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Dynamis

versão On-line ISSN 2340-7948versão impressa ISSN 0211-9536

Dynamis vol.35 no.1 Granada  2015

 

 

 

Reseñas

Reviews

 

 

David Knight. Voyaging in strange seas: the great revolution in science. New Haven and London: Yale University Press; 2014, 344 p. ISBN 978-0300-17379-6. $ 35,00.

El punto de vista historiográfico en el que se sitúa el autor, su selección de las fuentes y la elección de los temas a tratar constituyen siempre parte del gran dilema de quien escribe sobre la Revolución Científica y la ciencia moderna. Este es un riesgo que hay que correr. Puede salir bien o puede salir mal. Por estos tres motivos, y a pesar de que Yale University Press y David Knight conformen a priori un tándem reputado y atractivo, este es un libro del que el lector esperaría algo más. Sin desvalorizar sus virtudes, se trata de un libro muy ilustrativo y pedagógico, pero cuyo relato resulta cada día más difícil de aceptar, no así de leer, al menos para quien lo estudia desde la península ibérica. Con una prosa fluida y elegante, y con una erudición típica de su generación, David Knight recorre todos y cada uno de los tópicos que hace relativamente poco tiempo nos contaron de forma no menos elegante Steven Shapin (1998) y Peter Dear (2001), por mencionar dos de los más traducidos. Sin embargo, la escritura y la erudición ya no son suficientes, no cuando hablamos de la ciencia moderna. A pesar de sus tentativas y de su gran manejo de los tiempos del lector, Knight arroja poca luz sobre la heterogeneidad de problemas y abordajes que hoy invaden la historia de la ciencia moderna. A pesar de que es un libro muy apto para estudiantes y curiosos, lo cierto es que no sería del todo justo pensar que así fue, como anuncia el subtítulo de la obra, la gran revolución de la ciencia. Al menos, no sólo. Knight no es nuevo en esto, atesora una brillante y dilatada carrera en el campo de la historia de la ciencia. Ha contribuido al área con importantes trabajos sobre popularización de la ciencia. Por este motivo, esta es una reseña más sobre las carencias del libro que sobre sus virtudes. Se trata más de una crítica constructiva que de un elogio vacío.

Sin pretender hablar de "genios", el autor no hace otra cosa que sacarlos a escena. Y esto no es un error, es simplemente una elección. Si Shapin anunciaba en su The scientific revolution que no existía nada llamado Revolución Científica pero que sin embargo su estudio era un libro sobre ella, del mismo modo el libro de Knight no quiere ser una historia ortodoxa de la ciencia moderna en clave genial, pero por momentos no es sino eso. Voyaging in strange seas es un libro sobre Bacon, Boyle, Descartes, Galileo, Hooke, Huygens, Kepler, Cook, Newton y la Royal Society, esto es, los considerados padres de la modernidad científica europea. Y esta historia es tan antigua como la propia construcción historiográfica a la que aludía Shapin al inicio de su libro. No quiere esto decir que carezca de veracidad. Después de leer el libro, el lector crítico tiene la sensación de que la ciencia y el conocimiento sólo pertenecieron a sociedades y naciones modernas y civilizadas, siempre occidentales, especialmente europeas. Cuáles sean esas naciones es algo que generaría un largo debate. ¿Cuánto pierde la historia de la ciencia en este intento por bautizar las grandes ideas y acontecimientos de la modernidad?

A poca gente se le escapa que las raíces de la ciencia moderna son mucho más que eso y, por supuesto, mucho más profundas de lo que describe el capítulo dos, titulado "The deep roots of modern science". Estas raíces no son una secuencia de anécdotas, sino el caldo de cultivo de una verdadera revolución, de una sustancial modificación en la forma de pensar y de ver el mundo. En la secuencia de las raíces de la ciencia moderna, Knight guarda una llamativa distancia -no sabemos si por principio o por afinidad- con algunos de los nuevos ingredientes de la historiografía más reciente acerca de la temprana ciencia moderna, como por ejemplo los trabajos sobre epistemología artesanal de Pamela Smith, la cultura práctica estudiada por Pamela O. Long, los trabajos sobre las matemáticas prácticas e instrumentos científicos de Jim Bennett, los estudios de cultura visual vinculados a la historia natural o los recientes estudios sobre la ciencia ibérica, entre muchos otros.

Sin pretender olvidar por completo la contribución de portugueses y españoles a la historia de la Europa moderna -algo que sí hicieron Dear y Shapin, entre muchos otros-, el autor emplea un tono displicente para explicar su verdadera aportación, relegándola a un lugar periférico. De nuevo, esto no es un error, se trata también de una elección. Conviene reconocer que al contrario de lo que estamos acostumbrados a leer en libros sobre ciencia moderna, Knight destaca el lugar que ocuparon figuras como Vasco de Gama, Colón y otros exploradores en los primordios de la ciencia moderna. No obstante, parece insuficiente e incompleto, como si fuera una historia contada a medias. Ya todo el mundo sabe el ambiente católico e incluso de exaltación religiosa en el que se desarrollaron las prácticas científicas de los imperios ibéricos, pero no por ello debemos relegar su actividad científica a meras expediciones oceánicas mal gestionadas y al control -muchas veces atroz- de las nuevas tierras. ¿Dónde están, por ejemplo, las instituciones científicas de Portugal y España que hicieron posible dar la vuelta al mundo en 1522, representar la esfera de forma rigurosa y normativizar la nueva información geográfica y natural que llegaba desde todos los rincones del globo? ¿Acaso estos eventos nunca formaron parte de la modernidad? No podemos minimizar el impacto que tuvieron los descubrimientos y la expansión, como si se tratase de nuevas e intrascendentes anécdotas llevadas a cabo por países y monarcas dogmáticos, bárbaros e irracionales. Una visión actualizada de la Revolución Científica debe aludir a los trabajos de autores como William Eamon, Jorge Cañizares-Esguerra, Antonio Barrera o Maria Portuondo, por mencionar sólo a algunos de los más referenciados, pero también de otros especialistas en la materia, como Kapil Raj o Harold Cook, autor este último de un gran libro publicado también por Yale University Press en 2007.

En el capítulo diez, Knight nos habla de la emergencia del mundo natural. El lector no encontrará allí ninguna mención a los naturalistas ibéricos en Oriente y en el Nuevo Mundo. Esto tampoco es un error, ni siquiera una elección, sino toda una declaración de intenciones. Las imágenes del mundo natural asiático y americano que se podían ver en las obras de Francisco Hernández o de Garcia de Orta revolucionaron la Europa moderna tanto como la Utopía (1516) de Tomás Moro o la proyección cartográfica de Mercator de 1569. Basta un buen y socorrido ejemplo al que alude el autor. En un artículo de 2001 publicado en la revista Osiris, el historiador de la ciencia Juan Pimentel analizó la curiosa similitud que existe entre la portada de la Instauratio magna (1620) de Francis Bacon y la portada del Regimiento de navegación (1606) del cosmógrafo español Andrés García de Céspedes.

A partir del tercer capítulo, el autor siente una ligera ansiedad por entrar en su terreno, en la vieja arena de la historiografía clásica, en los temas canónicos de la Revolución Científica, como son la emergencia de una nueva filosofía natural, el mundo visto desde el telescopio y la nueva mirada a los cielos, la revolución matemática, la conexión entre el libro de la naturaleza y el libro de Dios, el mundo de la experimentación, las sociedades científicas, la obsesión por la medición o los progresos científicos de la Ilustración. De una u otra forma, esta es una historia ya conocida por todos. En esa línea, en las últimas páginas del libro leemos que la segunda Revolución Científica tuvo lugar en torno a 1789 en el contexto de la Revolución Francesa. Puede que así sea. Pero, ¿qué ocurre con la supuesta primera Revolución Científica? ¿Acaso fue esta primera revolución la que David Knight ha intentado plasmar en este libro? Tal vez sí, pero urge reconocer que esta es tan solo una parte de la historia, sin duda muy seductora.

El título del libro, dosificadamente retórico y metafórico, al igual que la imagen de portada, puede llevarnos rápidamente a engaño o a un malentendido, gran aliado del conocimiento científico. El marketing ha sido una vez más impecable, como siempre. La imagen, procedente de la Utopía de Moro y que mantiene cierta semejanza con el llamado mapa de Nuremberg de 1524 -que representa el Golfo de México y la antigua ciudad de Tenochtitlán- nos hace pensar que los escenarios de la ciencia moderna fueron otros de los que no estamos acostumbrados a contemplar. Por su parte, el título también genera en el lector el entusiasmo de leer algo diferente, con nuevos actores. ¿Es esto tan solo un espejismo? El lector sabrá discernir mejor que el autor de esta reseña si la historia de la ciencia moderna ha comenzado ya a navegar por otros mares, por extraños que estos parezcan.

 

Antonio Sánchez
orcid.org/0000-0001-8323-634X
Centro Interuniversitário de História das Ciências e da Tecnologia (CIUHCT)
Universidade de Lisboa


 

Sandra Sáenz-López Pérez. Los mapas de los Beatos. La revelación del mundo en la Edad Media. Burgos: Siloé; 2014, 347 p. ISBN 978-84-941991-0-3. € 162,28.

Desde que en los años 80 David Woodward y otros especialistas en cartografía histórica insistieron en la interdisciplinariedad necesaria para el desarrollo de la historia de la cartografía y, particularmente, en los vínculos de su disciplina con la historia del arte, el campo ha experimentado una gran transformación (en palabras de R. Talbert y R. W. Unger, Cartography in Antiquity and the Middle Ages: fresh perspectives, new methods. Leiden: Brill; 2008). La historia de la cartografía ha ido más allá, superando los planteamientos inspirados por Woodward en muchos aspectos, entre ellos, estableciendo que la disciplina no sólo debe interrelacionarse con la historia del arte, sino con la de la política, la intelectual, y en general con la historia de la cultura en sentido amplio, situando los mapas como productos culturales de períodos y lugares específicos.

En la encrucijada entre los dos principales acercamientos tradicionales a los mapas medievales, el del historiador del arte y el del historiador de la ciencia, específicamente de la cartografía, Sandra Sáenz-López Pérez plantea su estudio sobre los mapas del mundo incluidos en la obra de Beato de Liébana Comentarios al Apocalipsis. El objetivo del trabajo es simple, si bien no especificado: el análisis detallado de estos mapas como ilustraciones, y de cada uno de los elementos representados, con un énfasis claro en la perspectiva de la historia del arte.

La obra comienza con una breve introducción histórica en la que se presentan las pocas noticias con que se cuenta acerca de la figura de Beato de Liébana y sus obras, con el objetivo de situar la obra en la que se encuentra incluido el mapamundi objeto de estudio, el Comentario al Apocalipsis, en su contexto histórico de un modo breve y sencillo, más dirigido al lector del público general que al profesional. Sin embargo, se incluyen también referencias, aunque breves, a la historiografía existente sobre Beato y su obra. La motivación del Comentario se relaciona con el contexto religioso en la península ibérica después del concilio de Toledo de 633, con la condena de la herejía adopcionista -en la crítica a la cual estuvo Beato involucrado- y en el ambiente milenarista de la época. En este breve repaso se introducen los distintos manuscritos conservados del Comentario, las fechas de producción de cada uno de ellos y la organización establecida por los investigadores de los diversos manuscritos en distintas familias.

El contexto cartográfico de la obra se plantea en el primer capítulo, en el que se hace un repaso general a los tipos de mapas medievales entre los siglos VIII y XIII. En este resumen de características de los distintos grupos de mapas -los esquemáticos con el mundo dividido en tres partes (de T en O y otras divisiones), los de las divisiones en zonas climáticas, los propios de las Etimologías de Isidoro de Sevilla, los mapas ingleses de los siglos XI y XII- la autora realiza una descripción sumaria de algunos de los mapas más representativos de cada grupo, en un apartado más atractivo para el público general que para el académico especialista. La descripción, aun así, queda justificada porque uno de los objetivos de la obra pretende establecer como grupo aparte entre los mapas medievales los del corpus de los mappaemundi de los Beatos, como categoría propia.

Estos dos capítulos generales conducen al verdadero objeto del estudio, en el que destacan como temas centrales la clasificación de los catorce mappaemundi de los Beatos, conservados en manuscritos iluminados de distintos siglos, en diversas familias según sus características, creando a partir del stemma de los manuscritos una genealogía de los mapas, coincidente con ella. Las características en que se basa la división del corpus en tres familias se centran en los topónimos, las ilustraciones de determinados elementos (el Paraíso, Jerusalén, los elementos hidrográficos, los montes, las islas, las ciudades...), y la relación entre ellos. Este es el apartado del libro en que la indudablemente cuidada edición muestra en todo su esplendor la reproducción a todo color y a doble página de cada uno de los mapas de cada manuscrito conservado de la obra de Beato de Liébana. La edición está sin duda concebida para atraer a un público amplio. Un acierto de la edición es la reproducción de detalles de cada uno de los mapas a modo de notas marginales, junto al texto en que se van analizando los distintos elementos, con referencias cruzadas a los mapas completos, enriqueciendo la discusión académica. La parte fundamental de la obra son, sin lugar a dudas, los capítulos centrales, en los que la autora procede a describir con todo detalle cada componente de los mapas, desde la forma de la tierra, la división del mundo en cuatro partes, hasta los elementos concretos, mares, ríos, montes, ciudades, islas, fauna y vegetación. La riqueza descriptiva de estos apartados los convierte en la aportación más significativa de la obra, junto con la genealogía mencionada. El énfasis de la descripción se encuentra en la cuestión artística: la riqueza iconográfica de los mapas, el uso de colores y las técnicas artísticas. Se considera también el posible origen de cada elemento y del modo en que aparece en cada mapa, tomando los textos clásicos de Paulo Orosio y de Isidoro de Sevilla, como principales referencias, con otras obras de descripción geográfica y corográfica, más en la tradición de Estrabón y Pomponio Mela que en la de Ptolomeo. De este modo se va solidificando la clasificación en familias previamente establecida, a partir de diversos elementos que aparecen en cada subgrupo de mappaemundi de los Beatos de un modo particular.

El texto está salpicado en distintos lugares de breves referencias a los debates historiográficos relacionados con las cuestiones mencionadas: acerca de las familias y la genealogía de los mapas, acerca de la datación de algunos de ellos, acerca de elementos específicos en ellos, como la centralidad de la ciudad de Jerusalén.

Lo que se pone de manifiesto en la conclusión es que uno de los objetivos principales de la autora, el objetivo quizá más propio de la investigación que la simple descripción de los elementos, era la reconstrucción del posible mapa original, el arquetipo, que formaba parte del manuscrito inicial de Beato del año 776, y la evolución de la imagen del mundo representada en él y en los distintos mapas según las familias establecidas. Este es el motivo central de la conclusión, que refleja el debate historiográfico y en el que se ponen de manifiesto los resultados de la obra.

Si otros objetivos posibles, como una explicación más profunda del contexto cultural y religioso y su implicación en la producción de las imágenes, la definición de elemento cartográfico, la discusión historiográfica anti-teleológica y posibles preguntas a las fuentes distintas de las planteadas, que el especialista podría considerar, se dejan de lado en favor de los aspectos mencionados, por otra parte es necesario destacar que los capítulos centrales con la descripción detallada de los elementos, y la conclusión mencionada, hacen de Los mapas de los Beatos una obra muy interesante vista y concebida con esos objetivos en mente.

 

Tayra M. C. Lanuza Navarro
orcid.org/0000-0003-0118-0827
Institut d'Història de la Medicina i de la Ciència "López Piñero" Universitat de València


 

Timothy Miller and John Nesbitt, eds. Walking corpses. Leprosy in Byzantium and the Medieval West. Ithaca and London: Cornell University Press; 2014, 243 p. ISBN 9780801451355. $ 35 (Hardback).

In the last three decades, the history of leprosy in Europe and the Mediterranean has been characterized by two main questions: the identification of the illness, and its medical treatment. After Gerhard Hansen's discovery of the mycobacterium leprae in 1873, leprosy was renamed as Hansen's disease. Although historians have long since identified Hansen's disease with the illness which ancient and medieval sources describe as leprosy, scholars have now questioned this identification. The Hebrew, Greek and Latin terms traditionally associated with leprosy, were used to denote also other illnesses. Terminology was not the only source of confusion. Another important source, in fact, was Michel Foucault's use of medieval leprosy in defining his theory of the interlocking of power and knowledge in modern Europe. In Folie et draison (1961) and Surveiller et punir (1975), Foucault stressed the analogies and links between leprosy and madness in Western history. According to Foucault, both illnesses were seen as signs of divine justice or mercy. Madmen and lepers were objects of fears and social repulsion, and were separated from the society of the wealth. At the end of the Middle Ages, therefore, leprosariums provided the structures of exclusions for pores, vagabonds, criminals, and finally madmen. Consequently, Foucault maintained that like modern mental hospitals, medieval leprosariums were designed for separation rather than cure.

Walking corpses is an important contribution to the historical study of leprosy. It helps to free the field from the confusion originated by the naive use of modern terminology and the superposition of Foucaultian paradigms over a historically complex reality. Comparing Western European and Eastern Mediterranean responses to leprosy, the authors demonstrate that in the Middle Ages different ideas on leprosy and lepers circulated, and that leprosariums primarily responded to the need to prevent or reduce contagion rather than segregate those punished by God with leprosy.

Miller and Nesbit show that the negative interpretation of leprosy as a divine punishment was contrasted by the Greek fathers. Basil of Caesarea, Gregory of Nissa, Gregory of Nizianzos and John Crysostom called for a new approach towards those affected by leprosy. Abandoned by their families, lepers usually spent their remaining time begging for food. According to those Greek fathers, it was a Christian duty to assist those suffering from this illness. The authors' detailed reconstruction of the arguments used by Greek fathers show the intimate link between theological ideas and medical theories in late antiquity. A passage of the Bible (Leviticus 14: 1-8) describes the rules governing the treatment of those affected by tsa'arth according to the vulgate, or lepra as it is reported in the Greek translation of the Septuagint. Lepers are banned from the camp of Israel because are considered ritually impure. The New Testament confirms this rule. According to the gospel of Mark (1: 40-45), after healing a leper Jesus sent him to the priest in order to be readmitted in the community. The Greek fathers opposed to a literal interpretation of these passages, and underlined the need to practise Christian charity even towards lepers. They argued that the biblical texts should not be used to justify the selfish behaviour of those Christians who ignored the pains of lepers. While the latter suffered from an illness of the body, the former were afflicted by a worse illness, that of the soul. According to Gregory of Nizianzos, it is to these sinners that the exclusion from the community of God described in Leviticus (14: 1-18) should apply; not to the lepers. In Gregory's view, rather than a divine punishment, leprosy was a holy disease. Following Origenes, Gregory of Nizianzos and Gregory of Nyssa strongly refused the idea of leprosy as sin in order to support an allegorical interpretation of the holy texts which could encourage eastern Christians to face the social problems originated by the growing number of lepers in the Late Antiquity. How effective were these revolutionary ideas? Chapter 3 interrogates a high number of sources in order to draw an accurate picture of the public and ecclesiastical interventions in the treatment of the disease in Byzantium and Asia Minor from 400 to 1300. Many bishops, including the fathers Basil of Cesarea and John Crysostom, and emperors opened or supported leprosariums in various provinces of the empire. Unfortunately, the byzantine sources are almost limited to the capital of the empire. In Byzantium, the main leprosarium was located just outside the city's circuit of walls. This seems to support Foucalt's thesis on the segregation of lepers. But Miller and Nesbitt demonstrate that the choice of such a location was influenced by the fear of contagion and the need for a place where fresh water and healthy air would help to assist lepers.

The contagious nature of leprosy however, was controversial. Like byzantine people and legislators, the biblical rules seem to assume that tsa'arth or lepra was contagious. For this reason, the Greek fathers accompanied their charitable interpretation of the holy texts with a refusal of the contagious nature of leprosy. Nonetheless, the fear of leprosy contagion was never overcome neither by the religious authority, nor by the medical ones. According to Galen, far from contagious, leprosy was due to the excess of black bile in human body. The prevalence of Galenic theories in byzantine medical science favoured the efforts of Gregory of Nizianzos and the other Greek fathers. Galen's authority was contrasted by Aretaios of Cappadocia's pneumatic approach. In two passages of his work On acute and chronic diseases (book IV.13 and VIII.13), reproduced in English translation as appendix 1 by Miller and Nesbitt, Aretatios affirmed that leprosy is contagious, because it is conveyed by the miasma or the polluted air exhaled by lepers. Some scholars, such as Aetios of Amida, Archigenes, Paul of Aegina and Theophanes Chrysobalantes, followed Aretaios and claimed the contagious nature of leprosy. The high diffusion of the illness in east Mediterranean since 400 favoured the persistence of popular fear for contagion. Nonetheless, Aretaios' ideas never really challenged Galen humoral theory in byzantine medicine. On the contrary, since Avicenna's Canon, Arab and Latin scholars credited the contagious theory of leprosy, even if it was not consistent with their Galenism. In order to explain this apparent paradox, Miller and Nesbitt insist on the influence of the Greek fathers on medical practitioners. Since, as they notice, many medical practitioners trained and worked in Christian hospitals, and some of the them even in leper asylums, the authors directed their study "to examining how Christian ideas about leprosy helped shape Byzantine medical theories about the diseases" (p. 49). Thus, they conclude that the powerful sermons of Gregory of Nazianzios and Gregory of Nyssa and the examples of Basil of Caesarea and John Crysostom influenced medical practitioners to reject contagion in the case of leprosy for "ethical reasons" (p. 59).

An important part of Walking corpses deals with the differences between Byzantium and the Latin Europe towards leprosy and lepers. The prevalence of the contagious theory in Western Medicine and the diffusion of Germanic law originated a different approach to leprosy in medieval West. Thanks to the analysis of leprosarium rules in Europe, Miller and Nesbitt conclude that "these institutions were not designed as prisons to separate lepers from society" (p. 26). On the contrary, the influence of Greek fathers' charitable interpretation of Leviticus limited the diffusion in the West of the view of leprosy as divine punishment.

To the relationship between Medieval Europe and Byzantine Empire is dedicated even the last chapter of Walking corpses. Here Miller and Nesbitt look for the origins of the order of the Knigs of Saint Lazarus, and find them in the leprosarium founded by the Empress Eudocia in Jerusalem in the fifth century. The book is enriched by the appendixes, containing the English translation of some fundamental texts discussing leprosy. The last one, in particular, contains the translation of part of the still unpublished funeral oration in praise of Saint John Chrysostom.

Questioning the standard view of medieval leprosy, Walking corpses provide stimulating new insight for future research on leprosy and on the fascinating, albeit still obscure history of byzantine medicine.

 

Francesco G. Sacco
orcid.org/0000-0003-1681-4829
University of Calabria


 

Maria Eugenia Cadeddu e Marco Guardo, eds. Il tesoro messicano. Libri e saperi tra Europa e Nuovo Mondo. Firenze: Lessico Intelletuale Europeo, Leo S. Olski Editori; 2013, 314 p. ISBN 978-88-222-6235-6. € 33.

Después de la considerable empresa que han llevado a cabo varios historiadores de la medicina y de la ciencia acerca de la vida y obra del médico, naturalista y explorador real Francisco Hernández, parecería que es poco lo que en la actualidad se puede agregar al conocimiento sobre este científico español y su misión llevada a cabo en la Nueva España entre los años de 1571 y 15771. No obstante, en la actualidad, un grupo de investigadores ha dado un nuevo enfoque al estudio de los escritos hernandinos y su repercusión en un ámbito más amplio y variado. Lo que han hecho los interesados en la obra de Hernández ha sido replantear las dimensiones y alcances del trabajo del expedicionario de Felipe II dentro de un marco que va más allá del mundo novohispano. También han extendido los alcances temporales del trabajo de Hernández. De esta forma se han trazado nuevos derroteros para una obra que comenzó en Madrid, en la corte de Felipe II, pasó a México con el viaje de Hernández a la Nueva España con el propósito de conocer la naturaleza americana, regresó a la península ibérica con la vuelta de explorador y, posteriormente, transitó hacia la península itálica, cuando los extractos de la obra de Hernández, hechos por Nardo Antonio Recchi, fueron a parar a Nápoles y posteriormente a Roma, convertida en una de las sedes más importantes de difusión del conocimiento a nivel mundial, como centro neurálgico de la Iglesia católica, extendida por todo el orbe.

Con ese telón de fondo, en junio de 2011 se presentó en Roma la muestra Il tesoro messicano. Meraviglie naturali dal Nuovo Mondo. Coincidiendo con este evento se realizó, en los días 30 y 31 de mayo de ese mismo año, el Congreso Internacional Il tesoro messicano, del cual se desprendieron once trabajos (ocho en italiano y tres en castellano) que fueron compilados en la obra Il Tesoro messicano. Libri e saperi tra Europa e Nuovo Mondo, cuya edición estuvo a cargo de Maria Eugenia Cadeddu y Marco Guardo.

El libro comienza con una presentación de Alberto Quadrio Curzio, en la que se enmarca el trabajo editorial del Tesoro messicano dentro de su devenir histórico y conforme a los dictados de la Accademia Nazionale dei Lincei. Precisamente, el tema que tocan casi todos los trabajos que conforman la obra es la empresa editorial, organizada por los Lincei durante la primera mitad del siglo XVII, para sacar a la luz los escritos hernandinos que Recchi extrajo de la biblioteca de El Escorial. De esta forma, el primer trabajo, a cargo de Guiseppe Galasso, "Aspetti dei raporti tra Italia e Spagna nei secoli XVI e XVII" se presenta como una suerte de introducción al tema. La colaboración de Galasso comienza con la descripción de las distinciones que hizo España en las maneras de gobernar sus territorios americanos y europeos. Sin embargo, el tema sustancial de este estudio es el análisis de las circunstancias culturales y sociales que diferenciaban o acercaban a España e Italia en la Edad Moderna. Así, en la segunda mitad del siglo XVI, en Italia se puede apreciar cierto relajamiento en cuestiones científicas y culturales, resultado de la influencia renacentista. Mientras tanto, en esas mismas fechas, en España hubo, como respuesta al movimiento protestante, una regresión al escolasticismo. No obstante, en el siglo XVII hay un declive tanto en España como en Italia. La decadencia de ambas entidades fue el resultado de la esclerotización social provocada por la Iglesia y las clases dominantes.

La segunda colaboración, a cargo de Jesús Bustamante García, titulada "Un libro, tres modelos y el Atlántico. La obra naturalista de Francisco Hernández y sus concreciones escritas", propone la comparación crítica de las variables que surgieron alrededor de la obra de Francisco Hernández a los dos lados del océano. Aquí se muestra a la monarquía hispánica como un espacio activo en lo que respecta a la circulación del conocimiento. Bustamante García describe el ambiente cultural europeo en el que se concibió la expedición de Hernández y, al mismo tiempo, muestra la realidad de la expedición hernandina, la cual desembocó en un enfrentamiento entre el conocimiento del Nuevo Mundo y el del Viejo, lo que significó un punto de quiebra del modelo naturalista europeo.

En el mismo sentido del trabajo anterior va el artículo "¿Viajes de ida o de vuelta? La circulación de la obra de Francisco Hernández en México (1576-1672)" de José Pardo Tomás. En este trabajo el autor hace una revisión de la circulación de la obra de Hernández desde el regreso de éste a España en 1577 hasta un siglo después, cuando en 1672 se publica el Tesoro de medicinas de Gregorio López. Pardo Tomás señala la necesidad de prestar atención a la geografía y los espacios del conocimiento para globalizar adecuadamente los estudios sobre el Tesoro messicano. Igualmente, remarca la diferencia entre la empresa editorial lincea y la naturalista hernandina, que, al final, terminó por convertirse en un asunto novohispano. Para encuadrar lo anterior el autor parte de una cuestión bastante interesante: ¿qué pasó con el trabajo de Hernández en la Nueva España después de la partida de éste? Después de este planteamiento Pardo Tomás desgrana una serie de acontecimientos importantes que sucedieron en la Nueva España en torno a la figura y obra de Francisco Hernández, tales como las menciones al explorador en las Relaciones geográficas o la circulación de las copias de su trabajo que Hernández dejó en la Nueva España y que sirvieron a distintas personas del virreinato, tal como sucedió en el caso del eremita Gregorio López. En resumen, lo que se muestra en este estudio es la apropiación y circulación en el virreinato de la obra de Hernández, cuya adaptación estuvo marcada por los intereses médicos del entorno novohispano.

Por su parte, Marco Guardo desvela en un trabajo titulado "Nell'officina del Tesoro messicano. Il ruolo misconosciuto di Marco Antonio Petilio nel sodalizio linceo" el casi desconocido rol que desempeñó el napolitano Marco Antonio Petilio, sobrino y heredero de Recchi, en el desarrollo de la empresa editorial lincea del Tesoro messicano. Al morir Recchi, sus documentos pasaron a manos de Petilio, quien los hizo llegar a la Accademia dei Lincei. Hasta ahora es un interrogante la manera en que Petilio cedió los escritos de su tío a la Accademia, sin embargo, hay motivos para suponer, arguye Guardo, que Petilio no vendió los documentos a Federico Cesi, sino que los prestó para que éstos fueran reproducidos. En líneas generales, la cuestión planteada por Guardo es ¿quién fue Marco Antonio Petilio y qué papel jugó en la empresa editorial de los escritos de Hernández? El autor trata de responder a la pregunta mediante la indagación en la correspondencia que circuló entre los miembros Lincei.

El siguiente estudio, "Il censimento degli esemplari del Tesoro messicano: nuovi esiti di un'indagine bibliológica", de Ebe Antetomaso, resulta una interesante y erudita disquisición acerca de los ejemplares de la primera edición del Tesoro messicano (1651) que subsisten actualmente. El objetivo de Antetomaso es analizar la circulación del libro desde su salida de las prensas hasta la elaboración de ideas que han inspirado y producido el libro. Para cumplir con esa meta el trabajo se enfoca en tres acciones editoriales y sus repercusiones en el futuro inmediato de la obra: elaborar un censo de la edición príncipe del Tesoro messicano; analizar la distribución del libro, en una suerte de geografía del conocimiento; e indagar la obra Animalia mexicana de Joannes Faber, como una anticipación estratégica para la distribución de la obra de los Lincei. A través de la correspondencia de los Lincei, Antetomaso logra vislumbrar una intensa circulación de los materiales gráficos de la obra, previa a su publicación. Basado en las características físicas de los materiales anteriores a la edición final de 1651, el autor se arriesga a sugerir, no sólo la cadena de circulación de los impresos, sino, incluso, el lugar donde fueron encuadernados.

Por otro lado, Sandro Pignati subraya la importancia de la relación entre el nacimiento de la cultura científica moderna y el primer periodo de actividad de la Accademia dei Lincei (1603-1630) en su colaboración titulada "Il tesoro messicano e la nascita del concetto di biodiversità nella Roma del XVII". En este artículo se parte del punto de rompimiento con el mundo de los clásicos. Los Lincei respetaban la autoridad de los antiguos, sin embargo, algunos de sus miembros, como Galileo y Cesi, tuvieron una opinión contraria y propusieron que la observación debería ser la base del conocimiento. Para ejemplificar la ruptura con el paradigma científico anterior, se pone de relieve la obra Tabulae phytosophicae de Federico Cesi, en la que el fundador de los Lincei proponía como origen del conocimiento los ojos del observante, que a la vez resultaba la forma más elevada del conocimiento.

Ernesto Capanna ofrece a continuación un interesante y entretenido trabajo llamado "Observatio e admiratio: i sorprendente animali del Nuovo Mondo" en el que aborda la perplejidad y curiosidad intelectual que suscitaron algunos especímenes de la fauna americana entre los europeos. El autor parte de la explicación de los términos observatio y admiratio. El primero se relaciona con la ciencia nueva, en la que Galileo fungía como máximo exponente. La admiratio, por su parte, es una sensación que se refiere al estupor, una manera de sentir que provenía del mundo medieval y que pervivía todavía en el XVI. Los autores en los que se basa Capanna para describir la admiración que causaban los animales americanos a los ojos europeos son, entre otros, José de Acosta, Francisco Hernández, Pedro Mártir de Anglería, Gonzalo Fernández de Oviedo. En la lista de animales que se describen en este trabajo se hallan el armadillo, el perezoso, el tlacuache o zarigüeya, el manatí y el jabalí. Mediante los comentarios de Faber a la parte animal del Tesoro messicano se advierte, aunque matizada por el pensamiento cristiano, una idea previa de la evolución de las especies, de tal forma que el naturalista bávaro también contradijo al aristotelismo de la época.

La parte mineralógica del Tesoro messicano es la parte que menos atención ha recibido por parte de los estudiosos de la obra hernandina. Los minerales ocupan una parte mínima en el Tesoro, de ahí el poco interés que han suscitado. Por ello, Annibale Mottana aborda dicha cuestión en "Il tesoro messicano: il comento di Fabio Colonna (1628) e i contributi innovativi alle conoscenze mineralogiche". Colonna se considera el padre de la paleontología por su obra De glossopetris disertatio, por lo que él parecía ser el personaje indicado para abordar tal tema en la obra Lincei. Sin embargo, al examinar las Adittiones de Colonna, Motanna concluye que queda un sabor de desilusión, pues el naturalista italiano se basó principalmente en Ferrante Imperato sin aportar nada nuevo al conocimiento mineralógico. Hay que recordar que la mineralogía estuvo bajo sospecha de la Inquisición, debido a que los minerales se encontraban ligados a la práctica alquímica.

Retomando el tema de los espacios del conocimiento, Sabina Brevaglieri advierte que para estudiar la historia natural del Nuevo Mundo se deben considerar las múltiples y variables relaciones con diversos procesos. En su contribución intitulada "Saperi in circolazione alla scala di Roma. Un'agenda di ricerca per il Tesoro messicano", reflexiona sobre la configuración de los espacios en los cuales la obra de los Lincei toma conocimiento de los saberes americanos. Esta propuesta, advierte la autora, requiere poner sobre la mesa las múltiples maneras en que se hacía circular el conocimiento, a través de las cuales se constituye la opera lincea. El objetivo es trazar los contornos de una investigación centrada en buscar los espacios de circulación del Tesoro messicano. Roma, como se ha mencionado era, en el siglo XVII, un importante centro para el mundo científico. La capital del estado pontificio se encontraba inmersa en un sistema de relaciones que la ponían en confrontación con otras ciudades italianas. La pluralidad romana fue determinante en la construcción de la historia natural lincea del Nuevo Mundo. Así, el Tesoro messicano fue el resultado de un proceso de construcción de los saberes naturales americanos en donde se deben investigar las intersecciones e interacciones de los factores diversamente distribuidos que definieron el espacio de Roma.

En el siguiente estudio, "Conexiones de la Accademia dei Lincei con España: en los orígenes del orientalismo europeo", firmado por Fernando Rodríguez Mediano y Mercedes García-Arenal, se puede apreciar el interés de los Lincei por la cultura árabe, comprendida en el marco de la historia intelectual europea. La curiosidad por la lengua árabe surgió en Europa como parte del intento de la Iglesia por imponer un texto fijo de la biblia. En este contexto, sobresalieron las figuras de Marcos Dobelio y Diego de Urrea. El primero fue un kurdo, maestro de árabe de Cesi, quien viajó en 1610 de Roma a Granada para participar en el estudio de los Libros plúmbeos. El segundo fue un calabrés que a temprana edad fue capturado por corsarios turcos y llevado a medio oriente en donde aprendió turco, persa y árabe. Urrea realizó uno de los primeros catálogos de manuscritos árabes de la biblioteca de El Escorial. Posteriormente, fue catedrático de árabe en la Universidad de Alcalá. Ya en Nápoles, en la etapa final de su vida, se adhirió a los Lincei. La tarea principal como linceo fue la de traducir los libros de Las cónicas de Apolonio para Galileo, tarea que no alcanzó a realizar, debido a su fallecimiento. El caso de ambos arabistas confirma la situación del Mediterráneo como una vía incesante de comunicación de saberes.

Cierra el conjunto de colaboraciones la aportación de Maria Eugenia Cadeddu, "Alla periferia dell'impero: echi del Nuovo Mondo in Sardegna (secoli XVI-XVII)". Cerdeña durante la Edad Moderna tuvo una imagen desolada y pestilente dentro del imperio hispánico. A pesar de este cuadro negativo, hubo personajes sardos que salieron a estudiar a las universidades españolas e italianas. Además, la isla era un conjunto de diferentes culturas. En ella había habitantes que hablaban sardo, italiano, castellano, catalán y latín. Algunos personajes originarios de Cerdeña que salieron a estudiar y viajar por el mundo regresaron a casa, conformando interesantes y copiosas bibliotecas que dejan ver los intereses de sus dueños. En esas bibliotecas se han hallado algunos textos que tratan el tema de las Indias. Se presentan, así los tratados sobre las Indias y de otras partes del mundo, hallados en las bibliotecas de Antonio Parragues de Castillejo, Nicolò Canyelles, Giovanni Francesco Fara y Montserrat Roselló, con lo cual se ejemplifica la circulación de los libros en las áreas consideradas periféricas en el imperio español.

Cierran Il tesoro messicano unas "Conclusioni", redactadas por Rosario Villari, en las que se apunta que el Tesoro messicano no debe ser considerado un episodio aislado, sino un punto de partida de un largo periodo de actividad científica emprendida por los Lincei, lo que significó un desarrollo de la cultura italiana en la primera mitad del siglo XVII y una extensión de las relaciones con grupos y tendencias nuevas de otros países. A pesar de lo que representa, actualmente el Tesoro messicano no ha hallado su justa dimensión dentro de la historiografía referente a las relaciones entre el Viejo y el Nuevo Mundo. El periodo en el que tuvo lugar la producción editorial del Tesoro messicano fue de profundas transformaciones para España, Europa y el Nuevo Mundo.

En su conjunto, los trabajos presentados en Il tesoro messicano tienen como eje -además del trabajo editorial linceo- la creación de nuevos marcos espaciales para la creación y transmisión de los saberes. En este sentido, sería interesante conocer la apreciación de algún estudioso mexicano sobre el tema hernandino y su proyección espacial. De esta manera se completarían las perspectivas geográficas por las que transitó el desarrollo del Tesoro messicano.

 

Gerardo Martínez Hernández
orcid.org/0000-0003-4422-9395
Institució Milà i Fontanals, CSIC

 

Bibliografía

1. Hernández, Francisco. Obras completas. México: Universidad Nacional Autónoma de México; 1960-1984, 7 vols. En el primer número de esta serie aparece la que todavía es considerada por los especialistas la mejor biografía de Francisco Hernández, escrita por Germán Somolinos d'Ardois: Somolinos d'Ardois, Germán. El doctor Francisco Hernández y la primera expedición científica en América. México: SepSetentas; 1971. Lozoya, Xavier. El preguntador del rey. México: Pangea Editores; 1991. López Piñero, José María; Pardo Tomás, José. La influencia de Francisco Hernández (1515-1587) en la constitución de la botánica y la materia médica modernas. (Cuadernos Valencianos de Historia de la Medicina y de la Ciencia LI). Valencia: Instituto de Estudios Documentales e Históricos sobre la Ciencia, Universitat de València, Consejo Superior Investigaciones Científicas; 1996. Pardo Tomás, José. Oviedo. Monardes, Hernández. El tesoro natural de América. Colonialismo y ciencia en el siglo XVI. Madrid: Nivola; 2002. Varey, Simon, ed. The mexican treasury. The writings of Dr. Francisco Hernández. Stanford: Stanford University Press; 2000. Varey, Simon; Chabrán, Rafael; Weiner, Dora B., eds. Searching for the secrets of nature. The life and works of Dr. Francisco Hernández. Stanford: Stanford University Press; 2002.


 

Richard Carew. The examination of men's wits. Edited by Rocío G. Sumillera. [Tudor & Stuart Translations, Volume 17]. London: Modern Humanities Research Association; 2014, 386 p. ISBN 978-1-907322-81-5 (hardback) € 34,99; 978-1-78188-161-3 (paperback) € 17,49.

Sin duda, fue Juan Huarte de San Juan autor afortunado de un libro con suerte. Su obra conoció un éxito grande, con numerosas reediciones y traducciones. El Santo Oficio se mostró bastante benevolente, permitiendo su reimpresión con revisiones, si bien intervino pues el materialismo médico no podía llegar al lector corriente. Se movía además el autor en peligrosas tierras, en las aulas médicas, en las que la sombra del judaísmo siempre amenazaba, y en las andaluzas de Baeza en las que la cultura y la espiritualidad bordearon la heterodoxia. Es considerado un padre de la medicina y la psicología españolas, incluso universales, siempre estimado y citado. El inevitable polígrafo santanderino, infatigable perseguidor de heterodoxias no lo olvidó, lo incluye entre los "médicos esclarecidos", reconociendo "las sagaces y agudas observaciones de Huarte sobre la variedad de los ingenios"1. La trayectoria vital de Huarte lo había llevado por lugares de interés, así Alcalá de Henares, además de Baeza. En aquella universidad aprendió el moderno humanismo literario y médico, así como el hipocratismo que le permitió observar con cuidado la naturaleza, por lo que alguna vez nos deleita con observaciones, que entretienen entre tanta cita clásica o bíblica. También conoció el interés por la anatomía y el somaticismo médico. No es extraño que Huarte afirmara la base corporal del entendimiento, seguridad heredada del Galeno de De locis affectis2.

Resulta por ello curioso que su libro, junto con el menendezpelayismo, fuera rescatado de forma decidida en el franquismo. La historia es interesante, unos cuantos clérigos preparaban antes de la guerra civil estudios sobre el humanismo y la ciencia en el Renacimiento, tal vez con ese espíritu del santanderino de reconocer la tradición cultural española del Gran Siglo. De allí saldrían minuciosos estudios que encauzarían las loas a los grandes autores de esa época. Recordemos el estudio sobre la Facultad de Artes de Alcalá del jesuita Juan Urriza, o bien otro sobre la de medicina del arzobispo Luis Alonso Muñoyerro. Y sobre Huarte de San Juan, también "alcalaíno", el del asimismo jesuita Mauricio Iriarte, que se publicaría en Ediciones Jerarquía por la Delegación Nacional de Prensa y Propaganda de FET y de las JONS en el "Año de la Victoria", tras un adelanto por la Görresgesellschaft. Pero esta historia del reconocimiento del valor de su obra comienza siglos atrás y en él tiene gran importancia, junto al interés de la Compañía de Jesús, la recepción en el extranjero, hecha en variados idiomas, del francés al latín, del italiano al inglés. Notables estudios -como el que ahora presento- permiten adentrarnos en el necesario terreno de las traducciones, lugar hoy de moda entre los estudiosos.

Huarte fue convertido al italiano por dos clérigos, antes que la prohibición de la Iglesia lo pillara allí también. Se trata de Camillo Camilli y de Antonio Possevino, éste un jesuita que pudo influir en la Ratio studiorum de la Compañía. Descubro ahora online que se ha trabajado mucho sobre la recepción de Huarte en Italia, en la colección Teoria e storia dell'educazione. Collanna diretta da Francesco Mattei. Así en el número 114 se publicó Coltura degl'ingegni del jesuita Antonio Possevino, editada por Cristiano Casalini y Luana Salvarani (Roma: Anicia; 2008). En el 127, apareció Juan Huarte de San Juan. Esame degl'ingegni, traducción de Camillo Camilli, con los mismos editores y editorial en el año 2010. La idea de estos estudiosos de que Huarte pueda haber influido en la doctrina del "tiranicidio" del también jesuita Juan de Mariana es atrevida, aunque muy atractiva (Camilli, "Introduzione", pp. 36-37). Pero lo que más interesa ahora es que Rocío G. Sumillera ha elaborado de forma magistral la influencia de este autor en el británico.

Así, se pregunta por las razones que decidieron a un acomodado propietario inglés -poeta y estudioso amante de su tierra, traductor, político conocedor de leyes, aficionado a las lenguas y a las antigüedades- a traducir esta obra. Busca la editora, con detectivesca habilidad, las razones en los círculos familiares, amistosos y culturales en que se movió Richard Carew (1555-1620). Y, también, en las coincidencias del traductor -y sus allegados- con los temas del Renacimiento italiano, así ese interés por Tasso, por el clasicismo, o bien por Huarte de San Juan, que comparte con Camillo Camilli. No es pues extraño que tradujera en parte Godfrey of Bulloigne or, The Recoverie of Hierusalem y The examination of men's wits. Pero además insiste en su entusiasmo por la defensa del inglés, que considera extraordinaria lengua, capaz de enriquecerse con importaciones de palabras, en lo que él mismo al parecer contribuyó. Se señala la fidelidad estricta al texto, incluso pudo conocer una edición española, pues circulan en la isla ejemplares en varias lenguas. También, la eliminación de la lengua latina, sin duda en busca de nuevos lectores como Camilli.

Se puede hacer aquí un comentario acerca de los "latines" de Huarte. Sin duda, la lengua clásica era la utilizada desde Roma y la Edad Media para la transmisión del saber. Si bien el griego Galeno de Pérgamo escribió para los césares en su lengua natal, considerada depositaria del saber clásico, pronto el latín la sustituirá. En el Renacimiento se mantiene ésta, tanto que hasta el siglo XVIII será la propia de las universidades. Pero pronto comienza a aparecer el castellano como portador de cultura y saber. La calidad de sus prosistas y poetas lo impone, pero también quienes escriben, leen o se benefician de los libros científicos. Ocurre muy temprano con el saber matemático dirigido a la práctica del cálculo, que pasa pronto a los idiomas modernos, asimismo el catalán, como mostró, siempre inteligente, Vicente Salavert. Pronto también para la medicina, pues la clientela deja de saber latines y, sobre todo, los cirujanos tampoco lo conocen. Es pues para la enseñanza de la cirugía por donde entra el castellano en textos y aprendizajes.

Pero el caso de Juan Huarte, que escribe en castellano y es traducido a muchas de las lenguas modernas, es curioso. Se dirige a un público laico, los reyes y los padres, los enseñantes y los estudiantes. Les aconseja a unos con el fin de saber para qué están dotados y a otros qué estudios y oficios o qué consejo, tribunal o ministerio son convenientes para sus jóvenes hijos y nobles cortesanos. La figura de Juan Luis Vives está siempre presente, claro está. Se abre por tanto el abanico de lectores, lo que explicará aclaraciones y traducciones de los textos latinos, necesarios sin embargo para demostrar saber y cultura. Resulta por ello muy interesante que en las páginas de Huarte dominen los autores clásicos citados en latín, sean de la tradición médica, o bien de la bíblica. Sin embargo, esos traductores italiano e inglés pasan los textos a sus lenguas, pues a sus lectores se deben. Bernard de Mandevillo explica el uso del latín en el prefacio de la tercera edición de A treatise of the hypochondriack and hysterick diseases3. Podía ser un rasgo de pedantería, podía ser cultura propia de la época este empleo del lenguaje clásico. Pero es interesante que, refiriéndose a my readers, tenga que justificarse de un posible ridículo e introducir ahora traducciones -como se hará con Huarte- para facilitar la lectura de un libro que se ha convertido en un éxito. También introduce por la moda o por la explicación de la histeria a una dama. Y Menéndez Pelayo entendió que Manuel de la Revilla -su magnífico contendiente en La ciencia española- había citado a Oliva Sabuco y a Huarte por su fama y ediciones, pero sobre todo porque "escribieron en romance"4.

Sin duda, como Sumillera nos atestigua, la influencia de la obra en Gran Bretaña fue importante. Se recibe a Carew por intereses diversos, como es también el caso de Huarte. Así por autores que escriben sobre la naturaleza humana y de la mente, educadores y reformadores de la enseñanza, padres y escritores. El libro de Huarte está precedido por dos prefacios, al rey Felipe II y al lector. Se trata de un texto que se dirige al príncipe para que pueda elegir buenos consejeros y colaboradores. Para ello enseña que cada individuo tiene sus habilidades, basadas en los humores y estos en los elementos y sus cualidades. Con Carew, desde luego, cambia el público, lo que se muestra en la eliminación del latín (que proviene de Camilli) y en cambios en algunos nombres propios. Pero también en algunas críticas, que anota el traductor. Por ejemplo cuando Huarte se enfrenta a los hombres del norte (por tanto, protestantes), o bien en interpretaciones de textos bíblicos, o sobre la inmortalidad del alma. También hay algunas interesantes opiniones del traductor sobre la posible lectura por las mujeres, o bien sobre la fecundidad y los partos. Desde luego, no se olvida al destinatario, el entonces aborrecido rey Felipe.

Sin embargo en España, avanzado el siglo XVII, entra Juan Huarte en el olvido, como sucede con muchos clásicos del Siglo de Oro. Pero los jesuitas no lo han olvidado, sin duda por el interés que tiene para la enseñanza. Al llegar al trono la dinastía de los Borbones franceses, el Secretario de Estado y Despacho Universal pone a los pies del joven Felipe V el volumen titulado El exemplar de los reyes, y diseño breve de los ministros que debe elegir un monarca (Madrid: Antonio González de Reyes; 1707). Procede al parecer de la pluma de un jesuita del Colegio Imperial llamado Diego Enríquez de Navarra, si bien firma como Diego López de Aro5. Se afirma en sus páginas que es adaptación de un texto escrito para el rey francés. No es extraño, pues la Compañía tenía un gran influjo sobre la corona francesa, así los padres La Chaise y Michel Le Tellier, y sobre la austríaca, recordemos al padre Nithard, y no querrá abandonar el confesionario de los Borbones españoles hasta su expulsión. De todos modos, serán también otras órdenes las que recuperen al médico Huarte y sus consejos. Así, Ignacio Rodríguez de las Escuelas Pías de san José de Calasanz en el siglo XVIII, en su Discernimiento filosófico de ingenios para artes, y ciencias (Madrid: Benito Cano; 1795). Pero antes es notable la recuperación del Quijote y de Huarte al principio del siglo por el periódico The Spectator, novedad esta de la que se hace eco el benedictino Feijoo.

Recuerdo ahora haber preguntado en un coloquio a un buen especialista en Robert Burton sobre el posible conocimiento en este de Huarte. No lo cita porque tan solo se dedica a los que en latín escriben, me respondió, lo que era congruente con el entristecido Burton, encerrado en su Colegio. Me extrañó de todas formas, porque se tradujo al inglés y al latín. Mirando la edición de The anatomy of melancholy de Burton hecha por Dell y Jordan-Smith6 y su magnífico índice, se puede comprobar que la respuesta era hasta cierto punto adecuada. Pero sin duda el clérigo tenía noticias del médico. En efecto cita a Carew, si bien en su obra sobre Cornwall, su tierra; también a Antonio Possevino, aunque parece referirse a escritos religiosos. Pero sin duda conoce la obra del obispo jesuita Antonio Zara, Anatomia ingeniorum et scientiarum, que cita varias veces (Burton, s. Carew, pp. 84 y 479, s. Possevino 909, s. Zara 16, 182 y 338). Allí se reflexiona sobre el ingenio y sobre las ciencias y sus clasificaciones. La racanería en citar el prelado a Huarte7 -aparte que no eran obligación en la época las citas- se debería a la prohibición eclesial italiana en 1605. Deja el buen obispo claro que se debe independizar el alma humana de la potencia orgánica, si bien queriendo como jesuita conocer los ingenios y fijarlos (García, Alonso8; Camilli, Introduzione, p. 51).

No es extraña la cercanía de los dos autores, que se juntan en la tradición de la melancolía, esa que un escrito aristotélico hiciera residir en la constitución del cuerpo y que el Renacimiento italiano pusiera de moda. Tampoco lo es que en Baeza estuviese Huarte próximo a los movimientos espirituales de Juan de Ávila o de los alumbrados, que juntan tanto erasmismos, como revelaciones. Era un ambiente propicio para hablar de las potencias de los melancólicos, como señaló Vicente Peset hace muchos años. La posibilidad de prodigios en algunas alteraciones del cuerpo fue discutida por Andrés Velasquez en el círculo alcalaíno, o bien por Afonso de Freylas. Así, Felice Gambin, autor de Azabache (Pisa: Edizioni ETS; 2005), ha vuelto a interesarse por este autor (I malinconici e la divinazione, Firenze: SEID Editori; 2012). Era esperable que desde la misma universidad de Baeza la Inquisición bramase contra el libro, luego el tribunal portugués. En fin, los índices de Quiroga de 1583 y 1584 lo incluyen. Podría circular curiosamente en los Países Bajos y sin duda en los países reformados. Y nadie pudo poner limitaciones a un escrito que combinaba observación y erudición, castellano y latín, más tarde muchos otros idiomas. Incluso las afiladas garras inquisitoriales fracasaron ante traductores e impresores.

 

José Luis Peset
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Instituto de Historia, Centro de Ciencias Humana y Sociales, CSIC

 

Bibliografía

1. Menéndez Pelayo, Marcelino. La ciencia española. Santander: CSIC; 1953-1954, 3 vols.; vol. 1, pp. 51 y 315.

2. Galeno. Sobre la localización de las enfermedades. Introducción de Luis García Ballester. Traducción y notas Salud Andrés Aparicio. Madrid: Editorial Gredos; 1997.

3. Mandeville, Bernard de. A Treatise of the hypochondriack and hysterick diseases. 3rd edition. London: J. Tonson; 1730, p. 12 (Reprint by Farmington Hills, Michigan, U.S.: Gale ECCO, Print Editions; 2010).

4. Menéndez Pelayo, n. 1, vol. 1, p. 209.

5. Palau y Dulcet, Antonio. Manual del Librero Hispanoamericano. Barcelona: Librería Palau; 1954, vol. 7, p. 643.

6. Burton, Rober. The anatomy of melancholy. Edited by Dell, Floyd; Jordan-Smith, Paul. New York: Tudor; 1948.

7. Zara, Antonio. Anatomia ingeniorum et scientiarum. Venecia: Ex Typographia Ambrosij Dei et Fratrum, 1615, cita a Huarte en p. 54.

8. García García, Emilio; Miguel Alonso, Aurora. El Examen de ingenios de Huarte en Italia. La Anatomía ingeniorum de Antonio Zara. Revista de Historia de la Psicología. 2004; 25(4): 83-94.


 

Daniel de Ávila Gallego. Diálogo del colorado (Salónica, 1601). Interpretación académica de la escarlatina. Edición, introducción y notas de Pilar Romeu Ferré. [Colección Fuente Clara. Estudios de Cultura Sefardí]. Barcelona: Tirocinio; 2014, 303 p. ISBN 978-84-940083-6-8. € 70.

El Diálogo del colorado es un estudio médico aljamiado en caracteres hebreos, originariamente publicado, en 1601, en Salónica -durante siglos la más populosa comunidad de la diáspora sefardí. Según propone Pilar Romeu Ferré, artífice de la muy cuidada edición anotada objeto de esta reseña, su autor, Daniel de Ávila Gallego, quien se presenta a sí mismo como "judió, filóssofo y médico de la misma cibdad", habría nacido en el seno de una familia de "cristianos nuevos" hacia 1570, con mayor probabilidad en alguna de las regiones de "La Raya" [a Raia] entre los reinos de Castilla y Portugal, y cursado estudios de medicina en la Universidad de Salamanca en torno a 1590. La imposibilidad de atestiguar el grado obtenido en sus estudios le induce a pensar que no llegó a concluirlos, si bien tampoco debería descartarse del todo que lo hiciera con un modesto grado de "bachiller", poco lucido como credenciales profesionales a exhibir años después en la portada de su obra.

Pese a los plausibles esfuerzos de la editora por documentar mejor la oscura biografía de Daniel de Ávila, los datos o indicios disponibles sobre su trayectoria vital resultan escasísimos y en su práctica totalidad proceden de su Diálogo del colorado. Conforme a esta fuente, cabe suponer que se hubiera establecido después de 1593 en Salónica -se desconoce si trasladándose allí directamente desde la península ibérica o tras haber residido por algún tiempo en alguna ciudad italiana de las que entonces constituían asiento común de la diáspora sefardí-; y que en esa ciudad griega, parte entonces del Imperio Otomano, se dedicara a la práctica médica y recuperara la fe de sus ancestros como "judío nuevo" -como en el caso, mejor conocido, de Amato Lusitano (1511-1568) cincuenta años antes. No puede, pues, sorprendernos que el autor remita al calendario judío para precisarnos las fechas de inicio y final de la redacción de su obra: los días "27 de tebet'" (= 1 de enero) y "2 lr''h. adar xenat" (= 5 de marzo) del año 5361 (= 1601), respectivamente; ni que se la dedicara "al muy alto y augusto senado de los judiós tessalonicenses" (pp. 71, 228-229).

La edición del Diálogo del colorado aquí reseñada está basada en un ejemplar único en el mundo de esta obra impresa, que se conserva en la Biblioteca Ets Haim, de la Sinagoga Portuguesa de Amsterdam. Su rareza, no obstante, también deriva de ser una de las escasísimas obras aljamiadas impresas en la Edad Moderna así como el primer tratado médico aljamiado cuya publicación se conoce. La obra centra su atención en una nueva enfermedad surgida en Salónica hacia 1593 y conocida allí entre los sefardíes como "[mal] colorado" y que Daniel de Ávila caracteriza como un "rabioso mal"; una "enfermedad nueba, incógnita a los antigos y modernos autores"; o un "nuevo y muy peligroso y contajoso [tormento] ... el cual aunque con pie lento entró, fue poco a poco enseñoreando, de tal modo que tiene ya echado en nuestra Turquía altas raïzes" (pp. 72, 107, 94). Daniel de Ávila ofrece una descripción médica de esta "nueva enfermedad", que caracteriza como "fiebre pútrida, maligna, contagiossa, peraguda, con efussión de sangre colérica a las partes intercuntáneas, que haze mostrarse roxo todo el cuerpo, o casi todo" (p. 113), exhibiendo un llamativo despliegue de autoridades antiguas, medievales y de su tiempo, tanto médicas como filosóficas, que decide listar de modo bastante exhaustivo al inicio de su obra (pp. 74-90) y que constituyen una indudable muestra tanto de su sólida formación académica en artes y medicina, como de un perfil intelectual, muy propio de los médicos de la diáspora sefardí, cuyas premisas humanistas greco-latinas no les impidieron integrar en sus saberes y prácticas la tradición médica y filosófica medieval árabo-latina. Y declara publicarla con el propósito de que al menos puedan beneficiarse de ella quienes "se introduzen a la medicina" (p. 73).

La edición propiamente dicha de este diálogo médico va precedida de un estudio introductorio (pp. 11-68), en cuya primera parte se presenta a su autor y la modesta imprenta Bat-Šeba' (Salónica, 1592-1605) donde vio la luz, se describe minuciosamente el impreso, y se apunta la identificación retrospectiva del mal colorado con la afección exantemática, predominantemente infantil, actualmente conocida como escarlatina. En el resto de la introducción se abordan de modo minucioso los aspectos lingüísticos de la obra (ortografía y lenguaje del Diálogo) así como los criterios de la presente edición.

El Diálogo del colorado se estructura en 15 diálogos médicos (pp. 97-229), precedidos de una introducción (pp. 71-73), la señalada relación de los autores citados, una tabla de los capítulos (pp. 91-92) y un prólogo (pp. 93-96). Los diálogos transcurren entre "Daniel" (el autor) y dos profesores suyos en la facultad de medicina salmantina, "Brabo" (Juan Bravo de Piedrahita [1527-1610]) y "Soria" (Rodrigo de Soria [fl. 1560-1608]) -el segundo discípulo, a su vez, del primero-, a quienes Daniel de Ávila individualizó como "maestros" suyos de "más abtoridad" en la "insigne academia de Salamanca, flor oy del mundo en ciencias umanas" -llamativa loa reiterada por otros médicos de la diáspora sefardí allí formados como Rodrigo de Castro (c.1546-1627)- y cuya "estrema sabiduría" era conocida "entre las más remotas gentes" (p. 95). El autor reconoce la filiación platónica de sus diálogos y manifiesta su preferencia por este género literario "por ser estilo más dulce y suave" (p. 95).

En el curso de estos diálogos se abordan sucesivamente los distintos aspectos del mal colorado conforme al galenismo médico propio de la educación universitaria de su autor: su primera "generación" y origen (diálogos I y II), su definición y naturaleza (III y IV), sus signos o "señales" (V), las causas de esta enfermedad y sus accidentes (VI), sus "pronósticos" (VII), sus "crisis" (VIII), el régimen de comidas y bebidas para los enfermos (IX), el tratamiento médico del mal colorado sobre todo con remedios evacuativos (X), los remedios quirúrgicos consistentes en sangrías y ventosas (XI), el tratamiento de los síntomas o accidentes más severos y de las enfermedades que acompañan al mal colorado (XII), el tratamiento de los niños (XIII), y el régimen de las embarazadas (XIV) y el tratamiento de las parturientas (XV). La editora completa su trabajo con una guía de las variantes textuales no normalizadas (pp. 232-244), un amplio glosario (245-280), sendos índices onomástico y geográfico (pp. 280-285), y la bibliografía (pp. 287-300).

En suma, los historiadores de la medicina hemos de celebrar la publicación de esta espléndida edición anotada del Diálogo del colorado, que pone a disposición de los estudiosos la valiosa y desconocida descripción médica que el médico sefardita Daniel de Ávila hizo en 1601 de una nueva afección entonces conocida como "mal colorado". Su estudio histórico-médico convendría inscribirlo, por una parte, en el mundo médico de la diáspora sefardí; y por otra, en la doble tradición médico-literaria de las nosografías sobre las "nuevas enfermedades" en la Europa moderna (siglos XV-XVIII), sobre todo las propias de la infancia, y de la extensión al ámbito de los más dispares temas médicos, del popular género de los diálogos en el renacimiento europeo.

 

Jon Arrizabalaga
orcid.org/0000-0002-0740-4951
Institució Milà i Fontanals, CSIC


 

Séverine Pilloud. Les mots du corps. Expérience de la maladie dans les lettres de patients à un médecin du 18e siècle: Samuel Auguste Tissot. Genève: Éditions BHMS; 2013, 373 p. ISBN: 978-2-9700640-1-5. € 45.

Tissot fue un profesional muy interesante en el panorama de la Ilustración, pues abarcó amplios mundos médicos gracias a su eclecticismo y su apoyo en la naturaleza y en el interés por el hipocratismo. Sirvió para propagar el saber médico, que se difunde y populariza en la época, tal como Enrique Perdiguero ha mostrado. Y se interesó por las sex res non naturales, acentuando esa tradición clásica nunca abandonada; insistió en esas causas de salud o de enfermedad, que están o no en el cuerpo humano y que interpretadas por los médicos dieron lugar a la dieta antigua, a la higiene moderna, a la regulación de la vida del hombre, sano o enfermo, por parte de la medicina.

Además, los escritos de Tissot llegaron a amplias capas de la población, pues siguiendo la herencia de Marsilio Ficino se ocupó de las gentes distinguidas, así de las letras, las ciencias o las artes. Pero también de los trabajadores, siguiendo la de Bernardino Ramazzini. Como veremos, el exhaustivo estudio de las cartas del fondo Tissot ha permitido a la autora conocer bien ese muy rico caudal de lectores y lectoras de sus escritos, sea el dedicado a las enfermedades nerviosas (Traité des nerfs...), al onanismo (L'onanisme), a los hombres de letras, hombres y mujeres de mundo (De la santé des gens de lettres), o a esa amplia población de destinatarios del Avis au peuple. Puede así incluir muy interesantes mapas de Suiza y Europa, mostrando su red de corresponsales, que conocieron su obra.

En alguna edición de su libro De la santé des gens de lettres, Tissot añade en nota una carta de un "très-habile Jurisconsulte", uno de los lectores de la obra, quien padece de piedras en riñón. Cuenta con gran detalle sus dolores, su evolución y muchos datos personales. Pero me interesa señalar que ha consultado a un médico, primero con buen resultado y expulsión de las piedras. Luego su consejo y sus remedios dejan de tener efecto. Ha leído en una historia de China que sus habitantes consumen mucho té y no tienen cólicos. Decide entonces probarlo, con cuidada experimentación de sus posibilidades, incluso comparando con otras personas. Consigue un efecto formidable, que Tissot se ve obligado a poner en nota, pues ha afirmado el peligro de la introducción del té en Europa1. Actúa Tissot por tanto como interlocutor de sus pacientes, enseñando y aprendiendo, lo que nos adentra en el intercambio que se produce en esos escritos de ideas, saberes, sentimientos, opiniones, sentidos, por tanto en la intersubjetividad y la intertextualidad.

La medicina europea nace con el diálogo, el entablado entre Hipócrates y sus enfermos, si bien el escuchar los males de los pacientes se practicaba ya en los templos de Asclepio, donde los enfermos relataban sus visiones y padeceres tras plegarias, ofrendas y sueños. Pero el interés por los síntomas de los enfermos se aprecia en las consultas de esos médicos de la Grecia clásica y sus colonias que, yendo de ciudad en ciudad, o bien establecidos en ellas formando gremio y escuela, atendían por unos dineros a los dolientes, oyéndolos, aconsejando y proporcionando remedios higiénicos, farmacológicos, o bien intervenciones manuales. No está lejos este escuchar de las recomendaciones socráticas para sacar la verdad o la virtud del alma de los alumnos y adeptos. Desde luego, la medicina también estaba cerca de la interpretación racional de la dolencia, pero no menos del enderezamiento del cuerpo y del alma, aprisionados en sus males, en cavernas míticas o en prisiones corporales. Sin duda la medicina estaba cercana a la moral, e incluso a la política. Así ese mítico Hipócrates, recomendando una buena conducta moral o higiénica, o bien salvando a Atenas y negándose a atender a los persas. El médico Philippe Pinel, y otros muchos, lo reafirmarán de forma clara en la Ilustración.

No es por tanto extraño encontrar entre las leyendas de Hipócrates cartas, aunque sean falsas cartas, como las escritas sobre la enfermedad o el talento de Demócrito, que recrea Feijoo con gracia al comenzar el Teatro crítico universal en su Discurso "Voz del pueblo". Se inventaron éstas para glorificar también su memoria, pues el médico supo reconocer en el filósofo, considerado loco, que se trataba de una incomprensión ante una sabiduría y un comportamiento distinguidos. No es extraño que siglos más tarde, uno de los personajes que más han buceado en almas y libros, Robert Burton, encabece su libro The anatomy of melancholy con el nombre de este filósofo y cartas del nuevo Demócrito a su libro (como Ovidio en Tristia) y a sus lectores (como es práctica frecuente). Sin duda, las cartas han sido importantes en la historia de la medicina, sirviendo para la comunicación entre enfermos y médicos, o en estos grupos entre ellos. Se decía que cartas sin dirección ninguna llegaban a sus destinatarios, tan solo con el nombre, cuando se trataba de algunos grandes médicos.

Se quiere en este libro subrayar el carácter históricamente construido de la experiencia y el sentido de la enfermedad, la manera en que se edifica su realidad, pues como vivencia personal remite a una comunidad de representaciones y valores, teniendo un papel esencial la mediación del lenguaje y la intersubjetividad. Quien enfermo se siente, encuentra en su dolor pluralidad de significados, procedentes de la "culture savante" y de la "culture profane". Una pregunta esencial en antropología y que aquí es necesario aplicar es: ¿las ideas populares vienen de un origen culto, o de la propia vida y experiencia? Sin duda quiso hace muchos años responder Marie Christine Pouchelle a esta cuestión, al enfrentarse a los escritos de la cirugía francesa medieval. En efecto, como afirmaba esta autora, el cirujano hace bricolaje y sus habilidades vienen de la carpintería, o luego de la mecánica. Y la medicina antigua tiene un claro origen en la dieta y la cocina (R. Joly), y desde luego en su complemento la caza. Tal vez los modelos vienen de la medicina culta, pero también es cierto que la ciencia puede venir de observaciones y experiencias, sea la quina o la vacuna.

Se insertaría esta obra en la ya clásica historia de los pacientes (el homo patiens de Michael Stolberg y el patient de Philip Rieder, subraya en el prefacio Oliver Faure), pero también en la historia cultural y en la historia del cuerpo. Se remite a la narrativa de la experiencia corporal y a la perspectiva antropológica. No hay duda de que se trata de un intento de dar voz a los sin voz, como se pretendió para el campesinado por Annales y para el proletariado por Thompson, propósito que, entre otros, trasladaron a la medicina Dorothy y Roy Porter. Pero en el caso de los pacientes de Tissot, se trata de enfermos ricos europeos, si bien como se señala es muy difícil el estudio del contexto. Falta la voz del pueblo, campesinos y tercer estado modesto (y otros colectivos silentes), si bien Tissot escribió para ellos Avis au peuple, con un buen conocimiento de la higiene y el despotismo ilustrados. Sus páginas recuerdan a Ramazzini, o bien a Johann Peter Frank, no menos al hipocratismo del setecientos, o al miedo constante al peligro de las enfermedades epidémicas.

Nos presenta la autora una cuidada historia de la consulta epistolar, así de consilia y consultationes. Hay una larga tradición de intercambio de información -oral o escrita- entre pacientes y médicos, que se justifica en el interés de éstos en que sus pacientes importantes fueran bien cuidados. Pedro Laín nos ha contado bien muchas de esas historias en su maravilloso libro La historia clínica. Esos relatos patográficos se dirigen muchas veces a personajes nobles, ricos o poderosos, por ejemplo los tratados para reyes o nobles caballeros, como los de Arnau de Vilanova o Lobera de Ávila. No es extraño que cuando Marsilio Ficino se preocupe por la salud de sus compañeros de letras y academia -por Lorenzo de Médicis, en último término-, se dirija a aquéllos para que asesoren su obra. Será el origen remoto del escrito De la santé des gens de lettres.

Nos presenta la autora al médico Tissot y el archivo epistolar, nos habla de las redes y fondos epistolares, el uso de esos archivos, antes empleados, como ha sido en este caso, para conocer al personaje y sus saberes. Afirma no seguir el estudio de las formas epistolares, si bien sería importante, pues como muestran los manuales para aprender correspondencia, el estilo y la forma son esenciales. Se preocupa por averiguar las posibilidades y dificultades de recurrir a Tissot, que podrían ser económicas, culturales, nacionales, temporales, políticas incluso. Recordemos la supuesta negativa de Hipócrates a atender al déspota persa, pues es fiel a su condición de griego. También las mediaciones que en la correspondencia surgen, la aparición muy frecuente junto a la letra del enfermo, dotada de su propia autoridad narrativa e interpretativa, de terceros como personas que toman la iniciativa, los familiares, los escritos de recomendación e introducción, los escribidores y testigos, los laicos y los clérigos, otros médicos en fin. El dossier de la familia Cart muestra la riqueza de estas consultas, lo mismo la que concierne a Mme. Moreau de la Villegille, pariente del físico Maupertuis (p. 147-153 y 301-312).

Uno duda entre el interés que suscita la aproximación cuidada a estas historias médicas, a estas epístolas clínicas, en que se analizan las relaciones, los personajes, el tiempo y los cambios de la enfermedad, y el intento general del libro de sistematizar los distintos aspectos de la correspondencia, cortando por tanto la vida del enfermo, o de la familia y el entorno. Esto recuerda sin duda el esfuerzo de la Société Royale de Médecine por conseguir a través de los informes de sus corresponsales identificar y clasificar las enfermedades, sus síntomas y sus cambios, situándolas en tiempo y en espacio (J. P. Desaive, J. P. Goubert, E. Le Roy Ladurie, J. Meyer, O. Muller, J. P. Peter). Es el mismo sentido que tuvieron antes las noticias y relaciones geográficas (R. Álvarez) y, más tarde, las topografías médicas.

No es extraño por tanto el esfuerzo de algunos pacientes por individualizar su enfermedad, por mostrar que ellos son casos notables e interesantes, cada uno diferente. Trae la autora un testimonio estupendo de La Condamine y otros muchos de la correspondencia del fondo analizado (como el de J. J. Rousseau), en que los enfermos desbordan los intereses y preguntas del médico. Como ese mismo jurisconsulto al que he hecho referencia. Son pacientes -distinguidos, desde luego- que quieren y pueden construir su historia, pero también están presentes algunas mujeres enfermas. Desbordan sus testimonios, como la autora escribe, "la prétendue évidence naturelle du discours biomédical" (p. 300).

Se trata por tanto de un ambicioso intento, pues son muchos los temas a abordar, viendo las cartas desde la teoría médica, el mundo social, la imaginación cultural, o bien el archivo Tissot. Se encuentran en él descripciones de la enfermedad, en cartas y memorias, también la mediación médica, las consultas y el patronage de colegas o personajes poderosos. Se señala la diferencia entre contar la propia historia, o bien la intervención de mediadores, pues entonces la palabra puede ayudar, pero también impide o descalifica. Sin duda, la actitud es distinta cuando se trata de mediadores o testigos laicos o eclesiásticos, también surgen divergencias entre el enfermo y los que lo rodean, resultando importante la mediación. Se señala el posible beneficio de la interacción epistolar, también el control del discurso, que en otros contextos se evidencia en instituciones cerradas como la cárcel (Antonio Castillo, V. Sierra) y el manicomio (R. Huertas). Entran también en consideración problemas de confidencialidad y de pudor y las relaciones de género.

De enorme interés es la presentación del turismo médico y de la sociabilidad alrededor de Tissot, los tipos de clientes y las condiciones de posibilidad de la consulta por carta. Es muy importante la aportación hecha desde el punto de vista de la historia de los pacientes, si bien se concreta a un grupo social, pues era preciso un cierto nivel para acudir a médicos de prestigio. Se muestra en la obra el mercado terapéutico y las trayectorias posibles de los pacientes, la oferta sanitaria en la segunda mitad del siglo XVIII, aportada por médicos y cirujanos, parteras, matronas, boticarios, charlatanes, meigas, empíricos, sin olvidar el constante papel de la mujer como cuidadora. Tampoco son olvidadas la automedicación y las medicinas populares; ni las regulaciones y disposiciones, tampoco el nivel social de pacientes y de médicos, así el patronage. Cuando surgen los grandes hospitales o la caridad pública y, sobre todo, la seguridad social pueden cambiar las cosas. También desaparece la consulta por carta en el siglo XIX (queda la homeopática, se afirma) por los cambios médicos e institucionales, las formas de entender y explorar la enfermedad, los mejores remedios en cirugía y también los cambios en la enseñanza y en los hospitales.

Desde luego, los escritos que se presentan tienen mucho que ver con la semiología médica y con el diagnóstico, con las observaciones del cuerpo y de las emanaciones corporales, con la consideración de la enfermedad como idiosincrasia y alteración de los humores (Hipócrates), o como un conjunto de síntomas, retomando Sydenham y sus seguidores la valiosa utilización hipocrática de los sentidos. Además con la historia clínica que los médicos escriben y con los usos sociales del cuerpo, distintos para la medicina y la cirugía, también para las distintas culturas y épocas. Se tiene en cuenta, también, la temporalidad de las enfermedades. O bien los límites de la consulta epistolar, por nivel social y cultural, por distancia o carácter de la enfermedad. Son importantes los trayectos y recursos económicos, la multiplicación de consultas, las formas de elegir un soignant, la negociación -a veces enconada- del sentido de la enfermedad y de las directrices de la terapia.

Son perceptibles las representaciones del cuerpo, que la autora refiere a modelos médicos, como el humoral, mecánico, nervioso..., localistas, orgánicos y nominativos, o el panorama amplio del eclecticismo. El dolor es tema principal. Las sex res non naturales lo son también desde luego. Así la enfermedad y la salud se encarnan en la vida del hombre o de la mujer, de los pacientes de Tissot en este caso. Y entran por algunas de sus circunstancias, las desdichas y sufrimientos (la enfermedad como castigo, en que insistió Pedro Laín), la edad como la niñez o la vejez, las ocupaciones cotidianas (el trabajo, desde Ramazzini), el género y la higiene sexual y la moderación. Sin duda el hipocratismo hereda la idea del justo medio de Aristóteles, sobre todo a través de los estoicos, también la del respeto a la naturaleza. Esta es madre de salud y enfermedad, se debe conocer, mejorar y respetar cuando no hay solución. Estas novedades entran en la Ilustración, de nuevo de la mano de Hipócrates. Así en la obra del internista -y alienista-, Philippe Pinel. Entran de nuevo las consideraciones de género (como también se señala en el prefacio), el papel de la mente sana o enferma, la hipocondría y la histeria. La religión y la fe, la folie religieuse, el delirio, las brujas y las supersticiones. En fin, la vida de las mujeres y los hombres. œ

 

José Luis Peset
orcid.org/0000-0001-6295-4545
Instituto de Historia, Centro de Ciencias Humana y Sociales, CSIC

 

Bibliografía

1. Tissot, Samuel Auguste André David. De la santé des gens de lettres. Lausanne: François Grasset. Lyon: Benoît Duplain; 1775, p. 210-212


 

Francisco Pelayo López y Rodolfo Gozalo Gutiérrez. Juan Vilanova y Piera (1821-1893), la obra de un naturalista valenciano. La donación Masiá Vilanova en el Museo de Prehistoria de Valencia. [Servicio de Investigación Prehistórica del Museo de Preshistoria de Valencia, Serie de Trabajos Varios, número 114]. Valencia: Museu de Prehistòria de València, Diputaciò de Valencia; 2012, 323 p. ISBN 978-84-7795-627-3. € 33,60.

Francisco Pelayo y Rodolfo Gozalo tienen, junto al desaparecido Luis Vicente Salavert (1956-2007), una larga trayectoria de estudios -individuales y conjuntos- dedicados a la figura poliédrica de Juan Vilanova, de la que este sólido trabajo es la culminación académica.

En este caso, además, la obra está complementada con el catálogo del fondo documental de Vilanova depositado en el Museo de Prehistoria de Valencia, que aporta un mérito adicional a este erudito volumen. No es muy habitual en nuestro mundo académico y universitario -o al menos, no es tan frecuente como sería deseable- la cesión de legados personales a instituciones públicas, en las que dichos fondos documentales queden custodiados y disponibles para su estudio por especialistas. Estas fuentes suelen ser imprescindibles para un cabal acercamiento científico y humano a cualquier personaje y requieren, generalmente, un minucioso trabajo de inventario y catalogación. Afortunadamente, los responsables del volumen han asumido este sobresfuerzo y nos proporcionan un detallado catálogo de los papeles de Vilanova (p. 177-217); catálogo que individualiza, describe y sigla cada uno de los ítems documentales custodiados. Muchos autores decimonónicos aprovechaban el papel hasta límites insospechados: la escritura a doble cara -en muchas ocasiones para reflexiones independientes o inconexas-, la proliferación de recuadros, tachaduras, llamadas, etc., hacen de ese proceso de individualización de documentos una tarea casi detectivesca, pero de radical importancia. Los autores del catálogo han identificado más de 200 documentos (que compendian más de 7.500 páginas escritas), junto con álbumes fotográficos, cuadernos de campo, diplomas, medallas, etc. Al valor intrínseco de éste catálogo debe añadirse la prolija descripción de la ficha catalográfica utilizada (p. 178-179) y las consideraciones sobre la información que cada campo debe incluir; explicitar clara y unívocamente los criterios para la descripción del fondo documental estudiado -además de informar al lector y ser un ejemplo de honestidad intelectual- tiene el mérito adicional de proporcionar un modelo para la normalización de este tipo de tareas.

El exhaustivo trabajo de catalogación documental tiene, también, otra importante derivada: aporta al acervo iconográfico común nuevos materiales de valor estético o documental que permanecían en la sombra. En el caso que nos ocupa, de Vilanova teníamos poco más que un grabado -reproducido hasta la saciedad- que mostraba su aspecto a una edad avanzada; nuevos daguerrotipos o fotos familares aportan una nueva imagen del personaje, al tiempo que la reproducción de manuscritos, dibujos, croquis geológicos de sus cuadernos de campo nos muestran una faceta hasta ahora inédita.

No es esta, evidentemente, la única virtud de catálogo documental elaborado. El análisis del legado se erige en un elemento clave en el proceso de estudio histórico de la obra de Vilanova, que se prolonga a lo largo de las primeras 180 páginas del volumen reseñado. En la línea de lo trazado en obras anteriores1, el estudio sobre la labor científica de Vilanova se vertebra en torno a una nota biográfica, al relato pormenorizado de su periplo formativo europeo, su papel como docente de la Universidad Central, su vida académica y obra divulgativa y, finalmente, en tres densos capítulos, su obra geológica, prehistórica y su posicionamiento no darwinista. En todos estos epígrafes, la referencia a materiales del legado Vilanova es una constante; los documentos consolidan, ratifican, modulan las conclusiones a las que el "simple" estudio de las fuentes impresas podría conducir; la combinación de ambas fuentes, las documentales de archivo y las publicadas, permiten hilar un relato biográfico y científico probado. Los autores construyen, sobre estos mimbres, la "biografía definitiva" de Vilanova; sus esfuerzos por recopilar y mantener actualizada la información científica sobre su especialidad, la activa participación en las instituciones, tanto las reales académicas como las sociedades científicas (de Historia Natural, Antropología, etc.) y, sobre todo, su permanente intervención en la consolidación de la investigación prehistórica. Vilanova se nos presenta, en suma, como un trabajador infatigable, bien informado de las novedades científicas de su tiempo y bien relacionado -especialmente a través de su participación en congresos internacionales- con la comunidad científica y académica europea; hombre de convicciones religiosas profundas, su participación en el debate evolucionista de las décadas finales del siglo XIX estuvo alejada de dogmatismo y sectarismo, orientando su oposición moderada al darwinismo (en general a toda interpretación transformista del mundo natural) hacia los objeciones estrictamente científicas y nunca hacia la desconsideración intelectual o personal.

Todo buen libro, aparte de las aportaciones positivas y concretas que formule, debe sugerir al lector interrogantes o nuevas lecturas, muchas de las cuales superan el marco de la obra leída, pero que desbrozan el camino para nuevos trabajos; en eso consiste el avance de la disciplina. ¿La posición no darwiniana de Vilanova limitó su influencia sobre la siguiente generación de geólogos y paleontólogos? ¿Se continúa su labor pionera en Prehistoria en la obra de discípulos directos o indirectos?, si no es así ¿por qué?; la visión enciclopédica de Vilanova -y su énfasis en una disciplina "en desarrollo", como la Prehistoria- ¿coartó su influencia sobre terceros? Son preguntas que este magnífico estudio sobre Vilanova invita a plantearse.

 

Alfredo Baratas Díaz
orcid.org/0000-0001-8827-4767
Universidad Complutense de Madrid

 

Bibliografía

1. Salavert Fabiani, Vicente; Pelayo López, Francisco; Gozalo Gutiérrez, Rodolfo. Los inicios de la prehistoria en la España del siglo XIX: Juan Vilanova y Piera y el origen y antigüedad del hombre. Valencia: Universidad de Valencia; 2003.


 

Sebastian Barsch, Anne Klein and Pieter Verstraete, eds. The imperfect historian. Disability histories in Europe. Frankfurt am Main: Peter Lang; 2013, 280 p. ISBN 978-3-631-63659-6. € 46,70.

During the past decade, the history of disability has started to receive growing scholarly interest. The various contributions have taken part in the discussions initiated by sociologists and disability activists, attempting to untangle the attitudes towards physical and mental deviance, as well as the lived experiences of those with disabilities. Still a very young branch of historical studies, and utilizing a vast amount of source types and methodological approaches, disability histories are benefitting from -and requiring- interdisciplinary approaches that exceed the often artificial period limits. This article compilation is a welcomed addition to the discussion, presenting new methodological questions in fourteen enlightening case studies and a brief concluding remarks by Henri-Jacques Stiker. As the authors state in their introductory chapter, studies addressing the differences theoretical and methodological heterogeneity are very rare, and while empirical data should by no means become less important, meta-historical reflections are crucial for the development of the field. Moreover, while the usage -and criticism- of the social model of disability has been prevalent in the disability history, the book also aims at presenting other theoretical approaches and viewpoints.

The book is divided into four sections. The essays in the first one, "Challenging Methodologies", cover approaches considered by the editors as "marginal" among disability histories. The first essay discusses the fluidity of disability in High and Late Medieval Europe, challenging the pre-supposed link between physical impairment and poverty, and showing what kinds of questions can be raised and answered to with both religious and secular sources. The second chapter is an intriguing case study of the construction of disability in the seventeenth- and eighteenth-century newspapers and journals, presenting "narrative" as a category mostly used in the studies based on fictional literary texts, but being equally profitable for non-fictional texts. Also this essay simultaneously shows the diversity in the pre-modern and early modern approaches to the social inclusion of the impaired. The last essay in the section examines blindness in the context of a Dutch residential institution in the twentieth century. Here the author proposes that a sensory approach should be brought more strongly into the historical discussion of disability, also providing some criticism towards the social model and emphasising the importance of body and materialism, as well as the cultural changes in order to bring disability to the centre of historical studies.

In the second part, "Power and Identity", the authors engage with the care of the disabled as well as the delineations of difference and identity. They show how the care-taking of the disabled in the twentieth century both institutionalised the care and how it could influence the identity of an individual and a larger group. Many of the essays in the compilation, but especially the ones in this part, discuss the views of the philosopher Michel Foucault (whose reply in an interview also inspired the title of the book), and how they can be utilised in modern disability studies. The third essay in the section addresses hermaphroditism and the autobiography of a French intersex person Herculine Barbin (1838-1868) from the Foucaultian perspective, presenting it convincingly as an example of the power networks constructing bodies as undesirable and imperfectly human.

The section "Travelling Knowledge" focuses on the ways ideas and concepts of disability are transferred, concluding on the dominance of the Western societies in general, while the agency of disabled people in other areas, mainly in Southern America, are also discussed. Similarly, the Western thought had great influence on how the social care was developed in Israel and in British mandate Palestine in 1930-56. The interaction resulting in the transformation of concepts within a more limited geographical region is finely highlighted in the discussion about autism and facilitated communication. Autism hardly functions as a disorder, whose societal connotations can be transferred to hold true for other types of impairments as such, but at the same time it provides a fascinating example of how the cultural and medical discourses influence the way different impairments are viewed. Similarly, the essay dealing with the attempts in the early twentieth-century Spain to increase the productivity, and therefore the normality, of the impaired illustrates the effects the medicalization of disability had on the development of new power relationships influencing the everyday lives of the disabled.

The final section, titled as "Emerging Topics", accordingly brings forward four viewpoints that can be seen as having been neglected, or being stimulated by the recent (medico-)historical developments. Here we are again presented with the changing attitudes towards autism, this time through the lens of interviews regarding the disorder, Communism, and the changing Czechoslovakian society. The second essay provides a historiographical survey of musicology and disabled musicians, demonstrating how the changing attitudes towards artists, including the Romantic genius-composer, castrati, and the virtuoso, have influenced the ways the work of disabled musicians has been viewed -and what deviancies have been seen as "disability". The two most recent decades are covered in the two essays attentively discussing HIV/AIDS as a part of disability history, and the discussion on biopolitics and the ethics of disability.

I have wanted to give a brief summary of the contents of the book to show the diversity of topics and viewpoints it presents, as it also demonstrates the heterogeneity of the field of disability history, and the phenomenon "disability" itself. Here lies the collection's greatest strength, but also its weakness. The editors propose to cover an ambitious topic of European disability histories, but especially from a medievalist's point of view, the emphasis of the collected essays is perhaps unnecessarily modern. Except the very first essay, none of the contributions even refer to pre-modern times, although (and here I have to disagree with the editors), disability history is no longer "neglected" among medieval -or ancient Roman and Greek- studies, and only one of the essays addresses the early modern period. In the concluding remarks, it is asked who could "reveal the history of the deaf in Antiquity or infirmity in the Middle Ages'" although such work, though far from being completed, is and has been conducted increasingly during the past decade. To get a more comprehensive longue durée viewpoint, the book would have benefitted from an article untangling disability at least in the late Antiquity, and some more space could have been given to medieval or early modern scholarship as well.

The volume represents intriguing possibilities for new types of research, using different theoretical approaches. The variety of the articles would have given great possibilities for mutual exchange between the authors, but this is very much missing. As an example, the three essays discussing autism appear as a sub-group within the collection, in which it would have been possible to present more clearly how the methodological and meta-historical reflections could be used crossing the borders between different source materials and geographical settings. Perhaps this kind of mutual interaction would also have given the authors a further chance to reflect what we actually mean when we are talking about "disability". My third -albeit inconsequential- criticism concerns the spelling mistakes, which occur somewhat frequently throughout the book, in one case even in the heading of the chapter. For this, I am apt to blame both the writers/editors and the publisher.

Such minor criticism, however, should not conceal the quality and importance of the articles included in the volume. It presents a valuable and rich collection of scholarship that is an interesting read also for those who are not experts on each particular field. The articles are all written in a convincing and well-articulated manner, and their variety also finely demonstrates the importance of disability history as an established branch of both pre-modern and modern historical studies.

 

Jenni Kuuliala
orcid.org/
Universität Bremen


 

Manon Parry. Broadcasting birth control. New Brunswick: Rutgers University Press; 2013, 192 p. ISBN 978-08-135-61516 (paperback) $ 24,95.

¿Qué tienen en común Margaret Sanger con el Pato Donald? Lo sabremos después de leer Broadcasting birth control, un interesantísimo libro sobre las campañas propagandísticas a favor de la causa de la planificación familiar llevadas a cabo durante el siglo XX. Manon Parry, su autora, en la actualidad profesora de historia en la Universidad de Amsterdam, especializada en historia de las mujeres y de la medicina, cuenta también con amplia experiencia como comisaria de exposiciones. Entre ellas dos celebradas en la National Library of Medicine de Estados Unidos: Against the odds: making a difference in global health (2008-2010), y Changing the face of medicine: celebrating America's women physicians (2004-2006), esta última en colaboración con Ellen S. More. Junto con Ellen S. More y Elizabeth Fee, Manon Parry es también co-editora del libro Women physicians and the cultures of medicine, publicado en 2009 por Johns Hopkins University Press y ya reseñado en Dynamis en 2011.

Broadcasting birth control, la primera monografía de Manon Parry, navega a través del siglo XX, abordando campañas por la planificación familiar realizadas en diferentes momentos históricos y contextos geográficos por la American Birth Control League, su sucesora, Planned Parenthood Federation of America, y su análoga internacional, International Planned Parenthood Federation. A las diversas etapas de propaganda audiovisual de los principios de la planificación familiar en Estados Unidos están dedicados los capítulos segundo, tercero y sexto del libro. Parry analiza desde las primeras películas propagandísticas de finales de la década de los 1910, concebidas para ganar apoyos a favor de Margaret Sanger, hasta la cuestión de la difusión de los métodos anticonceptivos y la prevención de enfermedades venéreas a través de la televisión y de Internet. En el capítulo sexto del libro se analizan varias series televisivas, entre ellas la muy conocida también en España Friends. La historia de las campañas propagandísticas en medios de comunicación audiovisuales que cuenta Parry en esta parte del libro es a la vez la historia del desarrollo de estos medios en Estados Unidos. La autora muestra cómo, en diferentes momentos del siglo XX, los intereses de las organizaciones por la planificación familiar armonizaban o entraban en conflicto con los intereses de oyentes y espectadores, pero también con los de políticos o empresas que utilizaron la radio o la televisión para difundir publicidad.

Los capítulos cuarto y quinto están dedicados a las campañas de promoción de la planificación familiar durante la segunda mitad del siglo XX en países en vías de desarrollo como México, India o Nigeria. En esta parte, la que a mí personalmente más me ha interesado, Parry narra historias fascinantes, como la de la producción y recepción del corto Family Planning protagonizado por el Pato Donald, en la segunda mitad de los sesenta, o el exitoso empleo de la telenovela para promover el uso de métodos anticonceptivos en México durante las décadas de los setenta y ochenta. A través de estos ejemplos, contados de manera clara, atractiva y concisa, Parry nos hace comprender las tensiones entre organizaciones internacionales interesadas en promocionar la limitación de la natalidad y las realidades de los países en vías de desarrollo, y de las personas a quienes iba destinada la propaganda.

Broadcasting birth control es un libro que merece la pena leer no sólo por su imprescindible contribución a la historia de la anticoncepción del siglo XX, sino también por su aportación metodológica. Broadcasting birth control nos revela otra cara del movimiento por la planificación familiar, hasta ahora contada desde la perspectiva de las biografías de sus líderes, del desarrollo de sus servicios y clínicas, o de sus usuarias. La originalidad de la propuesta de Parry radica en la apuesta por las fuentes audiovisuales, poco utilizadas hasta el momento para estudiar la historia de la medicina y salud. Además, la autora, en lugar de centrarse en el análisis de los discursos encriptados en las imágenes y los guiones que conforman el producto final -el programa de radio o la película sobre la planificación familiar- elige estudiar el proceso, o la historia, de la producción de las campañas radiofónicas o televisivas desde su fase de diseño hasta su emisión. Por todo ello, este libro será una lectura recomendable no solamente para quienes les interesa la historia de la planificación familiar, sino también para conocer la historia de los medios de comunicación en Estados Unidos, y la metodología para trabajar con fuentes audiovisuales.

Lo único que he echado en falta en este libro de lectura amena e inspiradora ha sido un análisis de los efectos de la propaganda anticonceptiva en países en vías de desarrollo. La valoración de las políticas de planificación familiar en estos países, como recurso para el empoderamiento de las mujeres y parejas, o como una imposición de un tamaño familiar reducido de acuerdo con la lógica del temor por la sobrepoblación mundial, es una cuestión que sigue generando muchas controversias en la historiografía actual. Como lectora hubiera agradecido un posicionamiento de la autora más claro al respecto, así como unas conclusiones generales y complementarias a las conclusiones parciales de cada capítulo.

 

Agata Ignaciuk
orcid.org/0000-0002-7866-6895
Universidad de Granada


 

Paul Erikson, Judy L. Klein, Lorraine Daston, Rebecca Lemov, Thomas Sturm and Michael D. Gordin. How reason almost lost its mind. The strange career of Cold War rationality. Chicago: Chicago University Press; 2013, 259 p. ISBN: 9780226046631. $ 35.00.

El clásico protagonizado por James Dean en 1955, Rebels without a cause, hizo famoso en todo el mundo el "juego de la gallina", que hacía furor entre los hijos de la clase media suburbana estadounidense: dos conductores llevan sus coches a toda velocidad hacia un precipicio (o uno contra otro, según otras versiones); el primero en saltar es un gallina y el último se lleva a la chica. Para el filósofo inglés Bertrand Russell, los líderes de las dos grandes potencias enfrentadas durante la guerra fría jugaban ese mismo juego absurdo, sólo que no al mando de coches robados sino de naciones con capacidad nuclear suficiente como para destruir la superficie de la Tierra varios cientos de veces. Para numerosos matemáticos, economistas, científicos sociales, psicólogos, filósofos y oficiales norteamericanos encargados de repartir fondos de investigación civiles y militares, la cuestión no era si se debió aceptar la partida, sino, una vez dentro de ella, cuál era la estrategia más racional, es decir, victoriosa.

Según este libro, la inmersión de intelectuales tan diversos en los problemas estratégicos de la guerra fría hizo cristalizar una noción propia y peculiar de una idea clásica: la razón. Ésta quedaba reducida a la racionalidad algorítmica resultante de la aplicación de ciertas reglas independientes de la subjetividad, del contexto y, sobre todo, de la materia a la que estas reglas se aplicaban. De ahí el juego del título del libro, que significa simultáneamente que "la razón casi perdió el juicio" y que se desligó de la "mente", se desencarnó del sujeto operante en un medio concreto al que tradicionalmente se había atribuido. Y es que se esperaba de esta racionalidad que sustituyera a la tradicional razón, que en cuestiones políticas y éticas comprendía elementos como la sindéresis y la prudencia, considerada ahora excesivamente subjetiva y sujeta a contingencias por contraposición a las reglas abstractas y universales que se buscaban. Precisamente esta abstracción habría permitido al ideal de racionalidad fraguado en la guerra fría expandirse por disciplinas muy diversas pero unidas por un debate intelectual común, a menudo auspiciado y financiado por ese complejo tan singular de universidades y think tanks estratégicos que caracterizó al mundo académico estadounidense posterior a la Segunda Guerra Mundial.

La unidad fue más un proyecto que una realidad efectiva y pronto se quebró en mil pedazos. Algunos de estos pedazos son añicos que en nada recuerdan al original, pero otros son fragmentos cuya forma depende en gran parte de aquellos estudios sobre la racionalidad, como las partes de un jarrón roto serían ininteligibles sin tener en cuenta el todo del que partieron. Se trata de campos tan diversos como la teoría de juegos en economía, la psicología cognitiva, la sociología de grupos o las ciencias políticas. Por eso este libro no interesará solamente a los historiadores, sino también a quienes trabajen en estas disciplinas y a quienes manejen, implícita o explícitamente, alguna idea de razón y racionalidad.

Hace ya tiempo que la historiografía de la ciencia se viene ocupando del papel de la guerra fría en la configuración de disciplinas como la física, las ciencias geofísicas, y también las ciencias sociales y humanas. Este libro se enmarca en esa tradición, pero su objetivo es más ambicioso en tanto persigue esbozar una historia intelectual de la idea de razón durante la guerra fría que sea capaz de explicar cómo pudo fraguarse un debate y una meta comunes entre disciplinas que hoy tienden a recluirse en sus respectivos departamentos universitarios. El panorama historiográfico actual es reo de esta misma especialización y la plétora de estudios locales contrasta con la escasez de visiones de larga duración y transversales a diversas disciplinas. How reason almost lost its mind aporta precisamente esto. Su ambicioso objetivo se convierte en realista por la variedad de procedencias disciplinares de los seis reputados autores del libro (cuatro historiadores de ciencias diversas, una economista y un filósofo). Al tratarse de una obra corta escrita a doce manos no es del todo regular, hay partes más convincentes que otras, y en ocasiones su lectura es densa y algo técnica. Sin embargo, su valía está en su amplitud de miras, la cual le permite involucrar la microhistoria de diversas disciplinas y métodos con una sutil historia intelectual. Por ello, esta obra parece destinada a inspirar nuevas líneas de investigación y suscitar numerosas ampliaciones, matices y rectificaciones.

Tras una introducción panorámica, el primer capítulo del libro trata de determinar qué cambió durante la guerra fría en la historia de una idea que llevaba siglos de rodaje. El fondo de la comparación lo podrían haber proporcionado la lógica silogística, el Ars de Llull, las clasificaciones de Linneo, la "objetividad mecánica" decimonónica sobre la que una de las autoras del libro ha escrito, o la creciente tecnificación y cuantificación de las ciencias1. Pero los autores prefieren centrarse en la Ilustración -desde la characteristica universalis de Leibniz hasta el hombre máquina de La Mettrie, los autómatas dieciochescos, y el cálculo probabilístico de Condorcet-, en la "división del trabajo mental" promovida por la industrialización, y en la historia del algoritmo o, más en particular, de cómo las reglas pasaron de ser modelos de conducta a algoritmos mecánicos. Aunque estos elementos y otros provenían de antes de la guerra fría, sólo entonces cuajaron en un proyecto coherente capaz de reunir a investigadores heterogéneos.

El resto de capítulos recorre los escenarios que hicieron posible el nuevo ideal de racionalidad desencarnada, comenzando por la "investigación de operaciones", inspirada en la Segunda Guerra Mundial pero pronto central a las ciencias de la administración y la organización industrial, y la "programación lineal", desarrollada entre otras cosas como respuesta a la necesidad de optimizar los vuelos del puente aéreo a Berlín occidental durante el bloqueo de 1948 y 1949. Aquí aparecen ya algunas de las instituciones claves de esta historia, como la RAND Corporation, el Carnegie Institute of Technology y la Office of Naval Research. Y también algunos de sus protagonistas, como los matemáticos John von Neumann y George Dantzig, los economistas Oskar Morgenstern y Tjalling Koopmans, y el polifacético Herbert Simon. A través de problemas concretos, el segundo capítulo sostiene que la falta de capacidad computacional de los ordenadores existentes en la década de los 50 favoreció modelos de racionalidad procesual en los que los decisores racionales aparecían sujetos a limitaciones de todo tipo.

Sobre estas limitaciones profundizaron diversos psicólogos dedicados a la estrategia nuclear, y a ellos se dedica el tercer capítulo, que discute teorías de decisión racional, teoría de juegos y análisis de sistemas. Psicólogos de la talla de Charles Osgood criticaban el presupuesto de "racionalidad" de la estrategia del Mutual Assured Destruction (MAD) (loco, en su acrónimo en inglés) en base a que malinterpretaba los elementos irracionales de los decisores, por ejemplo el miedo y la desconfianza. Las reglas de racionalidad que Osgood ofrecía sí tenían en cuenta estos elementos, pero, argumentan los autores, mantenían la pretensión de abstracción y universalidad. Igualmente, quienes, como Irving Janis, estudiaban la psicología de grupos, también trataban de entender las distorsiones que las dinámicas grupales introducían en la teoría de la decisión.

El cuartó capítulo analiza la obsesión con métodos de estudios de situaciones de toma de decisiones. El capítulo comienza en la Micronesia, yuxtaponiendo las investigaciones nucleares y antropológicas desarrolladas allí durante la guerra fría. Aunque los autores no profundizan en la historia de estas investigaciones, nos dicen que no hubo conexión entre ambos tipos -nucleares y antropológicas. Sin embargo, estudios recientes las vinculan a través de la medicina: en alguna ocasión el gobierno estadounidense aprovechó sus propios ensayos nucleares para computar los efectos de la radiación en los nativos micronesios. Este es un detalle sin importancia, pero es más significativo el hecho de que en una nota el pie se aclare que la antropología fue una "participante menor" en la racionalidad de la guerra fría. Esto, al igual que la exclusión de la etología de las páginas de este libro (una ciencia que alcanzaba su esplendor en esos años demostrando las operaciones "raciomorfas" de los animales), podría interpretarse como una limitación a su tesis referida al debate común sobre la razón.

En cualquier caso, las islas micronesias interesan a los autores de este libro en tanto espacios acotados, pues permitían desarrollar métodos de investigación nuevos rápidamente, una función que para importantes psicólogos y sociólogos (e investigadores híbridos como Robert Freed Bales en Harvard) ofrecían las "salas de situaciones" (o de emergencias) controladas experimentalmente. Las ciencias de la conducta, ampliadas respecto a sus orígenes "behavioristas", trataban así de definir los contextos y elementos de decisión racional y analizar las culturas, los sistemas sociales y los racionamientos individuales en sus partes atómicas cuasi-mecánicas. La racionalidad habría dejado de ser atributo de los sujetos temáticos o experimentales de las ciencias humanas para serlo solamente del científico y de su sistema experimental2.

Como con Osgood y Janis, da la impresión de que a estas alturas del libro la definición de la idea de racionalidad que sus autores señalan como propia de la guerra fría se ha rebajado para dar cabida a movimientos muy alejados del énfasis inicial en la reinterpretación de la razón humana. Aquí tal vez hubiera sido de agradecer un tratamiento más riguroso de las ideas de razón y racionalidad e incluso una mínima clasificación de sus diferentes acepciones, desde las más mentalistas hasta las más instrumentalistas, pues sin ella se corre el peligro de no saber exactamente cuál es el objeto de la investigación histórica. En descargo de los autores, hay que decir que ese mismo peligro lo corrían las ciencias humanas del período en cuestión, y en particular la teoría de juegos, a la que se dedica el capítulo quinto. En sus comienzos se refería a competiciones simples de suma cero como el dilema del prisionero y se aplicaba a estrategia militar (Merrill Flood y Melvin Dresher) y económica (Thomas Schelling). Aunque ni siquiera en esos casos aportaba soluciones calculables, pronto se extendió a casos mucho más complejos y se aplicó a materias muy variadas, algunas tan ajenas a la racionalidad humana como los "genes egoístas".

Esta dispersión sirve a los autores de transición a un último capítulo dedicado al "colapso" del ideal de racionalidad de la guerra fría, en parte debido a la decreciente presión por parte de los estrategas, pero también como resultado de desarrollos internos, particularmente en psicología cognitiva. Se trata de las "guerras de racionalidad" desatadas a raíz de las críticas e interpretaciones recibidas por el programa "heurística y sesgo". Psicólogos como el británico Peter C. Wason y los israelitas Daniel Kahneman y Amos Tversky trataban de determinar hasta qué punto las decisiones humanas respondían a la lógica formal. El trabajo de los dos últimos, que valió un Nobel de economía, demostraba que los razonamientos corrientes se saltan las reglas lógicas, probabilísticas y estadísticas en favor de expectativas y preconcepciones. Su conclusión era clara: los seres humanos son irracionales. Pero, ¿qué significa eso y quién establece los criterios para afirmarlo? Entonces siguió un debate dirigido a determinar la racionalidad (por ejemplo, evolutiva) de la heurística y los sesgos presentes en los razonamientos humanos y, por tanto, cuestionando la racionalidad formal supuesta durante la guerra fría. Los autores se lamentan de que este debate nunca fuera asumido por las ciencias políticas, pero señalan, y en el epílogo corroboran, que los criterios mismos de racionalidad se fragmentaron, a menudo según disciplinas y escuelas, y que el proyecto común a las ciencias humanas desapareció.

Demos fin a esta reseña con otro clásico cinematrográfico de la época, Dr. Strangelove (1964), que popularizó y ridiculizó el tipo de lógica asociada al MAD. No en vano en la portada de How reason almost lost its mind figura el famoso teléfono rojo, que dio título a la versión española. La película caricaturizaba a uno de los estrategas de la RAND Corporation, Herman Kahn (Dr. Strangelove), que reducía al absurdo la estrategia MAD al presentar orgulloso en la "situation room" de la Casa Blanca la "Máquina del Juicio Final". Dos años antes del estreno de la película, la crisis de los misiles había hecho a Kennedy y Kruschev saltar simultáneamente de sus respectivos coches antes de llegar al precipicio. En los años posteriores, la prudencia política permitió sortear otras situaciones límite, la Unión Soviética se derrumbó, y el peligro de la bomba pasó a un segundo plano (no menos real, pero menos perentorio). La racionalidad de los calculadores y el conflicto nuclear no eran las únicas fuerzas activas en la época, y este libro no pretende ser una historia de la guerra fría (aunque ayuda a comprender importantes procesos de la época). How reason almost lost its mind logra capturar el contexto peculiar que hizo posible la "extraña carrera" de la racionalidad desencarnada como proyecto transdisciplinar. El eco de este proyecto se oye aún en muchos departamentos de universidades de todo el mundo, pero ya sin la amplificación del debate político y moral existente cuando la amenaza de una detonación presagiaba un "tiempo de silencio".

 

Lino Camprubí
orcid.org/0000-0001-6848-9090
CEHIC - Universitat Autònoma de Barcelona

 

Bibliografía

1. Porter, Theodore M. Thin Description: Surface and Depth in Science and Science Studies. Osiris 2012; 27(1): 209-226.

2. Un pertinente análisis de las oscilaciones de las ciencias humanas respecto a las operaciones de los sujetos experimentales y su racionalidad puede encontrarse en Bueno, Gustavo. Teoría del Cierre Categorial. Oviedo: Pentalfa; 1992, p. 185-213.


 

Angela N. H. Creager. Life atomic. A history of radioisotopes in science and medicine. Chicago: The University of Chicago Press, 2013, 512 p. ISBN: 978-0-22601780-8. $ 45.

La era que se conoce como atómica es todavía la nuestra. Las bombas lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki en julio de 1945 arrasaron rápido y muy profundamente las entrañas de los seres vivos y los objetos de todo tamaño. Su rastro en la cultura contemporánea se mantiene en buena parte por el reciclaje sistemático al que se sometieron las fuerzas de los átomos. Los denominados usos pacíficos, civiles, de la energía atómica se constituyeron en una muy eficaz política de reciclaje de un instrumento destructor. Con ese protagonismo, la era atómica ha generado uno de los movimientos sociales de más impacto sociopolítico y económico de nuestro tiempo, el movimiento antinuclear, y un área de estudios y activismo que analiza los riesgos del desarrollo científico contemporáneo.

Ese reciclaje de la radiactividad en la investigación biológica, biomédica y ecológica, en las políticas de Estado, en la industria, y el comercio es lo que el libro de Angela Creager examina al detalle. Cuando se abrieron los archivos del Departamento de Energía de los EEUU, tras nombrar el presidente Bill Clinton en 1994 un grupo experto para estudiar el papel que había tenido el gobierno en los experimentos sobre radiaciones, la bibliografía ya estaba ocupada por denuncias sobre los abusos de la radiactividad en personas enfermas, esencialmente de cáncer. Lo que Life atomic narra sin resuello es una extensa sucesión de eventos políticos, científicos, académicos, médicos y tecnológicos, ordenados sin apasionamiento y con precisión en torno a los logros que la radiactividad ha propiciado mientras distribuía por tierra, mar y aire -el símil militar hace al caso- la contaminación radiactiva. Mujeres y hombres, pacientes y gentes expertas, saberes y prácticas de la experiencia radiactiva participan en la reconstrucción de la historia de la biología, la ecología y la práctica médica del cáncer, de sus políticas, normas y burocracias. Si no hay una unidad de la biología, una biología de una sola pieza, sí habría, según la lectura seguida de este libro, un relato posible para relacionar muchas biologías durante la era atómica.

Creager comienza con el recurso de la metáfora que el trazo radiactivo proporciona: la introducción de moléculas marcadas con isótopos radiactivos -un isótopo radiactivo en la molécula la hace detectable, como se sabe- le permite el seguimiento de éstos en su trayecto histórico hasta la actualidad. El proyecto Manhattan (Manhattan Engineering District, MED), es la institución en torno a la cual construye la autora un relato apasionante y complejo. El recurso obligado al lanzamiento de la bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki en julio de 1945 plantea que el proyecto de construcción de esas bombas es una agente protagonista en la historia de los isótopos radiactivos, pero no fue el único, ni el primero. El libro se concentra en las dos décadas entre 1945 y 1965 pero no resiste establecer relaciones con el presente, o con pasados más recientes del laboratorio y la clínica contemporánea y con el grado de militarización de esas prácticas; con aquello que el presidente Dwight D. Eisenhower denominó el complejo industrial-militar, alianza política y tecnológica que ha marcado las ciencias y sus prácticas desde entonces. El programa de producción y distribución de isótopos radiactivos fue inaugurado por el proyecto Manhattan en agosto de 1946, antes de convertirse éste en la Comisión de Energía Atómica (AEC) (p. 61). Fue el primer plan viable de uso civil de la energía atómica, cuyas retóricas y prácticas rompían con el hasta entonces objetivo único del proyecto Manhattan destinado a producir bombas atómicas y, al mismo tiempo, según Creager sugiere, mostró continuidades respeto al proyecto bélico.

En el segundo capítulo, la autora recupera para su relato las culturas liberales de la política económica e industrial de Estados Unidos. La denominada ciencia básica tenía prioridad sobre la investigación clínica porque ésta ofrecía "menores beneficios a la sociedad por unidad de radioisótopo" que aquella, cuando aún la producción de estas sustancias era muy cara y se carecía de resultados positivos (p. 74). La autoridad médica en Estados Unidos ha soportado pocas injerencias del gobierno, y las políticas de la posguerra no lograron implicarla en la construcción de un sistema nacional de atención sanitaria, que se consideró un atentado a la libertad de la práctica médica, como el estudio de Stephen Strickland (1972) mostró hace ya tres décadas.

La oferta de isótopos del proyecto Manhattan, publicada en la revista Science en junio de 1946 y regulada su distribución en agosto con la ley de Energía Atómica, fue compatible con las primeras prueba nucleares en el atolón Bikini, en el Pacífico, que duraron una docena de años. En vuelos regulares de la aviación comercial los envases de sustancias emisoras de radiaciones ionizantes de larga vida media -la del carbono 14 es de 5.730 años- viajaron, según cuenta con detalle Creager, para atender peticiones de laboratorios de EEUU. El yodo 131 y el fósforo 32 figuran entre los más solicitados en las peticiones que la autora ha revisado en los archivos de la AEC. Procedían de ciclotrones que, como el de Berkeley, "cultivaron" la demanda de estas partículas desde antes de la guerra. Los detalles técnicos importan para comprender las trayectorias históricas de estas sustancias ionizantes, complican el relato y muestran que la historia de las ciencias contemporáneas los necesita para ofrecer explicaciones sobre su propio devenir.

El gobierno de los Estados Unidos, a través de las autoridades de la AEC, construyó edificios, dotó laboratorios y financió investigaciones. El gobierno era regulador y productor, creó un sistema industrial y comercial, lo que se consideró una práctica monopolista. En septiembre de 1947 el presidente Truman anunció que habría isótopos radiactivos para investigaciones biológicas y médicas extranjeras. Australia y Argentina fueron los primeros en recibirlos. Como parte de la campaña "Átomos para la Paz" que lanzó el siguiente presente, Dwight Eisenhower, la distribución de radioisótopos fue el principal emblema y para entonces se superponía a la política tecnológica nuclear general, que descansaba en las armas nucleares y en los trabajos para diseñar reactores para fabricar electricidad mientras EEUU desplegaba su influencia diplomática en la creación de una agencia internacional de energía atómica, la AEA, que se convirtió en principal legitimadora de las políticas nucleares en el mundo entero en plena guerra fría. Para entonces, Estados Unidos ya no disfrutaba de monopolio atómico alguno, tampoco en la distribución de isótopos, cuando ya Canadá y Gran Bretaña competían.

Como Creager muestra en el capítulo 5, la capacidad de legitimación de la medicina emergía poderosa tras las bombas y contra el miedo que estas pudieron haber provocado. El cáncer se convirtió en el gran objetivo del programa de uso de la energía atómica en biología y medicina como si el control de estas enfermedades milenarias fuera una alternativa a la fabricación de bombas, aunque nunca lo fue, como se sabe. En 1946 varias instituciones públicas y privadas apoyaban con sus presupuestos las investigaciones del cáncer en Estados Unidos, y fue Alan Gregg, influyente directivo de la Fundación Rockefeller, el experto designado para dirigir la distribución del presupuesto de la AEC en investigaciones sobre el cáncer. Parte del programa se realizaba ya en las propias instalaciones de la AEC en Oak Ridge, Tennesse, mientras los envíos de isótopos radiactivos se multiplicaban (llegaron a 2.000 en 1949). Pero siempre hubo críticas: el director del Instituto Sloan-Kettering de investigaciones sobre el cáncer afirmó que el uso terapéutico del yodo radiactivo se recibía con entusiasmo por quienes pretendían justificar la fabricación de bombas atómicas usando sus subproductos en la clínica. Los debates sobre la lluvia radiactiva contribuyeron muy pronto a la percepción pública de la energía atómica como veneno más que como cura. La AEC insistía en el carácter inocuo de las radiaciones de baja intensidad cuando ya se acumulaban datos sobre los efectos nocivos de las radiaciones ionizantes usadas con fines terapéuticos considerados efectos "secundarios" (p. 178).

Los isótopos radiactivos fueron una industria tecnológica con un mercado, el de la investigación y la clínica. Creager analiza a continuación el monopolio del Estado y las muchas críticas que recibía. El sistema político económico de los Estados Unidos era incompatible con el monopolio y a superar esta circunstancia se dedicó una buena parte de la estrategia política que extendía por este mecanismo el uso de estas sustancias radiactivas, ampliando los productos derivados y sus espacios de uso al ofrecerlos a las industrias privadas. El secreto tecnológico no podía ser excusa para permitir esos desarrollos: el control militar había dejado de ser una justificación y el gobierno debía apoyar el libre mercado. En 1954 se permitió a las empresas privadas poseer reactores, patentar tecnologías nucleares y poseer licencias de productos radiactivos (p. 196). Terminó así, al menos oficialmente, el monopolio del gobierno (p. 217). Aunque las autoridades había temido una disminución del negocio de los isótopos debido a una opinión publica cada vez más crítica, para entonces los radioisótopos se habían convertido en instrumento indispensable -rutinario, según Creager- en laboratorios y tratamientos clínicos (p. 219).

En el capítulo séptimo Creager ofrece unas de sus mejores páginas epistemológicas cuando reflexiona sobre los radioisótopos, al introducir algunos casos de su uso más eficiente y duradero: en el estudio de la fotosíntesis con carbono 14 que condujo al conocimiento detallado de los pasos por los que el dióxido de carbono genera fructosa y sacarosa, y en las investigaciones sobre virus bacterianos en las que el fósforo 32 y el azufre 35 descifraron el mecanismo molecular de la herencia biológica. Los radioisótopos permitieron seguir las transformaciones de las sustancias en el tiempo, cambios que quedaron representados en diagramas espaciales. Esta espacio-temporalidad que ya había sugerido Rheinberger para la biología queda estudiada por Creager de manera preciosa, con detalles biológicos que mostraron el metabolismo de los hidratos de carbono en procesos de retroalimentación permanente. Pero fue su permanencia en los cuerpos y en el medio natural la que creó "nuevos tipos de problemas" (p. 259). Aunque no curaron el cáncer, los radioisótopos se convirtieron en instrumentos indispensables para investigar enfermedades, sobre la función del tiroides, la circulación de la sangre y la diabetes. Mujeres, hombres, niños y niñas en hospitales y consultas médicas y mujeres embarazadas recibieron hierro 59, convirtiendo a pacientes en cobayas de experimentación, mucho antes de que su uso quedara regulado y se estableciera la obligatoriedad del consentimiento informado. El abuso de pacientes terminales en la experimentación con radiaciones ha generado literatura muy crítica sobre la irresponsabilidad de esas investigaciones mientras ha dejado clara su utilidad para la defensa: fueron esos "cuerpos de prueba" de radioisótopos lo más parecido al campo de batalla de la era atómica en plena carrera de armamentos. El propio radioinmunoensayo se descubrió por casualidad estudiando precisamente el comportamiento selectivo de los anticuerpos en presencia de antígenos marcados con isótopos. Las pruebas se hacían en el tubo de ensayo y con sueros animales, desincorporando, como dice Creager, el ensayo radiactivo, que liberó de las pruebas a los cuerpos enfermos en este caso.

En su trayecto clínico y experimental los radioisótopos se convertían en tecnología de vanguardia, y lo fueron durante varias décadas. La radioterapia estabilizó los usos del cobalto 60 y el cesio 137. Y el yodo 132 fue sustituido por el flúor 18, en buena parte a consecuencia de la preocupación por la seguridad radiactiva. El arsénico 72 y el arsénico 74 fueron probados por inyección intravenosa para estudiar el cerebro (para el diseño de los escáneres). La medicina nuclear se convirtió en la contribución más duradera del programa de distribución de isótopos de la AEC al tiempo que contribuía a atender intereses militares de la agencia porque proporcionaba información sobre los efectos que las radiaciones tenían. Añade Creager con precisión dolorosa que "los problemas éticos de la investigación médica en gentes enfermas no directamente beneficiarias del conocimiento al que contribuyen ha caracterizado a casi toda la investigación clínica de la posguerra, y especialmente a la medicina del cáncer" (p. 359).

El libro cierra el ciclo de la vida de los isótopos radiactivos con las investigaciones sobre los ecosistemas. Contaminar plantas, árboles y lagos, y ríos que recibían directamente en sus cauces los residuos de experimentos y centrales nucleares, ha sido el medio por el que se han conocido los ecosistemas como metabolismos ambientales regulados. El veneno radiactivo en paisajes y cauces ha enseñado casi todo lo que sabemos sobre ecología y medio ambiente, sobre el ciclo del carbono, la cadena trófica y la cadena alimentaria. Del plancton al pescado, investigaciones que fueron secretas se retroalimentaban: a mayor contaminación, mayor necesidad de investigar sobre cómo actuaba y hasta dónde llegaba esa contaminación. La producción de material para la fisión nuclear envenenaba las aguas del río Columbia al verter a su cauce miles de curios al día al menos desde 1956. La contaminación detectada se consideró alta incluso para los estándares laxos de la década de 1950. Y aunque los intereses de la ecología por el material marcado para sus investigaciones precede al proyecto Manhattan, el apoyo de las políticas atómicas a sus usos en el campo y en las aguas proporcionó, dice Creager, "oportunidades experimentales sin precedentes" (p. 391).

La circularidad de las prácticas y los saberes proporcionados por la radiactividad en medicina, ecología y biología es una inquietante circunstancia de las ciencias contemporáneas, que deben al daño y a la contaminación radiactiva una parte muy importante de lo que son y de lo que han sido. Los paisajes contaminados de la guerra fría (p. 406) devuelven la historia de las ciencias contemporáneas, de la diplomacia y de la política energética una y otra vez al lanzamiento de las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki, que cayeron en una cultura de la experimentación abonada, previa al proyecto Manhattan, como Creager insiste una y otra vez. Pero, como también ella ha dicho, se produjo un cambio escalar: la radiación se multiplicaba en cuerpos y ambientes a la velocidad a la que se producía el conocimiento sobre ambos espacios vitales, cuyo rastro, se puede añadir, estaría escrito en una buena parte de la epidemiología contemporánea.

 

María Jesús Santesmases
orcid.org/0000-0002-7313-6764
Centro de Ciencias Humanas y Sociales, CSIC


 

Rosa María Medina Doménech. Ciencia y sabiduría del amor. Una historia cultural del Franquismo (1940-1960). Madrid: Iberoamericana / Vervuert; 2013, 276 p. ISBN 978-84-8489-684-5 (Iberoamericana); ISBN 978-38-6527-732-9 (Vervuert). € 24,80.

Este libro aborda un tema complejo: el lugar del amor en la cultura del primer Franquismo. Complejo, por la densa trama de significados que este sentimiento evoca en nuestra experiencia íntima. El amor, en alguna de sus múltiples expresiones, constituye una emoción que prácticamente nadie sostendría no haber sentido y, sin embargo, la universalidad reconocida de esa experiencia no lo ha hecho más aprehensible. Más bien al contrario, parece como si esa vivencia compartida lo haya alejado más todavía de una comprensión propiamente histórica, o lo que es lo mismo, de una comprensión cultural de las raíces de su experiencia subjetiva. Rosa Medina afronta esta dificultad rehuyendo explícitamente definir el amor para reconstruir fragmentos de una gran diversidad de discursos sobre el amor y más concretamente, sobre el amor de pareja heterosexual. Pero la complejidad de la cuestión radica, también, en la voluntad de historizar un periodo, el de la posguerra fascista, en el que la reconstrucción de una cultura del amor pudo ser crucial a la imposición de un nuevo orden social. Un orden social con el que tenemos vínculos íntimos todavía muy vivos en nuestra memoria individual, transmitidos por madres y abuelas cuando no vividos en primera persona, algo que Carmen Martín Gaite colectivamente nos legó, como Rosa Medina nos recuerda.

En este libro se nos muestra hasta qué punto en la cultura del amor durante el primer Franquismo se dirimió la política sexual y el forcejeo por redefinir las relaciones entre hombres y mujeres. En sus páginas comparecen una gran diversidad de actores y actrices: médicos, psiquiatras, psicoanalistas, psicólogos, neurofisiólogos, estrellas de Hollywood, etólogos, feministas, literatas, folclóricas, responsables de consultorios de revistas y una representación de las mujeres que en ellos participaron, mediada por quienes dirigían estas secciones de la prensa femenina. Estos personajes protagonizan, en diverso grado y medida, las tres esferas en las que pivota este libro: por una parte, los discursos científicos, tanto de tipo autorreferencial como de carácter divulgativo; por otra, el pensamiento de las mujeres, fundamentalmente en su expresión abiertamente disidente con la política sexual dominante; finalmente, el ámbito de la prensa popular, donde al tiempo que se difundían los modelos franquistas de género femenino se acogían los dilemas de las mujeres para intentar reconducirlos y resolverlos en beneficio del régimen.

El libro se divide en tres partes bien diferenciadas, construidas por la autora en un modo original si bien cada una de ellas goza de una tradición historiográfica bien asentada. La primera y más extensa de las tres, desvela el papel de las ciencias médicas y biológicas en la construcción de modelos de feminidad normativa que debían impedir la proliferación de caminos abiertos por las mujeres españolas en décadas precedentes así como atenuar al máximo la importación de modelos del exterior que podrían llegar a cuestionar el reforzamiento del patriarcado franquista. Las "ciencias del amor", como las designa Medina, son las disciplinas que ofrecieron discursos naturalizadores de la desigualdad para esos renovados modelos de feminidad: la neurofisiología, la biología evolutiva, la etología, la ginecología, la psicología o el psicoanálisis. La autora analiza el ideario de relevantes científicos varones como Juan Rof Carballo, Antonio Vallejo-Nájera, José López Ibor o Misael Bañuelos así como la de divulgadores como Pedro Caba señalando sus diferentes modulaciones.

La segunda parte centra su atención en la contestación explícita de las mujeres a los modelos franquistas de género femenino, concretamente en el pensamiento de María Laffite, más conocida como condesa de Campo Alange, título que le correspondió por matrimonio y nombre con el que firmó su obra. Medina analiza con especial detalle la argumentada crítica que Laffite elaboró a los argumentos misóginos del discurso científico dominante, poniéndolo en diálogo con el pensamiento de Simone de Beauvoir. Así mismo, muestra cómo en la obra de otras autoras de la década de los cincuenta, en la de Carmen Laforet pero también en la de autoras próximas al ideario político franquista, se vislumbran resquicios críticos con las posturas más misóginas del régimen, que muestran los límites de la eficacia del discurso normativo de interiorización de la inferioridad entre las mujeres.

En la tercera parte, Rosa Medina busca reconstruir la sabiduría de las mujeres sobre el amor, que la autora llama "la orquestación del amor", a través de las cartas publicadas en el consultorio sentimental de la revista Meridiano Femenino. Acompañan a este análisis el uso de memorias y fragmentos publicados de entrevistas a mujeres, que ofrecen a la autora autorreflexiones femeninas en torno a la experiencia amorosa, así como las letras de canciones populares entre mujeres y popularizadas por ellas. En estos registros cercanos a la experiencia o a su representación, las preocupaciones y las valoraciones de ellas tienen un componente práctico propio de una subjetividad en construcción, y manifiestan las dificultades en la adaptación de las mujeres a los modelos impuestos por el franquismo así como los saberes generados en el manejo de esas vivencias.

Este libro nos muestra la diversidad de actores y actrices que, desde posiciones epistemológicas absolutamente distantes, cuando no diametralmente opuestas, intervinieron en la formación de las culturas del amor durante el primer franquismo. Pero es la valoración de los saberes de las mujeres en la gestión emocional del amor el verdadero objetivo de este libro, que abre nuevas perspectivas para pensar la disparidad entre comunidades emocionales.

 

Montserrat Cabré i Pairet
orcid.org/0000-0002-6746-0074
Universidad de Cantabria

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