INTRODUCCIÓN
Durante las últimas décadas, se ha observado un incremento en la esperanza de vida en España. Según el Instituto Nacional de Estadística (INE), en 2021 alcanzaba la cifra de 83,3 años (1). Aunque este aumento puede reflejar el impacto de una alimentación equilibrada y un estilo de vida saludable, también se acompaña del riesgo de presentar enfermedades no transmisibles (ENT) como la diabetes, la obesidad, algunos tipos de cáncer y enfermedades cardiovasculares y pulmonares crónicas (2,3).
Esta transición epidemiológica está relacionada con factores genéticos y ambientales, cuya influencia decisiva se establece durante los primeros 1.000 días de vida, que van desde la concepción hasta los dos años (3,4). Se trata de un periodo sensible, ya que el crecimiento y desarrollo es máximo e influye en el estado de salud a corto y largo plazo (5). En 1991, se comenzó a utilizar el término “programación” para describir precisamente la relación entre diferentes factores y su efecto sobre la organogénesis (6).
Diversos estudios, la mayoría realizados en etapas prenatales y neonatales, han evidenciado la importancia de la nutrición en las primeras etapas de la vida, siendo clave en la maduración del sistema inmunológico (5). En este contexto, los estudios de Barker sobre la hipótesis del origen fetal de algunas patologías demostraron una asociación entre enfermedades cardiovasculares en la edad adulta y la adaptación del feto a transgresiones nutricionales (6). Posteriormente, evidencia científica sobre el papel de la dieta durante los primeros dos años ha permitido establecer otras hipótesis sobre la programación metabólica y la salud (8).
FACTORES PERINATALES
La etapa perinatal comprende desde las últimas semanas del embarazo hasta el primer mes después del nacimiento. Uno de los factores más relevantes que puede afectar el desarrollo inmunitario en esta etapa es la ingesta de micronutrientes durante la gestación.
Las deficiencias de micronutrientes en el embarazo afectan negativamente el desarrollo fetal. Una dieta equilibrada acompañada de suplementación individualizada de micronutrientes ayudará al estado de salud materno, al correcto crecimiento fetal y a la creación de reservas nutricionales para la lactancia (9). Este es el caso de la vitamina D, cuya suplementación se relaciona con un adecuado desarrollo inmunológico y una menor prevalencia de sibilancias y problemas respiratorios en el recién nacido (10).
El peso corporal materno también incide en el desarrollo fetal. La obesidad materna parece tener influencia a nivel epigenético y favorecer la transmisión de la obesidad y otros trastornos metabólicos (11).
Otro factor relevante en el estado de salud, tanto de la madre como del feto, es la exposición al tabaco (3). Existe evidencia robusta sobre la asociación entre el tabaquismo durante el embarazo y la hipertensión arterial, diabetes gestacional y obesidad de los hijos (12). Incluso se postula que fumar durante el embarazo podría afectar no únicamente al feto sino a las dos generaciones futuras (13).
FACTORES POSNATALES
El principal factor relacionado con el estado nutricional del recién nacido y su desarrollo inmunológico posnatal es la lactancia materna.
La duración mínima recomendada para la lactancia materna exclusiva se establece en los primeros seis meses de vida (14). Esta recomendación radica tanto en los beneficios confirmados para la madre y el lactante como en la estimulación del desarrollo inmunológico, que se asocia a una reducción en la aparición de infecciones respiratorias de las vías altas y bajas, o a menor prevalencia de ENT (15). Estudios epidemiológicos en lactantes alimentados al pecho sugieren cierto papel protector frente a patologías como la enterocolitis necrotizante (ECN) (16) o incluso la leucemia (17), debido a los factores inmunoprotectores que incluye la leche materna en su composición, como proteínas bioactivas (osteopontina, membrana del glóbulo graso de la leche [MFGM] y alfa-lactoalbúmina), probióticos, prebióticos como los oligosacáridos de la leche materna (HMO) y otros componentes como lisozimas e inmunoglobulinas maternas (18).
En aquellos casos en los que la lactancia materna no es posible o es insuficiente, la mejor opción es alimentar al lactante con leches infantiles que reproduzcan al máximo el papel bioactivo de la lactancia al pecho e incluyan en su composición el máximo número de componentes relacionados con el desarrollo inmunológico, digestivo y cognitivo (19).
A nivel fisiológico, la lactancia materna también se relaciona con un correcto desarrollo de la microbiota intestinal, además de favorecer el vínculo maternofilial (15).
Tras los primeros meses de vida, el estado nutricional del lactante depende directamente de la alimentación complementaria (AC), que aporta alrededor del 50 % de energía y un elevado porcentaje de nutrientes (20). La introducción de la AC es un momento decisivo en la vida del lactante, ya que está vinculado al desarrollo de las preferencias y el comportamiento alimentario y al peso corporal en la infancia, adolescencia e incluso edad adulta (21).
Las indicaciones de la Asociación Española de Pediatría (AEP) son iniciar la AC una vez cumplidos los seis meses de edad en los lactantes alimentados con lactancia materna. En aquellos que no toman pecho se puede introducir entre el cuarto y sexto mes, pero en ambos casos se precisa que presenten signos de un desarrollo neurológico adecuado, como un interés activo por la comida, la desaparición del reflejo de extrusión, ser capaces de tomar la comida con la mano y llevarla a la boca y mantener la sedestación sin apoyo (21).
Las pautas para la diversificación alimentaria de los lactantes han experimentado variaciones a lo largo de los últimos diez años. Según las últimas recomendaciones de la Sociedad Europea de Gastroenterología, Hepatología y Nutrición Pediátrica (ESPGHAN) (22), la AC no tiene una pauta fija para su introducción, se adapta a factores como el área geográfica y los hábitos alimentarios y culturales e incluye paulatinamente los alimentos de uno en uno con intervalos de unos días entre ellos para comprobar la tolerancia y aceptación (21).
MICROBIOTA E INMUNIDAD
La microbiota se define como el conjunto de microorganismos que ocupa un hábitat específico y está presente en la piel y en todas las cavidades del organismo que comunican con el exterior, principalmente el tracto gastrointestinal (23).
La microbiota intestinal es fundamental por su función metabólica (sintetizando vitaminas y ayudando en el metabolismo de los ácidos biliares y en la producción de ácidos grasos de cadena corta), por su función protectora (manteniendo la integridad de la barrera intestinal, estimulando la producción de péptidos antimicrobianos e interfiriendo con la colonización de patógenos) y, finalmente, por su función inmunomoduladora (para mantener la homeostasis inmunológica promoviendo la producción de mediadores e induciendo un ambiente tolerogénico) (24).
Cada individuo posee una microbiota única que, además de depender de su genotipo, estará influenciada por diferentes factores ambientales como la dieta de la madre, el tipo de nacimiento, el modelo de lactancia, el uso de antibióticos y el estilo de vida (25). Estos factores pueden condicionar un inadecuado desarrollo de la microbiota intestinal durante los primeros meses de vida, generando un estado de disbiosis (23).
La disbiosis infantil puede originar alteraciones clínicamente relevantes en el niño o en la edad adulta, como la ECN, enfermedades infecciosas agudas y mayor riesgo de enfermedades inflamatorias, autoinmunes y metabólicas, como obesidad, diabetes, alergias o enfermedad inflamatoria intestinal (26,27).
Se ha observado que los recién nacidos a término por vía vaginal y alimentados con leche materna presentan una microbiota más competente y protectora. El parto por cesárea se asocia con un aumento de la masa corporal en la infancia y adolescencia, un efecto que se potencia cuando la madre tiene obesidad (28). Por otro lado, los recién nacidos amamantados al pecho presentan una microbiota con predominio de Lactobacillus y Bifidobacterium, mientras que los alimentados con fórmulas infantiles presentan mayor diversidad en su microbiota. No obstante, la inclusión de prebióticos, probióticos o ambos en leches infantiles permite un desarrollo de la microbiota más parecido al obtenido con leche materna (29).
CONCLUSIÓN
La nutrición temprana, especialmente durante los primeros 1.000 días de vida, ha demostrado tener un papel clave en el desarrollo del lactante y de su estado inmunológico. A nivel perinatal y posnatal, la alimentación materna influye directamente en el desarrollo del recién nacido, y siempre que sea posible hay que optar por la lactancia materna o por leches infantiles suplementadas con aquellos compuestos presentes en la misma. Diversos factores pueden alterar la microbiota intestinal del lactante e incidir en el desarrollo inmunológico a corto y largo plazo, condicionando la aparición de enfermedades no transmisibles.