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Dynamis

versión On-line ISSN 2340-7948versión impresa ISSN 0211-9536

Dynamis vol.38 no.2 Granada  2018

 

Reseñas

Raúl Velasco Morgado. Embriología en la periferia. Las ciencias del desarrollo en la España de la II República y el Franquismo. Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Científicas [Estudios sobre la Ciencia, 68]; 2016, 393 p. ISBN: 978-84-00-10162-6. €35.

Álvar Martínez-Vidal (orcid: 0000-0001-9760-4449)

Resulta un tanto paradójico constatar que, en un mundo en el que impera una tendencia irrefrenable hacia la especialización, la interdisciplinariedad se haya convertido en una obsesión en el ámbito académico. No hay ninguna actividad que se precie —proyecto de investigación, programa de cooperación o convocatoria en régimen competitivo— que no incluya entre sus bases, requisitos y finalidades el criterio de primar la interdisciplinariedad entre los miembros del equipo investigador y los cometidos que se les asignan. Se prefiere no lo multidisciplinar, sino lo decididamente interdisciplinar, que sería algo distinto y mejorado que la mera suma de elementos desiguales. Mientras la intersección parece ser la encarnación del ideal, el ámbito disciplinar estricto padece un cierto descrédito, tal vez porque el término «disciplina» se asocie en el imaginario colectivo hacia la obediencia a la autoridad, es decir, al cumplimiento de unas normas y al proceso que asegura la adquisición y la internalización de los valores que éstas entrañan. Aunque la idea de disciplina pueda remitir primordialmente al ámbito pedagógico, o a la idea de formación, estaremos de acuerdo en afirmar que, en el mundo académico contemporáneo, la producción de conocimiento fundamental se ha materializado a través de unidades discretas, separadas, que conocemos bajo la denominación de disciplinas. Una disciplina académica tradicional se configuraría en torno a un objeto de estudio determinado, o sea, una serie de temas que indagar y problemas que resolver, por unos intereses comunes entre sus cultivadores y por unos métodos de trabajo similares, más o menos característicos de esa comunidad.

Pues bien, hecha esta salvedad, el libro que aquí comento explora los saberes y las prácticas en torno a una de las disciplinas biológicas que intenta responder a la pregunta de por qué las formas de los animales son como son. Surgida a mediados del siglo XIX como área de confluencia entre la histología, la zoología y la anatomía comparada, la embriología se postularía como la disciplina biológica que estudia el desarrollo del embrión, esto es, la configuración del ser viviente desde su estadío más primigenio, el huevo, hasta el parto, fase que preludia la vida adulta y la reproducción. Las coordenadas del libro de Raúl Velasco Morgado se sitúan en la España del siglo XX y, si hemos de hacer caso del título, en el periodo que media entre la proclamación de la República, en 1931, y la muerte del dictador Francisco Franco, en 1975.

Entre los prolegómenos del libro, se encuentra un prefacio del autor, que es médico en ejercicio y acumula dos especialidades además de una notable formación histórico-médica. El prefacio, aunque breve, le sirve para expresar sus agradecimientos y anunciar sin ambajes que el meollo del libro procede de su tesis doctoral, defendida en 2013 y galardonada con el premio Hernández Morejón que concede la Sociedad Española de Historia de la Medicina. También le sirve para advertir que el texto original ha experimentado desde entonces notables modificaciones y para señalar algunos de los artículos que se han venido publicando en revistas de reconocido prestigio.

El prólogo que viene a continuación es de Antonio Carreras, profesor de la Universidad de Salamanca y director no sólo de la tesis doctoral de Velasco Morgado, sino también de su tesina de licenciatura. Carreras traza en unas pocas páginas las líneas maestras de la obra que el lector tiene en sus manos: la historia de casi una centuria de saberes embriológicos en España, desde las aproximaciones histológicas practicadas por Cajal y su escuela en la época de la Restauración, hasta la introducción del microscopio electrónico en el estudio de la ultraestructura del embrión en los últimos años del Franquismo. Los contenidos del libro no se atienen, pues, al periodo cronológico que se apunta en el título —la Segunda República y el Franquismo— y se remonta, como era inevitable, a las décadas precedentes, incorporando capítulos específicos a la recepción de la embriología alemana del siglo XIX, al papel jugado por la escuela histológica de Santiago Ramón y Cajal y al progama antitransformista desarrollado por el padre jesuita Pujiula desde el Instituto Biológico de Sarriá, en Barcelona.

El fomento de la embriología, en un marco laico y ajeno a teleologías finalistas, por parte de la Junta para la Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas se hace patente mediante la prosopografía de la docena y media de pensionados, la mayoría en centros extranjeros, que recibieron ayudas de este organismo para cultivar algún tema relacionado con la morfogénesis del embrión. Utilizando una metodología equidistante tanto del acercamiento biográfico como de las técnicas de las ciencias sociales, este tipo de análisis muestra, entre otros resultados obtenidos, el predominio de los médicos entre quienes fueron los beneficarios de las becas, el ascenso de los anatomistas en detrimento de los histólogos y la preferencia por Francia y Centroeuropa como destinos de sus viajes. Gracias a los auspicios de la Junta, la perspectiva experimentalista se importaría principalmente desde Alemania en tiempos de la Segunda República.

Un inciso. Ante la ruptura que en todos los órdenes de la vida supuso la Guerra Civil y la inmediata posguerra, puede sorprender la continuidad de esta disciplina, subrayada desde el título, entre la República y un régimen militar que, empapado por el espíritu del nacionalcatolicismo, no estaría especialmente preocupado por la promoción de la ciencia. Sin embargo, sería una simpleza considerar un oxímoron el binomio ciencia y franquismo. Como ha demostrado recientemente Clara Florensa en su tesis doctoral (Els discursos sobre l'evolució en el franquisme (1939-1967), Universitat Autónoma de Barcelona, 2017), la elaboración de una ciencia cristiana, acorde con los dogmas y la moral católicas, sería el empeño de toda una elite de científicos, intelectuales y clérigos, que entre otras cosas sustentaban desde diversas instancias un discurso público antievolucionista y, especialmente, antidarwinista.

El análisis de las genealogías muestra que, en la inmediata posguerra, el Consejo Superior de Investigaciones Científicas —por no decir José María Albareda, sacerdote y destacado miembro del Opus Dei— apoyó de manera decidida la escuela anatómica encabezada por José Escolar García en Zaragoza frente a la de Francisco Orts Llorca, quien tenía en su contra un pasado republicano imposible de eludir. En los años cincuenta, sin embargo, el distanciamiento, de los centros de poder, de algunos sectores del régimen propició la consolidación, en la Universidad Complutense de Madrid, de la figura y de la escuela de Orts Llorca, que logró salir indemne del proceso de depuración, al menos en lo que se refiere a las penas y sanciones. Entretanto, el Instituto Biológico de Sarriá, en Barcelona, que había sido esquilmado durante la guerra, languidecía acuciado por problemas económicos y por la escasa definición de su programa de investigación, que dejaba a un lado la línea embriológica cultivada por el padre Pertusa y se inclinaba hacia la microbiología de la mano del padre Puiggrós, los dos discípulos más destacados del padre Pujiula.

La expansión, no solo geográfica, de ambas escuelas, la de Escolar y la de Orts Llorca, a lo largo de las últimas décadas del Franquismo ocupa la mayor parte de la obra. Así, en sucesivos capítulos se abordan temas temas tan relevantes como la implantación de la embriología en la enseñanza de las facultades de medicina, la internacionalización personificada por Orts Llorca pero también por el propio Escolar, el relevo generacional protagonizado por los discípulos de ambos en distintas universidades, el acceso a las facultades de veterinaria, las ayudas de la Fundación Juan March, la creación del Instituto Federico Olóriz de Estudios Anatómicos de Granada y, como antes se apuntaba, la introducción de la microscopía electrónica en la investigación embriológica.

Como demuestra de manera fehaciente Velasco Morgado, ambas escuelas embriológicas, emplazadas en pleno Franquismo en las cátedras de anatomía de las facultades de medicina de Madrid y de Zaragoza, poseían los elementos que, según J.B. Morrell, requiere una research school: un líder carismático con una sólida formación previa, una posición académica bien asentada y una línea de investigación novedosa y atractiva (una embriología vitalista experimental); y todo ello junto a la capacidad de promocionar a sus discípulos y de conducirlos a la obtención de puestos de trabajo dentro y fuera de la universidad. En paralelo al ocaso de Instituto Biológico del padre Pujiula, una de las características dominantes de la embriología en el Franquismo sería el iatrocentrismo de sus cultivadores, que gravitaban principalmente en torno a la medicina.

A pesar de la densidad y la erudición del libro, la lectura resulta amena debido sobre todo al estilo, preciso y elegante, de la redacción, pero también a la presencia entre sus páginas de una selecta iconografía (tablas, gráficas, reproducciones de láminas y fotografías). Es de agradecer también la relación detallada de las fuentes manuscritas (pp. 321-325) —procedentes en su mayoría de archivos públicos y privados, españoles y extranjeros— y de las fuentes impresas junto a la bibliografía crítica consultada (pp. 326-373), así como los índices, en especial el minucioso índice onomástico y analítico, que se incluyen en las páginas finales (pp. 377-393). Cabe destacar, entre las fuentes consultadas, que se hayan tenido en cuenta varios audiovisuales (vídeos y grabaciones sonoras), y que el autor haya entrevistado a los principales protagonistas vivos de la última generación de embriólogos anterior a la Transición Democrática.

Solo me resta apuntar que en la introducción (pp. 25-32) se proponen, entre otras sugerentes categorías historiográficas, la multiplicidad de espacios de producción científica, la tensión entre centro y periferia, la idea de receptores activos, las percepciones de los distintos actores implicados, etc. Tal perspectiva se desarrolla apropiadamente en el cuerpo del libro. Sin embargo, me hubiera gustado que el autor hubiera hecho esas categorías más explícitas en los sucesivos capítulos, y también a la hora de enunciar sus conclusiones.

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