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Revista de la Asociación Española de Neuropsiquiatría
versão On-line ISSN 2340-2733versão impressa ISSN 0211-5735
Rev. Asoc. Esp. Neuropsiq. vol.37 no.131 Madrid Jan./Jun. 2017
CRÍTICA DE LIBROS
La psiquiatría o la vida
Psychiatry or life
Rosana Corral-Márquez
Unidad de Psiquiatría, Hospital de Sagunt, Valencia, España.
rosana.corram@gmail.com
Rainald GOETZ (2016), Loco, Madrid, Sexto Piso. ISBN: 978-84-16677-01-6, 320 páginas.
Munich, principios de los 80. Rainald Goetz, el hijo veinteañero de un cirujano y una artista, publica regularmente su "Diario de un estudiante de medicina" en el Süddeutscher Zeitung. Se acaba de licenciar en Medicina e Historia. Raspe, su alter ego en la ficción, iniciará igual que él su andadura como alevín de psiquiatra en una clínica universitaria de la ciudad y su peripecia dará cuerpo a una novela que acabará convertida en un clásico.
El Prozac está a punto de comercializarse y la resaca de la antipsiquiatría aún coletea, pero da paso a un furor biologicista que en treinta años traerá una nueva resaca (eso Goetz aún no lo sabe). Goetz-Raspe es un joven lúcido e insobornable, acostumbrado a una escritura en primera persona que le toma el pulso al presente con talento y apenas se despega de su propia experiencia. Quiere ser psiquiatra, pero tiene un ansia de verdad que puede ser su salvación o una condena definitiva: por eso ya es escritor antes que médico de locos. Entonces llega la psiquiatría y le estampa en la retina las imágenes que necesitará conjurar con las palabras: "silencio y gravedad momentáneos en torno a Raspe, mortificante punto muerto, nada de la ruidosa actividad sin sentido que había esperado y contra la que se había armado, nada de eso. Sólo una melodía de éxito, a media voz, desde la izquierda. Allá había un viejo aparato de radio, [...] y una tormenta de miedo que venía girando hacia su cabeza desde los enfermos quietos y temerosos en sus sillas". Una clínica donde parece "como si hubiera para ellos otra ley, una gravedad multiplicada, el aire de la densidad del agua y un tiempo casi paralizado... esa ley insólita, la ley de la enfermedad, la ley de la medicación".
Goetz-Raspe pertenece a una generación en la que el movimiento punk es el último aliento de una rebelión que pronto dará paso al nihilismo como narcótico frente a la presión del sistema. Los hippies del 68 se han aburguesado y le provocan vergüenza ajena: la ideología ya no es un salvavidas ("suéltale a otro el rollo de tu Laing y tu Cooper. Por mí como si te los pones de sombrero. Igual entonces son arte y rebelión"). La escena del punk, con sus catarsis alcohólicas y su violencia gratuita, es lo único a mano, aunque no construya nada más que resaca.
Loco (Irre), la novela que cuenta todo esto, acaba de ser traducida al español por la editorial Sexto Piso tres décadas después de que se convirtiera en un libro mítico, y merece todavía mucha atención. Asistiremos a la doble vida del protagonista Goetz-Raspe entre la residencia hospitalaria y las madrugadas alcohólicas, "una ley escindida para la noche y el día": la brecha psicótica ya está abierta. "Quién entró al día siguiente a eso de las ocho en la clínica. Era alguien modificado o un doble. Qué había pasado. Quién conocía aquellos torpes movimientos entre los colegas".
Con ello irrumpe también la tensión narrativa; necesitaremos saber en cada página cuándo llega el momento en que la locura se apodera del joven médico: cómo se resolverá el pulso que le marca el protagonista a la enfermedad mental, ¿enloquecerá? ¿se salvará? ¿aprenderá el oficio? Quién no ha temido alguna vez que la locura fuera contagiosa. ¿Qué hará nuestro protagonista para seguir aferrado al sentido?
Sabemos que escribir puede aliviarle, y de hecho estamos asistiendo in vivo al nacimiento del libro en el que volcará su búsqueda. Cuando lo publique en 1983, el Goetz novelista ya será conocido en su país después de haber dado la campanada en un evento literario en el que se abrió la frente con una cuchilla ("podéis tener mi cerebro", exhortaba al público) y siguió leyendo sus versos entre goterones de sangre. ¿Un provocador? ¿Un histriónico? ¿Un loco? ¿O ese era el único formato lógico en el que podía expresar su mensaje? Como era de esperar, el gesto le granjeó una fama inmediata y no dejó que nadie se posicionara de forma tibia respecto a él; la publicación de Irre, poco después, daría la razón a quienes hablaron de un genio. En 2015 acaba de recibir el premio Büchner por su trayectoria, el galardón más prestigioso en lengua alemana para la obra completa de un autor.
Volvamos al personaje de Raspe y a su aterrizaje en el mundo del manicomio. "Nos acercamos desde una gran distancia, despreocupados por las leyes de la física, cruzamos en segundos millones de años luz del universo, entramos en la atmósfera de esta Tierra, alcanzamos Europa...", Alemania, Munich. "Desde la perspectiva de un ventilador de techo que gira agradablemente..." espiaremos a Goetz y a su personaje, Raspe, "sumidos en una conversación que se nos ha anunciado como importante". En el arranque del libro, Goetz nos absorbe y nos impone un giro enloquecido de voces y cadencias que parecen el caleidoscopio de la locura hecho novela. Ha llamado a su primera parte "Alejarse" y asistimos sin aviso previo a la mirada del psiquiatra y a la del enfermo de forma solapada, múltiple, en una alternancia de registros a la que cuesta acostumbrarse. No se puede pisar firme, la autoridad del novelista se ha esfumado, Goetz la ha liquidado deliberadamente porque no tolera las relaciones en vertical. Esta implosión a la que nos somete suena como el preludio de una sinfonía dodecafónica: uno no sabe si el concierto ya ha empezado o se ha colado mientras los músicos aún ensayan. ¿Es esta la novela en la que uno quería entrar? Tampoco un psicótico tiene muchas más certezas cuando la locura empieza a deshilachar el tejido de su pensamiento. Trastabillaremos entre extractos de historias clínicas, tratados de psiquiatría, cartas de derivación de pacientes, sesiones clínicas, debates televisivos, retratos de psiquiatras, de pacientes, de la atmósfera manicomial, charlas entre colegas y hasta insertos metaliterarios en los que el autor comenta su tarea con la escritura y hasta se atreve a girar 180 grados: otorga la voz al lector, el "observador neutral bienintencionado", y oímos cómo este interpela al Goetz-autor y le pide un texto ordinario ("en lugar de perderse en juegos de perspectivas, usted debería aportar más material para el tema").
En medio del barullo, la voz de Raspe cogerá el relevo y se abrirá paso en la segunda parte ("Dentro") para ordenar sus impresiones y no dejarse devorar por ellas. La trama se hace lineal, pero la escritura sigue pegada al devenir de la psicosis en su aspecto más adictivo: la libertad y el atrevimiento absolutos. El flujo de conciencia de Raspe se muestra sin filtro alguno, en un tono fresco y desinhibido por completo; forma y contenido ya son la misma cosa. Con ello el autor se marca un doble tanto y nos ofrece la libertad expresiva del loco, tan llena de verdad como el soliloquio de un esquizofrénico. Somos nosotros los que tenemos que rescatar la coherencia cuando todos los asideros de la lógica han saltado por los aires.
En cuanto al contenido: Raspe ya ha comprobado que la locura no es genio ni contestación y que no podrá "curar" a nadie. Se le ve repelido y fascinado por la psiquiatría a un tiempo; la impenetrabilidad de la psicosis le reta y la teoría se le ha caído ("ahora -el paciente- callaba, allí plantado ante la puerta, y de repente callan todos los libros en uno"), pero el poder y la violencia que se ejerce sobre los enfermos le hace revolverse ("Raspe sostenía la cabeza del paciente. ¿Qué se piensa en esa cabeza? ¿Qué se piensa en la mía? ¿Raspe pensaba? ¿Veía cómo esa escena lo mezclaba todo: delectación de la violencia, necesidad terapéutica y venganza? ¿De verdad lo veía? Actuaba, sostenía por detrás la cabeza del paciente. ¿Es que hay elección en semejante situación?").
Ningún médico se erige como modelo para él. Uno de los atractivos del libro es la lista de psiquiatras envanecidos que cataloga. Ni siquiera hay piedad para Singer, el hippie risueño e indolente, que tenía "una maravillosa fe en la función emancipatoria de su exterior no convencional", ya que acude a la autoironía, "la postura más barata". O Andreas, el racional, "siempre en guardia, temiendo ser demasiado psiquiatra", que "intentaba compensar con distanciamiento intelectual literario todas sus dudas sobre el oficio". O tampoco el iconoclasta profesor Schlüssler, "un extremista correoso en cuya conferencia se mezclaba el indisimulado desprecio a sus pacientes, una misantropía en suma, con un énfasis de verdad implacable y nada complaciente con el estado de la propia profesión". Un punto álgido de la novela, por cierto, es la escena de su clase práctica en la facultad: "en ningún otro sitio se mostraba todo el horror y, con él, la verdad de la psiquiatría, en una autenticidad despiadada, incluyendo la participación del psiquiatra, del que las exigencias de su oficio hacían casi inevitablemente un monstruo". A Raspe todos los enfermos le parecen un único "paciente gigantesco". Solo le queda, como ve hacer a sus colegas, apelar a la omnipotencia para salvarse, a la "megalomanía, las ambiciones desaforadas y una carrera científica relámpago: debo, quiero, seré, quiero, quiero, quiero". Sin embargo, "al mismo tiempo [...] veía, lejos de toda ilusión, la total miseria de la psiquiatría".
Dejando de lado la peripecia de su personaje de ficción, cuyo desenlace no queremos desvelar aquí (está en la tercera parte, que llama "Orden" y es la más árida de las tres, experimental hasta el tedio), sabemos que Goetz desarrolló a partir de este punto de su vida una carrera literaria. En el libro no solo da cuenta de las dudas y obstáculos del psiquiatra, también los que enfrenta el artista. Como el fotógrafo, ha traído las imágenes de la locura ante nosotros y ha querido hacernos escuchar "en el interior de la visibilidad sin palabras". Pero la psicosis parece quedar siempre más allá de éstas. Él ha leído mucho, "los libros de texto, los críticos y los políticos, así como los poéticos libros sobre la psiquiatría y la hermosa locura. Se vio a sí mismo leyéndolos; aquello fue una infección. Algunos patógenos dejan inmunidad; otros, una debilidad y cierta predisposición". Pero ya en los tratados clásicos Raspe encuentra este fracaso, proveniente de una época "aún más terrible" en la que "se escribieron exhaustivos y magníficos libros de consolación a partir del espíritu científico del siglo XIX". Tras leer a Jaspers y su Psicopatología "de ningún modo comprendía mejor la esquizofrenia y con ello a Kiener" (su paciente). Los maestros "han escrito libros que lo explican todo y sin embargo no pueden conducir a un final lúcido". "Un viento melancólico y poético recorre los grandes LIBROS DE TEXTO psiquiátricos", concluye.
Lástima de carrera psiquiátrica malograda, la de Goetz. Su mirada tiene una penetrancia y una comprensión natural del alma que le acerca a Cervantes o Shakespeare, los primeros y mejores psicopatólogos para muchos. Nos regala escenas brillantes como la del depresivo señor Fottner, que "no era más que un par de pantuflas que combatían milímetro a milímetro a través de las vetas negras y azules del linóleo contra el poderoso deseo de parálisis. [...] ¿No quería también el linóleo detener las pantuflas y asimilarlas?". Si hubiera dado con un buen maestro, el psicoterapeuta tan ansiado hubiera brotado en él. ¿Sólo era eso lo que le faltaba? No está del todo claro. Hubiéramos agradecido, eso sí, una visión menos desoladora (y por momentos hasta maniquea) del alcance de la curación con las palabras (no sólo con los fármacos o la TEC).
Pero, ¿qué inclina a uno a convertirse en artista o en terapeuta? La respuesta palpita entre las líneas de esta novela: es la vocación para la costumbre o el cinismo. He aquí la médula de un auténtico autor, de alguien que trasciende más allá de lo doméstico porque no puede permitirse una postura cómoda. "Hay que acallar constantemente ese duelo ardiente por la impotencia. Entonces viene la costumbre. Es de lo más necesaria en la medicina, en especial en la psiquiatría. La costumbre ya está ahí cuando al joven se le inyecta en el cuerpo, imperceptiblemente, con la inyección de muerte. [...] Así camina la vida en lugar de la inmortalidad".
Goetz no podía ser psiquiatra, ni con la guía del mejor de los maestros. Necesitaba hacer literatura, "la más bella de las reinas. ¿Y por qué es tan bella? Porque puede estar preñada de la verdad como ninguna otra cosa, sólo con que uno la haya embarazado inteligentemente [...]. Lo único que necesitas es respetarte a ti mismo y a aquel a quien deseas contárselo todo".
Gracias a ello ganamos pues un narrador provocativo e imprescindible. Y un buen puñado de verdad, la que contienen las 314 páginas de este libro. No es una lectura complaciente ni lineal, sino llena de altibajos y pasajes quizá prescindibles, pero nos devuelve el contacto con los primeros interrogantes: preguntas que nunca llegamos a contestar y que la costumbre o el pánico relegaron a un demorado segundo plano.
En vez de respuestas, Raspe nos trae siempre el invierno: "y por la ventana se veía caer la nieve. Los copos eran pesados, ¿no es verdad?, tan pesados y grandes...".