INTRODUCCIÓN
La migración puede entenderse como el desplazamiento de personas de un Estado a otro, con independencia de su tamaño, composición o causas, mediante el cual individuos nacidos en un determinado territorio llegan a otro para establecerse (1). Este proceso implica cambios en la persona que migra y que intenta adaptarse a un nuevo entorno, entre ellos los vinculados a su comportamiento alimentario (CA) (2), que se relacionan directamente con su salud física y mental. Así, el proceso migratorio se ha relacionado con enfermedades crónicas no transmisibles (ECNT) como la obesidad (3,4), la diabetes (5,6) y la hipertensión (7), además de con enfermedades cardiovasculares (8), todas vinculadas al CA.
El CA puede entenderse como todas las acciones que realiza un individuo para alimentarse (9) y está condicionado por factores biológicos, psicológicos, sociales y culturales (10). Es relevante destacar que los hábitos cotidianos de alimentación pueden coexistir junto a comportamientos alimentarios anómalos (CAA) que pueden entenderse como actitudes y conductas alimentarias desadaptativas (11). El CA de los migrantes se ha reportado como factor de riesgo de malnutrición por exceso, y de salud física general (12,13), que se caracteriza principalmente por un consumo elevado de alimentos de conveniencia altos en azúcares refinados y grasas saturadas (14). Esta tendencia hacia una dieta de baja calidad se ha reportado en la población infantil (15,16) y en la población adulta, tanto en hombres como en mujeres (17-19). Este panorama se torna aun más crítico si se considera que la forma en que se modifican las conductas alimentarias de los migrantes varía según las estrategias de aculturación psicológica (20), incidiendo por ejemplo en el aumento de peso (21), o la nacionalidad, donde por ejemplo, el consumo de alimentos específicos podría tener un efecto protector o de riesgo de malnutrición por exceso (2). Del mismo modo, la composición del barrio en el cual residen los migrantes afecta a la forma en que se alimentan, siendo una mayor densidad de compatriotas en el barrio un factor protector del estado nutricional (22).
Frente a este complejo panorama existe consenso en la necesidad de generar evidencia respecto de los contextos alimentarios particulares en los cuales residen los migrantes debido a la variabilidad del CA, según las características del territorio de origen y de acogida (23-25). En este sentido, resulta necesario recalcar que la evidencia generada en Latinoamérica y en Chile es realmente escasa (2) y, por ello, el objetivo de este trabajo es describir y comparar el CA entre la población colombiana y la chilena residentes en el norte y centro de Chile. Se espera encontrar conductas alimentarias características que diferencien a la población migrante de la población originaria.
MATERIAL Y MÉTODOS
PARTICIPANTES
Se recogieron datos de 1872 individuos, de los que 963 tenían nacionalidad colombiana (51,4 %) y 909 nacionalidad chilena (48,6 %). Respecto a la distribución por sexos, para el caso de colombianas y colombianos, 490 fueron mujeres (50,9 %) y 473 hombres (49,1 %). Para el caso de chilenas y chilenos, 546 fueron mujeres (60,1 %) y 363 hombres (39,9 %). Los rangos de edad estuvieron entre los 18 y 89 años, y la edad promedio fue de 35,4 años. Respecto a la escolaridad, el 37,3 % de los migrantes reportó contar únicamente con estudios básicos o primarios frente a un 9,4 % de los chilenos, y el 55,3 % de los migrantes reportó contar con estudios secundarios o técnicos frente a un 56,8 % de los chilenos. En el caso de los estudios superiores, el 7,4 % de los migrantes declaró tenerlos, frente al 33,8 % de los participantes chilenos. En relación al ingreso económico familiar, el 51,0 % de los migrantes reportó un ingreso menor de 300.000 pesos chilenos, frente a un 21,0 % de chilenos en el mismo rango. Un 47,3 % de los migrantes tenían ingresos de entre 300.000 y 1.000.000 pesos, frente al 53,8 % de los chilenos. Finalmente, solo el 1,7 % de los migrantes tenían ingresos superiores a 1.000.000 de pesos, frente al 25,2 % de los chilenos. Los participantes fueron reclutados en tres ciudades de Chile, dos de la zona norte (Arica y Antofagasta) y una de la zona centro (Región Metropolitana). Cabe destacar que la Región Metropolitana y la región de Antofagasta son, respectivamente, las dos regiones con mayor número de visas entregadas entre los años 2005 y 2018 (26).
INSTRUMENTOS
Se utilizó la versión adaptada a formato de cuestionario de autorreporte (27) de la entrevista estructurada E-TONA (28), desarrollada inicialmente para la evaluación de padres de niños obesos en lo que respecta a componentes conductuales de hábitos alimentarios, conductas sedentarias, actividad física y antecedentes de salud. Cabe destacar que la versión utilizada en el presente estudio se ha aplicado a la población adulta chilena (27). El uso del instrumento en la presente investigación se centró en evaluar específicamente los componentes conductuales de los hábitos alimentarios cotidianos y anómalos. El formato de las respuestas de los ítems varía desde el dicotómico hasta el de selección múltiple.
PROCEDIMIENTOS
Esta investigación forma parte de un proyecto de mayor dimensión destinado a evaluar la salud y el bienestar de la población migrante colombiana en Chile, que fue aprobado por el Comité de Ética Científica de la Universidad Católica del Norte. Posteriormente se evaluaron presencialmente los participantes en las tres ciudades anteriormente mencionadas, quienes previamente firmaron dos copias de consentimiento informado, quedando una de estas para los investigadores. La selección de los participantes se efectuó utilizando la técnica de la bola de nieve combinada con el muestreo intencionado.
ANÁLISIS ESTADÍSTICOS
Los datos fueron analizados por medio del programa estadístico IBM SPSS V24. Se efectuaron análisis descriptivos a través de la distribución de frecuencias. Para observar si existían diferencias significativas en función de ser migrante o chileno, se utilizó la prueba del χ2. Posteriormente se realizaron regresiones logísticas para observar si el origen (migrante o chileno) representaba un factor de riesgo de desarrollar conductas alimentarias anómalas. Se obtuvieron los odds ratios (OR) y el valor p correspondiente.
RESULTADOS
COMPORTAMIENTOS ALIMENTARIOS COTIDIANOS
La tabla I muestra la frecuencia de los comportamientos alimentarios cotidianos tanto en colombianos como en chilenos, y en ella se puede apreciar que existen diferencias estadísticamente significativas en la mayoría de los comportamientos evaluados. En este sentido, las principales diferencias entre migrantes y chilenos radican en la velocidad con que se come, las repeticiones de platos y el consumo de bebidas azucaradas.
FRECUENCIA Y REGULARIDAD DE LA INGESTA
Respecto a la regularidad con que se alimentan los migrantes, solo un 44,9 % reportó seguir horarios regulares; en el caso de los chilenos, un 59.3 % reportó tenerlos. Sin embargo, el 65 % de los chilenos suele saltarse al menos un horario de comida, frente al 59,7 % de la población migrante. Al desglosar la conducta de saltarse comidas se obtuvo que el 28,8 % de los colombianos se salta el desayuno frente al 52,1 % de los chilenos (p = 0,000). Respecto al consumo de colaciones no se reportaron diferencias significativas (p = 0,589); el 64,3 % de los colombianos y el 65,8 % de los chilenos reportaron consumirlas. En el almuerzo, el 16,9 % de los colombianos reportó saltarse este horario de comida frente a un 25,8 % de los chilenos (p = 0,000). A la hora del té (once), el 40,8 % de los colombianos reportó saltarse este horario frente a un 27,9 % de los chilenos (p = 0,000). Finalmente, el 24,3 % de los migrantes se salta la cena frente al 46 % de los chilenos (p = 0,000). En términos generales, los chilenos tienden a saltarse más horarios de comida, incluyendo el desayuno, el almuerzo y la cena, que los migrantes colombianos, pero no el té. Al responder a la pregunta “¿Cuáles son las principales motivaciones para saltarse comidas?”, estas fueron en primer lugar no sentir hambre (33,2 % de migrantes y 27 % de chilenos) y en segundo lugar que el trabajo no les da tiempo suficiente para comer (27,6 % de migrantes y 20,1 % de chilenos).
Contrariamente, cuando no se saltan comidas, la preparación habitualmente consumida por la mayoría, tanto migrantes como chilenos (75,9 % y 79,8 %, respectivamente) es la comida casera, ya sea consumida en el hogar o llevada al lugar de trabajo. Respecto al consumo de comida rápida, el 8 % de los migrantes la consume normalmente frente a un 4,5 % de los chilenos (p = 0,008). Respecto a la compañía en el momento de comer, el 42 % de los migrantes reportan hacerlo con algún familiar o persona con la que viven, frente a un 57,4 % de los chilenos; el 32,4 % de los migrantes reportan comer habitualmente con compañeros de trabajo o estudio, frente al 27,5 % de los chilenos; del mismo modo, el 8,5 % de los migrantes comen con amigos/as frente al 5,8 % de los chilenos; finalmente, el 17,1 % de los migrantes reportaron comer habitualmente solos, frente al 9,3 % de los chilenos.
Respecto a picar entre comidas, existe una gran diferencia, siendo los chilenos quienes preferentemente ejecutan esta conducta: un 62,5 % frente a un 43,7 % de migrantes.
COMPRA, ELABORACIÓN Y LUGAR DE CONSUMO
Respecto a los espacios aceptables para comer solo, un 44,8 % de la población migrante cuenta con un espacio habilitado para comer en su lugar de trabajo o estudio, frente a un 67,7 % de los chilenos (p = 0,000). Solo el 49,3 % de los migrantes suele desplazarse a un lugar habilitado para comer, frente a un 72,2 % de los chilenos (p = 0,000).
Además, se evaluaron 4 criterios de compra y cocina, tanto en los migrantes como en los chilenos; estos fueron: seguimiento de dietas, valor nutritivo de los alimentos, preferencias y gustos de los alimentos y precio de los alimentos. Las respuestas se distribuyen de la siguiente forma: en el seguimiento de dietas, solo el 16,5 % de los migrantes compra sus alimentos de acuerdo con alguna dieta, frente al 25,1 % de los chilenos. Al momento de cocinar la tendencia es similar: el 17,3 % de los migrantes se basan en el seguimiento de dietas frente a un 25,9 % de los chilenos. Ambas diferencias resultaron ser estadísticamente significativas (p = 0,000). El valor nutritivo de los alimentos estuvo presente en el 44,5 % de los migrantes como criterio de compra, frente a un 52,2 % de los chilenos, mientras que en el momento de cocinar, el 34,2 % de los migrantes toma en consideración el valor nutricional frente al 50,7 % de los chilenos, resultando ambas diferencias significativas (p = 0,001 y p = 0,000, respectivamente). Respecto a las preferencias y el gusto de los alimentos, el 72,2 % de los migrantes los tiene en consideración en el momento de la compra, frente al 82,4 % de los chilenos (p = 0,000). En el momento de cocinar, el 58,9 % de los migrantes considera sus preferencias y gustos, frente al 69,3 % de los chilenos (p = 0,000). En cuanto al precio de los alimentos como criterio de compra, no existen diferencias significativas entre los grupos; un 58,0 % de migrantes y un 56,5 % de chilenos lo tienen en cuenta al comprar. Respecto al cocinado, el 44,0 % de los migrantes considera el precio de los alimentos como criterio de cocinado frente al 44,9 % de los chilenos (p = 0,723).
COMPORTAMIENTOS ALIMENTARIOS ANÓMALOS
En la tabla II se indican los perfiles de comportamientos alimentarios anómalos (CAA); calculando los OR entre los grupos de migrantes y chilenos, se encontró que los migrantes tienen casi el doble de riesgo de darse atracones de comida en comparación con los chilenos; por otra parte, los migrantes tienen aproximadamente el doble de riesgo de sentir vergüenza respecto a la velocidad con la que comen.
DISCUSIÓN
El objetivo de este estudio fue describir y comparar el CA entre la población colombiana y la chilena residentes en el norte y centro de Chile. Es necesario remarcar que se ha reportado en la literatura que la población migrante tiende a una alimentación de baja calidad que se traduce en el desarrollo de ECNT con base nutricional (29,30). Naturalmente, las características alimentarias del territorio de acogida tienen repercusiones directas en el CA de la población migrante (2,29,31), por lo que su análisis comparativo resulta fundamental si se tiene en consideración que Chile presenta indicadores de calidad global de la dieta relativamente bajos (32) y posee de los más altos índices de malnutrición por exceso en el mundo (33).
Respecto a la forma en que se alimentan migrantes y chilenos se observaron diferencias significativas en gran cantidad de conductas alimentarias tanto cotidianas como anómalas, situación relevante si se considera que la evidencia pone el énfasis en la comprensión y la intervención alimentaria y nutricional culturalmente aceptable, es decir, aquella que respete las costumbres y prácticas alimentarias originarias de los grupos migrantes (12,13,23). En otras palabras, no es recomendable estandarizar la comprensión de la forma en que se alimentan, ni de la forma en que se realizan las intervenciones nutricionales, entre migrantes y chilenos.
Desde el punto de vista general existen diferencias significativas entre migrantes y chilenos respecto a las comidas que suelen saltarse; por ejemplo, casi el doble de chilenos suelen saltarse el desayuno en comparación con los migrantes. Los chilenos también tienden a saltarse más el almuerzo y sucede lo mismo con la cena. Por el contrario, el único horario en el que los chilenos reportaron una mayor regularidad es la hora del té. Esto podría deberse a que los chilenos, por motivos laborales o educacionales, tienden a tener una estructura horaria de alimentación más variable. Del mismo modo, en la hora del té se reportó una mayor regularidad puesto que es el horario de comida posterior a la mayoría de las jornadas laborales y educacionales. Por su parte, los colombianos, por tradición cultural, tienden a cenar en vez de tomar el té. En esta misma línea los dos principales motivos por los cuales suelen saltarse horarios de comida tanto migrantes como chilenos fueron, en primer lugar, no sentir hambre y, en segundo lugar, que sus trabajos no les dan tiempo suficiente para comer. Esto aporta información relevante respecto de qué aspectos es necesario considerar para desarrollar estrategias de intervención nutricional de acuerdo con las características de los distintos grupos, tanto aquellas que son compartidas como las que son características de un grupo en específico.
Cuando se analizaron las conductas específicas, uno de los resultados interesantes corresponde al consumo de bebidas azucaradas, donde los migrantes tienen un 35 % más de probabilidades de consumirlas que los chilenos, situación particular si se considera que Colombia tiene uno de los “per cápita” más bajos de consumo de gaseosas en Latinoamérica a diferencia de Chile, que se encuentra dentro de los que más las consumen; es una situación complicada si se considera que los países con mayor consumo per cápita de gaseosas son los mismos que tienen un mayor índice de obesidad (34), lo que podría estar dado por una rápida asimilación del patrón de consumo de bebidas azucaradas debido a la relativa facilidad y el bajo coste con que pueden obtenerse en Chile. Los migrantes también reportaron una mayor tendencia a servirse una repetición y a consumir comida rápida con mayor regularidad que los chilenos, lo que apoya la literatura de un estilo de alimentación que favorece el desarrollo de malnutrición por exceso en la población migrante, debido principalmente a que la comida rápida resulta ser de fácil acceso, es relativamente económica y genera saciedad. Otro aspecto preocupante fue que aproximadamente el 45 % de los migrantes reportó que come otro bocado antes de tragar lo que tiene en la boca, situación compleja si se considera que la velocidad al comer también influye en el desarrollo de la obesidad (35).
Respecto a los criterios de compra y cocinado de alimentos, aparentemente los chilenos están más preocupados por su alimentación dado que tienden a seguir más dietas y tienen más presente la calidad nutricional de los alimentos y sus preferencias al momento de comer que los migrantes. Esto podría explicarse por la enorme difusión que los hábitos alimentarios saludables han tenido durante los últimos años, incluidos la ley 20.606 de etiquetado de los alimentos y el programa “Elige vivir sano”, entre otros (36). Por su parte, parece ser que los migrantes colombianos tienden a preferir el sabor de los alimentos y las preparaciones por sobre criterios sanitarios como la calidad nutricional de los alimentos. Sin embargo, al parecer existe un criterio de compra y cocinado común: el precio de los alimentos, donde no hubo diferencias significativas entre migrantes y chilenos.
Ahora bien, lo paradójico es que, al mismo tiempo que los chilenos están más preocupados por la calidad nutricional de los alimentos, tienen también el doble de posibilidades de sufrir atracones de comida, tienen 1,4 veces más probabilidades de sentirse hambrientos todo el tiempo y tienen 1,8 veces más probabilidades de comer para calmar la ansiedad que los migrantes, lo que podría indicar que la gran cantidad de información acerca de los estilos de alimentación saludable no necesariamente generan el impacto que se espera en el comportamiento alimentario de la población.
Otros CAA reportados, pero con mayor presencia en el grupo migrante, indicaron que este posee un 25 % más de probabilidades de esconder comida y un 45 % más de probabilidades de enojarse porque racionen su alimentación que los chilenos. Esto podría indicar una menor tolerancia a que les pauten la forma en que deben alimentarse cotidianamente, situación que podría ser relevante y debería tenerse en cuenta en el momento de desarrollar intervenciones de educación alimentaria destinadas a este grupo.
Una dimensión relevante para el desarrollo de hábitos alimentarios saludables es poseer un espacio adecuado para alimentarse, dado que no contar con él favorece el consumo de alimentos de conveniencia que no necesiten ni de una mesa ni de utensilios para comer: en otras palabras, comida rápida. En este sentido, solo el 44,8 % cuenta con un espacio formalmente habilitado para comer, frente a un 72,2 % de los chilenos. Este comportamiento específico no responde a factores individuales que puedan modificarse sino a factores estructurales que dependen de los empleadores, en el caso de los trabajos formales, o simplemente del hecho de no contar con espacios adecuados para alimentarse por tener trabajos informales.
Si bien la mayor cantidad de conductas alimentarias resultaron ser diferentes en ambos grupos, existen conductas compartidas en las cuales no fue posible hallar diferencias significativas. En el plano de las conductas alimentarias cotidianas, en promedio el 27 % de los participantes reportaron elegir colaciones hipercalóricas habitualmente, el 27 % indicaron que comen mientras se desplaza por la calle y el 55 % comen mientras ven televisión; estas tres conductas resultan ser características del mundo moderno. En el mismo sentido, el 20 % comentaron que se llenaban mucho la boca en cada bocado y el 39 % no dejan restos de comida en el plato. Respecto a las conductas alimentarias anómalas, el 30 % reportaron consumir grandes cantidades de comida, el 46 % comen hasta sentirse totalmente saciados y el 9 % indicaron que esconden comida.
Respecto a las limitaciones, en primer lugar, el uso de una muestra no probabilística, la naturaleza transversal del estudio, que no permite analizar la evolución del CA siendo el tiempo un factor fundamental que influye en la modificación del CA de la población migrante (4), y la imposibilidad de establecer relaciones causa-efecto producto del diseño del estudio. Del mismo modo es importante señalar la necesidad de estudiar la relación de las variables contextuales como, por ejemplo, las variables sociodemográficas, con el comportamiento alimentario de la población migrante, puesto que el proceso de migración supone un entorno totalmente nuevo.
Finalmente, cabe destacar que esta investigación es pionera en el estudio del comportamiento alimentario de la población migrante, aportando aspectos genéricos y específicos acerca de la forma en que se alimentan los migrantes, al mismo tiempo que se establecen comparaciones con la población chilena. Otro aspecto innovador es que se analizaron comportamientos alimentarios anómalos en ambos grupos y se pudieron identificar conductas específicas de cada grupo, lo que permite reunir evidencia empírica, dentro del marco de la salud pública, para poder anticiparse tanto al desarrollo de la malnutrición por exceso como al de posibles trastornos de la conducta alimentaria.