INTRODUCCIÓN
La estatura humana adulta ha sido profusamente utilizada durante las últimas décadas como un indicador sintético del bienestar biológico de las poblaciones. Según la auxología, este parámetro antropométrico es un buen proxy del estado nutricional neto, resultado del balance entre entradas energéticas y gasto energético del organismo durante el ciclo de crecimiento físico, que se extiende aproximadamente durante las dos primeras décadas de vida, con dos etapas posnatales críticas que coinciden con la máxima velocidad de crecimiento (la infancia y la adolescencia), además del periodo fetal1. Esta propiedad demostrada de la estatura ha hecho que muy diversas disciplinas, desde la antropología física hasta la demografía histórica, hayan recurrido a datos antropométricos para ampliar el conocimiento sobre las condiciones de vida de poblaciones del presente y del pasado.
Sobre esto último, el hecho de que los registros históricos de estatura estén muy vinculados al servicio militar ha motivado que la mayoría de los estudios se basen en la población masculina, con la limitación que esto supone: asumir que lo observado entre los hombres en términos de tendencias y diferenciales entre segmentos específicos de la población masculina es extrapolable al conjunto de la población, incluyendo las mujeres.
Como sabemos, el dimorfismo sexual en estatura (dimorfismo sexual en lo sucesivo) es un parámetro físico de signo unívoco: los hombres son genéticamente más altos que las mujeres. También es un indicador menos amplio en su rango que la estatura promedio (tanto entre generaciones de una misma población como entre poblaciones). Estas características generan controversia en torno a la aplicabilidad y la utilidad del dimorfismo sexual como medida alternativa o complementaria en el análisis del estado nutricional de las poblaciones. En la línea de trabajos clásicos2,3, estudios recientes han propuesto que en España la evolución del dimorfismo sexual entre las generaciones nacidas en el siglo XX (tendencia ascendente) está asociada a la evolución positiva del nivel de vida de la población 4. Por el contrario, trabajos centrados en otros países han concluido de manera escéptica al respecto 5,6, en la línea ya expuesta por la antropología física en los años setenta del siglo pasado 7,8.
Básicamente, estos trabajos argumentan que no se observa una tendencia secular del dimorfismo sexual asociada a la evolución de las condiciones de vida de la población. El trasfondo del debate no es otro que la ecosensibilidad diferencial (entre hombres y mujeres), ya que, los cambios generacionales en dimorfismo y/o la existencia de una tendencia secular, como en el caso de la estatura promedio, serían, de haberlos, el resultado de una respuesta biológica diferente al deterioro o mejora de las condiciones ambientales (más específicamente, de las que influyen en el estado nutricional neto) en función del sexo. Como puede intuirse, los mecanismos de género (es decir, la distribución asimétrica de recursos y cuidados a hombres y mujeres en la etapa preadulta) no son ajenos a dicho debate9,10. Algunos estudios, a partir de datos muy dispersos y probablemente sesgados, han propuesto que antes del siglo XX la estatura media de los hombres permaneció más estable que la de las mujeres durante ciclos alternativos de aumento y descenso de la estatura promedio 11,12,13,14. En contraste, durante el siglo XX (mucho mejor documentado) la evidencia sería la contraria; es decir, la tendencia secular de la estatura promedio habría sido más pronunciada entre los hombres que entre las mujeres, coincidiendo con la mejora generalizada de las condiciones de vida en un buen número de países occidentales. Esto ha sido constatado tanto en estudios que utilizan estaturas autodeclaradas 15 como a través de estaturas medidas 16.
Tanto la asociación del dimorfismo sexual y el estado nutricional neto como la aplicabilidad de este indicador al estudio de las desigualdades de género han de partir de la premisa biológica expuesta anteriormente: la estatura promedio de los hombres es invariablemente mayor que la de las mujeres en un momento determinado del tiempo. Por tanto, la operatividad del DS en términos sociohistóricos pasa, en primer lugar, por establecer su magnitud esperada en condiciones ambientales normales; es decir, en ausencia de estrés ambiental y de sesgos de género que afecten específicamente a los factores del estado nutricional neto: entradas y salidas energéticas en edades preadultas.
En este trabajo se procede a contrastar la capacidad informativa del dimorfismo sexual en relación al estado nutricional neto de la población, centrándonos en una perspectiva diacrónica: analizando su evolución intergeneracional en el medio y largo plazo. Se trata de comparar datos de dimorfismo sexual entre generaciones actuales (cuyo crecimiento físico se ha desarrollado íntegramente fuera de la influencia de contextos estructurales y/o coyunturas de estrés ambiental) y generaciones pasadas para las cuales se han documentado distintos contextos y episodios de estrés ambiental severo. Se analiza el caso de distintas poblaciones de las que se dispone de datos antropométricos medidos (no autodeclarados), pero se eluden las comparaciones entre poblaciones para evitar entrar en el debate sobre la posible influencia de factores étnicos sobre el dimorfismo sexual.
MÉTODOS
Se han utilizado tres fuentes de datos. La primera, estaturas promedio de hombres y mujeres procedentes de encuestas nacionales de salud tipo Health Examination Surveys (HES) recopiladas por la OCDE entre sus países miembros y cuyos datos agregados son de uso público y gratuito17. De esta base de datos antropométricos de la OCDE se ha seleccionado el rango de edad de entre 20 y 49 años con el objetivo de trabajar con estaturas adultas y de prevenir el efecto derivado del proceso de envejecimiento biológico (shrinkage), más probable a partir de los 50 años. Con estos datos hay que tener en cuenta que el tamaño de la muestra y de las propias fuentes de origen para cada país son distintas, si bien las variables implicadas (edad y estatura medida en centímetros) no son susceptibles de sesgos derivados de ese factor. Sin embargo, al tratarse de datos agregados no es posible analizar las propiedades de cada muestra antropométrica.
La segunda fuente de datos procede del proyecto NCD Risk Factor Collaboration (NCD-RisC), y se refiere a generaciones nacidas a lo largo de todo el siglo XX18. De nuevo, se trata de datos agregados y de disposición pública con los que es posible elaborar series temporales continuas de dimorfismo sexual generacional. En dicho proyecto, cerca de 800 investigadores han recopilado datos de estaturas medidas de hombres y de mujeres para un buen número de países del mundo aplicando criterios comunes en el proceso de recogida y validación de datos. De nuevo, se trata de fuentes primarias diversas, pero las estaturas son siempre medidas. Esos datos originales fueron sometidos a una modelización estadística en el seno del proyecto para conseguir series de estatura media continuas para hombres y mujeres 18.
La tercera fuente de datos son los resultados contenidos en trabajos previos referidos tanto al siglo XX como al XIX. Se trata de trabajos basados en fuentes diversas, muestras generalmente escasas y probablemente sesgadas y que abarcan periodos concretos. La información técnica más relevante sobre cada caso se presenta oportunamente acompañando a los resultados.
La metodología utilizada es simple. Se trata de un análisis comparativo diacrónico basado en una dimensión temporal generacional sobre la base de los valores absolutos de dimorfismo (la diferencia entre la estatura promedio masculina y la femenina para una determinada cohorte o grupo de cohortes), así como sobre los valores relativos (la ratio de dimorfismo sexual obtenida de dividir la estatura promedio masculina entre la femenina). Como limitación evidente del análisis encontramos la heterogeneidad de las fuentes de datos utilizadas. No obstante, dicha limitación es también una potencial fortaleza para los resultados y las conclusiones obtenidas: las hipótesis de investigación han de verificarse a partir del análisis de fuentes de distinta naturaleza. Dicho de otro modo, la asociación entre las tendencias de dimorfismo sexual y del estado nutricional neto no ha de depender en exclusiva de la naturaleza de la fuente utilizada, sino probarse a través de la evidencia combinada de todas ellas.
RESULTADOS
La Figura 1 muestra la variación de la ratio de dimorfismo sexual en estatura en nueve países de la OCDE entre dos grupos sucesivos de generaciones. Teniendo en cuenta la referencia temporal de las encuestas de salud (realizadas todas durante la primera mitad de la década de 2000 y asimiladas a ese año) y la edad a la medición, los grupos de cohortes representados son 1965-1969 (edades 45-49) y 1985-1989 (edades 20-24). En conjunto, se ha producido un aumento del diferencial de estatura entre hombres y mujeres. La Tabla I demuestra que ese resultado tiene que ver con un mayor aumento de la estatura de los hombres en comparación con la de las mujeres, quienes, por lo demás, también incrementaron su estatura media entre las cohortes analizadas, excepto en el caso de Estados Unidos.

Fuente: elaboración propia
Figura 1. Ratio de dimorfismo por edad en nueve países de la OCDE. AUT: Austria; GBR: Gran Bretaña; GRE: Grecia; IRL: Irlanda; JPN: Japón; KOR: Corea del Sur; MEX: México; NZL: Nueva Zelanda; USA: Estados Unidos.
Tabla I. Estatura media de hombres y mujeres (cm) en nueve países de la OCDE

Fuente: elaboración propia.
La Figura 2 indaga en el caso específico de Corea del Sur, ampliando la ventana temporal del análisis: generaciones nacidas entre 1945 y 1980 y medidas entre los 18 y los 20 años. Los resultados muestran que en dicho periodo el dimorfismo sexual en estatura prácticamente se ha doblado en términos absolutos (ha pasado de 6,5 a 12,5 cm) y su ratio ha pasado de poco más de 1,040 a una cercana a 1,080.

Fuente: elaboración propia a partir de los datos del trabajo de Pak 19
Figura 2. Dimorfismo sexual generacional en Corea del Sur (1945-80).
La Figura 3 analiza el caso español abarcando, en este caso, la práctica totalidad del siglo XX. En términos absolutos, el dimorfismo ha evolucionado desde el umbral de los 11 cm hasta el umbral de los 13 cm y, en términos de ratio, de un valor de aproximadamente 1,075 a 1,080. El incremento es más modesto que el observado en el caso coreano, pero indicativo de una tendencia secular similar a la seguida por la estatura promedio entre las generaciones nacidas durante la segunda mitad del siglo XX.

Fuente: elaboración propia a partir de NCD RisC data (acceso el 10 de enero de 2018)
Figura 3. Dimorfismo sexual generacional en España (1896-1996).
La Figura 4 y Figura 5 enlazan las series de dimorfismo elaboradas a partir del proyecto NCD RisC con datos obtenidos de trabajos previos centrados en el siglo XIX. En la Figura 4 se comparan datos de Baviera procedentes de fichas de prisioneros 13 con los datos para el conjunto de Alemania en el siglo XX. En la Figura 5 se reproduce el análisis para el caso británico. En este caso, los datos del siglo XIX se refieren exclusivamente a Inglaterra y a Gales y proceden de fichas policiales de delincuentes 12. En ambos casos podría entrarse en matices interesantes acerca de la evolución experimentada por el dimorfismo durante el siglo XX, pero el resultado más claro es que los valores registrados en distintos periodos del siglo XIX no solo son sistemáticamente inferiores a los del siglo XX, sino que tocan fondo coincidiendo con periodos de sensible deterioro de las condiciones generales de vida de la población 12,13. Aunque no es descartable que el contraste observado se deba en parte al sesgo de la muestra de estaturas del siglo XIX, es interesante comprobar que los resultados para las cohortes nacidas a finales de dicha centuria son casi homologables entre las fuentes utilizadas.

Fuente: elaboración propia a partir de los datos proporcionados por Baten y Murray (12).
Figura 4. Dimorfismo sexual generacional en Baviera, Alemania (1810-1996). Nota: los datos corresponden a medias móviles a partir de medias anuales por cohorte de nacimiento. Los casos utilizados por los autores corresponden a hombres y mujeres con 23 años o más.

Fuente: elaboración propia a partir de los datos de Johnson y Nicholas (12) y del proyecto NCD RisC.
Figura 5. Dimorfismo sexual generacional en Inglaterra y Gales (1812-1996). Nota: los datos de Johnson y Nicholas se proporcionan originalmente en pulgadas inglesas y se han convertido al sistema métrico (1 pulgada = 2,54 cm)
En el caso de Baviera, también es destacable que el aumento del dimorfismo durante el último cuarto del siglo XIX fue consecuencia de una notable divergencia entre la tendencia de estatura masculina (al alza) y la femenina (a la baja). En contraste, la tendencia secular del siglo XX en los dos casos estudiados se debe a un mayor crecimiento intergeneracional de los hombres respecto al de las mujeres, pero en ambos casos a partir de una tendencia de aumento.
CONCLUSIONES
El dimorfismo sexual en estatura, particularmente su ratio, es un parámetro físico que se mueve en un rango reducido de valores tanto entre poblaciones1,20como entre generaciones de una determinada población. Esto último motiva que las variaciones intergeneracionales hayan pasado relativamente desapercibidas, sobre todo si se comparan con la tendencia secular de la estatura promedio, mucho más marcada. A pesar de ello, la evidencia empírica disponible en el largo plazo muestra ciclos claramente asociados a los cambios en las condiciones ambientales y, más específicamente, a los factores del estado nutricional neto.
En este trabajo se han comparado distintos grupos de generaciones en una selección de poblaciones de las que se dispone de datos antropométricos medidos. La imagen general obtenida en el largo plazo es la de hombres del pasado notablemente bajos respecto a las mujeres si nos atenemos a los valores de dimorfismo observados entre las generaciones contemporáneas de países de alto desarrollo (generaciones mejor nutridas y muy probablemente más igualitarias en términos de género que las pasadas).
El dimorfismo sexual promedio entre cohortes nacidas en la década de 1980 en nueve sociedades de la OCDE es de aproximadamente 13,7 cm, un valor superior al del grupo de generaciones nacidas durante la década de 1965 en esas mismas sociedades, y también claramente superior al hallado entre generaciones de los años sesenta y setenta de otras poblaciones occidentales caucásicas (de 12 a 13 cm) 1,20 y similar al valor de referencia de la OMS para poblaciones bien nutridas que han concluido su ciclo de crecimiento (13,5 cm). Por lo tanto, puede concluirse que en los países analizados, que en su mayoría representan sociedades altamente desarrolladas, se ha producido un incremento sostenido del dimorfismo durante la segunda mitad del siglo XX. La evidencia internacional disponible basada en estaturas autodeclaradas coincide con lo dicho 15.
Para el caso español, los resultados obtenidos en este trabajo apuntan también en la misma dirección que lo ya señalado en trabajos anteriores que hicieron uso de datos antropométricos autodeclarados; es decir, el dimorfismo sexual aumenta entre generaciones cuyo ciclo de crecimiento se desarrolló en mejores condiciones nutricionales 4. Teniendo en cuenta la tendencia secular de estatura de hombres y mujeres durante buena parte del siglo XX en Europa y otros continentes 18, hay que concluir que la del dimorfismo sexual es fundamentalmente explicable por un mayor crecimiento intergeneracional de la población masculina.
En línea con la hipótesis de una asociación entre dimorfismo y estado nutricional, las poblaciones del pasado sometidas a estrés ambiental prolongado o estructural (por ejemplo, desnutrición crónica y/o alta prevalencia de enfermedades infecciosas) son proclives a registrar valores inferiores de dimorfismo. Sin poder entrar aquí en detalles sobre los ciclos observados en el siglo XIX, este parece ser el caso. Los pocos valores de dimorfismo sexual generacional que han podido ser calculados para sociedades europeas del siglo XIX son claramente inferiores a los obtenidos entre las generaciones del siglo XX y, particularmente, entre las de generaciones actuales de hombres y mujeres de sociedades bien nutridas. Es revelador el hecho de que los valores mínimos de dimorfismo registrados en el siglo XIX suelan coincidir con periodos o contextos históricos en los que la estatura promedio (y, por tanto, el estado nutricional neto) sufrió un ciclo depresivo.
En conjunto, lo que se apunta a partir de la evidencia disponible en el largo plazo es que los hombres de sociedades pasadas, y en particular los de aquellas generaciones sometidas a una alta carga de estrés ambiental, eran muy bajos, incluso en términos relativos (es decir, en comparación con sus compañeras coetáneas). Esta evidencia apoya la hipótesis de ecosensibilidad diferencial entre hombres y mujeres que tanto la biología humana como la antropología física han manejado. En otras palabras, cuando las cosas no marchan bien en términos ambientales (por ejemplo, nutricionales), la penalización en términos biológicos sería mayor para los hombres 2,20,21 22. Por el contrario, la mejora en los factores que intervienen en el estado nutricional neto provocaría una respuesta biológica positiva más notable entre ellos.
Los mecanismos que hacen que las tendencias de estatura generacional masculina y femenina diverjan en contextos de mejora del estado nutricional pueden ser diversos. De manera directa, los hombres podrían recuperar su ventaja antropométrica "natural" al normalizarse los inputs alimentarios tanto en cantidad como en calidad. De manera indirecta, la mejora nutricional podría adelantar la edad a la menarquía entre las mujeres y anticipar el cierre del ciclo de crecimiento, aunque sobre este punto no existe consenso 23,24. Sea cual fuere el mecanismo principal, el aumento secular del dimorfismo no es directamente interpretable en términos de género (de aumento de las desigualdades de género en una determinada población): los hombres se hacen paulatinamente más altos que las mujeres conforme mejoran los factores que a la postre determinan el estado nutricional neto, del que la estatura adulta es considerada un proxy.
El caso español puede resultarnos bastante ilustrativo, por familiar, a este respecto. En España, los valores y las tendencias de dimorfismo sexual hallados durante el siglo XX son la imagen de la transición nutricional: generaciones con poco dimorfismo coinciden con la exposición a desnutrición crónica durante el ciclo de crecimiento físico (por ejemplo, las cohortes cuya vida preadulta se desarrolló expuesta a los efectos de la Guerra Civil y de la posguerra); generaciones con dimorfismo creciente coinciden con las que crecieron total o parcialmente fuera de la influencia de esas condiciones de estrés nutricional. Esto parece más lógico que atribuir los aumentos en dimorfismo a un deterioro del estatus social de la mujer durante el franquismo 25. Lo cierto es que, atendiendo al panorama europeo, el dimorfismo generacional aumentó en toda clase de contextos sociopolíticos y culturales 25,26. En la misma línea de razonamiento, no sería lógico atribuir los descensos cíclicos del dimorfismo y/o valores bajos de dimorfismo a una igualación de estatus entre hombres y mujeres.
Lo dicho no implica que en determinados casos puedan encontrarse valores de dimorfismo que, a la luz de las tendencias de estatura promedio de hombres y mujeres o a la luz de los estándares modernos de dimorfismo, sí puedan apuntar a desigualdades de género en términos de salud nutricional 27,28. Ciertamente, las desigualdades de género pueden reflejarse en los valores de dimorfismo sexual, sin que esto sea contradictorio con la hipótesis de ecosensibilidad diferencial por sexo. Por ejemplo, si se acepta que los hombres son más ecosensibles que las mujeres, la evidencia contraria (variaciones del dimorfismo asociadas fundamentalmente a ciclos de estatura entre las mujeres) abre la puerta a interpretaciones que podrían incluir la desigualdad de género.