“… «Solo hay hechos». Y, quizás, más que hechos, interpretaciones…”
Nietzsche (1)
Introducción
El hombre es un ser hablante y utiliza el lenguaje como medio de comunicación. Es un ser de lenguaje y discurso y, en la relación con el otro interpreta sus palabras, de ahí que se pueda decir que la interpretación es un acto generalizado. Asimismo, la interpretación del mensaje del otro depende de la relación afectiva entre los comunicantes; es decir, tiene como marco la ambivalencia afectiva entre los seres humanos. De manera que la interpretación que se realiza de los hechos y signos del otro siempre está en función de los vínculos de amor/odio entre ellos.
En estas circunstancias, el malentendido es inherente a la comunicación humana, ya que el sentido no es decidido por el emisor, sino por el receptor. La intersubjetividad está en juego en la estructura de la comunicación, por eso el “bien entenderse” es lo extraño, como dice Pérez (2). También es preciso tener en cuenta, de acuerdo con Eco y Gadamer (3,4), que la interpretación es indefinida e interminable, de ahí que el intento de buscar un significado final conduzca a la aceptación de un deslizamiento interminable del sentido.
Nietzsche afirmaba que la realidad era una incógnita y el hombre sólo podía interpretarla. En el año que muere, 1900, Freud publica La interpretación de los sueños, texto que es el origen de una nueva disciplina, el psicoanálisis, que descubre un nuevo objeto, el inconsciente, una nueva realidad psíquica que determina la vida de los sujetos.
La psicoterapia de grupo psicoanalítica
La psicoterapia de grupo psicoanalítica surge como alternativa a la atención de pacientes graves en las instituciones públicas, pero hoy en día, con las numerosas prácticas grupales existentes, ha adquirido un desarrollo significativo y una especificidad propia. Pensamos la instancia “grupo” a partir de la idea lewiniana, como “un todo más allá de la suma de sus elementos”. Describimos al grupo como un conjunto de seres hablantes con diferentes subjetividades reunidos en un espacio/tiempo determinado y que, en su devenir, organizan una estructura grupal tejida por las diversas interacciones, interrelaciones y vínculos; una realidad psíquica compleja de pensamientos/afectos/acciones atravesados por la realidad social.
La estructura grupal se produce en el anudamiento de tres elementos: el equipo terapéutico, que sostiene el encuadre y la función interpretante; la organización grupal, constituida por la interacción y vinculación entre los integrantes; y la tarea, en este caso, terapéutica, que sería el objetivo común por el que se reúne el grupo, es decir, la elaboración conjunta de la problemática intra, intersubjetiva y grupal.
El grupo se construye con la trama vincular producida en la interacción a través de mecanismos de identificación/proyección. Se manifiesta al hacerse explícito el “nosotros”, que es una “ilusión grupal” necesaria para la constitución del grupo, al igual que el narcisismo en la construcción del sujeto, como señalara Anzieu (5). La organización grupal se construye a partir de dos organizadores: los grupos internos, psíquicos, y los socioculturales, como plantearan Pichon–Rivière y Kaes (6-7). Asimismo, el grupo puede entenderse como el sistema de relaciones que se estructura exteriormente a los individuos que la componen en base a la triangulación coordinación-grupo-tarea, como subrayara Bauleo (8).
El sujeto, desde la teoría psicoanalítica, lo pensamos en relación al Otro, un sujeto del inconsciente que nace en el vínculo con el Otro. Aquí seguimos la hipótesis freudiana de Psicología de las masas y análisis del yo: “En la vida anímica individual, aparece integrado siempre, efectivamente, “el otro”, como modelo, objeto, auxiliar o adversario, y de este modo, la psicología individual es al mismo tiempo y desde un principio, psicología social, en un sentido amplio, pero plenamente justificado”(9). Asimismo, como “grupalistas” consideramos que el sujeto del inconsciente se constituye en lo social, en el grupo/s, y en el vínculo/s; es decir, se constituye en función de las relaciones sociales, grupales y familiares. Es un sujeto que se construye a través de aquellos vínculos que han sido significativos a lo largo de su vida.
Interpretamos los grupos terapéuticos desde la teoría psicoanalítica y la de grupo operativo. La interpretación psicoanalítica varía en función de sus diversas orientaciones: la freudiana es diferente a la kleiniana, y ésta a su vez de la lacaniana. Así, la contratransferencia en la interpretación kleiniana es un instrumento fundamental; mientras que para la lacaniana, al igual que para Freud, la contratransferencia ha de resolverse en el espacio del análisis y de la supervisión, y no en la sesión analítica, ya que en ésta el objetivo es el inconsciente del paciente. La interpretación lacaniana no se realiza en el registro de lo imaginario (¿qué le pasa aquí conmigo…?), sino en el registro simbólico, orientada por lo real, lo pulsional.
Las interpretaciones en las teorías grupales también son diversas, unas se dirigen sólo al individuo, otras al grupo, y en nuestro caso las dirigimos a los diversos niveles del campo grupal. Para la interpretación desde la teoría grupal, priorizamos a Pichon-Rivière (6), Bauleo (8, 10) y Pampliega de Quiroga (11), pero nos interesan también las teorizaciones de Ana Fernández, O'Donnell, Jasiner y Baudes de Moresco (12-15), porque estudian los grupos desde la teoría psicoanalítica freudolacaniana. Por otro lado, hay que tener en cuenta que la interpretación se realiza desde el grupo interno del profesional, como diría Pichon-Rivière o Kaes; o desde la subjetividad, desde el propio fantasma de cada uno, que muestra el modo de relación con los otros, en palabras de Lacan (16).
A continuación, planteo ocho preguntas sobre la interpretación en los grupos terapéuticos: qué es una interpretación, cuáles son sus condiciones de posibilidad, para qué, quién y cuándo se interpreta, y, por otro lado, a quién, cómo y qué interpretar en el grupo terapéutico. Alguna de estas preguntas ya fueron planteadas por Sánchez Escárcega, Campuzano, Tarí, Cifuentes y Suárez (17-20).
Algunos interrogantes acerca de la Interpretación
a) ¿Qué es una interpretación psicoanalítica?
El inconsciente es el objeto de estudio de la teoría psicoanalítica y sólo puede accederse al mismo a través de las denominadas “formaciones del inconsciente”: síntomas, lapsus, sueños y actos fallidos. La interpretación psicoanalítica permite acceder al inconsciente, a la verdad del sujeto, a través de la palabra y de la asociación libre del paciente. Para producirse, precisa las asociaciones del analizante, lo que nos muestra que no es producida sólo por el analista.
La conceptualización de la interpretación cambia ante la evidencia de la compulsión a la repetición, ya no se trata sólo de dar sentido a las representaciones reprimidas o a los sueños, como Freud planteara al inicio. La interpretación, que era la palabra que le faltaba al síntoma para que el deseo inconsciente fuera reconocido (momento de la palabra verdadera), se transforma ante la constatación de que lo que debería recordarse se repite como acto. La compulsión muestra que, aunque el hombre no quiera saber ni recordar, sus deseos pugnan por salir, no como recuerdos, sino como repetición. No es la repetición de lo reprimido anudado en el síntoma, sino una repetición que es compulsión, que muestra la fijación de la pulsión, lo que se repite es la experiencia de goce para el sujeto, dirá Lacan.
La interpretación pretende remover la satisfacción pulsional del sujeto, por eso se piensa más como un corte que permite la reflexión de las propias palabras del analizante, para que quede sólo abierta a aquellos sentidos que incidan en la verdad del sujeto. Se interviene en las repeticiones del discurso del paciente para posibilitar que el analizante se adueñe de su historia tal como la escribió con los significantes del deseo materno.
La nueva posición del analista es escuchar el significante y no el sentido, sin olvidar que se trata de un significante incluido en una cadena de significantes. Ello permite una nueva lectura que varía la posición subjetiva en la que ha quedado fijado el sujeto. Estos cambios en la interpretación conllevan otros en relación al inconsciente y sus formaciones. Así, el sueño, que era considerado producto del inconsciente, ahora más que un hecho a ser interpretado es una interpretación que hace el inconsciente del soñante.
El analista, como intérprete de las manifestaciones del inconsciente, cambia de posición al conceptualizar la teoría lacaniana, que el inconsciente es quien interpreta. Este cambio se apoya en tres tesis claves: a) La interpretación es posible porque el inconsciente está estructurado como un lenguaje; b) La interpretación es bajo transferencia; c) El inconsciente es el que interpreta, antes y más que el analista.
Para interpretar desde esta teoría es preciso dejar hablar y escuchar al inconsciente, ya que sus manifestaciones son interpretaciones implícitas del deseo del sujeto. Por eso se ha de realizar una “escucha silenciosa”.
b) ¿Cuáles son las condiciones para que se produzca la interpretación y para qué interpretar?
La interpretación precisa tres condiciones: las dos primeras corresponden al campo interno, nos referimos al deseo del analista y del paciente, la tercera proviene del campo exterior, el encuadre grupal que enmarca la experiencia, que, a su vez, requiere un encuadre interno que organice la experiencia y que depende de la formación teórico/práctica del analista y del análisis personal. La primera condición es el analista grupal, con su deseo de realizar el grupo terapéutico y dar existencia a ese grupo para que los integrantes se abran a sus deseos inconscientes y encuentren su singularidad. La segunda es el deseo del paciente de ser interpretado, que quiera conocer lo que le pasa, además de querer trabajar junto a otros. Este deseo de cambio se percibe en su posición, en su actitud de apertura o cierre al inconsciente y a la dinámica grupal, también en la asociación o no de su palabra con la de los otros y en su acogida o rechazo al discurso intelectual y afectivo del grupo.
El encuadre incluye dos niveles, el encuadre interno del equipo terapéutico, con el que hacemos referencia al esquema referencial del equipo terapéutico y, el externo, que se refiere al conjunto de las variables fijadas que garantizan el proceso grupal (constantes espacio/temporales) y permiten el análisis de lo no fijo, del devenir del grupo. El encuadre ha de explicitarse con mucha claridad y reiterarse en las primeras sesiones grupales, porque las resistencias inconscientes pueden depositarse en el mismo y evidenciarse como retrasos, ausencias, silencios, etc. Estos dos aspectos del encuadre y su mantenimiento son el marco que posibilita el encuentro, la palabra y la conversación entre los miembros del grupo y con el equipo.
Respecto a la tercera pregunta (¿para qué interpretar?), la respondemos brevemente, sabiendo que nuestra responsabilidad es acoger el malestar, saber escuchar y leer lo que está más allá de las palabras del paciente. Se interpreta para que puedan hacerse cargo de sus decires y acciones, para que puedan conocer lo que no quieren saber en relación a sí mismos y de sus vínculos con los otros. Se interpreta para que puedan conocer aspectos inconscientes de sí mismos, de los otros y del latente grupal, y para que puedan acceder a una posición subjetiva de menor sufrimiento. A través de la interpretación pueden simbolizar sus experiencias, elaborar aquellos elementos relativos a su malestar y, en la dinámica grupal, diferenciarse de los otros y obtener efectos de subjetivación.
c) ¿Quién interpreta? y ¿Cuándo interpretar?
El primer interrogante fue planteado por Anzieu (5), Pichon-Rivière (6), Bauleo (8, 10) O'Donnell (13), Foulkes (21), Kesselman y Pavlosky (22) y, en nuestro país, por Caparrós o Ávila y García de la Hoz (23-24), entre otros. Todos ellos proponían desplazar progresivamente la función interpretante a todo el grupo con el objetivo de que en el devenir la mayoría de las interpretaciones fueran alcanzadas por los pacientes. Freud ya señalaba en la correspondencia con Fliess que el trabajo de interpretación debía ser realizado por el analizando (25), y Pichon-Rivière, que el coordinador era un “co-pensor” (6). Bauleo (10), que fue mi maestro en lo grupal, llegó a denominar “coterapeutas” a los integrantes cuando habían aprehendido a realizar esta función.
La interpretación en psicoterapia de grupo genera dos efectos diferentes, unos analíticos y otros terapéuticos: los “analíticos” son producidos por el analista grupal, los “terapéuticos” son generados en el trabajo compartido con los miembros del grupo. Sigo aquí la diferenciación que hace Buzzaqui (26), que denomina “efectos analíticos” a los producidos por la intervención/interpretación del equipo terapéutico basada en su formación teórico-práctica, en la posición diferenciada que ocupan y en la transferencia depositada por los integrantes. Y los diferencia de los “efectos terapéuticos” producidos por las intervenciones tanto de los integrantes como del equipo.
Al principio, las intervenciones/interpretaciones analíticas y terapéuticas sólo son realizadas por el analista grupal, pero, poco a poco, algunos de los materiales producidos van a poder ser analizados también por los integrantes, lo que les va a permitir ofrecer intervenciones que generen efectos terapéuticos sobre los compañeros. Éstos aprenden a realizar estas intervenciones a través del proceso de observación continuada del equipo. En el devenir grupal, se ejercitan en la detección de los mecanismos inconscientes puestos en juego en la dinámica grupal, es un aprendizaje que se realiza gracias a la observación de las intervenciones, preguntas, señalamientos e interpretaciones del equipo terapéutico.
Los participantes aprehenden de la observación y escucha del inconsciente propio y de los otros a interrelacionar los elementos que surgen en el grupo, también a detectar las contradicciones y falsos dilemas, lo que mejora su capacidad de simbolización y elaboración. Poco a poco, realizan intervenciones con efectos terapéuticos sobre los compañeros, aprendizaje que a su vez pondrán en práctica en su vida cotidiana. Los efectos de este trabajo conjunto son señalados por Jasiner: “Se trata de que el analista grupal enseñe y facilite a los integrantes la escucha y lectura de su propio inconsciente” (14).
Facilitamos las transferencias laterales, lo que potencia, por un lado, las identificaciones en las primeras etapas del grupo y, por otro, que el terapeuta quede menos catectizado transferencialmente, de ese modo se disminuye la idealización y dependencia de éste. Promovemos que los participantes sean activos en la lectura de los acontecimientos de su vida y la de los otros para que el proceso de elaboración sea grupal. El aprendizaje e internalización de la lectura del inconsciente y de lo latente grupal es el factor terapéutico más relevante en la psicoterapia grupal. Esta experiencia es muy significativa para los integrantes, por ello insistimos en la no interferencia de los discursos de los pacientes en el grupo. La función terapéutica se comparte por la facilitación de las transferencias laterales y la dilución de las centrales, de acuerdo con O'Donnell (13). Estos movimientos, al posibilitar la realización de elaboraciones cruzadas, potencian la simbolización de las experiencias.
Respecto a cuándo interpretar, en La interpretación en psicoanálisis, Winnicott (27), señalaba que la interpretación era inútil si no se apoyaba en el material presentado por el paciente y si no se realizaba en el momento oportuno, minutos después de escucharlo. Añadía que si no se respetaba el tiempo, se hacían “interpretaciones inteligentes” que son amenazantes para el analizante. En los grupos terapéuticos nuestra intervención ha de ser posterior y apoyarse en las realizadas por los integrantes, por eso esperamos a las interpretaciones de los participantes para que puedan ser escuchadas. Esta actitud de escucha silenciosa es lo que posibilita que sus intervenciones sean retomadas, completadas o reinterpretadas por el terapeuta, de acuerdo con Gear y Liendo (28).
d) ¿Qué se interpreta y a quién interpretar en el grupo?
Estos dos interrogantes remiten a las articulaciones entre el análisis individual y grupal, y a las diversas relaciones entre: partes/todo, individuo/grupo, psicoterapia individual “en” grupo vs. psicoterapia “de” grupo, como señalaron Bauleo y Fernández (8, 12). Pero, de acuerdo con O'Donnell y Fumagalli (29, 30), esta apasionada polémica acerca de la interpretación individual/grupal fue planteada de manera dilemática y no dialéctica. En este debate a veces no se entendió que la interpretación del fenómeno grupal llegaba también a los sujetos, y que, a su vez, lo grupal no podía interpretarse si no era a partir de lo individual.
La interpretación individual se dirige al discurso individual y la grupal es la intervención que se centra en el discurso del grupo generado por los diferentes sujetos y el equipo terapéutico. Se trataría de un discurso grupal producto de la resonancia fantasmática libidinal entre los distintos participantes y en los diversos momentos y contingencias a lo largo del devenir del grupo. Considero que el eje de la línea interpretativa en lo grupal es el discurso del grupo que se organiza en la conexión entre los diferentes discursos y que incluye lo corporal; tiene lugar en la articulación de pensamientos, afectos y acciones, como señala Federico Suárez (31).
Mientras que las interpretaciones individuales las dirigimos a la psicopatología del sujeto, las grupales se dirigen sobre todo al análisis de las resistencias del grupo, lo que a su vez facilita la cohesión e identidad grupal. En la interpretación articulamos dos discursos, el individual y el grupal que se enlaza a través del portavoz/ces del grupo, pero también articulamos dos tiempos, el pasado de la fantasía con el aquí y ahora del presente grupal. Para conseguir esta doble articulación nos apoyamos en lo vertical que se unirá a otros puntos de apoyo de la verticalidad, para retomar después la horizontalidad. Y en movimientos sucesivos a la inversa; es decir, desde la horizontalidad a la verticalidad, conformando un movimiento en espiral que va desde lo manifiesto a lo inconsciente y a lo latente grupal.
Dirigimos la interpretación individual al sujeto que ha elaborado la fantasía y posteriormente observamos si esta interpretación se puede “horizontalizar” en función de las resonancias fantasmáticas. Esperamos a que las fantasías singulares se hagan comunes y desde las colectivas apoyamos las individuales siempre que sea pertinente para la tarea grupal. Es decir, desde la fantasmática grupal nos trasladamos a lo individual y viceversa, facilitando aquellos movimientos que señalan lo común o lo que es diferente dentro del grupo. De esta manera, promovemos las identificaciones o desidentificaciones según el momento grupal, en función de que queramos potenciar el “nosotros” o la singularidad.
La polémica acerca de si la interpretación se dirige al individuo o al grupo, que da lugar a tendencias grupales enfrentadas, nos parece hoy en día poco pertinente al estar ambas en una estrecha interrelación. Es evidente que no puede hablarse de interpretación grupal si no se apoya en la individual, y viceversa, no puede realizarse una interpretación individual si no se tiene como marco de referencia el ámbito grupal. Es decir, una no es sin la otra. La interpretación se dirige a los sujetos y a los vínculos que establecen entre ellos, y cuando los emergentes individuales resuenan, se comparten, se “grupalizan” (es decir, cuando se hacen emergentes también del grupo, aunque no representen a todos) hacemos la interpretación grupal que se orienta hacia lo “latente” de ese grupo.
Distanciándome del debate sobre a quién interpretar en los grupos, me interesa la reflexión acerca de si la interpretación grupal se puede denominar psicoanalítica, ya que no existe el inconsciente grupal. El término es pertinente porque en el grupo terapéutico se da un discurso grupal con elementos latentes que han de ser explicitados, y la teoría psicoanalítica es la que nos brinda los instrumentos para realizarla. La interpretación individual y la grupal son psicoanalíticas porque ambas se complementan para generar una operación de reducción de lo imaginario y, de ese modo, pasar a lo simbólico e intentar acceder a lo real de cada sujeto singular.
En resumen, en la interpretación tratamos de que lo imaginario y lo real accedan al registro simbólico, y para ello nos orientamos por el discurso del sujeto/s y por los emergentes grupales que conforman el discurso del grupo. Las interpretaciones individuales modifican el discurso de cada participante y las dirigidas al latente grupal, si son operativas, generan otros cambios en las posiciones en el grupo; es decir, producen también cambios subjetivos.
e) ¿Cómo interpretamos?
Interpretamos con palabras que evidencian que el inconsciente y el latente grupal están estructurados como un lenguaje, palabras que tienen influencia sobre los síntomas/lapsus/sueños. Las preguntas y señalamientos son las intervenciones más frecuentes, en ellas subrayamos lo significativo de los decires de los participantes, lo que se anuda en el entrecruzamiento de los diversos discursos que surgen en el devenir del grupo y de los sujetos.
La interpretación es una intervención menos frecuente, más compleja, y pretende que desde las significaciones que circulan en el grupo se acceda a las diversas singularidades de sentido interrogando lo obvio, de tal manera que la función interpretante se desplace desde las verdades profundas hacia la puntuación interrogante, ya que la otra escena ha estado ahí todo el tiempo, late, insiste y, aun así, su presencia permanece denegada, de acuerdo con Ana Fernández (12).
En nuestra intervención subrayamos, puntuamos algún sentido o sin sentido, resaltamos alguna paradoja o contradicción en los sujetos. Es decir, acentuamos algún elemento en la compleja red de producciones simbólico-imaginarias que se han producido en el grupo. La interpretación grupal se orienta por el discurso producido por el grupo, es una hipótesis acerca de la fantasía compartida por varios miembros del mismo. Es una conjetura que, a su vez, crea las condiciones de posibilidad para que otros sentidos y nuevas hipótesis sean enunciadas.
Interpretamos las formaciones del inconsciente, entre ellas, privilegiamos a los sueños, sobre todo, si son emergentes del grupo, como aquel sueño de uno de los integrantes en el que aparecía escondido y agazapado en un rincón para no ser visto por los otros, mientras observaba al resto de los compañeros hablando entre sí. Este sueño muestra la posición del sujeto, pero también el “latente grupal”, que evidencia la angustia que se produce en la incorporación a un grupo; y, asimismo, los deseos, temores y contradicciones que se evidencian en el deseo de comprometerse y en el temor a vincularse con los otros.
Este sueño fue un emergente grupal porque en resonancia fantasmática permitió a dos compañeras expresar su angustia y las fantasías de huir del grupo. En una de ellas expresada somáticamente a través de una intensa taquicardia y, en la otra, al explicitar el temor a ser atrapada en la relación. El significante “desaparecer” compartido por varios miembros del grupo mostraba los temores y angustias en el proceso de pertenencia a un grupo. Este significante surge en el sueño, a través de la imagen de estar escondido, lo que muestra el deseo de ser invisible a la mirada de los otros; también en el síntoma de la taquicardia, que expresa la angustia a desaparecer en el grupo; y en las fantasías de huida, en los deseos de desaparecer que muestran también su reverso, el temor a quedar atrapada en los vínculos grupales.
En esta pequeña viñeta grupal, mostramos emergentes individuales que a su vez lo son del latente grupal, y que expresan las resistencias a afiliarse y pertenecer al grupo. La elaboración de este sueño a nivel grupal fue de gran interés porque desbloqueó la situación. Fue a través del sueño grupal que interpretaba el latente del grupo como pudieron manifestar las fantasías y temores compartidos, y como se pudo articular lo individual y lo grupal. Lo individual se manifiesta posteriormente en el relato de una de las mujeres del grupo: ésta reflexiona acerca de su necesidad de huida y dice que es un síntoma reiterativo, que es una repetición de la relación que ha tenido siempre con su grupo familiar.
La función interpretante: el equipo terapéutico
El equipo terapéutico se hace cargo de la función interpretante, un factor terapéutico fundamental. Preferimos que esté formado por un terapeuta/analista grupal y un observador con funciones claramente diferenciadas; para ello se ubican en la periferia del grupo, en el espacio de intersección entre el adentro y el afuera, con una distancia e implicación diversa. El analista grupal está inmerso en los movimientos grupales con una menor distancia y es incluido en el registro imaginario constituido por la red de identificaciones y transferencias. Y el observador se sitúa fuera de esa dinámica, excepto en el momento de la lectura de emergentes.
Utilizo el término “analista/terapeuta grupal” porque me parece más pertinente que el de animador o director. La denominación analista grupal me parece más ajustada a la función interpretante analítica que realiza. El término “coordinador” lo utilizo en aquellos grupos con tareas diferentes a las terapéuticas, por ejemplo los de formación o supervisión. Siempre que las condiciones institucionales lo posibiliten trabajamos con ambas funciones, de forma que el analista grupal pueda centrarse más en “operar” sobre los integrantes y el grupo, y el observador en “observar” la dinámica grupal incluyendo al compañero de equipo, para posteriormente, y media hora antes de finalizar el grupo, realizar la lectura de emergentes.
El equipo terapéutico funciona como co-pensor del grupo; el observador, desde una posición más distanciada y separado de la mirada de los otros, no se incluye en la dinámica del ver-ser visto. Se posiciona casi fuera del circuito libidinal excluido de las miradas, aunque pueda ser objeto de catexia en el momento de lectura de emergentes, cuando ejerce la función de testigo y lector del acontecer grupal. Desde su posición descentrada, hace una escucha silenciosa privilegiada de lo que acontece entre los integrantes y de la relación que establecen con el analista grupal, y, asimismo, del vínculo que éste y el grupo generan con la tarea terapéutica.
En la lectura de emergentes se utilizan las propias palabras y frases de los integrantes con una interpretación final, con modalidades diversas que pueden ser más o menos breves en función de los objetivos y momentos grupales. Esta brevedad podría quedar reducida a un dicho o a una frase en etapas avanzadas del proceso grupal, como cuando después del análisis de una sesión la significamos con un título. Ponemos como ejemplo uno de ellos: “De la esclavitud y el sometimiento a la demanda de los otros a la responsabilidad con los deseos y actos propios”. Un título que sea representativo del discurso del grupo y, por tanto, del momento y devenir grupal.
La distribución de funciones y la posición descentrada evitan los riesgos de ofrecerse como modelo de identificación e Ideal del yo, hecho que nos diferencia de otras corrientes de psicoterapia de grupo. Podemos decir que el analista grupal sostiene más el pensamiento y deseo de los sujetos que el observador, que, en virtud de su mayor distancia, se centra más en el discurso grupal y observa la interrelación grupo-analista-tarea. El analista/terapeuta grupal sostiene el discurso individual para que los participantes puedan interrogarse sobre sus deseos, aunque realice también intervenciones grupales. El observador, a su vez, lee e interroga el discurso grupal, y excepcionalmente añade una interpretación individual si es pertinente a la tarea. Podríamos decir que el analista grupal sostiene más el registro real e imaginario de los integrantes apoyándose en lo simbólico y el observador facilita el pasaje de lo real e imaginario al plano simbólico.
En síntesis, la interpretación del equipo terapéutico está en función de sus conocimientos teórico-prácticos, de su teoría de la subjetividad y de la conceptualización grupal, y, asimismo, de su lógica subjetiva. Una subjetividad pensada como producto de la trama vincular constituida en el grupo familiar, sobre todo, en la interrelación “de” y “con” los deseos de los padres. Estos vínculos socio-familiares internalizados se externalizarán en el grupo terapéutico y se transmitirán a través de lo corporal, la mirada, la voz, las palabras, los afectos y las acciones.
Los vínculos expresan los modos de relación, los deseos, las fantasías y necesidades que en el grupo entran en resonancia fantasmática con los de los otros y organizan hilos conductores, cadenas y puentes asociativos que, conformados por palabras, generan los procesos de significación. Esta simbolización en los grupos se facilita porque se conforma una red, un sistema, una estructura, una “matriz grupal”, utilizando el término foulkiano para expresar el entramado de relaciones afectivas y comunicaciones entre los integrantes. Se trata de una red compleja de comunicaciones que se establece en el grupo y que influye sobre cada uno de los miembros, y que, a su vez, es el medio por el que se producen los cambios en el mismo.
El vínculo en la teoría pichoniana es un concepto central. Es una formación intermedia entre los sujetos, pero también entre el sujeto y la familia/el grupo/la institución. Nosotros privilegiamos el vínculo en el grupo terapéutico porque posibilita la articulación entre lo intrapsíquico/lo interpersonal/lo transubjetivo, de acuerdo con Caparrós (32). Tanto el vínculo intersubjetivo como el inconsciente de los sujetos se organizan a partir de las alianzas inconscientes de los grupos a los que se ha pertenecido, como plantea Kaes (7), autor que define el vínculo como “realidad psíquica inconsciente producida en el encuentro entre dos o más sujetos” y que, a su vez, es denominado “Aparato psíquico vincular” por Bernard (33).
La interpretación y el emergente
La interpretación suele ser una intervención verbal destinada a mantener la relación de los sujetos con su inconsciente, por un lado, y, por otro, con lo latente grupal. En los grupos también son significativos los dos objetos pulsionales que descubriera la teoría lacaniana, la voz y la mirada. El registro de la mirada es importante en los grupos por la presencia de los cuerpos. En el espacio grupal, las miradas se dirigen de unos a otros, también hacia el analista grupal y, puntualmente, al observador.
La interpretación es de los emergentes individuales y grupales. Para realizarla, observamos la libre discusión del grupo, priorizamos la escucha de lo que se dice para posteriormente seleccionar los emergentes, organizarlos y enunciar la intervención. Escuchamos las palabras más relevantes, detectamos los emergentes en la cadena asociativa después de una escucha cuidadosa de aquellas palabras que insisten y se transforman en significantes.
La interpretación se orienta por los emergentes, se guía por un camino que se inicia en el emergente inicial de la primera sesión. En un grupo de trastornos de personalidad, se inicia con el emergente compartido por varios miembros: “He hecho muchos intentos de suicidio”. Después de un recorrido, en el deslizamiento a través de los sucesivos emergentes, se llega a un punto de inflexión en el que se plantean la pregunta por la causa. Es el momento en el que se accede al interrogante respecto a lo que es una madre, y que se explicita del siguiente modo: “¿Es una madre alguien que no protege a su hija de los abusos sexuales?”.
Realizamos una nueva lectura de la unidad de trabajo de Pichon-Rivière (6) Existente-Interpretación-Emergente y planteamos que la interpretación posibilita el pasaje entre el existente (que se genera con lo real e imaginario de los participantes) y el emergente, que se construye como efecto de la interpretación y pertenece al registro simbólico. Esta idea se puede formular de otra manera: la interpretación es una intervención en el registro simbólico sobre los existentes, que son los fenómenos que se dan en la realidad existencial de ese grupo y que están organizados en base al registro imaginario y real de los integrantes.
La interpretación en el registro de la palabra transforma los existentes en emergentes, que, a su vez, generarán los existentes de la nueva situación grupal y que en dinámicas posteriores demandarán ser interpretados, y así sucesivamente. A lo largo del devenir grupal, todas las intervenciones/interpretaciones se apoyarán sucesivamente en las cadenas asociativas de emergentes, que a su vez construirán el discurso singular de ese grupo.
Relataré una pequeña viñeta para mostrar lo que entendemos como registro de lo real en los sujetos del grupo. Para ello, reflexiono sobre el material y algún acontecimiento sucedido en un grupo terapéutico con personas diagnosticadas del denominado trastorno límite de personalidad. Estos grupos se caracterizan por el acting out y los pasajes al acto de sus integrantes, debido a sus graves dificultades para la simbolización. El registro de lo real se refiere precisamente a aquello que no pudo ser simbolizado, y por ello se repite como acto al no haberse podido poner en palabras. En los actos violentos se muestra la repetición de la violencia que con frecuencia estas personas recibieron en la infancia.
Se trata de una violencia verbal, física o sexual que irrumpe una y otra vez en el grupo y fuera del mismo, en una compulsión a la repetición. Es una violencia en las relaciones que no ha podido ser significada y por ello insiste en mostrarse una y otra vez en la existencia de ese grupo. Dicho con otras palabras, el significante fundamental en estas pacientes y estos grupos es la violencia, un emergente que no cesa de repetirse en las relaciones y en los vínculos que establecen entre ellos, y que nos muestra la intensa fijación de la pulsión.
El encuadre explicitado al inicio del grupo permitía la violencia verbal, pero se sancionaba la física con la ausencia a alguna sesión en función de la gravedad de la misma. La violencia física sólo se manifestó en una situación excepcional y surgió ante la imposibilidad de simbolizar la conflictividad entre dos parejas del grupo que luchaban por el liderazgo. Lo real surgió a través de la violencia en dos sesiones seguidas. En la primera como amenaza verbal y con un gesto corporal de enfrentamiento entre dos mujeres que es paralizada al interponerse una de las coordinadoras. Y el segundo día con un puntapié de una mujer a otra con la salida posterior del grupo de una de las parejas en conflicto para realizar una llamada telefónica a la policía y denunciar la violencia de la que han sido objeto. Posteriormente, pudimos enterarnos que, unos días antes, la pareja que había permanecido en el interior les había amenazado y provocado fuera del grupo.
La violencia, que pertenece al registro de lo real, surge en los inicios del grupo porque no se puede recurrir a la simbolización, porque no pueden acogerse a la función mediadora de la palabra; por ello demandan una ley fuera del grupo, la policía, la ley social. Posteriormente, tres de las cuatro mujeres pudieron hablar de lo sucedido, la única que no habló terminó abandonando el grupo. Ella había sido la principal instigadora de la violencia y en el grupo reconoció asumir el rol de “malota” tanto en su vida como en el grupo.
Realizamos la interpretación a través de los emergentes, de los recorridos significantes, de los lapsus, síntomas y sueños. Se interpreta aquello que se dice, pero también lo que no puede ser dicho, pero siempre en el marco del aquí-ahora grupal. Del discurso manifiesto, puntuamos lo que se evidencia como manifestación del inconsciente o del latente grupal, pero también aquello que no ha podido ser significado ni simbolizado. Facilitamos el deslizamiento de la cadena significante y posibilitamos nuevas lecturas o significamos aquellas experiencias vividas que no pudieron simbolizarse.
Las interpretaciones en el grupo se facilitan porque éste funciona como una pantalla proyectiva, un espacio interaccional y un escenario de dramatización del mundo interno de los integrantes. Decíamos que se orientan por el discurso individual o grupal, por aquellos emergentes que en su trenzamiento producen el discurso grupal y que permiten desvelar lo latente, lo reprimido, pero también lo no dicho o no significado en el discurso manifiesto del grupo.
Las interpretaciones son hipótesis a confirmar o refutar durante el devenir, por eso conceptualizamos la interpretación como un proceso de simbolización y significación que incluye múltiples intervenciones de menor a mayor complejidad. Es decir, reúne un conjunto de hipótesis que habrán de ser confirmadas o refutadas a lo largo del devenir grupal. Como señalaba Agustín de Hipona, citado en Pérez JF. (2), la interpretación del fragmento de un texto es aceptada si se confirma por otro fragmento posterior del mismo.
La interpretación, por tanto, es una intervención que tiene como objetivo facilitar los procesos de simbolización y subjetivación de los sujetos. Pero la entendemos en el marco de un proceso de significación que incluye intervenciones muy variadas: desde leves sonidos que confirman el discurso de algún paciente a alguna palabra que se subraya porque insiste o desde alguna frase que resuena en varios miembros del grupo hasta la elaboración de interpretaciones más o menos complejas.
Es decir, la interpretación es un proceso de significación que incluye intervenciones muy frecuentes como son los señalamientos, las preguntas, los silencios, los cortes, las puntuaciones, las paradojas y otras menos habituales que serían las interpretaciones. Insistimos, de acuerdo con Baudes de Moresco (15), que nuestra tarea no es siempre interpretar, ya que de lo que se trata es más bien de interrogar, traducir, desanudar, verbalizar y pasar de lo imaginario no simbolizado a la dimensión simbólica.
Nos centramos en las transferencias laterales y circulares que se organizan por mecanismos de identificación, por identificaciones entre los miembros, ya que, por un lado, son el motor del discurso del grupo y, por otro, son la base de la transferencia vertical con el analista grupal. Apoyamos las identificaciones entre los miembros, porque conforman las transferencias laterales y la organización de las transferencias circulares, que son las que se dirigen al grupo como objeto libidinal. De este modo, se facilita la construcción del grupo como “realidad psíquica grupal”.
El analista grupal facilita las transferencias laterales y circulares si se ubica en la posición de límite, en el espacio transicional entre el adentro y el afuera, y siempre que se ofrezca como soporte de la transferencia y nunca como modelo de identificación. Evitamos las transferencias verticales que se dirigen al analista grupal porque favorecen la regresión y dependencia del grupo, excepto en aquellas situaciones en que la tarea terapéutica esté bloqueada o paralizada. En etapas más avanzadas, promovemos aquellos movimientos que se dirigen hacia la desidentificación, hacia la caída de las identificaciones, para posibilitar la diferenciación y singularidad de cada uno en el grupo. Dicho con palabras sencillas, en las primeras etapas buscamos lo que hay en común, para después ir trazando las diferencias.
La función interpretante, por tanto, se vincula a los momentos grupales, al inicio facilitando las identificaciones y denominadores comunes, y después generando las condiciones para que lo diverso sea nombrado. Por ello, salvo si nos vemos obligados por la demanda o las condiciones institucionales, no homogeneizamos el grupo ni somos tan estrictos en los criterios de selección, porque a mayor heterogeneidad de los miembros, mayor homogeneidad en la tarea.
En la clínica y en la interpretación en los grupos terapéuticos es útil el concepto de “resonancia fantasmática” de Anzieu (5), que hace referencia a que varios miembros del grupo comparten un mismo fantasma, es decir, un mismo modo de relacionarse y vincularse con los otros. Con este concepto se pone en cuestión la hipótesis de la fantasía inconsciente grupal, ya que las fantasías son individuales aunque tiendan a compartirse.
Realizamos intervenciones breves, claras y concisas para no dar lugar a confusión ni a ambigüedades y, sobre todo, evitamos que seduzcan y generen certezas. Nuestra atención flotante en los grupos terapéuticos es más diversificada por la multiplicidad de sujetos y problemáticas, pero, aunque trabajemos con lo múltiple, insistimos en que no se puede olvidar que la demanda es individual, realizada por el sufrimiento de un sujeto que demanda ayuda a otro, por algo que le ha hecho síntoma y no sabe lo que significa, teniendo en cuenta que, a su vez, en cada uno influyen las tensiones y conflictos que surgen en el grupo.
En resumen, enunciamos nuestras intervenciones con una formulación abierta porque pretendemos que produzcan apertura en el pensamiento de los integrantes y generen efectos de interrogación en el sujeto. Buscamos significar lo carente de significado o aportar nuevos sentidos y lecturas de las experiencias vividas con el objetivo de lograr una menor compulsión a la repetición y un menor sufrimiento subjetivo. Reiteramos que la función del equipo terapéutico es sostener, puntuar, callar, señalar y devolver los significantes de ese otro múltiple que es el grupo, básicamente con señalamientos, preguntas abiertas, y puntuaciones que marquen los momentos de cambio o de inflexión en el grupo, de acuerdo con O'Donnell (34).
El proceso de interpretación en la psicoterapia de grupo
A diferencia de los grupos no terapéuticos en los que prioritariamente hacemos intervenciones grupales, en los grupos terapéuticos, la interpretación la dirigimos a tres niveles: individual, vincular y grupal. La interpretación individual se precisa como elemento de apoyo para la grupal y, por lo tanto, también tiene como marco de referencia el discurso grupal. La interpretación grupal que dirigimos a la instancia grupal, a su vez, incide sobre los sujetos; es decir, ambas siempre se dan en una verticalidad y horizontalidad articuladas. Y a este doble nivel de interpretación, individual y grupal, añadimos lo vincular, que corresponde a las relaciones de intersubjetividad.
Nuestra atención flotante, escucha y lectura se dirigen a la grupalidad, a los vínculos interpersonales que se establecen, y a las singularidades. Es decir, observamos lo grupal, hacemos lectura de las transferencias circulares, pero también de las laterales, y no perdemos de vista la problemática inconsciente de los sujetos que es la motivación por la que han realizado la demanda de psicoterapia grupal o por la que han sido derivados al grupo. Priorizamos la interpretación grupal cuando la dinámica del grupo atraviesa momentos resistenciales o defensivos, para realizar después, si es pertinente, aquellas interpretaciones individuales que se articulen con la grupal.
Nuestra escucha se dirige a la compleja red que se conforma por los discursos cruzados entre lo intrapsíquico, lo intersujetivo y lo grupal. Es una escucha y lectura de los discursos que se entrecruzan y anudan, y que se construyen con aquellas palabras que surgen del interior del cuerpo y de la subjetividad. Se trata de saber escuchar, construir y leer el discurso grupal que incluye lo imaginario, lo simbólico y lo real de la existencia, de cada uno y del grupo.
Una hipótesis a desarrollar es que “en el grupo terapéutico se observan tres realidades psíquicas íntimamente interrelacionadas, tres objetos diferentes de conocimiento: el inconsciente, el vínculo y el grupo que emerge en el devenir”. En el grupo terapéutico, estos tres elementos en su interrelación conforman complejas dinámicas que influyen unas sobre las otras. Nuestra propuesta es que la interpretación tenga en cuenta estas tres realidades psíquicas y, por tanto, el movimiento entre ellas; es decir, que sea una interpretación desde lo individual a lo grupal y viceversa, y también desde lo vincular a lo individual o a lo grupal, y viceversa.
En los grupos terapéuticos observamos lo que hace síntoma al sujeto e intervenimos también cuando lo que hace síntoma es lo vincular o lo grupal. Interpretamos lo que es común, lo que es grupal, y esperamos a que sea pertinente dirigir nuestra atención a la diferencia, a lo singular de cada sujeto. Para ello, el equipo terapéutico no puede posicionarse en el lugar del saber. Ha de desplazarse de ese lugar porque es la condición del surgimiento de los fenómenos inconscientes y latentes grupales, y del trabajo de elaboración conjunta entre equipo e integrantes.
Nuestra interpretación en los grupos terapéuticos se basa en la observación, escucha, lectura y elaboración de hipótesis acerca de los fenómenos intrapsíquicos, vinculares y grupales, y en la compleja articulación de estas estructuras. En el proceso de interpretación, buscamos que los sujetos logren nuevas significaciones que desplacen a las únicas posibles que estaban al servicio de la compulsión a la repetición. Se pretende encontrar nuevas lecturas de aquellos acontecimientos que fueron reprimidos o no significados porque fueron traumáticos para el sujeto.
Este proceso de interpretación posibilita el cambio subjetivo para que el sujeto interprete de diferente manera sus modos de vinculación con los otros. Es un trabajo en común que facilita a cada uno elaborar su historia y mitigar el sufrimiento subjetivo. El interés del proceso grupal terapéutico es que el equipo transmite la capacidad de generar efectos terapéuticos a los integrantes y, de este modo, éstos aprenden a generar intervenciones terapéuticas sobre los compañeros.
La riqueza de la psicoterapia grupal está marcada por la multiplicidad de problemáticas que se generan en el grupo y por la puesta en escena de los diversos modos de relación con los otros. La diversidad aporta un capital simbólico de gran complejidad y ofrece un enriquecimiento al proceso de interpretación que guía la cura en el grupo. La potencia de la psicoterapia grupal nos estimula a seguir investigando acerca de la complejidad de lo grupal, pero desde el cuidado de la singularidad y multiplicidad del grupo.
En síntesis, proponemos que la interpretación grupal en la psicoterapia de grupo psicoanalítica se oriente por el discurso grupal, que emerge en la articulación de los emergentes grupales. Este discurso se produce por el entrecruzamiento y anudamiento de los discursos individuales, y en interrelación con el equipo terapéutico y la tarea. El discurso grupal es la producción simbólica del grupo y se produce a través de lo corporal, las miradas, las voces, las palabras, los silencios, los afectos y las acciones de cada uno de los integrantes, con las intervenciones del equipo. Es un discurso grupal que a la vez es singular y constitutivo de ese grupo, y que se instituye como uno de los importantes factores terapéuticos en los grupos de psicoterapia psicoanalítica.
Termino con una hipótesis que permite proseguir la investigación de una teoría de la práctica en nuestra disciplina: “El objeto de conocimiento en la psicoterapia de grupo es el discurso grupal, que muestra y anuda las otras tres realidades psíquicas que surgen en el espacio grupal: el inconsciente, el vínculo y lo grupal”.