neuropsiquiatría

versão On-line ISSN 2340-2733versão impressa ISSN 0211-5735

Rev. Asoc. Esp. Neuropsiq. vol.31 no.3 Madrid Jul./Set. 2011

https://dx.doi.org/10.4321/S0211-57352011000300012 

MÁRGENES DE LA PSIQUIATRÍA Y HUMANIDADES

 

Hombre erectus perdiendo altura. Elaboraciones literarias de la andropausia

Erectus man losing height. Literary elaborations of andropause

 

 

Carlos Rey

Psicólogo clínico y psicoanalista. Barcelona.
carlosry@copc.cat

 

 

I

Romain Gary fue el heterónimo mas frecuente que Roman Kacew (Lituania 1914, París 1980) utilizó para firmar sus novelas. También lo hizo con el de Emile Ajar. Esto le permitió ganar el premio Goncourt dos veces y el mérito de volver locos a los críticos literarios con sus cambios de identidad. De su obra destacan los títulos Una Educación europea, Las raíces del cielo, La promesa del alba, La vida ante sí, etc. Reconocido por Francia -su país de adopción- como héroe nacional por contribuir a su liberación, ejerció como diplomático en medio mundo. Siendo Cónsul en Los Ángeles conoció a la jovencísima actriz norteamericana Jean Seberg (1938-1979), famosa por sus interpretaciones en las películas de Otto Preminger Juana de Arco y Buenos días tristeza. También fue dirigida por Jean-Luc Godard en El fin de la escapada. El diplomático y escritor tenía 45 años y la actriz 21. Después de divorciarse de sus respectivas parejas, tuvieron un hijo, se casaron y comieron perdices durante ocho años. Cuando veinte años después de conocerse se encontró el cadáver de la actriz en su coche, bañada en alcohol y barbitúricos, el escritor denunció públicamente al FBI por haberla acosado y calumniado durante más de 10 años, y en consecuencia como responsable de su destrucción física y moral. Y es que, como el FBI no conseguía demostrar la pertenencia de la actriz al movimiento radical Las Panteras Negras, quiso demostrar que tenía relaciones, aunque fueran sexuales, con su líder. Para ello difundió el bulo de que su segundo embarazo era fruto de dichas relaciones. La niña murió al cabo de las pocas horas de nacer. Parece ser que de ésta ya no se rehízo la actriz y fue de clínica psiquiátrica en ídem hasta que en uno de sus varios intentos de suicidio tuvo suerte. El escritor sólo tardó un año en acudir a su encuentro.

Lo dicho viene a colación porque el relato de ficción de Romain Gary, sobre el que se quiere reflexionar, es la elaboración literaria de la relación que el escritor maduro mantuvo con la joven actriz y de la herida narcisista que le supuso el declive de su potencia sexual, que sufrió en dicha relación. Vaya por delante que éste no es uno más de los muchos relatos de la serie que tienen como referencia la sobrevalorada novela: Lolita, de Nabokov. Más bien es el reverso de todas ellas, ya que trata sin tapujos -y con todo lujo de detallesde un fenómeno natural, poco aireado tanto en la realidad como en la ficción: la andropausia. El relato Au-delà cette limite votre ticket n'est plus valable (1975), fue llevado a la gran pantalla en 1980 por George Kaczender con Jeanne Moreau y Richard Harris como protagonistas. Este relato ha sido traducido y editado en nuestro país como Próxima estación: final de trayecto1. En la elección de esta traducción, el fenómeno de la pitopausia está elevado a la categoría de drama fálico y existencialista: la vida dura lo que dura... dura. Sin embargo en el título original (porque así funciona en el metro de París y en la sexualidad humana) el límite está en el ticket, no en el trayecto.

En esta novela, el alter ego del escritor es un rico editor de libros de arte que atraviesa una grave crisis económica a causa de la crisis energética de principios de los setenta, y otra más personal, también causada por la crisis energética -glandular- de quien rebasa los cincuenta, y que está acentuada por la relación que mantiene con una jovencísima brasileña. El editor empieza a darse cuenta de que tiene un problema económico elevado al cuadrado, uno financiero y otro prostático, es decir que tiene un verdadero problema de liquidez. Pero como es un caballero afrancesado lo sufre en la intimidad. A quien no le importa pregonarlo a los cuatro vientos es a su amigo yanqui. Éste representa la máscara patética de la virilidad. No en balde ambos han coincidido en la reunión anual para frenar el hundimiento de Venecia. El yanqui no para de hablar de los golpes bajos de la edad como si de la caída del Imperio Romano se tratara. Pero él, un sesentón que ya no mantiene relaciones sexuales sino campeonatos sexuales, no se rinde y hasta propone enderezar la Torre de Pisa, aunque con las mujeres ya sólo se atreve con las clitorianas. "Cuanto más te obsesionas con si vas a ser capaz de empalmarte o no, más te cuesta... otro triunfo de la psicología. Y cuanto más angustiados estamos, más follamos, para darnos confianza, o bueno, por lo menos lo intentamos. Pero definitivamente no lo hacemos porque tengamos ganas, sino para darnos confianza. Para probarnos que aún existimos. Y cuando lo consigues te dices a ti mismo, uf, todavía no ha llegado el final, todavía soy un hombre." Y el editor piensa: "Todos nos dejamos llevar por la competición, pero los americanos son menos dados que los demás pueblos a reconocer esa parte de fracaso que es inherente al hombre (...) Estados Unidos es la última verdadera falocracia del mundo." Veteranos de guerra los dos, se lamentan de si valía la pena haber ganado una guerra para perder la de la virilidad, a lo que el yanqui le responde "Quizás la solución sea declarar una nueva..." La posición del editor es mucho más europea, comedida. Él nos explica que cuando conoció a su amada, ésta le confundió con otro, con su compositor favorito. El editor se prestó al equivoco, quiso estar a la altura y empezó a sentir el vértigo de su declive sexual al darse cuenta de que "me sentía más que sentía.(...) las cosas adquirían un cariz gimnástico del que no me había dado cuenta antes y me acudían problemas de resuello, de flexibilidad y de resistencia muscular más que de vigor sexual.(...) Mi propio placer me trae sin cuidado y ¿cómo podría ser de otro modo si se trata de una cuestión de vida o muerte? Mi empeño es tal que ya no sé si lo que me pasa es que tengo miedo a perderte, Laura, o si sólo tengo miedo a perder. Vivo el desgarro de la ternura infinita, de la dulzura de un cuerpo que confía demasiado en mi fuerza. Hay momentos de descarada ironía en los que llego a oír los gritos de los hinchas que vienen a animar a la selección en el Campeonato del Mundo. Puedo añadir algo mucho más cómico. Cuanto más aumenta mi ansiedad más necesito una segunda vez para quedarme tranquilo." No conforme con la fuerza de su deseo, el editor busca la fuerza de un cuerpo que se bate en retirada. Dolido en sus partes por el deber conyugal que se impone, acude a la medicina. El dialogo que se relata no tiene desperdicio. Para el urólogo que lo atiende, el hombre es poco más que una próstata con patas cuyo peor enemigo es el deseo insatisfecho de las mujeres. "No le descubro nada nuevo si le digo que hay mujeres castradoras que quieren dejarle sin fuerzas. Las mujeres no entienden nada del pene. Creen que es una especie de herramienta automática que se puede ajustar como venga en gana. Jamás encontrará a una mujer que se preocupe por su próstata, la mayoría no saben ni para qué sirve." El editor no da crédito a lo que oye y desaparece de su vista. Él tiene su propia teoría. Equipara su situación actual al batacazo que se pegó Europa, después de los felices sesenta. Con la crisis energética de 1973 Europa tomó conciencia de que no tenía materias primas. "Nuestras fuentes de energía, nuestra vitalidad, están en el Tercer Mundo, en las Antiguas Colonias...(...) El siglo XX no se ha preparado para el siglo XXI: se ha agotado satisfaciendo al XIX. El petróleo es el sine qua non de una civilización: ¿te das cuenta? Dependemos de otros para obtener nuestras fuentes de energía... derivamos hacia el agotamiento." Recuerdo al lector que esto fue escrito en 1975 "Pensaba en la advertencia de Kissinger: en caso de estrangulamiento de los recursos energéticos, sin los que Occidente no puede subsistir, la guerra se convierte en una posibilidad..." Leído ahora, después de la guerra de Irak, también llamada preventiva o de recuperación del Santo Grial y las dos glándulas secretorias, hay que reconocer que Bush, Blair y sobre todo Aznar tenían razón: Sadam representaba una amenaza de destrucción masiva para el progreso de Occidente. El control de un sinnúmero de pozos que disparan un potente chorro que lo inunda todo de vida, lo tenía Sadam y no los tres mosqueteros. Oro negro, líquido precioso que, como el líquido glandular, se aprecia cuando ya no se tiene. Que lo tenga el otro no deja de ser una amenaza para mi seguridad e integridad.

Como a nuestro editor estas disertaciones no le distraen de sus achaques, decide acudir a otro especialista, esta vez en endocrinología y gerontología, a quien le advierte de entrada: "Reconozco que la sexualidad nunca se había ofrecido a mi reflexión en forma de sexología. Siempre me ha parecido que cuando la sexualidad tiende a transformarse en sexología, la sexología no puede hacer gran cosa por la sexualidad." El anciano humanista que lo recibe, enseguida se da cuenta de que no se trata de un impotente que le pasa lo mismo con el dormir: que no puede cuando quiere o se queda dormido en el acto. Por el contrario se trata de un vigoroso quincuagenario muy conservador y obsesionado por la virilidad, "una señal indiscutible de disminución de la misma." Los dos hablarán de "la virilidad y la enfermedad viril, con sus miles de años de posesión, vanidad y miedo a perder", de la cuestión masculina y de lo increíble de los lugares donde el hombre sitúa su honor; en definitiva de la condición humana.

Una noche, en el insomnio que le sigue a un casi fracaso sexual por un cuerpo desgastado que le negó la servidumbre, el editor tuvo una especie de ensoñación en la que por un momento pudo olvidarse de sí mismo y del que fue. En la habitación había un otro, un inmigrante, "uno de ésos que ha venido de lejos para llevar a cabo en nuestro lugar las viles tareas de las que la vieja Europa ya no se quiere ocupar"; un andaluz con sangre mora en las venas, "resplandeciente de juventud", "en plenitud de facultades y con apetito imperioso". Como el otro que tiene lo que yo no tengo es un ladrón, en la ensoñación el editor se dejó robar el reloj de oro, el tiempo que no le quedaba, el futuro. A su vez el editor le robó la identidad y decidió llamarlo Ruiz. A partir ese día fueron tres en sus fantasías sexuales y al andaluz de "rostro gatuno" lo utilizó como gato hidráulico, como yo auxiliar, coterapeuta y hasta como sustituto. Así encontró "el sistema de defensa más viejo de las virilidades venidas a menos. (...) Me pregunto si los patricios romanos no soñaban en secreto con los bárbaros..." Por un momento pensó haber realizado doble carambola. Si por un lado, en su afán por negar el paso del tiempo, encontró en la jovencísima brasileña una complicidad desbordante, por otro lado Ruiz "nos ayudaba a deshacernos de nuestra servidumbre física y a reunirnos más allá de las limitaciones corporales en una ternura finalmente liberada de nuestra sumisión fisiológica." Pero pronto "mi imaginación necesitaba recargarse las pilas", rozar la resbaladiza línea divisoria entre la ficción y la realidad. Así es que se va de "peregrinación a las fuentes de la imaginación", al erotismo del extrarradio al que tan aficionados son los parisinos. Allí, entre senegaleses y magrebíes encuentra a Ruiz, que en realidad se llama Antonio Montoya. De nuevo alucina chufas ante "la visión de una naturaleza cercana todavía a su fuente original, que no carga el peso de ningún pasado y a la que el futuro puede pedirle todo.(...) Me abastecía de provisiones." El editor no sale de su asombro, se desconoce en su impotencia y se desconoce en sus fantasías racistas, ya que a pesar de su "pudor ideológico y casi político", es decir, a pesar de la culpa del colonialismo y de la guerra de Argelia, en su imaginación utiliza a la inmigración para recargar su móvil viril. "No sabía por qué había venido a buscar a Ruiz. He escrito que quería rozar el peligro, acercarme a la realidad, pero no era capaz de decir si lo quería hacer para librarme de una obsesión, poner fin de una vez por todas con un disparo al peligro de las fantasías cada vez más exigentes o si por el contrario quería alimentarlas desde la fuente.(...) Le observé. Fue sólo en ese momento, frente a este cuerpo tan pleno de un vigor del que la edad había privado al mío, cuando comprendí por primera vez la naturaleza de mi expedición: se trataba de una reconquista. Había venido a recuperar la herramienta que me había pertenecido y que tan útil me había resultado, y de la que me habían despojado, a apoderarme, a imponerle mi dominación, a hacer que me obedeciese y a utilizarle." Consciente de que para ahuyentar el fantasma de la impotencia está a punto de rozar el extrarradio del erotismo y la degradación de la vida erótica, "finalmente, un día, fui impotente con valor", es decir, sin el soporte imaginario del inmigrante. La lucha con su cuerpo -durísima- que describe para estar a la altura de su deseo acaba así: "Desesperadamente, con los dientes apretados, llamé a Ruiz para que acudiese en mi ayuda; no había querido llamarle antes para demostrarme que todavía podía conseguirlo sin él. Pero era demasiado tarde, porque mi agotamiento era tal que no dejaba lugar a la imaginación". Definitivamente al editor no le queda más remedio que aceptar que su potencia está repartida entre el otro que fue y el otro, actual dueño de la energía y diferente a él. Se mire en el espejo narcisista donde se mire se ve claramente confuso, desfigurado, extraño y no puede confiar en sus inseguridades. Y como no puede ocuparse de su propia extranjería, diferencia, precariedad y caducidad, ya que "los tratados de paz con uno mismo son generalmente los más difíciles de concertar", decide declararle la guerra y liquidar al "extraño que ocupaba mi lugar." Para ello acudirá a una vieja amiga de la resistencia que con los dineros de los honores de la liberación decidió abrir un burdel. Ante ella reconoce estar "dividido entre mi deseo de liberarme de él (el extraño que lo habita) y el miedo a perderle." A su manera, el editor pide ayuda para liberarse de la obligación y el deber sin perder el honor, porque "estoy pudriéndome de pie." La madame, viéndose colocada en el lugar de supuesto saber de una mujer... de la vida, se esmera en el servicio y le hace el mejor diagnóstico de todo el relato: "Has envejecido mal. Te has quedado joven. Los hombres envejecen siempre mal cuando se quedan jóvenes..." Pero el editor no puede escucharle, como tampoco a su amante cuando ésta le dice: "No sé si te hubiese querido si tuvieses treinta años. Todo ese futuro ante mí me hubiese dado miedo... " El editor sólo tiene oídos para su narcisismo herido. Y si no busca la comprensión de su amada es porque no quiere su compasión.

Hasta aquí la exposición del problema. Remito al lector a la novela para conocer el desenlace final que, contra todo pronóstico, acaba bien... en la ficción. No así en la realidad. Cinco años después de escribir y publicar esta novela donde aparecen más de dieciséis referencias al suicidio, y al año de la muerte de Jean Seberg, el escritor se pegó un tiro en la boca. En su carta de despedida dejó escrito: "Me he agotado hasta el fondo."

Desde el punto de vista simplista de lo políticamente correcto, esta novela es machista -por lo mismo misógina- y también racista. Pero siendo rigurosos este relato trata sobre el misoneísmo, siendo un misoneísta un conservador que tiene aversión a las novedades. Toda diferencia, sea ésta sexual, generacional, racial, y las figuras que la encarnan: la feminidad, el extranjero, el inmigrante, el diferente... en definitiva, la alteridad, aún son novedades que en la subjetividad humana son un otro mucho más difícil de roer de lo que la psicología positivista cree, y el imperativo del ordeno y mando receta. Como se dice en este mismo relato: "Si fuese posible orientarse con claridad en las tinieblas del inconsciente, no habría inconsciente."

Roman Kazew siempre quiso no ser sólo él mismo. Como consideraba que "mi yo es el fin de mis posibilidades" se hizo escritor para separarse de sí mismo. Escribir fue su manera de distanciarse de su yo y el recurso para ser otro. Sin embargo, en la novela que nos ocupa nos viene a decir que nunca se sintió tan otro como cuando empezó a comprobar que ya no era el mismo de antes. El declive de su potencia sexual lo alejó tanto de sí mismo que terminó perdiéndose: "yo no me reconozco." Lo mató un exceso de memoria. "Me he hecho cierta idea de mí mismo. Y me aferro a ella.(... ) Lo más difícil era olvidarme." Acostumbrado a vivir por encima de sus posibilidades no pudo seguir viviendo con menos. Lo mató la añoranza de las posibilidades que fue.

El escritor norteamericano William Styron dijo de él que sufría de melancolía europeo-oriental. No será ajeno a esa melancolía el haber tenido que emigrar a Francia con su madre a los once años de edad, porque su padre los abandonó por una mujer trece años más joven que la madre, y que el padre fuera exterminado en Auschwitz, y no precisamente por sus preferencias sexuales, sino por judío, como a la mayoría de sus familiares.

Escuchando menos su confesión y más sus asociaciones, más las causas y menos las consecuencias, sus asociaciones nos llevan más lejos que su confesión. Otra lectura de este relato es que la potencia sexual que ansía el editor no está en la fuerza del cuerpo del otro que representa la juventud perdida, sino en el otro no humano, en lo animal, en la potencia del instinto animal. "Fiera andaluza", "rostro gatuno", "juventud feroz", "un rostro de belleza tan animal", "fuerza bruta", "esplendor animal", "salvajismo primitivo", "con brutalidad y franqueza animales", "animal sexual." La ambición del editor, a diferencia de su ticket, no tiene límites, y no conforme con el deseo reivindica el instinto.

Resumiendo, éste es el relato literario -y clínico- de un hombre que, en el declive de su potencia sexual, fracasa en su empeño de negar su condición humana, así como de volver a los orígenes de su naturaleza animal, abandonar la bipedestación, recuperar el instinto y a ser posible también el hueso primigenio, ese hueso que la mayoría de las especies animales tienen en el pene.

 

II

Cuando las cosas van mal dadas, como cuando no es igual de gratificante estar a las duras y a las maduras, cambiar la naturaleza humana se presenta como una tentativa de solución. Gracias a la ficción del como si..., la literatura es un dispositivo que nos permite retroceder y avanzar en el tiempo, elaborar el pasado y también el futuro. Gracias al trabajo de inmersión, la literatura puede dar cuenta de las profundidades de la condición humana; de su precariedad y caducidad, y también salir de sus límites, de su naturaleza. Siempre ha sido así desde la mitología griega a Julio Verne. Ahora con los adelantos de la tecnología, de la ingeniería genética, por ejemplo, la literatura nos permite empezar a reflexionar sobre los efectos secundarios que se operarán en la subjetividad humana cuando la evolución quede sustituida por la modificación de la naturaleza humana. La manipulación genética será el nuevo artificio que se añadirá a la condición humana, y su naturaleza, definitivamente, naturaleza muerta.

Roman Kazew vislumbró fugazmente la mutación biológica como solución a la problemática de la naturaleza humana, pero como buen conservador optó por volver a los orígenes. Ni con Romain Gary ni con Emili Ajar - sus heterónimos- encontró el camino de retorno, y al toparse con un callejón sin salida, abandonó seguir investigando y se suicidó. Escritores de la siguiente generación a la de Roman suscriben el mismo malestar pero apuestan por soluciones avanzadas. Los personajes literarios de Hanif Kureishi (1954) y de Michel Houellebercq (1958), cansados de estar muertos nos proponen una fuga hacia delante: la mutación biológica y la clonación. Michel Houellebercq apuesta por la clonación. La posibilidad de una isla es su último título publicado de la serie que arrancó con Las partículas elementales y Plataforma. Pero donde este autor definió el problema mediante el arte de la omisión fue en su ópera prima: Ampliación del campo de batalla. En este relato el malestar inherente del ser humano con su sexualidad, no se explica ni se muestra, nos lo hace visible y se hace verbo. En el resto de títulos, de tanto ampliar el campo de batalla se sale de la condición humana. No trata las causas, las elimina, y el tratamiento sólo es paliativo para las consecuencias. Muerto el perro muerta la rabia y el malestar de la servidumbre sexual que hacen del humano un neura. Esto suele pasar siempre que se confunde problema con problemático.

Hanif Kureishi tiene una sólida y mestiza obra literaria sobre sus espaldas: Siempre es medianoche, El buda de los suburbios, Soñar y contar, Mi oído en su corazón, y los guiones de las películas Mi hermosa lavandería, Sammy y Rosie se lo montan, y Londres me mata. En el relato corto titulado El cuerpo, incluido en su libro de relatos con el mismo titulo2, da un paso lateral y nos ofrece la visión literaria de las posibles consecuencias de la mutación biológica como tratamiento para el malestar de la condición humana. El personaje del relato, Adam, es un escritor que cada día le cuesta más mantenerse erectus a causa de sus dolores de espalda y rodillas. Además tiene hemorroides, una ulcera, pérdidas sensibles en su agudeza visual y auditiva y todos los achaques típicos de quien está en la mitad de la sesentena. Ya a los cuarenta tuvo que enfrentarse "al dilema de si el cinturón tenía que quedar por encima o por debajo de mi tripa." A esa misma edad vio necesario "elegir entre el retiro y la reinvención." A comienzo de la cincuentena "empecé a perder la vanidad física, la poca que me quedaba.(... ) No me costó mucho comprender que hay pocas cosas más risibles que el narcisismo de la edad madura. Supe que el juego se había acabado cuando tuve que usar mis lentes de leer para poder mirar la revista con la que me estaba masturbando." A hora que ya es redondo y calvo "si acaso quería curarme de algo, era de indiferencia, una especie de depresión ligera o fatiga: de la sensación de que mi interés por las cosas -cultura, política, otras personas, yo mismo- estaban agotándose. Una cuarta parte de mí estaba viva; era esa parte la que quería un trago puro, no adulterado, de vida.(...) Afortunadamente soy un borracho barato. Unos cuantos vasos y entiendo a Lacan." A juzgar por lo que sigue hay que pensar que así es: "Un amigo mío, amante de las teorías, tiene la idea de que la noción del yo, del individuo escindido, consciente de sí mismo y de cualquier autobiografía que ese yo pueda contar o escribir, surgió en la época de la invención del espejo, producido masivamente por primera vez en Venecia a principios del siglo XVI." De hecho, El cuerpo es un relato que debe mucho a un clásico: El retrato de Dorian Gray. Se podría decir que Hanif Kureishi nos ofrece su asimilación particular de la lectura de Oscar Wilde. Adam, el protagonista de El cuerpo no pretende tanto como Dorian Gray. Él a lo único que aspira "es a ser capaz de mirarte en el espejo sin desagrado." Adam también nos cuenta que está felizmente casado con una mujer mejor adaptada que él al paso del tiempo y que estudia para ejercer como terapeuta. El matrimonio tiene dos hijos que ya están emancipados. Adam no quiere ser como alguno de esos escritores que "hacia el final de su vida, se vuelven de tal manera ellos mismos, toman un camino tan propio, que ya no están abiertos a la influencia, a ser cambiados o incluso tocados por nadie más, y su trabajo adquiere la naturaleza de la obsesión." Aunque ya no acude a fiestas por aquello de que ya no puede permanecer mucho rato de pie, ve ineludible acudir a la de una amiga suya. Allí se le acerca un joven que dice ser admirador de su obra, desde sus primeras ediciones. Al escritor no le cuadra esta devoción en alguien tan joven y finalmente, éste último le confiesa que es un "Cuerponuevo", es decir alguien mayor que él que se ha sometido a una mutación biológica; se ha hecho trasplantar su cerebro en el cuerpo de un joven muerto. Este Cuerponuevo le explica que tuvo que cuidar a su mujer, quien sufría "una enfermedad degenerativa que destruyó su cuerpo pero dejó intacta su mente." Ésta no paraba de pedir a gritos un cuerpo nuevo y al menor descuido de su cuidador se suicidó. Al cabo de los años el marido se enteró de que había clínicas que ofertaban cuerpos nuevos "Quién no se ha preguntado: ¿por qué no puedo ser otro? (... ) Las identidades son buenas para algunas cosas pero no para otras." A los 70 años se hizo la operación y se convirtió en un joven de 25. "Lo que quería eran otros veinte años, por lo menos, de vigor y juventud. (... ) Yo tuve hijos y trabajé mucho. Necesitaba otra vida para ponerme a la altura de mi sueño." El sueño de toda su vida había sido hacer suya la cuestión de Hamlet, pero ahora se conformaba con interpretar teatralmente a Hamlet, y claro para eso necesitaba ser joven. La jugada de este personaje no tiene desperdicio: veinte años más matriculado en Arte Dramático para columpiarse a gusto en el dilema histérico-fálico de ser o tener, anhelando pronunciar la cuestión radical de ser o no ser, disfrazado de Hamlet.

Adam no se lo piensa mucho, pacta con su mujer seis meses de "vacaciones corporales" y se muta al "cuerpo de un jugador italiano de fútbol: digamos un agresivo y ofensivo mediocampista. Mi cara parecía la del joven Alain Delon. (... ) Había comprado aquel cuerpo porque me gustaba tal y como era, un mero artículo de moda que no requería mayor elaboración". Era "como si estuviera conduciendo un coche de lujo. (...) Primero y antes que nada, yo era un cuerpo, un cuerpo que deseaba cosas." Empiezan los primeros interrogantes: "Lo haría de otra forma, pero ¿por qué creer que lo haría mejor?(...) Hacía mucho tiempo que no gozaba de un contacto tan directo con la realidad." Pero más adelante nos dirá: "La realidad era una playa donde los sueños se rompen." Por supuesto lo primero que hizo con su nuevo body fue darse el gusto de quitarse el polvo acumulado durante tantos años de muermo: polvo va y polvo viene. "Era verdaderamente como una droga.(...) Narciso cantando a su propio culo." Pronto se dio cuenta de que el sexo "no es algo que a uno le apetezca siempre. Una vez en la vida puede ser suficiente." Así que se retira a meditar: "Empiezo a sentirme como un objeto. No es placentero, es persecución.(...) Yo era todo sexo, una verga ambulante, un pene con un cuerpo como apéndice. No flirteaba; no provocaba. No necesitaba hacer nada." Y se queja del acoso sexual: "Lo que tú me haces es una réplica de lo que los hombres les hacen a las mujeres, rebajarlas y humillarlas. Es fascista. Patricia, ¿qué pasó con la revolución?" Para su desgracia la operación había sido un éxito: de sujeto había mutado a objeto. Tampoco parece disfrutar mucho de la gente nueva que conoce, en realidad la mayoría son Cuerposnuevos, gente joven, envases reciclados. Entre la gente real que antes había tratado, aquellos que llevan la muerte dentro, había humanos más interesantes. "Estábamos construyendo una sociedad en la que todos tendrían la misma edad". Pero Adam no sólo está presenciando un futuro prometedor, en donde se está eliminado la diferencia generacional, también la diferencia sexual se está borrando, y no porque se tienda a un único sexo, o porque haya quien aprovecha cambiarse cuerpo para cambiarse de sexo, sino porque entre los Cuerposnuevos abundan los hermafroditas con un sexo en la cabeza y otro diferente en el cuerpo. Contener o disfrutar de su deseo en estas condiciones le empieza a resultar tan o más arduo que de sesentón.

Otro de los personajes que conoce Adam es un Cuerponuevo que también se ha pasado toda la vida trabajando. A los setenta y cinco años es abandonado por su mujer, "no por un follador viril sino para convertirse en budista. ¡Prefiere al viejo de la tripa gorda que a mí!(...) Mis hijos no se molestan por mí.¡Están muy ocupados con las drogas! Mis amigos están muertos. Puedo comprar mujeres, pero no me desean! (...) Yo merecía un mejor final." Adam le pregunta si sus hijos le han visto con la carcasa de veinteañero. Le responde que no, pero que: "Cuando envejezcan, si saben comportarse, les conseguiré cuerpos nuevos como regalo de cumpleaños. A esos críos locos les encantará. Han estado en grupos de música, en clínicas y todo lo demás. Se agotan, ya sabes, el estilo de vida. De esta forma podrán continuar. Retraso el momento de decírselo porque sé que van a querer un nuevo cuerpo de inmediato. Si no han sufrido lo suficiente, no lo apreciarán. Esto no es para cualquiera. (...) La perfección enloquece a la gente o la hace sentirse inferior.(...) No hay vuelta atrás. La inmortalidad es el lugar adonde algunos de nosotros nos dirigimos, guste o no." Adam no entiende nada, él pensaba que se trataba de tener un final feliz, no de cargarse el final para ser feliz. "La idea misma de la muerte está muriendo, todos los valores de la civilización occidental desde los griegos, han cambiado. Parece que hemos reemplazado la ética por la estética. (...) La gente quiere vida eterna o salirse del juego de inmediato.(...) La muerte ha muerto."

Dijo Picasso que el arte es una mentira que nos acerca a la verdad. La literatura y Hanif Kurreishi lo consiguen: "Las personas sensatas saben que su cuerpo nunca les dará la satisfacción que desean, porque es su deseo, más que su cuerpo, el que les molesta."

 


1 Gary, R. Próxima estación: final de trayecto. Ed. Demipage. Madrid, 2005.         [ Links ]
2 Kureishi, H. El cuerpo. Ed. Anagrama. Barcelona, 2004
        [ Links ]

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