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Dynamis

On-line version ISSN 2340-7948Print version ISSN 0211-9536

Dynamis vol.34 n.1 Granada  2014

 

 

 

Reseñas

Laurence Moulinier-Brogi. Guillaume l'Anglais, le frondeur de l'uroscopie médiévale (XIIIe siècle): édition commentée et traduction du De urina non visa. Genève: Droz [Hautes études médiévales et modernes, 101]; 2011, 304 p. ISBN: 978-2-600-01363-5. € 75,70.

Laurence Moulinier-Brogi (Université Lumière Lyon 2) se ha especializado en el estudio de la obra filosoficonatural y médica de la polifacética abadesa alemana Hildegarda de Bingen (1098-1179), tema que le valió el doctorado en Historia en 19941, para más tarde orientar su investigación hacia los saberes sobre el cuerpo, entre los cuales muy destacadamente los referentes al diagnóstico y al pronóstico médicos mediante el examen de la orina. Su memoria de habilitación, avalada por Danielle Jacquart en 2008, incluía, a parte de la edición del De cause et cure de Hildegarda2, y de un conjunto de estudios sobre la abadesa y otros temas historicomédicos, una propuesta de edición del De urina non visa de Guillermo Ánglico y un estudio sobre la uroscopia en la Europa latina medieval3. Moulinier ha publicado algunos valiosos artículos sobre la "ciencia de las orinas" en la Edad Media. Destacan los relativos a la obra de Mauro de Salerno4 y otros en los que ha presentado interesantes síntesis sobre las obras de uroscopia en latín y en lengua vernácula en las que subraya su papel en la profesionalización de la medicina y en la diversidad de vías de transmisión del saber en un género que se encontraba tan significativamente a caballo entre el saber médico y la práctica5. Ella es, precisamente, uno de los pocos historiadores de la medicina franceses que se ha interesado por el estudio contextualizado de las traducciones vernáculas medievales de las obras médicas, en un país cuyo patrimonio historicomédico en francés y en occitano hasta hace muy poco atraía únicamente a los filólogos6.

Estas investigaciones sobre la uroscopia han desembocado recientemente en la monografía L'Uroscopie au Moyen Âge: "Lire dans un verre la nature de l'homme" (Paris: Honoré Champion; 2012). En este libro, Moulinier, cruzando un amplio abanico de fuentes médicas, judiciales, administrativas, literarias e iconográficas, replantea la historia de la uroscopia, entendiéndola como una forma de "leer" el cuerpo que jugó un importante papel en la representación simbólica del médico y en la relación médico-paciente durante la Edad Media.

La propuesta de edición del De urina non visa de Guillermo Ánglico se hace realidad en este volumen de 2011 editado por Droz para la École Pratique des Hautes Études. El libro presenta la primera edición moderna de este opúsculo.

Oriundo de Inglaterra y establecido en Marsella, Guillermo Ánglico (Guillelmus Anglicus) escribió el tratado titulado De urina non visa ("Sobre la orina no vista") para sus colegas y estudiantes en 1220. La obra plantea la posibilidad del pronóstico y el diagnóstico médicos sin necesidad de ver la orina, tan sólo a partir de las indicaciones ofrecidas por la observación astrológica en el momento de la consulta uroscópica. Tuvo una gran difusión durante casi tres siglos, en que fue copiado, citado y utilizado, e incluso fue introducido en el currículo de la Facultad de Medicina de Bolonia en 1405, pero ya no llegó a imprimirse. Se conocen tres obras más del autor, también inéditas, y, como ésta, versan sobre los nuevos saberes astrológicos en circulación en el entorno mediterráneo a principios del siglo XIII que atraían la atención del mundo universitario de la época (Astrologia o Speculum astrologie, Summa super quarto libro Metheororum y la traducción Astrolabium Arzachelis).

En el estudio introductorio (pp. 1-122) se analiza la identidad del autor, la motivación, el contenido y las fuentes de la obra, su difusión manuscrita en latín y en lengua vernácula, su influencia durante el Medievo y su olvido en el Renacimiento. Es, por tanto, una presentación completa de todo lo que espera conocer quien consulta una edición crítica, con una redacción ágil que combina de manera muy fresca la erudición con la accesibilidad a los resultados de la investigación. Al cúmulo de información que ayuda al lector a situarse ante la obra editada pueden realizarse algunas observaciones críticas sobre aspectos puntuales que afectan a la representatividad del marco ibérico en el estudio, y a pesar de que una parte de ellos habrían sido fácilmente mejorables, creo que no alteran la calidad del conjunto. Destaco aquí estos aspectos sólo por ser los que mejor conozco y por creer que pueden interesar a los lectores de esta reseña, pero son desde luego secundarios y no desmerecen el valor global del trabajo.

La autora ha procurado en todo momento que la mayor parte de las áreas geográficas del Occidente europeo medieval estuvieran representadas en su estudio, pero es sabido que esto solo es posible con una investigación de largo alcance, o bien gracias a la existencia de publicaciones especializadas. Aunque, sin duda, hay mucho por hacer todavía, el ámbito ibérico no es un erial como lo había sido años atrás y el estudio adolece, puntualmente, de un conocimiento insuficiente de la bibliografía disponible y de la adecuada valoración de la existente. Así, por ejemplo, al tratar de la promoción de la astronomía y la astrología en la Castilla de Alfonso X el Sabio (p. 98) se omite la bibliografía publicada por el grupo de historia de la ciencia árabe de Barcelona y otros autores. Se olvida también el interés por la astrología en la Corona de Aragón, en particular durante los reinados de Pedro IV el Ceremonioso y de Juan I, que en el siglo XIV motivaron un buen número de traducciones y obras originales y que alimentaron una biblioteca real con gran cantidad de obras de esta materia inventariada a la muerte de Martín el Humano (1410), monarca a quien califica, creo que improcedentemente, al menos, por dos razones, como potentat espagnol.

Al presentar las obras listadas en este inventario (p. 95) se usa solamente la edición de Jaume Massó i Torrents (1905), en la que no se identifican las obras, y un antiguo trabajo de Pearl Kibre (1946), y se prescinde de los estudios publicados por José Chabás7 o por quien escribe estas líneas8, de los que, por ejemplo, se deduce que no todas las obras puestas a nombre de Ptolomeo corresponden a este autor. De Kibre se recoge la identificación de una de las obras poseídas por el rey Martín con la Compilatio de astrorum scientia de Leopoldo de Austria (p. 95), tratado que incorpora una versión abreviada del De urina non visa (pp. 65-66), siendo ésta la noticia más sólida que se ha podido localizar sobre la circulación del opúsculo de Guillermo Ánglico en el ámbito ibérico (pp. 97-99). En el análisis de esta limitada circulación (debida a una catalogación del material conservado todavía incompleta y/o a la debilidad de la institución universitaria) se remite a los estudios de Guy Beaujouan, pero se olvidan las aportaciones de Luis García Ballester9 y otros autores.

Moulinier se preocupa por identificar traductores y públicos de la obra en latín y en traducción vernácula, que divide en universitarios y amateurs (laicos y eclesiásticos), sectores que podían doblarse en coleccionistas (p. 92 y siguientes). Independientemente de que se podrían discutir estas etiquetas por relegar la elaboración extrauniversitaria del saber (¿existió una vernacular astrology?), me llama la atención especialmente el caso de un médico universitario que posee una traducción alemana (p. 109), exponente de un proceder que parece haber sido más frecuente de lo que se insiste en dar por supuesto y que no creo relacionable con el coleccionismo. Por otro lado, al tratar de las traducciones vernáculas (p. 102 y siguientes), creo que no se diferencia suficientemente entre traducción propiamente dicha y otros sistemas de difusión en lengua vulgar (compilaciones, interpolaciones, etc.). Como a la autora, me parece muy interesante el caso de un tratado de medicina astrológica en francés que cita a Guillermo Ánglico como "Gallien de Marselle", habiéndose confundido el copista con la abreviatura "G.", común a Guillermo y, en las obras médicas, a Galeno; un caso que no es aislado, pues a éste se puede añadir el de uno de los manuscritos de la traducción catalana de la Chirurgia de Teodorico (BnF, esp. 212, mediados s. XIV). A pesar de todo, y como ya se dijo, los comentarios precedentes no empañan el valor de un estudio bien construido y rico en información pertinente y valiosa.

A continuación, se presenta la edición crítica del texto latino de la obra (pp. 123-170), precedida de los correspondientes criterios (pp. 123-134). Dado el volumen de la tradición manuscrita conservada (más de 60 códices) y la supervivencia de testimonios muy tempranos, se ha optado por elegir el "mejor" manuscrito entre éstos colacionándolo con algunos otros próximos, y ofrecer así un texto real, leído y comprendido en la Edad Media. El manuscrito base elegido (BnF, lat. 7320, s. XIII) perteneció a Pierre de Limoges (c. 1230-1306), médico, teólogo, astrólogo y lulista, que legó su gran biblioteca a la Sorbona y a cuya mano se debe la anotación marginal de las obras que contiene10. El De urina non visa consta de nueve capítulos, que versan sobre las cuatro vías de la especulación en astrología, los efectos de los cuerpos superiores sobre los cuerpos corruptibles según la hora, la división del cuerpo humano, su división según las casas astrológicas, la aplicación astrológica de estas divisiones (melotesia zodiacal), el señor de la casa cuyo nombre es "almubtaz", el lugar del hígado (órgano que produce la orina en el galenismo), su significante y sus virtudes, el color y la sustancia de la orina, y la aparición de la enfermedad y su final. La edición, acompañada de notas críticas al pie, se completa con la reproducción de un cuadro astrológico que aparece en algunos manuscritos, realizada por Jean-Patrice Boudet, y un facsímil (pp. 169-170).

La traducción de la obra al francés actual (pp. 171-184), con notas de contenido al pie, se ha colocado tras la edición del texto latino. Este criterio editorial me parece poco acertado, pues situando ambos textos (original y traducción) en páginas opuestas se habría conseguido un mejor acceso al tratado. Con todo, el lector -especializado o no- agradecerá que se aporte una traducción de la obra a una lengua moderna, gesto que frecuentemente se echa de menos en este tipo de publicaciones. Sigue un inventario de los 65 manuscritos del De urina non visa localizados hasta la fecha, más otros tres descritos desde la Edad Media pero hoy desaparecidos, o que no se han podido identificar con los conservados, con su descripción sumaria y la bibliografía correspondiente (pp. 185-245). Se han podido consultar directamente 24 de estos manuscritos, mientras que se ha accedido a algunos otros mediante reproducciones. Si bien es cierto que en algun momento se extraña una datación y localización cabal de toda la tradición conservada (p. 96), las limitaciones que describe la autora (pp. 123-124) no han permitido otra cosa -que es mucho- y el resultado va bastante más allá de una simple "edición de trabajo", como discretamente la califica (p. 124). El libro concluye con una lista sistemática de la bibliografía, dividida en "instrumentos de trabajo" (catálogos de bibliotecas, diccionarios y similares), fuentes primarias y bibliografía secundaria (pp. 247-272), y dos índices, el primero onomástico y el segundo de manuscritos citados (pp. 273-281). Una cuidada estructura, pues, en la que no se omiten las herramientas de acceso al contenido como por desgracia, por dejadez o erróneo criterio editorial, tantas veces ocurre.

En suma, desde la investigación del más alto nivel que se produce actualmente en Francia, la aportación de Laurence Moulinier-Brogi enriquece nuestro conocimiento de la medicina medieval y de sus textos doctrinales. Y ello particularmente en un tema, la uroscopia, de gran importancia en la historia de la profesión médica -hasta el punto de determinar la imagen tópica del médico universitario-, situado en la intersección entre teoría y práctica y entre medicina académica y medicina extrauniversitaria. Precisamente por ello, fue un tema que las misceláneas médicas11 y los recetarios12 no solían olvidar, como tampoco la fascinación por la astrología como herramienta susceptible de facilitar la comprensión del ser humano y del binomio salud-enfermedad.

 

Lluís Cifuentes i Comamala
Universitat de Barcelona


 

Teresa Huguet-Termes; Jon Arrizabalaga and Harold J. Cook, eds. Health and Medicine in Hapsburg Spain: Agents, Practices, Representations. Medical History, Supplement No. 29. London: The Wellcome Trust Centre for the History of Medicine at UCL; 2009, 158 p. ISBN 978-0-85484-128-8. $174,29.

This book is an overview of current scholarship in the history of early modern Spanish medicine, meant for English-speaking readers who may be unaware of recent trends in Spanish historiography. As such, it brings together the work of six excellent historians, all of whom have contributed articles that are broad enough in scope to be accessible to historians of medicine with little knowledge of Spain. This said, readers already familiar with the scholarship of these historians will find the book valuable, too. The articles collected here deal both with the traditional objects of the history of medicine -hospitals, courtly cultures, and the institutions that controlled medical practice- as well as fields of inquiry that are sometimes overlooked or superficially explored as oddities, such as: the histories of charismatic healers and witches, the Sephardic Diaspora, and the querelle des femmes. While there have been significant efforts to bring the history of early modern Spanish medicine to wider notice recently, the focus of Health and Medicine in Hapsburg Spain is welcome and timely.

Harold Cook begins his introduction with a statement that many readers of Dynamis will not dispute: "Although the history of medicine in Spain is flourishing, those who read English alone currently know too little about it". It is dispiriting that an introduction of this sort must begin by dispelling old myths (e.g. "Spain was among those other places in Europe that seemed to have nothing to do with science") but Cook does so with good sense and judiciousness. In six valuable pages, he reviews the changes that attitudes in the Anglo-American world have undergone regarding early modern Spanish medicine, summarizes the contents of the book, and argues that Spanish medicine was, in fact, "unexceptional". To make such a claim about a book that deals with "extra-academic practitioners", alchemy, witchcraft, and so on, demonstrates just how much our understanding of what is exceptional and unexceptional has changed in the last twenty years.

In much the same way that Cook does in his introduction, Teresa Huguet-Termes begins her article on "Madrid Hospitals and Welfare" by dispelling myths; she quickly demonstrates the problems associated with applying models that were developed to explain urban environments fundamentally unlike Madrid to the capital of the Hapsburgs. Huguet-Termes' overview of Madrid's social programs for the sick and indigent demonstrates that these programs underwent dramatic changes in the 1560s, when Madrid transitioned from a center of regional importance to the capital of a global monarchy. She lucidly explains the bewildering number of hospitals founded and later subsumed in a relatively quick process of consolidation during the late sixteenth century: this involved a move "away from the organization of small hospitals towards a new, increasingly centralized hospital and welfare structure, dependent on royal or municipal administration". But, as she shows, institutional consolidation and governmental oversight also distanced the inhabitants of Madrid from the day to day work of caring for the poor.

One of the pleasing aspects of many of the contributions to this volume is that they condense years of research and publication into concise articles. Two chapters in this collection -María Luz López Terrada's work on extra-academic practitioners in Valencia, and Mar Rey Bueno's article on distillation at the Escorial- are good examples. López Terrada's article, "Medical Pluralism in the Iberian Kingdoms: The Control of Extra-academic Practitioners in Valencia", considers a variety of interactions between academic and extra-academic medical practitioners. This article will be extremely helpful to those readers seeking an understanding of the range of medical practices -sanctioned and otherwise- available in early modern Spain, as well as an idea of the role of courts, institutions, and other bodies charged with overseeing many kinds of medical practice. For her part, Mar Rey Bueno brings together years of research on the distillation practices of Philip II, subtly but forcefully correcting some of the more extravagant tales told of the monarch's interest in alchemy. What Rey Bueno shows in "La Mayson pour Distiller des Eaües at El Escorial" that Philip closely oversaw in the planning, constructing, and operating of the stills that produced fragrant medicinal waters and "miracle oils" for the court. Rey Bueno also deals quite nicely with one of the more vexing problems in the history of Spanish medicine: that Spain is often considered a colonial power first and only secondarily a locus for the production of medical knowledge (for good or for ill, English-speaking readers frequently expect that historians will represent Spanish medicine essentially as an epiphenomenon of imperial expansion). Rey Bueno soberly discusses the importance of American flora to Philip II, but without exaggerating colonial influences.

María Tausiet's article examines the charismatic healers known as saludadores who operated at the interface of science and religion. Saludadores were charged with healing the sick, on the one hand, and on the other with determining whether spells had been cast upon the afflicted and by whom. But as Tausiet shows, saludadores and witches were socially and religiously bound to one another. Witches and saludadores were "archetypal images" that "fit into a binary scheme" in which the woman "represented disease", and the man "represented health". But the world of the saludador was also permeated with fraud and theatricality; Tausiet contends that this evolved into forms of charlatanism that died out only recently.

Focusing on medicine as ideological, Mónica Bolufer suggests the ways that "medicine has helped to theorize and justify gender differences". Her article, "Medicine and the Querelle des Femmes", begins with a discussion of texts by authors familiar to many scholars working on the history of Spanish letters: Francesc Eiximenis, Bernat Metge, Luis de León, and so on. The heart of her article, however, concerns a number of classic medical texts: Juan Huarte de San Juan's Examen de ingenios, Oliva Sabuco de Nantes Barrera's Nueva filosofía, Blas Álvarez de Miraval's Conservación de la salud through to Benito Feijoo's eighteenth-century Defensa de las mujeres. These are likely the Spanish medical texts most familiar to this volume's intended audience, but Bolufer's approach -focusing on subjects such as breastfeeding- helps breathe life into a familiar subject.

Without losing sight of the broader context of the Sephardic Diaspora, Jon Arrizabalaga pays particular attention to Rodrigo de Castro's "intellectual agenda" and "intellectual world" in an article entitled "Medical Ideals in the Sephardic Diaspora". During the 1580s, De Castro left Portugal for Antwerp, probably for religious reasons, ultimately making his way to Hamburg. Arrizabalaga examines De Castro's Medicus-politicus, the subject of which was the "functions of medical practice that were related to the republic's governmental tasks". De Castro advocates Hippocratic-Galenic approaches, rejecting "the empiricist and methodist sects" as well as Paracelsus. By contrasting the work of De Castro with Henrique Jorge Henríques' Retrato, Arrizabalaga is able to demonstrate that De Castro defends the "usefulness of university medicine" from attacks such as Henríques'. Crucial here is Arrizabalaga's observation that De Castro defends the very institutions that formed part of a state apparatus that was "far from mild" in its treatment of Jews. In this way, Arrizabalaga shows that loyalties and beliefs often did not conform to our expectations of particular religious identities.

In summary, this book accomplishes the four things its editors set out to do. First, it introduces English-speaking audiences to the work first-rate historians who have published much of their most significant work in Spanish. Second, it provides an overview of recent approaches to and findings in the history of Spanish medicine; the contributors are finely attuned to the importance of gender, as well as of ethnic, religious, and socio-economic diversity. Third, it suggests avenues for future research; although the articles are not generally comparative in nature, scholars working in other traditions will find many points of comparison for further exploration. And fourth, it brings to wider attention a rich array of sources, many of which are not widely available: not only documents and archival materials, but also unpublished dissertations, journals whose names will surely be unfamiliar to many readers, and books that never circulated widely and are now long out of print. In a book designed to give a sense of current trends in the field, readers will not miss the fact that the contributors are made up of both independent scholars and scholars with traditional research appointments. Clearly, some of the most exciting research on early modern Spanish medicine is taking place outside the academy. If there is a general criticism to make of the book, it is that the articles are sometimes rather episodic; examples and subjects sometimes seem to pile up without much narrative propulsion. But this is due more to the ambition and scope of the book than to the particular deficiency of any of its articles.

 

John Slater
University of Colorado at Boulder


 

Fernando Vidal. The sciences of the soul: the early modern origins of psychology. Chicago: University of Chicago Press; 2011, 440 p. ISBN: 9780226855868. $55.00.

The sciences of the soul es la versión inglesa del libro Les sciences de l'âme XVIe-XVIIIe siècle, publicado cinco años antes por la editorial Champion (París). El título francés enmarca claramente el periodo histórico del estudio, aunque el énfasis está en el siglo de las luces. Esto es debido a uno de los principales objetivos del autor: siguiendo una línea de investigación iniciada por otros historiadores como, por ejemplo, Hatfield13, quiere mostrar que la psicología ya existía como ciencia empírica y autónoma al menos un siglo antes del momento celebrado por la historiografía tradicional como fundacional (1879). Según su relato, la psicología se perfilaba como disciplina a lo largo de los tres siglos como "física del alma", aunque ligada a la filosofía natural y a la antropología cristiana. Con ello se refiere a la scientia de anima, que en la Edad Media fue impartida como parte del currículum que preparaba para los estudios de medicina, derecho y teología. Su interés se dirige, sobre todo, a estudiar el proceso histórico de constitución y legitimación que permitió a la psicología adquirir protagonismo en el marco científico europeo de dicho periodo, hasta llegar a ser considerada en la época de Kant como la "reina de las ciencias".

Incitado por la convicción que "las palabras y las cosas estan íntimamente relacionadas", Vidal rastrea, de forma parecida a como lo había hecho anteriormente Lapointe14, entre otros, la aparición y los primeros usos del término "psicología". Argumenta que el nombre dado a un campo de conocimiento juega un factor constitutivo en el proceso de adquisición de una identidad propia. Como los primeros usos del término se dan en un contexto pedagógico y taxonómico, celebra el primer título en el que aparece el neologismo, un libro publicado por el hoy desconocido académico protestante Rudolph Goclenius en 1590. Se trata de una antología de escritos realizados por teólogos y médicos sobre el origen del animus, es decir del alma racional y espiritual, enfocado hacia cuestiones como la posibilidad de transmisión de éste a la descendencia. Sin embargo, la novedad del título no implicaba una reorientación en el discurso psicológico de la ciencia del alma, ni la intención de definir un área de conocimiento determinado. Este cambio tampoco pudo ser constatado al identificar lo que probablemente sea la primera entrada en un diccionario filosófico en 1662, en la que el filósofo y teólogo luterano Johannes Micraelius definió "psicología" simplemente como "doctrina de anima".

Posteriormente, el autor de The sciences of the soul detecta un cambio de rumbo en la historia semántica de la psicología, cuando se desintegró el marco conceptual aristotélico y empezó a dominar una definición del campo que la reduce al estudio del alma humana racional unido con el cuerpo (mens). A medio camino en este proceso histórico sitúa a Descartes y Locke, mientras que Wolff sería el que a partir de 1720 desarrolló una perspectiva no-aristotélica. A pesar de ello, el pensamiento de Locke resultaría más influyente en una tradición que buscará, sobre todo, la práctica de una psicología no tanto racional o metafísica, sino empírica con inclinaciones sensualistas.

Hacia finales del siglo XVII ese cambio comportó una reestructuración de los campos del saber que hizo que psicología y antropología intercambiaran lugares. Mientras la psicología se dirigía al estudio del principio motor de todos los seres vivos, incluía a la antropología. Pero tan pronto como la primera fue definida como ciencia de la mente humana, se convirtió en una rama fructífera de la antropología, focalizada, principalmente, hacia el estudio de la interacción entre dos tipos de sustancias, la mental y la corporal. Así, en el siglo siguiente, nos situaríamos en plena "edad de la psicología" (age of psychology), caracterizada por una confianza generalizada en el estudio empírico del alma. A pesar de las diferencias entre los miembros de las escuelas wolffiana, escocesa y kantiana así como de otros autores, relativas a cuestiones como el número y forma de funcionamiento de las facultades humanas, les unía el proyecto de "prestar atención a lo que estaba ocurriendo en el alma".

Dada la importancia de las enciclopedias para la estructuración de los campos del saber en el siglo XVIII, Vidal realiza un estudio comparativo de tres voluminosas obras enciclopédicas de referencia de la época: la Encyclopédie de París (editada por Diderot y D'Alembert a partir de 1751) y una nueva versión revisada que sería la enciclopedia suiza llamada D'Yverdon (publicada entre 1770 y 1776). A partir de este estudio, concluye que puede verse reflejado un cambio de orientación que tiene lugar en el lapso temporal entre la edición francesa y la suiza. Mientras que en la enciclopedia parisina la antropología no constituía todavía una disciplina central, en la suiza este campo se había convertido en el fundamento de todas las ciencias humanas. La mayor coherencia en las entradas antropológicas y psicológicas en D'Yverdon es debida a la autoría conjunta de todas ellas por parte de un mismo autor, el calvinista Gabriel Mingard, quien consideró la psicología como la ciencia mas útil de todas, fundamento de la metafísica, la lógica y la ética. Por ello, Vidal habla del "efecto Mingard", haciendo referencia a la importancia de la contribución de dicho autor en el establecimiento de la psicología como campo autónomo. Concluye que la enciclopedia suiza, al usar profusamente como indicador de campo "psicología" para varios conceptos y concentrarse en el análisis de los actos del alma, participó de un giro moral y psico-antropólogico que estaba adoptando el protestantismo de la época, el cual concedió a la psicología un puesto central por considerarla imprescindible para marcar el camino a la perfección humana.

Vidal estudia lo que llama "la invención" de una tradición historiográfica de la psicología, que empezó en el siglo XVIII en el marco de los catálogos que reunían listados bibliográficos organizados según temas y subtemas, entre los que constaba la psicología. El primero de estos catálogos localizado por el autor en el que la psicología constituye todo un capítulo, fue el de Michael Hissmann, un profesor de filosofía y sensualista que quería psicologizar la filosofía. En conjunto, Vidal observa un aumento considerable en el número de entradas bibliográficas, que pasan de la citación de cuatro obras psicológicas principales a comienzos de siglo a listas de hasta 66 referencias en la última década. A la vez, la historia de la psicología se convirtió en un tema propio y estándar en la tradición historiográfica de la filosofía, contribuyendo, con ello, a la progresiva autonomía de la psicología como campo independiente. Mientras las historias anteriores eran fragmentarias, con la obra de F.A. Carus quedó consagrada la historia de la psicología como una unidad propia, a la vez que expandió su ámbito de acción hasta constituir la base para una antropología cultural.

Tras la exploración de los trabajos realizados por estos historiadores, que eran a la vez filosófos y psicólogos, Vidal llega a la conclusión de que el estudio de la historia de la psicología fue visto como una forma de practicar la filosofía. De la misma manera, escribiendo la historia de la psicología estos autores practicaban la psicología empírica porque, según ellos, la autoconciencia viene reforzada a través de la adquisición de conocimiento histórico. Con ello inventaban una nueva tradición, perfilando no sólo el pasado de una disciplina, sino también presentando un programa futuro. Finalmente, Vidal acaba su viaje histórico planteando la idea de que la psicología del siglo XVIII aportó la fundamentación conceptual para el "sujeto cerebral" como figura antropológica de los siglos posteriores.

En conjunto, se trata de una obra erudita, basada en una impresionante revisión de fuentes primarias que permite contar la historia de la psicología con una amplitud de perspectivas y la inclusión de nuevos actores. El libro contiene informacion nueva basada en el análisis de entradas conceptuales y tablas de sistematización de las ciencias (systèmes figurés) de las enciclopedias. Asimismo, incluye en su estudio histórico obras poco trabajadas, como por ejemplo, la obra de Carus sobre la psicología de los hebreos. En este sentido, Vidal enriquece la historia "estándar", mostrando aspectos como la importancia de la lectura psicológica de Homer o el desplazamiento de la psicología entendida como disciplina filosófica, hacia un estatus prominente como ciencia antropológica dentro de la estructura global de las ciencias, según nos muestran las enciclopedias de la época.

Sin embargo, hay que constatar que a pesar del resumen que cierra cada capítulo, el libro, que no es de fácil lectura debido a la estructura compleja, la abrumante cantidad de información de detalle, la falta de definición de algunos términos (por ejemplo "hylomorphism", p. 74), y la continua inclusión de títulos y citas en varias lenguas que son traducidas de forma poco coherente (mientras que en la página 159 incluso el título de una obra alemana sólo esta indicado en inglés, hay varias citas en latín y francés que no son traducidas; véase, por ejemplo, páginas 167, 295 y los apéndices).

En cuanto a la contribución historiográfica general, es relevante discutir la validez de su punto de partida y preguntarse acerca de lo que aporta realmente de novedoso. Respecto a lo primero contiene aspectos controvertidos, como el excesivo peso dado a la semántica y el uso amplio de la denominación de "psicólogo". Su empeño por rastrear la primera aparición de la palabra, justamente muestra que la introducción del término "psicología" no es sintomático de un cambio de mentalidad respecto al estudio del alma.

Según la perspectiva del autor, inventar una tradición historiográfica es constitutivo de la ciencia psicológica, por lo que sería legítimo preguntarnos, ¿qué tipo de psicología configura su propio programa? Sin duda uno que resta importancia a planteamientos influyentes como los de Leibniz y Hume, para dejar espacio a la psicología histórica de Carus y a una tendencia empírica y fisiológica inspirada, sobre todo, en Locke y Bonnet, ligada a la antropología, con la intención de estudiar la aparición histórica de la idea de identidad personal y el "sujeto cerebral". Asimismo, deja fuera de su discurso, aunque conscientemente, la práctica psicológica por lo que omite la tradición fisiognómica y la aportación de Huarte de San Juan. Sin embargo, a lo largo del periodo estudiado estas prácticas formaron parte del proceso de constitución y legitimación de la psicología como disciplina.

En general, el cambio histórico que describe Vidal, marcado por la transición de una psicología aristotélica hacia una psicología empírica, antropológica, sensualista, así como la referencia a la psicología de la escuela de Wolff y de Kant, no es una novedad. Tampoco lo es su observación de que la psicología adquiere relevancia como ciencia empírica y el hecho que la misma empezó a jugar un papel importante dentro de la antropología del siglo XVIII15. Sin embargo, sí que aparecen en su relato autores desconocidos como Mingard, autor de numerosas entradas en la enciclopedia suiza D'Yverdon. Pero el pensamiento de éstos, ¿aporta alguna novedad? ¿Cuál fue el alcance real de las dos enciclopedias en el mundo intelectual (especialmente de lengua no francesa) del siglo XVIII? Para dar respuesta a preguntas como éstas, necesitamos más investigación.

 

Annette Mülberger
Universitat Autònoma de Barcelona


 

Daniela Bleichmar. Visible Empire. Botanical Expeditions & Visual Culture in the Hispanic Enlightenment. Chicago: University of Chicago Press; 2012, xii + 286 p. ISBN 13:978-0-226-05853-5; 10:0-226-05853-0. € 45, 60.

Durante el siglo XVIII los españoles enviaron varias expediciones para explorar las Américas. Esas expediciones buscaban principalmente plantas que pudieran ser explotadas comercialmente con la intención de actuar contra el declive del imperio con respecto a sus principales competidores europeos. Ingleses, franceses y holandeses se habían mostrado más capaces de explotar los recursos naturales de sus colonias, gracias a sus redes de mercaderes, exploradores, científicos y médicos. El Hortus Medicus de Amsterdam, el Jardin de Roi de Paris, o los Royal Botanical Gardens de Kew Garden, tuvieron un papel fundamental en las políticas de expansión imperial. Si bien las expediciones del siglo XVIII han sido objeto de una amplia e importante historiografía, el interés de los historiadores no se ha centrado en la cultura visual que esas expediciones produjeron. El libro de Daniela Bleichmar, associate professor en la University of Southern California, se propone, a través del estudio de más de 12.000 imágenes conservadas en el Real Jardín Botánico de Madrid, explorar las relaciones entre historia natural, cultura visual e imperio español en el siglo XVIII, para comprender cómo las expediciones permitieron conocer un mundo que incluía imágenes, colecciones, textos, especímenes, observaciones y redes de correspondientes. El volumen se compone de cinco capítulos. En el primero se describen las expediciones imperiales de historia natural. El segundo se centra en la importancia de la cultura visual para las expediciones del siglo XVIII y explica la internacionalización de las expediciones, así como el papel que tuvieron instituciones como el Real Jardín Botánico de Madrid y el Gabinete Real de Historia Natural. En este capítulo se destaca la importancia de los libros para el desarrollo de una epistemología visual, que es imprescindible para poder evaluar objetos sin poderlos observar directamente. Según la autora, había dos maneras de observar la naturaleza: la que la miraba como espectáculo y la observación experta de la misma. Se trata de una distinción entre observador "adiestrado" (trained) y observador "no adiestrado" (untrained). Los exploradores y los naturalistas que produjeron esta cultura visual se clasifican como observadores adiestrados, cuya capacidad de observación se había afinado a través la confrontación continua con los objetos que observaban y los libros que los representaban. Desde este punto de vista, es una distinción más débil que la formulada por Wittgenstein en sus Investigaciones filosóficas entre "ver" y "ver cómo", y luego aplicada por Thomas Kuhn al mundo de los científicos, según la cual la observación científica se genera siempre a través de teorías que permiten identificar, clasificar e interpretar los fenómenos observados; en la clásica formulación de Norwood Russell Hanson, la observación es siempre theory-laden. La distinción usada por Daniela Bleichmar se refiere más a una actividad que se afina a través de la práctica de observar que por poseer un corpus de teorías científicas y filosóficas. La distinción entre observador adiestrado y no adiestrado permite explicar cómo la representación mediante comparaciones, encarnando la epistemología visual del observador experto, dio la oportunidad a Cavanilles de observar la flora americana sin viajar a América del Sur. El tercer capítulo describe la producción de estas imágenes y su relación con la manera de representar criolla y española. El cuarto explica el intento sin éxito de explotar varias commodities, productos como el pimiento, la canela, el té y la quina en las Indias Occidentales. Gracias al análisis de estos intentos fracasados, la autora propone revisar la tesis expresada por Bruno Latour en su Science in Action sobre la noción de centro y periferia. El último capítulo afirma que las expediciones hicieron visible el imperio mismo, a través de la descripción de dos ejemplos: un­­a serie de seis cuadros de mestizajes y pinturas de castas del Perú y México, y un cuadro de historia natural de Perú.

Este ensayo conyuga la historiografía de la cultura visual con los resultados de historiadores de la ciencia en el imperio español como Antonio Barrera-Osorio, Jorge Cañizares Esguerra, James Delburgo, Nicholas Dew, Antonio Lafuente y Víctor Navarro, que proponen una revisión del papel del mundo español en el desarrollo científico y tecnológico entre los siglos XVI y XVIII. Como ya he mencionado, Bleichmar propone revisar la tesis de Bruno Latour sobre centro y periferia, según la cual el conocimiento científico se genera en los "centros de cálculo" metropolitanos y no en la periferia, donde se recogen los datos. Como ya han destacado los historiadores del grupo STEP16, centro y periferia son, en muchos casos, relativos. En el caso estudiado en el libro de Daniela Bleichmar, en muchas ocasiones las expediciones eran organizadas en las colonias que actuaban, entonces, más como centro que como periferia. Por lo tanto sería más adecuada una descripción en términos de una red con diferentes nodos. Los naturalistas que trabajaban en las colonias eran, pues, nodos de una red global en la que centro y periferia no son categorías claras o estables. Sin embargo, el discurso parece ser interno a las élites metropolitanas y coloniales, a aquella experiencia personal de los criollos y de los españoles que vivían en las Américas, que Jorge Cañizares-Esguerra ha llamado epistemología patriótica criolla. Lo que en la producción del conocimiento queda fuera de este esquema son los nativos, aquel "otro" que parece ser inaccesible. Como ya ha destacado Antonio Lafuente, los rancheros actuaban de "informadores" de los naturalistas, generando una apropiación y una confrontación con el sistema linneano. Sin embargo, la cultura, el know-how y los complejos sistemas taxonómicos que, como explicaba Claude Levi-Strauss en La pensée sauvage, aquellas civilizaciones aborígenes habían desarrollado, resultaban inaccesibles para estas expediciones. Es importante destacar cómo la comprensión del mundo de los nativos habría sido fundamental en la manera de entender cómo incorporar las plantas descubiertas en el Nuevo Mundo en el sistema de conocimiento español. En los casos de plantas que se usaban en preparaciones complejas como el curare por ejemplo, la comprensión de la manera de actuar de los nativos en la preparación era el primer paso hacia una comprensión de su constitución química, sus propiedades, su acción fisiológica y, por supuesto, su explotación médica y comercial. Desde este punto de vista, una confrontación con la literatura de estudios postcoloniales permitiría profundizar en estos aspectos.

Estas consideraciones nos llevan directamente al segundo punto, que es uno de los temas más interesantes del libro: qué relación hay entre la prevalencia de la producción de una cultura visual por parte de las expediciones imperiales y su fracaso en contribuir a detener el declive del Imperio Español. La importancia de la cultura visual en la formación de la ciencia imperial y su caracterización como empirismo imperial podría ser, al mismo tiempo, la contribución más innovadora de la ciencia española de la época y su límite. De hecho, Daniela Bleichmar explica cómo los dibujos construyen la producción de un hecho científico como un proceso en el que se privilegia el trabajo de observar y clasificar sobre el de procurarse los especímenes. La tesis de Bleichmar es, por tanto, que los métodos basados en una epistemología visual de los naturalistas se revelaron insuficientes para determinar la eficacia de las plantas encontradas en comparación con otros métodos como ensayos médicos y análisis químicos. Por un lado, la autora destaca cómo el sistema de Linneo es un sistema de clasificación visual y, por tanto, el empirismo visual de las expediciones imperiales es una contribución importante a la cultura científica del siglo XVIII. Por otro lado, la comparación entre el papel de la cultura visual en la creación del imperio y de las prácticas científicas en el mundo hispánico con la labor de otras expediciones, como la de La Condamine y la de von Humboldt, que es uno de los aspectos más interesantes del libro, nos hace ver los límites de la actividad científica de estas expediciones imperiales. Bleichmar recuerda que Humboldt y Bompland se arrepintieron de no haber llevado consigo un pintor. Cabe, sin embargo, recordar que estas expediciones produjeron muchísimo material escrito, en el que dieron cuenta de su propia visión de la naturaleza y de los pueblos que encontraron, pero en el que incluyeron también cuentos, leyendas que, en cierta medida, permitían un acercamiento al mundo y a la cultura del "otro". Cabe destacar también que, como ha observado Londa Schriebinger en su Plants and Empires, en muchos casos fueron los exploradores mismos quienes participaron en la formación del hecho científico, compartiendo substancias traídas a Europa con científicos que no habían participado en las expediciones, así como sus observaciones con ellos. La Condamine, por ejemplo, entregó el curare que había traído del Amazonas a Herrissant para que hiciera algunos experimentos. Desde este punto de vista, parece que la revisión de la tesis de Latour acaba limitándose al contexto de la producción de los hechos científicos en el mundo hispánico, mientras que sigue siendo válida en otros contextos europeos, donde la epistemología visual tenía mucha menos importancia.

En conclusión, el libro de Daniela Bleichmar es una contribución destacada a la comprensión de la ciencia y de la cultura del mundo hispánico en el siglo de la Ilustración. El gran aparato iconográfico hace del libro una lectura encantadora.

 

Daniele Cozzoli
Universitat Pompeu Fabra, Barcelona


 

Peter Heering; Oliver Hochadel and David J. Rhees, eds. Playing with Fire: Histories of the Lightning Rod. Philadelphia: American Philosophical Society; 2009, 302 p. ISBN: 978-1-60618-995-5. $35.00.

Playing with Fire recrea la fascinante historia del pararrayos en once contribuciones que constituyen la perspectiva más completa sobre este tema publicada hasta el momento. El volumen se centra en la construcción cultural del pararrayos durante el siglo XVIII, aunque un número reducido de artículos tratan casos del siglo XIX, y en algunos capítulos se reflexiona sobre el devenir histórico e historiográfico de este objeto hasta el siglo XX. El énfasis geográfico del volumen está en estudios de caso ingleses, alemanes y franceses, aunque algunas contribuciones intentan ofrecer una perspectiva más panorámica del contexto europeo, y se aportan dos casos estadounidenses, una sólida aproximación al caso italiano y una tímida e insuficiente incursión en el contexto latinoamericano.

El libro ofrece una introducción excelentemente escrita que presenta de manera compacta la historiografía del pararrayos y unas útiles conclusiones que señalan de manera honesta las limitaciones del libro y las líneas de trabajo a desarrollar en el futuro.

Playing with Fire está dividido en cuatro secciones temáticas. La primera se enfoca en las reacciones iniciales a la instalación y uso del pararrayos, la segunda aborda de manera más concreta su protagonismo en las disputas políticas de las élites científicas, la tercera sitúa al pararrayos en el ámbito de la comercialización en el siglo XIX en los Estados Unidos de América, la cuarta se centra en el estudio del diseño instrumental de los pararrayos y su funcionamiento experimental.

En la primera sección Bertucci y Hochadel ofrecen una interesante aproximación a la historia temprana del pararrayos en los estados italianos y alemanes respectivamente. El capítulo de Bertucci es especialmente relevante por su investigación de las justificaciones científicas, teológicas y populares ofrecidas por los defensores del pararrayos, en su esfuerzo por obtener una aceptación amplia de este artilugio, que pretendía ocupar un espacio cultural y simbólico obviamente no vacío. El artículo de Hochadel aplica un patrón similar al caso alemán pero con claras implicaciones europeas, y además ofrece interesantes conexiones con la historia de la meteorología y el medio ambiente. La sección la cierra un estudio de Clark que analiza las referencias al pararrayos en la Gazeta de Literatura del ilustrado mexicano Alzate, que si bien beneficia al libro al poner en evidencia su eurocentrismo, es su contribución más desfocalizada.

La segunda sección es quizá la más definitoria de las líneas generales del libro. En ella encontramos un poderoso capítulo escrito por Home que analiza el papel del pararrayos en las controversias dirimidas en el contexto de la Royal Society de Londres, y su estrecha conexión con los vaivenes en las cúpulas del poder político que define a las élites científicas de la época. El capítulo de Heering incide en la misma temática, para el caso de Francia, pero su énfasis reside en aprehender el desarrollo de diferentes estilos de experimentación validados, entre los tiempos del abbé Nollet y las investigaciones de Coulomb. La instauración de estilos diferentes implicó cambios en los mecanismos de construcción de la reputación y autoridad científica, que obviamente son de naturaleza política. El artículo que cierra la sección nos muestra el gran potencial que ofrece el análisis iconográfico de la electricidad, y en particular el pararrayos y su simbolismo cultural. Sin embargo, la dispersión del análisis de Fuhrmeister contribuye a limitar los resultados de esta aportación particular.

La tercera sección reúne dos visiones panorámicas de la comercialización de las tecnologías del pararrayos en el siglo XIX, donde el enfoque en dos casos estadounidenses es particularmente ilustrativo, aunque estudios de este tipo serían aplicables a prácticamente cualquier contexto nacional. Las contribuciones de Mohun y Cavicchi son particularmente bienvenidas por haber todavía pocos estudios sobre la electricidad en EE.UU. durante el s. XIX que hayan obtenido la misma resonancia internacional que por ejemplo las contribuciones de Delbourgo sobre el siglo previo.

La última sección de este libro colectivo presenta tres contribuciones preparadas por expertos en el estudio de los instrumentos científicos. El capítulo de Hackmann discute los diferentes instrumentos diseñados para el estudio de los fenómenos de la electricidad atmosférica en el gabinete de física, y el uso de modelos en demostraciones públicas y en el contexto pedagógico del aula. Brenni nos ofrece una aproximación complementaria, rica en detalles y ejemplos, que se centra en instrumentos de medida, arranca en el siglo XIX, y nos lleva hasta principios del siglo XX. Moore, Aulich y Raulich retoman donde lo dejó Brenni, contrastando las ideas y diseños propuestos por Franklin, con las prácticas actuales en el campo del estudio de la electricidad atmosférica y la protección contra el rayo.

La fuerza de este libro reside en su oferta de una gran diversidad de estudios de caso alrededor de un objeto bien definido, conectados por una gran homogeneidad que hace de este un volumen conceptualmente compacto, por lo cual hay que felicitar a sus editores. El punto débil del libro deriva precisamente de esta virtud. A pesar de la diversidad de casos, se aprecia una linealidad narrativa, quizá algo excesiva, que presenta una perspectiva limitada de la historia cultural de la ciencia. Esta perspectiva ha caracterizado en las últimas décadas a la historia de la ciencia de inspiración anglosajona, sea en su acepción de experimento Schafferiano o de popularización Secordiana. No siendo necesario debatir aquí las evidentes virtudes de este marco historiográfico, su debilidad estriba en su diezmada visión de lo político y lo popular, obsesionado por las élites y paradójicamente caracterizado por una despolitización de lo popular y de los procesos de comunicación de la ciencia en la sociedad. En este sentido, este libro presenta en su introducción una interesante propuesta para estudiar el poderoso simbolismo político del pararrayos en la Ilustración y su protagonismo político fundamental en la cultura del siglo XVIII. Pero a pesar de ofrecer contribuciones relevantes que avanzan en esa dirección, el libro se queda corto en ese objetivo esencial.

No obstante, como se expone en esta reseña, Playing with Fire es un volumen altamente relevante para un amplio espectro de historiadores de la ciencia y la cultura del siglo XVIII y, en general, para todo investigador interesado en el estudio de los instrumentos científicos y las prácticas experimentales. Se trata de un estudio ejemplar que ojalá contribuya a promover más publicaciones dedicadas a construir y discutir la biografía cultural de un instrumento científico particular.

 

Josep Simon
Universidad del Rosario, Bogotá, Colombia


 

Piers Mitchell, ed. Anatomical Dissection in Enlightenment England and beyond. Autopsy, Pathology and Display. Franham: Ashgate; 2012. xi+186 p. ISBN: 97-81409418863. £ 54.

Se trata de un volumen de diez capítulos en el que el primero, a cargo del editor (antropólogo físico en el Departamento de Arqueología y Antropología de la Universidad de Cambridge), actúa a guisa de introducción y sumario de las aportaciones del conjunto. Los nueve capítulos restantes son estudios de caso encuadrados en un marco espacial -y diría que mental- restringido: cien por cien inglés, sesenta y seis por cien (seis de nueve casos) londinense. Así es que el and beyond del título hay que entenderlo referido meramente a la cronología, puesto que la mayor parte de los casos arrancan de mediados o finales del siglo xviii y extienden la cronología a un largo siglo xix, situando la llamada Anatomy Act de 1832 -que abría la posibilidad de disponer de cadáveres más allá de los que proveían de los condenados a muerte- como el momento que define un nuevo marco legal para la práctica de la disección anatómica.

Precisamente la primera aportación del volumen es la de demostrar con abundancia de pruebas (especialmente basadas en el análisis de restos óseos en cementerios de hospitales) la artificiosidad de seguir creyendo que la Anatomy Act marcó realmente un antes y un después en el desarrollo de la anatomía en las instituciones docentes y clínicas de la Inglaterra del ochocientos. La mayor parte de las pruebas aportadas en los cinco capítulos (del 2 al 6) basados en análisis de restos óseos tienden a demostrar que antes de la mencionada ley se practicaban disecciones anatómicas con finalidades muy variadas y sobre cadáveres de procedencia distinta a la del patíbulo; en concreto, sobre los cadáveres no reclamados de los pobres fallecidos en los hospitales de algunas pequeñas ciudades inglesas o de ciertas zonas de Londres. El capítulo 2, de Andrew T. Chamberlain, arqueólogo de la Universidad de Sheffield, se basa en el análisis de los restos óseos procedentes de la excavación del terreno que, entre 1753 y 1845, fue cementerio de la Newcastle Infirmary (un hospital local de 90 camas destinado para pobres, en su mayoría hombres adultos de clase trabajadora), en Newcastle upon Tyne, al noreste de Inglaterra. El capítulo 3, de A. Gaynor Western, se dedica a la Royal Infirmary de Worcester, en el oeste de Inglaterra, otro pequeño hospital local (62 camas) de creación dieciochesca y modesto alcance comarcal. De nuevo, un caso en el que se ha considerado interesante reunir pruebas de la práctica de las disecciones anterior a 1832, a base de análisis de restos óseos procedentes de su cementerio trasero. El capítulo 4, de Ceridwen Boston y Helen Webb, arqueólogos de Oxford, nos traslada a Oxfordshire y al suministro de cuerpos de los ajusticiados en la comarca, a base sobre todo del análisis de cráneos con intervenciones post mortem procedentes de diversos cementerios. El capítulo 5, de Tania Kausmally, del instituto de arqueología del UCL, hace lo propio con los tres mil restos óseos (humanos y animales) aparecidos en 1997 en una excavación en Craven Street, cerca de Charing Cross, en Londres, relacionados al parecer con la escuela de anatomía que William Hewson abrió en 1772 y que estuvo activa unos pocos años. Y el capítulo 6, firmado por Louise Fowler y Natasha Powers, del Museo de Arqueología de Londres, nos presenta las "evidencias arqueológicas" dejadas en diversos restos óseos por la práctica de la disección para la enseñanza de la anatomía en el Royal London Hospital a principios del siglo XIX.

La segunda -y a mi modo de ver más interesante- aportación del volumen deriva de las informaciones aportadas por los capítulos 7, 8 y 9 acerca de las colecciones de restos humanos conservados en diversas instituciones londinenses, procedentes tanto del siglo XVIII (capítulo 7, de Simon Chaplin) como del siglo XIX y primeras décadas del XX: St. Bartholomew Hospital y Royal London Hospital (capítulo 8, de Jonathan Evans); Westminster Hospital y Royal College of Surgeons (capítulo 9, de Piers Mitchell y Vin Chauhan). Destaca especialmente en el conjunto el capítulo de Chaplin, por el acierto en la selección de fuentes utilizadas (sobre todo la prensa médica londinense coetánea), el rico panorama institucional e intelectual cubierto (escuelas de medicina públicas y privadas, College of Physicians, Company of Barber-Surgeons, etc.) y la atención al lugar y los modos de exposición al público de las preparaciones anatómicas, procedentes sobre todo de colecciones privadas. Evans, por su parte, ha sabido sacar partido de la consulta de los catálogos coetáneos de las colecciones hospitalarias que analiza y sigue la pista de los diferentes contextos de exhibición de las mismas, hasta mediados del siglo pasado.

La estructura de la mayoría de los capítulos denota claramente la experiencia de los autores en la confección y publicación de artículos para revistas de sus especialidades (fundamentalmente antropología física, arqueología y museología), pero quizá no resulta tan adecuada para el formato de capítulo de un volumen colectivo en una colección dedicada a la historia de la medicina "en contexto". Quizá por eso los autores se sienten obligados a comenzar con unas introducciones históricas en las que situar la narración de la historia de la institución asistencial o docente que alberga los restos óseos que analizan, reconstruida a través de la erudición local e incrustada en un simplificado marco teórico sobre el "surgimiento de la medicina moderna" derivada de la consulta de algunos manuales de historia de la medicina. Luego, entran en una exposición detallada de los resultados de los análisis óseos, prolijos en distribuciones estadísticas para clasificar los restos y en porcentajes de lesiones o alteraciones encontradas. Para terminar con unas escuetas conclusiones. Se trata, pues, de una especie de "historia de la medicina basada en la evidencia" (evidence es sin duda el término más recurrente en todo el volumen); no sé si con la misma buena fortuna de la que goza la llamada "medicina basada en la evidencia", en este caso, me parece más bien abocada a exigir mucho y dar poco a los lectores. Extraña ver esta obra en una colección como The History of Medicine in Context, en la que sus editores -Andrew Cunningham y Ole Peter Grell- han sabido siempre dar a la luz volúmenes colectivos o monografías individuales que practican una historia de la medicina de vuelo interpretativo y teórico más ambicioso intelectualmente y bastante más elegante formalmente; por no hablar de una manifiesta voluntad de romper con el localismo, precisamente el mismo que -en forma casi extrema- practica este volumen.

 

José Pardo-Tomás
Institució Milà i Fontanals, C.S.I.C., Barcelona


 

Rafael Huertas García-Alejo. Historia cultural de la psiquiatría: (re)pensar la locura. Madrid: Los Libros de la Catarata; 2012, 224 p. ISBN: 978-84-8319-695-3. € 20.

Después del espectacular número de libros relacionados con la psiquiatría que circularon por el mercado español entre 1965 y 1980, los temas psiquiátricos desaparecieron casi completamente de las librerías y se acantonaron en las publicaciones médicas y psicológicas académicas o clínicas. Razones las hubo, el boom editorial de hace cuatro décadas se explica al socaire de los debates sobre el custodialismo -y el antiautoritarismo en general y de la antipsiquiatría en particular- en un periodo muy fértil de debate intelectual, político y cultural en el mundo Occidental, alimentado por la obra de una serie de autores como Foucault, Goffman, Szasz, Freidson, Cooper, Laing, Basaglia, entre muchos otros, y por corrientes intelectuales como la sociología de la desviación. En España este fenómeno se asoció al reencuentro con los escritos psicoanalíticos propiciados por las ediciones de bolsillo en el periodo de efervescencia política, intelectual y cultural característico del tardofranquismo.

A partir de los ochenta, las dimensiones culturales, sociales, históricas y relacionadas con la medicina han quedado acantonadas en ágoras académicas limitadas, como la historia de la psiquiatría, o en sectores de la práctica clínica, con una mayor hegemonía de la psicología que de la psiquiatría. Así ocurre en sociedades como la Asociación Española de Neuropsiquiatría, la cual a pesar de su decimonónica denominación es un ágora interdisciplinar sobresaliente, cuya revista periódica Revista de la AEN y sus colecciones de libros, especialmente la colección de clásicos del pensamiento psiquiátrico, primorosamente traducidos, son un auténtico monumento cultural.

Presentar un libro de Rafael Huertas García-Alejo en una publicación como Dynamis, y de un autor nada ajeno al cluster profesional que anima esta revista, no podía hacerse, sin intentar situar su actual Historial Cultural de la Psiquiatría -la historiografía psiquiátrica no es un tema frecuente en Dynamis- como el fruto de un proceso de tres décadas de reflexión del autor sobre una problemática que, si ya no tiene la proyección mediática que tuvo, si, en cambio, ha dado lugar a un ingente trabajo de investigación desde la perspectiva de la historia de la ciencia, de la sociología, de la antropología, así como de los science and cultural studies. Poner orden y presentar su propia posición en ello es uno de los objetivos del libro, aunque no el único.

Rafael Huertas está en una posición óptima para ello. Forma parte del grupo de historiadores de la psiquiatría del Instituto de Historia del C.S.I.C. en Madrid, con José Luis Peset y Raquel Álvarez como seniors del grupo, que no es poco, puesto que la obra del grupo en relación con estos temas es impresionante en los últimos cuarenta años y se ha proyectado en tres publicaciones periódicas cruciales en el desarrollo de este campo: History of Psychiatry, la revista de referencia internacional fundada por Porter y Berrios y en la que la presencia de la historiografía de la psiquiatría realizada en España está muy bien representada; la experiencia tristemente interrumpida de Frenia, que era a su vez un referente del mismo nivel de calidad en castellano, y la colección completa de la Revista de la AEN, desde su fundación en 1980, un vehículo excepcional, siendo una revista biomédica, para la publicación de contenidos historiográficos rigurosos, en los cuales el papel de los "alienistas del Pisuerga", Mauricio Jalón y Fernando Colina y el de Rafael Huertas ha sido ampliamente determinante. En este campo somos un grupo reducido pero animoso, que cabríamos en un autobús pequeño.

La aparición de un libro como Historia cultural de la psiquiatría en una lengua latina era necesario porque no disponíamos de un estado de la cuestión crítico sobre un terreno de debate académico en ciencias sociales. Era necesaria una reflexión serena, y sistemática sobre el proceso que desde la publicación por Foucault de la Histoire de la Folie en 1961 motivó la eclosión de un debate en ciencias sociales sobre las dimensiones sociales y, sobre todo, culturales de la psiquiatría, de la locura y el saber psiquiátricos, que ha desbordado los límites estrechos de la especialidad médica en que la psiquiatría se ha convertido en los últimos años, para situarse en el espacio cultural que le corresponde por su naturaleza y su genealogía.

Historia cultural de la psiquiatría es un intento ambicioso de genealogía crítica de la disciplina y la retórica psiquiátrica vista por un historiador de la psiquiatría con un profundo conocimiento de las fuentes y con un background de teoría social y cultural determinante. No podía abordarse el tema de otra manera, pues si bien en el campo clínico se ha convertido en una triste ingeniería de diagnóstico, la psiquiatría como producto cultural sigue situada en un espacio nuclear de la modernidad y de la post-modernidad y, por su singularidad cultural, no cesa de alimentar debates intelectuales y exige la búsqueda de soluciones prácticas que no pueden reducirse al proceso de diagnóstico y prescripción terapéutica. Sin embargo, el libro no va a encarar esto último más que limitadamente, puesto que su objeto es su dimensión cultural, la más ocultada en la investigación médica.

El libro, organizado en siete capítulos, aborda el problema de las relaciones entre la cultura de Occidente y la psiquiatría con una perspectiva cronológica y en dos grandes bloques. No puede ser de otra manera, precisamente porque lejos ya de los manifiestos de Foucault el debate cultural sobre la locura hoy se mueve en coordenadas muy pobres. Rafael Huertas rescata en los tres primeros capítulos, con evidentes homenajes en los títulos a los padres fundadores el origen del debate en los sesenta y setenta del siglo XX y que motivaron una revisión por parte de los historiadores y los científicos sociales del significado económico político de la locura en el estado moderno y, al mismo tiempo, las dimensiones, o los efectos, en la producción cultural que ello implicó. Esta revisión crítica es indispensable para situar a los padres fundadores, en su justo lugar. Creo que hemos de descubrirnos ante Foucault o Castel porque nos abrieron las puertas, y eso sé que lo comparto con Rafael Huertas, a un mundo fascinante e ignoto hasta entonces. Otra cosa es que aceptemos como un relato evangélico sus afirmaciones. Lo que es absolutamente cierto es que esta campo no hubiese sido el mismo sin rupturas como las suyas o la de Goffman, del mismo modo que el debate no habría sido el mismo sin los experimentos y los escritos destinados a la práctica de gente como Tosquelles, Szasz, Basaglia, Cooper o Lain entre otros. Me pregunto aún si los movimientos antiautoritarios y de liberación de los sesenta y setenta del pasado siglo, e incluyo en ellos al movimiento feminista o gay, no serían lo mismo sin los debates culturales sobre el significado de la psiquiatría.

Pero no es solo el orden (o el desorden) psiquiátrico. Es también la dimensión cultural y la interpretación ambiental de la locura y su apropiación por los médicos a partir del concepto de tratamiento moral y su conexión entre un proyecto médico -de toma de poder en las instituciones y sobre la locura hasta entonces un constructo casi puramente cultural y las contradicciones que ello plantea en los límites entre la philosophie anterior a la invención de la sociologie- y la nosología y sus efectos, en relación a un yo y una subjetividad que la clínica psiquiátrica del XIX pondrá en cuestión, al abandonar las interpretaciones culturales de la locura y encerrarlas en el degeneracionismo.

Los tres primeros capítulos corresponden por ello a lo que podríamos llamar las implicaciones intelectuales y culturales de la Science spéciale, denominación que los alienistas franceses empleaban precisamente para destacar la perspectiva singular de la psiquiatría, en la que convergen desde el pensamiento político a la práctica clínica, la nosografía y la ciencia forense, pero que se proyectó en el mundo cultural de una manera obvia en la novelística de Emile Zola, de Benito Pérez Galdós o de Narcís Oller17.

Los cuatro últimos capítulos encaran mucho más directamente la perspectiva cultural de la psiquiatría en el siglo XX. Si los tres primeros son un cierto ajuste de cuentas y una discusión sobre lo que sabemos del XIX, y Rafael Huertas ha desarrollado ampliamente el tema en bastantes libros, esta segunda parte aborda la perspectiva directamente cultural desde la mirada de un historiador. Este es un punto importante, puesto que Rafael Huertas no cambia de identidad profesional, aunque el debate que plantea se sitúa en los límites de la teoría social y cultural y con ciertas conexiones con el debate filosófico. La propuesta en su conjunto sí la dirige a los historiadores, aunque creo que debería ser asumida por los sociólogos y los antropólogos, en la medida en que las dimensiones culturales de la locura, hoy o en la Grecia clásica, implican necesariamente una combinación de miradas para no quedarse en la pura epidermis del problema.

La propuesta del autor se centra en tres escenarios: la construcción cultural de la locura, la hermenéutica del síntoma desde la perspectiva del historiador18 y la posibilidad de una escritura etnográfica -que no osa llamar así-, a partir del punto de vista de los actores, o de las voces de los actores. Las tres perspectivas son complementarias, y esto es una de las conclusiones, puesto que, en el fondo, remiten a fuentes distintas y enlazan con planteamientos clásicos de la teoría social y cultural: el constructivismo en el primer caso, la hermenéutica cultural en el segundo y, finalmente, el manejo de las voces de los actores. Unas veces, relativamente excepcionales en escritos "de locos", las más de las veces en forma de escritos de no locos sobre locos, pero que abren la posibilidad de un relato etnográfico que no se limite a la reconstrucción de las prácticas sino también a la reconstrucción de los patrones culturales de las emociones y los sentimientos, lo que llama una historiografía de la subjetividad, aunque el resultado final suela ser una etnografía de la subjetividad en contextos históricos específicos. Algo realmente necesario, y me permito afirmar que fascinante, en lo que supone de poder reconstruir los ethnoscapes de aquellos que casi no tuvieron quienes les escribiese y que plantean desafíos heurísticos extremadamente atractivos.

El capítulo conclusivo "Otra historia para otra psiquiatria" es un manifiesto que suscribo y que podría parafrasearse con algo así como otra etnografía para otra antropología. Huertas parte de una constatación, que comparto, como es la disolución de los compartimentos estancos disciplinares y la necesidad imperiosa de ir a una rápida convergencia entre las ciencias sociales y humanas y de las metodologías de trabajo, a partir de una profunda revisión de los objetos de estudio clásicos, a medida que han ido quedando ya asentadas cuestiones que eran problemáticas hace menos de tres décadas. A estas alturas es obvio que lo que hace referencia a la economía política de la psiquiatría y de la locura ya no es una propuesta provocadora como en 1960, sino que el enorme desarrollo de la investigación en este campo desde perspectivas locales o comparativas constituye un corpus sólidamente asentado, en el que no caben esperar grandes sorpresas aunque sí desarrollos significativos. Lo mismo sucede con la aplicación del constructivismo al análisis histórico de la psicopatología y de sus efectos culturales

Sin embargo, en esa producción, que ha aclarado las relaciones políticas, económicas entre los profesionales de la locura y las administraciones públicas, así como el papel como intelectuales orgánicos de psiquiatras y psicólogos, han quedado relativamente al margen los locos. Desde algún tiempo atrás insisto en recuperar locos y locura como conceptos culturales una vez que los conceptos populares de hace algunas décadas han perdido virulencia estigmatizadora. En este proceso de investigación los locos han sido testigos pasivos de nuestro quehacer: hemos preferido bailar con los cuerdos que se ocupan de ellos que con los locos. Y eso afecta a buena parte de la etnografía y la historiografía del tema a pesar -o quizás no- de la aportación de Goffman. A veces pienso que el glorioso edificio etnográfico que edificó ha sido en si mismo un obstáculo insuperable para los que hemos venido después.

Por eso, quizás, estemos ya en el punto en que es necesario bailar con locos, más allá de las interpretaciones clínicas y psicoanalíticas -también clínicas-, y abordar la locura como una práctica y un relato culturales, como una forma de producción cultural, inevitablemente mediante metodologías etnográficas aunque trabajemos con fuentes documentales. Lo intentaron Peset19 desde la historia, y Els van Dongen20 desde la antropología, y el propio Rafael Huertas lo ha hecho con las historias clínicas. El problema es que los locos no suelen escribir en las instituciones -o lo hacen limitadamente- por lo que las voces de los locos casi siempre son traducciones que los cuerdos hacen de la conducta loca. Si desde la perspectiva del antropólogo de campo, como en el caso del Els Van Dongen o incluso de ciertos documentales21, se pone de relieve la posibilidad de una etnografía de la locura y de los locos, desde las fuentes documentales es necesario un trabajo de análisis, valoración y escritura distinto sobre unos textos que no suelen devolver casi nunca la complejidad de la vida social y cultural del loco sino solo parcelas, retazos de memoria, descripciones de conductas traducidas mediante conceptos y lenguajes que no necesariamente son los suyos, sino propios de las miradas de los que les escriben. El desafío me parece fascinante y la llamada de Rafael Huertas en este libro, que incorpora esta última dimensión, es precisamente abrir las puertas, ya no al pasado, sino a una nueva agenda de futuro.

 

Josep M. Comelles
Medical Anthropology Research Center
Universitat Rovira i Virgili, Tarragona


 

Paul D. Blanc and Brian Dolan, eds. At work in the world: proceedings of the Fourth International Conference on the History of Occupational and Environmental Health. Berkeley: University of California Medical Humanities Press; 2012, 216 p. ISBN: 978-0-9834639-4-8.

Les conférences internationales d'histoire de la santé au travail et de la santé environnementale ont la particularité de faire dialoguer des historiens et des médecins intéressés par l'histoire de ces disciplines, dont ils se font souvent eux-mêmes les historiens. L'édition des actes de la quatrième conférence (San Franciso, juin 2010) revêt une forme particulière. Elle se compose de trois ensembles à géométrie variable. Le premier comprend le texte des trois conférences magistrales, suivies chacune de trois commentaires; le deuxième reprend des résumés longs, parfois enrichis d'une courte bibliographie; enfin le troisième rassemble les résumés remis aux organisateurs.

La première des communications magistrales traite de l'évolution de la sensibilité de l'opinion publique aux différents aspects du risque industriel et environnemental, aux Etats-Unis au cours du siècle passé. Pionnier de l'étude conjointe des deux domaines avec notamment son Hazards of the job: from industrial disease to environmental health science (1997), C. Sellers propose une périodisation en trois temps du "régime de risque industriel". Ce concept désigne les compromis sociaux par lesquels les acteurs publics et privés d'une société traitent les dangers et dommages causés par le risque industriel.

Le premier temps, celui des pionniers dont Alice Hamilton, montre une attention portée en priorité aux risques sur le lieu de travail, les experts de cette époque ne se préoccupant guère de la pollution des entreprises au-delà de leurs portes. Pour une compréhension plus complète du régime de risque industriel, Sellers suggère en effet une démarche qui consiste à ne pas s'en tenir à ce qui a retenu l'attention des experts à différentes périodes, mais à souligner aussi, en creux, ce qui leur a échappé, les risques qu'ils n'ont pas pris en compte, ici environnementaux. Pour cela, il invite à suivre des risques identifiés dans un espace déterminé, comme il le fait pour El Paso (Texas) et ses fonderies de plomb. Dès le milieu des années 1920 s'affirme toutefois une plus grande sensibilité au risque environnemental lié à l'industrie, qui culmine au tournant des années '70. Cela constitue le deuxième temps. La période la plus immédiatement contemporaine -troisième temps- semble plus sensible aux problèmes environnementaux ou aux intoxications via les biens de consommation et beaucoup moins aux risques sanitaires dans et hors des entreprises, en partie parce que les activités les plus polluantes ont été délocalisées. Sellers illustre son propos en évoquant l'explosion de la plate-forme de forage de BP dans le Golfe du Mexique, où le risque professionnel -11 victimes parmi les travailleurs- occupe une place très réduite en regard des atteintes écologiques.

Les communications qui suivent nuancent l'analyse de Sellers. Si trois périodes peuvent être distinguées en fonction des aspects auxquels l'opinion s'avère plus sensible, il y a surtout une indéniable continuité du régime de gestion purement assurantielle des risques auxquels sont soumis les travailleurs. Autre critique de cette périodisation: des dispositions ont été prises en réponse aux pollutions industrielles bien avant l'introduction de normes protégeant la santé des travailleurs, tout comme, en aval, dans les années 1960 à 1980, divers mouvements ont abordé conjointement l'exposition au risque au travail et hors travail. Plus fondamentalement, la distinction même entre risque professionnel et risque environnemental paraît souvent fragile, comme le montre l'exemple des brouillards mortels de la Meuse (Belgique) en 1930.

La question des mobilisations capables d'infléchir les politiques de santé au travail sont au cœur de la communication de D. Rosner et G. Markowitz, pionniers de l'histoire de la santé au travail aux Etats-Unis avec des publications telles que Dying for work: Workers safety and health in twentieth-century America (1987) et Deadly dust : silicosis and the politics of occupational disease in twentieth-century America (1991 et 2006). Ils comparent les efforts de mobilisation des débuts du XXe siècle et des années 1930. Dans les deux cas, ils soulignent les conditions de mise à l'agenda réussie propres à l'expérience américaine. Ainsi quand, les Etats-Unis emboîtent le pas au mouvement réformiste qui a touché la vieille Europe à la fin du XIXe siècle, un des facteurs de mobilisation a été le lien opéré entre la santé des travailleurs de l'industrie et celle de la classe moyenne, à travers la tuberculose et notamment le risque de contamination par les produits du travail à domicile. Lors de la Grande Crise, ils décrivent l'enchaînement qui conduit à faire entrer certaines pathologies chroniques, comme la silicose, dans le débat public. Les travailleurs perdant leur emploi essayent d'obtenir une compensation financière accusant leur employeur devant les tribunaux de les avoir exposés à un risque les rendant inaptes au travail; devant les charges financières qu'elles ont à supporter, les compagnies d'assurance vont contraindre les employeurs à organiser une sélection médicale et à licencier les travailleurs déjà atteints, accroissant de ce fait l'impact social de la maladie. S'y ajoutera le scandale largement médiatisé du creusement d'un tunnel pour le compte d'Union Carbide, causant la mort d'au moins 1500 travailleurs, exposés par un employeur qui avait alors déjà une pleine connaissance du risque.

Trois communications prolongent le propos en réfléchissant à la manière dont les historiens ont ou devraient étudier les mobilisations suscitées par le risque professionnel ou environnemental.

Il est plutôt contre-intuitif d'associer le régime nazi et le souci de la santé au travail. S'appuyant sur ses travaux antérieurs, -Racial hygiene: medicine under the Nazis (1988) et The Nazi war on cancer (1999)-, R. Proctor propose une analyse fine à la fois d'un certain souci nazi du bon état de la force de travail et des raisons qui ont occulté dans le camp allié des connaissances, valides, que les spécialistes allemands de l'hygiène industrielle ont établies à cette époque.

Il évoque d'abord des indicateurs concrets attestant d'une gestion attentive de l'état de la force de travail, comme la multiplication des médecins d'entreprise ou les campagnes massives de radiographie. La question des radiations permet de mettre en évidence la limite, propre à l'idéologie raciale du régime, de cette préoccupation. En effet, alors que les médecins mettent en évidence le risque d'irradiation auquel sont exposés les mineurs occupés à l'extraction d'uranium, de cobalt et de cuivre dans les Sudètes, le régime en tire une implication conforme à son idéologie: en retirer les mineurs allemands et les remplacer par des travailleurs forcés, l'ironie de l'histoire étant que les Soviétiques y occuperont à leur tour d'anciens nazis. Dans le même esprit, la logique de recherches visant à identifier des facteurs prédisposant aux cancers et à écarter des postes à risques les travailleurs les plus fragiles va servir une sélection médicale à l'envers, consistant à occuper aux postes les plus insalubres les "ennemis de la nation". En bref, l'Allemagne nazie a fait fonctionner dans des sens diamétralement opposés son système de santé et de sécurité au travail: pour protéger du risque ou pour exposer au risque, selon une ligne de partage raciale.

Proctor explique d'autre part pourquoi la mise en évidence du caractère cancérigène de l'amiante, -qui amène la reconnaissance du mésothéliome et du cancer du poumon liés à l'exposition à l'asbeste comme maladie professionnelle au début des années 1940 en Allemagne-, n'a pas été prise en compte dans les pays alliés. Ces connaissances avaient été établies par des examens cliniques et pathologiques, portant sur un nombre limité d'observations, et non par la voie épidémiologique validée par la statistique, approche qui s'impose comme le standard dans le monde anglo-saxon des années 1950.

En complément à la communication de R. N. Proctor, les textes de commentaire examinent brièvement la politique de santé au travail dans trois pays liés au IIIe Reich: l'Italie, le Japon et l'Espagne.

De l'ensemble des 52 résumés formant la seconde partie du recueil, se dégage une impression de foisonnement qui témoigne de la vitalité du domaine de recherche. Des lignes directrices peuvent cependant être dégagées: plusieurs communications présentent très classiquement les grands axes de la politique de santé au travail d'un pays ou secteur d'activité; d'autres s'attachent à des figures pionnières, comme Alice Hamilton ou Ersilia Majno Bronzini; dans les textes centrés sur des pathologies spécifiques, la silicose, l'asbestose ou le saturnisme conservent une place prépondérante. Enfin, certaines communications parmi les plus stimulantes remettent en question des représentations, anciennes ou récentes, en histoire de la santé au travail, qui concernent le rôle des syndicats, l'épidémiologie profane ou la place de la tuberculose dans l'environnement professionnel au XXe siècle.

 

Eric Geerkens
Université de Liège


 

Stefan Pohl Valero. Energía y cultura: historia de la termodinámica en la España de la segunda mitad del siglo XIX. Bogotá: Pontificia Universidad Javeriana; 2011, 322 p. ISBN: 978-958-716-498-5. $ 23.

La España de la segunda mitad del siglo XIX estuvo caracterizada por un continuo debate ideológico y político que permeó y estuvo presente en multitud de ámbitos, incluido el científico. De hecho, la conocida disputa acerca de la polémica de la ciencia española, o la relacionada con la introducción y el desarrollo de las ideas darwinistas en España, se han de entender en el marco de una contienda más amplia, en la que se debatía acerca del papel que debían jugar la Iglesia Católica y el Estado, vistos por diferentes autores como responsables últimos de una intolerancia política y religiosa que coaccionaba la libertad de pensamiento necesaria para el progreso cultural y científico del país. Stefan Pohl nos facilita en este libro un nuevo elemento con el que profundizar y comprender mejor esta disputa. A partir del análisis preciso que hace de los diferentes significados y usos de las leyes de la termodinámica en la España de la segunda mitad del siglo XIX, el autor explora el debate iniciado en la década de 1860 en torno a estas leyes. Unas leyes que fueron utilizadas como recurso legitimador de diversas posiciones y que fueron aplicadas a diferentes cuestiones sociales y culturales.

El libro está organizado en torno cinco grandes capítulos. El primero de ellos lleva por título "La cruzada científica: la Iglesia Católica española y el debate moral de las leyes de la termodinámica en la esfera pública". Lejos de la visión tradicional y excesivamente simplista de un inevitable conflicto entre ciencia y religión, el autor presenta la relación entre ciencia y religión como un proceso complejo y cargado de matices. En este primer capítulo se examina el modo en que la Iglesia Católica y los intelectuales comprometidos con ella trataron de articular un discurso capaz de adaptarse al desarrollo de las nuevas ideas científicas. Como parte de una campaña pública contra el materialismo científico -identificado como la principal causa de decadencia moral y origen de desórdenes sociales- las leyes de la termodinámica fueron interpretadas de forma armónica con supuestos teológicos. Un esfuerzo que el autor considera parcialmente condicionado por el empeño de la Iglesia en mantener "la autoridad moral y el control sobre la educación y sobre la sociedad" (p. 55).

Las ideas materialistas relacionadas con la conservación de la energía postulaban un universo eterno y cíclico que no requería de Dios individual alguno y que cuestionaban la posibilidad de milagros, así como la naturaleza del libre albedrío y la inmortalidad del alma. Frente a estas tesis, que en el contexto español estuvieron íntimamente relacionadas con los proyectos políticos anticlericales de republicanos, socialistas y anarquistas, el concepto de energía resultó especialmente útil para la Iglesia y los sectores más conservadores, en tanto en cuanto podía definirse como un mero atributo de la materia en movimiento, lo que requería de un agente externo -que se identificaba con la mano de Dios- capaz de imprimir este movimiento a la materia. Por otro lado, el hecho de que la energía se transformara y una parte de ella siempre se disipara en forma de calor -una forma de energía que no podía volver a ser transformada y no era aprovechable- caracterizaba un universo material que necesariamente tenía un inicio y se dirigía hacia un fin. En otras palabras, la inevitable muerte térmica del universo permitía negar la idea de un universo eterno y cíclico como el defendido por los materialistas.

La preocupación por el hecho de que el espíritu materialista pudiera instalarse en el seno de la sociedad española de finales del siglo XIX era compartida también por intelectuales de diversa orientación política, tal y como pone de manifiesto el segundo capítulo del libro, que lleva por nombre "La hegemonía del materialismo científico: conceptos científicos y contenidos morales en la divulgación de la física". Este capítulo explora diferentes textos publicados durante la década de 1870 sobre la nueva ciencia de la termodinámica escritos por autores como Gumersindo Vicuña, José Echegaray y Francisco de Paula Rojas. Unos textos que presentaron una explicación unificada de los fenómenos físicos a partir del equivalente mecánico del calor y que el autor sitúa "en una difusa frontera entre los libros de texto destinados a la enseñanza y a un público específico, y las obras divulgativas y recreativas orientadas a grupos más amplios" (p. 110). La nueva teoría de la unidad de las fuerzas físicas fue exhibida como el mayor logro de la ciencia, capaz de facilitar un conocimiento racional y absoluto de la naturaleza. Un discurso que presentó este conocimiento como la mejor forma de acercarse a Dios, al tiempo que daba a entender "la supremacía de la razón humana, su capacidad de progreso continuo y su poder sobre la naturaleza" (p. 134).

Más allá del contenido de estas obras, Pohl identifica en las mismas un intento por construir una determinada imagen pública de la termodinámica con el fin de legitimar la institucionalización y enseñanza de la física teórico-matemática en la universidad española, tal y como se apunta en el tercer capítulo, titulado "La "dignidad" de la termodinámica: la legitimación académica de una nueva disciplina". En un contexto de debilidad institucional de la física, los textos de Vicuña, Echegaray y Rojas buscaron justificar la existencia de una carrera académica en el ámbito de la física teórico-matemática, presentándola como fuente de prestigio nacional y como elemento necesario para el desarrollo y la consolidación de un Estado moderno. En ese sentido, la termodinámica habría de jugar un papel fundamental tanto por su carácter articulador y unificador como por su capacidad de mostrar el modo en que, a partir del cultivo de la física especulativa teórica, se podía obtener el progreso material.

El cuarto capítulo, "La energética de la vida: una imagen alternativa de la termodinámica", explora la construcción de una física alternativa a la definida por Vicuña, Echegaray y Rojas y en la que el concepto de energía jugó un papel fundamental. En particular, el capítulo recupera parte de la obra científica de Enrique Serrano Fatigati, quien a partir de las dos leyes de la termodinámica construyó una concepción energética del cosmos y de la sociedad basada en un universo en constante evolución y progreso, en la que el concepto de energía representaba la realidad última donde Dios habita. Una propuesta que, tal y como Pohl apunta, formó parte de un amplio programa pedagógico que buscaba incidir en la educación tanto científica como moral de las personas y que encontró en la Institución Libre de Enseñanza el lugar idóneo para su enseñanza.

El último capítulo, titulado "La "termodinámica social": el uso metafórico y alegórico de sus leyes", detalla el uso de analogías que se hizo en la España de finales del siglo XIX entre el mundo natural -regido por leyes de la termodinámica- y el mundo social. El autor nos muestra cómo estas leyes sirvieron a diversos autores para legitimar determinadas estructuras y caracterizar el funcionamiento de diversos aspectos de la sociedad. Tal y como señala Pohl, al igual que ocurriera en otras partes de Europa a finales del siglo XIX, "la imagen de una compleja máquina térmica, gobernada por leyes de la termodinámica, se convirtió en una de las principales metáforas para explicar cómo funcionan el universo, la sociedad y el hombre" (p. 219). De este modo, el capítulo detalla la analogía ideada por Pedro Estasen entre economía y termodinámica para defender una política económica proteccionista como la reclamada por la burguesía catalana. Al mismo tiempo, muestra los argumentos termodinámicos esgrimidos por autores como José Echegaray para defender posturas radicalmente opuestas, como el librecambio. También se describe el modo en que las leyes de la termodinámica fueron empleadas por autores como Luis Rouvière para elaborar narraciones apocalípticas que pretendían reactivar la industria y evitar los conflictos con la clase obrera, en un período de creciente tensión entre empresarios y trabajadores. Asimismo, encontramos argumentos como los de Laureano Calderón, quien utilizó la idea de que la sociedad era como una máquina térmica (que requería de una diferencia de temperaturas para funcionar) para defender el Estado liberal y las diferencias sociales.

De este modo, según el autor, durante la Restauración se conformó un "discurso energético" (p. 247) que sirvió para legitimar tanto diferentes corrientes económicas como las divergencias sociales y económicas de la sociedad española. Estas ideas reforzaron la imagen de una física social -basada en el concepto de energía y en su transformación y conservación- capaz de garantizar el funcionamiento óptimo de las sociedades modernas. De hecho, durante las décadas finales del siglo XIX, la sociedad se identificaría con un sistema de producción cuyo progreso debía entenderse en base a valores relacionados con la productividad energética. La conclusión del libro deja al lector convencido de la importancia de la nueva ciencia del calor en la configuración del pensamiento político y social de la España de finales del siglo XIX. Así pues, podemos afirmar que este estudio sobre cómo las leyes de la termodinámica fueron utilizadas para tratar de instaurar unos determinados valores culturales y legitimar diferentes posturas económicas y sociales, constituye una destacada contribución a la historia intelectual de la España de la Restauración.

 

Pedro Ruiz-Castell
Instituto de Historia de la Medicina y de la Ciencia López Piñero
Universitat de València, C.S.I.C.


 

Katherine D. Watson. Forensic Medicine in Western Society: A History. London and New York: Routledge; 2011, vi + 214 p. ISBN: 978-0-415-44772-0. £ 19.99 (paperback).

Tal y como señala la autora, la redacción de una historia de la medicina forense está plagada de problemas. En primer lugar, existe una relativa escasez de trabajos en comparación con otras áreas relacionadas de la historia de la medicina, del derecho o del crimen. En segundo lugar, las pocas obras que abordan el tema del libro raramente lo hacen desde una perspectiva transnacional y comparada, lo que unido a la dispersión de fuentes secundarias, reflejada tanto en los lugares de publicación como en la lengua escogida, provocan el predominio de obras centradas en el mundo anglosajón. El libro de Katherine Watson, por el contrario, ofrece un amplio espectro de contextos, temas y periodos, abordando la historia de la medicina forense desde la antigüedad al presente. Si bien el libro está principalmente concebido para los estudiantes, todos los capítulos ofrecen sugerencias bibliográficas que permiten profundizar en los temas tratados, ampliando así el espectro de posibles lectores.

Katherine Watson presta especial atención a las cuestiones terminológicas, particularmente a las diferencias entre medicina forense y ciencia forense. Otro de los conceptos que cobra una especial relevancia a lo largo del libro es el del experto y su creciente papel en la resolución de conflictos en la sociedad. Según la autora, durante los siglos XIX y XX nació un nuevo tipo de experto que utilizaba el conocimiento derivado de su formación científica y médica, siendo capaz de ofrecer un testimonio basado más en su opinión que en la evidencia directa. Este cambio benefició su proliferación y expansión, especialmente en dos áreas: la toxicología y la psiquiatría forense, que son analizadas por separado en dos de los capítulos del libro.

Los primeros dos capítulos muestran la emergencia de la medicina forense y como ésta fue modelada por los dos grandes sistemas legales existentes: el del continente, basado en el derecho romano y el canónico, frente a las leyes anglosajonas (Common Law). Los diferentes roles de jueces y jurados permiten entender cómo surgieron los diferentes tipos de juicios en uno y otro lugar. En Inglaterra, que se fundamentaba en el sistema acusatorio, las decisiones sobre la culpabilidad del acusado se basaban en el testimonio oral ofrecido por testigos, mientras que en el continente europeo, con un sistema inquisitorial, las pruebas y la opinión de un experto cobraban una importancia crucial. Este diferente sistema explica también la creciente necesidad de contar con la opinión experta y la tradición de elaborar informes escritos característicos del sistema inquisitorial. La amplia variedad de actores que tomaron parte en la práctica de la medicina legal es otro de los aspectos destacados por la autora. La figura del médico, cirujano o matrona aparece en una gran diversidad de textos y épocas, proporcionándoles un estatus especial, aproximándose, en muchos aspectos, a lo que hoy entendemos por experto.

En el inicio del tercer capítulo y a través de seis países, se muestra cómo tuvo lugar la consolidación de la medicina forense. Instituciones, universidades y Estado dotaron al experto con el poder necesario para convertirse en un elemento indispensable en el sistema legal. La autora analiza con detalle la consolidación del experto toxicólogo, área en la que es experta y sobre la que ha publicado algunas obras previas. A través de sofisticados ensayos químicos, era posible convertir lo invisible en visible, e identificar la presencia de veneno en una determinada muestra. Sin embargo, para realizar esta labor, era necesario poseer cierto conocimiento de las técnicas empleadas, además de la capacidad para interpretarlas. El toxicólogo fue el encargado de ocupar ese espacio, adquiriendo prestigio y autoridad con la construcción de su propio dominio profesional.

Los capítulos cuarto y quinto tratan la relación de la medicina forense con los problemas sociales. El cuarto capítulo se centra en el desarrollo de la psiquiatría forense. En cierta medida de forma similar a la institucionalización de la medicina forense, los expertos tuvieron que posicionarse dentro del sistema legal. Enfrentándose a casos intrínsecamente relacionados con problemas sociales esta disciplina permitió trasladar algunos de estos problemas a la esfera pública. Parte del problema se encontraba en que el concepto de responsabilidad criminal era una designación puramente legal y, por tanto, su traslado al mundo médico creaba muchas dificultades. Como Watson cita al final de este capítulo, la relación establecida entre la psiquiatría y la justicia criminal siempre será, y quizás así es como debe permanecer, incómoda. El quinto capítulo muestra la dificultad que implica tratar problemas relacionados con el comportamiento para el sistema legal. Abordando cuestiones como el suicidio, el infanticidio, la impotencia o la sexualidad, la autora argumenta que se ha producido un avance en la forma de tratar el comportamiento humano, aumentando su aceptación social de muchos actitudes que tradicionalmente han sido tachadas de anormalidad y castigadas estrictamente.

El último capítulo hace referencia a algunas de las innovaciones médicas, científicas e institucionales más significativas del siglo XX: los nuevos laboratorios de medicina forense; las técnicas que permiten establecer la identidad de las víctimas; el análisis de huellas de ADN o la búsqueda de información sobre los delincuentes. Watson señala que, a pesar de que la medicina forense y las ciencias forenses han evolucionado de forma indudable en los últimos siglos, comparten ciertos rasgos con épocas anteriores, en cuanto a la preocupación por el cuerpo y por la mente humana. El libro finaliza planteando cuál es la situación real de la medicina forense. Para la autora, el mayor logro de la medicina forense en el siglo XX ha sido su separación de las ciencias forenses. Sin embargo, continúan existiendo múltiples diferencias en la manera en que las investigaciones son llevadas a cabo en el continente y en el mundo anglosajón, lo que es una muestra de que la política, el derecho y los sistemas formativos, entre otros factores, siguen siendo decisivos en las prácticas de la medicina legal.

La obra de Watson ha conseguido llenar un espacio vacío en el intento de construir una historia general sobre la medicina forense. Claramente estructurada, y con numerosas referencias, permite a los lectores un primer punto de contacto en esta área. Cada uno de los capítulos incluye varios estudios de caso que muestran, en la mayoría de ocasiones, las dificultades de trasladar la teoría a la práctica. Además, el libro incluye anexos insertados dentro de algunos capítulos que ofrecen información complementaria y que son de gran utilidad para obtener una visión general del tema indicado. En este sentido podemos encontrar una relación de los expertos médico-legales del siglo XIX y XX en diferentes países, o detalles sobre alguna ley mencionada en el texto. Estas estrategias representan una gran ayuda si tenemos en cuenta el tipo de lectores al que se dirige principalmente. Quizás, el sistema de colocar las notas al final del libro en lugar de al final de cada capítulo, le resta un poco de agilidad en la lectura. A pesar de ofrecer una perspectiva comparada, en buena parte del libro sigue predominando el mundo anglosajón, y así se observa también en la mayoría de ejemplos escogidos para los estudios de caso. Quizás, la crítica realizada por la autora, sobre la dispersión de textos y la variedad de idiomas, sirvan como estímulo para futuras investigaciones que amplíen los contextos tratados por Watson.

 

Mar Cuenca
Instituto de Historia de la Medicina y de la Ciencia López Piñero
Universitat de València-C.S.I.C


 

Francisco Villacorta Baños. La regeneración técnica. La Junta de Pensiones de Ingenieros y Obreros en el Extranjero (1910-1936). Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Científicas; 2012, 936 p. ISBN: 978-84-00-09651-9. € 46.

La obra del investigador científico del C.S.I.C. Francisco Villacorta recientemente publicada representa, sin duda, una aportación de primer orden al conocimiento de la difusión de la tecnología en la España de las primeras décadas del siglo XX, así como de sus vínculos con la realidad socioeconómica del país. Centrada en el estudio de la Junta de Pensiones de Ingenieros y Obreros en el Extranjero entre los años 1910 y 1936 el trabajo comprende una minuciosa tarea de disección de la organización, propósitos y agentes implicados y beneficiados por el plan de formación de profesionales impulsado por este relativamente desconocido organismo.

Se divide para ello en diversos periodos que mantienen una cierta coherencia, que van desde la puesta en marcha y los primeros pasos de la Junta hasta su consolidación en la década de los 1920 y posterior pérdida de vigor a partir de 1931. Atendiendo a la primera fase de la Junta se observa, ya en sus propósitos, la pretensión de reproducir los ideales institucionistas: los contenidos en esa "utopía pedagógica" que les sirvió de guía y que consistió en una suma de tareas dedicadas no sólo a asimilar compulsivamente conocimientos disponibles en los textos, sino además en ejercer en los viajes de los pensionados a otros países una suerte de aprendizaje activo que comprendiera diversas facetas, desde la de ver en un sentido amplio hasta la de relacionarse con los naturales del país y con los profesionales de los diferentes oficios. De este periodo, que ocupa aproximadamente una década, se ofrecen detalles sobre las distintas convocatorias, así como sobre las ramas más atendidas en cada una de ellas. Completa la más que meritoria labor llevada a cabo en estos años, con unos resultados apreciables, la creación de una biblioteca técnica y un servicio de documentación, que a partir de 1920 experimentó un rápido crecimiento, llegando a convertirse, por el número de ejemplares, suscripciones a revistas nacionales y extranjeras y número de lectores, en un muy destacado centro de referencia.

Sin duda, en la consideración de los años siguientes como un periodo con rasgos propios tiene un peso significativo la difusión de la nueva filosofía de la organización industrial y la legislación relativa a la formación profesional aprobada durante la dictadura de Primo de Rivera (que se sustanció en el definitivo Estatuto de Enseñanza Profesional de 1928). El primero de los fenómenos merece un comentario extenso del autor, en correspondencia con el interés que provocaron las corrientes sobre la organización científica del trabajo, derivadas en una medida significativa de las aportaciones del ingeniero norteamericano F. W. Taylor y que fueron recogidas en su Principles of Scientific Management de 1911. Hay que advertir que los propósitos perseguidos por este enfoque empresarial, centrado en la efectiva selección del personal y en las expectativas creadas por los nuevos sistemas de producción, distribución y venta de productos, planteó nuevos problemas formativos que fueron atendidos, entre otros, desde los modelos de las ciencias sociales, en particular desde la psicología experimental. Surgieron nuevas áreas de estudio dedicadas a la psicotecnia y a la psicología ocupacional e igualmente se establecieron centros de orientación profesional. "La Junta en este contexto comenzará a vivir -a decir del autor- sus etapas más fructíferas. Las expediciones de pensionados, aún restringidas en número, la biblioteca, el servicio de documentación, los cursos, el boletín, todo se encontraba a pleno rendimiento, bien engrasado por la experiencia de los años". Los interrogantes que después se plantean y que sirven para articular la exhaustiva información sobre centros fabriles que se ofrece en diversos capítulos centrales de la obra tienen que ver, primero, con el cumplimiento de las expectativas de promoción personal generadas en las diversas convocatorias; segundo, con la estimación del acierto o no en la selección de los candidatos y de sus empresas de origen, así como de los centros de formación a los que iban destinados, teniendo en cuenta la realidad económica española y la europea. En tercer lugar, se examina el efecto que estos planes alcanzaron en los sectores movilizados y, en cuarto lugar, se trasladan estas cuestiones a las pensiones que disfrutaron los ingenieros. En el fondo, y así se manifiesta, están presentes las cuestiones de orden más general que se suscitan cuando se afrontan los problemas relativos a la relación educación-progreso técnico y desarrollo económico, y que en la actualidad forman parte de ese amplio concepto recurrente de la economía del conocimiento. Se trata, por tanto, de comprobar si se han conseguido con las políticas emprendidas reducir los factores inciertos de los saberes adquiridos y si han tenido un valor en los marcos técnoindustriales y económicos en los que se han puesto en práctica. Estas preguntas, a su vez, conducen a contemplar otro de los temas sensibles en estos enfoques, el de la transferencia de tecnología y su alcance. Aquí se presta atención crítica a las relaciones ciencia-tecnología y se revisan de la mano, entre otros, de Joseph A. Schumpeter, Nathan Rosenberg y Thomas P. Hughes, algunas doctrinas clásicas que han venido situando a la ciencia como el origen indiscutible de todas las innovaciones. A partir de estas discusiones, y asumiendo que en la transferencia de la tecnología el factor esencial es la disposición de unas adecuadas condiciones en el país receptor, se concluye que la experiencia formativa estaba plenamente justificada, dadas las carencias que las exigencias de la modernización económica ponían al descubierto tanto en recursos técnicos como en instrucción superior y adiestramiento básico en España.

Durante la etapa republicana el organismo experimentó algunos cambios derivados de sus nuevos asentamientos institucionales y las convocatorias, como ya habíamos comentado, sufrieron recortes significativos. Posteriormente hay un asunto relativo a la continuidad de estas políticas que nos parece también de interés para saber cuál fue su proyección una vez iniciada la guerra civil y el periodo franquista. El autor despeja las dudas señalando que en 1939 se nombró un nuevo director del Centro de Perfeccionamiento Obrero (antigua Junta) y se incorporaron ese mismo año diversos empleados a diferentes puestos del organismo. Se convocaron nuevas expediciones, aunque no ha sido posible confirmar el cumplimiento de la pertinente autorización. Por su parte, el fondo material de la Oficina Central de Documentación Profesional sí se mantuvo en funcionamiento. Sin embargo, a partir de 1955, con la aprobación de la Ley de Formación Profesional Industrial, el Centro y su servicio de documentación comenzaron una etapa de incertidumbre. Se suprimirían mediante decreto de 1959. Los fondos aludidos sufrirían diversos avatares que son señalados en el texto.

Como complemento, el extenso volumen está acompañado de diversos apéndices dedicados a ofrecer un perfil biográfico de las figuras más influyentes en la gestión de la Junta de Pensiones, así como una relación de los ingenieros y obreros pensionados junto con el centro de trabajo, de estudio o de prácticas al que asistieron, así como la memoria que elaboraron. Observando estos cuadros, podemos hacernos una idea sobre los resultados de la política formativa. Solamente atendiendo a las cifras, con un cálculo aproximado del número de beneficiados por estos programas, estimamos que más de medio millar de obreros y más de un centenar de ingenieros fueron pensionados.

Con esta obra contamos por tanto con una aproximación más precisa a los procedimientos seguidos por el Estado para promover las actividades formativas de los ciudadanos dentro de los nuevos contextos sociales y económicos del siglo XX, en este caso los que afectaban a los sectores técnicos. Un asunto que ha permanecido en la sombra por el protagonismo de la Junta para la Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas y de las tareas relativas al fomento de la investigación. Queda ahora por comprobar, siguiendo también patrones de estudio ajustados al objeto, si en la propia J.A.E. la presencia de la técnica fue mayor de lo que habitualmente se asume y, una vez constatado este hecho, qué relaciones existieron entre esta Junta y la del Patronato de Pensiones a Obreros e Ingenieros.

 

Víctor Guijarro Mora
Universidad Rey Juan Carlos


 

Raquel Osborne, ed. Mujeres bajo sospecha: Memoria y Sexualidad, 1930-1980. Madrid; Fundamentos; 2012, 419 p. ISBN: 978-84-245-1260-6, € 16.

El libro editado por Raquel Osborne recoge una colección de trabajos que intentan paliar la falta de estudios sobre la sexualidad en general, y la sexualidad femenina en particular entre 1930 y 1980. El periodo estudiado desborda el marco del autoritarismo nacionalcatólico, algo metodológicamente comprensible si tenemos en cuenta que el franquismo se marcó como uno de sus objetivos la recuperación de cualquier valor que hubiese sido puesto en peligro por la II República y sus previos liberales, y que hasta entrados los años 80, por más que se hubiesen dado pasos teóricos y prácticos de renovación, seguían latentes las secuelas de lo que fue un periodo dictatorial anormalmente extenso. Dicha extensión produjo generaciones enteras educadas en sus parámetros, y dada su violencia y omnipresencia, cobró tal intensidad que todavía cabría detectar sus resonancias en la España actual. Parte importante de la obra se inscribe en el Proyecto I+D+I 140/07. Es importante traerlo a colación, máxime cuando este tipo de proyectos se están viendo, y quizá verán todavía más, inmersos en la más absoluta de las precariedades.

Tota mulier in utero es la expresión latina que caracteriza esa esencialización en lo sexual de la mujer, eje de los dispositivos discursivos orientados al control de las disidencias. Es también epígrafe del texto de Vázquez y Moreno (Sexo y Razón. Una genealogía de la moral sexual en España. Madrid: Akal Universitaria; 1997) al que la propia obra que presentamos se refiere como marco metateórico. Se trata de una reducción ontológica de alto alcance que además se concentra en las funciones reproductivas desde la perspectiva unilateral del lugar del desarrollo del nuevo ser humano. Esta sexualización de la mujer es analizada desde un crisol temático y epistemológico en los diferentes capítulos de la obra, a su vez, agrupados en seis partes, precedidas de una amplia e iluminadora introducción por parte de Raquel Osborne. Un aspecto fundamental de la historia de la sexualidad, o mejor, de la historia de las sexualidades, es el análisis de las disidencias, esto es, de las sexualidades no normativizadas. Lo disidente, lo no normativizado y además ubicado temporalmente en un periodo de alta violencia psicosocial y física, será analizado desde diferentes perspectivas. Quisiéramos en este punto explotar, quizá filosóficamente, el término "sospecha" presente en el título. Como Osborne indica, se trata de apuntar elementos para el análisis de la inseguridad individual y social de la propia condición femenina sobre el periodo estudiado. Existen pues vigilancia y castigo, por usar los términos foucaltianos, que caracterizan la etapa. La vigilancia es permanente y castigo es posibilidad siempre latente: de ahí las inseguridades. Esta sospecha recorre, de forma institucionalizada o no, los diferentes recovecos de las vidas individuales y de las posibles identidades en juego. Por otra parte, los estudios sobre identidades, y más las forjadas en el entramado biopolítico, han siempre de atender a las tensiones propias de discursos procedentes de disciplinas dispares en imaginarios sociales formados como mosaicos entre la tradición, las vivencias, y la proyección hacia el futuro, marcada por el ansia u horror hacia el pasado, como ocurre con el tiempo y lugar objeto de tratamiento.

En la "Primera Parte" se aborda la cuestión de la memoria, emplazada en el interregno del pensamiento y la vivencia. Más allá de lo informativo de los diferentes temas abordados, suponen una presentación del problema general abordado de forma más monográfica en las partes siguientes. Dolores Juliano nos adentra en lo que llama el oxímoron de la sexualidad femenina, así como en las identidades "pensables" dentro del sistema. El oxímoron es a su vez, a nuestro juicio, oxímoron en un nivel metadiscursivo, pues la propia sexualidad es la que hace identidad (lo que se haga o deje de hacer con ella dado que configura tota mulier). Las mixtificaciones de los diferentes discursos implicados que recorren la teología, la moral, la biomedicina son una tónica común de la etapa que se nos presenta dentro de un análisis de más amplitud sobre las sexualidades lésbicas. Dentro de una contextualización lata que recoge tradiciones previas a la etapa del franquismo, Tatiana Sentamans nos lleva de la mano para recorrer la mujer en las ilustraciones sicalípticas de la etapa inmediatamente anterior. Teniendo como telón de fondo filosófico a Bourdieu (Un arte medio. Ensayo sobre los usos sociales de la fotografía. Barcelona: Gustavo Gilli; 2003), nos hace recordar cómo el universo estético abarca más que la cultura legítimamente constituida. Los tropos gráficos sobre la mujer en los primeros años del siglo XX español son explorados con finura para darnos elementos más que suficientes de análisis de las continuidades y discontinuidades siguientes.

Dentro de esa presentación global Matilde Albarracín, explica las identidades lésbicas del primer franquismo, con alusión a experiencias vividas por mujeres concretas sin dejar escapar toda la fecundidad heurística que nos proporcionan los contramodelos del discurso imperante y los retorcimientos de la mezcolanza entre el nacionalcatolicismo y la visión conventual de la formación femenina, con los sesgos masculinizantes de la Sección Femenina. Vivencias, y esta vez vistas desde su mayor complejidad antropológica, son presentadas por David Berná cuando nos relata y explica los trasiegos de dos mujeres cuya disidencia tendría aristas: la condición gitana, la condición de mujer en la sociedad en general, dicha condición en la etnia gitana, y la relación que guardaban entre ellas.

Tensiones entre sexualidad y represión se abordan en la "Segunda Parte" del trabajo, titulada "Femineidad y Represión". La ecuación entre sexualidad y femineidad apunta a la idea del fortísimo componente sexualizante de las identidades de género cuando quieren buscar un amparo bien cimentado en el saber académico (biología, medicina...). La confusión conceptual y la proliferación de términos indiscriminados y con múltiples solapas son algo frecuentemente hallado cuando se analizan las "sexualidades" tanto sincrónica como diacrónicamente. Ello destila con cierto pluralismo tanto epistemológico como en el estilo, en los capítulos de la sección. Las individuas de dudosa moral son rescatadas para su análisis por Pura Sánchez en el epígrafe del mismo nombre. Bajo halo foucaltiano se analizan -y presentan también documentalmente- los efectos represivos sobre la disidencia objetiva u objetivada por las instancias de poder, llevados a cabo tanto por los Tribunales militares como los ordinarios, para seguir hasta los finales del franquismo mediante la idea de "paternalismo": una suerte de "redentorismo" ejercido por los vencedores y gestores (varones y adeptos) cuyos estertores incluso podríamos decir son todavía renuentes a su extinción. Un análisis sobre la represión, en el sentido más fuerte del término, esto es el que hallamos en el monográfico que Raquel Osborne dedica al caso de Carlota O'Neill. Se trata de un episodio particularmente digno de atención por cuanto ejemplifica el fenómeno de desnaturalización atribuido a las mujeres rojas. Está dentro de la órbita intelectual fascista que procuró cimentar la equivalencia roja-degenerada. Sobre este particular nos consta que la propia autora es conocedora de producciones metapsiquiátricas, como la elaborada por Enrique González Duro (Los psiquiatras de Franco. Los rojos no estaban locos. Barcelona: Península; 2008). Las dicotomía entre "santas y putas" y las formas del castigo articuladas, centradas en muchos casos en la inhumanidad que supone desposeer del estatuto de madre a la que lo es, es desbrozada desde una sociología de alto nivel que se adentra en una visión crítica y emancipatoria . Esos estudios no pueden obviar la prostitución. Los avatares jurídicos y políticos sobre dicho fenómeno social son descritos, con prolijo fondo documental, por Jean-Louis Guereña. Nos adentrará en lo que podríamos llamar el trasiego entre el reglamentarismo y el abolicionismo, ambas tendencias no novedosas en la historia de Europa, y en muchos casos acompañada por las ideas sobre higienismo social, y en el concreto "teología social". Si en estos casos podemos decir que hubo etapas de reglamentación o tolerancia, no podemos decir lo mismo al hilo del estudio que Víctor Bedoya nos ofrece sobre los expedientes administrativos y jurídicos sobre transexualismo. Mediante el estudio de casos y acompañado éste del marco jurídico correspondiente, el autor nos presenta una realidad en la que desembocan lateralmente todos los discursos sobre el género y el sexo, y concretamente, todo el aparato represor del franquismo: la transexualidad. Ese aparato también se las hubo con la masculinidad femenina. Este asunto es presentado y reflexionado con un estilo personal y de fuerte componente estético y literario, compatible con la riqueza de fuentes y fundamentación teórica, por Raquel (Lucas) Platero en el capítulo que cierra la sección.

A estas alturas de los estudios sociales sobre la biomedicina, no es nada infrecuente considerar que son las ciencias médicas saberes tecnosociales y no sólo, ni principalmente, el saber neutro positivo que algunos han abrigado alguna vez en su cosmovisión académica y/o profesional. La proliferación, influencia y retroalimentaciones con los discursos biomédicos son analizadas en la "Tercera Parte" de la obra. En primer lugar Beatriz Celaya pone sobre la mesa la persistencia de un modelo sexualizado de mujer. Como hemos vislumbrado arriba, lo reprimido y oculto no deja de mantener vigoroso lo que se intenta reprimir y ocultar. Para ello recorre clásicos del pensamiento biomédico europeo y español incluyendo su visión de la cultura dominante (o alternativa) tanto en general como en los focos médicos o literarios. Señero resalta, en ese orden de cosas, el estudio de Serrano Vicéns sobre la sexualidad femenina (Barcelona: Pulso; 1971), labrado desde la medicina de familia. Dicho estudio es presentado inicialmente, pero luego abordado de forma monográfica en el capítulo de Jordi M. Monferrer. Varios tópicos del estudio de Serrano están presentes en las tramas sexológicas contemporáneas: masturbación, la vida premarital, los marcadores socioculturales de las prácticas y, por supuesto, las vivencias lésbicas. Esto hace que Monferrer se refiera a Serrano como un "Kinsey español". Salvando todas las distancias, cierto es que el estudio analizado es claramente contracorriente y que merece la pena detenerse en él.

La tensión entre lo católico y lo nacional (totalitario) del nacionalcatolicismo tiene una instancia concreta en las visiones y papeles sociales de las monjas y de las falangistas. Esto ocupa la "Cuarta Parte" de la obra. Que la Iglesia Católica tuvo un papel determinante en las enseñanzas preuniversitarias es algo que a ningún conocedor de la etapa se le antoja baladí. Como tampoco lo fueron los efectos de la Ley General de Educación (1970) y su halo tecnocrático, todavía añorado por muchos. Esto hay que contrastarlo con los efectos más potentes del aparato fascista en la Universidad, cuna que fue, asimismo, germen del contradiscurso y la reivindicación. Dentro de esta amalgama social e histórica, abre esta parte Cristina Molina Petit al analizar el efecto adoctrinador de las monjas del Sagrado Corazón, sobre su objetivo: las jóvenes de la élite social. La visión es esclarecedora y recuperadora de la memoria, al tiempo que nos evoca -y hace constatar- las realidades pedagógico-católicas del momento. La enseñanza disciplinaria dejaba suficientes recovecos para el surgimiento de mentes críticas y contestatarias dentro de las filas de las educandas. El papel educador tuvo su versión en las ansias de redención y corrección penitenciaria de todo el abanico represor franquista. Dolores Juliano lleva a cabo una aguda digresión sobre el paso de la acogida a la prisión y el rol jugado por las monjas como encargadas del trato con mujeres caídas, disidentes, excluidas... estigmatizadas. Este, por otra parte nada amable, modelo compasivo y penitencial, contrasta con el magníficamente expuesto por María Victoria Martins Rodríguez, al tratar la Sección Femenina: se trata de una versión diferente. Está marcada, eso sí, por el aprecio de las potencialidades de la mujer al servicio de los objetivos del Estado (totalitario), y lo esquizoide de una mujer que dice serlo, pero al servicio del imperio de los varones y de los valores de la Nueva España. Estas zozobras y paradojas quedan de relieve, de acuerdo con el análisis que nos presenta María Rosón Villena, en las construcciones visuales del poder en la Sección Femenina: uniformes, jerarquía y apariencia construida quedan patentes en el acervo fotográfico de publicaciones específicas para la militancia. Dentro también de la Sección Femenina, es merecido el capítulo sobre los Coros y Danzas en Guinea Ecuatorial, por parte de Cécile Stephanie Sethrenberger. La trabazón estratégica entre los efectos buscados y los obtenidos, así como el potente componente etnográfico, abren en este capítulo nuevas fuentes de prospección empírica y teórica.

La quinta parte se reserva a la interrelación entre cultura y costumbres sexuales. La transversalidad histórica del asunto, centrado en las mujeres, va de la mano del tratamiento por Luz Sanfeliú de los contrastes entre el franquismo y lo "conquistado" por las mujeres en la II República, mediante el uso específico de la producción de Lucía Sánchez Saornil, en cuyos empeños estaba el posicionarse en frente de las teorías sexuales del mismo Gregorio Marañón. Destruidos los proyectos republicanos, es necesario atender a la paradoja de la educación sexual en los manuales escolares de los primeros veinte años del Franquismo, estudio que lleva a cabo Kira Mahamud Angulo. Las tensiones conceptuales de una negación de la sexualidad y un intento de control de la misma son explicitadas mediante su puesta en escena en los abordajes simbólicos y "científicos" de la misma.

El movimiento necesitaba producir ideología, y por ende, alguna suerte de cultura. Lucía Montejo Gurruchaga nos pone al día de las mujeres falangistas bajo la sombra simbólica y estructural de la concepción joseantoniana de la realidad social y femenina.

Cierran la obra (sexta parte) los capítulos de Lidia Falcón y Begoña Pernas sobre la revista Vindicación Feminista y la narración, vivida personalmente, sobre las venturas y desventuras del naciente movimiento feminista en la transición y sus problemas alrededor de la que fue una publicación representativa del momento, aunque, como bien informan las autoras, protagonista de problemas tan dispares que, por otra parte, bien saben entenderse en las peculiaridades de la transición española.

Tiene la obra en su conjunto interés para los estudiosos sobre las sexualidades y el género, sobre su historia en España y especialmente en el periodo que acota el estudio. Es de remarcar su valor para la investigación de los estudios sociales, filosóficos o históricos sobre la medicina sexual, dado que incluso las partes más sociológicas, o de "casos", ilustran un andamiaje conceptual, todavía borroso, y un enfoque multilateral imprescindible para el análisis del sexus, y más del femenino en la época referido.

Sería una crítica decir que el resultado es heterogéneo y de difícil compactación, pero dicha crítica se vuelve alabanza al tener en cuenta el carácter filosóficamente programático y de proyecto que tiene dicha empresa. Es un estudio amplio, serio e interdisciplinar, para una cuestión que también lleva los mismos adjetivos, y que es un paso imprescindible para hacer la historia de las sexualidades en la España contemporánea, lectura fundamental para todos los expertos o legos, que quieran adentrarse, con rigor y placer intelectual, en el problema de la sexualidad femenina.

 

Francisco Molina Artaloytia
UNED


 

Antonio Escolar Pujolar. Sobremortalidad por cáncer en El Campo de Gibraltar. El medio social, la piedra clave. Cádiz: Delegación Provincial de la Consejería de Salud, Junta de Andalucía; 2011, 300 p. ISBN: 978-84-941395-9-8. € 15,60.

Beatriz Díaz Martínez. Camino de Gibraltar. Dependencia y sustento en La Línea y Gibraltar. Cádiz: Delegación Provincial de la Consejería de Salud, Junta de Andalucía; 2011, 334 p. ISBN: 978-84-941395-8-1. € 15,60.

Hay historias que cuentan un tiempo local y relatos que pretenden arribar a puertos lejanos, donde merezcan ser contados y servir de moralejas para experiencias cercanas. Este es el caso de los dos libros aquí reseñados, que aportan al conocimiento sustantivo de la región gibraltareña y exponen el trabajo de construcción de una epidemiología histórica y social. Aunque ambos empeños se cubren con sobrada maestría, apuntan hacia el requerimiento de avanzar más lejos en la búsqueda emprendida, no solamente respecto al conocimiento etiológico del cáncer, sino en concebir soluciones a los problemas de salud pública que prevalecen en el Campo de Gibraltar.

Los dos textos nos permiten conocer esta región fronteriza de España, mediante un esfuerzo interdisciplinario que reúne herramientas estadísticas y antropológicas en un esfuerzo de triangulación metodológica. La presentación de sus hallazgos es original, con estilos narrativos elocuentes y precisos, que incluyen abundantes ilustraciones y viñetas. El conjunto consigue contextualizar los hallazgos epidemiológicos, centrados en los perfiles de la mortalidad en la región. Sin embargo, exhibe cabos sueltos en relación al problema estudiado, sin ofrecer una resolución analítica cabal: explicar en lo general las desigualdades en salud en la región más meridional de Andalucía y España, y en lo específico, el exceso de muertes por cáncer.

Esta situación se comenzó a evidenciar en 1989 a partir de la publicación del Atlas de mortalidad por cáncer en la provincia de Cádiz (1975-1979), que demostró tasas de mortalidad por varios tipos de cáncer más elevadas que en el resto de la comunidad autónoma y el país. Desde entonces, diversas organizaciones sociales y académicas han venido denunciando la posible responsabilidad de las industrias locales, implantadas en este territorio desde 1965 por iniciativa del gobierno franquista, compuesta por centrales térmicas, petroquímicas, acerías y papeleras. El impacto de las denuncias logró atraer la atención de la administración sanitaria andaluza desde inicios de la década de 1990 y a partir de entonces se han impulsado diversas investigaciones, como la que dio origen a este proyecto, conducido gracias a una convocatoria de la Consejería de Salud y Medio Ambiente de la Junta de Andalucía, instancia que publica estos dos libros.

Su objetivo fue explicar el alto índice de mortalidad por cáncer en la comarca del Campo de Gibraltar. La metodología fue muy completa, pues además de la utilización de fuentes estadísticas incluyeron relatos de viajeros, crónicas, referencias hemerográficas, reportajes, novelas, correspondencia personal de actores clave, informes de instituciones civiles, además de ensayos y artículos sociológicos, históricos, antropológicos y de política pública. Las pesquisas se complementaron con historia oral y la participación de actores locales en talleres de reflexión. Pocas veces se encuentra un estudio epidemiológico como el de Antonio Escolar (La piedra clave), donde se aborda el estudio de la salud de una manera que no se reduzca a los aspectos biológicos, con la inclusión de los aspectos económicos, políticos, sociales y culturales. En el primer apartado, el "Encuadre", plantea el problema y muestra los datos de base. La demostración de que la sobremortalidad por cáncer en esta comarca no es consistente con el período de latencia de referencia, permite afirmar que el origen de este fenómeno es anterior a la implantación y expansión del parque industrial, considerando que el incremento desproporcionado se advierte específicamente en el lapso 1975-1979. Desarrolla un marco teórico dedicado al debate sobre los determinantes de la salud, donde hay una recepción crítica de los postulados de Lalonde, que han servido para enfatizar los estilos de vida y reducir el entorno a sus aspectos físicos. En su lugar, propone rescatar aportes de otras corrientes emergentes, como la "eco-social" y su perspectiva del curso de la vida, y la epidemiología crítica latinoamericana, con el concepto de "modo de vida". La segunda parte del libro llega a conclusiones alrededor del tabaquismo como causal social. Finalmente, en los anexos ofrece soportes gráficos en la forma de esquemas explicativos y fotografías, además de la traducción de las citas hechas; el cuarto anexo presenta un análisis sobre la mortalidad en la misma región durante el período 2000-2004.

El trabajo de Beatriz Díaz (Camino de Gibraltar) parte de la realización de nueve historias de vida y la recopilación de testimonios complementarios sobre las condiciones en el Campo de Gibraltar a lo largo del siglo XX. Sus relatos exponen la excepcionalidad local, enfatizando las duras condiciones de la infancia y juventud, el hambre saciada con la "gandinga" (desechos alimenticios de los soldados británicos), la represión política durante la guerra civil y el movimiento de resistencia, la vida en las barracas, los abusos sexuales, la precarización constante del trabajo y los "libros de cambio", el trasiego de productos, los pases de frontera, también el hábito alcohólico y tabáquico, fomentado por la presencia de tabacaleras locales y el contrabando. Cómo la criminalización represiva se cebó en hombres y mujeres que buscaban el cambio social y en aquéllos que sacaron adelante a sus familias recurriendo a oficios ilegales, como la prostitución y el tráfico clandestino de tabaco, café, azúcar, sacarina, penicilina, enlatados y herramientas, que constituían los principales "mandados" del "estraperlo".

Describe las pobres condiciones sociales de vida, mala alimentación, viviendas sin servicios básicos, escasa educación, mala higiene, dificultad para acceder a servicios médicos, considerando el tabaquismo, el alcoholismo, así como la exposición al amianto de los trabajadores de los astilleros y al humo de las chimeneas en los barcos. Para los autores las explicaciones causales no deben ser reducidas a las exposiciones ambientales, sino que deben indagar en el contexto regional, caracterizado históricamente como territorio de desigualdades sociales. Narran la impronta de latifundios, caciques y militarización con la ocupación británica, contrabando de bienes y personas, así como otros fenómenos de marginalidad y desigualdad regional. Estos factores y no solamente el tabaquismo, afirman con sus hallazgos, han incrementado la vulnerabilidad de la población por exposición a los riesgos más estrechamente relacionados con los tipos de cáncer encontrados.

Como señala Escolar, no ha sido objetivo del proyecto investigar las condiciones en el presente, puesto que la decisión estratégica fue centrarse en lo ocurrido durante la primera mitad del siglo XX, cuando debió haberse dado el período de exposición máxima a los factores involucrados en la génesis del cáncer en la región. Su aporte se ubica en términos de una epidemiología histórica y social que considera el contexto territorial como eje explicativo, lo que le permite refutar la hipótesis prevaleciente atribuible a la contaminación ambiental, y establecer que el tabaquismo es el factor fundamental en un medio social que resulta ser clave. Aunque plantea una conclusión acertada, fundamentada en un cúmulo de evidencias que ensambla a manera de rompecabezas, no toca algunos elementos del contexto que son pertinentes para esclarecer el problema en términos de salud pública: ¿Afectan o no, y en qué medida, los contaminantes que genera la industria local? ¿Cómo fue dándose el proceso de industrialización en la percepción de la población? ¿Cuál fue la incidencia de muertes por otras causas relacionadas con la contaminación, incluyendo el consumo de tabaco? ¿Cómo fue la distribución de estas muertes por estratos de clase social y lugar de residencia, nacimiento o muerte? ¿Cuáles fueron los perfiles de ocupación en vida y posición en el trabajo de los muertos? El análisis de este tipo de información permitiría clarificar elementos relevantes para analizar la dinámica demográfica y epidemiológica. No valora tampoco el efecto de la migración en la región, y, desaprovecha la oportunidad de comparar los datos de salud con la información sobre la población gibraltareña del Peñón.

Para el autor, el tabaquismo ha tenido un rol protagónico en el incremento observado de la mortalidad. Lejos de presentar al tabaco como única evidencia causal, elabora una descripción contextual, histórica y social, que permite delinear las relaciones entre consumo de tabaco, producción local y oferta del producto, efectos políticos del contrabando, condiciones de vida precarias y numerosos abusos de los actores poderosos (ingleses y españoles). El tabaco aparece como un instrumento que, junto con el alcohol, permite soportar "una cotidianidad repleta de incertidumbres y malestar". Su inferencia la postula al observar que la sobremortalidad es mayor en hombres y que se relaciona con tipos de cáncer derivados del consumo de tabaco, como corresponde a los de cavidad bucal, faringe, laringe, esófago y pulmón, que también se relacionan con el consumo de alcohol, pero están vinculados a la exposición a riesgos laborales y socio ambientales. El rechazo de la hipótesis alterna, que pudiera atribuirse el incremento de muertes a la industria local, se fundamenta en que la expresión se concentra en los años 1975-1979, período que según los actuales conocimientos se considera breve para desarrollar tales enfermedades malignas.

Las historias aportadas por un conjunto de personas mayores residentes en La Línea de la Concepción permiten conocer las condiciones de vida en el plano micro social. Desafortunadamente, no indaga sobre la percepción de los informantes acerca del hábito de fumar y mascar tabaco o, sobre las costumbres, representaciones y prácticas relacionadas con la salud, buscando mayor luz sobre el fenómeno estudiado. Se ofrecen evidencias sobre un alto consumo, desde testimonios de viajeros hasta resultados de encuestas. Sin embargo, se habla muy poco de los aspectos relacionados con la atención a la salud, con excepción de algunas anécdotas, fuera del abordaje metodológico. Cabría revisar este enfoque ampliando la indagatoria con registros de la memoria colectiva e individual de los actores entrevistados. Saber si tuvieron conocidos con alguno de los tipos de cáncer de referencia, sí fumaban y sí murieron por esta causa. Importa averiguar, asimismo, cómo explican que los fumadores no hayan enfermado o muerto por estas causas. Llama la atención la trayectoria política civil de la mayoría de los entrevistados y su posible contribución como factor protector de la salud, pero estos aspectos no son analizados. Plantea una hipótesis muy interesante, que se explora escasamente, relativa al tipo de tabaco que se consumía y traficaba, puesto que este tipo de tabaco suele ser más tóxico que el dedicado al consumo nacional.

Es importante mencionar que, a pesar de que ambos libros han recibido excelentes comentarios en reseñas y presentaciones, asumiendo su contribución al conocimiento socio histórico del problema, en términos sustantivos y formales, con su publicación no parece haber terminado el debate sobre los contaminantes industriales y sus efectos en la salud pública en el Campo de Gibraltar. El Defensor del Pueblo Andaluz y varias asociaciones ecologistas siguen demandando más investigaciones que expliquen por qué sigue siendo elevada la incidencia y no solamente la mortalidad respecto a varios tipos de cáncer y otras enfermedades como esclerosis múltiple, infertilidad, asma, rinitis y eczema. La Junta de Andalucía ha coordinado una serie de estudios, (entre ellos el que dio origen a los dos libros), con lo cual se concluye que no existe actualmente un perfil de sobre mortalidad en la región donde el tabaquismo sea el culpable del aumento de muertes por esas causas y que no hay responsabilidad de la industria en el perfil de la morbimortalidad.

En este estudio queda pendiente esclarecer algunas razones del excesivo incremento en el índice de mortalidad (y seguramente morbilidad) en la provincia de Cádiz y en sus municipios. Para avanzar, será preciso contar con información del entorno ecológico, como la caracterización individualizada de los fallecidos. Concordando con el autor, en el Campo de Gibraltar no puede atribuirse ese indicador de mortalidad por cáncer a la industria en el período de mayor expresión, pero tampoco puede descartarse una relación de causalidad de los contaminantes industriales con los distintos tipos de cáncer. Falta una explicación de porqué se han incrementado otras enfermedades, como el cáncer de tiroides, provocado por factores específicamente ambientales, que supera la media nacional en Sevilla, Huelva y Cádiz, mientras que es inferior en el resto de Andalucía. La delimitación temporal, focalizada en la primera mitad del siglo XX, deja sin analizar distintos procesos, tanto españoles como derivados de la colonia extranjera y del tráfico marítimo, que han convertido esta zona, donde actualmente habitan cerca de 300.000 personas, en una de las más contaminadas de Europa. Se requiere ampliar la búsqueda intencionada sobre los efectos en la salud por la contaminación, siendo este el problema que ocupa al interés público y a los sectores ciudadanos, fuerzas políticas, organizaciones de la sociedad civil y académicos.

La relación entre los hallazgos locales y el avance del conocimiento epidemiológico es un punto que interesa destacar. El problema a estudiar queda magníficamente trazado en las historias que se presentan y en el análisis puntilloso de los datos epidemiológicos. No obstante, el problema de salud sigue vigente en el territorio y la opinión pública. Lo paradójico es que, el estudio realizado ha sido tomado como bandera por las autoridades sanitarias locales para exonerar a la industria contaminante de la sospecha sobre el impacto de sus emisiones en la salud de los pobladores gibraltareños. Es aquí donde la situación se presta para reflexionar lo que la epidemiología sociocultural aporta para dar soluciones y respuestas en relación a un asunto de salud pública regional que trasciende lo nacional. Atañe a considerar el compromiso del investigador en sus decisiones teóricas y metodológicas, las cuales no son ajenas a los procesos cognitivos y epistemológicos, como tampoco a las decisiones políticas o los paradigmas disciplinarios. Se desprende la conveniencia de distinguir entre elementos de la problematización en la investigación, que aluden a la generación de información, nuevas prácticas de comunicación y conocimientos socialmente productivos.

La epidemiología debería contribuir a apreciar el impacto del medio social local sobre los procesos sanitarios y a superar el esencialismo de atribuir a un solo factor los resultados en salud, evidenciando la complejidad presente en los determinantes de la salud. Aunque estos objetivos se cubren sobradamente en el caso de estos dos libros, aluden a la necesidad de elaborar una epidemiología que pueda caracterizarse como social en un sentido de gestionar el bien común. Apunta a cultivar una visión que incluya la voz de los actores relevantes que definen lo que es un problema de salud y a realizar un análisis cuyo fundamento histórico sirva para alumbrar el camino hacia adelante y no para enterrar los problemas del presente.

 

Jesús Armando Haro
Centro de Estudios de Salud y Sociedad, El Colegio de Sonora, México

 

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15. Véase con respecto a esto último, por ejemplo, Dessoir, Max. Geschichte der neueren deutschen Psychologie. 2a ed. Berlin: C. Duncker; 1902, vol. 1, p. 472.         [ Links ]

16. Gavrolou, K. et. al. Science and Technology in the European Periphery: Some Historiographical Reflexions. History of Science. 2008; 46: 153-175.         [ Links ]

17. Oller, Narcís. La bogeria. Barcelona: Proa; 2006 (1898).         [ Links ]

18. Véase sobre la perspectiva del antropólogo Martínez Hernáez, Angel. What's behind the symptom. On Psychiatric observation and Anthropological understanding. Amsterdam: Harwood; 2000.         [ Links ]

19. Peset, José Luís. Genio y Desorden. Valladolid: Cuatro; 1999.         [ Links ]

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21. Besses, Montserrat; Salvador, Lluis. Balls Robats. Sant Joan Despí: Televisió de Catalunya; 2011. Visualizable en: http://www.tv3.cat/videos/3729330 (Consultado el 30 de octubre de 2013).         [ Links ]

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