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Revista de la Asociación Española de Neuropsiquiatría
versão On-line ISSN 2340-2733versão impressa ISSN 0211-5735
Rev. Asoc. Esp. Neuropsiq. vol.32 no.113 Madrid Jan./Mar. 2012
https://dx.doi.org/10.4321/S0211-57352012000100016
HISTORIAS CON HISTORIA
Marta y el complejo. La recepción popular del Psicoanálisis en el franquismo
Marta and her complex. Popular reception of psychoanalysis in Franco's Spain
Andrés Porcel Torrens
Psiquiatra. Departamento de Salud 10. Consellería de Sanitat. Valencia.
porceltorrens@hotmail.com
Historieta e Historia
Al menos en términos de magnitud, el fenómeno cultural más significativo del siglo XX es el surgimiento de la cultura de masas. La extensión de la alfabetización por una parte y la aparición de nuevos medios de comunicación hicieron posible para una gran parte de la población acceder a una visión del mundo y a un conocimiento hasta entonces al alcance solo de reducidas minorías. En este proceso, la integración de la imagen secuencial como vehículo de comunicación jugó un papel determinante (1). Durante los dos primeros tercios del siglo los medios de masas por excelencia fueron el cine y la historieta. Ambos combinan palabra e imagen, y hacen de la misma un elemento narrativo más allá del papel de mero soporte al discurso literario jugado hasta ese momento.
En los productos de esta nueva cultura se encuentran, junto al discurso explícito, vestigios de la tradición oral, tanto narrativa como de saberes, amalgamados con la incorporación de elementos nuevos, fruto de la difusión de conocimientos que llegan de esta forma por primera vez a la población general (2). El esquematismo o la simplificación -y hasta cierto punto, la degradación- son el precio a pagar para hacer inteligible un mensaje cuya complejidad original es necesario reducir para hacerlo accesible a un público sin preparación previa. Valgan de ejemplo desde las adaptaciones de clásicos literarios al cine o la historieta o las obras de divulgación que ponen la filosofía, la astronomía o la psicología "al alcance de todos" y que tan en boga estuvieron hasta entrados los años setenta. No hay que olvidar por otra parte que estamos en una industria cultural dirigida al consumo y que la respuesta del público decide el éxito y modula a su vez las sucesivas creaciones que se le ofrecen (3).
Desde la perspectiva histórica, la aproximación a la cultura de masas ofrece la oportunidad de estudiar las representaciones, valores y actitudes, pautas de conducta y noticias tal como fueron difundidas entre el estrato más amplio de la sociedad (4).
La historieta consolidó su importancia como medio de masas en la década de los años treinta, si bien fue después de la guerra civil cuando alcanzó en nuestro país su expansión más relevante. En una sociedad lastrada por un clima de miseria moral y material, los tebeos constituyeron un medio de ocio al abasto de todos los públicos, conociendo desde los años cuarenta a los sesenta una gran penetración social, mucho más allá del público infantil al que teóricamente se dirigían (5). Solo la llegada de la televisión hizo cambiar esta situación, que ya nunca volvería a ser igual. Las publicaciones se acogían a dos formatos fundamentales: los cuadernos, pliegos de diez páginas dedicados a una sola narración, y las revistas, en cuyas páginas aparecían distintos personajes y autores. Respecto a la diferenciación de género, existió siempre una historieta dirigida específicamente al público femenino. Los tebeos "de chicas" ofrecían una narrativa edulcorada, próxima a la tradición de los cuentos de hadas, o una visión sublimada de las relaciones sentimentales, insertas en un modo de vida burgués idealizado, bastante más brillante que el vivido diariamente por sus lectoras (6). Frente al dramatismo de las historietas de aventuras, las producciones cómicas mantuvieron una mayor proximidad al mundo real del lector, ofreciendo un testimonio más directo de la sociedad que les vio nacer (7).
Florita fue la revista femenina más popular de los años cincuenta. Editada en Barcelona por Cliper, apareció en mayo de 1949 y se prolongó hasta entrado 1961, llegando a los 590 títulos. Las revistas de Germán Plaza se caracterizaron por su elevada calidad formal, contando con un plantel de profesionales de los más prestigiosos de su época. La historieta que reproducimos al final, Marta y el complejo, es obra de Miguel Ripoll Guayadol, colaborador habitual de Plaza, dibujante de estilo muy personal y excelente conocedor del lenguaje gráfico. El guionista firma con el seudónimo de Ramy, y no hay datos que permitan identificarle. Colaboró con Ripoll en otras series del mismo semanario, como Elvirita (8). Al contrario que ésta, Marta no es un personaje importante en la revista, y sus apariciones fueron esporádicas. La historieta, de cuatro páginas, apareció en dos partes en los números 160 y 161 de Florita, aproximadamente en 1952 (9,10). No podemos ofrecer una fecha exacta, pues lo habitual en los tebeos era que no constara la fecha de publicación.
No cabe esperar en un tebeo formulaciones explícitas de conceptos médicos o psicológicos. No hay pretensión didáctica, ni siquiera testimonial directa, sino de simple divertimento. Sin embargo, una lectura que atienda a los aspectos implícitos, literarios y gráficos, deja al descubierto el bagaje que los autores arrastran al plasmar en narración sus visiones del mundo, en último término compartidas con un público que forma parte de su misma esfera social (11). A pesar de su brevedad, esta historieta constituye una muestra de gran interés para acercarse a la visión popular del psicoanálisis, a la difusión de las ideas sobre éste, a las representaciones vinculadas a su práctica y las actitudes frente la misma.
La recepción española del psicoanálisis hasta 1952
La primera aparición pública del psicoanálisis en España llegó en fecha tan temprana como 1893, con la publicación en la Revista de Ciencias Médicas de Barcelona del artículo "Mecanismo psíquico de los fenómenos histéricos", traducción del que Breuer y Freud habían publicado tan solo un mes antes en alemán (12). Sin embargo, tal precocidad no se siguió de una corriente posterior de publicaciones, de manera que hasta 1908 se registran tan solo cuatro trabajos más, diseminados en la prensa médica. Es en la segunda década del siglo cuando se perfilan ya las primeras polémicas en torno a unas ideas que exigen en la mayoría de ocasiones la lectura directa de los textos sin traducción al español. Dos psiquiatras, Valle y Albalade y Fernández Sanz, son en esta etapa los representantes principales de las posturas de aceptación y de crítica ante el psicoanálisis, a través de sus colaboraciones en prensa especializada (13). Será al final de la década y sobre todo en los años veinte cuando la difusión se hará generalizada, culminando con la edición en 1922 del primer volumen de las obras completas de Freud, editadas por Biblioteca Nueva, con traducción de López Ballesteros y prólogo de Ortega y Gasset. La primera edición, de diecisiete volúmenes, se prolongaría hasta 1934 (14). En las revistas médicas y las de la especialidad, las alusiones al psicoanálisis tienen una presencia creciente, en forma de reseñas, traducciones y trabajos originales, en los que participan figuras destacadas de la psiquiatría, que van tomando parte en un acercamiento no exento de polémica. César Juarros, Rodríguez Lafora, Sanchís Banús o Sacristán dirigen progresiva atención hacia las teorías freudianas, si bien en ningún caso las adoptan como paradigma terapéutico. El mismo año 1922 Mira i López introduce una lección sobre "La repressió, l'inconscient i el psicanàlisi" en el curso de Psicología Médica que dirige en la Academia de Ciencias Médicas de Cataluña (13). A pesar de todo, cuando se examinan los repertorios especializados, se comprueba que la presencia del psicoanálisis en la literatura psiquiátrica española estuvo siempre lejos de ocupar un puesto principal (15).
En estos años se asiste a la progresiva incorporación de las ideas psicoanalíticas al discurso psiquiátrico y una cierta identificación de las posturas a favor o en contra de las mismas con posiciones ideológicas e incluso políticas que van más allá de una interpretación asépticamente profesional de los textos. En este sentido, los puntos fundamentales de fricción son la incompatibilidad de las teorías freudianas con la ortodoxia católica y el relieve dado a la sexualidad en la etiología de las neurosis. Estas cuestiones seguirán operantes durante años y marcarán, de forma más o menos matizada, la difusión del psicoanálisis en la etapa posterior a la guerra civil (16). En cuanto a la práctica, algunos médicos incorporaron aportaciones del análisis, con especial interés en la técnica de las asociaciones libres, siempre tras la idea de detectar las raíces del conflicto oculto tras el síntoma neurótico. De nuevo son Sanchís Banús, Sacristán, Lafora y Mira i López quienes asumen este método, interesándose también en la interpretación de los sueños y el análisis de actos fallidos (13). Sin embargo, ningún profesional español completará una terapéutica ortodoxa hasta que el bilbaíno Angel Garma regrese de Berlín, donde desde 1925 a 1931 se ha formado específicamente en el Instituto Psicoanalítico. Su retorno a España se siguió de una intensa producción que culminó en 1936 con la publicación de su libro El Psicoanálisis. La neurosis y la sociedad, editado precisamente a través de la revista Archivos de Neurobiología. Su actividad suscitó el acercamiento de jóvenes profesionales a su figura, pero la guerra civil y el exilio de Garma en 1936 truncaron el desarrollo de un grupo formalizado de psicoanalistas en España, que no llegaría hasta décadas después (17).
En paralelo a esta difusión del psicoanálisis entre los profesionales, hay una extensión del mismo al mundo de la cultura, que involucra no solo a médicos no psiquiatras -el ejemplo más conocido es el de Marañón- sino a intelectuales y a un público más amplio, cuyo interés se acrecienta en torno a los temas sexuales o a la interpretación de los sueños y el acceso a un universo mental inconsciente. En 1911, Ortega y Gasset publica el artículo Psicoanálisis: una ciencia problemática, abriendo así el camino a una divulgación que aprovecharán Rodríguez Lafora o J M Sacristán publicando trabajos divulgativos en las páginas del diario El Sol durante la década de los veinte. Psiquiatras más o menos cercanos al psicoanálisis publican en colecciones de libros ensayos dirigidos a un público general (18,19) y las ideas analíticas penetran así en centros académicos, tertulias, conferencias, encontrando quien las interprete entre psicólogos, pedagogos o juristas (13).
Los años de la Segunda República coinciden con un cierto auge de la edición de textos españoles y extranjeros en torno a la doctrina psicoanalítica, a menudo en colecciones dirigidas a un público culto, pero no específicamente profesional. En 1935 el editor Luis Miracle lanza su colección Biblioteca de Psicoanálisis y Caracterología, que dirige el psiquiatra catalán Ramón Sarró Burbano, y que se inaugura con dos obras de Adler y de Jung.
Interesado en convertirse en psicoanalista, Sarró había contactado con Freud y viajó a Viena en 1924. Se encomendó a Helene Deustch su análisis didáctico, y participó en el círculo más próximo al fundador de la escuela. Sin embargo, la experiencia no fue satisfactoria y volvió a Barcelona en 1927 antes de dar por concluido su análisis. Se sentía decepcionado por la desconexión de los analistas con la psiquiatría ortodoxa, por su falta de atención a los enfermos más graves e incluso por el insuficiente bagaje clínico de Freud (20). La experiencia determinó su postura posterior: aún respetando el papel de Freud como pionero y el valor general de la doctrina, rechazó el enfoque del psicoanálisis en los instintos y su búsqueda de las causas de enfermedad en las vivencias infantiles más remotas, su determinismo en la formación de la personalidad, el excesivo énfasis dado a la sexualidad y las generalizaciones arbitrarias. Sarró aspiró a una psicoterapia basada en la fenomenología y la antropología existencialista (21). No es por lo tanto extraño que la primera obra de autor español que apareció en la colección que dirigía llevara el expresivo título de Lo vivo y lo muerto del psicoanálisis, que firmaba Juan José López Ibor, entonces catedrático de Medicina Legal en Valencia. Pensionado por la Diputación Provincial de Valencia, había viajado a Munich, donde asistió a las clases de O. Bumke (22). El autor exhibe un buen conocimiento del psicoanálisis, frente al que adopta una postura parecida a la de Sarró. También López Ibor reconoce su valor, pero igualmente juzga excesivas la teoría sexual freudiana y sus concepciones sobre la cultura. No acepta la interpretación simbólica de los sueños, el complejo de Edipo ni el mecanicismo de la estructura dinámica de la mente. Para él, como para el propio Sarró, lo vivo del psicoanálisis es su relieve puesto en el discurso del neurótico y la posibilidad que ofrece de elaborar una psicoterapia que lo supere a partir de sus propias insuficiencias, con el acento puesto en la antropología filosófica y en la fenomenología (13).
Tras la guerra civil española el panorama de la psiquiatría cambió dramáticamente. Muchos de los personajes más relevantes se exilaron -Rodríguez Lafora, Mira i López, Ángel Garma- y muchos más -Sacristán, Bartolomé Llopis- quedaron en un silencio impuesto por las represalias y por el miedo (23). El impulso científico e intelectual de las décadas anteriores desapareció entre las carencias materiales y una ideología de rígido tradicionalismo que no admitía discrepancia. La actitud oficial ante el psicoanálisis en los primeros años cuarenta parte de los supuestos críticos más duros, interpretándolo a menudo como un producto semítico y decadente, contrario a una concepción católica de la vida y al alma del español. Junto a especulaciones existenciales y metafísicas, el enfoque biológico fue el paradigma incontestable de la psiquiatría de posguerra (24).
En años posteriores, y a tenor de la derrota del fascismo en Europa, las posturas fueron haciéndose menos ásperas. Junto a Antonio Vallejo-Nágera, Sarró y López Ibor fueron las figuras más figuras importantes en el nuevo régimen. Bien situados académica y políticamente -el tercero fue Consejero nacional de FET y de las JONS en 1939- encabezaron los intentos de reconstruir una labor psiquiátrica sólida que superase los peores tiempos de la posguerra.
En 1948 Biblioteca Nueva reeditó en dos volúmenes las Obras Completas de Freud. El propio precio al que salieron limitaba lo suficiente el acceso a los libros. El prólogo anterior de Ortega y Gasset se sustituyó por otro de José Germain, en que se cuidó bien de insistir en la conciliación de psicoanálisis y catolicismo, invocando la figura del psiquiatra franciscano Agostino Gemelli (14). Esta insistencia en subrayar la compatibilidad con la religión acompañará a todas las apariciones del psicoanálisis en la escena cultural española en esos años, especialmente cuando se dirige a un público no profesional (21).
En las décadas de los cincuenta a los setenta, la postura de la psiquiatría oficial ante el psicoanálisis fue la de una cierta tolerancia crítica, insistiendo tanto en el reconocimiento de sus aportaciones como en sus limitaciones, desde un punto de vista tanto filosófico como en cuanto práctica terapéutica. López Ibor mantuvo sus reservas expresadas ya antes del conflicto. Su libro de 1936 se reeditó, con ligeras variaciones, en 1951, esta vez con el título de La agonía del psicoanálisis. En una colección de amplia difusión -Austral, de Espasa Calpe- conoció reimpresiones hasta 1981 (22). En 1975 volvió sobre el tema en un nuevo libro, Freud y sus ocultos dioses, donde se ampliaban y reafirmaban sus posturas y razonamientos. Ramón Sarró manifestó su rechazo de las teorías freudianas, llegando a tildar al psicoanálisis de "neosionismo" (25) aunque eso no le impidió acercarse a la obra de autores como Jung (26). Mantuvo contactos en Barcelona con los psiquiatras del grupo Erasmo, pioneros en la recuperación de la práctica analítica desde 1947, integrando a médicos como J Corominas, Folch Mateu y Jesusa Pertejo en los cursillos organizados en 1950 desde el Dispensario de Higiene Mental. En 1955 abogaba por la aproximación de la universidad al psicoanálisis (13), y en 1958 invitó a Jacques Lacan al IV Congreso Internacional de Psicoterapia, repitiendo el contacto en 1972 (20).
Desde Madrid, los psiquiatras Ramón del Portillo y Jerónimo Molina viajaron a Berlín en 1949 para analizarse, iniciando después su propia práctica. De acuerdo con la Asociación Psicoanalítica Alemana, la analista Margarita Steinbach se trasladó a la capital de España en 1950, a fin de intentar establecer una formación reglada que facilitase la consolidación de una escuela de psicoanalistas españoles. A pesar de su temprano fallecimiento, en 1954, su trabajo tuvo continuidad y ese mismo año el Ministerio de la Gobernación reconoció a la Asociación Psicoanalítica Española, que se integró posteriormente con el grupo catalán, dando lugar en 1959 a la Sociedad Luso Española de Psicoanálisis. En 1967, después de la escisión del grupo portugués, la Sociedad Española de Psicoanálisis era reconocida por la Asociación Psicoanalítica Internacional (13).
Con todo, hasta entrada la década de los setenta, el peso de la actividad psicoanalítica en la psiquiatría española fue modesto. Probablemente bastante menor que su propia representación social. En la cultura popular, la función del psiquiatra se sigue identificando habitualmente con la interpretación de los sueños, el acceso al inconsciente y la búsqueda de los complejos ocultos.
Marta y el complejo: el psicoanalisis en un tebeo
La inclusión en el mismo título de la historieta del término complejo implica una familiaridad asumida por parte del lector. Para el Diccionario de la Real Academia, complejo es el "Conjunto de ideas, emociones y tendencias generalmente reprimidas y asociadas a experiencias del sujeto, que perturban su comportamiento" (27), significado no muy alejado del recogido en el diccionario de psicoanálisis de Roudinesco, donde se especifica que se trata de un "término creado por el psiquiatra alemán Theodor Ziehen (1862-1950), y utilizado esencialmente por Carl Gustav Jung, para designar fragmentos de personalidad desprendidos, o grupos de contenido psíquico separados del consciente, que tienen un funcionamiento autónomo en el inconsciente. Desde allí pueden ejercer influencia sobre el consciente" (28). En Freud, esta terminología se asocia únicamente al complejo de Edipo y al complejo de castración. Sin embargo, es una palabra que se introdujo profundamente en el lenguaje coloquial, y que se popularizó precisamente en la década de los cuarenta, como reseña Carmen Martín Gaite: "Por los años cuarenta, cuando nadie entre las personas que yo conocía había leído a Freud ni se había banalizado el psicoanálisis, empezó sin embargo a circular como moneda corriente una expresión que aludía globalmente a todas las torturas incomprensibles del alma: "tener complejos". La complejidad, como la rareza, no eran bien recibidas en una sociedad que pretendía zanjar todos los problemas tortuosos y escamotear todas las ruinas bajo un código de normas entusiastas. El psicoanálisis, donde se prestaba atención a todo aquel "galimatías de los complejos", era algo extravagante que se comentaba con desdén, como el existencialismo y demás frivolidades decadentes que se gestaban en París" (29).
El significado habitual es el de una idea que el sujeto tiene de sí, que conlleva un sentimiento de inferioridad que le condiciona. Así se entiende que se hable de complejo de inferioridad, de personas acomplejadas, o del complejo que pueden causar déficit como tener la talla baja o usar gafas. Hay ejemplos de todo ello en los propios tebeos (30). No deja de ser curioso que este énfasis en el sentimiento de inferioridad tenga más que ver con Adler que con Jung. El autor vienés fue traducido tempranamente al español, en ediciones dirigidas al público general (31), como lo fue también Oliver Brachfeld, muy leído también en los años de posguerra, por su obra titulada precisamente Los sentimientos de inferioridad (32). En la actualidad el término parece haber reducido su uso, a favor quizá de la alusión a la "baja autoestima" que oímos casi a diario en la consulta.
El problema que preocupa a nuestra protagonista está relacionado con el sueño, y con la reiteración de pesadillas. Esta situación deja un estigma físico apreciable, que su amigo advierte. En busca de una solución a esta circunstancia se plantea la necesidad de un especialista y se entiende de manera indudable que ha de ser el psiquiatra. Los sueños, pues, son dominio de la psiquiatría. El mayor éxito entre las ediciones españolas de Freud había correspondido a la Psicopatología de la Vida Cotidiana y a La Interpretación de los Sueños, y ya en la década de los veinte "la interpretación de actos fallidos se había convertido en un divertido juego de salón y en un fácil recurso literario" (13).
A la difusión de esta idea en nuestro país había contribuido decisivamente la edición de libros de divulgación sobre el psicoanálisis (33,34) en los años anteriores a la guerra. Durante el franquismo se importaron con relativa frecuenta ediciones argentinas de autores posteriores a Freud (13). El tema fue reflejándose también en obras literarias de cierta popularidad, como La Sinrazón, de Sánchez Mejías (1928), Las Adelfas, de los hermanos Machado (1928) o La Túnica de Neso, de Juan José Domenchina (1929) (35). Más allá de esta literatura culta, las alusiones a términos o ideas del psicoanálisis llegaron a la literatura popular desde los años treinta. En las novelas baratas de género romántico o policíaco, de enorme difusión, no es raro encontrar referencias al subconsciente, al significado de actos fallidos o a los complejos ocultos que determinan los actos de los personajes. En 1949, el escritor catalán Jaume Ministral Macià inició la publicación de una serie de seis novelas detectivescas protagonizadas por el psicoanalista holandés Ludwig Van Zigman, que se sirve de las técnicas freudianas de exploración de la mente para identificar a los culpables del delito. Las novelas de Ministral se publicaron en la Biblioteca Oro de la Editorial Molino, la colección más importante de novela popular en la posguerra (36). En mayor grado hay que interpretar la influencia de la prensa -hemos visto como desde fechas tempranas diarios como El Sol abrieron paso a reseñas y trabajos con alusiones analíticas- y por encima de todo la del cine, donde en títulos como Recuerda, de Hichtcock, estrenada en 1945, las secuencias oníricas y su interpretación tienen un papel principal (37). Tres años después, Nido de víboras, de Anatole Litvak, que contó con seis nominaciones a los Oscar, basaba su argumento en la interpretación analítica de un sentimiento de culpa inconsciente. La protagonista obtenía su curación con este método, frente a las alternativas del tratamiento manicomial, presentadas como brutales (38).
Cuando nuestra heroína obtiene una referencia del profesional se explicita una actitud de absoluta confianza. Tal sentimiento sin embargo empieza a tambalearse cuando en la siguiente secuencia Marta contacta con él. Su caracterización es muy expresiva. En primer lugar, su apellido, de resonancias claramente centroeuropeas, abona la idea de la procedencia foránea de su ciencia. El entorno asistencial es la consulta privada, el ámbito de actuación por excelencia de los médicos que aparecen en la historieta. Su atuendo, con una camisa de pijama blanco, le retrata inequívocamente como tal médico. Sin embargo, su aspecto físico no es nada convencional: de rasgos primitivos, el cabello descuidado, el gesto enérgico, la mirada inquisitiva y la barba puntiaguda le dan un aire dionisíaco, muy alejado del arquetipo sereno y formal que se espera en la representación habitual del médico (39). Sus gestos exagerados y su grandiosidad al hablar de sí mismo refuerzan la impresión de excentricidad e inadecuación que transmite. Ello no obsta para que en la primera entrevista la paciente adopte una actitud de asombrada credulidad, bien subrayada por el dibujante.
Hay varias alusiones en el método de trabajo que remiten sin duda al psicoanálisis: el diván, la necesidad de "abrir las puertas del subconsciente" y la identificación del problema a través del relato de los sueños. En el plano iconográfico la postura del analista, inclinado casi agresivamente sobre la cabeza de la paciente, transmite la intención de penetrar en su mente. La presencia en el decorado de la consulta de un cuadro con un gran ojo no hace más que subrayar esta pretendida clarividencia. Aunque presentadas de forma grotesca, es evidente que se supone en el público un cierto conocimiento de estas ideas. Para que todo esto resulte inteligible en escasas viñetas hace falta un grado de familiaridad avanzado, únicamente posible cuando estas representaciones se han reiterado con anterioridad, en este o en otros medios de comunicación de masas.
Poco después de haber hablado Marta, el psiquiatra halla sin dificultad la naturaleza de su problema. Entre exclamaciones megalomaníacas, identifica como "típico de su generación" el que "la psicosis de guerra ha despertado los instintos bárbaros y primitivos en el ser humano", empleando así una jerga específicamente profesional, donde los "instintos liberados" tienen una vez más resonancias de raíces freudianas. Después, y esta es la clave de la historieta, hace explícito el núcleo del acto terapéutico: descubre en la paciente el complejo que causa los síntomas, y la libera del mismo exteriorizándolo. La finalidad de la visita ha quedado así explicada. Cuando, ante el estupor de la paciente, el médico le presente su hallazgo, le insistirá en que "hoy en día todo el mundo tiene su complejo", reforzando así el sentido mismo de su actividad profesional. Otra cosa, como se verá al progresar la narración, serán los resultados.
El descubrimiento del complejo como piedra angular del trabajo psicoanalítico es una idea reiterada en la asimilación española de la doctrina. Carles et al explicitan bien esta idea cuando se refieren a las discusiones en la comunidad psiquiátrica en los años veinte: "Otra característica de la "práctica psicoanalítica' española, al valorarlo exclusivamente como un método de investigación del inconsciente, es que su finalidad primordial será la de hallar los complejos reprimidos causantes (primaria o accesoriamente) de la enfermedad, mientras que los acontecimientos que tiene lugar en esa búsqueda: resistencia y transferencia, serán descuidados... el sujeto... queda relegado al papel de intermediario entre su inconsciente y el médico" (13). El propio Rodríguez Lafora se expresa en términos muy similares en su utilización del método de las asociaciones libres para poner "al psicoanalista sobre la pista del complejo causante de la psiconeurosis" (13).
La representación gráfica del complejo, muy conseguida, está dirigida a identificarlo como producto de las partes más primitivas del ser. Presentado con los rasgos de un cavernícola, de expresión estúpida, todo en él transmite tosquedad. Bien claro queda sin embargo que se trata de una parte de Marta, una parte que, a pesar de serle desconocida hasta que la acción liberadora del psiquiatra la extrae del subconsciente, es inseparable de ella y ha de acompañarla donde vaya. En las páginas siguientes asistimos al choque del complejo con normas y convenciones, y al espanto que causa en los parientes y amigos de la enferma. Sin inhibiciones, el ser originario no duda en piropear a la amiga de Marta, en besar a su padre o en agarrar a una de las muchachas del guateque mientras se muestra alegremente destructor. El hogar burgués de la protagonista, sintetizado en la imagen de ese padre enfundado en su batín, queda aterrado ante esa exhibición de instintos que se antoja monstruosa, exigiendo de la heroína su desaparición. Sin excesivo riesgo de sobreinterpretar, parece que asistamos a la necesidad de la represión ante las exigencias del principio de realidad frente a las pulsiones de un ello liberado. Tal síntesis obliga a insistir en la penetración de las ideas básicas del psicoanálisis entre capas de la población mucho más amplias que aquellas que pudieron interesarse por la psicología a través de textos académicos.
Al iniciarse la última parte de la historieta, Marta ha pasado de la fe ciega en la ciencia del psiquiatra a una hostilidad que dará lugar al escepticismo y a la crítica. Al inicio de su segunda visita al médico, todavía confía en que éste sea capaz de librarla de los problemas desatados por la exteriorización de su complejo. Para su sorpresa, se encuentra con que el terapeuta exhibe una insania mental evidente, con actos absurdos y desprovistos de sentido. En el plano gráfico se representan las imágenes populares de la locura como pérdida de la lógica y de la contención, al empuñar el médico una escoba, con una pantalla de lámpara como sombrero, mientras entona canciones infantiles. Los lectores nos hemos preparado para este desenlace mientras comprobábamos los desastres desencadenados por lo que se expuso inicialmente como un procedimiento de curación. La conclusión de la protagonista es rotunda: si el discurso del psiquiatra no tiene sentido, sus deducciones y su descubrimiento son tan irreales como el producto de un delirio. El insomnio de Marta nada tiene pues que ver con subconscientes ni complejos, y su reacción final será de rechazo e indignación.
Desde su modesto lugar, Marta y el complejo sirve de ilustración a bastantes de las características que la recepción del psicoanálisis tuvo en nuestro país: el interés primero por su valor como modelo de exploración de la mente; el esquematismo y la simplificación de sus métodos; el énfasis en sus propuestas iniciales y el rechazo de sus proposiciones nucleares. Por fin, y en concordancia con los años en que aparece la historieta, una actitud de desprecio que va desde la consideración de doctrina superada a la de simple despropósito, abandonado en la cuneta de la historia.
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