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Revista de la Asociación Española de Neuropsiquiatría

versión On-line ISSN 2340-2733versión impresa ISSN 0211-5735

Rev. Asoc. Esp. Neuropsiq. vol.36 no.130 Madrid jul./dic. 2016

 

CRÍTICA DE LIBROS

 

La memoria incierta

Uncertain memory

 

 

Paloma González Rubio

Periodista y escritora, Soto del Real (Madrid), España.
dayseel224@gmail.com

 

 

Lola López Mondéjar (2016) Cada noche, cada noche, Madrid, Ediciones Siruela, ISBN 978-8416465-90-3, 190 páginas.

"Inventamos a alguien a quien dirigirnos, alguien que no es más que una pequeña parte de nosotros mismos y, cuando la soledad nos apremia, recurrimos a esa parte nuestra y nos consolamos con nuestras confidencias. [...] Nos salvamos compasivamente a nosotros mismos con recursos que suenan a mágicos", dice Lola López Mondéjar.

A través de la memoria nos convertimos en espectadores de nuestra vida. La memoria no es inocente. Si lo fuera no tendría que recurrir a la compasión, a la indulgencia. La memoria tiene sus subterfugios. Es una escritora tan hábil que nadie ha alcanzado su maestría en el dominio de la distancia: cambia el narrador y el punto de vista, cambia el tiempo, hasta cambia el personaje que somos y pasa de la primera a la tercera persona para distanciarse de la responsabilidad de una acción. Es de la memoria de quien aprendemos a asumir la identidad de alguien que no somos nosotros para indultarnos, para salvarnos. Lola López Mondéjar, una autora sólida y sin fisuras, nos brinda en Cada noche, cada noche unas páginas de las que ella se presenta como editora, un "manuscrito encontrado" que contiene las investigaciones de Dolores Schiller, hija de Dolores Haze, la mítica Lolita, fragmentos de los diarios de esta, desde los ocho hasta los diecisiete años, y el relato del sorprendente descubrimiento de la narradora, primero estudiante, más adelante académica de prestigio: su madre, muerta en el parto, y la Lolita que ha sido sublimada como el objeto supremo del deseo son la misma persona, lo que inevitablemente tiene que conducir a Dolores Schiller a un encuentro con Humbert Humbert, el secuestrador y violador de la madre. Desde el punto de vista literario, el dominio de la distancia mediante el recurso del manuscrito encontrado en la obra de Lola no puede ser ni más deslumbrante ni más efectivo... y tampoco puede ser más adecuado, porque Cada noche, cada noche aborda la paradoja que el culto a la obra de Nabokov y a la imaginería de su versión cinematográfica nos esconde: Lolita no es una gran historia de amor, no es la adoración llevada a la locura extrema; es el relato de un asesino, Humbert Humbert, que se dirige a un jurado utilizando el recurso tramposo de su memoria incierta. H. H. es un moralista cuando habla de sí mismo en primera persona, un juez implacable con lo ajeno pero indulgente consigo mismo que se nos presenta como víctima de la pasión, y que, cuando sucumbe a esta, se distancia hablando de sí en tercera persona, como si el monstruo que lo habita fuese alguien de cuyos actos no es responsable. Es el hombre que, a solas con Lolita, cuando esta quiere enseñarle una imagen de una revista, aprovecha la ocasión para buscar el contacto, para correrse sin que ella lo advierta y, sin embargo... "lo recorrió violentamente las páginas en pos de algo que deseaba mostrar a Humbert (es Humbert quien escribe) [...] fueron surgiendo un pintor surrealista que descansaba, en posición supina, en una playa, y junto a él, en la misma posición, semienterrado en la arena, un calco de la Venus de Milo. (...) Arrojé esa imagen obscena". La imagen ofende la moralidad de un hombre de mediana edad que en la relación con su primera mujer se ha revelado como un maltratador capaz de eliminar cualquier obstáculo que se oponga a su voluntad y de urdir todo tipo de mentiras con el único fin de satisfacer su(s) deseo(s), incluso de secuestrar a una huérfana de doce años huyendo de un extremo a otro del país tan pronto le asalta el temor de que su relación puede despertar sospechas, consciente no solo del juicio de los moralistas, sino también de la ilegalidad de sus actos -y no es al juicio moral al que intenta escapar, sino a sus consecuencias legales. El recurso del distanciamiento narrativo en la obra de Lola no solo hace justicia a la obra original (Cada noche, cada noche no decepciona ni en una sola página en lo que a ambición literaria se refiere), sino que abre el camino a distintos niveles de aproximación a las implicaciones éticas de la obra original: la responsabilidad del creador que se plantea en las conversaciones entre Dolores Schiller y Humbert Humbert en Montreux, con la figura de un Nabokov decrépito al fondo, un Nabokov al que su personaje ha trascendido; la decadencia de la literatura o la reflexión acerca del sobredimensionamiento social del deseo y la indulgencia para con sus aberraciones. Hay otro tema latente en el fondo de la obra que no se revela a simple vista en una primera lectura, y que abre otra vía ética junto a la reivindicación de la verdad de Lolita: la compasión ajena, la necesaria participación de los demás en la condena o la salvación.

En la obra de Nabokov, Humbert Humbert es finalmente juzgado no por el abuso de una menor, sino por el asesinato de Quilty. El relato de su pasión es una coartada que utiliza como defensa frente al jurado. La pérdida de la razón justifica su asesinato. Busca el indulto en la locura.

En Cada noche, cada noche, Dolores Schiller está gravemente enferma. Su muerte está próxima. Libre de la pasión, cumplido el objetivo de rehabilitar la figura de la madre a la que no conoció, descubre una compasión en los demás que acompaña a la razón, a la ética. Una compasión que no se adquiere mediante el subterfugio de la locura, sino desde la honestidad, desde la certeza de tener el derecho a decidir, el mismo que se niega a la nínfula, ese ser latente adornado con atributos ajenos, pero necesariamente privado de voluntad.

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