SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
vol.41 número139Encrucijadas en la clínica con niños y adolescentesLos adolescentes y el mundo. Un enfoque transcultural índice de autoresíndice de materiabúsqueda de artículos
Home Pagelista alfabética de revistas  

Servicios Personalizados

Revista

Articulo

Indicadores

Links relacionados

  • En proceso de indezaciónCitado por Google
  • No hay articulos similaresSimilares en SciELO
  • En proceso de indezaciónSimilares en Google

Compartir


Revista de la Asociación Española de Neuropsiquiatría

versión On-line ISSN 2340-2733versión impresa ISSN 0211-5735

Rev. Asoc. Esp. Neuropsiq. vol.41 no.139 Madrid ene./jun. 2021  Epub 04-Oct-2021

https://dx.doi.org/10.4321/s0211-57352021000100009 

Dossier: Encrucijadas en la clínica con niños y adolescentes

Infancia y contexto - Intervenciones subjetivantes

Childhood and context - Subjectivizing interventions

Beatriz Janin1 

1Psicoanalista.

Resumen:

Nos constituimos en un contexto familiar y social, y las dificultades de niñas, niños y adolescentes se dan en ese contexto. Hay algunas características de la sociedad actual que favorecen conductas que luego pueden ser ubicadas como patológicas. Tener en cuenta esas características parece ser importante para pensar las dificultades infantiles de hoy. Ubicar esas manifestaciones como un modo de hablar del sufrimiento, escuchar lo que niñas, niños y adolescentes pueden contar de ellos mismos, posibilita realizar intervenciones que abran un camino novedoso y creativo.

Palabras clave: sociedad; infancia; adolescencia; intervenciones psicoanalíticas; manifestaciones conductuales

Abstract:

We are constituted in a familiar and social context, and the difficulties of children and adolescents occur in that context. There are some characteristics of today's society that favor behaviors that can be considered pathological. Taking these characteristics into account seems to be important to think about today's children's difficulties. Locating these behaviors as a way of talking about suffering, listening to what children and adolescents can tell about themselves, makes it possible to carry out interventions that open a new and creative path.

Key words: society; childhood; adolescence; psychoanalytic interventions; behavioral manifestations

La pandemia ha puesto en evidencia la incidencia del contexto en la constitución subjetiva. Viene quedando muy claro que la constitución subjetiva se da en una sociedad determinada y sufre los avatares de ese grupo social.

En todas las edades esta situación catastrófica ha producido sufrimientos, y en niñas y niños esto va dejando marcas en la estructuración de su psiquismo, marcas que se irán ligando y reorganizando en otros momentos, pero que van a formar parte de la historia de representaciones y afectos de esos sujetos.

La tramitación de la situación actual no es sencilla para nadie, pero mucho menos para los que no tienen experiencias previas que los ayuden a metabolizar todo esto. Es decir, suelen tener menos recursos, por lo que necesitan de adultos que los ayuden, en un momento en que los adultos están angustiados, “duelando” situaciones, también ellos siendo presas de lo que dispara un momento atípico.

Pienso que reflexionar sobre la situación actual nos permite pensar en el modo en que los eventos sociales operan generando funcionamientos psíquicos que pueden establecerse como permanentes, en tanto la mirada de los otros los descontextualice y patologice.

Si ya hace muchos años que los niños son inquietos, desafiantes, si muchos tienen dificultades para hablar y conectarse con otros, si no pueden atender en clase… no es por una pandemia de enfermedades neurológicas ni genéticas, sino por ciertas condiciones sociales que promueven sufrimientos y los niños expresan lo que les ocurre de diferentes modos.

Durante la pandemia de COVID-19 vamos viendo cómo muchas de estas cuestiones se vienen incrementando, así como han aparecido muchas dificultades para conciliar el sueño, pesadillas reiteradas, cambios en la alimentación, pérdida del control de esfínteres, mayor ansiedad… provocadas en gran medida por esta situación de enorme incertidumbre.

Es decir, pensar los avatares de la infancia es casi imposible sin situarla en un contexto. Los niños están sujetos a modelos socio-culturales que marcan fuertemente su subjetividad.

En este trabajo trataré de plantear algunas de las cuestiones que se juegan en la actualidad y que inciden en la constitución psíquica para hablar de las intervenciones que podemos tener como psicoanalistas para posibilitar el despliegue de una subjetividad creativa en niñas y niños.

Algunas características de la sociedad actual

a) La aceleración del tiempo: la urgencia toma todo

Así como la información llega al instante, todo debe resolverse rápido. No se da tiempo ni al niño ni a los padres ni a la escuela para elaborar situaciones.

Cualquier dificultad debe encontrar su solución inmediata. No se considera que toda situación tiene su historia, sino que impera el aquí y ahora, como si solo existiera el presente. Esto supone una modificación de la idea de tiempo.

Esto con los niños cobra mucha importancia, en tanto la infancia es el tiempo del crecimiento, de las transformaciones, de la apertura de posibilidades. Pensar que un niño tiene que poder cumplir con todos los logros estipulados socialmente en los primeros años de su vida supone desconocerlo como sujeto en crecimiento. Y esto puede derivar en sensaciones muy tempranas de fracaso.

Además, en tanto la institucionalización de los niños se realiza en tiempos muy tempranos, la comparación con los logros de los otros también se hace prematuramente.

Esto lleva a que muchas variaciones que podrían ser transitorias, por tiempos diferentes en la adquisición de las potencialidades, se vivan como permanentes, signando a alguien para siempre.

De este modo, se supone que el rendimiento de un sujeto durante los primeros años de su vida determina su futuro, desmintiendo que todo niño, como sujeto en crecimiento, está sujeto a cambios. Desmentida que lleva a coagular un proceso, dificultando el desarrollo.

Sabemos que la representación de sí mismo se forja en relación al espejo que los otros nos devuelven; por ende, si un niño es mirado como discapacitado, como inferior a los otros, la imagen que se construirá de sí mismo será esa y esto es algo que es estructurante de su ser.

Y suele aparecer la necesidad de resolver todo rápidamente, sin dar lugar a la duda. Ese niño tiene que acomodarse ya a lo que se espera de él, sin poner en juego al contexto.

El niño como consumidor: ser y tener como equivalentes

El consumo desenfrenado, se pueda o no consumir, aparece como parte del ideal cultural, con la tendencia a llenar todos los vacíos con objetos. De este modo, los vínculos quedan en segundo plano, no hay tiempo para desear o los deseos son imperativos y cambiantes permanentemente, obturando el armado de fantasías. Lo que importa es la posesión del objeto, más que lo que se pueda hacer con él. El placer queda degradado a una satisfacción instantánea que tiene más que ver con la pulsión de dominio (sobre el objeto y sobre el semejante que se lo provee) que con un despliegue erótico.

Esto lleva a un estado de excitación permanente, en el que se busca acumular posesiones más que profundizar vínculos o producir actos creativos. Y esto puede llevar a actuaciones violentas, a querer apropiarse de cualquier modo de aquello que sería el símbolo de la felicidad, que otorgaría poder o por lo menos un lugar de reconocimiento. Lo que se intenta sostener es el narcisismo. La problemática se centra en el ser y el tener no implica placer en el uso del objeto, sino que es la garantía para pertenecer a un grupo o simplemente para ser alguien. Es un consumidor que queda consumido en el mismo acto.

En relación al armado de deseos, lo que predomina es la excitación sin contención. Esto lleva a sensaciones de vacío que tienden a llenarse con más consumo, ya sea de pantallas o de diversos objetos. Pero son objetos que se “caen” como tales, con los que no se sostienen los deseos ni permiten la expresión de fantasías. Entonces, hay excitación desmedida y lo que queda después es el vacío, porque el objeto pierde su valor en el momento mismo de poseerlo y, a la vez, si no se tiene, se supone que se pierde el ser.

Esto está fuertemente motorizado por un mundo en el que la publicidad busca atraer especialmente a niños y adolescentes como los consumidores por excelencia.

También con los tratamientos el tema del consumo cobra importancia. Así como los adultos consumen pastillas para paliar cualquier tipo de sufrimiento (por insomnio, exceso de peso, depresión, angustia, etc.), los niños también caen bajo la lógica del mercado y así se los medica indiscriminadamente.

El individualismo y la competencia: el reemplazo del juego libre por la adquisición de competencias

Si un modo privilegiado de elaboración de situaciones difíciles es el juego dramático, el que este tenga poco espacio dificulta aún más la tramitación del sufrimiento.

No se favorece el “jugar solo” bajo la mirada del adulto, como desarrolla Winnicott (1), ni se comparten sus juegos. Se lo llena de juguetes que se mueven solos, frente a los que el niño queda como espectador y con los que no puede construir el pasaje pasivo-activo. Los niños de clases media y alta tienen tantas horas ocupadas en actividades regladas (ocho horas de clase más actividades extraescolares) que no tienen tiempo para jugar libremente. Y los niños de sectores desfavorecidos económicamente se ven obligados a trabajar o a suplir a los adultos en las tareas de la casa o cuidando hermanitos, por lo que tampoco tienen espacios de juego.

Muchos niños no juegan al fútbol entre ellos, cuando tienen ganas, sino que van a “la escuelita de fútbol”, no pintan tirados en el piso, sino que hacen un taller de arte… Es decir, todo se plantea como aprendizaje regulado por adultos. Y el juego libre está desvalorizado. “¿No estamos dejando pasar años importantes de la vida si aceptamos lo que ella quiere?”, preguntan los padres de una niña de siete años que va a doble escolaridad y hace deportes pero se niega a realizar otras actividades regladas. Es decir, se piensa una sociedad donde hay que luchar por un lugar de forma despiadada y para ello hay que acumular competencias (esta palabra remite claramente a la idea de preparar para competir). Esto da lugar a una presión brutal para niños y padres, y anula la creatividad, en tanto niega al juego ese lugar fundamental de posibilitador de salidas creativas.

A la vez, no se tiene en cuenta que los avatares de un sujeto están indefectiblemente ligados a los avatares de un grupo social, de un país, de una época, y que nadie sabe qué es lo que se puede necesitar para vivir en el futuro, justamente por la rapidez de los cambios y porque ningún logro es puramente individual, sino que siempre hay un componente colectivo. Pienso que si un niño puede crear, fantasear y formar parte de un grupo de niños, tiene las condiciones básicas para poder desplegar sus posibilidades por los caminos que decida tomar y ese momento histórico le ofrezca.

Pero, en tanto se supone que un niño se prepara para ese futuro temido acumulando saberes y competencias, lo que se les niega es el medio para desarrollar sus potencialidades creativas (quizás lo más importante para poder afrontar los cambios). Todos tienen que saber lo mismo, todos tienen que poder realizar las mismas acciones, olvidándose de la diversidad de las posibilidades humanas. Mientras tanto, la infancia deja de ser el tiempo de juegos y cuentos para convertirse en una preparación para el “éxito” en una especie de jungla.

En tanto el jugar libremente está ubicado como una “pérdida de tiempo” (suponiendo que el tiempo es algo que hay que atesorar), los niños son sancionados cuando no pueden acomodarse a la situación exigida y juegan en clase o cuando tienen que hacer la tarea.

La felicidad como exigencia: la desmentida del sufrimiento

Estamos en una época en la que la felicidad ha pasado a ser una exigencia. Es muy difícil tolerar el sufrimiento, propio y ajeno. La sociedad neoliberal necesita que todo el mundo esté en condiciones de producir y consumir (sobre todo los niños y los adolescentes) y para esto no se puede estar deprimido, o, por lo menos, no demasiado deprimido. Es decir, siendo muy feliz nadie se sometería a las exigencias brutales de la sociedad actual y estar un poco triste puede incentivar los deseos de consumir, pero si se está muy deprimido no se podrá producir ni consumir lo que el mercado requiere. Por eso los estados anímicos tienen que estar regulados desde la infancia.

En La fábrica de la infelicidad (2), Franco Berardi afirma: “Las drogas ilegales fueron sustituidas por las sustancias legales que la industria farmacéutica pone a disposición de sus víctimas, y se inició la época de los antidepresivos, de los euforizantes y de los reguladores del humor. Hoy la enfermedad mental se muestra cada vez con mayor claridad como una epidemia social o, más precisamente, sociocomunicativa. Si quieres sobrevivir debes ser competitivo, y si quieres ser competitivo tienes que estar conectado, tienes que recibir y elaborar continuamente una inmensa y creciente masa de datos. Esto provoca un estrés de atención constante y una reducción del tiempo disponible para la afectividad. Estas dos tendencias inseparables devastan el psiquismo individual” (2). Yo añadiría, tomando lo dicho en el apartado anterior, que también implica una reducción de tiempo para el juego libre, lo que en un niño es serio.

Berardi agrega que en la sociedad moderna no había problema en que alguien estuviera triste porque igual manejaría el torno, pero ahora, cuando gran parte del trabajo implica energías psíquicas, la patología mental ha estallado en el centro de la escena. Esto explicaría la enorme preocupación actual por las enfermedades mentales, o más bien por lograr que nadie salga del curso prefijado.

A la vez, en una sociedad en la que son difíciles los vínculos de cooperación y solidaridad, hay una necesidad de que el sufrimiento sea ocultado, que el dolor no se muestre. Así, se considera que los duelos tienen que ser rápidos y que los seres humanos no tenemos derecho a estar tristes. Esto lleva a situaciones en las que a los niños se les exige una rápida superación de todas aquellas situaciones que les resultan difíciles y dolorosas, como separarse de los padres en la entrada al jardín de infantes, o la pérdida de un juguete, o la muerte de un animal querido. El ideal es la adaptación rápida a las penurias de la vida, pensando al ser humano con el modelo de una máquina. Es decir, hay que funcionar bien, cueste lo que cueste.

La incidencia de las pantallas en la estructuración subjetiva

Es diferente la visión del rostro humano, del cuerpo del otro, que viene acompañada de sabores, olores, sensaciones táctiles y auditivas, a lo visual de las pantallas, que no solo estimula de un modo recortado, sino que deja al niño pasivo frente a un exceso de estímulos. Sobre todo, cuando no hay otro con quien intercambiar.

Cuando a un niño de un año se le da un celular para que se entretenga, mientras el adulto está pendiente de otras pantallas, ¿qué tipo de relación le estamos proponiendo? ¿Son nuevos modos de silenciar la infancia?

Nadie puede negar la importancia de la tecnología y todos los avances que ha implicado, pero quizás uno de los temas a pensar es qué uso se le da.

Y esto a un ritmo vertiginoso.

La prevalencia de la imagen está íntimamente ligada al tipo de información que reciben los niños de hoy.

El filósofo italiano Franco Berardi atribuye a la hiperexpresividad, a una sociedad en la que el problema es la hipervisión, el exceso de visibilidad, la explosión de la infosfera y la sobrecarga de estímulos infonerviosos, los problemas de atención en la infancia. La rapidez de los estímulos a los que los niños están sujetos los deja sin posibilidades de procesarlos, así como carentes de elementos para procesar sus propios pensamientos despertados por esos estímulos. Considera que la constante excitación de la mente por parte de flujos neuroestimulantes lleva a una saturación patológica que desemboca en dificultades para atender a un estímulo durante más de unos segundos: “La aceleración de los intercambios informativos ha producido y está produciendo un efecto patológico en la mente humana individual y, con mayor razón, en la colectiva. Los individuos no están en condiciones de elaborar conscientemente la inmensa y creciente masa de información que entra en sus ordenadores, en sus teléfonos portátiles, en sus pantallas de televisión, en sus agendas electrónicas y en sus cabezas” (3; p. 18-19).

El niño queda entonces solo frente a un exceso de estímulos que no puede metabolizar, en un estado de excitación permanente. La motricidad, con el dominio del propio cuerpo y del mundo, es una vía posible para tramitar esa excitación y transformarla, pero el movimiento suele estar sancionado, lo que lleva a que el niño quede acorralado entre el exceso de estímulos y la intolerancia de los otros frente a la excitación desencadenada.

El problema no es solo el bombardeo de estímulos, sino que el otro no ayude a procesarlos, tomado a su vez él mismo por la multiplicidad de conexiones y de urgencias.

El predominio del lenguaje visual sobre el verbal también crea una serie de interrogantes.

Las imágenes son representaciones que prevalecen sobre la palabra.

Así, los cuentos han perdido valor. La televisión, los videos, ocupan el lugar de los relatos. Pero hay diferencias. Las palabras son un tipo de representación que permite traducir pensamientos y afectos, de modo que puedan ser compartidos, respetando secuencias. Los cuentos permiten ligar las huellas de vivencias, armando mitos que pueden ser re-creados y modificados, dando lugar a la imaginación.

Cuando alguien cuenta un cuento, posibilita un tiempo de reflexión, de preguntas. Es otro humano, un semejante, relatando una historia. Posibilita la instauración o el enriquecimiento del proceso secundario y permite elaborar traumas.

En términos de transmisión, los relatos de historias reales o fantaseadas permiten la apropiación y recreación de lo transmitido.

Las imágenes, por el contrario, sobre todo en la medida en que provengan de aparatos, lo dejan como espectador pasivo frente a estímulos rápidos e incontrolables, generando la confusión entre aquello que ellos generan y lo que les viene de afuera.

El sufrimiento humano se ha transformado en un reducto de la biología, medicalizando la vida cotidiana.

Se niegan las determinaciones históricas de ese sufrimiento, lo que produce una desubjetivación del ser humano, en tanto se elimina el factor intersubjetivo en su estructuración.

Se supone que todos debemos ser engranajes dentro de una maquinaria al servicio de los intereses de pocos.

Se considera que todo niño tiene que ser un gran consumidor y un futuro productor y se lo empuja a un supuesto “éxito”, desvalorizando el juego como actividad central de ese momento de la vida.

En lugar de proyectos que apunten a la felicidad en un tiempo futuro, lo que permitiría abrir recorridos deseantes y sostener la infancia como un tiempo de construcción, predomina la búsqueda de un placer inmediato.

Las intervenciones subjetivantes

En la novela Memoria de elefante, de António Lobo Antunes (4), el protagonista, un psiquiatra que se replantea su vida, dice: “Guarnecer a las personas con diagnósticos, oírlas sin escucharlas, quedarse fuera de ellas como al borde de un río del que se desconocen las corrientes, los peces y la concavidad de la roca donde nace, presenciar el torbellino de la crecida sin mojarse los pies, recomendar un comprimido después de cada comida y una píldora por la noche y quedarse saciado con esa hazaña de scout: ¿qué me hace pertenecer a este club siniestro?, meditó…” (4; pág. 39). De un modo poético, esta novela muestra esa desconexión de muchos profesionales con el sufrimiento de aquellos que piden ayuda. Desconexión que muchas veces se considera “científica”, en tanto el supuesto es de una falsa “objetividad” frente al “objeto de estudio”, es decir, el niño.

Muchos niños vienen ya con un “diagnóstico”. Es decir, no se consulta con preguntas, sino con supuestos saberes adquiridos por el discurso de otros profesionales, por la escuela o por la consulta a internet.

Muchas veces, esos “diagnósticos” son realizados de un modo en el que se desconoce de entrada al niño como tal. O sea, se interroga a los padres con un cuestionario armado de antemano, que pregunta exclusivamente sobre aquello que se quiere encontrar, y se observa al niño sin darle tiempo a establecer un contacto con el entrevistador, sin tener en cuenta sus ritmos, sin pensarlo en relación a una historia familiar y a un contexto. De este modo se arriba a una sigla tomada del DSM.

Pero sabemos que un “sello” no es inocuo, que un niño se constituye a partir de la imagen que los otros le devuelven, que los otros son espejos en los que se refleja y son los que le brindan una imagen que lo captura y le otorga el “ser”. Entonces, tenemos que ser muy cuidadosos para no fijar como estable un tipo de funcionamiento que puede ser transitorio o que podemos modificar con el trabajo analítico (5).

Cuando un niño llega al consultorio y nos presentamos y le explicamos quiénes somos y le preguntamos qué es lo que él quisiera cambiar, qué es lo que no le gusta de lo que le pasa, si piensa que lo podemos ayudar en algo de eso, le estamos dando de entrada un lugar como sujeto. Así, lo ubicamos como alguien que puede decir sobre su sufrimiento, tenga la edad que tenga y del modo en que pueda, y esto implica una intervención subjetivante, porque le devolvemos el lugar de ser humano que padece y a quien no conocemos de antemano.

Instauramos dudas allí donde había certezas, generamos preguntas y posibilitamos de ese modo una transformación en la representación que los padres y el niño mismo tienen.

Vamos construyendo una historia, posibilitamos mediatizaciones, facilitamos armado fantasmático. Estas son intervenciones en las que ubicamos al otro como siendo un semejante diferente.

Podemos realizar intervenciones en las que algo nuevo se construya, en tanto trabajamos con un psiquismo que, a la vez que está sujeto a la repetición de su historia, está en plena construcción. Construcción en la que los otros inciden cotidianamente. Las intervenciones del analista, con niños y adolescentes, pueden posibilitar creación de espacios psíquicos.

En principio, algo fundamental es poder conectarse con ese niño de modo que pueda contarnos (del modo en que pueda) lo que siente y piensa. También, entender que los funcionamientos impulsivos no son una patología en sí, sino que nos están hablando de un malestar que no puede expresar con palabras y que muchas veces, al transformarlos en secuencias lúdicas, algo diferente se va conformando.

Cuando tenemos en cuenta su sufrimiento sobre todo lo demás, cuando lo pensamos con posibilidades abiertas y no le pronosticamos un futuro aciago a los dos años, estamos oponiéndonos al intento tan frecuente en estas épocas de catalogar a todos en momentos muy tempranos de la vida.

El psicoanálisis tiene como fundamento la escucha del sufrimiento del otro, la consideración del otro como sujeto e intervenciones que supongan el despliegue de posibilidades que han quedado obturadas o que no se pudieron constituir. Por eso, en los niños hablamos muchas veces de intervenciones estructurantes, que posibiliten constitución psíquica, en tanto son sujetos en constitución. Constitución que se despliega en relación a otros (6).

En salud mental es fundamental armar redes con los padres, las escuelas, los otros profesionales, para que todo niño se sienta albergado por un conjunto. Esto implica realizar prácticas en el sentido de Eros en un mundo en el que la estigmatización y la exclusión favorecen la primacía de Tánatos.

En el terreno de la clínica con niños, resistir a los mandatos de la época supone que todo niño sea ubicado en una historia y en un contexto familiar y social, y que haya proyectos, sueños y esperanzas que lo lancen hacia un futuro.

Bibliografía

1 (1) Winnicott DR. Los procesos de maduración y el ambiente facilitador. Buenos Aires: Hormé, 1971. [ Links ]

2 (2) Berardi F. La fábrica de la infelicidad. Madrid: Traficantes de sueños, 2003. [ Links ]

3 (3) Berardi F. Generación post-alfa. Buenos Aires: Tinta Limón, 2007. [ Links ]

4 (4) Lobo Antunes A. (2007) Memoria de elefante. Buenos Aires: Editorial Sudamericana, 2007. [ Links ]

5 (5) Janin B. El sufrimiento psíquico en los niños. Buenos Aires: Noveduc, 2011. [ Links ]

6 (6) Janin B. Intervenciones en la clínica psicoanalítica con niños. Buenos Aires: Noveduc, 2013. [ Links ]

Recibido: 15 de Febrero de 2021; Aprobado: 10 de Mayo de 2021

Correspondencia: Beatriz Janin (beatrizjanin@gmail.com)

Creative Commons License This is an Open Access article distributed under the terms of the Creative Commons Attribution License, which permits unrestricted use, distribution, and reproduction in any medium, provided the original work is properly cited.