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Nutrición Hospitalaria

versión On-line ISSN 1699-5198versión impresa ISSN 0212-1611

Nutr. Hosp. vol.25  supl.3 Madrid oct. 2010

 

 

 

La influencia de la desigualdad en la desnutrición de América Latina: una perspectiva desde la economía

The influence of inequality on undernutrition in Latin America: an economic perspective

 

 

J. Guardiola1, F. Gónzález-Gómez1; Red de Malnutrición en Iberoamérica del Programa de Ciencia y Tecnología para el Desarrollo (Red Mel-CYTED)

1Departamento de Economía Aplicada. Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales. Universidad de Granada.

Dirección para correspondencia

 

 


RESUMEN

En América Latina existe una gran desigualdad social y una gran polarización, que obviamente tienen un efecto en la desnutrición de la región. Consecuencia de una gran desigualdad es la pobreza, que es a su vez una de las causas fundamentales de inseguridad alimentaria. Este artículo trata la conexión entre desigualdad en la desnutrición de la región, haciendo hincapié en los aspectos económicos de la desigualdad social, las oportunidades de empleo y las de educación. La desigualdad social es un problema heredado del colonialismo, por lo que sería conveniente acometer medidas de tipo estructural, de tal forma que los más desfavorecidos que así lo necesiten puedan beneficiarse de oportunidades de educación y oportunidades laborales.

Palabras clave: Desigualdad social. Desnutrición. Pobreza. América Latina.


ABSTRACT

In Latin America there is a significant social inequality and polarization, which obviously has an effect on the undernutrition in the region. The poverty, which is normally a consequence of inequality, is also one of the main causes of food insecurity. This paper deals with the connection between undernutrition inequality, the job and the education opportunities. The social inequality is a problem from the colonialism, therefore it would be convenient to undertake structural policies, so that the most deprived could benefit of education and labour opportunities.

Key words: Social Inequity. Malnutrition. Poverty. Latin America.


 

Introducción

América Latina (con el fin de simplificar, nos referiremos a la región de América Latina y el Caribe como América Latina o Latinoamérica en las líneas sucesivas) es una región con altas desigualdades y polarización, fenómenos que encuentran sus raíces en el pasado colonial. Esta desigualdad se da en los salarios que ganan sus habitantes, en las riquezas que poseen, pero también en el acceso a oportunidades tales como un puesto de trabajo bien remunerado o una educación de calidad. El fenómeno de la desigualdad es complejo e interdisciplinar, y sin duda tiene un reflejo en el acceso a los alimentos por parte de la población. Podríamos hablar igualmente de desigualdad en el acceso a los alimentos, relacionada estrechamente con los distintos tipos de desigualdades. La desigualdad de la renta y la riqueza, o en otras palabras, el grado de dispersión de la renta que ganan los latinoamericanos en el mercado de trabajo, y el grado de dispersión de la riqueza que está en sus manos, son condicionantes esenciales del acceso a alimentos. La educación recibida por una persona y el entorno en que nace serán factores esenciales que en una edad temprana determinarán su capacidad para obtener alimento.

La pobreza, directa causante de inseguridad alimentaria, es el resultado en muchas ocasiones de un desigual reparto de la riqueza y las oportunidades. Este fenómeno de desigualdad es el que nos proponemos tratar en este artículo a través de distintas fuentes bibliográficas. Nos centramos en la región latinoamericana, con el fin de tratar sobre su estado de inequidad y de sus componentes principales: desigualdad en la renta y la riqueza, desigualdad social, desigualdad en el acceso a un empleo, desigualdad en la educación, y pobreza como determinantes claves de la desigualdad al acceso de alimento, dando como resultado un estado de desnutrición.

La forma de abordar este concepto es interdisciplinar, y en este artículo ponemos un acento económico al análisis: reflexionaremos sobre el estado de desigualdad en América Latina, sobre el estado de pobreza, las oportunidades en el mercado laboral y el estado de la educación y su importancia. En la medida que nos sea posible, vincularemos estas cuestiones a la desnutrición en la región. Trataremos en primer lugar sobre la desigualdad entendida en un sentido amplio (económica y social), para posteriormente centrarnos en el empleo y la educación; destacando la influencia de nuestros argumentos en la desnutrición de Latinoamérica. Finalmente, discutiremos sobre el estado de la cuestión y propondremos medidas y acciones.

 

Las desigualdades socioeconómicas

La pobreza, concretamente la pobreza crónica, se identifica como una de las causas fundamentales de desnutrición e inseguridad alimentaria1,2,3,4, que es asimismo uno de los síntomas más evidentes de desigualdad económica y social. En Latinoamérica, diversos trabajos científicos han podido constatar esta afirmación. Siguiendo a León et al.5, los autores encuentran una asociación estrecha entre inseguridad alimentaria, hambre y pobreza extrema. Precisamente los mayores afectados son los niños de la región, donde existen altas tasas de desnutrición infantil, cuyas consecuencias se plasman en el bajo peso y el retardo del crecimiento. Otro estudio6 determina que la extrema pobreza aumenta la probabilidad de desnutrición en América Latina. Países con altos índices de pobreza extrema registran también una alta tasa de desnutrición; y esta pobreza extrema explica alrededor del 40% de la subnutrición. La relación entre extrema pobreza y desnutrición global en menores de 5 años es más directa, al explicar alrededor del 50% de la varianza.

Si bien la pobreza y la pobreza extrema en América Latina son indicadores de la desnutrición de un país, una comunidad, un hogar o un individuo, un entendimiento mayor sobre este fenómeno puede derivarse de su situación de desigualdad, esto es porque la desnutrición, afecta a las personas en cuanto a su condición económica y social, de forma heterogénea. La desigualdad a la hora de explicar la desnutrición, debe entenderse como un concepto multidimensional. Es decir, debe de atenderse a la desigualdad de la renta, la desigualdad de la riqueza, las desigualdades sociales y las demográficas. De acuerdo con un estudio de la desnutrición en los países andinos7, las personas más vulnerables a la inseguridad alimentaria, además de ser mayoritariamente pobres, presentan rasgos indígenas, habitan en zonas rurales de la sierra y del altiplano o en la periferia urbana, tienen poco acceso a los servicios de agua potable y saneamiento, poseen un bajo nivel educativo, y son herederos de las condiciones socioeconómicas desfavorables y la desnutrición sufrida por sus padres y abuelos, lo que se traduce en que estos factores adversos se reproduzcan de una generación a la siguiente. En estos resultados se puede ver que la inseguridad alimentaria tiene un componente de desigualdad racial, de infraestructuras, de acceso a necesidades básicas como la educación, y además que puede ser transmitida a través de las generaciones. Asimismo, Martínez6 soporta esta conclusión al afirmar que los mayores problemas de pobreza y desnutrición en los países latinoamericanos se encuentran entre los menores de 5 años y mujeres pertenecientes a minorías étnicas y hogares pobres que habitan en zonas rurales. De forma indirecta, la desigualdad es negativa para la desnutrición, ya que condiciona el acceso a alimento.

El economista Albert Hirschman comparó en un clásico artículo8 la tolerancia a la desigualdad en el proceso de desarrollo con un atasco en un túnel. De acuerdo con su metáfora, cuando un carril se pone en marcha, esto supone esperanza para aquellos carriles que todavía siguen atascados, como una señal sobre lo que puede pasar en el futuro. Sin embargo, si tan sólo un carril continúa moviéndose y los otros permanecen parados durante un largo período de tiempo, entonces esto puede conducir a la frustración de las personas de los carriles parados, motivando comportamientos radicales como saltar por la mediana. Por ello, el crecimiento desigual puede ser un peligro para la estabilidad social. Un artículo más reciente9 formula el concepto de polarización, y advierte que existe un problema de polarización en una sociedad cuando existen ciertos grupos de tamaño relevante cuyos miembros comparten características distintivas tales como religión o raza; de tal forma que las mismas determinen un elevado nivel de identificación con su propio grupo, pero que a la vez generan una sensación de alienación con respecto al resto de grupos. Este fenómeno es distinto al de desigualdad, a pesar de que puedan estar correlacionados ésta pueda ser causa de polarización. La polarización puede dar lugar a conflictos y tensiones sociales tales como los que comparaba Hirschman en su metáfora. De acuerdo con un estudio sobre polarización10, Latinoamérica es una región altamente polarizada, cuyos índices han sufrido un fuerte aumento en las últimas décadas en países tales como Argentina, Paraguay y Uruguay, y cuya polarización está fuertemente correlacionada con la desigualdad. El estudio también señala que la variable educación es una fuente importante de polarización.

A pesar de la falta de estudios empíricos que nos puedan aclarar la evolución histórica de la desigualdad, los testimonios históricos nos invitan a concluir que América Latina ha generado la desigualdad desde sus raíces históricas. La excelente obra de Galeano11 "las venas abiertas de América Latina" es un fiel descriptor de estas desigualdades. Siguiendo a Galeano y otro informe del Banco Mundial12 estas desigualdades pueden explicarse a partir de la relación entre los colonos europeos y la población subordinada. Las estructuras económicas y sociales que se crearon consistieron en un modelo de esclavitud, a través del cual los colonizadores se apropiaron de la tierra y los recursos naturales, que históricamente habían pertenecido a los latinoamericanos. Las condiciones de los latinoamericanos, esclavizados como mano de obra no cualificada eran especialmente duras, ya que contaban con jornadas de trabajo desmesuradas, condiciones insalubres de trabajo y una alimentación que no alcanzaba el nivel mínimo necesario. Así, los colonos vivían de las rentas del capital, con un nivel y una calidad de vida excelente, muy alejada de las duras condiciones que padecían los nativos. Cuando la mano de obra escaseaba, se recurría a su importación forzosa; proceso mediante el cual numerosos ciudadanos africanos eran esclavizados para trabajar en las duras condiciones a las que los nativos estaban sometidos. Tras la independencia, las élites locales siguieron manteniendo esta postura hegemónica, por lo que se heredaron estas estructuras desiguales, a través de la transmisión institucional de este modelo injusto y sus correspondientes políticas. De tal forma, se pueden explicar esta desigualdad de riquezas, renta, salud, servicios públicos, educación, acceso a tierra y otros activos, acceso a los mercados de trabajo, a los mercados de crédito y participación política existente en América Latina. Prueba física de esta desigualdad son las características geográficas de la población pobre que habita en zonas rurales, muchas veces dispersa, y en los suburbios de las ciudades de las zonas urbanas, en condiciones de marginación. Por supuesto, el mantenimiento de estas estructuras sólo puede explicarse a través de la tolerancia de estas instituciones, por parte de los grupos más afectados; tolerancia que se ha mantenido a través de las generaciones, desde la colonización, así como por la represión ejercida por los grupos dominantes.

Aquellas zonas en las que se desarrolló la colonización europea fueron las más ricas en recursos naturales (explotaciones mineras y tierras fértiles, donde se cultivaba principalmente azúcar). Posteriormente, en la literatura económica sobre desarrollo, se ha hablado de la conocida como "paradoja" o "maldición" de los recursos naturales13, que afirma que aquellos países que han contado con una riqueza de recursos naturales tienen menos desarrollo que aquellos que no han contado con los mismos. La mayor parte de los países latinoamericanos pueden ser un claro ejemplo de esta paradoja. En términos de la desigualdad en las raíces de la historia latinoamericana, así lo apunta el citado informe12: aquellas regiones del continente que carecían de potencial de recursos naturales, la evolución de la desigualdad fue menos pronunciada que en las zonas donde existían recursos naturales.

Actualmente, existe una gran desigualdad en la educación, tal como pondremos de manifiesto posteriormente. Esta desigualdad contribuye a explicar en parte la desigualdad del ingreso existente, que varía mucho entre los países latinoamericanos y que es considerado uno de los principales determinantes del consumo de alimentos. Las mayores desigualdades de renta, medidas por el coeficiente de Gini (una medida generalizada de desigualdad que varía entre 0: perfecta igualdad, todos tienen los mismos ingresos o riqueza; y 1: perfecta desigualdad), se encuentran en Brasil (0,59 en 2001) y Guatemala (0,58 en 2000). Las más reducida se encuentra en Uruguay (0,45 en 2000) y Costa Rica (0,46 en 2000)12,14. La desigualdad convive con altas tasas de pobreza, y dado que la pobreza es una de las principales causas de desnutrición, podemos relacionar el fenómeno de la desigualdad con la desnutrición. Se podría hablar incluso de desigualdad de acceso a alimentos en una sociedad, fenómeno que sin duda estaría estrechamente relacionado con la desigualdad de la renta. En el citado estudio en los países andinos se ilustra aún más esta proposición7. La distribución del hambre no es homogénea en la población, y se distribuye de forma desigual, afectando siempre a los más débiles. La probabilidad de que los niños en extrema pobreza sufran desnutrición global es entre 40% y 130% superior a la media nacional, equivalente a entre 2,4 y 6,4 veces la de los no pobres. Por su parte, la probabilidad de ser desnutrido es significativamente mayor entre niños de zonas rurales que entre los niños urbanos7.

Sobre la desigualdad del hambre, un factor fundamental en la región es la gran desigualdad en los ingresos, la cual refleja un desigual acceso en los bienes de producción y actúa como freno a la pobreza15. El trabajo de Martínez6 va mucho más allá relacionando desigualdad y estado nutricional, defendiendo que el perfil nutricional de la población latinoamericana no es accidental sino el reflejo de las inequidades en el ingreso. Siguiendo su razonamiento, el hecho de que en los países latinoamericanos exista suficiente disponibilidad de alimentos y sin embargo altos niveles de desnutrición se relaciona con una alta desigualdad en el acceso a los alimentos, debido a los bajos ingresos, que condicionan un bajo poder de compra de alimentos en el mercado. Este hecho es destacable en Colombia, El Salvador, Jamaica, Suriname, San Vicente y las Islas Granadinas y Trinidad y Tobago, que presentaban un suministro de energía alimentaria en torno 2.500 kcal/persona/día y una tasa de subnutrición superior al 10%.

Es particularmente interesante el cálculo que se realiza en este último estudio: en 2002 se produjeron suficientes insumos alimentarios para cubrir las necesidades energéticas mínimas de 1.800 millones de personas, lo que supone más del triple de la población de la región. Por otro lado, tal como argumentan León et al.5 en un estudio en los países centroamericanos y Panamá, en el caso de Costa Rica existe un suministro estable y superior al requerimiento medio de energía para que se nutran todos sus habitantes. A pesar de ello, no sería suficiente para erradicar la desnutrición, debido a su nivel de desigualdad en el acceso a los alimentos. Los demás países presentan mayor desigualdad, por contar con mayores problemas para cubrir sus requerimientos nutricionales y erradicar la desnutrición. Con distinta variabilidad en el tiempo, El Salvador, Panamá y Honduras tenían a finales de los años 90, un suministro de alrededor un 20% superior a las necesidades y Nicaragua un 10%. La situación más preocupante se presenta en Guatemala, donde se ha experimentado una progresiva disminución del suministro de energía alimentaria, para situarse en torno del 5% sobre el requerimiento promedio, lo que es coincidente con sus altos niveles de desnutrición. Por otro lado, si bien existe el problema de desigualdad y suficientes alimentos para satisfacer las demandas nutricionales, parece conveniente que exista una mayor disponibilidad de alimentos y que éstos sean distribuidos a los necesitados a través de las políticas correctas. En los países latinoamericanos por tanto el problema de desigualdad repercute en un problema de disponibilidad para los más desfavorecidos, y el problema de la desnutrición debe solucionarse con medidas que no solo fomentan la disponibilidad y productividad, sino que también combaten la desigualdad.

 

Las oportunidades laborales y la educación

El salario obtenido por el trabajo formal o informal es un determinante del consumo de alimentos, por lo que el entendimiento de su distribución y los canales para su obtención debe ser prioritario para comprender la seguridad alimentaria. Es importante destacar que, si bien la falta de dinero para adquirir alimentos puede redundar en un estado de desnutrición, la productividad en el trabajo y a la capacidad de buscar trabajo para conseguir un salario se ve afectada, de tal forma que se entra en un círculo vicioso en el cual es difícil salir: una persona desnutrida no puede encontrar trabajo, y como no puede encontrar trabajo no dispone del salario suficiente para adquirir alimentos en el mercado.

En Latinoamérica, los hogares con menores salarios destinan una mayor proporción del mismo para la adquisición de alimentos. Dentro de esta proporción de los alimentos en la renta, la Ley de Bennett establece que a medida que aumenta el ingreso del hogar, la parte del presupuesto para alimentos básicos ricos en carbohidratos declina y aumenta el gasto en alimentos no básicos (fruta, verdura, carnes, leche, pescado), así como la proporción del ingreso dedicada a alimentos procesados. La sensibilidad de estos alimentos con respecto a la renta, es decir, la disposición a adquirirlos o no con respecto a variaciones de la renta, se mide a través de la elasticidad renta. Esta elasticidad renta permite comprender en qué medida variará la demanda de un alimento cuando varía la renta de una persona. Los bienes se clasifican en bienes normales e inferiores según como se altere la cantidad demandada cuando cambie la renta. La demanda de un bien normal se incrementa cuando aumenta la renta y la de un bien inferior se incrementa cuando disminuye la renta. Los bienes normales tendrán una elasticidad renta positiva y los inferiores una elasticidad renta negativa. De acuerdo con esto y la Ley de Bennett, aquellos alimentos básicos ricos en carbohidratos serían bienes inferiores, mientras que la carne y la fruta serían bienes normales. La renta puede ser obtenida a través del sector formal o del sector informal (la economía sumergida). Esta última es bastante común en el sector con menores ingresos. Por ejemplo, de acuerdo con Fundación Escuela de Gerencia Social16, la tasa de empleo informal del decil más pobre en Venezuela es del 79,3%. La del decil más rico es del 29,4%.

En el sector rural, el trabajo en el sector agrícola es una de las actividades de los más pobres en América Latina. La ocupación en la agricultura es de alrededor de 43 millones de personas, mostrando desde principios de los años noventa una leve tendencia a la disminución a una tasa anual de 0,2%. Existen sin embargo diferentes casuísticas en esta tendencia. Países donde se experimentó un crecimiento positivo de la ocupación agrícola por encima del 10% entre 1990 y 2000 son Belice, Guatemala, Bolivia, Paraguay y Perú. Un crecimiento negativo mayor del 10% lo experimentaron Barbados, Bahamas, Brasil y República Dominicana. Sin embargo, la agricultura latinoamericana destaca sobre todo por la alta proporción de empleo por cuenta propia, que descansa en muchas ocasiones en el trabajo familiar no remunerado. Las actividades rurales no agrícolas es un sector de trabajo en desarrollo con oportunidades para los más desfavorecidos. Conviene destacar que el éxito de este sector en algunas zonas rurales normalmente va acompasado de un sector agrícola fuerte y dinámico. Este sector alcanza aproximadamente al 40% de los ocupados rurales en el 2001, siendo de menos del 25% en Bolivia, Perú y Brasil, y de más del 50% en El Salvador, la República Dominicana y Costa Rica17.

Una excelente revisión de las características del empleo rural no agrícola en América Latina puede encontrarse en Reardon et al.18, trabajo que seguimos en las siguientes líneas para comprender este tipo de ocupación. Este tipo de empleo ha crecido de forma apreciable desde mediados de los setenta, y supone un complemento importante del ingreso agrícola de los pequeños agricultores, de tal forma que les permite minimizar los riesgos que puedan darse en el sector agrícola, derivado de inundaciones, sequías o plagas. Sin embargo, el acceso de estos puestos de trabajo cuenta con sus barreras de entrada para los más desfavorecidos: Falta de inversiones en educación y conocimientos específicos (habilidades de costura para la subcontratación de ropas, por ejemplo), falta de liquidez o de acceso a crédito y la mala ubicación del hogar o falta de medio de transporte para acceder a este tipo de trabajos son algunas de las incapacidades con las que cuentan los pobres para acceder a estos trabajos. La falta de capacidades provoca que los pobres tan sólo puedan acceder a trabajos rurales no agrícolas menos remunerados y con un alto riesgo.

Con el fin de que los individuos obtengan suficiente alimento para garantizar un adecuado estado nutricional, es necesario que dispongan de un trabajo con unas condiciones y un salario que les posibilite adquirirlo. La falta de sindicalización de los ciudadanos provoca que no puedan presionar a los empresarios para conseguir derechos tales como un salario mínimo, seguridad en el empleo y un horario laboral decente. Rodrik19 pone de manifiesto la gran reducción de los sindicatos en todos los países latinoamericanos. De acuerdo con este trabajo, en base a cifras de la Organización Mundial del Trabajo, en Argentina el porcentaje de la mano de obra no agrícola representada por sindicatos cayó de 49% en 1986 a 25% en 1995. En México, la cifra correspondiente disminuyó de 54% a 31% entre 1989 a 1991. Chile es en principio una excepción en esta tendencia, motivada por el final del régimen de Pinochet y la transición democrática, lo que provocó un aumento inicial de la afiliación y densidad sindical. Sin embargo, en Chile las cifras más recientes indican que las tasas de afiliación han disminuido desde comienzos de los años noventa, y actualmente han retrocedido a los niveles de la dictadura.

En los aspectos de género y desnutrición, conviene dedicar una atención especial a la mujer, y sobre todo en este contexto en lo referente a la relación de la mujer con el mercado laboral. El empleo femenino es especialmente positivo por varias razones. Permite a las mujeres disponer de recursos económicos, y estos recursos se emplean principalmente para mejorar el bienestar del hogar, especialmente en la adquisición de alimentos. Para catorce países de América Latina, el empleo femenino representa el 39,4% del total de los ocupados rurales, proporción que alcanza al 25,7% en la rama agrícola, y al 49,4% en el empleo rural no agrícola20,21.

El hecho de que la mujer invierta mejor el dinero y lo destine a comprar más alimentos que los hombres puede llevarnos a concluir que el trabajo femenino puede ser una buena forma de mejorar la seguridad alimentaria y el estado nutricional. Sin embargo, esto es discutible y es objeto de debate al tomar en consideración aspectos externos. Las condiciones de empleo redundan mucho en la atención que las mujeres pueden proporcionar al hogar en el caso de que sean demasiado restrictivas (por ejemplo, largas jornadas laborales y salarios reducidos) pueden contribuir a que la influencia positiva entre empleo femenino y desnutrición no sea tan elevada. Las horas de trabajo excesivas afectan a la nutrición, de tal forma que cambian los estilos de vida y con ello la adaptación de las dietas22,23.

En un marco económico teórico, la educación genera puestos de trabajos de mayor calidad, lo cual genera ingresos mayores. Mayores ingresos generan, tomando el resto de factores constante, un aumento de las posibilidades de adquirir alimentos en el mercado. En una situación ideal en la que no existen barreras para obtener educación, al principio el individuo tiene que soportar los costes que se derivan de la misma. Sin embargo, existe la expectativa de obtener una mayor renta al invertir en educación. En teoría económica se asume que los empleos con mayor renta requieren de una mayor cualificación. Los bajos salarios del sector agrícola y las altas tasas de analfabetismo sugieren que, al menos en este caso concreto, la teoría está en lo cierto. La educación es, por tanto, una herramienta para salir de la pobreza y de una situación de vulnerabilidad a la inseguridad alimentaria, al permitir obtener un salario en el mercado de trabajo. Sin embargo, el tener problemas de desnutrición afecta igualmente a las posibilidades de obtener educación: una persona con hambre tiene dificultades para el aprendizaje, y si no aprende, puede no conseguir un salario digno en el futuro para poder escapar de los demonios del hambre y la pobreza. Por lo tanto existe un círculo vicioso entre hambre y desnutrición.

En América Latina, el índice de escolaridad de menores preescolares ha pasado del 63% a comienzos de los años 90 hasta el 84% en el año 2005. Países por debajo de este promedio son Costa Rica, República Dominicana, Bolivia y Honduras. También se registraron mejoras en los índices de matriculación de la educación primaria, secundaria y universitaria. La asistencia escolar en primaria es prácticamente universal (del 97%), y ha mejorado desde principios de los 90 (en torno al 91%) En la educación secundaria la tasa neta de asistencia pasó del 45% al 69% en el primer ciclo y del 27% al 47% en el segundo ciclo. El acceso a educación universitaria pasó del 11% al 19%24.

Estos resultados de mejoras en la educación son positivos a la hora de dotar de posibilidades a la población para acceder a mejores empleos y remuneración. Asimismo, para el Premio Nóbel de Economía Amartya Sen, la educación va mucho más allá de la obtención de ingresos: es un derecho fundamental del individuo, que además permite el desarrollo social, como por ejemplo la participación en decisiones políticas o el empoderamiento de la mujer en el hogar25. Sin embargo, las desigualdades en el acceso a la misma son notables. En el área rural, donde mayores bolsas de nutrición existen, se encuentran los niveles más bajos de educación. Entre los ocupados en la agricultura, alrededor de un 15% ha terminado tan sólo siete años de educación escolar formal, el 35% ha terminado 6 años y el 25% no fue nunca al colegio o no alcanzó a terminar el primer año de primaria. Paralelamente, el promedio de los ingresos de los ocupados agrícolas es más bajo que el promedio de ingresos del resto de los ocupados rurales, con excepción del servicio doméstico17. Estos índices distan mucho de los presentados más arriba, lo cual indica que un esfuerzo para educar la población agrícola sería necesario en la región.

De acuerdo con un estudio realizado sobre los países andinos7, La educación de la mujer es otro aspecto fundamental que no puede estar fuera de las políticas de fomento de la seguridad alimentaria. En estos países, los resultados son realmente ilustrativos: La incidencia de la desnutrición global es 30% a 40% inferior entre aquellos niños con madres que cursaron educación primaria frente a las madres sin educación, y es de 25% a 47% más entre los niños cuyas madres cursaron educación secundaria.

 

Discusión

La desigualdad social tiene un efecto directo en el bienestar de los individuos, limitando las oportunidades de muchos para alcanzar sus objetivos personales. Tiene asimismo una influencia en la desnutrición, al limitar también las oportunidades de las personas para poder acceder a alimentos o la tierra para cultivarlos a través de mecanismos de mercado. En Latinoamérica, región donde existe una gran desigualdad, sería necesario acometer medidas de tipo coyuntural y estructural, de tal forma que existan oportunidades de educación y oportunidades laborales para aquellos que lo necesiten.

La pobreza, como síntoma de desigualdad, es uno de los principales causantes de inseguridad alimentaria. El combate contra la pobreza a través de la creación de oportunidades es al mismo tiempo una lucha contra la desigualdad y la inseguridad alimentaria. Por ello, las prioridades políticas deberían ir encaminadas a crear oportunidades para aquellos que deseen prosperar, evitando de esta forma la inmigración forzada hacia las ciudades o hacia el exterior. La lucha contra la desigualdad sería sin duda la mejor oportunidad para integrar a las personas y a las familias latinoamericanas en la tierra en la que viven.

 

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Dirección para correspondencia:
Jorge Guardiola.
Departamento de Economía Aplicada.
Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales.
Universidad de Granada.
Campus de Cartuja s/n.
18011 Granada (España).
Tel. +34 958 244 046
Fax. +34 958 244 046
E-mail: jguardiola@ugr.es

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