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Revista de la Asociación Española de Neuropsiquiatría

versión On-line ISSN 2340-2733versión impresa ISSN 0211-5735

Rev. Asoc. Esp. Neuropsiq. vol.44 no.145 Madrid ene./jun. 2024  Epub 02-Ago-2024

https://dx.doi.org/10.4321/s0211-57352024000100014 

Crítica de Libros

El lenguaje de la Otra psicopatología

The language of the Other psychopathology

Rafael Huertas (orcid: 0000-0002-4543-7180)1 

1Dpto. Historia de la Ciencia. Instituto de Historia. CSIC

Álvarez, José María. 2023. Vocabulario de psicopatología. Barcelona: Xoroi Edicions, v. I, ISBN: 978-84-1273242-9. 626 páginasp. Vol. II. ISBN: 978-84-127324-3-6, 579 páginas.,

En general, tendemos a identificar las enciclopedias, diccionarios y vocabularios como obras que recopilan y ofrecen información sobre muy diversos campos del saber y de las actividades humanas. Sin embargo, podemos establecer ciertas matizaciones: las enciclopedias buscan compendiar el conocimiento de manera amplia, a veces con vocación de universalidad; los diccionarios son repertorios que recogen palabras y expresiones concretas con su definición, equivalencia o explicación. Finalmente, los vocabularios, según la acepción más extendida, son el conjunto de palabras de un idioma. La obra que comentamos podría haberse llamado enciclopedia, diccionario o vocabulario, pero el término elegido (vocabulario) es, sin duda, el más acertado y el más preciso, pues se trata de una amplia recopilación de voces y expresiones, de términos y conceptos, que conforman el idioma de la psicopatología, pero no la de cualquier psicopatología, sino de la que surge de la orientación epistemológica –de construcción del conocimiento– de la llamada Otra psiquiatría (o, por extensión, Otra psicología clínica u Otra psicopatología). Un idioma que, como todos, sirve para expresarse, dialogar y entenderse, pero que, en ocasiones, es preciso traducir o explicar con el fin de aclarar el significado o el matiz de vocablos de difícil comprensión por su complejidad, porque ya no se utilizan pero conviene recuperarlos o porque pueden tener más de un sentido.

Se trata, pues, de una obra de consulta cuya primera utilidad es aclarar dudas conceptuales o terminológicas, para de este modo comprender mejor un lenguaje que, siendo eminentemente clínico, nos introduce en una corriente de pensamiento que busca explicar las experiencias y manifestaciones del malestar y el sufrimiento psíquico. En definitiva, esa psicología patológica sobre la que José María Álvarez y el resto de los autores llevan reflexionando durante las últimas décadas. Por eso este Vocabulario es mucho más que un vocabulario y lo es por varios motivos. En esta breve presentación me voy a centrar en algunos aspectos que, a mi juicio, nos permiten considerar y valorar una dimensión y un alcance que van más allá del género literario descriptivo o descriptivo-explicativo al que pertenecen los diccionarios.

En primer lugar, una de las limitaciones metodológicas de cualquier diccionario es precisamente que las entradas están ordenadas por orden alfabético, esto facilita su búsqueda, claro, pero implica una dispersión que hace imposible profundizar en una determinada ciencia, técnica, arte o, en fin, en la materia que interese al lector. Esta es una cuestión que ya preocupaba en relación con los grandes diccionarios del siglo xix. Por ejemplo, la Enciclopedia metódica, publicada en el tránsito del siglo xviii y xix por Panckoucke, no es sino una nueva y ampliada edición de la famosa Enciclopedia dirigida por Diderot y d'Alembert pero estructurada y organizada por áreas temáticas. Otro ejemplo de este afán de sistematización, ya en nuestro campo específico, es el libro de Esquirol Des maladies mentales1838), cuya base fundamental son las entradas que el propio Esquirol había realizado para el Dictionnaire des sciences médicales1812-1822), dirigido por Adelon y Alibert y editado también por Panckoucke. Dichas entradas –alucinaciones, asilos para locos, delirio, demencia, demonomanía, erotomanía, furor, idiotismo, locura, manía, monomanía, melancolía y suicidio– fueron en algunos casos ampliadas, pero sobre todo reestructuradas y ordenadas para dar lugar a un tratado o un manual. Cabe decir que años más tarde, en 1863, Kalhbaum ofrecía otro posible orden de lectura del libro de Esquirol facilitando, aún más, la comprensión del universo del discípulo más aventajado de Pinel.

Pues bien, en el caso del Vocabulario, es el propio coordinador de la obra el que se adelanta a solucionar esta cuestión diseñando una obra que tiene, desde el principio, una doble concepción: como vocabulario/diccionario (entradas por orden alfabético), pero también como manual de psicopatología, para lo cual propone una guía de lectura que permite obtener de manera metódica y sistemática (pero no correlativa) un conjunto coherente de información que ayuda a relacionar unos conceptos con otros, a distinguir los fundamentales de los complementarios y, en definitiva, a facilitar una visión de conjunto que las entradas por orden alfabético no son capaces de establecer. En el fondo, estas distintas posibilidades de ordenar la lectura a mí me recordaron, salvando todas las distancias, a la Rayuela de Cortázar, lo que implica un plus cultural de curiosidad y de creatividad que sobrepasa y enriquece el mero texto técnico.

Además de los ya citados, podemos destacar otros diccionarios importantes que representan tradiciones en cierta sintonía con nuestro Vocabulario pero que no llegaron a asumir esta segunda función de tratado o de manual. Me refiero, por ejemplo, al Diccionario enciclopédico de ciencias médicas dirigido por Amédée Dechambre (1969-1889) o, ya en el siglo xx, los diccionarios de psicoanálisis de Laplanche y Pontalis, dirigido por Daniel Lagache –el gran amigo francés de Ángel Garma– o de Roudinesco y Plon. Diccionarios muy utilizados, pero distintos del que ahora comentamos, tanto en su concepción como en su diseño.

En segundo lugar, en un muy interesante, y doctrinal, texto introductorio, José María Álvarez avanza lo que considera que son los quince pilares en los que se asienta esa "otra psicopatología". No voy a enumerarlos porque conviene leerlos en conjunto para saber qué cabe esperar y cómo sacar todo el partido a los contenidos de cualquier entrada del Vocabulario, pero sí voy a destacar algunas ideas que me parecen fundamentales. Historia, epistemología y clínica son, según José María, "las tres lámparas" que alumbran la reflexión y la información ofrecida. Una historia que en ningún caso es un complemento más o menos erudito que da lustre intelectual a los temas tratados, sino que se convierte en una herramienta epistemológica de primer orden al permitir saber de dónde venimos y de qué manera se ha ido construyendo y se construye el conocimiento psicopatológico. Un conocimiento por y para la clínica.

En el ámbito de la investigación histórica decimos con frecuencia que "las fuentes mandan". Se trata, en general, de unas fuentes documentales que dicen lo que dicen. Otra cosa es que, dependiendo de lo que se busque, se hagan unas preguntas u otras y las interpretaciones puedan ser diferentes, pero las fuentes, en sí mismas, no cambian. Algo parecido pasa con la clínica. Cuando decimos que "la clínica manda" nos referimos, en un sentido similar, a que las teorías pueden cambiar, pueden renovarse, pero la clínica permanece. José María Álvarez lo formula con una claridad meridiana: "el modelo teórico y la realidad clínica no son la misma cosa". Este "retorno a la clínica" que se propugna desde las páginas del Vocabulario me parece muy importante, porque nos permite relativizar las "verdades absolutas" surgidas de entelequias teóricas y, otorgando la máxima importancia a la observación empírica, buscar soluciones prácticas a los problemas del pathos. Esto tampoco es nuevo. Desde áreas tan poco sospechosas como la medicina experimental, nada menos que Claude Bernard (1865) afirmaba en su Introduction à l'étude de la médecine expérimentale que "los hombres que poseen una fe excesiva en sus teorías o en sus ideas no solo se encuentran en mala situación para realizar descubrimientos, sino que además efectúan observaciones muy deficientes".

Es cierto que, como nos avisa José María, los modelos colapsan y que no hay que aferrarse a marcos teóricos rígidos o dogmáticos que acaban limitando la práctica. Pero esto tampoco significa tener una postura ateórica o actuar con un eclecticismo acrítico o carecer de una orientación ideológica. No se trata, pues, de renegar de la teoría, sino del dogma. Se trata de evitar caer en la peligrosa inercia de hacer pasar los hechos "por el lecho de Procusto", es decir, cortándolos o agrandándolos, tal y como hacía el mencionado monstruo mitológico, para que así encajen con preconcepciones "teóricas" inamovibles. Y es ahí, me parece, cuando ese "retorno a la clínica" en el que la clínica manda y no la teoría cobra todo su significado.

Aun así, la psicología patológica que se propone en el Vocabulario tiene, como no podía ser de otro modo, una base teórica que surge de la articulación de la psicopatología clásica y el psicoanálisis. Se trata de una apuesta intelectual que ya está presente en obras previas, como La invención de las enfermedades mentales del propio Álvarez, o en otros títulos de la colección La Otra psiquiatría de la editorial Xoroi.

Ahora bien, tener como referente la psicopatología clásica no es necesariamente replicarla literalmente, sino adaptarla a la realidad actual, entre otras cosas porque el virtuosismo semiológico de los alienistas de hace 150 años se genera en un espacio de observación muy concreto que es el manicomio. Hoy existen otros espacios de observación y de escucha alejados del manicomio; el contexto social y cultural es diferente y nuevos sufrimientos se han hecho visibles y deben ser considerados. Quizá uno de los problemas sea que, con frecuencia, se ha confundido semiología con nosología. Cualquier semiología busca identificar y describir el síntoma (o el signo) con el fin de definirlo, ordenarlo, clasificarlo, pero no interpretarlo o comprenderlo. La nosología implica, como su mismo nombre indica, un logos, un intento de conocer, de entender, de integrar el discurso completo en torno a un pathosetiología, patogenia, semiología, evolución, etc.). Creo que este esfuerzo de diferenciación y de precisión está muy presente en el Vocabulario, lo que implica conocer muy bien la psicopatología clásica, sus matices y lo que puede y no puede dar de sí. Por su parte, el psicoanálisis aporta otro potencial explicativo imprescindible sobre la subjetividad (el sujeto y sus estrategias de defensa aparece como uno de los puntos de partida fundamentales) y el funcionamiento de las estructuras y organizaciones psíquicas que da sentido y marca la identidad del conjunto.

Existen otros muchos elementos que podríamos señalar que muestran la tradición y la novedad entre las que el Vocabulario se sitúa. La tradición que representa la psicopatología clásica, con la recuperación de términos ya en desuso pero que en el modelo propuesto cobran todo el sentido: xenopatía, locura, discordancia o dolor del alma –la frenalgia de Guislain, ese trastorno afectivo que estaría en el origen de todo lo demás–; y la novedad que suponen los nuevos términos: neurosis ordinaria, locura normalizada o polos de la psicosis, por citar solo algunos, y la no menos novedosa y original manera de definir términos clásicos desde perspectivas diferentes. En fin, parafraseando al Adam Thirlwell de La novela múltiple, una obra nueva solo tiene sentido si forma parte de una tradición [psicopatológica, psicoanalítica], pero solo tiene valor en esa tradición si ofrece algo nuevo. Creo que esta máxima es aplicable a este Vocabulario que hoy presentamos.

Dos tomos cuidadosamente editados gracias a los buenos oficios de Henry Odell, con una esclarecedora introducción de José María Álvarez, a la que ya me he referido, y con un no menos erudito epílogo de Kepa Matilla. Entre medias, ochenta y ocho entradas que, según lo ya apuntado, pueden leerse de un modo u otro. Dos libros en uno, para tenerlo en un lugar accesible de la estantería y consultarlo con frecuencia; en la mesa de estudio, como un texto de referencia; o incluso, tal vez, en la mesilla de noche, como un manual de cabecera.

Correspondencia: rafael.huertas@csic.es

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