El 1 de diciembre de 2021 Luis Martínez-Feduchi se nos fue como había vivido: discreta y sabiamente. Si bien con su muerte han aparecido una serie de publicaciones y actos recordando y valorando su actitud científica, profesional y personal por y para la adolescencia, creo que podría ser útil resumirla aquí y ahora. En especial en una situación y para una asociación como la AEN-PSM, que ahora cumple cien años: no puede permanecer silenciosa ante la utilización consumista y/o autoritaria de la adolescencia de las clases medias, la utilización clasista de las vidas de los adolescentes del precariado y los marginados, el olvido sistemático de las adolescencias de los oprimidos y sumergidos, y el abaratamiento y desmantelamiento progresivo de los sistemas para cuidados integrales y no marginadores de las adolescencias en nuestro mundo yoista y neoliberal. En la perspectiva de no colaborar con las diversas formas de marginación y/o utilización de la adolescencia, la actitud y las aportaciones de Luis Martínez-Feduchi pueden resultar especialmente útiles. Estas siempre estuvieron marcadas por esa apertura y ese estímulo a la libertad de observación y pensamiento que me atrevo a calificar de libertaria, pues iba mucho más allá de la mera tolerancia y la libertad descontextualizadas: máxima libertad pero dentro de la máxima solidaridad posibles.
Como es sabido, sus asesorías y supervisiones en los equipamientos de salud mental, servicios sociales y servicios de justicia fueron dando pie a la creación de estructuras y programas para la ayuda a esa juventud especialmente vulnerable y especialmente vulnerada, tanto en el Departamento de Justicia de la Generalitat de Catalunya como en el de Salud: programas de mediación, equipos de medio abierto encargados del seguimiento de medidas judiciales, estructuras de apoyo a la adolescencia en riesgo… Finalmente, junto con un entusiasta grupo de seguidores llegaron a la creación del dispositivo intersectorial del Equipo de Atención en Salud Mental al Menor (EAM, en colaboración con Salud Mental-Justicia) (1-13).
Aportaciones teórico-clínicas: una perspectiva psicoanalítica y psicosocial
Fruto de esas experiencias fundamentalmente clínicas nació su libro introductorio sobre la adolescencia, que sigue siendo una de las mejores presentaciones del tema que conozco (1). Me consta que fue presionado directamente por la editora Rosa Regás para que lo escribiera, como me consta que no hemos conseguido que lo volviera a publicar, hasta que los compiladores de sus escritos han tenido el acierto de incluirlo dentro del volumen que recoge sus magras aportaciones escritas (14).
Feduchi concebía la adolescencia como una crisis o, al menos, un período de la vida humana con alta probabilidad de crisis. Ahora bien: ya desde su misma etimología (krisis: juicio, decisión, proceso de transformación…), crisis no tiene por qué asimilarse a catástrofe y, menos aún, a patología, sino a un cambio generalizado de coordenadas, de estructuras relacionales internas y externas. A menudo, la crisis antecede y convive con cualquier revolucióny Feduchi no era de los que se asustaba por el uso de ese término, tanto refiriéndolo a la adolescencia como refiriéndolo a la realidad político-social: había nacido en 1932 y, por tanto, se había criado al tiempo que la Revolución Española del 1931 al 1937). Comenzó a centrarse, pues, en ese período humano lleno de cambios, búsquedas y creatividad: la revolución biológica, psicológica y social que en nuestros medios supone la adolescencia, con la creatividad inherente a todas las revoluciones y con los riesgos inherentes también a todas ellas —si de verdad son revoluciones—. Intentaré a continuación organizar alguna de sus principales aportaciones a nuestro conocimiento de ese período de la vida especialmente agitado y a menudo convulso, pero también especialmente creativo.
Desde su punto de vista psicológico hay que entender la adolescencia como una crisis que revoluciona la historia del sujeto. Entre otras cosas porque significa replantearse los logros y las organizaciones de la relación anteriores; porque significa una posibilidad de reelaboración de los aspectos infantiles, en especial de la primera infancia, la relación con los padres, los conflictos ambivalentes con ellos y con uno mismo… "…Si se aplica lo punitivo a la parte infantil, te arriesgas a que no entienda nada y se malogre del todo. Y, por el contrario, si le tratas por completo como un niño y le dices «simplemente ha sido una chiquillada», le conviertes en un irresponsable o en un «triunfador»" (8, 10).
La adolescencia implica toda una serie de duelos y una amplia serie de "tareas" a realizar que hoy tal vez sintamos especialmente problematizadas por la acelerada trasformación de nuestras sociedades y los cambios psicosociales que ellas suponen (1, 4). Por eso algunos, siguiendo sus enseñanzas, hablamos de la adolescencia como la "revolución biopsicosocial que implica afrontar al menos seis tareas psicosociales, elaborar cinco duelos, en cinco ámbitos diferentes y en un mundo sometido a profundas y aceleradas trasformaciones" (15).
El adolescente vive esos cambios y conflictos en mundos diversos, a menudo disociados. Para ayudarles hemos de ser capaces de aproximarnos a esas vivencias tan disociadas, casi opuestas, y, al tiempo, ayudarles a la integración de tantos mundos y tantos ámbitos: el mundo de los adolescentes, el de sus padres, el de sus tutores y en general el mundo "adulto", pero sin minusvalorar el amplio y recóndito mundo de la propia intimidad e incluso soledad adolescente.
Hemos de estar especialmente atentos a las ansiedades ante lo nuevo y ante la explosión del mundo infantil (ansiedades que pueden poseer intensas cualidades agorafóbicas), pero también a la ansiedad y el sufrimiento por la posibilidad de quedar encerrado en lo viejo, lo que cambia poco o mal, lo que atrapa (ansiedades claustrofóbicas). Y al tiempo, en particular en los adolescentes mentalmente más vulnerables, tener en cuenta que el adolescente siente de tanto en tanto la presión, el "tufo" de las ansiedades catastróficas, de ruptura y desintegración de la identidad y la personalidad aún en construcción.
Las transgresiones hay que entenderlas no solo desde el prisma de la agresión, la violencia, la ira no contenida y actuada, sino también, alternativamente, como una expresión de esos conflictos y, a menudo, de las ansiedades claustrofílicas o claustrofóbicas no suficientemente toleradas ni atendidas por el entorno.
Promover la tolerancia pero sin transigencia: "El entorno y los padres [del adolescente vulnerable] actúan de manera intolerante ante ciertas ideas y propuestas; y, en cambio, transigen con posturas y acciones inadecuadas por las ansiedades o incomodidades que produce poner límites. La tolerancia y la intransigencia deben conjuntarse y no al revés, intolerancia y transigencia, como por desgracia ocurre con tanta frecuencia" (6). Se trata de una confusión que durante la crisis de la pandemia de la COVID-19, que Luis alcanzó a observar y reflexionar, se ha producido una y otra vez y con gran espectacularidad. "Tolerancia [es] la capacidad de escuchar, observar y dialogar con otras posturas o ideas aunque no las compartas, sin tener que ceder en valores o convicciones éticas para tranquilizarse u obtener objetivos. Eso último sería transigir" (6).
La adolescencia significa siempre juventud, creatividad y, por tanto, una de las fuentes del progreso personal, familiar y social.
Es preciso estar especialmente atento a la curiosidad, la indagación del adolescente, un beneficio en sí mismo para la sociedad y la familia, un beneficio que hay que procurar cuidar y no angostar, aplastar, manipular…
Para entender a l@s adolescentes hay que pensar siempre en las identificaciones que realizan durante el desarrollo, pudiendo observar y tolerar que esas identificaciones sean a menudo parciales o cambiantes. De ahí la gran importancia que hay que conceder a los tutores e influencers y, en general, a las figuras de identificación.
Hay que prestar máxima atención al mundo emocional del adolescente, a sus emociones primigenias y no solo a sus sentimientos o ideas, y, desde luego, procurar no banalizar su potencia y perentoriedad. Por ejemplo, procurando no banalizar su psicosexualidad, su deseo, ayudándole a dignificar y valorar las primeras experiencias y relaciones psicosexuales y, más aún, los primeros embarazos. Tampoco banalizar su ira, su necesidad de apego, su necesidad de juego…
Al embarazo durante la adolescencia le dedicó una serie de reflexiones particulares, considerando las implicaciones que la maternidad puede tener en la formación del sentimiento de identidad en curso. Insistía en la necesidad de no banalizar este acontecimiento vital y de reflexionar sobre el tipo de acompañamiento más adecuado en estos casos para ayudar a la adolescente a tomar la siempre difícil decisión de continuar o interrumpir el embarazo.
Todo ello le llevaba a reivindicar una perspectiva relacional de la asistencia, no solo de la adolescencia, sino, en general, de la atención comunitaria a la salud mental, así como una perspectiva relacional de los sistemas de ayuda y de los tratamientos.
Aportaciones clínicas a las adolescencias
En ese sentido, para la exploración y las ayudas psicológicas y la psicoterapia para adolescentes, había mantenido en multitud de ocasiones y casos una serie de principios o guías fundamentales:
Cuidar ante todo su intimidad. Por ejemplo, siempre que sea posible, las primeras entrevistas han de hacerse sin la familia.
Atención a las novedades que está viviendo, como interesantes en sí mismas e impulsoras de la creatividad: por ejemplo, pueden servirle para poner a prueba sus incipientes capacidades y verificarlas. Y hay que tener en cuenta que esas pruebas y comprobaciones pueden ocurrir en cualquiera de los "mundos" o "ámbitos" en los cuales el adolescente se mueve, y no solo en los ámbitos más clásicos, como el académico o el deportivo; también en los mundos de sus pares, su soledad, las redes sociales informatizadas… (12-16).
Atención a sus grupos de socialización, tanto anteriores como actuales, sin olvidar nunca su red social "carnal" por grande que sea su interés por las redes sociales informatizadas.
Hay que cuidar a los padres para cuidar a los jóvenes. Y cuidar significa no culpar, sino al contrario, ayudarles a empatizar con el/la adolescente y estar preparados para ayudarles a nivel personal a ellos mismos si lo piden… Pero hay que procurar hacerlo de forma separada del adolescente, manteniendo la intimidad de este e incluso, a ser posible, por parte de profesionales diferentes, lo cual implica una necesidad de equipos integrados y de integración interservicios, una perspectiva clave para la atención psicopatológica hoy día (14-17).
Los límites existen y hay que aceptarlos, pero deben ser claros. Es cierto que, hoy por hoy, los padres están obligados a cuidarle, vestirle, alimentarle. También que los padres y la sociedad están obligados a proporcionarles formación ("la formación obligatoria"), que es una necesidad básica en nuestro mundo. De ahí que entendiera que la "O" de la ESO (Enseñanza Secundaria Obligatoria) no es solo para los adolescentes, sino también para los padres y para la sociedad. No hay que cargar a los jóvenes con esa obligación, porque es obligación de los padres y la sociedad; cualquier organización social debería saber cómo arreglárselas con los jóvenes que rechazan esa necesidad. Si no se hace así, aparece el absentismo, que es la insumisión escolar. Pero la tarea no debe vivirse y transmitirse como una obligación que se impone, sino como una necesidad del joven que se atiende. En ese sentido, siempre valoró la valentía de algunos jueces de menores que eran capaces de dictaminar "tratamiento obligado", lo cual puede plantear serios problemas a determinadas líneas pedagógicas, así como problemas técnicos y afectivos para los psicoterapeutas. Y para ese paso, que hay que individualizar, la experiencia y finura clínica de Luis Martínez-Feduchi han sido insustituibles para la realización de muchas de esas mediaciones, tratamientos, psicoterapias, trabajo del EAM (12-15).
Hay que poderle transmitir un genuino interés por su mundo y sus ámbitos de experiencia, algo que a Luis le resultaba especialmente fácil, dado su gusto por el diálogo, las conversaciones, las tertulias, que son buenas formas de "entrenarse" para la conversación con el adolescente. En la clínica y en sus supervisiones o grupos de reflexión recomendaba en una y otra ocasión la milenaria recomendación del proverbio chino que reza: "Quiéreme cuando menos me lo merezco, pues es cuando más lo necesito".
Hay que reconocer y tener en cuenta las tendencias a la manipulación del adolescente, tanto por parte de la cultura y mentalidad conservadoras como por los supuestos liberadores "neoliberales", que tienden a pervertir la curiosidad en consumismo, la libertad en trasgresión insolidaria, el ocio y la diversión adolescentes en "ocio nocturno" —en realidad, en "ocio alcohólico"—.
Un problema fundamental tanto a nivel social como en los equipamientos asistenciales hoy es la transigencia para con la deriva del ocio y la diversión adolescentes hacia diferentes drogas y/o organizaciones antisolidarias. Una deriva a menudo promovida con lenidad y venalidad, banalizando el uso de los estupefacientes o degradando las exploraciones sexuales hacia meros "pret a porter" de "usar y tirar".
También está el peligro omnipresente de la cosificación y mercantilización de la adolescencia y los adolescentes, en particular por la vía del consumismo y las drogas. Recuerdo haberle oído en más de una ocasión criticar con dureza el hecho de que en muchos locales "de ocio nocturno" no hubiera agua potable funcionando, con las ventajas crematísticas para los empresarios y los problemas sanitarios correlativos a esas "averías" al usar alcohol y/o droga y, encima, sin hidratación suficiente.
Acerca del tema de las drogas, Luis Martínez-Feduchi era de los que defendían que la despenalización en varios países colindantes podría despojarlas al menos del atractivo de la prohibición y de ser utilizadas como transgresión… Pero sin que despenalización signifique banalización de sus daños o facilitación de la explotación especulativa y venal de su utilización, como ha sucedido con el alcohol y durante siglos sucedió con el tabaco.
Para ayudar en la clínica y a nivel sociocultural a las adolescencias es imprescindible tener muy en cuenta, explorar y valorar las capacidades de indignación del adolescente y el joven. Una actitud que, en mi caso y siguiendo directamente su influencia, traduzco para los equipos que atienden a estos jóvenes con el apotegma "El adolescente tiene siempre razones y motivos, solo que (a menudo) se explica mal".
Los grupos de reflexión, no entendidos como "supervisiones", es decir, fundamentalmente asimétricos, sino como correflexión, coobservación, cocreación de nuevos espacios, modelos, tratamientos y estructuras, son imprescindibles para los equipos que trabajan con adolescentes; más aún, si cabe, para los equipos que intentan cuidar y que se cuide a los adolescentes de alto riesgo (sometidos a medidas sociales o de justicia, inmigrantes, familias gravemente disfuncionales…).
Las ayudas psicoterapéuticas siguen siendo básicas, incluso para los adolescentes altamente vulnerables y sometidos a numerosos factores de riesgo. Las dificultades que salen a luz entonces son de sensibilidad, capacidades y conocimientos de los profesionales, dificultades que no debemos revertir sobre las espaldas de los jóvenes, responsabilizándolos totalmente de las mismas. Hay que observar, aprender de ellos, arriesgarse a innovar, supervisar, corregir… Y, sobre todo, dar tiempo, pocos psicofármacos y mucha tolerancia. De ahí su recomendación repetida, intentado evitar la yatrogenia psicologista, biologista o moralista: "Con los adolescentes: Tiempo, pocos fármacos y mucha tolerancia".
A pesar de esas dificultades del encuadre para atender a los adolescentes con estas vulnerabilidades, Luis Martínez-Feduchi defendía que también deberíamos mantener una cierta intransigencia ante las alteraciones del mismo por parte de profesionales y cooperantes motivadas por la falta de formación, por lenidad o incapacidad, por narcisismo, por las tendencias a manipular al adolescente, por transigencia con normas sociales o socioculturales manipuladas o transgresiones dañinas del propio adolescente.
De ahí la importancia de los equipos interdisciplinarios y de la comunicación estrecha y fluida entre ellos (2,3,5,9,10,12,13,15): equipos de salud mental, equipos de justicia, equipos sociales especializados, equipos pedagógicos y psicopedagógicos…
Otras aportaciones hacia el futuro
Como intelectual y como profesional, Luis Martínez-Feduchi fue un avanzando en la concepción de un replanteamiento más integral, humano y reparatorio de la Justicia Juvenil, con una renovada visión de la adolescencia y de las medidas judiciales para los adolescentes, investigando incluso las realidades y avances de otros países y culturas, pero recogiendo siempre la creatividad, las dudas y las necesidades de trasgresión de la adolescencia. A la larga llegó a ser un gran observador y comentador también de la "abuelez" (que en su caso personal pudo prolongar hasta la "bisabuelez") y de la creatividad para el adulto, el niño y la sociedad que significaría profundizar y apoyar esas relaciones desde una perspectiva actualizada.
Otro ámbito que me consta que también le interesaba cada día más es lo que humorísticamente dimos en llamar "el profesional psi de cabecera": las consultas consecutivas por la familia o por varios de sus miembros que a menudo se realizan en servicios públicos o a profesionales "sénior" de nuestro sector. No pueden ni deben "despacharse" con la simple y simplista indicación de psicoterapia para unos y otros, aunque ello fuera posible (que tampoco lo es). Me consta que estaba pensando las bases de una nueva forma de entender la ayuda psicológica y psiquiátrica a las familias partiendo de una actitud menos profesionalista de dichas "ayudas familiares", una actitud más respetuosa con la creatividad personal y familiar. Eso le facilitaba poder atender a varios miembros de la familia en sus diversas crisis vitales o del desarrollo, pero en función de las dinámicas afectivas vividas previamente por el individuo y la familia, contextualizándolas. Y como este tipo de consultas son cada vez más frecuentes en nuestra vida como profesionales sénior, tal vez valdría la pena reflexionar sobre ellas con el objetivo de desarrollar ayudas más dialoguistas, menos profesionalistas, más atentas a la creatividad del otro que las habituales; en resumen, más democráticas, un poco en la línea de las que están desarrollando actualmente algunos equipos nórdicos (17-22). La forma de pensar y de ayudar a pensar de Luis Martínez-Feduchi se asentaba en la duda pedagógica, en el replanteamiento y el autocuestionamiento como vías para el conocimiento. "Sin la duda sistemática", solía insistir, "no hay posibilidad de cultura, ni de ciencia, ni de progreso".
Como se ha dicho recientemente (11), se nos ha ido un sabio del que tal vez no sabíamos lo mucho que sabía… Pero que saboreaba y podía trasmitir como pocos el amplio y burbujeante caleidoscopio de la vida, una actitud que es básica si queremos acercarnos como clínicos, como teóricos o como investigadores a ese período vital y social que son las adolescencias en nuestro mundo. Un período o fase que puede incluir fugas y trasgresiones, pero que acaba marcando una ruta casi indeleble y desde luego crucial para el viaje de la vida (14)..